Betina Keizman: “La literatura debe evitar la agenda”
Por Sebastián Uribe y Eliana Del Campo
Escritora, traductora y ensayista, Betina Keizman ha vivido, publicado y dictado clases en Chile, Francia, México y Argentina. Es autora de las novelas El diablo Arguedas (2023, finalista del Premio Fundación Medifé Filba 2024), Recurso de Amparo (2018), Los Restos (2014), El Museo de los Niños (2007) (infantil) y El Secreto de Marlene Rochoelle (1997) (novela juvenil) y el libro de cuentos Zaira y el profesor (1999). También del libro de ensayos Promesas radicales en las literaturas del presente (2022), donde indaga el pensamiento especulativo en una diversidad de escrituras latinoamericana actuales y establece comparaciones con las inventivas literarias de sus precursores.
Estuvo de paso por Lima a inicios de noviembre presentando El diablo Arguedas, publicada en Argentina por Entropía y en Perú por Animal de Invierno, sobre la que conversamos en esta entrevista.
En ‘El diablo Arguedas’ hay un tono humorístico y sarcástico, muy diferente de la atmósfera oscura de tus libros anteriores como ‘Los restos’. ¿Fue este un registro nuevo para ti? ¿Cómo viviste la experiencia de explorar este estilo?
No sé si es un registro tan nuevo, pero es uno que va ganando mayor relevancia y peso en mi literatura. Recurso de amparo, mi novela anterior, también está en ese tránsito pese a que se refiere a un acontecimiento muy fuerte: la muerte de jóvenes en el incendio de un local nocturno. No escribo siempre el mismo libro, incluso si hay preocupaciones o un uso del lenguaje que pueden conservarse. Cada libro pide un tono y una temperatura. “Los restos” es una distopía, si quieres, más clásica en su concepción. Puse la atención en la construcción de ese mundo, con restos que aparecen aquí y allá, trozos de objetos, esquinas de muros, restos de verduras. Cuando lo escribí pensaba en el exceso y en el desperdicio, y por eso tiene un timbre más barroco, una atención exacerbada puesta en lo material. Definitivamente es una novela más oscura, aunque en la segunda parte exploro otro tono, porque la protagonista hace arte con los restos, y de algún modo termina trastocando y apropiándose de la destrucción. Hace poco leí “Los últimos días de nueva París”, de China Mieville, un autor que desconocía cuando escribí “Los restos”, y en esa novela las obras célebres del surrealismo y la vanguardia aparecen moviéndose e interviniendo en la realidad. Si bien lo de China Mieville tributa a una estética y una lógica del videojuego, descubrí muchos puntos de contacto con lo que había buscado en “Los restos”.
También “El diablo Arguedas” acontece en un entorno distópico, pero eso apenas se precisa y el relato se focaliza en un universo más cotidiano, más ligero. Y como Arguedas tal vez sea un diablo pagano, dispuesto a la chanza e interesado en sembrar confusión, imprime un tono humorístico, donde el equívoco flota en la médula de cada suceso. Me divertí mucho escribiéndolo.
En la novela, el personaje del diablo desestabiliza la vida de Irene, pero con el tiempo su presencia se convierte en un problema cotidiano. ¿Crees que vivimos en una sociedad donde no hay escape a las tensiones diarias? ¿Qué papel juega la literatura frente a la disyuntiva de adaptarse o sucumbir?
No sé si hay o no escape, en todo caso no es la literatura la que va a señalar la senda. Por otra parte un grado de adaptación es muy propio de los seres humanos, algo que compartimos con las otras especies. Y si seguimos pensando en esa dirección, se supone que lo proactivo y la resistencia serían más específicamente humanos, pero no deja de ser una perspectiva bastante antropocéntrica. En cualquier caso, la literatura tal como yo la pienso es un espacio de creación, no sucumbe ni se adapta, patalea, forja, propone otras perspectivas. Está en perpetua pelea con muchas de las lógicas que imperan en el presente, en busca de otros entendimientos. Al menos eso se aplica a la dimensión artística, luego, lo que tiene que ver con el mercado, lo que los escritores hacen para vender, los monopolios, festivales, etc, esas lógicas no difieren de las que imperan en el mundo de las telecomunicaciones o en los sistemas privados de salud.
El diablo aparece en la vida de Irene, una peluquera precarizada. ¿Piensas que a veces nos enfocamos demasiado en los problemas del uso de la tecnología, mientras que muchas personas no tienen acceso a estas? ¿Qué tipo de historias crees que quedan fuera de foco por esta tendencia?
No sé, la desigualdad tecnológica es una más entre muchas otras desigualdades. Ignoro cuántos individuos o comunidades viven hoy libres de la penetración de los discursos de las redes, que me parece uno de los aspectos más terroríficos del presente, por las consecuencias que tiene. Me gusta que surjan esas preguntas, sin embargo, no me interesa pensar mi escritura, ni ninguna literatura en verdad, como un manifiesto político. La literatura y la política mantienen una íntima relación, pero se desplazan por carriles diferentes, resuelven sus problemas de otro modo. La literatura debe evitar la agenda y en lo personal no me atraen los registros épicos, los encuentro condescendientes. Los problemas del presente forman parte de nuestra vida y por lo tanto pertenecen al horizonte de la literatura, es desde esa experiencia que muchos escritores escribimos, pero prefiero que esas experiencias se sometan a un tratamiento más exploratorio, más cercano a la duda y a la imaginación, desde la incerteza. Respecto a esas historias precarizadas que quedarían fuera de foco, hoy también son parte fundamental de cierta agenda cultural, el problema es cómo se las aborda, que no sean pura expresión de mala conciencia o repetición de discursos que se han ahuecado.
La peluquería, escenario principal de la novela, es un espacio lleno de chismes y tensiones entre las trabajadoras. ¿Cómo crees que conecta este entorno con la obra arguediana, que explora conflictos entre clases sociales y dentro de ellas?
Ahí hay dos modelos en relación con los conflictos sociales y las emociones, tienes a Arguedas pero también tienes a Puig. Si en algún momento pensé en Arguedas como un fantasma, o un zombi que regresa, fue un homenaje, es cierto, pero también porque es difícil hallar en el presente un escritor con las características de Arguedas. Es lo que ya no puede ser, incluso si las preguntas que se hace Arguedas siguen conmoviéndonos. Su sensibilidad y su espíritu sacrificial hoy no calzarían en un panorama en que la autoridad de los escritores está devaluada. También es cierto que hay un Arguedas plenamente vigente, el de las hablas quechua marginalizadas, el que explora Chimbote, que recurre a lo documental, pero también a su propio diario. Esos son elementos que aparecen en mi novela, junto con cierto sonsonete de los personajes de Puig, pasados por Copi.
La novela resalta el deseo como un último vestigio de individualidad en los personajes. ¿Crees que hay un riesgo de que el deseo se estandarice o pierda su vitalidad?
Es un tema que me interesa. La Irene de la novela es una migrante que mide todo en términos de ascenso social, y por eso su peluquería replica a escala mínima las desigualdades sociales mayores. Ella misma supone tener muy claro lo que quiere, cuáles son sus objetivos. Pero la llegada de Arguedas, y en ese sentido es un verdadero diablo, la confronta a otras dimensiones del deseo que incluso no consigue expresar en palabras. Esos deseos que no alcanzan a nombrarse son un magnífico material literario. ¿Qué y cómo deseamos?, ¿cuál es el riesgo de que esos deseos se realicen? Lo sabemos desde Flaubert, no hay almas sencillas.
Antes de terminar, ¿qué novela o película te ha sorprendido últimamente y te gustaría recomendarnos?
Cuando estuve en Perú conocí a Ricardo Sumalavia. Acaba de sacar una novela que todavía no leí, pero sí un libro anterior, “Historia de un brazo”. Me pareció un libro excepcional, en la tradición de Monterroso o Arreola, probablemente también ligado la literatura oriental. Una pequeña joya. Acaba de salir también Clara y confusa, La novela de Cynthia Rimsky que obtuvo el premio Herralde este año, bellísima, entretenida, pura literatura.
