Joaquín Peón:” La sorpresa a menudo deriva de un encuentro con lo inusual”
Por Redacción El Hablador
Uno de los invitados internacionales a la más reciente Feria del Libro de San Borja fue el escritor mexicano Joaquín Peón Iñiguez (Ciudad de México, 1987). Apareció en la Antología de la Novísima Narrativa Breve Hispanoamericana (Grijalbo) y ha colaborado con diversos diarios, revistas, y un catálogo de fontanería. Trabajó tres años como coeditor de la revista Replicante. En Perú se publicó una nueva edición de Ciudad Pantano, vía Colmena Editores. Sobre ello conversamos en la siguiente entrevista.
Las ficciones paródicas tienen una tradición antiquísima que abarca incluso al mismísimo Quijote de la Mancha ¿Por qué crees que, a pesar de ello, cuando aparece un libro con dichos rasgos se genera una especie de sorpresa en la crítica?
Me parece que en la literatura, como en la vida, la sorpresa a menudo deriva de un encuentro con lo inusual. La parodia, como género en sí mismo, se practica poco, a pesar de que la mirada paródica tiene asomos en muchas escrituras.
Supongo, además, que existen ideas extendidas sobre qué es la literatura y cómo ello permea en el trabajo de escritores y críticos. Está bien que se siga alimentando la tradición de las formas canónicas. Y está bien que exista esa otra literatura en constante búsqueda de expandir los horizontes de lo literario. Ambas merecen la atención de la crítica que, por otro lado, opera de a menudo en función de criterios personales, políticos y sociales que trascienden el propio ideal de criticidad.
En Reencarnación del Cristo de Elqui’ realizas una especie de actualización del famoso personaje de Nicanor Parra usando versos también. ¿Qué tan cercano te sientes al mundo de la poesía? ¿Cómo hilar un personaje que es tanto bufón como crítico certero de su tiempo?
En estos momentos, en lo personal, me interesa más la poesía o lo híbridos o los cuadernos, que las narrativas tradicionales de ficción.
Sobre lo otro, me hace sentido que un bufón sea un crítico certero de su tiempo. Detrás de los géneros y los recursos humorísticos, con frecuencia hay un sentido de autocrítica o crítica social. Y la carcajada nos libera de todo lo que le cause gracia
En tiempos de redes sociales e IA, donde los límites entre lo que es cierto de lo que es falso se vuelven difusos, ¿dónde crees que se ubica la parodia como ejercicio de resistencia?
Creo que la IA, por ahora, tiende a estandarizar representaciones verbales de la realidad. La parodia, por otro lado, tiene la tarea de distorsionar las representaciones de la realidad y, más allá de eso, de sugerir una visión crítica sobre las políticas detrás de las representaciones consensuadas de lo real.
En ¿Qué hay dentro de la ventana? recreas la atmósfera de una de las más famosas novelas de Bolaño, quien es otro referente de este ejercicio de desacralizar a muchas figuras canónica, ¿cómo te sitúas como lector ante su obra?
Bolaño fue importante para mí en mis veintipocos. Leí con entusiasmo varios libros suyos. Algunos de sus personajes eran para mí como súper héroes que leían en la ducha, discutían libros en cantinas y se adentraban en el desierto en busca de una poeta perdida. Sin embargo, hace tiempo no lo leo. Mi camino lector me ha llevado por otras veredas, pero le guardo ese eterno cariño de juventud.
¿Hay algún autor u obra que te hubiera gustado agregar a ‘Ciudad Pantano’?
¡Muchos! Por un momento pensé que dedicaría mi vida a escribir parodias. Sin embargo, luego me pareció que el humor, por naturaleza y necesidad, a menudo sólo alcanza para hacer una representación un tanto reduccionista de nuestra compleja realidad. Desde entonces sigo en el proceso de descubrir cómo ser una persona crítica. Cuando escribí ese libro, pensé que la crítica que me interesaba practicar estaba en la irreverencia, en el humor, pero con el paso de los años la busqué también en la exploración de mi ternura, y ahora mismo lo hago mientras intento recrear mi mente con todas las voces que en ella habitan y lejos, afuera de sí, de esta idea ilusoria que uno se hace de ser un yo.
Creo que un amplio sector de la crítica literaria, al menos la mexicana, se encuentra en una transición de la solemnidad a la banalidad, es decir, vamos de mal en peor.
