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Reseña: Salir de la noche (2023) de Mario Calabresi

Memoria en cenizas

Por Alessandro Campos

Luigi Calabresi era el encargado de la jefatura de policía de Milán cuando el 17 de Mayo de 1972 fue asesinado con dos disparos de pistola, uno por la espalda y otro en la nuca, al salir de su casa. Se había cultivado fama de ser un comisario reconocido por sus investigaciones sobre grupos extremistas y actividades subversivas.

Calabresi solía dejar su arma reglamentaria en la comisaría. Cuando su esposa Gemma le consultó por este comportamiento, él le respondió:

 “Gemma, olvídalo, no quiero tenerlo aquí y no quiero llevarlo conmigo, y, además, no me serviría de nada: si me disparan, lo harán por la espalda. Nunca tendrán el valor de dispararme mirándome a los ojos. E incluso si tuviera tiempo para darme cuenta, preferiría no tener que dispararle nunca a nadie”. (p.13)

Los denominados ‘anni di piombo’ tuvieron como punto de partida el estallido de una bomba en el Banco Nacional de Agricultura a fines de 1969 en pleno centro de Milán. La responsabilidad de tal atentado se debatió por muchos años, recayendo la culpa inicialmente sobre los anarquistas. Giuseppe Pinelli fue uno de ellos, por lo que fue detenido y puesto bajo custodia de la jefatura de la policía de Milán. A los pocos días Pinelli murió tras caer del cuarto piso, lo cual involucró directamente al comisario Calabresi, acusado de haberlo defenestrado. Posteriormente, las investigaciones apuntaron a grupos de extrema derecha, organizaciones neofascistas, incluso se consideró el rol de sectores del Estado italiano y los servicios secretos, como parte de una estrategia que buscaba generar miedo y desestabilización para frenar los impulsos revolucionarios que surgían en las generaciones más jóvenes. Había que seleccionar un culpable, la prensa, los políticos, los ciudadanos, querían un nombre al cual señalar como el autor del asesinato. La lógica más burda dio el nombre de Luigi Calabresi, quien junto a su familia recibió un acoso ininterrumpido hasta la fatalidad.

Incluso Darío Fo escribió y publicó por esos años el drama Muerte accidental de un anarquista, en el que a través del humor expuso problemáticas imperantes como la manipulación mediática, los abusos de poder, y la corrupción institucional, realizando una sátira de Calabresi. Su esposa, actriz y dramaturga, Franca Rame había sido secuestrada, golpeada, violada y torturada por un grupo de extrema derecha relacionado a los servicios secretos italianos y a las fuerzas paramilitares neofascistas como parte de la “estrategia de la tensión”.

Mario Calabresi (Milán, 1970) creció queriendo saber quién fue su padre, y en dicho objetivo fue descubriendo una sociedad carente de empatía, provocándole una sensación de congoja que a su vez lo lleva a sentir el llamado del deber y la necesidad consecuente de realizar una mirada retrospectiva en la que conecte los nodos de los diferentes testimonios y del suyo propio. En los diferentes capítulos del libro hay una intención de abordar de la forma más objetiva posible la historia de su país y la de su propia familia, como una manera de recrear recuerdos y corroborar su verdad, por más trágica que esta resulte ser. Lo que se narra en Salir de la noche nos muestra cómo las personas con heridas similares se terminan hallando en los mismos refugios y emerge así la empatía que permite soportar el peso de la injusticia, de la mentira mediática como estrategia y del olvido como cruel destino.

Mario Calabresi nos lleva a sentir la distancia entre la injuria y el reconocimiento, a la vez que se revalora a las víctimas frente a la sociedad. Ello implica años de encuentro con las viudas e hijos huérfanos, compañías a las cuales se relaciona desde las primeras ceremonias de homenaje hasta los últimos juicios.

Se puede vislumbrar el auge de la desesperanza en imágenes como la siguiente[1]:

Un país entero la tomó como prueba de la violencia irremediable y la derrota definitiva de las ideas. De ella Umberto Eco señaló: “Tengan presente esta imagen, se convertirá en insignia de nuestro siglo”. En 1977 se acumularían 102 asesinatos y 2,128 atentados políticos. Mario Calabresi invita a sumergirse en la escena de la foto. Su protagonista es Giuseppe Memeo, un joven de 18 años, y es su primera vez empuñando un arma. En el lugar, yace en el suelo Antonio Cutra de 22 años. Su hija Antonia nacerá meses después y crecerá sin padre. Años más tarde el presidente Carlo Aseglio Ciampi se encarga de condecorar con medallas al valor tanto al padre de Antonia como a Luigi Calabresi a través de Gemma, su viuda con estas palabras:

“Hemos recuperado memoria… es un honor para mí entregarle esta medalla, por más que todo esto se produzca con tan enorme retraso”. (p.25)

Tiempo después, Mario y Antonia se juntan y no les deja de sorprender la cantidad de producción bibliográfica alrededor de los terroristas, mientras que hay un mutis generalizado por parte de las víctimas de estos.

