No son muchos los premios literarios en los que confío, pero, entre los que sí, están el Premio São Paulo de Literatura (Brasil) y el Akutagawa (Japón), por mencionar un par. Ello, además de los blurbs de esta novela, que llegan a compararla con las primeras de Dostoyevski, generaron mi interés por leerla.
La novela de Rin Usami (Shizuoka, 1999) comienza con Akari, una adolescente con problemas de aprendizaje en el colegio, quien se encuentra preocupada por su ídolo, el cantante Masaki Ueno, su oshi –que es como se denomina en japonés al ser idolatrado– al verse este último envuelto en un escándalo mediático por el maltrato a una aficionada. La narración llega al lector a través de la voz de la joven, con el candor propio de la edad, que al inicio nos invita a pensar este libro como una novela ligera y entretenida sobre las cuestiones que enfrenta alguien que se vuelve seguidor de un cantante o una banda y busca asistir a todos los conciertos, adquirir los álbumes el mismo día de su lanzamiento, ser parte de un club, conocer todos los datos biográficos del ídolo, despejar los rumores que se tejen alrededor de su accionar, entre otras actividades relacionadas. En fin, alguien podría pensar que se encuentra frente a un libro sobre todo lo que implica ser fan, lo cual no es nada sencillo. Sin embargo, esta afición se irá cargando de bruma para Akari cuando aumente la exigencia de atención y sacrificio, tornándose en un peligroso comportamiento sectario:
“Cada vez que me imaginaba un mundo sin mi oshi, también pensaba en despedirme de la gente de aquí. Fue nuestro oshi quien nos unió, y sin él, nuestra relación se desharía sin más. Algunas personas cambian a diferentes géneros, como lo había hecho Narumi, pero yo sabía que nunca podría encontrar otro oshi. Masaki sería mi único oshi para siempre. Él era el único que me conmovía, me hablaba, me aceptaba”. (p. 42)
¿Qué lleva a alguien a entregarse por completo a una devoción por una estrella? ¿Cuál es la frontera entre la admiración y la obsesión? Usami explora dichas preguntas en la voz de Akari, quien progresivamente va descartando todo anhelo en su vida salvo uno: entregarse por completo a su ídolo. En el transcurso de la lectura, somos espectadores de las acciones que la protagonista realiza para poder estar a la altura de su oshi. Desde estar atenta a todo el ruido orquestado alrededor de Masaki hasta cumplir con una serie de rituales caseros, como ver todos sus lives de Instagram o escribir en un blog. El día a día de la joven, el cual transcurre entre tener un trabajo precarizado y asistir a los cursos de la escuela, hace que ser la mejor fanática sea su único y verdadero propósito. En tiempos donde imperan las exigencias en los ámbitos laboral y académico, ser fan implica desplazar estas demandas convencionales fuera de uno mismo, utilizando la devoción o la pertenencia a un fandom como una forma de evasión en la que se cumple una misión donde no hay límite:
“Comencé a notar que anhelaba empujar mi cuerpo a su límite, reducirlo, buscar dificultades. Desprenderme de todo lo que tenía —tiempo, dinero, energía— a cambio de algo que se hallaba fuera de mí misma. Casi como si, al hacer eso, pudiera limpiarme. Que al volcarme en ello y sufrir el dolor a cambio, podría encontrar algún tipo de valor en mi existencia”. (p. 76)
Aunque los monólogos de la protagonista a veces resultan repetitivos al justificar su fanatismo, Usami usa esa repetición para reflejar la irracionalidad juvenil. Así muestra cómo la identidad de la protagonista se forma en un contexto de exceso de información, donde lo virtual juega un papel importante en los vínculos que se crean.
El texto también muestra cómo las redes sociales pueden ser agresivas y cómo la falta de verificación de hechos permite que la gente cree sus propias versiones de la realidad. Esto es parte de un comportamiento generacional, donde se prefieren las ficciones a los hechos, lo que lleva a idealizar a un ídolo adolescente sin filtros en las pantallas. Esta idealización afecta a la protagonista, haciendo que sus relaciones familiares y de amistad se vuelvan cada vez más frágiles.
Hacia el final, descubrimos el incendio al que alude el título, acaso una actualización de la simbología del fuego en los mitos clásicos, que volvía a los mortales en dioses y viceversa. ¿Qué ocurre cuando se derriba una fe y no hay un sustituto? ¿Qué se hace con ese vacío espiritual cuando se han dinamitado los demás refugios emocionales? Eso parece cuestionarnos el progresivo desmoronamiento de Akari. La modernidad de esta novela no se basa tanto en los dispositivos o redes sociales que menciona, sino en el conflicto entre dejarse llevar por las emociones y al mismo tiempo despojarse de ellas. En cómo el deseo de sentirlo todo es peligrosamente similar a desear la nada.