La llamada. Un retrato (Anagrama, 2024) de la escritora argentina Leila Guerriero (Junín, 1967) es una crónica detallada y bastante minuciosa sobre el infierno que vivió su compatriota Silvia Labayru durante y después de la última dictadura militar argentina. Labayru fue secuestrada el 29 de diciembre de 1976 por parte de los miembros de la junta militar cuando tenía 19 años, siendo recluida de inmediato en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA). Ella era miembro del Ejército Montonero donde realizaba labores de inteligencia y reglaje, razones suficientes para capturarla y mantenerla prisionera en este lugar que más tenía el aspecto de un campo de concentración.
Una vez recluida, lo que desconcertaba a sus captores no era tanto su participación en esta agrupación guerrillera a pesar de provenir de una familia de militares, pues su padre, Jorge Labayru, había pertenecido a la Fuerza Aérea, dedicándose luego a la aviación comercial en Aerolíneas Argentinas. Aunque lo que más llamaba la atención, tanto para sus captores como en sus más allegados, era su resaltante belleza, la misma que se puede apreciar, en parte, en la portada del libro. Sin embargo, esta belleza muchas veces le jugó en contra:
Cuando entró al Colegio no se creía linda (asegura que era un poco gorda hasta que se fue de viaje a España, vivió un mes a melón y gazpacho y volvió hecha un fulgor). Para el verano de 1970 era rubia, celeste, valiente y combativa. ¿Qué más se podía pedir?” (p.56).
Uno de los hechos que conmociona al lector desde el inicio de este presidio corresponde a los cinco meses de embarazo que tenía Silvia Labayru. Es aquí que surgen las siguientes preguntas: ¿Cómo se puede apresar, interrogar y torturar a una muchacha embarazada de cinco meses? ¿Qué esperaban sus captores con este embarazo? ¿Acaso querían que perdiera al bebé o que terminara pariendo dentro de las instalaciones de este lugar que no sobresalía por su limpieza y salubridad? Lo cierto es que Silvia Labayru no le quedó otra opción que dar a luz a su hija Vera sobre una mesa dentro de la ESMA:
Pero el bebé no se asomaba y Magnacco anunció que iba a usar fórceps. -Escuché la palabra fórceps y empujé. Era como si yo hubiera estado poseída por una misión. La misión era Vera. Nació sin fórceps. Pesó cuatro kilos y setecientos gramos. La dejaron ahí, en ese cuarto. Al día siguiente, le llevaron, a la madre primeriza, un ramo de rosas. (p.163).
Lo bueno es que esta bebé tuvo la suerte de no ser regalada a otras familias, sobre todo de militares. O, en su defecto, bien podría haber desaparecido. Gracias a una llamada, “la llamada”, Jorge Labayru, padre de Silvia y abuelo de Vera, llegó a saber que su hija no estaba muerta. Ella seguía viva y había dado a luz en prisión a una pequeña criatura que, por ciertas razones, no permanecería en la ESMA como sí lo haría su madre durante los meses siguientes. Vera fue entregada a sus abuelos días después de su nacimiento. Mientras tanto, Silvia Labayru se quedaría recluida hasta 1978 sufriendo una serie de amenazas, torturas y vejaciones con tal de sobrevivir. Ella soportaría todo eso con tal de ver de nuevo a su hija, a sus padres, y a quien era su esposo en ese momento, Alberto Lennie, padre de Vera, y también miembro del Ejército Montonero. Lo peor de todo esto es que Vera no fue la única bebé que nació en la ESMA, lugar que con el tiempo se convirtió en una especie de maternidad. Muchas de las criaturas que allí nacieron nunca más regresaron al lado de sus padres biológicos.
Lo que sigue después es demasiado cruel e indescriptible. Aun así, Silvia Labayru logra recordarlo y describirlo con lujo de detalles, al punto de llegar a mencionar a sus captores con sus nombres y apellidos, incluso hasta con los alias que utilizaban para realizar sus fechorías. Para ello resalta la vena periodística de Guerriero quien, sin ningún atisbo de duda o pena, llega a contar de manera fidedigna cada hecho que escuchaba y grababa a partir de los testimonios dados por Labayru y los demás involucrados. Y allí está el mayor mérito de este libro, más aún al contrastar todas estas versiones y atrocidades:
-¿Sabes quiénes te torturaron?
-Sí. Sé perfectamente. Eran dos. Uno que se llamaba Francis William Whamond, el Duque, que en esa época me parecía muy viejo pero debía tener unos cincuenta años. Ese fue el tipo que me aplicó la picana, la máquina. El que me pegó. Un tipo muy repugnante. Y luego estaba otro que entraba y salía. Ese no me daba máquina pero me interrogaba mal. Ese fue mi violador. Alberto González. El Gato. (p.133).
Como consecuencia a estas torturas, muy en especial con el uso de este instrumento llamado la picana, también conocida como “la máquina”, que consistía en impartir descargas eléctricas en determinadas partes del cuerpo, quedó no sólo el trauma y el dolor, sino también algunas secuelas bastante severas en su organismo como no volver a dar de lactar, o imposibilitarle esta función materna, sobre todo con su segundo hijo, David, quien nació dieciocho años después. A pesar del tiempo transcurrido, Silvia Labayru tenía los pezones destrozados e inutilizados producto de estas torturas con electricidad.
Otro hecho imposible de creer, pero que sucedió, fueron las violaciones sexuales cometidas de manera consecutiva por Alberto González en compañía de su esposa Amalia Bouilly. Era él quien lograba sacar a Silvia de la ESMA para llevarla a habitaciones de hoteles y hasta en su propia casa para que sirva de juguete sexual a esta pareja de pervertidos que no tenían reparos en cometer sus actos más aberrantes mientras que una niña pequeña dormía en el cuarto de al lado.
A Silvia también le asignaron la tarea de acompañar a otro de sus captores. Se trataba de Alfredo Astiz, alias El Rubio. Ella se hacía pasar como su hermana por los rasgos físicos que tenía en común sólo para que Astiz pudiera detectar e investigar a las Madres de la Plaza de Mayo. A partir de este trabajo siniestro desaparecieron varias personas, incluidas tres Madres (entre ellas una de sus fundadoras), dos monjas francesas, dos familiares de desaparecidos y cinco activistas de derechos humanos. Esta complicidad realizada bajo amenazas de muerte fue considerada por muchos de sus excompañeros montoneros como una traición, más aún al lograr sobrevivir y obtener la libertad. A partir de ese momento ella fue señalada sin importar todo lo que había sufrido mientras permanecía recluida, al punto que llegaron a culparla de haberse enamorado de uno de sus verdugos. Es decir, sólo el hecho de estar con vida ya era una sentencia para Silvia Labayru, tanto en Argentina como en España, país donde se refugió para intentar curar sus heridas.
Una de las cosas que más llama la atención en su vida es la cantidad de parejas sentimentales que tuvo, incluso durante estos últimos años. Muchas personas que la conocen declararon que Silvia siempre había tenido la necesidad de estar involucrada con alguien, más aún después de todo lo que vivió. De esta manera el sexo se presenta como una constante a pesar de las secuelas que quedaron de sus años de presidio. Se podría decir que esta pasión, junto al erotismo y la sexualidad en pareja provienen de sus propios padres. Allí a Jorge Labayru se le describe como un hombre apuesto que no dudaba en sacarle la vuelta a su esposa con una infinidad de amantes. Por su parte, la madre de Silvia, Beatriz Brignoles, era una mujer bastante atractiva y muy seductora que no dudó en vengarse de su marido consiguiéndose también muchos amantes de distinto calibre. En cuanto a Silvia, sólo le queda confesar lo siguiente:
Sí, pero, como dicen en latín, non solum sed etiam, «no solo pero también». Para mí el sexo es algo muy importante, siempre lo fue. Y hubo un tiempo en que eso había desaparecido. Creía que me había muerto sexualmente. Y así estuve años. Cosa muy rara en mí. Era una cosa que ni masturbándome. (p.397).