“Solo aparece un nombre, casi siempre equivocado, nada sobre él, nada sobre nosotros. Me bastaría con que las pocas veces que se menciona a mi padre, casi siempre en relación con la famosa foto, no fuera con el nombre y apellido equivocados: se llamaba Antonio y no Antonino, nos llamamos Custra  y no Custrá”. (pág.28).

En Salir de la noche se nos presenta también a Francesca Marangoni, cuyo padre fue el director médico del policlínico de Milán hasta 1981, cuando las Brigadas Rojas le dispararon abajo de su casa. Luigi Marangoni se vio aislado cuando declaró contra enfermeros cercanos a Autonomia Operaia, grupo político radical de izquierda, culpables de desconectar neveras que contenían sangre para transfusiones. Su padre ya no la acompañaba al instituto porque caminar a su lado comprometía su seguridad. En este testimonio encontraremos cómo una hija hereda la voluntad de estar al servicio de la salud, una ética inquebrantable. En esas conversaciones se habla de cómo cerrar la herida, si hay tratamiento para ello o si lo mejor es comprender que se puede abrir en cualquier momento y lo vitalmente importante es hacer que no se infecte.

Otro de los pasajes más conmovedores del libro es sin duda la carta de Aldo Moro a su esposa Noretta, donde la gratitud, el adiós y la promesa de acompañamiento armonizan. Moro fue primer ministro de Italia, teniendo un rol clave para conseguir el compromiso histórico entre la Democracia Cristiano y el Partido Comunista Italiano de garantizar la estabilidad política durante los “anni di piombo”.

Leonardo Sciascia escribió en su libro El caso Moro:

No creo que lo alegrara nunca el poder. Ser el mejor y tener que despreciar a los demás quizá le deba la medida cristiana de su miseria. Y esto era lo que lo diferenciaba de los demás, y la razón por la que entre todos, y en cierto sentido por ellos, fue elegido para morir”.

 En 1978, Moro fue secuestrado en Roma por las Brigadas Rojas. Tras 55 días de cautiverio su cuerpo fue encontrado en un coche.

A lo largo del libro, Mario Calabresi también narra conversaciones con su madre Gemma, preguntándole cómo hizo para sobreponerse, a lo que ella responde que decidiendo apostar por la vida, que no le quedaba otra opción con tres hijos. Para ver el resurgir de la esperanza hay que ponerles nombres a las cosas más dolorosas, aconseja Gemma. Y es lo que hace su hijo, Mario, en este libro, al convertirse en un nominador de cada instante relacionado a la imagen de su padre y de los que, como él, perdieron a alguien para siempre. Hay una hermandad implícita en las victimas, pues ellas saben que la presencia ocupa un espacio determinado, observable y palpable, mientras que la ausencia ya está desplegada, llenando todo el vacío que existe. Parte de ese mínimo común es la sensación de infinitud que tiende a tener la injusticia, un desierto que aletarga, a diferencia de la justicia que una vez llega es un punto final que permite renovar los días por venir. En la familia Calabresi no sienten que a ellos les corresponda opinar sobre los indultos, reducciones de pena y evidentes prevaricatos, puesto que esperan que la entidad responsable se encargue. Los Calabresi sí buscan una sentencia, la oración que etiquete a alguien con su crimen y purgue la vida, de quien lo merece, de mentiras. Otras víctimas buscarán perdonar, exigir prudencia, vergüenza, alejamiento o reparación en la medida de lo posible.

Destaco la capacidad de Mario Calabresi para separar cada vertiente de la historia usando la escritura como medio para el desahogo más profuso al canalizar todas las cenizas que yacían en los resquicios de su memoria. Un ejemplo de ello es cuando describe un recuerdo sobre él, un trombón y su padre, temiendo que el mismo haya sido creado por su nostalgia. Tiene miedo de compartirlo, incluso por el riesgo de que la oralidad altere en algún detalle lo más genuino del recuerdo de su yo de dos años. Este libro nace en parte para poder responder a ese recuerdo con su papá.

