Afectos y violencia
Por Omar Guerrero
Hijos de la guerra (Hipocampo Editores, 2020), Premio Luces 2020 en la categoría cuento, del escritor peruano Enmanuel Grau (Lima, 1987) contiene ocho relatos donde sobresalen dos tópicos específicos: los afectos (sean de pareja, familiares, amicales o literarios) y la violencia. Esta última se desarrolla tanto en el espacio urbano que hace referencia al barrio y a la collera (y cuyo antecedente se puede encontrar en la obra de Oswaldo Reynoso, Julio Ramón Ribeyro y en el primer Vargas Llosa). Esta violencia colinda, a la vez, con lo marginal. Se manifiesta también con lo vivido en la época del terrorismo en el Perú, sobre todo en espacios distantes o periféricos.

El primer cuento, que precisamente remite a los afectos, se titula «Guerra perpetua», cuyo personaje principal es Georgette Phillipart, la viuda de César Vallejo. Ella es la narradora que cuenta en primera persona una serie de hechos relacionados a su vida de pareja y también en sus anhelos como mujer, precisamente con la maternidad. El tiempo y espacio de esta historia se ubica, en un primer momento, en el penúltimo día de vida de Georgette, pues al inicio del cuento se señala como paratexto el lugar y la fecha del despliegue de esta voz narradora: Maison de Santé / Lima, 3 de diciembre de 1984 (ella fallece un día después). Y menciono este tiempo y espacio como primer momento porque remiten a un segundo espacio y tiempo que corresponde al último día de vida del poeta en París (1938), cuando él se encuentra en la clínica agonizando (las frases: «me dijo, con un hilo de voz» y «Y tus ojos arden, tus ojos arden» guardan relación al momento previo a su muerte). Este efecto de tiempo sobre tiempo, además del tema literario, no solo colocan a este cuento como el mejor del libro. Se suma el uso de un lenguaje intimista y lleno de sentimientos que muestran, o recrean, a través de la ficción, los momentos que vivía la pareja, más aún con el contexto de la Guerra Civil Española y con el último libro con el que se cierra la obra total del poeta:
[…] Él intentó abrazarme. Me solté, fui hasta la mesa, tomé las cuartillas y las arrojé sobre la estufa. Nos quedamos mirando en silencio cómo ardían. ¿Qué si me siento culpable, qué si tengo remordimientos? Me parece que no. A estas alturas ya todo está saldado. Recuerdo que entonces estalló lo de España y el incidente, junto al libro, quedó olvidado. O eso creí. Cuando César enfermó, juré ocuparme de todo, con tesón, como lo he hecho siempre, hasta ahora. Incluso, había decidido entregar el libro, nuestro hijo de la guerra a los editores. Pero todo cambió la última vez que lo vi en la clínica. Entré en el cuarto y con solo mirarlo supe que él lo sabía todo. (p. 15)
El segundo cuento se titula «La Pampa». Sus personajes son unos jóvenes que transitan en determinada zona de Lima. La mención del Cerro San Cristóbal, el jirón Madera, el Mercado Modelo y un arenal (La Pampa) donde ocurre el desenlace de esta historia define el comportamiento y el nivel socioeconómico de los personajes, lo que brinda un aporte a la literatura peruana en temáticas urbano-marginales, muy al estilo de Enrique Congrains o el mismo Oswaldo Reynoso. Se suma el lenguaje procaz y su comportamiento violento correspondientes al segundo tópico que prima a lo largo de libro. Aunque en este cuento también se encuentran los afectos amicales y fraternos. Lo mismo podría decirse del cuento «Al otro lado del río» donde la violencia se manifiesta en otros ámbitos que van más allá de las personas:
No sé por qué recordé lo que habíamos hecho la otra vez. Estábamos por Puente Trujillo. Cerca de un basural unos perros rugían con furia sobre un gato. Lo habían malogrado a punta de mordiscos. Los espantamos con piedras: ¡lárguense, fuera! El gato estaba allí, todo magullado y nos miraba con ojos que parecían humanos. (p. 80)
En este mismo cuento, la presencia del río y el lodazal de los alrededores, junto con el olor y la oscuridad del espacio, además de la mención de otras grandes arterias de la ciudad, como la avenida Francisco Pizarro (p. 89), sirven para que la mayoría de los lectores, sobre todo para los lectores peruanos y limeños, reconozcan y ubiquen al distrito del Rímac como escenario principal. Para los lectores foráneos es necesario mencionar que se trata de un distrito bastante antiguo que se fundó en el siglo XVI en el inicio del virreinato del Perú. Además, se caracterizaba por albergar a buena parte de la población afrodescendiente e indígena y es donde se funda el legendario barrio de Malambo, de mucha tradición artística y culinaria. En este distrito, también se construye la famosa Alameda de los Descalzos, escenario de muchas historias virreinales. Es allí donde la Perricholi realizaba sus famosos paseos vestida de tapada. Este lugar aún existe en la actualidad, pero, desafortunadamente, no es considerado dentro del circuito turístico por su nivel de inseguridad. La representación de este emblemático distrito no es recurrente en la literatura peruana última. Su antecedente más cercano (si es que no caigo en el error ante la falta o desconocimiento de otras lecturas) es la novela Malambo de Lucía Charún-Illescas, además de algunas Tradiciones peruanas que toman este distrito como escenario («Un cerro con historia», «Don Dimas de la tijereta», «El castigo de un traidor» o «Pancho Sales el verdugo»).[1] Por tal razón, se pueden considerar estos cuentos de Enmanuel Grau sobre el Rímac como un considerable aporte.