Por último, el mayor registro de todo lo que padeció son los juicios que se entablaron por los delitos cometidos durante esta dictadura, muy en especial con las violaciones sexuales, por lo que Silvia tuvo que denunciar a los verdugos que conoció en la ESMA, como el mismo Alberto González, y otro llamado Jorge Eduardo “El Tigre” Acosta, instigador de estos delitos. También queda lo que ella vio o supo de otras víctimas que también fueron sometidas a las mismas vejaciones. Muchas de ellas no sobrevivieron, o si lo hicieron, no quisieron hablar, pues el trauma aún queda latente. No es el caso de Silvia Labayru, que no por eso deja de ser víctima de un régimen que, ahora más que nunca, va a resultar imposible de olvidar, sobre todo con este libro.
La clase de griego (Random House, 2023) de la escritora surcoreana Han Kang (Gwangju, 1970), ganadora del Premio Nobel de Literatura 2024, es una novela donde las sensaciones se muestran fragmentadas a partir de dos historias que se cruzan y se interrelacionan. La primera historia corresponde a una mujer de mediana edad que lleva clases de griego clásico. Ella no puede hablar, o no desarrolla el uso del lenguaje de manera normal, lo que termina llamando la atención, más aún al momento de abordar las características de esta lengua muerta. Este interés surge después de haber sufrido una serie de conflictos personales y laborales como haber perdido a su madre. Otras pérdidas que lleva a cuestas son la custodia de su hijo de ocho años justo después del divorcio y el hecho de ya no poder dictar clases en la universidad. Aun así, ella sigue desempeñando labores relacionadas a lo académico y a lo literario. Pero es el problema en el habla lo que entorpece su desempeño para el aprendizaje de este idioma, muy a pesar de su interés, pues le resulta imposible leer en voz alta cada vez que se le pide que lo haga en clase. Su historia se cuenta en tercera persona eludiendo siempre su nombre:
Después de graduarse, había trabajado durante algo más de seis años en una editorial y en una agencia de publicaciones. Desde hacía siete años se dedicaba a dar clases de literatura en dos universidades y en un instituto de artes. Además, escribía poesía y había publicado tres antologías a intervalos de tres o cuatro años; también contribuía con una columna en una revista literaria quincenal; y últimamente asistía los miércoles por la tarde, en calidad de miembro fundador, a las reuniones de planificación de una revista cultural que todavía no tenía nombre. (p.12).
La segunda historia corresponde al profesor de griego, narrado en primera persona, por lo que tampoco se le conoce su nombre. Este yo narrador también se mantiene hasta el final de la novela (no es como los narradores masculinos de La vegetariana). Él ha vivido fuera de Corea por muchos años. Para ser más precisos, en Alemania, por lo que es un conocedor de otras culturas, además de ser un asiduo lector. El problema en él surge cuando empieza a sentir que se está quedando ciego debido a una enfermedad congénita, lo que le obliga a utilizar unos lentes gruesos de determinado color. Y es por esta futura ceguera que se menciona al escritor argentino Jorge Luis Borges, no sólo por haber padecido la misma afección sino también por la importancia de sus libros, que también serán mencionados:
[…] Entré a la librería y me encontré con que el dueño, un hombre maduro de camisa gris arrugada y pantalones con tirantes anchos, se disponía a cerrar el local. Después de pedirle que me concediera cinco minutos, recorrí a toda prisa las estanterías eligiendo libros. Uno de ellos fue la traducción en edición de bolsillo de una conferencia que dio Borges sobre el budismo. (p.24).
Aunque lo que llama más la atención es la estructura de la novela, que se caracteriza por la fragmentación de sus capítulos, pues la mayoría son muy cortos, además de contener discursos intimistas, reflexivos, sensibles y muy herméticos; incluso son hasta filosóficos y poéticos, lo que hace que su lectura sea muy distinta a La vegetariana. Sin embargo, aquí se encuentran ciertos rasgos que la relacionan como la constante soledad del personaje femenino, que ya no es tan joven y que asume una determinada condición por decisión propia. Se suman el uso de vocablos griegos para establecer un contexto con lo que se cuenta, o lo que se siente, o se percibe en cada situación (obvio, se considera la traducción para estas frases). Aunque es el uso de la prosa lo que establece una mayor similitud con la novela ganadora del Booker Prize 2016, muy en especial para detallar los estados de ánimo, las emociones o las decisiones ya tomadas:
Según esa lógica, la única lucha que le quedaba por emprender era responderse a la delicada pregunta que se planteaba constantemente a sí misma: la duda de si podía permitirse existir en este mundo. Sin embargo, esta lúcida y bonita conclusión del terapeuta la incomodaba, pues ella seguía sin querer ocupar mucho espacio y no estaba convencida de que hubiese vivido toda su vida sobrecogida por el miedo o reprimiendo su naturaleza. (p.53)
Parte de estas emociones, y decisiones, son las que presentan ambos personajes cada vez que comparten el espacio del salón de clases, o sus inmediaciones, además del intercambio que se requiere para la enseñanza y aprendizaje de este idioma. Por tanto, la comunicación es otro factor que se toma en cuenta. Y en medio de todo esto se presentan los otros alumnos de la clase, que son sólo cuatro, entre ellos, un joven filósofo que sufre de acné o espinillas en el rostro que muestra un especial interés cada vez que se utiliza el griego para citar las ideas de Platón, de allí la incursión de lo filosófico como discurso. Aunque la presencia e inquietudes de estos otros personajes masculinos no serán óbice para desencadenar una serie de situaciones que propicien la cercanía entre profesor y alumna:
De vez en cuando los dos se quedaban mirándose en silencio. A veces era en el aula, antes de que empezara la clase o una vez comenzada; otras veces era en el pasillo, durante los minutos de descanso, delante de la oficina de administración. Ella se fue familiarizando con el rostro del profesor. Sus rasgos y expresiones, su complexión y sus posturas, antes distintos, se volvieron reconocibles para ella. Pero no le confirió ningún significado, no puso palabras a ese cambio. (p.89).
Aquí también llama la atención los saltos de tiempos. Es decir, la revisión del pasado a través del uso de elipsis, lo que permite saber qué otras cosas han marcado a cada uno de los personajes, como el accidente que sufre la mascota del personaje femenino, que, en su desesperación por querer salvarla, termina siendo agredida por este animal que no tolera el dolor y el sufrimiento antes de la muerte, al punto de ya no reconocer a la persona con la que le unía cierto afecto, y que no era más que su dueña. Este hecho no sólo queda registrado en la mente de la protagonista sino también en su cuerpo, sobre todo en una de sus manos a través de una visible cicatriz que puede producir más de una interpretación. Y en el caso del personaje masculino, los recuerdos de un viejo amigo causan cierta nostalgia por lo ocurrido, lo que también queda como una marca imposible de borrar. Algo similar se podría decir de un antiguo amor que ha quedado en la memoria. Por otro lado, la fragmentación y lo poético tienen presencia en sus páginas, pues ya se había hecho mención de la poesía como interés de uno de los personajes, quien tiene una necesidad de mostrar sus percepciones y sensaciones. El uso de las cursivas en estos versos así lo confirman:
No hace juicios.
No atribuye sentimientos de nada.
Todo llega fragmentado
y se dispersa en fragmentos hasta desaparecer.
Las palabras se alejan aún más de ella.
Los sentimientos que las han saturado,
como pesadas copas de sombras,
como el hedor o la náusea,
se desprenden viscosos y caen,
como azulejos que se despegan por estar inmersos en agua,
como un trozo de piel que se ha gangrenado sin darse cuenta. (p.99).