Mariposas amarillas y los señores dictadores. América Latina narra su historia (Debate, 2021, 2023) es un extenso e interesante ensayo de la filóloga y editora alemana Michi Strausfeld (Recklinghausen, 1945), quien se doctoró en Literatura Latinoamericana centrando sus estudios en la obra de Gabriel García Márquez (de ahí la referencia de este título). También fue editora del poderoso sello Suhrkamp en Alemania donde llegó a publicar muchos títulos de autores hispanoamericanos, razón suficiente para considerarla como una embajadora de las letras en español, sobre todo de este continente. Este ensayo también es una muestra fehaciente de ello.
El libro, de más de quinientas páginas, está dividido en tres partes con un total de dieciséis capítulos que se intercalan con perfiles de muchos autores consagrados con los que la autora ha mantenido cercanía o amistad, además de estudiar sus obras a profundidad. Estos nombres son Alejo Carpentier, Carlos Fuentes, Isabel Allende, João Ubaldo Ribeiro, Gabriel García Márquez, Juan Rulfo, Mario Vargas Llosa, Octavio Paz, Darcy Ribeiro, Manuel Puig, Guillermo Cabrera Infante, Juan Carlos Onetti, Julio Cortázar, Tomás Eloy Martínez y Elena Poniatowska. Se completa con una introducción bastante explicativa y un epílogo que no necesita ser concluyente, pues este último se presenta con el título “El difícil camino de las frágiles democracias en el siglo XXI”, un fenómeno que viene de tiempo atrás y que parece estar destinado a prolongarse.
En la introducción, la autora afirma que la literatura va de la mano con la política. Esto es indudable, pues a una se le considera como la representación y/o reflejo de la otra, incluida sus consecuencias, sobre todo en el ámbito social, tal como también lo desarrolla el antropólogo colombiano Carlos Granés en su inmenso ensayo Delirio americano. Se suma la constante presencia de los Estados Unidos sobre el resto del continente bajo una modalidad de estricta vigilancia ante una posible “amenaza” por parte de sus vecinos a partir de las diferencias que mantienen, las cuales van mucho más allá del idioma, por lo que queda claro su interés de continuar con una supremacía:
Pronto tuve claro que en la América Latina de aquellos años literatura y política resultaban inseparables: el entusiasmo por la Revolución cubana y la ira por los muchos asesinatos políticos -como el joven poeta peruano Javier Heraud en 1963, el del teólogo de la liberación colombiano Camilo Torres Restrepo en 1966 y el del admirado Che Guevara en 1967- eran inmensos, eran un tema de conversación continuo. La cuestión principal era la devastadora influencia de Estados Unidos en el desarrollo de América Latina, dado que sus numerosas intervenciones perseguían el fin obvio de proteger y garantizar su hegemonía e intereses económicos. Por eso ayudaban a apuntalar a políticos sumisos, que a menudo eran sus marionetas. (pp.15-16).
Es a partir de este punto que surgen una serie de manifestaciones a lo largo del continente donde se revaloran temas como lo prehispánico, lo autóctono, la tierra y la raza; temas asumidos como pilares de su propia historia, la misma que se presenta llena de crisis y de problemáticas a lo largo del tiempo, y que se convierten en materia esencial para el desarrollo de su literatura. Esta historia tan imperfecta se adhiere al registro de una cultura ancestral que se sostiene a pesar del uso de la lengua española como elemento colonial hereditario. Todos estos elementos no sólo recrean un mestizaje que reafirma una identidad, sino que también traen consigo una serie de riquezas como expresión. Se entiende como el discurso perfecto de lo imperfecto. Y es que esta representación amilana el origen de su reflejo, resaltando el acto mismo de representatividad:
América Latina se encomienda a la potencia de su cultura y a la riqueza de su literatura. Carlos Fuentes constata en el ensayo El espejo enterrado: «Quinientos años después de Colón, los pueblos que hablamos español tenemos el derecho a celebrar la riqueza, variedad y continuidad de nuestra cultura». Octavio Paz está convencido, tal y como concluye en su artículo «Alrededores de la literatura hispanoamericana», de que «la historia de nuestras letras nos consolaría un poco del desaliento que nos produce nuestra historia real». (p.30).