Otro de los cuentos que también se desarrollan en este distrito (sobre todo por su mención -otra vez- a La Pampa, además de La Huerta y a centros educativos como Lucy Rynning, el Patrocinio y Esther Cáceres como lugares de atracción para sus personajes varoniles) corresponde al cuento que le da nombre al libro: «Hijos de la guerra», cuya historia gira en torno a un acto violento desencadenado también por personajes jóvenes, específicamente por escolares de secundaria. Por otro lado, la mención de un personaje de nacionalidad chilena remite, irremediablemente, al episodio de la Guerra del Pacífico, e incluso, a las diferencias raciales que aún existen, sobre todo en una ciudad como Lima. Otro punto en común son las peleas callejeras entre bandos juveniles a partir de un afecto quebrado.
Siguiendo con el tema de la violencia, esta se aborda en referencia al periodo de la guerra interna y/o terrorismo, sobre todo en sus consecuencias. Sucede en cuentos como «Desborde en la penumbra» y «Recuerdos de Chepén». El primero transcurre en un espacio que ya no es precisamente rural. Este corresponde al crecimiento de la ciudad, a sus extensiones, muy a pesar de que no forma parte de un gran urbanismo debido a su distancia. En esta ocasión, se trata de un distrito alejado y en formación cuyo nombre es Santa María, que también cuenta con un río y con otra amenaza latente proveniente de la misma naturaleza. Aunque la amenaza mayor corresponde a las explosiones, a la falta de luz y a las incursiones de un grupo armado que detiene y tortura a sus pobladores si es que se resisten a sus órdenes. Las acciones tendrán sus adeptos, pero también sus opositores. Esta diferencia trae consigo un cuestionamiento a los afectos familiares, sobre todo entre padres e hijos. Se suman los desastres naturales como los deslizamientos y huaicos tan comunes en estas zonas periféricas:
Las noticias sobre las explosiones llegaban a Santa María con los periódicos, pero no habían ocurrido antes, ni siquiera en la parte más alta del valle. Por eso, cuando el fluido eléctrico dejó de funcionar, después de que las torres de alta tensión colapsaran, supimos que enfrentábamos algo mayor, una calamidad que no era inocente y ciega como la fuerza de la naturaleza. (p. 35)
La violencia del terrorismo y sus consecuencias también llegan a otras zonas fuera de la capital, especialmente en ciudades o pueblos de la costa norte. Ocurre en el cuento «Recuerdos de Chepén». Aquí el personaje femenino se encuentra en un conocido balneario tratando de tener unas vacaciones que la ayuden a olvidar el dolor sufrido por los acontecimientos de violencia, pero este sosiego resulta imposible. Su relación con otros amigos y extraños la hace sentir vulnerable:
Tú despiertas. Lees otra vez, como cada mañana: «En acción heroica el mayor Ramírez fue abatido anoche por una cuadrilla de Sendero, después de combatir en desventaja unas cuatro horas». Cuando bajas a la recepción, Claudia ya tiene media hora esperando. La acompaña Richard y tú apenas reconoces en ese hombre serio y amable al muchacho de entonces. (p. 98)
Lo peor de todo es que el sufrimiento persiste. Solo el recuerdo queda como un consuelo. Esto mismo imposibilita un final resolutivo. La resignación es la única salida. Algo similar ocurre con el cuento «Instrucción final», que remite a otro tipo de violencia, relacionada en parte con el terrorismo, o con los rezagos que quedan de ello en determinadas zonas del país. Los personajes aquí son militares: soldados provenientes de provincias. Uno de los escenarios es la sierra sur del Perú. Este espacio presenta un clima totalmente opuesto al cuento precedente (asumida como una visión representativa de la diversidad de nuestro país). Se suma el uso y efecto de tiempos intercalados. El inicio, por supuesto, menciona una evidente violencia (y tragedia) tan propensa en la vida militar donde los errores se pagan caro:
Hace algún tiempo Santos murió dinamitado en Juliaca, en las alturas del Perú, mientras el pueblo entero preparaba la fiesta de la Candelaria. Ocurrió durante unas maniobras militares de instrucción que debían graduarlo en su cargo de alférez y que por descuido (esto consignan los informes que encontré en el archivo militar) no pudo celebrar en vida, sino en una capilla ardiente, acompañado de cachacos contritos, rodeado por las heladas de la puna. (p. 104)