La cercanía y la búsqueda de comprensión entre los protagonistas tienen como consecuencia una serie de sensaciones que se siguen mostrando de manera fragmentada sólo para que el lector los pueda interpretar, pues estas se presentan a través de imágenes, descripciones y acciones; incluso reinciden los versos. Aunque son los repentinos intereses de uno con respecto al otro los que se presentan como iniciadores de lo que luego se desencadena:
-¿Le parece extraño todo lo que le estoy diciendo?
Ella abre los ojos y lo mira. Ve la vieja cicatriz y la nueva mancha que se ha hecho hace un rato al restregarse la cara con la mano sucia. Vuelve a cerrar los ojos y le parece ver, como por arte de magia, los rasgos del profesor cuando era pequeño.
-No quiero ser maleducado, pero me gustaría hacerle una pregunta. Espero que no se lo tome a mal… -Y baja un poco la voz-. ¿Es usted… muda de nacimiento? (p.151).
Por último, se puede deducir que esta postura del personaje masculino de La clase de griego es muy distinta al de los personajes masculinos de La vegetariana, pues aquí el machismo no tiene ninguna presencia ni mucho menos una imposición. Es más, queda anulado, quizá por la misma condición de pérdida que lleva consigo el profesor de griego. Lo mismo se podría decir del personaje femenino. Su condición de pérdida no niega sus más profundos deseos sin necesidad de ser vulnerada.
A propósito del centenario del nacimiento de José Donoso, se han llevado a cabo eventos que abordan su obra y figura. La publicación de numerosos textos críticos acompañó estos homenajes (y anti-homenajes), discutiendo el impacto de sus novelas, cuentos y diarios. Se examinó, por ejemplo, cómo sus libros intervienen en las formas de leer el presente, además de su capacidad de abrir nuevos derroteros en la literatura contemporánea. Curiosamente, este “fantasma donosiano” acompañó mi lectura de Nuestras mujeres, la tercera novela de Jennifer Thorndike (Lima, 1983). Una influencia identificable en sus entregas anteriores –pensemos en la atmósfera claustrofóbica de [ella], por citar un ejemplo– alcanza, en esta ocasión, nuevos niveles. Esto se evidencia en la manera en que aquel ambiente de terror inescapable, anticipado por novelas como El obsceno pájaro de la noche, Coronación y El lugar sin límites, ha mutado su carácter pesadillesco para instalarse de forma mucho más palpable en la realidad.
En las antípodas de propuestas narrativas que exotizan los testimonios de las víctimas, entregan villanos planos e inverosímiles, y revictimizan a quienes padecieron la violencia en Latinoamérica, Thorndike apuesta por una protagonista como Ana. Ella es una doctora que, en los primeros años de su ejercicio profesional, opta por participar en las campañas de esterilización forzada impulsadas por el gobierno peruano. Años después, en el presente de la novela, se halla deambulando como prófuga de la justicia, junto a Ricardo, su jefe y amante. Una situación a la que llegan tras ser relegados por sus antiguos aliados políticos, cuya reciente reconquista del poder, tras quince años de haberlo perdido, podría peligrar si la atención pública se centra en estos antiguos operarios del terror. Para aumentar el desamparo en el que se ven sumidos, descubren una forma de supervivir a través del negocio de los abortos clandestinos, actividad que ejercen mientras enfrentan la constante paranoia de ser descubiertos por la policía, sus antiguas víctimas, los medios de comunicación o, peor aún, por todos ellos al mismo tiempo.
El pasado y presente conversan en las rememoraciones de Ana: cómo llegó a dicha situación, qué decisiones la condujeron a ejercer el rol de victimaria, cómo fue que perdió toda empatía por las mujeres a quienes esterilizaban, sin informarles acerca de los terribles efectos de las intervenciones implicaban sobre sus cuerpos. Thorndike humaniza a su protagonista, no para justificarla por la responsabilidad de las atrocidades que cometió, sino para profundizar en el origen y su ambición por controlar otros cuerpos: el goce de tener poder y la preocupación constante por mantener el sitial desde donde ejercerlo.
“La relación entre Ricardo y yo sólo se basa en culpas compartidas. Ahora ni siquiera podemos refugiarnos en el recuerdo placentero que nos procuraba dominarlas y convertir sus cuerpos en materia que sólo nuestras manos podían moldear. Nos regalaron ese poder y nosotros nos quedamos aturdidos con el encanto que produce el control. Era sublime”. (p. 15)
El principal factor que erosiona la conciencia de Ana es el miedo a perder el poder conquistado bajo el amparo de una amplia maquinaria. Primero con la pérdida progresiva de compasión por el dolor de sus víctimas hasta un estado de indiferencia total frente a sus vidas, inversamente proporcional a la posibilidad de arrepentirse y asumir sus actos. Esta exploración de la degradación humana se ve enriquecida por la exposición del lenguaje usado que enmascara lo abyecto con eufemismos de ‘progreso’ y ‘mejora’. De ahí que las políticas gubernamentales de ‘higiene social’ se vean colmadas de términos como ‘planificación’, ‘progreso’ o ‘eficacia’. Una práctica comunicativa que en su rigidez persigue la pérdida de la empatía y la compasión. Como en la novela canónica de Donoso, los canales del terror se conducen bajo una lengua que, simulando proteger a las víctimas, no busca más que aniquilarlas y así acabar con el miedo de las élites quienes, en su imaginario culposo, conciben a estos otros como monstruos que cualquier día las van a devorar.
“Nuestras cifras mensuales de intervenciones y nuestro bajo índice de mortalidad los dejaban asombrados. A nadie parecía importarle que el número de decesos fuese sistemáticamente alterado por Ricardo. Todos los sabíamos. Pero todos callábamos porque lo más importante para nosotros era el orgullo de la buena fama de la que disfrutaba nuestra unidad”. (p. 129)
De las anteriores líneas se desprende el cuestionamiento que realiza la novela sobre ciertas prácticas científicas y médicas. La novela explora cómo cierto cientificismo se vuelve una barbarie conducida por el afán de control y poder, que concibe a las personas de manera dicotómica: como aliadas o como obstáculos. Una resolución simple y perniciosa que campea en la actualidad y a la que Thorndike confronta en esta novela exhibiendo sus falencias y peligros.
Impactante y aterradora, Nuestras mujeres se sumerge así en la dimensión más pervertida de la ciencia, la indiferencia médica y el mal que surge de los deseos irrefrenables del ascenso social. Un thriller que explora la imposibilidad de escapar de la culpa y la paranoia que emana de la frustración por no lograrlo. Una narrativa que escapa de la comodidad y la falta de riesgos que campea en la narrativa local al abordar ciertos tópicos y que es, sin duda, una de las mejores novelas peruanas publicadas este año.
Liliana Colanzi (Santa Cruz, Bolivia, 1981) es una de las escritoras latinoamericanas más renombradas en la actualidad, sobre todo después de haber ganado el Premio Aura Estrada de México en 2015 y en España el prestigioso Premio Ribera del Duero de Narrativa Breve por su libro de cuentos Ustedes brillan en lo oscuro (Páginas de Espuma, 2022). Se considera también haber integrado en el 2017 la lista de Bogotá 39 que convoca a los más destacados escritores de Latinoamérica menores de 39 años, además de dedicarse a la vida académica en la Universidad de Cornell y dirigir el sello independiente Dum Dum. Por todas estas razones su nombre no deja mencionarse en este nuevo auge de escritoras mujeres de nuestro continente.
