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Reseña: La dificultad del fantasma (2024) de Leila Guerriero

Tras los pasos de Truman Capote y A sangre fría

Por Omar Guerrero

La dificultad del fantasma. Truman Capote en la Costa Brava (Anagrama, 2024) de la periodista argentina Leila Guerriero (Junín, 1967) es una breve crónica sobre la estadía en España del autor de la famosa novela A sangre fría, considera el punto máximo de su carrera literaria por todo el tiempo que le dedicó, convirtiéndola de inmediato en la más sobresaliente en el campo de la no ficción para la literatura norteamericana. Y, por qué no, también a nivel mundial. Al mismo tiempo, como si se tratase de una ironía, este libro significó el inicio de su debacle literaria y personal.

En estas páginas, Leila Guerriero sigue las huellas de Truman Capote, quien llegó a este lado de España en 1962 con la idea de encerrarse a escribir la que sería su mejor novela. Y así lo hizo. Aunque en esta larga estadía él no se privó de transitar por sus calles, además visitar y concurrir ciertos locales, llegando a cruzar una que otra palabra con algún residente, sea hombre o mujer, quienes años después darían fe de la presencia de tan connotada personalidad. Porque valgan verdades, Capote sí que era una personalidad. Así se le describe en las primeras páginas:

Es bajo, muy rubio, delgado, pérfido, inteligente, egocéntrico, escritor convencido de ser el mejor entre los suyos, alguien que ha logrado en relativamente poco tiempo hacerse un nombre y abrir las puertas del cielo. (p.12).

Leila Guerriero llegó a esta zona de España en abril del 2023 después de escribir su galardonado libro La llamada. Un retrato (Anagrama, 2024). Se hospedó en una residencia de escritores cuyo único fin es desarrollar proyectos de escritura el tiempo que dure su estadía en este lugar. Allí Leila Guerriero compartió la casa con los escritores españoles Sabina Urraca y Marcos Giralt Torrente, quienes también desarrollaban sus debidos proyectos. En esta ocasión, el proyecto de Leila Guerriero era Truman Capote. Ella llegó a esta casa como relevo del escritor catalán Pol Guasch, con quien conversó después de haber salido a correr la primera mañana como parte de sus infaltables hábitos antes de volcarse a la escritura. Lo curioso es que mientras corría se hizo una herida en el brazo sin darse cuenta. Tenía sangre. Era otro indicio de que allí debía escribir sobre A sangre fría.

El primer rastreo o búsqueda fue la lectura de las biografías sobre Capote. Gracias a estas publicaciones se sabe que su verdadero nombre era Truman Streckfus Persons y que nació en Nueva Orleans el 30 de septiembre de 1924. Su madre se llamaba Lillie Mae, quien años después se casó con un exitoso hombre de negocios llamado Joseph García Capote. Es entonces que Lillie se cambió el nombre a Nina Capote. Truman después hizo lo mismo. Ambos adoptaron este apellido. Aunque el mayor recuerdo que él guardaba de su madre durante su infancia fue cuando lo dejaba encerrado en las habitaciones de los hoteles donde se hospedaban, dejando la orden expresa en recepción de que nadie le abriera la puerta al niño, así llorara y gritara. Más que un recuerdo, era un trauma.   

La historia de A sangre fría empezó para Capote una mañana cuando leyó una noticia en el New York Times sobre un asesinato múltiple a todos los miembros de una familia ocurrido el 16 de noviembre de 1959 en Kansas. A partir de ese momento sintió un impulso creativo. Necesitaba escribir sobre estas muertes. También necesitaba escribir sobre los asesinos. Es entonces que primero se propuso hacer un reportaje. Viajó a Kansas acompañado de su amiga Harper Lee, quien le facilitó una serie de entrevistas para recabar información de ambas partes, sobre todo de las víctimas: la familia Clutter. Para ello entrevistó a varios vecinos. En el caso de los asesinos, Truman Capote logró tener cercanía con Perry Smith y Dick Hickock, lo que significó un giro completo para él. Su reportaje se convertiría en algo mayor:  

No siempre sucede, pero hay instantes en los que las historias empiezan a transformarse en otra cosa, en los que un periodista debe deponer las ideas que tenía acerca de aquello que iba a contar, admitir que ha perdido el control y cambiar de rumbo. Ese instante llegó para Capote cuando vio a los dos hombres esposados descender del auto de la policía. La historia dejó de ser la historia de Holcomb y empezó a ser la de los asesinos. Ese viraje lo cambió todo. En el libro y en su vida. (p.14).

A partir de este contacto se dieron una serie de entrevistas donde Capote sacó a relucir su capacidad como periodista, pues no sólo les brindó su confianza, sino que hasta llegó a manipularlos para saber toda la verdad. Es en este punto que Leila Guerriero menciona la ética del periodista y hasta qué punto se cruza determinado límite con tal de obtener información para contar una historia que ya se ha convertido en una obsesión. Otro punto a resaltar en esta etapa es que Capote no grababa sus entrevistas porque recordaba muy bien toda la información que recibía, lo que se considera un prodigio. Después contaba todo lo memorizado a través de la escritura sin tomar en cuenta si dejaba bien o mal parados a sus entrevistados.

Junto a las lecturas de estas biografías, Leila Guerriero salió a buscar más datos por su cuenta. Primero llegó a hospedarse en el hotel donde se quedó Capote por unas cuantas noches. Conoció la habitación 213 donde él durmió antes de conseguir un lugar más amplio y apropiado; pues, para ese momento, tenía el aval de sus editores para cumplirle cualquiera de sus extravagancias. Además, él ya había logrado juntar un enorme capital económico que le permitía desarrollar su escritura sin ningún problema. No importaba si lo hacía en compañía de su pareja Jack Dunphy, o sus mascotas, quienes también viajaron a España.