Personas decentes (Tusquets, 2022) del escritor cubano Leonardo Padura (La Habana, 1955) es una novela que forma parte de la saga policial del detective Mario Conde (la última entrega hasta el momento con la que suma un total de diez títulos). También se podría decir que es la mejor hasta la fecha. La historia se divide en dos partes. La primera se ubica en La Habana actual, con mayor precisión en 2016, caracterizada por la visita de Barack Obama, el desfile de Chanel, la filmación de Rápidos y furiosos, el turismo de Rihanna, las hermanas Kardashian y el histórico concierto de los Rolling Stones (cabe mencionar que este último hecho se presenta como algo de mayor interés para los amigos de Conde, razón para entablar diversas conversaciones entre varios vasos de ron y platos con habichuelas sin dejar de escuchar la música que tanto les gusta). Se toma en consideración que todos estos hechos producen la ausencia de policías para cubrir otros temas más comunes como los asesinatos dentro de la isla.
La segunda parte tiene como telón de fondo La Habana de inicios del siglo XX, cuando la isla era conocida como la “Niza del Caribe” y donde se permitían demasiadas cosas ilegales, más aún si de por medio estaba el nombre de Alberto Yarini y Ponce de León (1882-1910), el rey de la prostitución de la isla, conocido también por ser un dandi y un casanova. En ambos tiempos ocurren unos asesinatos que están relacionados entre sí y que no dejan de ser una incógnita hasta que Mario Conde abandona por un momento la compra y venta de libros viejos para empezar con sus investigaciones, primero a solicitud de su excompañero Manuel Palacios, también conocido como Manolo; y luego por el interés que le despiertan esos otros crímenes ocurridos en el pasado, y cuyos misterios serán revelados a partir del trabajo de otro policía llamado Arturo Saborit Amargó, quien no deja de tener presente lo ético, lo correcto y lo justo, características propias de las “personas decentes”.
El primer asesinato ocurrido en tiempo presente, en 2016, corresponde a Reynaldo Quevedo, un poeta mediocre y envidioso con algún grado militar menor en el pasado que, con su vocación de inquisidor y su maldad innata de represor, le arruinó la vida a muchos artistas e intelectuales que sufrieron persecución y censura por parte del régimen cubano en los años setenta, así como les sucedió a los escritores Lezama Lima y Virgilio Piñera, o el teatrista Alberto Marqués. Este Quevedo aparece muerto producto de un golpe contundente en la cabeza. Lo curioso es que sólo le roban un par de cuadros mientras que su cuerpo aparece con el miembro viril desmembrado, cortado con el cuchillo de la cocina, aparte de sufrir la amputación de tres dedos de la mano, cercenados con la tijera de podar el jardín. En la escena del crimen quedaron estas partes separadas como una muestra del odio que tenía el asesino hacia la víctima. Y no era para menos porque a este tal Quevedo era visto como un verdadero “hijo de puta” (p.45). Esta hipótesis se incrementa con sus perversiones que son descubiertas a partir de los informes forenses donde se le encuentran restos de semen en su parte rectal.
En cuanto a los otros asesinatos, estos ocurren en 1910, año que se caracteriza por la presencia del cometa Halley, cuya visita producía gran zozobra entre la gente pensando que se trataba del fin del mundo, aunque ante este posible peligro, muchos procedieron a actuar de manera distinta:
Ante lo inevitable, muchos se negaron a gastar en inútiles telescopios o mapas cósmicos y la mayoría prefirió decantarse por las opciones más divertidas, como la de comprar y consumir alcoholes y alucinógenos, la de apostar a cualquier cosa que se les ocurriera en los garitos que brotaban como hormigueros, la de bailar a toda hora y con cualquier música y, sobre todo, más que todo, la de fornicar como poseídos. En la ciudad se estableció el imperio del éxtasis y la lujuria (p.36).
Muchos de estos hechos ocurrían muy cerca de la Estación policial de Paula y Compostela, centro de labores de Arturo Saborit, quien se convirtió en testigo involuntario de todo lo que ocurría en esta ciudad (La Habana) donde proliferaba el alcohol, las drogas, la prostitución y el juego, más aún con la presencia del famoso burdel que pertenecía a Alberto Yarini, bastante conocido por la belleza de sus mujeres. Es justo una de sus trabajadoras quien aparece asesinada de la manera más cruel:
Según el doctor Torres, la mujer había sido descuartizada a machetazos, el primero de los cuales lo recibió con vida y fue el que le arrancó el brazo. Quizás el segundo fue el que la decapitó. El forense estableció, además, que la mujer había practicado una felación y tragado parte del semen de su agresor y, antes o después de la muerte, había tenido sexo vaginal y rectal con el mismo hombre (p.117).