Liliana Colanzi fue una de las invitadas al Hay Festival Arequipa 2024, que en esta edición cumplió diez años ininterrumpidos a pesar de las restricciones que hubo en su momento por la pandemia. Aun así, se recurrió a la virtualidad para mantener esta continuidad. Lo bueno es que en la actualidad el festival se mantiene más consolidado que nunca, en especial este año con la presencia tan importantes de visitas como el Premio Nobel de Literatura 2021, el escritor tanzano radicado en Reino Unido, Abdulrazak Gurnah; y la famosa escritora y filóloga española, Irene Vallejo. Por supuesto que Liliana Colanzi fue otro de los nombres que brillaron en esta edición; por eso, aprovechamos su visita para solicitar una entrevista, pero, por los tiempos ajustados del festival, sólo se pudo programar una rueda de prensa. Esto fue lo que sucedió el viernes 08 de noviembre en el segundo día del festival.
La cita fue en la terraza del hotel colindante de donde siempre se hospedan todos los invitados del festival. La hora indicada era a las 11:30 am. Liliana apareció puntual acompañada por una de las colaboradoras del festival. Allí ya la esperábamos cuatro personas de prensa listos para hacerle una serie de preguntas acerca de su breve pero contundente obra. En nuestro caso habíamos preparado diez preguntas como si de todas maneras fuera a realizarse una entrevista, aunque el tiempo y la dinámica con los otros tres colegas sólo permitió tres preguntas para cada uno. Estas fueron las preguntas que le hicimos:
En Ustedes brillan en lo oscuro hay un cuento titulado “Atomito” donde uno de los temas es el peligro de la radiación. Se sabe que, en El Alto, Bolivia, existe un centro de investigación y desarrollo en tecnología nuclear con el apoyo de Rusia. Antes de su inauguración el gobierno boliviano creó un personaje infantil llamado Atomito para publicitar este centro nuclear con la intención de informar a la población de que no existía ningún riesgo con su presencia y actividad. Sin embargo, tiempo después, se registraron casos de radiación en la población de El Alto. ¿Qué similitudes tiene el personaje de Atomito del cuento con este que creó el gobierno boliviano? ¿Hay conocimiento de la situación actual de los pobladores de El Alto con respecto a este proyecto nuclear Bolivia-Rusia?
Liliana Colanzi respondió que, en efecto, el gobierno boliviano creó este personaje que se puede ver aún en videos por Youtube, pero con características más relacionadas a lo científico, pues más tenía el aspecto de un personaje infantil de ciencia ficción. Fue ahí que se le ocurrió transformar este personaje y ponerle más rasgos andinos propios de la cultura boliviana sin dejar de relacionarlo con el tema nuclear y la radiación, pues su interés como creadora es siempre mezclar elementos de la modernidad con la tradición de su país. Otra información con respecto a este centro nuclear es que se iba a ubicar primero en La Paz, pero, ante los reclamos de la población por el temor de una tragedia como las ya vividas en otras ciudades de otros continentes, decidieron trasladarlo a El Alto, una localidad más alejada y que tiene una menor población, pero que, a pesar de todos los controles y las promesas del gobierno boliviano, llegaron a registrarse problemas de salud en sus ciudadanos. Es por eso que este cuento utiliza la ficción para demostrar las posibles consecuencias si es que fallaba (o el riesgo de que aún puede fallar) este proyecto nuclear que ya presentaba deficiencias debido al incremento de casos de cáncer en la población. Con esta información se puede deducir que este es un cuento futurista, pero que presenta referencias de un presente que se sigue llevando a cabo, pues esta central aún se mantiene vigente.
La violencia de género o la amenaza constante hacia mujeres están presentes en tus cuentos. Sucede en uno de los textos de “La cueva” de Ustedes brillan en lo oscuro y en los cuentos “La ola” y “Caníbal” de Nuestro mundo muerto. ¿Continúas trabajando estos temas en tus nuevos proyectos?
Liliana Colanzi respondió que sí, que está trabajando en la actualidad en un proyecto donde la presencia de la maldad es una constante, sobre todo cuando coloca a las mujeres como víctimas. Para ello sólo adelantó que esta nueva historia trata sobre un par de adolescentes que se encuentran desprotegidas en un espacio público. Y esta toma como referencia una experiencia personal cuando ella era más joven y viajaba de pueblo en pueblo “tirando dedo” o haciendo “autoestop” en las carreteras para subirse a los autos o camiones de los extraños confiando en la benevolencia de las personas sin medir siquiera las consecuencias o el peligro que corría. Por suerte, nunca le paso nada malo. No se espera lo mismo para los nuevos personajes de su siguiente proyecto.
En el cuento “Atomito” hay un personaje juvenil que se hace llamar DJ Orki (Never Orkopata). ¿De dónde surge el nombre de Orkopata? Pues si bien aquí no existe una relación directa con el grupo vanguardista literario puneño de las primeras décadas del siglo XX, años 20 y 30, con Gamaliel Churata a la cabeza junto a los miembros y colaboradores del legendario Boletín Titikaka, no es de extrañar que este nombre “Orkopata” se mencione en este cuento. Y con respecto al Grupo Orkopata y Gamaliel Churata, quien llegó a recibir premios en Bolivia, lo que evidencia la relación estrecha que hubo entre las literaturas de Perú y Bolivia, formulo la siguiente pregunta de manera adicional: ¿Crees que pueda volver a restablecerse este intercambio literario entre ambos países? ¿El proyecto Dum Dum es acaso un nuevo acercamiento en vista de que ya se ha hecho una edición de la novela Huaco retrato de la escritora peruana Gabriela Wiener para que circule dentro de Bolivia, o que el escritor boliviano Gabriel Mamani Magne, con su título El rehén haya visitado una de nuestras ferias de libro en Lima para promocionar este título? (Era la última pregunta de la rueda de prensa, por lo que se debía de aprovechar hacer varias preguntas en una).
Liliana Colanzi se sorprendió con la formulación de estas preguntas múltiples y más aún con la información que contenían. Entonces confirmó que sí, que el nombre de este personaje era una especie de homenaje al Grupo Orkopata de Puno, Perú, de quien ya tenía conocimiento desde su época de estudiante en Bolivia; pues si bien ellos no son bolivianos, se les considera como parte de una tradición compartida, tan igual como estos países comparten la ubicación de uno de los lagos más maravillosos del mundo, además de un antiguo idioma indígena. La idea es seguir manteniendo un diálogo entre las literaturas de Latinoamérica, en especial a las que corresponden al mundo andino. Por eso ella desea seguir haciendo un homenaje a este territorio que ambos países tienen en común. Es más, este cuento “Atomito”, aparte de tomar prestado el nombre de un grupo literario peruano, también es un intento de tener presentes otros conceptos o categorías andinas como el Taki Onqoy, que es el espíritu de las huacas. En cuanto a la presencia de la obra de Gabriela Wiener en Bolivia y de Gabriel Mamani Magne en Perú, sí, es otro intento de preservar ese intercambio literario que ya ha cumplido más de cien años y que muy poca gente ha tomado en consideración, pues ni siquiera ha habido una celebración formal al respecto, no por lo menos del lado peruano. Por eso mismo ella va a continuar con el proyecto editorial de Dum Dum. Su intención es encontrar nuevas voces que puedan ser atractivas para ambos mercados.
Una vez cumplido el tiempo y las preguntas destinadas para cada uno de los presentes, Liliana Colanzi agradeció a todos los medios, incluido el nuestro, la revista virtual literaria El Hablador, por el tiempo tomado en la lectura de su obra y en el planteamiento de estas preguntas. Y a pesar de ya haber concluido, nos acercamos a ella para seguir conversando sin la formalidad de una rueda de prensa sólo para intentar rescatar otras respuestas a las preguntas que ya no le pudimos hacer. Una de ellas es sobre la presencia de la selva o la Amazonía en sus cuentos, pues Bolivia, aparte de ser un país andino, también es un país amazónico. Este escenario se percibe en su cuento “La deuda” de Nuestro tiempo muerto. Ella sólo confirmó que tiene mucho interés en seguir desarrollando más proyectos con respecto a este espacio que tiene muchos elementos y materiales para ofrecer, sea a favor o en contra. Y no pudo evitar mencionar los incendios forestales que hasta hace poco afectaron no sólo la selva de Bolivia, sino también de Perú y Brasil.