La lucha por salir de la oscuridad a la que alude el título del libro yace en el intento de Calabresi de no desfallecer en su búsqueda. En su fe por el amor de sus padres. En creer que quienes propagan mentiras eventualmente se quedarán sin aire y el silencio será tan amplio que hasta el susurro tendrá eco y se hará oír.

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Mario Calabresi

Salir de la noche

Libros del Asteroide, 2023. 164 pp


[1] Salir de la noche/Giuseppe Memeo/pág.13

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Reseña: El buen mal (2025) de Samanta Schweblin

Distancia cero

Por Alessandro Campos

Al enterarme de la publicación de El buen mal (2025), pensaba en cuánto podría haber cambiado la escritura de Samanta Schweblin después de siete años. Al leer el inicio del primer cuento intuí que sería una experiencia entretenida, lo cual confirmé al terminarlo. En efecto, cada cuento supuso una experiencia de lectura distinta, pero tenían en común un halo de extrañamiento que se profundiza con lo dicho y lo no dicho. Sus cuentos nadan entre las mareas opuestas de lo real y lo fantástico. Es así que nos topamos con la ocurrencia de lo improbable, queriendo saber cómo se resolverán las acciones y las consecuencias de dicha experiencia. Mientras leemos nos cobijamos en un tipo de seguridad que se disuelve al término de cada relato, sin saber qué ocurrirá después.

«Bienvenido a la comunidad» es un cuento en primera persona que gatilla tanta congoja como incomodidad por generar una extraña empatía entre la narradora y los personajes. Una madre salta a un lago decidida a llenar sus pulmones de agua, sin éxito. Luego, en su hogar, recibe a sus dos pequeñas hijas y a su conejo, Tonel, al que deben de tenerlo como tarea. La madre intenta esconder su voluntaria sumersión, a la par que se pregunta lo siguiente: “¿Qué es lo que salió mal?”.

La mascota se extravía y la familia sale a buscarlo. Se topan con un vecino apático que es cazador y tiene al conejo cogido de las orejas. Él le insinúa a la madre que la vio hundirse. Más tarde, ella se acerca al vecino quien le aconseja su método para sobrellevarlo todo. “Dolor. Eso es lo que hay que provocar” (p.26). Un remezón de inicio a fin. El cuento propone un ejercicio de encontrar empatía y notar cómo se demuelen prejuicios respecto a dónde uno va a parar con tal de recibir consejo. El amor por sí solo no alcanza: llena rápido y esa plenitud confunde, por lo que, tal vez, la culpa y la vergüenza a lo mejor son las anclas más eficaces para forzar a uno a aferrarse a la vida.

«Un animal fabuloso» es el segundo cuento, también narrado en primera persona y en tiempo presente. En esta historia, dos muy buenas amigas surcan muchos años juntas hasta que la tragedia irrumpe. Hallándose en las lindes de sus vidas, entablan una última conversación, decididas a hurgar en lo más recóndito de la conciencia de la otra. ¿Qué es la amistad? ¿Cuál es el límite del perdón?

 “Casi veinte años después del accidente, Elena me llama a Lyon. No reconozco su voz, pero cuando dice su nombre, sé perfectamente con quién estoy hablando.

Por unos segundos la escucho respirar, sostengo el teléfono con el hombro y enciendo un cigarrillo. Despacio, intentando no hacer ningún ruido, salgo al balcón que da al parque, me siente en una de las sillas y me quito las sandalias empujándolas con los dedos de los pies. Quiere hablar de Peta, su hijo. Quiere saber qué es lo que recuerdo de la noche del accidente” (p.31).

La sensibilidad con la que se hablan los personajes trasluce una humanidad muy genuina, pues ambos protagonistas seleccionan con mucho cuidado qué decirse, en un duelo bellamente cauteloso donde buscan arrancarse culpas y sincronizar recuerdos, para así poder afrontar el futuro. Encontrar compañía en la transformación de lo que se creía una fantasía infantil parece ser la decisión más lúcida.

«William en la ventana» es una historia construida a partir de otras historias mencionadas en el mismo relato. La narradora es una escritora que se encuentra en China con otros escritores de diferentes partes del mundo. Una de ellas es su amiga, Denyse, que tiene a su amado gato, William, y a su esposo Brian.

Pero el gato es de él. Y yo no puedo vivir sin el gato” (p.53).