A partir de este hecho tan truculento, donde el sexo y las transgresiones han tenido gran participación, las investigaciones se dirigen hacia Alberto Yarini, no como posible culpable, pero sí como uno de los principales móviles de este crimen, más aún al conocer tan bien a la víctima, o por su cercanía con ella, porque a pesar de su fama de proxeneta, prevalece en él su imagen de gran empresario y de don juan, ambas presentadas de manera hiperbólica:
Entre todos esos jóvenes provenientes de linajes acomodados, muy pronto Alberto también se distinguió por sus éxitos amatorios. Su estampa física, sus modales, su experiencia vital en Nueva Inglaterra y su desenfado lo distinguían y tuvo más novias y mujeres que nadie, y, para retenerlo, algunas de esas amantes que se enamoraban de él comenzaron a sostenerlo con regalos y dinero. Fue entonces cuando el instinto comercial de Yarini hizo lo demás: primero a una, luego a dos, prostituyó a algunas de esas amantes y, en cinco años, ya contaba con un harén de doce mujeres laborando en el mercado habanero del sexo (p.155).
Y a pesar de que se siguen cometiendo otros delitos y excesos durante el año 1910, Alberto Yarini no deja de ser el centro de atención y de muchos comentarios como si se tratase del mismo cometa Halley. De esta manera Leonardo Padura presenta a un personaje real que tiene muchos dotes de ficción y cuya aura se ha mantenido a través de los años dentro de la idiosincrasia cubana al punto que su tumba nunca deja de tener flores. Esto mismo lo comenta en un artículo que se incluyó dentro de su libro de crónicas El viaje más largo (1994) donde brinda una serie de detalles sobre este hombre que era llamado “El gallo de San Isidro”. Por supuesto que el tema sexual, tan recurrente en la obra de Padura, sobre todo en su saga de Mario Conde, se hace mucho más explícito sólo para terminar de presentar a este personaje que se vuelve figura central en Personas decentes:
Con el movimiento vi cómo el miembro de Yarini se balanceaba como si fuese el badajo de una campana. Y no es que sepa mucho sobre las proporciones de los penes, aunque tengo el mío y haya visto el de algunos cadáveres, pero es que el miembro colgante entre las piernas de aquel hombre tenía unas dimensiones y un grosor exagerados. Una pinga de ese calibre también explicaba muchas cosas (p.222).
Es justo en la fatídica noche del 21 de noviembre del 1910, fecha de fallecimiento de Alberto Yarini, donde la figura del policía Arturo Saborit cobra una notoria importancia, más aún al mantener su definición de “personas decentes” para esclarecer no sólo el crimen de Yarini sino también de los otros asesinatos cometidos, y cuyos principales involucrados siguen siendo más proxenetas y prostitutas. Entre estas últimas destacan las extranjeras, en especial una llamada Bertha Fontaine, conocida también como La Petit Bertha, poseedora de una extremada belleza.
Mientras tanto, en 2016, a medida que se acerca el concierto de los Rolling Stones, aparece otro hombre muerto y castrado. Esto llama la atención de Mario Conde al intentar descubrir el por qué los asesinos quieren minimizar la virilidad de sus víctimas. Es entonces que surgen varias hipótesis que van desde la historia de la homosexualidad masculina en Cuba, donde se incluyen varios cuadros de desnudos varoniles, hasta la historia del pene cortado de Napoleón. Y en medio de todas estas conjeturas surge el nombre de una poeta cubana que sufrió una serie de injusticias (muerte civil) por parte del régimen cubano tan igual como sucedió con la escritora rusa Anna Ajmátova bajo el gobierno autoritario de Stalin. Es a partir de este descubrimiento con el que se llega a la resolución de estos crímenes mientras que millones de cubanos se preparan para cantar las canciones de Mick Jagger y compañía.
De esta manera se concluye que no es necesario haber leído las novelas anteriores de esta saga policial para deleitarse con una novela tan buena como Personas decentes. Sólo queda pedir larga vida al inspector Mario Conde y que nunca se acaben sus historias.