Otro lugar que Leila Guerriero encontró fue la casa que Capote alquiló en la playa Catifa a pesar de las distintas versiones que recibió. Lo único cierto es que existió una placa en el pueblo de Palamós desde 2020 que hacía mención a la visita de Capote. Sin embargo, esta placa fue robada, tal vez por un admirador.

Parte de sus investigaciones consistió en buscar a gente mayor, muchos de ellos ancianos, que por lo menos recordaran la estancia de Capote en Palamós. De esta manera llegó a tener los siguientes testimonios donde más se hacía hincapié sobre su homosexualidad:

Aquí le tenían simpatía. Le decían «el maricón», pero era simpático y además la gente que trataba con él se ganaba la vida. La señora que iba a limpiar, el señor Samsó. Todo el que se acercaba a él recibía dinero. Pero si tú vas a concurso de televisión y preguntas: «¿Dónde escribió Truman Capote A sangre fría?», raramente el participante te dirá que fue en Palamós. ¿Tú leíste la novela de Màrius Carol? (p.74).

-Bueno, todo el mundo sabía que era un homosexual muy exagerado. Pero no se tenía por qué hablar mal, si no había hecho nada, el pobre hombre. Había gente que quizás no toleraba la homosexualidad pero tampoco se relacionaba con él. Él se relacionaba con gente que iba a comprar y tenían que tratarlo bien. Tenía una voz muy aguda. Era muy amanerado con los gestos. Y muy bajito. No es que fuese feo ni mucho menos, pero hacía estas expresiones tan amaneradas. Para una mujer no era atractivo. El que era atractivo era el Ruark. Sabía tratar a las mujeres. Todas se colaban. (p.79).

Pero quizá el mayor rastro de Capote manifestado durante esta estadía se debía a la posible presencia de un fantasma: anécdota de donde nace el título de esta crónica. Según el escritor Marcos Giralt Torrente sentía algo extraño en las madrugadas cuando iba al baño. Algo similar le sucedía a Sabina Urraca, quien, para desprenderse de estas suposiciones, o creencias, se le ocurrió escribir el siguiente mensaje suponiendo que este fantasma de Capote se presentara mejor ante Leila Guerriero, quien sí estaba muy interesada en él: “Pichorrica: Leila´s room is across the way. Thank you”.

A esto se suman otras anécdotas como la que le contó Rodrigo Fresán cuando se encontró a Truman Capote en Madrid antes de que falleciera. Fue en un bar irlandés. Allí Rodrigo Fresán logró reconocerlo por el tono de su voz. Capote estaba mareado. No era el mismo de antes. Fresán se acercó a preguntarle si él era Truman Capote, a lo que el escritor norteamericano sólo atinó a responder: “I used to be Truman Capote”. Era el final de su carrera.  

Otra muestra de esta debacle fue que A sangre fría no ganó el Pulitzer ni el National Book Award. Lo que sí sucedió con Los ejércitos de la noche de Norman Mailer.  Esto provocó la ira y frustración de Capote. Esta ira la desembocó en su siguiente novela, Plegarias atendidas, que fue un fracaso.

Otras animadversiones literarias recaían sobre Joyce Carol Oates y John Updike, a quienes Capote odiaba. En cuanto al ámbito musical, a Mick Jagger lo consideraba un pelmazo, y Bob Dylan lo aburría.

Por último, Leila Guerriero, como cualquier lector de Capote, reafirma que A sangre fría es la novela de no ficción más importante de la literatura a pesar de no haber recibido ningún premio. Sin embargo, no es la primera novela con estas características. Leila Guerriero expone lo siguiente:

En 1957, casi diez años antes de que Capote dijera estas cosas, en la Argentina un hombre llamado Rodolfo Walsh, hasta entonces traductor del inglés y autor de cuentos portentosos, había publicado Operación Masacre, una historia de no ficción sobre una serie de fusilamientos clandestinos cometidos por el Estado en la que utilizó elementos formales de la ficción. Así como Harper Lee fue la llave maestra de Capote para hablar con los vecinos de Kansas, Walsh tuvo la compañía de una jovencita, Enriqueta Muñiz, que fue con él a todas partes y cuyos modos, menos hoscos, permitieron que los sobrevivientes y los deudos los recibieran. (pp.101-102).

Operación Masacre afectó profundamente a la vida de Rodolfo Walsh, hasta entonces un hombre de ideas conservadores que cambiaron radicalmente después de ese libro, al punto que en 1973 se transformó en militante montonero, una guerrilla armada de izquierda, y el 25 de marzo de 1977, cuando hacía un año que la dictadura había tomado el poder en la Argentina, fue acribillado en la calle por un grupo de tareas de los militares y aún sigue desaparecido. (p.103).

No hay duda de que los ejemplos de Capote y Walsh dan para producir más escrituras de no ficción. Leila Guerriero es la elegida para esta tarea. La dificultad del fantasma es una muestra de ello.

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Leila Guerriero

La dificultad del fantasma. Truman Capote en la Costa Brava

Anagrama, 2024

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Reseña: Al pie de las hambres (2024) de Orlando Quevedo

Precariedad y miseria

Por Omar Guerrero

Al pie de las hambres (Colmillo Blanco, 2024) del escritor peruano Orlando Quevedo (Lima, 1992) fue una de las novelas más destacadas del año pasado por toda una serie de razones que la hicieron sobresalir dentro de las publicaciones literarias hechas en Perú. La primera de estas razones, y la más contundente, se debe al hecho de mostrar la precariedad y miseria que proliferan dentro de los espacios urbano-marginales de Lima. Y es que su historia se ambienta en un asentamiento humano llamado El Porvenir, en San Juan de Lurigancho, donde la pobreza no es el único problema que enfrentan sus pobladores, pues el infortunio y la violencia son otros de sus ingredientes, además de la frustración y la desesperanza. Cada uno de estos hechos y circunstancias traen consigo una serie de decisiones radicales.

