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Reseña: Imposible decir adiós (2024) de Han Kang

Cuando la sangre se escarcha

Por Sebastián Uribe

¿Qué hacer cuando la pesadilla persiste al despertar? Gyengha, la protagonista de la novela de Han Kang (Gwangju, 1970), empieza a tener un sueño recurrente en el que el futuro se presenta como un lugar lleno de tumbas y lápidas. Dicho vaticinio absorbe todas las aristas de su vida, impidiéndole captar la belleza que la rodea.

Con la percepción del mundo resquebrajada y sus ganas de vivir esfumándose, la presión que siente Gyengha ante la posibilidad de que su desaparición genere una carga para los demás y la sorpresiva llamada de su amiga Inseon, son dos motivos que la llevan a cuestionarse sobre qué es lo realmente importante en su vida, conduciéndola a asumir una misión suicida en una isla lejana. Allí, el horror del pasado empezará a revelarse con tal ímpetu que la frontera entre la realidad y el mundo onírico se disolverá casi por completo.

Kang explora la fuerza del amor maternal y amical, en las figuras de Inseon y su madre, al confrontar dichos lazos afectivos con la crueldad ejercida por el ser humano cuando tortura y diezma comunidades enteras enceguecido por el odio y la rabia. Las intensidades de estos dos polos del alma se ven representados en la feroz belleza de una tormenta, capaz de cubrir todo a su paso, pero también de revelarlo bajo otra forma al amanecer, como las historias de las masacres que ocurrieron en territorio coreano, las cuales se mantienen vivas en el día a día de quienes amaron a los asesinados. Un dolor que, cual copo de nieve, se transforma y va adquiriendo distintas formas con el tiempo.

En cierto momento se dice que “cuando alguien sobrevive a semejante infierno, quizá no tome las mismas decisiones que cualquier otra persona” (pág. 227), y es por ello que el camino fantástico que se abre en la narración hacia la mitad, se convierte en la única forma de abordar el mundo interior de los personajes. El lente de la realidad informada por nuestros sentidos no basta para captar la potencia de la imaginación humana y su capacidad para tanto amar como detestar la vida, por lo cual recurrimos al lenguaje poético, como hace Han Kang, para poder adentrarnos en la zona abisal de los sueños sin naufragar en el intento.

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Datos del libro reseñado:

Han Kang

Imposible decir adiós

Random House, 2024. 256 pp.

Traducción de Summe Yoon.

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Columna de opinión Comentario sobre textos Coyuntura Entrevista Miscelánea Reflexión

Entrevista: Dany Salvatierra

Dany Salvatierra: “Somos el Tercer Mundo del Tercer Mundo”

Por Eliana Del Campo y Sebastian Uribe

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Libro publicado:

Criaturas virales. Random House, 2025. 265 pp.

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Seis años después, Dany Salvatierra (Lima, 1980) regresa a la narrativa con un conjunto de historias de aire apocalíptico. Autor de las novelas El síndrome de Berlín (Premio Luces 2012), Eléctrico ardor (2014) y La mujer soviética (2019), así como del libro de cuentos Terapia de grupo (2010), Salvatierra imagina, en relatos como Estrategia militar, Estación Puericultorio y El alma de las fiestas, una Lima en ruinas, atravesada por el caos, el miedo y la violencia: ficciones que cada día parecen menos ficticias. Sobre ello conversamos por correo electrónico.

Aunque tus obras previas abarcan temáticas diferentes a ‘Criaturas virales’, podemos encontrar en este último título alusiones intertextuales a personajes y eventos de ‘La mujer soviética’ y ‘Eléctrico ardor’, por ejemplo. ¿Fue premeditado o se fue dando durante la escritura de este último libro? ¿Es el inicio de un ‘multiverso Salvatierra’?

Fue completamente premeditado. Al momento de escribir La mujer soviética, ambientada en la casa donde ocurre Eléctrico ardor, empecé a contemplar una suerte de trilogía de revisionismo especulativo / histórico que recientemente Alberto de Belaúnde calificó como Danyverse. La última parte de esta trilogía, claro está, es Criaturas virales. De hecho, el personaje de la Sherezade, del capítulo Glosolalia, inicialmente revelaba haber sido víctima de El síndrome de Berlín durante su juventud. Pero terminé quitando esta referencia, pues dicho libro no forma parte de la trilogía. Aunque también he estado tentado a relanzar dicha novela, con ligeros ajustes, para adaptarla a la trilogía. Es una idea que me está dando vueltas en la cabeza desde hace años, sobre todo porque El síndrome de Berlín tuvo una sola edición en el Perú que se encuentra agotada, y los lectores siempre me preguntan por ella.

Hace poco, durante mi última mudanza, descubrí un ejemplar que conservo, y al releerla caí en cuenta que el libro ha aguantado bastante bien el paso del tiempo. Sin embargo, sería una publicación controversial, o quizá improbable para los estándares contemporáneos, porque la tesis ‘genitalista’ que sustenta la trama hacia el final resulta problemática para las miradas progresistas que gobiernan el panteón de la cultura universal en la actualidad. 

Aunque situados en un futuro con tintes apocalípticos, mucha de las situaciones que ocurren en tus relatos, como en Estación Puericoltorio, se perciben como reversiones de algunas ficciones de Ribeyro, Congrains o Adolph ¿Hay algunas otras narrativas que sentiste presentes en Criaturas virales? ¿Hubo alguna tradición en la que te interesó ahondar en particular?