Viendo tu vida derrumbarse desde una distancia segura (Dendro, 2025) del escritor peruano Gianni Biffi (Lima, 1977) reúne quince cuentos donde el humor, la ironía y la extrañeza son los elementos preponderantes que terminan arrancando varias carcajadas al lector. Los temas que aborda son distintos. En primer lugar, se puede mencionar a la literatura. Allí el autor recrea continuaciones o spin-off de personajes clásicos de nuestra tradición con el único fin de darles otro final, o, por lo menos, establecer justicia, por no decir una necesaria y esperada venganza. También toma nombres consagrados, en especial de poetas peruanos, quienes son sometidos a situaciones hilarantes donde bien salen victoriosos o simplemente se resisten a la derrota. Los mitos, las fábulas y los hechos históricos son otros referentes que terminan siendo distorsionados (o en versiones cambiadas) con el único fin de producir más risas, en especial si a ello se añade la ironía al presentar personajes imperfectos o inconformes. Se incluyen temas como el éxito, el fracaso, la masculinidad, el machismo, la paternidad, el academicismo y la intelectualidad como si se tratase de una burla que varias veces resulta airosa. Todos estos temas son tratados con humor sin dejar de lado la alusión a la música (rock, rap o hip hop), el cine, los libros y más escritores vistos como una reiteración de lo literario. En este último aspecto hasta el mismo autor se presenta con su propio apellido para dejar en claro determinadas situaciones igual de divertidas.
El cuento que abre el libro se titula “Reconciliación nacional” cuya estructura alterna las voces de Humberto Grieve y Francisco (Paco) Yunque, personajes del famoso cuento de César Vallejo. Esta historia de abuso y desigualdad se extiende hasta la adultez de estos personajes, aunque esta vez se revierten los roles con el único fin de hacer justicia sin dejar de lado la venganza. Se considera además el elemento fantástico con la presencia de una voz fantasmal cuyo testimonio sólo produce comicidad y que resulta un gran punto a favor.
Sobresalen dos cuentos donde los personajes principales son dos poetas peruanos. El primero es Jorge Eduardo Eielson, quien aparece en “Tensión lunar”. Allí el poeta de Habitación en Roma envía una carta a la Nasa donde les propone instalar una de sus piezas artísticas sobre la superficie de la luna. Ante la negativa constante de sus interlocutores, al poeta peruano no se le ocurre mejor idea que enviar uno de sus caligramas como una manera original de rehuir a la derrota. Algo similar ocurre en el cuento “MC Rapkólnikov” donde aparece un César Vallejo convertido en un rapero de freestyle que enfrenta a un campeón de este género musical llamado Doctor Kamikaze. Aquí el poeta de Santiago de Chuco apela al ingenio y al uso espontáneo de las palabras.
En cuanto a los mitos, es necesario mencionar “El duelo entre Illapa y Thor (Mito andino)”, un cuento desternillante que cuenta la visita de Thor, dios del trueno, al mundo andino. Esta visita se realiza como parte de un intercambio de divinidades acordado entre Odín y Wirakocha. Es justo este último quien elige al dios Wakon, dios de la lluvia, para que lo represente en el mundo nórdico mientras dura la estadía Thor en el Hanan Pacha. Es allí donde este extranjero se encuentra con Illapa, dios del trueno en el mundo andino, con quien comparte la misma designación. Es entonces que se establece un duelo para saber quién es el verdadero dios del trueno dando paso a lo desopilante sin dejar de lado el humor, que se incrementa casi al final al describirse la alienación de Wakon después de conocer un mundo distinto al suyo:
[…] Wakon, quien regresó de Asgard con el cabello teñido de rubio. Cuando Wirakocha le preguntó si se había pintado el pelo con agua oxigenada, Wakon respondió: «No, uhm… Lo que pasa es que fui a la playa y el agua salada y el sol hicieron que se aclarara». Y luego pidió a los dioses que se refieran a él con su nuevo nombre: DJ Wäkøn (p.38).
En el caso de las fábulas se cita “La tortuga y la liebre” donde se revierte el mensaje de Esopo en la manera de asumir el triunfo. Lo más jocoso de este cuento es el discurso de cada animal al reconstruir esta historia tan distinta a cómo se le conoce. Por otra parte, en lo que corresponde a hechos históricos, mencionamos “¿Quién va para nazi?” donde se muestra la condición de un joven judío peruano que ha crecido escuchando por parte de su abuela la historia de este pueblo, sobre todo en la Segunda Guerra Mundial y en el Holocausto. En este punto resulta ineludible mencionar películas como Bastardos sin gloria, además de ciertas lecturas, en especial los cómics, donde surgen héroes que luchan contra los nazis. Aquí se percibe una animadversión hacia Alemania que termina convirtiéndose en miedo al pensar que todo ese horror puede volver a ocurrir. De esta manera el narrador asume la responsabilidad de convertirse en un luchador de la justicia, en un paladín, a pesar de su contextura delgada y aspecto débil, con una imagen más cercana a Woody Allen que a un héroe de guerra. Eso mismo piensan sus familiares:
«Tú, ¿sobrevivir a Buchenwald?», contestó. «Pero si la semana pasada tuvimos que llevarte a la clínica por lo de tus alergias. El polen de las flores hace que termines en la sala de emergencias. No podrías sobrevivir dentro de un campo de tulipanes. ¿Cómo piensas que te iría en un campo de exterminio?» (p.98).