Otra de las razones de su relevancia como novela, y asombro, es la brevedad de sus capítulos (57 en total), que se presentan, en su mayoría, como recuerdos (muy malos recuerdos). Entre ellos llama la atención algunos capítulos donde la numeración se presenta a modo de listado (check list), también de manera muy breve. Aquí un ejemplo:

               Lista de cosas que aterran a las personas:

                              –Los perros callejeros

                              –La falta de dinero

                              –Los gallinazos en la oscuridad

                              –La incertidumbre

                              –Dormir en la calle

                              –Las cicatrices

                              –El frío (p.14)

El protagonista principal de esta historia es Remigio, quien tiene una serie de imposibilidades como andar en silla de ruedas o no poder hablar bien. Y a pesar de esta discapacidad, él sobrevive vendiendo golosinas en la calle o en el cementerio. Allí se convierte en testigo de muchas cosas que pasan en su barrio. Se suma lo que ocurre dentro de su casa, con su propia familia. Una muestra de ello es la actitud de su madre, llamada Espíritu, quien toma la decisión de suicidarse por todo lo malo que ocurre en su vida, incluidas las vicisitudes que en un momento llegó a afrontar con coraje cuando era una activista. Sin embargo, con el transcurrir del tiempo, su actitud ha cambiado mucho, por eso ha tomado la determinación de quitarse la vida, no sin antes planificar su muerte dejando en claro una serie de instrucciones para su velorio y sepelio.

Otro hecho que marca a la familia es la ausencia del padre, quien ha fallecido producto de una terrible enfermedad. Esto afecta a todos sus miembros, en especial a los hijos, quienes no pueden evitar compararse con sus progenitores a partir del esfuerzo y dedicación que llegaron a tener en el pasado:

Mi papá luchó a capa y espada por defender a los obreros en su trabajo y mi mamá hizo todo lo posible por sacar adelante a El Porvenir con mi tía y las mujeres de Magda Portal. Pelearon por algo noble y fuerte. Los dos. Pero ni Víctor ni yo fuimos como ellos. Aunque hubiéramos nacido en palacios, nuestra vida hubiera sido la misma. (p.31).

En cuanto a los hermanos de Remigio, estos guardan ciertas características que resultan contradictorias en la configuración de la novela. Primero está el caso de Víctor, quien, con su lenguaje soez, muestra en mayor magnitud su condición de marginal relacionada de manera ineludible con la violencia. Esta última se desemboca, incluso, en su propia familia. Aquí es donde surge uno de los pocos problemas que tiene la novela, sobre todo al cederle la palabra a este personaje para que pueda despotricar, amenazar e insultar a sus anchas, pues su forma de hablar se opone, sin duda, al lenguaje que usa el narrador-personaje, que sí un acierto. Aquí un ejemplo convincente al describir al personaje de la hermana:

Hasta entonces, Asunción había sido un ave. Hecha guijarro, ya no supo alzar el vuelo. Levitaba aún sobre nuestras cabezas, lejana, pero cargaba un peso irreconocible: tal vez dolor y heridas acumuladas, o tal vez más guijarros similares a ella en una mochila que se había pegado para siempre a su espalda. (p.35).

Es justo este personaje femenino lo que resulta otro acierto en la novela al presentarla con una característica singular, muy al estilo de los personajes desarrollados por escritoras como Mariana Enríquez o Dolores Reyes. En el caso de Quevedo, el personaje de Asunción tiene la facultad de soñar y comunicarse con los muertos para brindarles un poco de paz, en especial con los que han fallecido producto de la violencia, algo que ya parece común en este lado de la ciudad donde transitan todos estos personajes.

Aquí también se toman en consideración otros problemas comunes como la falta de agua en estas zonas que, a pesar de todos los esfuerzos y sacrificios de sus pobladores, se mantienen en la pobreza como si se tratase de un mal designio. Mucho peor si ocurren otros hechos que no se pueden solucionar de inmediato como un aniego, tan igual como ha ocurrido en la realidad, lo que trae consigo no sólo la incomodidad de los pobladores al convivir con aguas pestilentes, sino también por las enfermedades y otras afecciones que pueden producir. Por supuesto que no se deja de mencionar la inoperatividad de las autoridades e instituciones responsables para dar una pronta solución:

Sedapal informó que cerraría al instante el suministro de agua y solo nos quedó ensimismarnos en la esperanza de que todo pasaría pronto. A las diez de la mañana, dijeron que antes de las cinco tendrían el problema controlado, pero al anochecer el aniego había cubierto casas enteras, la zona había sido declarada en estado de emergencia, ENEL había cortado la luz y el cerro entero se había quedado en una oscuridad tan vasta que me hizo creer que todos los habitantes de El Porvenir habían cerrado sus ojos para no saber más del mañana. (pp.50-51).

Otro hecho que produce desazón y hasta pesimismo es la presencia de la criminalidad, y con ello, las extorsiones, también de manera muy similar a como sucede en la realidad, más aún en la actualidad. Y no importa si esto se hace a través de una descripción llena crudeza que impacta a pesar de que no es tan distinto a cómo se anuncian estos hechos todos los días en los noticieros:

Me contó de casos que habían salido en periódicos. De cuerpos que desaparecían de la noche a la mañana, y de familias desesperadas por conseguir el dinero para rescatar a sus fallecidos. Había algunos de renombre, tanto de cuerpos recuperados, como de aquellos que eran lanzados a los desechos cuando los afectados recurrían a la Policía para denunciar a los extorsionadores. María Quintana, mujer de sesenta y tres años, murió de un infarto. Tres días después de su funeral, unos tipos llamaron a su hijo mayor pidiéndole diez mil soles por su cuerpo. Entre sus hermanos juntaron el dinero. Hicieron un depósito y al día siguiente encontraron los restos de su madre a pocos metros de su casa. Francisco Ponce, de veintiún años, falleció luego de una trifulca en El Porvenir. A la semana de enterrado, su cuerpo desapareció. Unos hombres llamaron a la familia pidiendo dinero, y ellos sospecharon de los pandilleros que días atrás lo habían golpeado. Dieron aviso a la Policía, y el cuerpo de Francisco apareció en un basural, mutilado de manos y pies. Cada año, había uno o dos casos similares, y la gente no dejaba de hablar del tema hasta pasados los meses. (pp.85-85).