Precisamente, los tres autores que mencionas están presentes en el libro a modo de influencia, en especial Ribeyro. Durante la pandemia, época en la cual escribí Criaturas virales, fui invitado por la editorial Planeta a dictar un taller de lectura sobre La palabra del mudo, y así fue que leí de porrazo todos los cuentos de Ribeyro. Al hacerlo, recordé que en la adolescencia le guardaba un especial cariño a Al pie del acantilado, sobre todo porque mi madre me confesó que había llorado la primera vez que lo leyó. Por eso, en Estación Puericultorio se menciona a Ribeyro y a otros aspectos de dicho cuento, como la sopa de muy muy y las barriadas hacinadas en los andenes de la estación, que fueron inspiradas por la barriada al margen de la playa en la cual habitan los protagonistas de Al pie del acantilado.

Siguiendo con la pregunta, a la hora de redactar el libro investigué sobre narrativas post apocalípticas que también me ayudaron a redondear el panorama narrativo que intentaba proponer, como fue el caso de La carretera de Cormac McCarthy y sobre todo The stand, de Stephen King. En uno de los muchos pasajes de esa novela, recuerdo un capítulo en el que un par de personajes regresan a un Manhattan deshabitado e irrumpen en un departamento de un edificio lujoso y vacío para pasar la noche. Aquello está presente en 0-800-FINDELMUNDO, y de igual manera, el asunto de los locos de No una, sino muchas muertes de Enrique Congrains. Además de Ribeyro, podría citar a los cuentos completos de Flannery O’Connor, principalmente A good man is hard to find, en el cual se relata también los actos de violencia que sufre una familia a bordo de un automóvil. Por último, podría mencionar las tramas de las películas de desastres de los años setenta, como Terremoto, Infierno en la torre y La aventura del Poseidón.

En una escena de Estrategia militar uno de los personajes describe el devenir social después de una pandemia, llena de suicidios, higiene extrema y estrés incontrolable. De ‘miedo al miedo’. ¿Sientes que estos efectos se han vuelto tabú en las conversaciones actuales? ¿Se ha vuelto algo utópico –o distópico– el deseo de un “borrón y cuenta nueva”?

Por supuesto, y no solo por el tema de la pandemia, sino también por los conflictos sociales que atraviesa el mundo, las guerras del Medio Oriente, la crisis medioambiental, el calentamiento global y otras tragedias que han enriquecido la visión pesimista del panorama. El caso del reset se menciona, asimismo, en la novela State of Paradise de Laura Van Den Berg, que espero sea traducida pronto al español, y que además del furor norteamericano por el neo género de eco-thrillers, resalta muy bien la teoría de la simulación que, quizá, ya empezó y no nos hemos dado cuenta, como lo confirman los rumores del “dead internet”, otra de las conspiranoias que se han puesto actualmente muy de moda.

En El alma de las fiestas se relata que el miedo de los victimarios de la Carmencita obedece a la posibilidad de que la otrora víctima de bullying de la niñez y la adolescencia pueda cobrar venganza, incluso desde el más allá. ¿Cuáles son las consecuencias más perniciosas de ir por la vida con ese temor?

Es curioso que el asunto del bullying durante la época escolar, el mismo que echa raíces en el carácter de las personas hasta arruinarles la adultez, haya sido retratado justamente en la última temporada de Black mirror. Me gustaría pensar que los guionistas de dicha serie y yo hemos acabado por coincidir en la idea de una venganza ‘tecnológica’ a futuro. Aunque, en el caso de El alma de las fiestas, se trata de una venganza que linda en lo sobrenatural. En la vida real, las consecuencias de esa venganza han visto la luz a través de los tiroteos masivos en los colegios de EEUU, esas juventudes agitadas por el estigma de la violencia que han padecido en carne propia y que no han encontrado ni paz ni descanso, por lo cual se decantan por el exterminio, y que, si me apuras, podría ser también la tesis de la sedición de los niños de Estrategia militar, que no revelaré aquí para evitar spoilers.

El avance tecnológico en Lima se describe en tus relatos como rezagado frente a otras locaciones geográficos, siendo las estaciones del medio abandonadas a medio hacer los más claros ejemplos. ¿Qué de particular tienen las ficciones situadas en el Tercer Mundo frente a las norteamericanas u europeas?

Creo que ello es extremadamente particular porque, quizá, en el Tercer Mundo la corrupción de las autoridades gubernamentales haya sido normalizada al punto que uno espera que las obras de mejoramiento de la urbe nunca vayan a ser concluidas, y por el contrario, son aplaudidas por extremistas partidarios, y magnificadas a base de falacias con mero afán demagógico, y también por populismo traducido en proselitismo electoral, como el caso de los trenes chatarra sin planeamiento o visión macro, o los puentes peatonales con luces enceguecedoras que terminan siendo una barbaridad.

En nuestro caso, me atrevería a decir que somos el Tercer Mundo del Tercer Mundo, es decir, el eslabón más bajo a comparación de otros países del continente, por lo menos a nivel de transporte, salud y educación, y aquello se refleja en visiones pesimistas como la que propongo, o más contestarias a manera de denuncia, como proponen otros colegas autores. Esta rabia constante del usuario promedio no se manifiesta, creo yo, en ficciones estadounidenses, y cuando se evidencian, lo hacen desde perspectivas más raciales o de desigualdad sistémica, por ejemplo, en autores como Ocean Vuong o Alana S. Portero, por nombrar algunos de popularidad reciente.