Lo extraño aparece en “Kassoghta” donde explora lo fantástico. Aquí se incluye un dialecto incomprensible que termina encajando en una historia donde la sexualidad y la reproducción son los principales objetivos para los personajes, sobre todo el femenino, cuyo único fin sigue siendo igual de insólito por su sentido profético. Llama la atención la postura derrotista inicial del personaje masculino que se somete a cualquier requerimiento femenino llegando a soportar tanta extrañeza e incomodidad.
Y a partir de esta relación con lo femenino donde los varones se asumen por debajo de cualquier mérito alcanzado, al punto de reconocer cierta forma derrota, se cita “Autorretrato” donde un aspirante a escritor que se siente fracasado se encuentra con su ex que ha regresado de Alemania donde cursa un doctorado. En la universidad donde ella estudia han egresado varios Premios Nobel, mientras que en la universidad gringa donde él estudió sólo destaca como alumno el luchador Hulk Hogan. A partir de este punto es inevitable mostrar una confrontación intelectual y de géneros con tintes machistas a través del supuesto conocimiento y bagaje cultural que debe imponer el hombre sobre la mujer como una búsqueda de admiración. Y esto se evidencia en el pequeño diálogo imaginario que tiene el narrador con Antón Chéjov, quien llama a su interlocutor con el nombre de Biffikov. Aunque esta ilusión es contraria a lo que sucede en la otra parte del cuento donde la mentira o la impostura tarde o temprano son descubiertas. Algo similar ocurre en “La muerte de los sueños literarios” donde se hace burla a las personas que se asumen como intelectuales superiores por el acceso inmediato y exclusivo que tienen hacia algunos contenidos culturales, incluido el conocimiento académico, en comparación a otros registros o discursos mediáticos más digeribles como las comedias de Adam Sandler. Y en estas comparaciones también recaen en otro tipo de lecturas como los libros de Ayn Rand, o el Upanishad y el Bhagavad Gita. Aquí el narrador varón otra vez se ve vulnerado ante la intelectualidad femenina.
Los libros y la literatura vuelven a estar presentes en otros cuentos como “Barrio y prejuicio (Una historia chalaca)” que trata sobre un delincuente chalaco que se reforma leyendo a los clásicos ingleses, sobre todo a Jane Austen. Lo mismo para “Cumpleaños infantil existencialista” donde se evidencia una burla contra el existencialismo. Aquí sobresale un apartado titulado “Carritos chocones con Camus” (en clara referencia a la muerte del autor argelino-francés, Premio Nobel de Literatura).
La masculinidad y el machismo se muestran con ironía en “Clint Eastwood”, donde otra vez se hace una breve mención a los nazis. Y en “Cartas escritas por Zeus después de asistir a un seminario de concientización sobre el acoso sexual” donde la masculinidad de nuevo es cuestionada ante ciertos hechos machistas.
Otros cuentos de menor calibre son “Papá Hemingway (Por quién doblan las sonjas)” que aborda la paternidad y la falta de madurez para asumir este rol. Y “El diablo viste de Graña”, donde otra vez se menciona a Alemania. Aunque este último, más que un cuento parece una reflexión sobre el uniforme escolar color plomo que marcó a toda una generación.
Por último, queda la mención del mismo autor con determinadas presencias esporádicas, a modo de cameos, tan propio de la ficción, como su diálogo con Chéjov en “Autorretrato”. Esta vez sucede con la viuda de Vallejo en “MC Rapkólnikov”, sólo para volver a mencionar uno de los cuentos más logrados:
-Déjeme decirle, Monsieur Biffi, que amé su petit livre d´histoires. «Votre police d´aasurance ne couvre pas cette eventualité, M. Samsa». -dijo Georgette, dando una calada al cigarro que tenía en la mano-. ¡Magnífiques nouvelles! ¡Quel triomphe pour les lettres péruviennes! César también adoré su livre. Y, à notre punto de vista, tous les rédacteurs y éditeurs littéraires que le han rechazado sont stupide. Brutes, sans talent et laids. Médiocres de mentes cerradas” (p.189).
En conclusión: la mayoría de los cuentos convencen a pesar de su extrañeza e hilaridad. Cumplen su cometido porque el humor se concreta, produce el efecto de la risa. Al mismo tiempo renueva y refresca una tradición como la peruana donde el realismo melancólico, gris y lleno de desánimo termina ganando terreno. Biffi es una excepción que se aplaude.