El primer capítulo de la primera parte llama se centra en la figura de Cristobal Colón como un cuestionado punto de inicio que da cabida a un desarrollo cultural planteado desde la literatura. Se asume como la semilla donde nace una nueva historia que sirve como referente para la recreación de ficciones de un continente. Y es que es inevitable considerarlo como un símbolo que a lo largo de los años se ha ido devaluando. Incluso al punto de sentenciarlo, pues la verdad de su figura es la que ha impuesto en los últimos años. Así lo manifiestan los principales intelectuales de Latinoamérica, más aún sus escritores:
Por eso concluye Roa Bastos que ese «piloto desconocido» -al que ya mencionaba De las Casas- sería el auténtico Descubridor, y que todo lo demás sólo es mentira o un mito simbólico. Para ello aporta incluso una irónica prueba. A sus ojos Colón es «el precursor preclaro de conquistadores, inquisidores y encomenderos que descubrieron y expoliaron para Europa el Orbe Nuevo», y por lo tanto un personaje funesto. […] Todas las novelas sobre Colón que se enfrentaron al Descubridor y a quinientos años de historia en vísperas de la gran conmemoración de 1992 tienen un rasgo en común: la enfática referencia a las devastadoras consecuencias para Latinoamérica. El «enigma» de la persona de Colón sigue sin resolverse, pero estas interpretaciones nos acercan al Almirante lo suficiente como para hacernos una idea de lo fascinantes que fueron su vida y su descubrimiento. (p.48).
Es más, surgen opiniones que confirman que Colón no es el punto de inicio de todo lo mencionado, pues ya existían manifestaciones previas como son las culturas prehispánicas cuya importancia reside en ser la verdadera base de una identidad:
Carlos Fuentes instaba a «Inventar el pasado. Recordar el futuro». Para los iberoamericanos, y en particular para los mexicanos, guatemaltecos o peruanos, la historia no comienza con Colón: remiten a sus culturas prehispánicas. Y, sin embargo, 1492 fue la fecha que supuso una cesura, de ahí que Colón siga siendo una figura tan controvertida: pobre Almirante, su gloria disminuye de forma imparable. (p.51).
Otro de los capítulos de la primera parte que sobresale es donde aborda la figura de los conquistadores: Hernán Cortés, Francisco Pizarro y Pedro de Valdivida cuya imagen autoritaria y las consecuencias de sus acciones sobre los pueblos oprimidos da paso a lo que recrean los primeros cronistas del continente. Para este punto es ineludible la importancia de la obra de autores mestizos como Guamán Poma de Ayala y el Inca Garcilaso de la Vega.
La imagen de Bolívar también cobra relevancia en este ensayo como el prototipo ideal de autoritarismo sobre un continente. Si bien se aprueba su primera etapa como libertador junto a otros nombres como San Martín y Sucre, su segunda etapa como gobernador es motivo de cuestionamientos a partir de las decisiones tomadas, quizás por eso tuvo tantos detractores como admiradores. Llama la atención que para la literatura se presenta como tema propicio, pero no desde sus triunfos sino desde su decadencia:
Sorprende así que tanto Mutis como García Márquez no eligieron como tema los años gloriosos del Libertador, sino sus últimos y deprimentes meses. Álvaro Mutis presenta en el breve relato El último rostro un par de entradas de diario de coronel polaco Mieczysław Napierski, que buscaba en América nuevos retos y sobre todo la libertad. La entrada del 29 de junio de 1830 recoge su primer encuentro con el general Bolívar, que yace gravemente enfermo en un modesto campamento en Cartagena de Indias.
[…]
Álvaro Mutis no volvió a ocuparse del tema, por lo que García Márquez le preguntó si podía escribir él una novela sobre el Libertador. El trabajo fue arduo, la investigación compleja. En los agradecimientos de su libro dedicado a Álvaro Mutis, El general en su laberinto (1989), García Márquez escribía: «Durante dos años largos me fui hundiendo en las arenas movedizas de una documentación torrencial, contradictoria y muchas veces incierta, desde los treinta y cuatro tomos de Daniel Florencio O´Leary hasta los recortes periodísticos menos pensados». (pp.157-157).
Lo cierto es que para la historia han quedado relegadas, u olvidadas, bajo cierto propósito, todas las atrocidades y abusos cometidos por Bolívar, incluidos los asesinatos o matanzas que él mismo ordenó (p.160), pues el propósito principal es mantener su imagen de héroe de varias naciones o de un continente.
Esta primera parte del libro concluye con lo que ocurrió en el continente a lo largo del siglo XIX, lo que confirma la profecía de Bolívar sobre la nulidad de tiempos pacíficos a partir de la presencia de nuevos militares o caudillos que sólo deseaban tomar las riendas del poder con absoluta autoridad, trayendo consigo cruentas batallas y guerras civiles. Un ejemplo de ello es Yo, el supremo de Augusto Roa Bastos donde se retrata al dictador José Gaspar Rodríguez de Francia, gobernante de Paraguay desde 1814 a 1840. Una violencia similar, sumada a la presencia de un líder charlatán, también se puede ver en La guerra del fin del mundo de Mario Vargas Llosa.