Resulta evidente que todos estos elementos negativos afectan a los protagonistas en la toma de decisiones, porque no sólo se trata de la madre sino también de los otros personajes que sorprenden al lector por lo que al final han elegido. Y ese es otro de los aciertos de la novela. De esta manera se determina que Al pie de las hambres tiene muchos puntos a favor, lo que coloca a Orlando Quevedo como un autor al que hay que tener en consideración. Por supuesto que también hay que prestarle atención en sus siguientes entregas.

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Datos del libro reseñado:

Orlando Quevedo

Al pie de las hambres

Colmillo Blanco, 2024

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Reseña: La llamada. Un retrato (2024) de Leila Guerriero

Recordar el dolor y el miedo

Por Omar Guerrero

La llamada. Un retrato (Anagrama, 2024) de la escritora argentina Leila Guerriero (Junín, 1967) es una crónica detallada y bastante minuciosa sobre el infierno que vivió su compatriota Silvia Labayru durante y después de la última dictadura militar argentina. Labayru fue secuestrada el 29 de diciembre de 1976 por parte de los miembros de la junta militar cuando tenía 19 años, siendo recluida de inmediato en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA). Ella era miembro del Ejército Montonero donde realizaba labores de inteligencia y reglaje, razones suficientes para capturarla y mantenerla prisionera en este lugar que más tenía el aspecto de un campo de concentración.

Una vez recluida, lo que desconcertaba a sus captores no era tanto su participación en esta agrupación guerrillera a pesar de provenir de una familia de militares, pues su padre, Jorge Labayru, había pertenecido a la Fuerza Aérea, dedicándose luego a la aviación comercial en Aerolíneas Argentinas. Aunque lo que más llamaba la atención, tanto para sus captores como en sus más allegados, era su resaltante belleza, la misma que se puede apreciar, en parte, en la portada del libro. Sin embargo, esta belleza muchas veces le jugó en contra:

Cuando entró al Colegio no se creía linda (asegura que era un poco gorda hasta que se fue de viaje a España, vivió un mes a melón y gazpacho y volvió hecha un fulgor). Para el verano de 1970 era rubia, celeste, valiente y combativa. ¿Qué más se podía pedir?” (p.56).

Uno de los hechos que conmociona al lector desde el inicio de este presidio corresponde a los cinco meses de embarazo que tenía Silvia Labayru. Es aquí que surgen las siguientes preguntas: ¿Cómo se puede apresar, interrogar y torturar a una muchacha embarazada de cinco meses? ¿Qué esperaban sus captores con este embarazo? ¿Acaso querían que perdiera al bebé o que terminara pariendo dentro de las instalaciones de este lugar que no sobresalía por su limpieza y salubridad? Lo cierto es que Silvia Labayru no le quedó otra opción que dar a luz a su hija Vera sobre una mesa dentro de la ESMA:

Pero el bebé no se asomaba y Magnacco anunció que iba a usar fórceps. -Escuché la palabra fórceps y empujé. Era como si yo hubiera estado poseída por una misión. La misión era Vera. Nació sin fórceps. Pesó cuatro kilos y setecientos gramos. La dejaron ahí, en ese cuarto. Al día siguiente, le llevaron, a la madre primeriza, un ramo de rosas. (p.163).

Lo bueno es que esta bebé tuvo la suerte de no ser regalada a otras familias, sobre todo de militares. O, en su defecto, bien podría haber desaparecido. Gracias a una llamada, “la llamada”, Jorge Labayru, padre de Silvia y abuelo de Vera, llegó a saber que su hija no estaba muerta. Ella seguía viva y había dado a luz en prisión a una pequeña criatura que, por ciertas razones, no permanecería en la ESMA como sí lo haría su madre durante los meses siguientes. Vera fue entregada a sus abuelos días después de su nacimiento. Mientras tanto, Silvia Labayru se quedaría recluida hasta 1978 sufriendo una serie de amenazas, torturas y vejaciones con tal de sobrevivir. Ella soportaría todo eso con tal de ver de nuevo a su hija, a sus padres, y a quien era su esposo en ese momento, Alberto Lennie, padre de Vera, y también miembro del Ejército Montonero. Lo peor de todo esto es que Vera no fue la única bebé que nació en la ESMA, lugar que con el tiempo se convirtió en una especie de maternidad. Muchas de las criaturas que allí nacieron nunca más regresaron al lado de sus padres biológicos.

Lo que sigue después es demasiado cruel e indescriptible. Aun así, Silvia Labayru logra recordarlo y describirlo con lujo de detalles, al punto de llegar a mencionar a sus captores con sus nombres y apellidos, incluso hasta con los alias que utilizaban para realizar sus fechorías. Para ello resalta la vena periodística de Guerriero quien, sin ningún atisbo de duda o pena, llega a contar de manera fidedigna cada hecho que escuchaba y grababa a partir de los testimonios dados por Labayru y los demás involucrados. Y allí está el mayor mérito de este libro, más aún al contrastar todas estas versiones y atrocidades:

-¿Sabes quiénes te torturaron?