El Edificio Diodati en Miraflores es la locación venida a menos que sirve como eje a todas las situaciones relatadas en Criaturas virales, incluso como punto de encuentro entre distintas clases sociales, pero también la casa abandonada de Jacqueline Metalius, la protagonista de tu anterior novela. ¿Qué es lo que te atrae en particular de la metáfora de la urbanidad en la literatura?

La urbanidad me atrae en el sentido de reciclaje y transformación, a lo largo de los años, de los espacios públicos, algo que descubrí al releer los cuentos de Ribeyro durante la pandemia, sobre todo porque me obsesioné por encontrar los lugares exactos en donde se llevaban a cabo sus ficciones. Ribeyro vivió, en su juventud, en una casa que se encontraba casi en el cruce de Comandante Espinar y Enrique Palacios, si mal no recuerdo. La casa ya no existe, pero el barrio al que se circunscribe esa ubicación fue escenario para la mayoría de sus cuentos, como es el caso de la Huaca Pucllana, la caleta de pescadores de Al pie del acantilado que ahora es la playa Waikiki, el cuartel que se hallaba en la avenida del Ejército y que años después fue demolido, y muchos lugares que podrían inspirar un peregrinaje literario que las empresas de turismo local están dejando pasar.

De igual forma, estos lugares miraflorinos coincidieron con el hecho que Criaturas virales también ocurre en Miraflores. Así como en su momento me impresionó que la casa de Ribeyro sea, tal vez, una pizzería o una pollería, me puse a pensar en qué dirían los personajes si llegaran a habitar un espacio determinado y descubrieran que antes había sido la casa de un terrorista, como el chalet de La Molina que se menciona en Eléctrico ardor y que luego pasa a ser un estudio de televisión donde se graba La mujer soviética. Quizá en unos trescientos años, los miraflorinos de esa ficción o ese multiverso que lleguen a vivir a la Bajada Balta caigan en cuenta de que ahí, en la esquina de la calle San Martín y Malecón 28 de Julio, había un edificio llamado Villa Diodati, y que quizá, en el futuro, haya sido demolido para ser una estación de carga de los automóviles sin piloto, o un garaje abandonado, como reza la canción de Mecano que cito en la apertura del libro.

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Reseña: Manual para la obediencia (2025) de Sarah Bernstein

Un aprendizaje

Por Sebastián Uribe

Por años, la joven protagonista de la tercera novela de Sarah Bernstein (Montreal, 1987) ha mantenido un espíritu doblegado, ocupando el mínimo espacio indispensable para sobrevivir, siempre sometida a los deseos de otros: sus padres, sus hermanos, sus compañeros de colegio, sus vecinos. Una concepción de sí misma como un personaje secundario en su propia vida. ¿Hay un afuera de esta realidad? “Por dónde comenzar”–se pregunta al inicio de su relato y a través de dicha vacilación se empieza a filtrar una luz, una forma de poder iluminar su situación. La duda da paso al cuestionamiento y puede volverse un arma de supervivencia, pero ¿es suficiente para contrarrestar una vida entera de enajenación?

Una serie de acontecimientos inusuales empiezan a ocurrir en el pueblo a donde se acaba de mudar por deseo de su hermano. La atmósfera de sosiego empieza a tornarse inquietante y sus implicancias van más allá del asombro. Entre titubeos, balbuceos y repeticiones empieza a gestarse una voz nerviosa. Esta voz crea un mundo que se va revelando de forma dubitativa, modulada a su vez por la sensación de intranquilidad de quien no es capaz de manejar sus propios recursos lingüísticos como consecuencia de no haber tenido nunca el control sobre el propio relato biográfico. Bernstein nos presenta un personaje para quien el lenguaje es un castigo porque siempre ha percibido que su lengua es distinta a las de los demás.  De ahí que una primera elección sea desplazar el protagonismo hacia su hermano, al menos de manera enunciativa, puesto que, en la práctica, los hechos y el tono de la narración se van contraponiendo a dicho protagonismo tentativo. Así, el acto mismo de narrar y verbalizar empieza a erosionar algunos esquemas emocionales:

En ocasiones el silencio era un sonido: un rumor, como el de una nevera en una casa vacía por la noche, era tangible, yo lo sentía al igual que lo oía, y sin embargo sabía que lo que sentía y oía era una nada, algo que no estaba ahí (…) Durante toda mi vida, gran parte de la cual había pasado en soledad, desarrollé el hábito de hablar en voz alta, a mí misma o al entorno: a veces era para reunir valor, alguna palabra amable para ayudarme a seguir adelante a pesar de todo; en otras ocasiones para expresar observaciones sobre el paso del tiempo”.  (pág. 44)

Manual para la obediencia es una novela que conduce al lector a cuestionarse si la empatía hacia las víctimas de abuso y humillaciones es inherente a nuestra condición humana o si responde a un mandato social. La vida sumisa de la que da cuenta esta mujer, relegada en su propia familia, en su oficina y en la comunidad en la que se inserta, se va tornando exasperante conforme avanza su relato. Cuando ya parece vislumbrarse una salida a la prisión invisible, recae otra vez en la subordinación. ¿De qué sirve tanta información a la que tiene acceso?– se pregunta. “Uno siempre parecía caer en las manos de un juez que también era su enemigo” (pág. 86). Este rodeo y vuelta a un aparente inicio que se va volviendo un círculo vicioso, es una estructura que se asemeja a la vida corporativa a la que describe de esta terrorífica manera:

Yo apenas era consciente del acto de teclear, y menos aún de los varios procesos de transcripción que se producían en mi interior y convertían los sonidos en letras y las letras en palabras y luego traducían esas palabras en movimientos en el espacio por parte de las yemas de mis dedos, que pulsaban el teclado. Mi mejor momento era cuando me sentía como un vehículo puro, un mecanismo simple de traslado del sonido al texto, organizado ordenadamente en párrafos, para ser fechado y firmado. Yo tecleaba y tecleaba, intentando no escuchar con demasiada atención, equilibrando mi concentración sobre el fino punto de la comprensión. Si lograba mantener ese equilibrio, atendiendo a la estructura de lo dicho en lugar de diseccionar su significado, podría mantener la compostura”. (pág. 37)

Palabra tras palabra tras palabra, una cadencia monótona, la única manera de interrumpir la lógica de la productividad, del lenguaje funcional: esta duda surge al inicio del relato y lo motiva. Como en las novelas de Thomas Bernhard, Bernstein refleja el mundo opresivo del que formamos parte evidenciando las restricciones sociales que dan pie a cárceles mentales y hasta sentimentales. Represiones que se reflejan en manera grandilocuente en esa sensación de nunca poder llegar a entender del todo el lenguaje de los demás. Interpretar qué hablan, que piensan, cómo conciben el mundo quienes nos rodean. De qué manera uno se puede conducir por la vida de manera adecuada y aceptable.  En esa incapacidad para darse a entender, se funda una poética del absurdo, que resulta por ratos hilarante y nos permite reírnos con algo de culpa, tal vez por no percibirla tan lejana a nuestra cotidianidad.

Hacia la mitad del relato, la protagonista, extenuada del esfuerzo de tantos años, da cuenta de la inutilidad de su entrega a la complacencia de los demás: “Cambiaban los rostros, claro, pero las formas de proceder persistían, todos y cada uno de los días de nuestra vida. ¿Qué más queda por decir?” (pág. 87). Y es en ese momento de debilidad que se vislumbra un terror nuevo y tal vez mayor: el fin del lenguaje propio. Cuando la particularidad del discurso propio se ve amenazada. De ahí que la narración se encamine hacia un final con un último gesto de resistencia. La pulsión vital que emerge cuando todas las demás defensas han caído y que, aun resultando insuficiente para prolongar la existencia, es una manera de reapropiarse en última instancia del relato sobre uno mismo y así arrebatárselo a todas las fuerzas sociales que pugnan por extinguirlo: desde la soporífera y alienante vida corporativa hasta el veneno de las relaciones sanguíneas.  Narrarse se convierte en la última acción que, aunque efímera, permita dar cuenta de un lugar en el mundo por voluntad propia.

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Datos del libro reseñado:

Sarah Bernstein

Manual para la obediencia

Random House, 2025. 144 pp.

Traducción de Julio Trujillo.

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Reseña: El buen mal (2025) de Samanta Schweblin

Distancia cero

Por Alessandro Campos

Al enterarme de la publicación de El buen mal (2025), pensaba en cuánto podría haber cambiado la escritura de Samanta Schweblin después de siete años. Al leer el inicio del primer cuento intuí que sería una experiencia entretenida, lo cual confirmé al terminarlo. En efecto, cada cuento supuso una experiencia de lectura distinta, pero tenían en común un halo de extrañamiento que se profundiza con lo dicho y lo no dicho. Sus cuentos nadan entre las mareas opuestas de lo real y lo fantástico. Es así que nos topamos con la ocurrencia de lo improbable, queriendo saber cómo se resolverán las acciones y las consecuencias de dicha experiencia. Mientras leemos nos cobijamos en un tipo de seguridad que se disuelve al término de cada relato, sin saber qué ocurrirá después.

«Bienvenido a la comunidad» es un cuento en primera persona que gatilla tanta congoja como incomodidad por generar una extraña empatía entre la narradora y los personajes. Una madre salta a un lago decidida a llenar sus pulmones de agua, sin éxito. Luego, en su hogar, recibe a sus dos pequeñas hijas y a su conejo, Tonel, al que deben de tenerlo como tarea. La madre intenta esconder su voluntaria sumersión, a la par que se pregunta lo siguiente: “¿Qué es lo que salió mal?”.

La mascota se extravía y la familia sale a buscarlo. Se topan con un vecino apático que es cazador y tiene al conejo cogido de las orejas. Él le insinúa a la madre que la vio hundirse. Más tarde, ella se acerca al vecino quien le aconseja su método para sobrellevarlo todo. “Dolor. Eso es lo que hay que provocar” (p.26). Un remezón de inicio a fin. El cuento propone un ejercicio de encontrar empatía y notar cómo se demuelen prejuicios respecto a dónde uno va a parar con tal de recibir consejo. El amor por sí solo no alcanza: llena rápido y esa plenitud confunde, por lo que, tal vez, la culpa y la vergüenza a lo mejor son las anclas más eficaces para forzar a uno a aferrarse a la vida.

«Un animal fabuloso» es el segundo cuento, también narrado en primera persona y en tiempo presente. En esta historia, dos muy buenas amigas surcan muchos años juntas hasta que la tragedia irrumpe. Hallándose en las lindes de sus vidas, entablan una última conversación, decididas a hurgar en lo más recóndito de la conciencia de la otra. ¿Qué es la amistad? ¿Cuál es el límite del perdón?

 “Casi veinte años después del accidente, Elena me llama a Lyon. No reconozco su voz, pero cuando dice su nombre, sé perfectamente con quién estoy hablando.