Finalmente, hago mención del cuento «Juanrra». Otro de los mejores de este libro, sobre todo por desarrollar el afecto literario, más aún con la poesía. Este cuento aborda la admiración hacia un poeta trascendental en la literatura peruana última, más aún por tratarse de un miembro fundador del reconocido grupo Hora Zero. Me refiero al poeta chiclayano Juan Ramírez Ruiz. Es inevitable no encontrar una influencia de Roberto Bolaño a lo largo de esta historia, pues sus otros personajes son precisamente unos jóvenes poetas universitarios apasionados por la literatura que admiran la obra de este poeta mayor. Vale la pena considerar también la relación del mismo Bolaño con los poetas de este movimiento para entender esta actitud y pasión hacia las letras. Pero vayamos a los personajes. Primero en referencia a los poetas jóvenes universitarios que buscan un ejemplo y paradigma como Juan Ramírez Ruiz. Así es como se presenta a uno de ellos:
La tertulia se hundía en el sopor, cuando en la mesa de lectura hizo su aparición un muchacho más o menos de nuestra edad. Rechazó el micrófono que le ofrecieron y no tomó asiento en la silla que le estaba asignada, sino que procedió a acuclillarse en el suelo. Entonces Julio y yo escuchamos el poema más increíble que habíamos oído a un chico como nosotros. Este hablaba, en un tono sublime, de algunos espacios de la ciudad jamás pensados como poéticos, como, por ejemplo, los suburbios del Rímac, rutas de travestis golpeados en la noche cerrada que eran rechazados de los hospitales por no tener documentos de identidad, o sobre los cachacos de palacio de gobierno, muertos de hambre mirando estúpidamente la Plaza Mayor de Lima, deseando incendiarla. Se llamaba Pepe y desde esa madrugada en que nos emborrachamos hablando de poesía, formamos un tridente inseparable. A diferencia nuestra, Pepe era un poeta de la noche; es decir, conocía de sobra los lugares donde se leía y comentaba poesía. (p. 55)

Estos jóvenes amantes de la poesía, estudiantes de letras en una universidad nacional, cuyo local se encuentra en el mismo centro de Lima, desean desarrollar sus proyectos poéticos guiados por la obra de Juan Ramírez Ruiz. Es así como el poeta mayor se hace presente en esta historia:
Una voz grácil dio inicio al evento. Juanrra permaneció inerme en el escenario, escuchando distraídamente a sus compañeros de generación que leían sus poemas o contaban anécdotas o chistes hasta que le tocó hablar de él. Alguien puso sobre sus manos el micrófono y en la sala del Gremio de Escritores hubo un silencio prolongado y denso o elocuente. Juanrra golpeó con los dedos el aparato, carraspeó una, dos veces y dijo que la poesía era algo que él no podía explicarse sin los amigos aquí presentes y también otros que no habían podido llegar por falta de recursos o ganas o incluso debido a la desgracia. Entonces, como obedeciendo a un impulso o un mandato, Juanrra leyó el más hermoso de sus poemas. Este hablaba sobre un poeta y su ciudad. Un poeta que ha perdido su ciudad y sus libros (mencionaba la cantidad de libros) producto de un terremoto. (p. 61)
Es precisamente la desgracia, mencionada en este fragmento, la que impide el regreso o el retorno de los amigos. Esta se presenta aquí como un anticipo para otorgar un fin trágico y triste a esta historia, pero, a la vez, esperanzadora solo a través de la poesía.
A partir de lo expuesto, se puede determinar que Hijos de la guerra es un gran inicio en la carrera literaria de un escritor como Enmanuel Grau, no solo por su bagaje de lecturas y experiencias, sino también por su misma propuesta. Eso sí, y esto corresponde a la edición del libro, habría que tener mayor cuidado al momento de la diagramación. Aunque este tema ya corresponde al editor y no precisamente al autor.
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Datos del libro reseñado:
Enmanuel Grau
Hijos de la guerra
Hipocampo Editores, 2020
Puntaje: 4.5/5
[1] También se podrían citar algunas obras de José Diez Canseco o de Alfredo Bryce Echenique, donde se menciona este distrito, aunque sus personajes y/o protagonistas no son precisamente citadinos o moradores de este espacio.