-Sí. Sé perfectamente. Eran dos. Uno que se llamaba Francis William Whamond, el Duque, que en esa época me parecía muy viejo pero debía tener unos cincuenta años. Ese fue el tipo que me aplicó la picana, la máquina. El que me pegó. Un tipo muy repugnante. Y luego estaba otro que entraba y salía. Ese no me daba máquina pero me interrogaba mal. Ese fue mi violador. Alberto González. El Gato. (p.133).

Como consecuencia a estas torturas, muy en especial con el uso de este instrumento llamado la picana, también conocida como “la máquina”, que consistía en impartir descargas eléctricas en determinadas partes del cuerpo, quedó no sólo el trauma y el dolor, sino también algunas secuelas bastante severas en su organismo como no volver a dar de lactar, o imposibilitarle esta función materna, sobre todo con su segundo hijo, David, quien nació dieciocho años después. A pesar del tiempo transcurrido, Silvia Labayru tenía los pezones destrozados e inutilizados producto de estas torturas con electricidad.

Otro hecho imposible de creer, pero que sucedió, fueron las violaciones sexuales cometidas de manera consecutiva por Alberto González en compañía de su esposa Amalia Bouilly. Era él quien lograba sacar a Silvia de la ESMA para llevarla a habitaciones de hoteles y hasta en su propia casa para que sirva de juguete sexual a esta pareja de pervertidos que no tenían reparos en cometer sus actos más aberrantes mientras que una niña pequeña dormía en el cuarto de al lado.

A Silvia también le asignaron la tarea de acompañar a otro de sus captores. Se trataba de Alfredo Astiz, alias El Rubio. Ella se hacía pasar como su hermana por los rasgos físicos que tenía en común sólo para que Astiz pudiera detectar e investigar a las Madres de la Plaza de Mayo. A partir de este trabajo siniestro desaparecieron varias personas, incluidas tres Madres (entre ellas una de sus fundadoras), dos monjas francesas, dos familiares de desaparecidos y cinco activistas de derechos humanos. Esta complicidad realizada bajo amenazas de muerte fue considerada por muchos de sus excompañeros montoneros como una traición, más aún al lograr sobrevivir y obtener la libertad. A partir de ese momento ella fue señalada sin importar todo lo que había sufrido mientras permanecía recluida, al punto que llegaron a culparla de haberse enamorado de uno de sus verdugos. Es decir, sólo el hecho de estar con vida ya era una sentencia para Silvia Labayru, tanto en Argentina como en España, país donde se refugió para intentar curar sus heridas.

Una de las cosas que más llama la atención en su vida es la cantidad de parejas sentimentales que tuvo, incluso durante estos últimos años. Muchas personas que la conocen declararon que Silvia siempre había tenido la necesidad de estar involucrada con alguien, más aún después de todo lo que vivió. De esta manera el sexo se presenta como una constante a pesar de las secuelas que quedaron de sus años de presidio. Se podría decir que esta pasión, junto al erotismo y la sexualidad en pareja provienen de sus propios padres. Allí a Jorge Labayru se le describe como un hombre apuesto que no dudaba en sacarle la vuelta a su esposa con una infinidad de amantes. Por su parte, la madre de Silvia, Beatriz Brignoles, era una mujer bastante atractiva y muy seductora que no dudó en vengarse de su marido consiguiéndose también muchos amantes de distinto calibre. En cuanto a Silvia, sólo le queda confesar lo siguiente:

Sí, pero, como dicen en latín, non solum sed etiam, «no solo pero también». Para mí el sexo es algo muy importante, siempre lo fue. Y hubo un tiempo en que eso había desaparecido. Creía que me había muerto sexualmente. Y así estuve años. Cosa muy rara en mí. Era una cosa que ni masturbándome. (p.397).

Leila Guerriero – Foto: Leonardo Muñoz

Por último, el mayor registro de todo lo que padeció son los juicios que se entablaron por los delitos cometidos durante esta dictadura, muy en especial con las violaciones sexuales, por lo que Silvia tuvo que denunciar a los verdugos que conoció en la ESMA, como el mismo Alberto González, y otro llamado Jorge Eduardo “El Tigre” Acosta, instigador de estos delitos. También queda lo que ella vio o supo de otras víctimas que también fueron sometidas a las mismas vejaciones. Muchas de ellas no sobrevivieron, o si lo hicieron, no quisieron hablar, pues el trauma aún queda latente. No es el caso de Silvia Labayru, que no por eso deja de ser víctima de un régimen que, ahora más que nunca, va a resultar imposible de olvidar, sobre todo con este libro.   

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Datos del libro reseñado:

Leila Guerriero

La llamada. Un retrato

Anagrama, 2024

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Reseña: La clase de griego (2023) de Han Kang

Sensaciones fragmentadas

Por Omar Guerrero

La clase de griego (Random House, 2023) de la escritora surcoreana Han Kang (Gwangju, 1970), ganadora del Premio Nobel de Literatura 2024, es una novela donde las sensaciones se muestran fragmentadas a partir de dos historias que se cruzan y se interrelacionan. La primera historia corresponde a una mujer de mediana edad que lleva clases de griego clásico. Ella no puede hablar, o no desarrolla el uso del lenguaje de manera normal, lo que termina llamando la atención, más aún al momento de abordar las características de esta lengua muerta. Este interés surge después de haber sufrido una serie de conflictos personales y laborales como haber perdido a su madre. Otras pérdidas que lleva a cuestas son la custodia de su hijo de ocho años justo después del divorcio y el hecho de ya no poder dictar clases en la universidad. Aun así, ella sigue desempeñando labores relacionadas a lo académico y a lo literario. Pero es el problema en el habla lo que entorpece su desempeño para el aprendizaje de este idioma, muy a pesar de su interés, pues le resulta imposible leer en voz alta cada vez que se le pide que lo haga en clase. Su historia se cuenta en tercera persona eludiendo siempre su nombre:

Después de graduarse, había trabajado durante algo más de seis años en una editorial y en una agencia de publicaciones. Desde hacía siete años se dedicaba a dar clases de literatura en dos universidades y en un instituto de artes. Además, escribía poesía y había publicado tres antologías a intervalos de tres o cuatro años; también contribuía con una columna en una revista literaria quincenal; y últimamente asistía los miércoles por la tarde, en calidad de miembro fundador, a las reuniones de planificación de una revista cultural que todavía no tenía nombre. (p.12).