Otros de sus próximos proyectos es abordar el desarrollo urbano de la ciudad de Santa Cruz, así como volver a trabajar los géneros de ciencia ficción y el terror, además de las transgresiones y los cuerpos abyectos. Otra información adicional son sus respuestas hechas a los otros colegas que también participaron de esta rueda de prensa como confirmar que parte de su proceso creativo es investigar sobre determinados temas a medida que avanza en la historia que está escribiendo. Y esta respuesta se sustenta en la información científica que se encuentra en uno de los textos de “La cueva” de Ustedes brillan en lo oscuro. En cuanto al género fantástico, también presente en sus cuentos, confiesa su predilección por Borges y Cortázar como sus principales influencias. También confirma que ella no decide si va a escribir una historia fantástica, pues esta va surgiendo al momento de la escritura. Por supuesto que en este proceso también se hace presente el horror como otra característica en su obra. Otras referencias o gustos literarios recaen desde la poeta peruana Blanca Varela hasta el escritor húngaro László Krasznahorkai.
Una de las últimas preguntas que le hicimos antes de salir a la calle Ugarte del centro de Arequipa donde se encuentra el hotel principal donde se alojan los invitados del festival es si ella considera que existe en la actualidad la formación de un nuevo boom latinoamericano de escritoras mujeres. Ella respondió casi lo mismo que ya han respondido otros nombres que están considerados dentro de este fenómeno actual como la argentina Mariana Enríquez, la mexicana Fernanda Melchor o la ecuatoriana Mónica Ojeda. Liliana Colanzi dijo que no, que lo suyo es una coincidencia generacional, pero que no es un boom, o que no lo ve así, y porque este nombre siempre va a estar relacionado a un grupo de escritores varones geniales que marcaron una época y que siguen siendo de gran influencia no sólo para la nueva literatura latinoamericana, sino también para otras latitudes, muy a pesar de que en esos años ya existía la presencia de algunas escritoras latinoamericanas que recién están teniendo la debido atención por la importancia de su obra como la mexicana Elena Garro, a quien recomienda leer. Lo cierto es que algo está pasando con la literatura escrita por mujeres en idioma español, tal como lo confirma Leila Guerriero en su larga crónica en tres partes que justo lleva el título “Algo está pasando”. Liliana Colanzi es, sin duda, parte de eso que está sucediendo o pasando.
Los expresivos ojos claros de la escritora española Irene Vallejo (Zaragoza, 1979), junto a su infatigable sonrisa, dan a entender de que ella siempre está dispuesta a escuchar con mucha atención y afecto a cualquier persona que se le acerque sólo para saludarla y comentarle, entre tanta admiración de por medio, sobre la experiencia y emoción de haber leído su libro más famoso, que hasta la fecha ya ha tenido varias ediciones y ha sido traducida a más de treinta idiomas. Me refiero al ensayo El infinito en junco (Siruela, 2019; Debolsillo, 2022; Debate, 2024).
Una vez llegado este momento, Irene Vallejo se olvida del cansancio producido por las innumerables giras y presentaciones a las que ahora está sometida, pues cada vez sigue teniendo muchos más lectores y seguidores en distintos países. Perú no es la excepción. Tampoco se toman en cuenta los tiempos o contratiempos que puedan surgir entre tantos viajes y conferencias. Para ella, como escritora, ya ni siquiera importan los minutos ni las horas que les dedicará a su público. En realidad, lo único que parece interesarle es conectar con la gente que quiere verla y oírla. Y en medio de todos estos requerimientos, Irene Vallejo nunca deja de brillar.
Aunque el mayor detonante es cuando empieza hablar con un tono de voz que es tan propio de la zona de España de donde ella proviene. Este suena entre dulce y pausado, por lo que se le percibe como una persona bastante delicada y afectuosa. Y es que su voz, junto a su pensamiento, o sus ideas, además del conocimiento que posee y maneja tan bien, terminan por mostrarla como alguien muy inteligente y sensible. Pero es su propio discurso lo que termina por hipnotizar a su público, sobre todo cuando se explaya en los temas que más le apasionan, que son los libros y la lectura, por algo estudió filología clásica. Es entonces cuando su audiencia, que puede ser lectora o no, cae rendida ante una figura que ha alcanzado el éxito total sólo por el hecho de leer, investigar y escribir.
Irene Vallejo llegó a Perú como invitada al Hay Festival Arequipa, que en esta nueva edición cumplió diez años. Aunque antes de arribar a la Ciudad Blanca, ella paseó primero por Lima. Gracias a sus redes sociales, donde es muy activa, se sabe que quedó maravillada con la Huaca Pucllana, tanto por sus locaciones como por la comida (no está demás decir que se trataba de comida peruana). Luego decidió contemplar nuestro mar con su horizonte brumoso desde una parte del malecón de Miraflores. El siguiente destino fue el centro de Lima, donde se tomó muchas fotos delante de antiguas iglesias sin dejar de observar los cerros que rodean la capital con sus diminutas casas coloridas que contrastan con el cielo gris. El punto central de este recorrido fue la Casa de la Literatura Peruana, sobre todo por el interés y la satisfacción que, a lo largo de su vida, le han producido las lecturas de nuestros grandes escritores. Entre ellos, dos nombres ilustres de nuestras letras serán mencionados reiteradas veces en cada una de sus presentaciones y entrevistas. El primero es el poeta César Vallejo, con quien no guarda ninguna parentela, pero sí un nexo bibliográfico-sentimental. El segundo es Mario Vargas Llosa, no sólo por la trascendencia de su obra, sino también por una gratitud muy personal que ella tiene hacia él.
Su primera presentación formal como parte del Hay Festival fue el miércoles 06 de noviembre en el Teatro NOS del Centro Cultural de la Universidad Católica. Parecía increíble, pero esa noche el teatro estaba lleno como si se tratara del estreno de una obra con grandes actores donde el público ya se mostraba dispuesto a disfrutar y a aplaudir de una función bastante especial. Lo cierto es que no se trataba de ningún espectáculo o proyección. Se trataba de la escritora española Irene Vallejo, quien hizo su ingreso al escenario seguido de muchos aplausos. La acompañaban las catedráticas peruanas Rosario Yori, Cecilia Esparza y Elizabeth Aylas. Cada una de ellas le formularon preguntas para que su invitada termine de cautivar y emocionar a los asistentes. Esta emoción se hizo presente desde el inicio cuando se contó el origen de El infinito en un junco, cuyas primeras páginas nacieron en medio de su dolor de madre mientras cuidaba en el hospital a su pequeño hijo Pedro, quien nació con serios problemas de salud. Para ese entonces, Irene Vallejo ya había publicado algunas novelas y ensayos que habían pasado desapercibidos, por lo que pensaba que había fracasado como escritora. Aun así, las ganas de seguir escribiendo se mantenían, pero con el problema de salud de su hijo sabía que iba a ser mucho más difícil. Fue en ese momento que decidió escribir lo que sería su último libro. Así lo había decidido, pues la idea ya le venía dando vueltas en la cabeza desde mucho tiempo atrás. Escribiría sobre la historia del libro como objeto y parte esencial de la humanidad. Lo haría como si se tratara de un libro de aventuras. Esa sería su gran despedida del mundo de la escritura. Lo que Irene Vallejo no sabía es que ese sería el inicio de todo esto.