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Datos del libro reseñado:
Gianni Biffi
Viendo tu vida derrumbarse desde una distancia segura
¿Dónde quedarse? ¿A qué lugar pertenecer? La poesía cual peregrinaje a los recovecos de la memoria. En el nuevo poemario de Carlos López Degregori (Lima, 1952) se despliegan elementos de distinta naturaleza como una forma de aventurar una respuesta a las dos preguntas iniciales: personajes históricos, locaciones deslumbrantes, autores de obras inmensas, mística oriental. Un asombroso mapa que sirve para hallarse y perderse a la vez. Aquí a continuación, una selección de tres poemas:
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UN DURAZNO EN LAS TERMAS
Llegas con una jarra y humedeces mi frente pecho sexo las plantas abismales de los pies. Ah, extraña, venida de la extrañeza más grande. Ah, bañadora de los baños que limpian mi asfixia. Ah, agricultora.
Riegas con el agua de tu jarra el jardín de mi piel y brotan rosas anómalas. Humedeces los pliegues, las imperfecciones. Conviertes cada lunar en ceniza venidera.
El sol de la tarde es un durazno. Extiendes tu mano y lo arrancas del cielo. Extraña fruta que se parece a mis versos. Muerdo la codicia y el jugo de su carne hasta que solo queda en mi boca la dureza pulida del carozo: es el óbolo que me entregas para alcanzar la Luz o la Oscuridad.
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PIAZZA DI SPAGNA
En la imagen aparece una sombra que puede ser la mía
Es la Piazza di Spagna en el año de 1990:
los escalones son los dientes del verano
y se recortan los ángulos de la casa de Keats y Shelley
Vine a cerrar mi peregrinaje
a que su Romanticismo compense la debilidad del mío
Han pasado 35 años y regreso:
trato de proyectar la misma sombra
ahora anciana
El tiempo es un carrete
en los dedos temblorosos de un fotógrafo
la juventud un lugar posible y allí retorno
Roma estridente
Roma de la fotografía en la que se alarga mi sombra
como una proyección que me lleva al pasado o al futuro
La Piazza di Spagna en perturbado contraluz:
mi peregrinaje a un lugar imposible
que anhelo como posible
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VELLOCINOS | 5
Una fila de Vellocinos atraviesa la Tierra. La constelación de Aries los orienta. Vuelan llenos de servidumbres corporales, temporales: bulbos que golpean como cráneos en las planicies transparentes. Tu piel cae en rodajas moradas.La lámina de acero contra la muñeca es una sonrisa, la prolongación de una Cebolla teatral, la muerte elegida que marcha deprisa o se detiene. Nada de lo que fui llegará a ustedes: apenas la risa, la insolencia victoriosa.
Un afilador sube por la calle y crece en sus notas sucesivas el arco de su silbato.
“El arte se vuelve un juego ligeramente fantástico con el tiempo: es la documentación de algo que no fue, y a la vez promesa de algo que será’
-César Aira en ‘Sobre el arte contemporáneo’
Por Sebastián Uribe
Más que preguntarnos por qué o para qué leemos a César Aira (Coronel Pringles, 1949), lo que realmente se impone al abrir una de sus novelas o cuentos es la expectativa del asombro. Qué nuevo conejo sacará esta vez de la chistera. Con qué truco intentará —una vez más— hechizarnos. Porque si hay algo que caracteriza a sus ficciones es el encanto de la fábula, una narración en la que cualquier situación puede ocurrir, por más inverosímil que nos pueda parecer a priori, y La vida nueva no es la excepción.
Un joven narrador inédito de veinte años, que responde al nombre de Aira, desea publicar su primera novela. Su manuscrito llega, por mediación de sus amigos, a Achával, un entusiasta editor independiente, en quien delega la publicación del libro. Así pasan días, semanas y años. La publicación mantiene su condición de promesa y la absurdamente larga espera se va tornando en la nueva normalidad. Cada vez que hay un nuevo contacto para consultar por el libro – para el narrador, una manifestación de la relación “telepática” entre él y su editor–ocurre un evento fortuito que entorpece y pospone la publicación del libro.
Estas interrupciones —que van desde un apagón en la imprenta hasta dificultades con la distribución, la logística, el diseño de la tapa o incluso la cola para el pegado— son precisamente el tipo de incidentes con los que Aira impregna su literatura de un carácter lúdico, donde cualquier cosa puede suceder. La literatura, según Aira, es el desvío necesario al anhelo de control y automatización de nuestra época. Esa estandarización solemne y tediosa que ha impregnado el espíritu humano tras más de dos siglos de carrera industrial y tecnológica. No es un dato menor que el protagonista de la novela sea en sus inicios un estudiante de Administración de Empresas, carrera con la que enmascara el secreto de su vocación literaria y por la que no muestra interés alguno.