Por unos segundos la escucho respirar, sostengo el teléfono con el hombro y enciendo un cigarrillo. Despacio, intentando no hacer ningún ruido, salgo al balcón que da al parque, me siente en una de las sillas y me quito las sandalias empujándolas con los dedos de los pies. Quiere hablar de Peta, su hijo. Quiere saber qué es lo que recuerdo de la noche del accidente” (p.31).

La sensibilidad con la que se hablan los personajes trasluce una humanidad muy genuina, pues ambos protagonistas seleccionan con mucho cuidado qué decirse, en un duelo bellamente cauteloso donde buscan arrancarse culpas y sincronizar recuerdos, para así poder afrontar el futuro. Encontrar compañía en la transformación de lo que se creía una fantasía infantil parece ser la decisión más lúcida.

«William en la ventana» es una historia construida a partir de otras historias mencionadas en el mismo relato. La narradora es una escritora que se encuentra en China con otros escritores de diferentes partes del mundo. Una de ellas es su amiga, Denyse, que tiene a su amado gato, William, y a su esposo Brian.

Pero el gato es de él. Y yo no puedo vivir sin el gato” (p.53).

Y está Andrés, su novio que radica en Argentina, quien tiene una enfermedad complicada cuyo tratamiento va a iniciar.  Con él comparte los avances de su nueva novela. Este cuento es de un ritmo más lento, no por eso menos interesante en cuanto al mecanismo o la técnica, sino, todo lo contrario, es el más verosímil en cuanto a la construcción de una cotidianidad. Es decir, uno vive varias situaciones paralelamente, mientras resuelve una piensa en otra, los eventos se yuxtaponen, avanza el día, correlacionamos eventos, una respuesta puede servir de pregunta o viceversa y tomamos decisiones. Este cuento trata de toparse con la esperanza al presenciar cómo otros sobreviven a la desgracia. El baldazo de agua fría que aviva al ser o corrobora su absoluta inercia.

El mejor cuento es «El ojo en la garganta».

 “Yo quiero saber, yo siempre pregunto, es mi garganta la que no puede ejecutar sonidos. Es como si el espacio de toda la casa se me metiera por ese agujero. Hay que poder apretar el aire para que el silencio suene a algo, pero yo estoy tan abierto que a veces me confundo, ¿yo estoy adentro o afuera? Un cuerpo así, pinchado, ¿sigue siendo un cuerpo? En realidad, da lo mismo, el problema no es que no puedo hablar, el problema es que, si yo no hablo, él no me mira” (p.75).

Recomiendo intentar apagar el mundo al leer este cuento. Una lectora cuyo criterio valoro muchísimo me dijo que normalmente la literatura usa el lenguaje de soporte para contar una historia y que los buenos cuentistas usan de soporte una historia para demostrar las posibilidades del lenguaje. Creo que Schweblin cumple a cabalidad con dicha afirmación en este cuento. Hay una maestría en la economía de la narración, en cómo desarrolla a sus personajes y los dota de personalidad y memoria con mucha precisión y prudencia para mantener el ritmo. Este es un cuento sobre las posibilidades del pasado que rondan el presente. Sobre la manera en la que los personajes no son capaces de resolver sus problemas, pues hacerlo sería aliviar un castigo, y, sin ello, lo que venga a continuación puede ser más horrible aún. El narrador tiene un rasgo particular que acentúa el resto de sus sentidos, ya que agudiza su capacidad de observación sobre sus padres intuyendo que pudieron ser mejores pese al esfuerzo realizado. Un cuento tan conmovedor como impredecible.

Las historias contenidas en El buen mal continúan la principal problemática planteada en Distancia de Rescate: ¿dónde acaba la tensión que puede unir a dos personas? Una conexión con una fuerza finita y la sensación de seguridad mínima, fagocitada sin posibilidad de escape, donde alejarse del otro debilita los sentidos y expone puntos ciegos mediante los cuales lo improbable se cuela y daña. Cuando la distancia de rescate se reduce a cero, el control sobre el otro puede convertirse en una obsesión. Se vigila cada aspecto del entorno del ser querido, pero se pierde de vista el propio lugar en la ecuación. La sobreprotección, disfrazada de cuidado, acaba por socavar la autonomía del otro. Tal vez quien ejerce ese control lo ignora, o quizá lo sabe y lo asume como un mal necesario, como un buen mal.

El sentido del título, un oxímoron, se revela con claridad al terminar el libro. Alude al egoísmo que beneficia tanto a uno como a los más cercanos, a la aceptación de que dicha acción traerá consecuencias ineludibles. Aparece un problema muy íntimo que termina siendo el gran punto de inflexión, no necesariamente para cosas positivas, sino como última oportunidad para volver a atender lo realmente vital. A diferencia del futuro y el presente, el pasado es acumulativo y tiene la capacidad de reaparecer, motivando a organizar prioridades y reevaluar esfuerzos. Los personajes tienen que actuar y tomar decisiones de inmediato, porque la reanudación del pasado puede acabarse en el siguiente instante y dejar inconclusas oportunidades de salvación.

El estilo de Schweblin domina la tensión con una precisión casi quirúrgica: sabe cuándo aflojar la presión y cuándo intensificarla, pero nunca suelta al lector. Su prosa atrapa, acelera la atención y nos conduce hábilmente hacia los ángulos menos evidentes de lo preestablecido. Hay una inteligencia calculada en la forma en que dispone la información, como si anticipara cada maniobra mental del lector y optimizara sus recursos narrativos en función de ello. Su escritura es meticulosa, envolvente y construida con una destreza que refuerza su maestría en el cuento. Schweblin supera cada expectativa personal dispuesta sobre este libro. No hay que intentar predecir lo que ocurrirá en sus cuentos, solamente aceptar que son historias que exigen sumergirse sin reservas.