Una de las preguntas que llamó la atención fue sobre la importancia de la inteligencia artificial que cada vez cobra más protagonismo en la vida de las personas. ¿Acaso este nuevo fenómeno de la tecnología podría afectar al libro? Y enseguida Irene Vallejo mencionó todas las batallas ganadas por este objeto que muchas veces había sido considerado como algo insignificante, pero que a través del tiempo cobró su debida importancia, sobre todo por mantener vivo el conocimiento. El libro ya había sobrevivido a los peores momentos de la historia, sean guerras o pandemias. También había sobrevivido a las censuras y a la presencia de tecnologías cada vez más avanzadas. La inteligencia artificial no sería la excepción. Más bien, hizo hincapié, que esta debería utilizarse como una herramienta a su favor y no como un arma peligrosa para el hombre. Y al culminar esta respuesta, al igual que las otras que le plantearon, cada una con sus respectivas explicaciones, el público aplaudió convencido de que estaban ante una mujer singular. Estaban ante una persona iluminada, razón suficiente para que de inmediato se forme una fila interminable apenas terminó el conversatorio. Todos los asistentes querían la firma y dedicatoria de Irene Vallejo.
Ella jamás imaginó que firmaría tantos libros después de su presentación en el Teatro NOS de la Universidad Católica. Se quedó hasta muy tarde, casi hasta la medianoche. Terminó agotada, pero contenta. Esa noche, antes de dormir, lo más probable es que tuviera presente a todas las personas que le demostraron su cariño y admiración. De seguro que hasta soñó con ellos, pero este sueño no duraría mucho porque al día siguiente debía estar temprano en el aeropuerto para tomar el vuelo hacia Arequipa.
Su idea era pasar desapercibida entre tantos viajeros con sus maletas y mochilas. Le costó encontrar la puerta de embarque a pesar de que la cambiaron en dos ocasiones. Iba acompañada de su esposo Enrique Mora, cineasta español, quien se caracteriza por tener el cabello lleno de canas a pesar de su juventud. Él es delgado y usa ropa ceñida. Otra característica en él es que siempre lleva a la mano una cámara fotográfica para registrar todos los momentos de este viaje. Lo hace con total dedicación porque se trata de su esposa, de su pareja, de la madre de su hijo Pedro, quien ya goza de buena salud al punto de dejarlo al cuidado de otros familiares.
Enrique siempre está pendiente de Irene. Se nota que es un hombre enamorado. También se nota que está muy orgulloso de lo que ha logrado su esposa, quien ahora goza del reconocimiento literario. Por eso no se cansa de tomarle fotos en cualquier circunstancia, sobre todo si ella está delante de sus lectores, tal como ocurrió la noche anterior. Esto mismo sucedió dentro del aeropuerto, pero a menor escala. El vuelo se había retrasado y poco a poco la gente empezó a reconocer a Irene Vallejo. Los que esperaban el mismo vuelo, sobre todo los que ya tenían sus entradas para el festival, llevaban a la mano El infinito en un junco, pues este título estaba destinado como lectura mientras duraba el viaje. Estos lectores afortunados jamás imaginaron que estaban a punto de viajar en el mismo avión con la autora del libro que tenían en manos. Entonces se fueron acercando a ella, primero de manera muy tímida para después hacerlo con total familiaridad, al punto de llevarla de un lado a otro dentro de la zona de embarque para presentarla a los amigos y familiares como la gran escritora que es. Y todo gracias a que Irene Vallejo nunca deja de mostrar su sonrisa tan amable y llena de gratitud a pesar de su evidente cansancio.
La primera presentación de Irene Vallejo en Arequipa fue en el Teatro Municipal de la calle Mercaderes. Fue el viernes 08 de noviembre a las 6pm. Una hora antes ya había empezado a formarse la cola de los asistentes. Cuando faltaban quince minutos para la charla, y antes de que el público ingrese al teatro, la cola llegaba hasta la siguiente cuadra. Aunque este tipo de aglomeraciones ya no les llama tanto la atención a los arequipeños, pues saben que son días de festival. No por algo han pasado diez años desde que llegó el Hay Festival a su ciudad.
A las 6 en punto Irene Vallejo apareció en el escenario para ser recibida por un teatro lleno de gente y con muchos aplausos. Esta vez la acompañaba la periodista peruana Patria del Río, quien confesó que ya había leído El infinito en un junco por tercera vez. Esta última lectura la hizo con mayor detenimiento desde que le informaron que ella compartiría mesa con la invitada especial de esta edición del festival. Los separadores y apuntes en las diversas páginas de su libro así lo confirmaban.
Este conversatorio llevaba por título “La invención de los libros” donde se empezó haciendo mención de cómo se ha registrado la memoria desde la antigüedad. En el caso peruano, los quipus también se pueden considerar una especie de escritura pues guardan en sus nudos cierta información. Luego se pasó a hablar de la censura de los libros al considerarlos herramientas poderosas para transmitir ideas y, más aún, para contar nuestra propia versión de la realidad. Se suma la cualidad de los libros para otorgar bienestar y salud, pues está confirmado de manera científica que leer en papel antes de dormir produce un sueño prolongado y placentero. No sucede lo mismo con las pantallas cuya luz puede producir insomnio o sueños interrumpidos. Por último, Patricia del Río le pidió que le resumiera la importancia de ciertos personajes como Alejandro Magno, Homero, Calímaco y un enigmático Él, creador del primer alfabeto. En esta pequeña lista también se incluyó a una mujer llamada Enheduanna, un nombre desconocido por muchos, por lo que era necesario explicar de quién se trataba. No voy a reproducir esta vez lo que Irene Vallejo dijo de Enheduanna sino que citaré lo que se dice de ella en su libro:
Mil quinientos años antes de Homero, Enheduanna, poeta y sacerdotisa, escribió un conjunto de himnos cuyos ecos resuenan todavía en los Salmos de la Biblia. Los rubricó con orgullo. Era hija del rey Sargón I de Acad, que unificó la Mesopotamia central y meridional en un gran imperio, y tía del futuro rey Naram-Sim. Cuando los estudiosos descifraron los fragmentos de sus versos, perdidos durante milenios y recuperados solo en el siglo XX, la apoderaron «la Shakespeare de la literatura sumeria», impresionados por su escritura brillante y compleja. «Lo que yo he hecho nadie lo hizo antes», escribe Enheduanna. También le pertenecen las más antiguas notaciones astronómicas. Poderosa y audaz, se atrevió a participar en la agitada lucha política de su época, y sufrió por ello el castigo del exilio y la nostalgia. Sin embargo, nunca dejó de escribir cantos para Innana, su divinidad protectora, señora del amor y de la guerra. En su himno más íntimo y recordado, revela el secreto de su proceso creativo: la diosa lunar visita su hogar a medianoche y la ayuda a «concebir» nuevos poemas «dando nacimiento» a versos que respiran. Es un suceso mágico, erótico, nocturno. Enheduanna fue -que sepamos- la primera persona en describir el misterioso parto de las palabras poéticas. (Vallejo, 2021, p.165).
Con esta cita se podría decir que Irene Vallejo también es una especie de nueva Enheduanna porque lo que ella ha hecho nadie lo hizo antes. No, por lo menos, al estilo como se cuenta en El infinito en un junco.
Lo que siguieron fueron más aplausos y una cola interminable para la firma de libros. Pero lo que sorprendía no era la cantidad de gente que había sino la dedicación y tiempo que tuvo Irene Vallejo para cada persona que esperó paciente su turno sólo para recibir su firma junto a su respectiva foto. Como era de esperar, esta firma duró más de tres horas.