Otro dato curioso es que, en la novela, no se llega a precisar de qué va el manuscrito, pero sí se menciona lo siguiente:
“Y él sí, aun siendo un hombre de larga militancia izquierdista y gran compromiso político y social, supo apreciar el soplo fresco de irreverencia que representa lo mío y que no era otra cosa, según él, que la libertad, antídoto necesario a la seriedad o solemne empaque, ya francamente estalinista, que estaban tomando las ciencias sociales” (pág.10)
La vida nueva, así como sus otros más de cien libros publicados, se convierte en otro artefacto excéntrico que se cuela a la fiesta del presente sin estar adherido a alguna tendencia temática. Asimismo, este libro se convierte en un dardo envenenado dirigido al lenguaje encorsetado y homogeneizante que domina gran parte de los ensayos actuales, representado de forma paradigmática por los papers académicos —una forma que comparten también muchas narrativas contemporáneas, empeñadas en ‘decir lo mismo’ bajo el afán de (sobre)explicar.
El humor airano es uno que no busca arrancar carcajadas sino desconcertar al lector. Los chistes son imprevisibles por naturaleza y las novelas de Aira logran ese mismo efecto, alterando las expectativas que el lector se hace tras leer las primeras páginas. La aparente sencillez de la trama en un momento inicial, las situaciones jocosas y la prosa prístina, son algunos elementos con los que el escritor argentino busca propiciar ese accidente capaz de distorsionar el carácter previsible del lenguaje realista que impera en la cotidianidad. En este libro, dicho desvío se materializa en un extenso párrafo sin pausas, de más de sesenta páginas, que puede leerse —y disfrutarse— en una sola tarde.
“En realidad, mi intuición había dado la hora justa, que era la hora en que debería haberse producido el evento. Si no se había producido había sido por un accidente, que producía un pliegue en la esencia cronológica del asunto, pero no la alteraba. Por puro gusto de la especulación y porque me gustaba hablar con Achával, lo contradije: esa supuesta “esencia cronológica” no existía, o si existía estaba toda ella hecha de accidentes, la esencia misma del tiempo era el accidente imprevisible” (pág. 35)
Hace no mucho leí que entre los títulos de los diez libros “imprescindibles”[1] de otro gran narrador argentino, Sergio Chejfec, figuraba La vida nueva. Esto no resulta sorprendente al descubrir cómo se representa en la novela el ecosistema material de la literatura. Aquí, Aira se ríe del mundo editorial contemporáneo, donde el último elemento en importancia resulta ser el autor, cuya función, en palabras del narrador, es “la única irreemplazable en toda la cadena” (pág. 19) y por ello mismo, la única que podía esta fuera de la misma.
Pero hay otra dimensión donde también confluye la literatura de Aira con la de Chejfec y es la de la pregunta por el tiempo en el arte, en cómo se piensa y opera en este:
“La mariposa aleteó locamente en un mundo tan loco y tan colorido como ella, el mundo de mi juventud. Dejé pasar años. El tiempo no tenía urgencias para mí, y dos años no me parecía gran cosa. Un día llevaba a otro, un verano a un invierno, y había que vivir. Achával seguía presente en algún rincón de mi mente, y detrás de Achával mi novela, mi primer libro. No era que no me importara; era una presencia importante; por serlo, podría esperar. De hecho, la espera a la que lo estaba sometiendo era un homenaje a su importancia, en cierto modo un gesto de respeto” (pág. 22)
En ese espacio temporal entre la escritura del manuscrito y su publicación, –constantemente anunciada y postergada por el editor– es donde, en verdad, se gesta la literatura. Pues es en esa demora —que se opone al sentido de urgencia del mercado— donde se deja de pensar en términos funcionales y el lector se rinde ante la inventiva del autor. Por paradójico que parezca, es en esa aparente pérdida donde la literatura se reapropia del tiempo y lo recupera para restaurar la posibilidad de comenzar una vieja vida nueva.
La Literatura es fuego es, probablemente, una de las piezas teatrales más emocionantes y precisas sobre el deseo latinoamericano de escribir novelas y el vaivén constante e inestable que significa dedicarse a la escritura de ficción en contextos como el nuestro, donde se suele enaltecer la acción concreta y desdeñar la artesanía intelectual.