La segunda historia corresponde al profesor de griego, narrado en primera persona, por lo que tampoco se le conoce su nombre. Este yo narrador también se mantiene hasta el final de la novela (no es como los narradores masculinos de La vegetariana). Él ha vivido fuera de Corea por muchos años. Para ser más precisos, en Alemania, por lo que es un conocedor de otras culturas, además de ser un asiduo lector. El problema en él surge cuando empieza a sentir que se está quedando ciego debido a una enfermedad congénita, lo que le obliga a utilizar unos lentes gruesos de determinado color. Y es por esta futura ceguera que se menciona al escritor argentino Jorge Luis Borges, no sólo por haber padecido la misma afección sino también por la importancia de sus libros, que también serán mencionados:

[…] Entré a la librería y me encontré con que el dueño, un hombre maduro de camisa gris arrugada y pantalones con tirantes anchos, se disponía a cerrar el local. Después de pedirle que me concediera cinco minutos, recorrí a toda prisa las estanterías eligiendo libros. Uno de ellos fue la traducción en edición de bolsillo de una conferencia que dio Borges sobre el budismo. (p.24).   

Aunque lo que llama más la atención es la estructura de la novela, que se caracteriza por la fragmentación de sus capítulos, pues la mayoría son muy cortos, además de contener discursos intimistas, reflexivos, sensibles y muy herméticos; incluso son hasta filosóficos y poéticos, lo que hace que su lectura sea muy distinta a La vegetariana. Sin embargo, aquí se encuentran ciertos rasgos que la relacionan como la constante soledad del personaje femenino, que ya no es tan joven y que asume una determinada condición por decisión propia. Se suman el uso de vocablos griegos para establecer un contexto con lo que se cuenta, o lo que se siente, o se percibe en cada situación (obvio, se considera la traducción para estas frases). Aunque es el uso de la prosa lo que establece una mayor similitud con la novela ganadora del Booker Prize 2016, muy en especial para detallar los estados de ánimo, las emociones o las decisiones ya tomadas:

Según esa lógica, la única lucha que le quedaba por emprender era responderse a la delicada pregunta que se planteaba constantemente a sí misma: la duda de si podía permitirse existir en este mundo. Sin embargo, esta lúcida y bonita conclusión del terapeuta la incomodaba, pues ella seguía sin querer ocupar mucho espacio y no estaba convencida de que hubiese vivido toda su vida sobrecogida por el miedo o reprimiendo su naturaleza. (p.53)

Parte de estas emociones, y decisiones, son las que presentan ambos personajes cada vez que comparten el espacio del salón de clases, o sus inmediaciones, además del intercambio que se requiere para la enseñanza y aprendizaje de este idioma. Por tanto, la comunicación es otro factor que se toma en cuenta. Y en medio de todo esto se presentan los otros alumnos de la clase, que son sólo cuatro, entre ellos, un joven filósofo que sufre de acné o espinillas en el rostro que muestra un especial interés cada vez que se utiliza el griego para citar las ideas de Platón, de allí la incursión de lo filosófico como discurso. Aunque la presencia e inquietudes de estos otros personajes masculinos no serán óbice para desencadenar una serie de situaciones que propicien la cercanía entre profesor y alumna:

De vez en cuando los dos se quedaban mirándose en silencio. A veces era en el aula, antes de que empezara la clase o una vez comenzada; otras veces era en el pasillo, durante los minutos de descanso, delante de la oficina de administración. Ella se fue familiarizando con el rostro del profesor. Sus rasgos y expresiones, su complexión y sus posturas, antes distintos, se volvieron reconocibles para ella. Pero no le confirió ningún significado, no puso palabras a ese cambio. (p.89).

Aquí también llama la atención los saltos de tiempos. Es decir, la revisión del pasado a través del uso de elipsis, lo que permite saber qué otras cosas han marcado a cada uno de los personajes, como el accidente que sufre la mascota del personaje femenino, que, en su desesperación por querer salvarla, termina siendo agredida por este animal que no tolera el dolor y el sufrimiento antes de la muerte, al punto de ya no reconocer a la persona con la que le unía cierto afecto, y que no era más que su dueña.  Este hecho no sólo queda registrado en la mente de la protagonista sino también en su cuerpo, sobre todo en una de sus manos a través de una visible cicatriz que puede producir más de una interpretación. Y en el caso del personaje masculino, los recuerdos de un viejo amigo causan cierta nostalgia por lo ocurrido, lo que también queda como una marca imposible de borrar. Algo similar se podría decir de un antiguo amor que ha quedado en la memoria. Por otro lado, la fragmentación y lo poético tienen presencia en sus páginas, pues ya se había hecho mención de la poesía como interés de uno de los personajes, quien tiene una necesidad de mostrar sus percepciones y sensaciones. El uso de las cursivas en estos versos así lo confirman:

            No hace juicios.

            No atribuye sentimientos de nada.

            Todo llega fragmentado

            y se dispersa en fragmentos hasta desaparecer.

            Las palabras se alejan aún más de ella.

            Los sentimientos que las han saturado,

            como pesadas copas de sombras,

            como el hedor o la náusea,

            se desprenden viscosos y caen,

            como azulejos que se despegan por estar inmersos en agua,

            como un trozo de piel que se ha gangrenado sin darse cuenta. (p.99).