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Datos del libro reseñado:

Samanta Schweblin

El buen mal

Random House, 2025. 192 pp.

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Reseña: La clase de griego (2023) de Han Kang

Sensaciones fragmentadas

Por Omar Guerrero

La clase de griego (Random House, 2023) de la escritora surcoreana Han Kang (Gwangju, 1970), ganadora del Premio Nobel de Literatura 2024, es una novela donde las sensaciones se muestran fragmentadas a partir de dos historias que se cruzan y se interrelacionan. La primera historia corresponde a una mujer de mediana edad que lleva clases de griego clásico. Ella no puede hablar, o no desarrolla el uso del lenguaje de manera normal, lo que termina llamando la atención, más aún al momento de abordar las características de esta lengua muerta. Este interés surge después de haber sufrido una serie de conflictos personales y laborales como haber perdido a su madre. Otras pérdidas que lleva a cuestas son la custodia de su hijo de ocho años justo después del divorcio y el hecho de ya no poder dictar clases en la universidad. Aun así, ella sigue desempeñando labores relacionadas a lo académico y a lo literario. Pero es el problema en el habla lo que entorpece su desempeño para el aprendizaje de este idioma, muy a pesar de su interés, pues le resulta imposible leer en voz alta cada vez que se le pide que lo haga en clase. Su historia se cuenta en tercera persona eludiendo siempre su nombre:

Después de graduarse, había trabajado durante algo más de seis años en una editorial y en una agencia de publicaciones. Desde hacía siete años se dedicaba a dar clases de literatura en dos universidades y en un instituto de artes. Además, escribía poesía y había publicado tres antologías a intervalos de tres o cuatro años; también contribuía con una columna en una revista literaria quincenal; y últimamente asistía los miércoles por la tarde, en calidad de miembro fundador, a las reuniones de planificación de una revista cultural que todavía no tenía nombre. (p.12).

La segunda historia corresponde al profesor de griego, narrado en primera persona, por lo que tampoco se le conoce su nombre. Este yo narrador también se mantiene hasta el final de la novela (no es como los narradores masculinos de La vegetariana). Él ha vivido fuera de Corea por muchos años. Para ser más precisos, en Alemania, por lo que es un conocedor de otras culturas, además de ser un asiduo lector. El problema en él surge cuando empieza a sentir que se está quedando ciego debido a una enfermedad congénita, lo que le obliga a utilizar unos lentes gruesos de determinado color. Y es por esta futura ceguera que se menciona al escritor argentino Jorge Luis Borges, no sólo por haber padecido la misma afección sino también por la importancia de sus libros, que también serán mencionados:

[…] Entré a la librería y me encontré con que el dueño, un hombre maduro de camisa gris arrugada y pantalones con tirantes anchos, se disponía a cerrar el local. Después de pedirle que me concediera cinco minutos, recorrí a toda prisa las estanterías eligiendo libros. Uno de ellos fue la traducción en edición de bolsillo de una conferencia que dio Borges sobre el budismo. (p.24).   

Aunque lo que llama más la atención es la estructura de la novela, que se caracteriza por la fragmentación de sus capítulos, pues la mayoría son muy cortos, además de contener discursos intimistas, reflexivos, sensibles y muy herméticos; incluso son hasta filosóficos y poéticos, lo que hace que su lectura sea muy distinta a La vegetariana. Sin embargo, aquí se encuentran ciertos rasgos que la relacionan como la constante soledad del personaje femenino, que ya no es tan joven y que asume una determinada condición por decisión propia. Se suman el uso de vocablos griegos para establecer un contexto con lo que se cuenta, o lo que se siente, o se percibe en cada situación (obvio, se considera la traducción para estas frases). Aunque es el uso de la prosa lo que establece una mayor similitud con la novela ganadora del Booker Prize 2016, muy en especial para detallar los estados de ánimo, las emociones o las decisiones ya tomadas:

Según esa lógica, la única lucha que le quedaba por emprender era responderse a la delicada pregunta que se planteaba constantemente a sí misma: la duda de si podía permitirse existir en este mundo. Sin embargo, esta lúcida y bonita conclusión del terapeuta la incomodaba, pues ella seguía sin querer ocupar mucho espacio y no estaba convencida de que hubiese vivido toda su vida sobrecogida por el miedo o reprimiendo su naturaleza. (p.53)

Parte de estas emociones, y decisiones, son las que presentan ambos personajes cada vez que comparten el espacio del salón de clases, o sus inmediaciones, además del intercambio que se requiere para la enseñanza y aprendizaje de este idioma. Por tanto, la comunicación es otro factor que se toma en cuenta. Y en medio de todo esto se presentan los otros alumnos de la clase, que son sólo cuatro, entre ellos, un joven filósofo que sufre de acné o espinillas en el rostro que muestra un especial interés cada vez que se utiliza el griego para citar las ideas de Platón, de allí la incursión de lo filosófico como discurso. Aunque la presencia e inquietudes de estos otros personajes masculinos no serán óbice para desencadenar una serie de situaciones que propicien la cercanía entre profesor y alumna:

De vez en cuando los dos se quedaban mirándose en silencio. A veces era en el aula, antes de que empezara la clase o una vez comenzada; otras veces era en el pasillo, durante los minutos de descanso, delante de la oficina de administración. Ella se fue familiarizando con el rostro del profesor. Sus rasgos y expresiones, su complexión y sus posturas, antes distintos, se volvieron reconocibles para ella. Pero no le confirió ningún significado, no puso palabras a ese cambio. (p.89).