La segunda presentación de Irene Vallejo en Arequipa fue una de las más aplaudidas debido al torrente de emociones que produjo para todos los asistentes. Se realizó el sábado 09 de noviembre a las 10 am otra vez en el Teatro Municipal de Arequipa. En esta ocasión la acompañaron el fotógrafo argentino Daniel Mordzinski, también conocido como el fotógrafo de los escritores, y el escritor peruano Jeremías Gamboa. Este último estaría a cargo de guiar la conversación, para ello tenía una serie de preguntas que iba intercalando entre Irene Vallejo y Daniel Mordzinski. La idea era crear una alternancia entre la palabra y la imagen. Aunque antes de empezar la sesión Daniel Mordzinski leyó una lista de escritores valencianos como una forma de tenerlos presentes debido a la tragedia climática que acababa de sufrir esta zona de España. Y enseguida Irene Vallejo se puso de pie, tomó un arreglo floral que estaba encima de la mesa central y lo colocó en el borde del escenario como si se tratara de una ofrenda. Los primeros aplausos no se hicieron esperar. Lo que siguió a continuación fueron una serie de preguntas con sus respuestas sin dejar de proyectarse las fotos de Daniel Mordzinski hechas a distintos escritores, desde los más célebres como Jorge Luis Borges y García Márquez hasta las escritoras más recientes de la literatura latinoamericana como las mexicanas Valeria Luiselli y Brenda Navarro o las peruanas Claudia Ulloa y María José Caro. Pero una de las mayores emociones fue cuando aparecieron las fotografías hechas a Mario Vargas Llosa, muchas de ellas dentro del ámbito familiar. Se suma el audio que se había preparado para esta proyección con la voz de nuestro Premio Nobel, lo que hizo llorar a todos los presentes. Para ese momento Irene Vallejo mencionó la infinita gratitud que aún le tiene a Mario Vargas Llosa, no sólo por las obras que escribió, y que la acompañaron a lo largo de su vida, sino por las palabras que él le dedicó después de haber leído El infinito en junco, lo que sirvió para que el libro llame la atención de un mayor público y sus ventas se multipliquen al igual que sus traducciones. Este es un fragmento de las palabras del Premio Nobel sobre el libro de Irene Vallejo: “Muy bien escrito, con páginas realmente admirables […] Tengo la seguridad absoluta de que se seguirá leyendo cuando sus lectores de ahora estén ya en la otra vida”.
Otro de los momentos más emocionantes fue cuando Jeremías Gamboa le entregó a Irene Vallejo, bajo la complicidad de Enrique Mora, el ejemplar de Trilce de César Vallejo, cuya vieja edición de Losada fue comprada por su padre de manera clandestina a inicios de los años 70 en España cuando aún no se pensaba que la dictadura de Franco entraba a su recta final. El padre de Irene Vallejo, quien lleva dos veces el apellido Vallejo, tanto por padre y madre, se sintió tan deslumbrado por la poesía de nuestro compatriota que le hubiese gustado encontrar una pequeña relación familiar, pero al no hallarla, lo adoptó como su poeta de cabecera y también como medio para enamorar a la madre de Irene Vallejo, quien también quedó deslumbrada con estas palabras convertidas en poesía, al punto que aún tenía guardada esa vieja edición de Losada en su casa como si fuese el mejor recuerdo de ese noviazgo que luego se convirtió en un matrimonio y en una familia. Con ello se podría decir que Irene Vallejo es producto de esa unión, por eso siempre confirma que gracias a Trilce de César Vallejo ella existe. En otras palabras, Irene Vallejo le debe la vida a César Vallejo.
Otra anécdota sobre la obra de César Vallejo fue cuando confesó que en uno de sus versos encontró la palabra adecuada para incluirla como parte del título de este ensayo que la ha llevado a disfrutar de grandes e inolvidables momentos. Se trata del poema “Idilio muerto” que se encuentra en el libro Los heraldos negros. Y como parte de esta confesión, ella mencionó que para completar la composición de este título también recurrió a Borges, en especial cuando el poeta ciego desarrolla en su obra el término “infinito”. Es a partir de la obra de estos dos grandes poetas que surge el título El infinito en junco. Y para confirmarlo, Irene Vallejo recitó de memoria el poema en mención que sus primeros versos dicen lo siguiente: Qué estará haciendo esta hora mi andina y dulce Rita de junco y capulí; / ahora que me asfixia Bizancio, y que dormita / la sangre, como flojo cognac, dentro de mí.
Una vez más, los aplausos no se hicieron esperar.
Como colofón a esta presentación volvieron las fotografías de Daniel Mordzinski a más escritores. Entre ellas sobresalía una que le hizo a Irene Vallejo en el Hay Festival de Cartagena de Indias en Colombia. Daniel Mordzinski había convencido a Irene Vallejo de caminar por el borde de una de las murallas que cercan la ciudad antigua de Cartagena. Corría un viento fuerte a pesar de ser verano. Y es que la muralla se impone a lo largo del mar caribe entre largos pasadizos y anchos baluartes. Allí Irene Vallejo lleva una mantilla negra que extiende con los brazos. Parece que quisiera volar. Tiene el cabello alborotado y los bordes de su vestido rojo se agitan con el viento. Detrás de ella posan tres gaviotas en el cielo cuyo momento preciso queda capturado por la cámara de Daniel Mordzinski. El resultado es una foto maravillosa donde Irene Vallejo parece que está a punto de volar. Se encienden las luces del teatro y la gente aplaude de pie. Irene Vallejo se acerca para agradecer y parece que otra vez fuera a volar tan igual como sucedió con Remedios, la bella, pero no para perderse en el cielo arequipeño, sino para extraviarse esta vez entre la multitud que de nuevo aclamaba una maratónica sesión de firmas que ella estaba dispuesta a cumplir.
La tercera y última presentación de Irene Vallejo fue en la Casa Tristán del Pozo ubicada de la calle San Francisco. Esta vez el local era más chico, pero igual se llenó sin dejar ningún asiento vacío. Para ese momento Irene Vallejo ya tenía una legión de fanáticos que la seguían a donde fuera. En esta ocasión la acompañaba la historiadora y catedrática peruana Natalia Sobrevilla para hablar de la importancia de los archivos históricos. Se sumaba a esta conversación Magally Alegre Henderson, profesora de la PUCP y jefa del Archivo Histórico del Instituto Riva Agüero. Y en vista de que Irene Vallejo estaba acompañada por dos historiadoras peruanas que aún mantienen una lucha por preservar el Archivo General de la Nación, fue inevitable no hablar de todas las falencias y problemas que tenemos los peruanos, en especial el Estado, para valorar este legado histórico que es incalculable, pero cuyo destino final sigue siendo incierto. Entonces Irene Vallejo hizo magia una vez más con sus palabras. Habló tan bien del trabajo que implica preservar este tipo de memoria que Magally Alegre Henderson rompió en llanto. Irene Vallejo se puso de pie y la abrazó. Quería consolarla, pues entendía muy bien el motivo de sus lágrimas. Muchos de los presentes también nos sentíamos igual. Sólo las palabras de Irene Vallejo lograron darnos consuelo.
Sin duda que se podría seguir contando más anécdotas sobre la visita de Irene Vallejo en Perú, tanto en Lima como en Arequipa. Decir por ejemplo que se quedó sorprendida con la comida o con la piedra blanca de sillar con la que fue construida la Ciudad Blanca. Decir también que en este tercer viaje se ha sentido mucho más querida por los peruanos. Sucedió casi lo mismo las dos primeras veces que vino como turista, pero en esta ocasión la acogida y el cariño han sido en una mayor magnitud, y todo gracias a El infinito en un junco. Aunque, cabe aclarar e informar, que ya circulan sus libros anteriores como para que sus fanáticos se conviertan en unos verdaderos hinchas. Entonces no queda más que seguir leyéndola, tanto su producción previa como la que está por venir, porque el año que viene otra vez se encerrará en sus cuarteles para darle vida a un nuevo libro, y con ello surge la posibilidad de que nos pueda visitar por una cuarta vez.
No deseo acabar esta crónica sin hacer mención de la foto central que le hizo Daniel Mordzinski a Irene Vallejo, y que es una verdadera obra de arte. Irene Vallejo lo describe de la mejor manera en sus redes sociales: “Mi pedazo de cielo, según la mágica cámara de Daniel Mordzinski. Tomamos esta imagen en los baños del monasterio de Santa Catalina en Arequipa. El óculo abierto en la bóveda servía para calentar el agua de la alberca donde se aseaban las monjas. La fotografía es tan potente que casi parecería un montaje, pero doy fe de que no lo es”.
Y ante estas palabras, no queda más que ceder a la imagen como punto final.