La cercanía y la búsqueda de comprensión entre los protagonistas tienen como consecuencia una serie de sensaciones que se siguen mostrando de manera fragmentada sólo para que el lector los pueda interpretar, pues estas se presentan a través de imágenes, descripciones y acciones; incluso reinciden los versos. Aunque son los repentinos intereses de uno con respecto al otro los que se presentan como iniciadores de lo que luego se desencadena:

              -¿Le parece extraño todo lo que le estoy diciendo?

Ella abre los ojos y lo mira. Ve la vieja cicatriz y la nueva mancha que se ha hecho hace un rato al restregarse la cara con la mano sucia. Vuelve a cerrar los ojos y le parece ver, como por arte de magia, los rasgos del profesor cuando era pequeño.

-No quiero ser maleducado, pero me gustaría hacerle una pregunta. Espero que no se lo tome a mal… -Y baja un poco la voz-. ¿Es usted… muda de nacimiento? (p.151).

Por último, se puede deducir que esta postura del personaje masculino de La clase de griego es muy distinta al de los personajes masculinos de La vegetariana, pues aquí el machismo no tiene ninguna presencia ni mucho menos una imposición. Es más, queda anulado, quizá por la misma condición de pérdida que lleva consigo el profesor de griego. Lo mismo se podría decir del personaje femenino. Su condición de pérdida no niega sus más profundos deseos sin necesidad de ser vulnerada.

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Datos del libro reseñado:

Han Kang

Premio Nobel de Literatura 2024

La clase de griego

Random House, 2023

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Reseña: Nuestras mujeres (2024) de Jennifer Thorndike

Culpa clandestina

Por Sebastián Uribe

A propósito del centenario del nacimiento de José Donoso, se han llevado a cabo eventos que abordan su obra y figura. La publicación de numerosos textos críticos acompañó estos homenajes (y anti-homenajes), discutiendo el impacto de sus novelas, cuentos y diarios. Se examinó, por ejemplo, cómo sus libros intervienen en las formas de leer el presente, además de su capacidad de abrir nuevos derroteros en la literatura contemporánea. Curiosamente, este “fantasma donosiano” acompañó mi lectura de Nuestras mujeres, la tercera novela de Jennifer Thorndike (Lima, 1983). Una influencia identificable en sus entregas anteriores –pensemos en la atmósfera claustrofóbica de [ella], por citar un ejemplo– alcanza, en esta ocasión, nuevos niveles. Esto se evidencia en la manera en que aquel ambiente de terror inescapable, anticipado por novelas como El obsceno pájaro de la noche, Coronación y El lugar sin límites, ha mutado su carácter pesadillesco para instalarse de forma mucho más palpable en la realidad.

En las antípodas de propuestas narrativas que exotizan los testimonios de las víctimas, entregan villanos planos e inverosímiles, y revictimizan a quienes padecieron la violencia en Latinoamérica, Thorndike apuesta por una protagonista como Ana. Ella es una doctora que, en los primeros años de su ejercicio profesional, opta por participar en las campañas de esterilización forzada impulsadas por el gobierno peruano. Años después, en el presente de la novela, se halla deambulando como prófuga de la justicia, junto a Ricardo, su jefe y amante. Una situación a la que llegan tras ser relegados por sus antiguos aliados políticos, cuya reciente reconquista del poder, tras quince años de haberlo perdido, podría peligrar si la atención pública se centra en estos antiguos operarios del terror. Para aumentar el desamparo en el que se ven sumidos, descubren una forma de supervivir a través del negocio de los abortos clandestinos, actividad que ejercen mientras enfrentan la constante paranoia de ser descubiertos por la policía, sus antiguas víctimas, los medios de comunicación o, peor aún, por todos ellos al mismo tiempo.

El pasado y presente conversan en las rememoraciones de Ana: cómo llegó a dicha situación, qué decisiones la condujeron a ejercer el rol de victimaria, cómo fue que perdió toda empatía por las mujeres a quienes esterilizaban, sin informarles acerca de los terribles efectos de las intervenciones implicaban sobre sus cuerpos. Thorndike humaniza a su protagonista, no para justificarla por la responsabilidad de las atrocidades que cometió, sino para profundizar en el origen y su ambición por controlar otros cuerpos: el goce de tener poder y la preocupación constante por mantener el sitial desde donde ejercerlo.

La relación entre Ricardo y yo sólo se basa en culpas compartidas. Ahora ni siquiera podemos refugiarnos en el recuerdo placentero que nos procuraba dominarlas y convertir sus cuerpos en materia que sólo nuestras manos podían moldear. Nos regalaron ese poder y nosotros nos quedamos aturdidos con el encanto que produce el control. Era sublime”. (p. 15)

El principal factor que erosiona la conciencia de Ana es el miedo a perder el poder conquistado bajo el amparo de una amplia maquinaria. Primero con la pérdida progresiva de compasión por el dolor de sus víctimas hasta un estado de indiferencia total frente a sus vidas, inversamente proporcional a la posibilidad de arrepentirse y asumir sus actos. Esta exploración de la degradación humana se ve enriquecida por la exposición del lenguaje usado que enmascara lo abyecto con eufemismos de ‘progreso’ y ‘mejora’. De ahí que las políticas gubernamentales de ‘higiene social’ se vean colmadas de términos como ‘planificación’, ‘progreso’ o ‘eficacia’. Una práctica comunicativa que en su rigidez persigue la pérdida de la empatía y la compasión. Como en la novela canónica de Donoso, los canales del terror se conducen bajo una lengua que, simulando proteger a las víctimas, no busca más que aniquilarlas y así acabar con el miedo de las élites quienes, en su imaginario culposo, conciben a estos otros como monstruos que cualquier día las van a devorar.