Por el título y la portada, esta pieza podría interpretarse como un homenaje al afamado escritor peruano o apenas una adaptación teatral de El pez en el agua (que es aquí la fuente principal que estructura escenas y personajes), pero la biografía de Vargas Llosa es solo la excusa perfecta, el gancho temático de la autora para introducirnos en el territorio personal, íntimo, y apenas reconocido, de las ilusiones perdidas y los sueños cumplidos, de los anhelos frustrados y los logros inesperados; pero también de la dicha familiar y el consuelo de los amigos, de la energía épica para insistir en lo que creemos, y, por consiguiente, de la tristeza de escoger el rumbo e irse despidiendo de las demás ideas y personas que alguna vez iluminaron nuestros días. En suma, de ese espacio íntimo que es también compartido, donde se engendra la exigente responsabilidad de luchar contra las circunstancias, contra las dificultades individuales y colectivas, y contra aquellas derrotas ajenas que nos fueron heredadas, aquellos prejuicios aprendidos o ruinas de un pasado que aún intenta definirnos.
Mariana de Althaus disecciona al detalle, escena tras escena, diálogo tras diálogo, la lucha de un grupo de personas virtuosas (madres y abuelos que cuidan, hijos que agradecen, amigos que ayudan, parejas que celebran, los tantos Mario que escriben, en el ayer y en el antes de ayer), por sobrevivir al estado de cosas que les ha tocado –y por intentar cambiarlo, superarlo o mejorarlo–, sin que ello implique que dejen ser fieles a sí mismos o que olviden el núcleo de su propia identidad y ternura, el lazo de familia.
Lo que comienza como una reunión familiar en Cochabamba (Bolivia) y Piura (Perú), donde un tal niño Mario es el engreído de tíos y abuelos, siempre dispuestos a recitar versitos o contar anécdotas, transita luego hacia la tempestuosa, agria y jaranera vida limeña, criolla y mediocre, para luego avanzar hacia una polifonía formidable de personajes de ficción, con personajes de nombres reales, que, bajo un ritmo parecido al ritmo de novelas como La casa verde o Conversación en la Catedral, intercambian opiniones desde lugares y tiempos distintos, entremezclándose, anudando cada uno con su parlamento el desenlace exuberante de una llamada a las cinco de la mañana y el anuncio posterior, en vivo y a nivel mundial, del reconocimiento del Premio Nobel.
Así, La literatura es fuego supone una cartografía dramática, detallada y conmovedora de un impulso humano casi automático, casi esencial: la necesidad urgente de agradecer o recordar, nombre por nombre, a una variedad de personas, inmediatamente después de lograr algo difícil o improbable. ¿De dónde surge ese impulso? ¿Cómo surge? ¿Qué relación se teje entre el logro conseguido y la persona nombrada o recordada? ¿Cómo así se enlaza ese presente de victorias con ese pasado? ¿Por qué esa alegría al borde de las lágrimas, por qué esa emoción?
La autora se aproxima a una respuesta y nos la muestra. Responde cada una de estas preguntas y nos conduce al lugar de las emociones extremas. A lo largo de su pieza, reímos con gracia, degustamos el sonido de algunas frases célebres, volvemos a ver a grandes escritores en escena (Gabriel García Márquez, Jean Paul Sartre, Camus, Luis Loayza e incluso la voz gálica de Cortázar), nos preocupamos con ansiedad de los preparativos para distintos eventos (un viaje, una publicación, un examen, un matrimonio, un complot universitario), nos paralizamos ante la violencia sádica de un marido contra su esposa y de un dictador contra su pueblo, y nos maravillamos ante el mundo desbordado de la literatura, de la celebración jubilosa de la ficción, y la participación cada vez más constante de personajes ficticios salidos de las novelas de Vargas Llosa, el modo por el cual cada uno de ellos interactúa con personas de verdad: el formidable juego de ver al escritor peruano hablar con Carlos Ney, a la Chunga respondiendo a Abelardo Oquendo, a Lituma respondiendo al tío de Mario, a Carmen Balcells hablando de Carmen Balcells, y, en fin, al poeta, al esclavo, a la niña mala, a Trujillo, a Mayta, al Hablador.
Mariana de Althaus nos transporta a todos los momentos personales que para Mario Vargas Llosa fueron significativos o decisivos, contados en un sinfín de entrevistas y perfiles, y a la vez nos muestra, como los dramaturgos clásicos, el fuego secreto que anida entre nosotros, la energía que nunca se agota –la voluntad–, y esa ternura que, a veces, o casi siempre, solemos olvidar. La obra resulta así un soplo de ánimo que, usando la biografía de Vargas Llosa como excusa, interpela nuestras violentas y latinoamericanas circunstancias, y acicatea, allí mismo, a la literatura y el fuego.