Y está Andrés, su novio que radica en Argentina, quien tiene una enfermedad complicada cuyo tratamiento va a iniciar.  Con él comparte los avances de su nueva novela. Este cuento es de un ritmo más lento, no por eso menos interesante en cuanto al mecanismo o la técnica, sino, todo lo contrario, es el más verosímil en cuanto a la construcción de una cotidianidad. Es decir, uno vive varias situaciones paralelamente, mientras resuelve una piensa en otra, los eventos se yuxtaponen, avanza el día, correlacionamos eventos, una respuesta puede servir de pregunta o viceversa y tomamos decisiones. Este cuento trata de toparse con la esperanza al presenciar cómo otros sobreviven a la desgracia. El baldazo de agua fría que aviva al ser o corrobora su absoluta inercia.

El mejor cuento es «El ojo en la garganta».

 “Yo quiero saber, yo siempre pregunto, es mi garganta la que no puede ejecutar sonidos. Es como si el espacio de toda la casa se me metiera por ese agujero. Hay que poder apretar el aire para que el silencio suene a algo, pero yo estoy tan abierto que a veces me confundo, ¿yo estoy adentro o afuera? Un cuerpo así, pinchado, ¿sigue siendo un cuerpo? En realidad, da lo mismo, el problema no es que no puedo hablar, el problema es que, si yo no hablo, él no me mira” (p.75).

Recomiendo intentar apagar el mundo al leer este cuento. Una lectora cuyo criterio valoro muchísimo me dijo que normalmente la literatura usa el lenguaje de soporte para contar una historia y que los buenos cuentistas usan de soporte una historia para demostrar las posibilidades del lenguaje. Creo que Schweblin cumple a cabalidad con dicha afirmación en este cuento. Hay una maestría en la economía de la narración, en cómo desarrolla a sus personajes y los dota de personalidad y memoria con mucha precisión y prudencia para mantener el ritmo. Este es un cuento sobre las posibilidades del pasado que rondan el presente. Sobre la manera en la que los personajes no son capaces de resolver sus problemas, pues hacerlo sería aliviar un castigo, y, sin ello, lo que venga a continuación puede ser más horrible aún. El narrador tiene un rasgo particular que acentúa el resto de sus sentidos, ya que agudiza su capacidad de observación sobre sus padres intuyendo que pudieron ser mejores pese al esfuerzo realizado. Un cuento tan conmovedor como impredecible.

Las historias contenidas en El buen mal continúan la principal problemática planteada en Distancia de Rescate: ¿dónde acaba la tensión que puede unir a dos personas? Una conexión con una fuerza finita y la sensación de seguridad mínima, fagocitada sin posibilidad de escape, donde alejarse del otro debilita los sentidos y expone puntos ciegos mediante los cuales lo improbable se cuela y daña. Cuando la distancia de rescate se reduce a cero, el control sobre el otro puede convertirse en una obsesión. Se vigila cada aspecto del entorno del ser querido, pero se pierde de vista el propio lugar en la ecuación. La sobreprotección, disfrazada de cuidado, acaba por socavar la autonomía del otro. Tal vez quien ejerce ese control lo ignora, o quizá lo sabe y lo asume como un mal necesario, como un buen mal.

El sentido del título, un oxímoron, se revela con claridad al terminar el libro. Alude al egoísmo que beneficia tanto a uno como a los más cercanos, a la aceptación de que dicha acción traerá consecuencias ineludibles. Aparece un problema muy íntimo que termina siendo el gran punto de inflexión, no necesariamente para cosas positivas, sino como última oportunidad para volver a atender lo realmente vital. A diferencia del futuro y el presente, el pasado es acumulativo y tiene la capacidad de reaparecer, motivando a organizar prioridades y reevaluar esfuerzos. Los personajes tienen que actuar y tomar decisiones de inmediato, porque la reanudación del pasado puede acabarse en el siguiente instante y dejar inconclusas oportunidades de salvación.

El estilo de Schweblin domina la tensión con una precisión casi quirúrgica: sabe cuándo aflojar la presión y cuándo intensificarla, pero nunca suelta al lector. Su prosa atrapa, acelera la atención y nos conduce hábilmente hacia los ángulos menos evidentes de lo preestablecido. Hay una inteligencia calculada en la forma en que dispone la información, como si anticipara cada maniobra mental del lector y optimizara sus recursos narrativos en función de ello. Su escritura es meticulosa, envolvente y construida con una destreza que refuerza su maestría en el cuento. Schweblin supera cada expectativa personal dispuesta sobre este libro. No hay que intentar predecir lo que ocurrirá en sus cuentos, solamente aceptar que son historias que exigen sumergirse sin reservas.

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Datos del libro reseñado:

Samanta Schweblin

El buen mal

Random House, 2025. 192 pp.