Nuestras cifras mensuales de intervenciones y nuestro bajo índice de mortalidad los dejaban asombrados. A nadie parecía importarle que el número de decesos fuese sistemáticamente alterado por Ricardo. Todos los sabíamos. Pero todos callábamos porque lo más importante para nosotros era el orgullo de la buena fama de la que disfrutaba nuestra unidad”. (p. 129)

De las anteriores líneas se desprende el cuestionamiento que realiza la novela sobre ciertas prácticas científicas y médicas. La novela explora cómo cierto cientificismo se vuelve una barbarie conducida por el afán de control y poder, que concibe a las personas de manera dicotómica: como aliadas o como obstáculos. Una resolución simple y perniciosa que campea en la actualidad y a la que Thorndike confronta en esta novela exhibiendo sus falencias y peligros.

Impactante y aterradora, Nuestras mujeres se sumerge así en la dimensión más pervertida de la ciencia, la indiferencia médica y el mal que surge de los deseos irrefrenables del ascenso social. Un thriller que explora la imposibilidad de escapar de la culpa y la paranoia que emana de la frustración por no lograrlo. Una narrativa que escapa de la comodidad y la falta de riesgos que campea en la narrativa local al abordar ciertos tópicos y que es, sin duda, una de las mejores novelas peruanas publicadas este año.

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Datos del libro reseñado:

Jennifer Thorndike

Nuestras mujeres

Fondo de Cultura Económica, 2024. 184 pp.

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Reseña: La mirada de las plantas (2022) de Edmundo Paz Soldán

Pesadillas virtuales

Por Sebastián Uribe

En su diario, el poeta alemán Georg Heym evoca una cita de Baudelaire: “El sano entendimiento nos dice que las cosas del mundo apenas poseen realidad y que la verdadera realidad sólo se da en los sueños”. Y es la realidad, o lo que solemos dar por sentado sobre ella, la que es puesta en tensión en la penúltima novela de Edmundo Paz Soldán (Bolivia, 1967). Un libro que explora la desestabilización de las fronteras de lo real tras el asedio de la virtualidad y la pesadilla que supone el intento de modificar el pasado –y el presente, en consecuencia– mediante tecnologías que exacerban la perversión humana.

Rai, el protagonista, es convocado a un proyecto científico para explorar las propiedades alucinógenas de una ancestral planta sudamericana a la que denominan “alita”. Buscando evadir los problemas de comportamiento que le costaron su último empleo, acepta ser parte de la investigación, sin cuestionarse mucho los propósitos detrás de la empresa del doctor Dunn. Este último, asediado por la culpa de haber perdido a su familia, se embarca en la posibilidad de crear nuevas realidades mediante las ilusiones que se pueden proyectar sobre las personas a través de este alucinógeno, cuyo consumo permite modificar el recuerdo de lo vivido e incluso trasladar la consciencia hacia otra persona, siendo la consigna la invasión del otro para escapar de uno mismo:

Somos ideaciones creadas por nuestros cerebros. Las plantas y las máquinas nos ayudan a darnos cuenta de eso. A descentrarnos. A sacarnos de nosotros. Estamos regados en los demás. Somos los demás. Podemos ser el que abusamos. Podemos ser el que desapareció” (pág. 69)

Ya en ‘Sueños digitales’ (Alfaguara, 2000), Paz Soldán exploraba las implicancias que supondría el mayor acceso a las tecnologías digitales y cómo esto podría modificar la valoración de la intimidad y privacidad de los demás. En dicha novela, el autor expresaba una preocupación sobre la cuestionable legitimidad de una fotografía, capaz de ser alterada mediante un software. En cambio, en esta historia, expande el alcance de su paradoja hasta la consciencia misma, elevando el nivel de paranoia por todo lo que se concibe como real, no solo desde la propia percepción sino como un hecho en sí.

Uno de los mejores ejemplos de lo anterior es la obsesión de Rai por crear videos deepfakes de personajes a su alrededor realizando actos obscenos o humillantes, ‘reales’ en la mirada de quienes lo consumen. Lo que en algún momento pudo haber supuesto una transgresión punible de la privacidad, se concibe como un juego en el que se trata de adivinar su grado de autenticidad. La encarnación virtual, dinámica común en los videojuegos, resulta un nuevo lente para leer el mundo y no sufrir por los límites humanos:

La realidad es abrumadora, experimentarla directamente nos puede matar. El cerebro baja la calidad de la resolución, mete toda la realidad en un túnel, así experimentamos algo más manejable. Los esquizofrénicos no tienen algo manejable, los que sufren el desorden tampoco. Por eso lo que hace el cerebro con la realidad es más o menos como manejar un avión real desde un simulador de vuelo. El túnel del yo”. (pág. 119)

En cierto momento de la novela, alguien comenta que las plantas y árboles son “los verdaderos seres alienígenas” en el planeta y esa afirmación queda rondando en la mente de quien lee, al comparar la forma que tiene el mundo vegetal de habitar el mundo, entrelazando sus raíces para sobrevivir, con el de la memoria humana y los sueños: ¿Qué ocurriría si los sueños, las raíces de nuestra imaginación, expanden sus límites más allá del yo? ¿Será posible en algún momento conducirse por la vida de forma distinta a lo que conocemos hoy en día? Las ficciones de Paz Soldán, como hace más de veinte años, siguen anticipando de forma acertada los nuevos desafíos y peligros a los que la humanidad se enfrentará en un futuro no tan lejano, leyendo la realidad como pocos. De ahí que ‘La mirada de las plantas’ sea una novela recomendable para leer, pero, sobre todo, releer en unos cuantos años.

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Datos del libro reseñado:

Edmundo Paz Soldán

La mirada de las plantas

Almadía, 2022. 262 pp.