Aquí también llama la atención los saltos de tiempos. Es decir, la revisión del pasado a través del uso de elipsis, lo que permite saber qué otras cosas han marcado a cada uno de los personajes, como el accidente que sufre la mascota del personaje femenino, que, en su desesperación por querer salvarla, termina siendo agredida por este animal que no tolera el dolor y el sufrimiento antes de la muerte, al punto de ya no reconocer a la persona con la que le unía cierto afecto, y que no era más que su dueña.  Este hecho no sólo queda registrado en la mente de la protagonista sino también en su cuerpo, sobre todo en una de sus manos a través de una visible cicatriz que puede producir más de una interpretación. Y en el caso del personaje masculino, los recuerdos de un viejo amigo causan cierta nostalgia por lo ocurrido, lo que también queda como una marca imposible de borrar. Algo similar se podría decir de un antiguo amor que ha quedado en la memoria. Por otro lado, la fragmentación y lo poético tienen presencia en sus páginas, pues ya se había hecho mención de la poesía como interés de uno de los personajes, quien tiene una necesidad de mostrar sus percepciones y sensaciones. El uso de las cursivas en estos versos así lo confirman:

            No hace juicios.

            No atribuye sentimientos de nada.

            Todo llega fragmentado

            y se dispersa en fragmentos hasta desaparecer.

            Las palabras se alejan aún más de ella.

            Los sentimientos que las han saturado,

            como pesadas copas de sombras,

            como el hedor o la náusea,

            se desprenden viscosos y caen,

            como azulejos que se despegan por estar inmersos en agua,

            como un trozo de piel que se ha gangrenado sin darse cuenta. (p.99).

La cercanía y la búsqueda de comprensión entre los protagonistas tienen como consecuencia una serie de sensaciones que se siguen mostrando de manera fragmentada sólo para que el lector los pueda interpretar, pues estas se presentan a través de imágenes, descripciones y acciones; incluso reinciden los versos. Aunque son los repentinos intereses de uno con respecto al otro los que se presentan como iniciadores de lo que luego se desencadena:

              -¿Le parece extraño todo lo que le estoy diciendo?

Ella abre los ojos y lo mira. Ve la vieja cicatriz y la nueva mancha que se ha hecho hace un rato al restregarse la cara con la mano sucia. Vuelve a cerrar los ojos y le parece ver, como por arte de magia, los rasgos del profesor cuando era pequeño.

-No quiero ser maleducado, pero me gustaría hacerle una pregunta. Espero que no se lo tome a mal… -Y baja un poco la voz-. ¿Es usted… muda de nacimiento? (p.151).

Por último, se puede deducir que esta postura del personaje masculino de La clase de griego es muy distinta al de los personajes masculinos de La vegetariana, pues aquí el machismo no tiene ninguna presencia ni mucho menos una imposición. Es más, queda anulado, quizá por la misma condición de pérdida que lleva consigo el profesor de griego. Lo mismo se podría decir del personaje femenino. Su condición de pérdida no niega sus más profundos deseos sin necesidad de ser vulnerada.

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Datos del libro reseñado:

Han Kang

Premio Nobel de Literatura 2024

La clase de griego

Random House, 2023

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Reseña: La vegetariana (2024) de Han Kang

El cuerpo frágil de una mujer

Por Omar Guerrero

La vegetariana (Random House, 2024) de la escritora surcoreana Han Kang, ganadora del Premio Nobel de Literatura 2024, fue publicado en su idioma original en 2007, y en el 2009 se hizo su adaptación cinematográfica en su propio país con el mismo título. Lo que vino después fue una serie de traducciones a varios idiomas, incluido el inglés, por lo que en el 2016 ganó el Man Booker International. En el 2017 se hizo su traducción al español por parte de Sunme Yoon, quien es considerada la responsable del éxito de esta autora en nuestro idioma, y cuyo trabajo se ha utilizado para esta edición.  

Esta novela es la más conocida de su autora antes de haber ganado tan importante galardón este año. Y esto resulta inusual debido a su edad, pues en la actualidad Han Kang tiene 54 años, lo que no es nada común para sus antecesores o antecesoras. Recordemos que la anterior escritora mujer en ganar el Premio Nobel de Literatura fue la francesa Annie Ernaux en 2022 cuando tenía 82 años.

La vegetariana está dividida en tres capítulos cuya extensión la mantienen y la presentan como una novela corta, pues esta edición de Random House tiene tan sólo 167 páginas. Cada uno de estos capítulos cuentan la historia de una mujer llamada Yeonghye, quien, una noche después de sufrir una pesadilla, decide no volver a comer carne. A partir de esta decisión se espera que esas imágenes llenas de horror ya no aparezcan en sueños, pero estas continúan, por lo que su decisión de no ingerir este tipo de alimentos se mantiene. Quien no logra entender la decisión de Yeonghye es su esposo, quien se asombra de que ella se haya deshecho de toda la carne guardada en su refrigerador sin importar lo que se haya gastado en ello.

Lo que viene después es una serie de cambios en el cuerpo de Yeonghye, sobre todo cuando decide alimentarse sólo con vegetales. Esto produce que baje de peso de manera considerable, que su piel pierda lozanía y que su rostro muestre una constante palidez. Aun así, su esposo la obliga a mantener intimidad con él sin importar que a Yeonghye estos encuentros le resulten cada vez más irrelevantes a pesar del olor a carne que expele su marido, incluso después de bañarse, además del reducido tamaño de su miembro viril. Y todos estos detalles se saben porque es el mismo esposo quien se presenta como el narrador de este primer capítulo titulado “La vegetariana”.

En este primer capítulo llaman la atención unos fragmentos correspondientes a las pesadillas o a los pensamientos de Yeonghye, las cuales se diferencian por presentarse en cursiva y por describir momentos truculentos y llenos de espanto, tal como ocurre con cualquier pesadilla. Aquí un ejemplo:

En los sueños, cuando le corto el cuello a alguien, cuando sosteniéndola por los pelos le doy el último golpe a la cabeza que pende oscilante, cuando pongo en mi mano los resbaladizos globos oculares e incluso cuando me despierto… Durante la vigilia, cuando me entran ganas de matar a las palomas que caminan delante de mí cuando tengo ganas de retorcerle el cuello al gato del vecino al que he estado observando desde hace tiempo, cuando me tiemblan las piernas y me baña un sudor frío, cuando me siento otra, cuando otra persona me surge desde dentro y me devora… En todas estas ocasiones…

…siento que se me hace la boca agua. Cuando paso por delante de la carnicería, tengo que tapármela. Es por la saliva que me brota de la base de la lengua, me empapa los labios, se me escurre por la boca y se derrama. (pp.35-36).

En este primer capítulo también sobresalen dos episodios referidos a una cenas ineludibles y bastante incómodas para Yeonghye. La primera es una cena con los jefes de su esposo donde tiene la obligación de “comportarse como se debe”. Ella intenta cumplir la orden de su esposo, pero lo que no puede cumplir es el hecho de comer carne, lo que llama la atención de todos los asistentes, incluida la esposa del jefe. Y enseguida empiezan una serie de comentarios acerca de los vegetarianos, en especial si son mujeres, lo que pone en evidencia ciertos prejuicios propios del machismo, motivo de mayor crítica en esta novela.

La segunda cena ocurre en la casa de su hermana mayor llamada Inhye, quien está casada y tiene un hijo, y que acaba de comprarse un amplio apartamento. Para celebrar este hecho, reúne a la familia, entre los que se encuentran los padres de Yeonghye, quienes ya están enterados de la decisión y el comportamiento de su hija debido a que su yerno los mantiene muy bien informados, pues esta es su forma de mostrar su disconformidad y queja. Quien también asiste a esta reunión es el hermano menor de ellas, quien acude con su pareja y con sus hijos. Todo transcurre como cualquier cena familiar hasta que Yeonghye muestra su negativa a comer carne. Su familia insiste en que coma, sobre todo sus padres, pero ella se resiste. Es entonces que ocurre un hecho de violencia machista por parte del padre, quien ha decidido que su hija debe de comer carne así ella no quiera. El resultado a esta agresión es una respuesta de Yeonghye que sorprende y sobresalta al lector, pues toda calma se rompe al punto de alcanzar el caos y una posible tragedia.

La segunda parte se titula “La mancha mongólica” y allí se muestra a Yeonghye con una actitud demasiado extraña. Ella intenta mantener una vida sin comer carne, por lo que sigue siendo cuestionada y supervisada por sus familiares. Entre ellos sobresale su cuñado, el esposo de su hermana Inhye, quien se preocupa por ella al punto de lograr un acercamiento que parece inofensivo, pero que poco a poco se va volviendo oscuro y prohibido. Aun así, surgen ciertas intenciones que se habían mantenido muy bien ocultas en la primera parte. Para alcanzar a describir estas decisiones e impulsos, la autora recurre a un narrador en tercera persona, sobre todo para mantener el suspenso con cada hecho y cada situación que se va dando y que otra vez logra sorprender al lector, muy en especial cuando se descubre lo que ya se ha consumado, y que puede considerarse una falta o una traición. En este capítulo los desnudos y el erotismo cobran mucho protagonismo al igual que la prosa en la narración, que no escatima en palabras, imágenes y términos para mostrar aquello que se denomina como “la mancha mongólica”.

En la tercera parte titulada “Los árboles en llamas” la narración se mantiene en tercera persona para focalizarse en Inhye, la hermana mayor de Yeonghye, quien se encarga de cuidar de su hermana que permanece recluida en un hospital psiquiátrico. Y es que a Inhye le sobran las razones para decir que su hermana está mal de la cabeza. Parte de los procedimientos dentro del hospital es mantenerla sedada y aplicarle alimentos líquidos debido a la rotunda decisión de Yeonghye de ya no probar ningún tipo de bocado, así sea vegetal. Y esta decisión afecta mucho su salud, pero a ella no le importa, pues sólo espera terminar con su vida humana para empezar una vida vegetal, propia de la naturaleza, tan igual a la que rodea este hospital alejado de la ciudad. Su hermana Inhye intenta entenderla, pero sólo escucha ciertas incoherencias por parte de Yeonghye, quien llega a afirmar que de su cuerpo de mujer saldrán ramas y raíces como cualquier planta (de allí la referencia a la portada tanto en español como en otros idiomas). Y a pesar de este comportamiento, Inhye intenta ayudar a su hermana junto a los médicos y enfermeros. Sin embargo, Yeonghye se mantiene firme en lo que podría ser su última decisión. Y en esta lucha se mantiene una tensión tan cercana a lo trágico, en especial si de por medio está el cuerpo frágil de una mujer.   

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Datos del libro reseñado:

Han Kang

Ganadora del Premio Nobel de Literatura 2024

La vegetariana

Random House, 2024