La segunda parte del libro deja a un lado la figura del dictador para centrarse en hechos históricos y otros elementos con los que guarda relación. De esta manera se aborda la Revolución mexicana, tema presente en varias novelas donde se plasma un fenómeno como el mestizaje sin dejar de lado la importancia del paisaje y la tierra. Un ejemplo de ello es la obra de Juan Rulfo. Por supuesto que también se consideran las propuestas de Carlos Fuentes, siempre referidas a la muerte. Aunque aquí cabe resaltar la obra de las escritoras mexicanas que pusieron su cuota de denuncia contra la situación de las poblaciones indígenas como Rosario Castellanos y Elena Garro, esta última confirmada como un antecedente del “realismo mágico” con su novela Recuerdos del porvenir. A ellas se suma Elena Poniatowska, otra escritora mexicana de total relevancia, sobre todo con su novela Hasta no verte Jesús mío.
En cuanto a la tierra y el paisaje, en el capítulo “Fuerzas de la naturaleza fascinantes” se explora la geografía múltiple del continente, desde sus costas bañadas por dos océanos hasta sus desiertos, pampas, cumbres, nevados, andes y selvas inhóspitas. Como reflejo de estos temas se abordan tres novelas esenciales: La vorágine de José Eustasio Rivera, Doña Bárbara de Rómulo Gallegos y Gran Sertón de João Guimarães Rosa.
Completan esta segunda parte la identidad que se busca en el continente a partir del surgimiento de ciertas ideologías que dieron paso al desarrollo de novelas donde se toma como referente principal al individuo, al sujeto de estas tierras, cuyos antecedentes históricos y geográficos se establecen como parte de una fuerte identidad imposible de desprenderse, como es el caso del hombre indígena, representado en las novelas de Ciro Alegría o José María Arguedas. Por su parte, Brasil y el Caribe reafirman su herencia negra a través de sus individuos como parte una identidad irrefutable. Macunaíma de Mário de Andrade y el famoso ensayo de Fernando Ortiz son una muestra de ello.
Por último, en el tercer capítulo, se desarrollan los acontecimientos de la Revolución cubana, que empezó con la caída de un dictador, Fulgencio Batista, para dar paso a otro régimen opresor de la mano de Fidel Castro, otro dictador, que, con el correr de los años, fue desencantando a sus admiradores, lo que trajo consigo toda una serie de hechos que se mencionan de manera exhaustiva, como el caso Padilla y su reacción en el ámbito cultural y literario. En este último ámbito resulta más que fascinante toda la información que brinda la autora sobre los miembros de boom latinoamericano, más aún con sus proyectos sobre dictadores, algunos truncados (como la novela conjunta que pensaban escribir García Márquez y Vargas Llosa) y otras sí cumplidas, las cuales son mencionadas a lo largo del libro.
Lo que continúa en este capítulo sigue centrándose en la violencia y en el autoritarismo. Mención especial a las dictaduras militares de los años setenta y a las guerrillas en distintas partes del continente. En cuanto a la violencia, se hace hincapié a lo ocurrido en la Plaza de Tlatelolco en 1968 en Ciudad de México, previo a sus olimpiadas, lo que trajo la reacción de grandes intelectuales como Octavio Paz. Se suman otros baños de sangre como las guerras civiles en Centroamérica, el surgimiento de Sendero Luminoso en Perú y el auge del narcotráfico en Colombia.
En cuanto a otras formas de autoritarismo, y también de violencia, se menciona el machismo latinoamericano como un nuevo sistema de opresión que sigue causando más víctimas, incluso a niveles alarmantes, como lo ocurrido en México, representado en novelas de autores como Roberto Bolaño hasta Fernanda Melchor. Y ante tantas muertes y violencia, es imposible no mencionar el auge de la novela policial latinoamericana donde sobresalen nombres como Claudia Piñeiro, Santiago Gamboa y Leonardo Padura.
Después de lo expuesto se deduce que el trabajo de Michi Strausfeld es totalizante, aunque también abrumador, pues sobresalen muchos hechos, nombres, fechas y títulos; lo que no lo desmerece, sino todo lo contrario, mostrándolo como algo demasiado completo y revelador. Lo cierto es que su materia de estudio no se agota. Es más, se prolonga y se desborda, al punto de no poder contenerlo todo, pues apenas si menciona a Hugo Chávez y lo que dejó por herencia. Aunque estoy más que seguro de que ya debe estar trabajando en otro libro con respecto a lo mismo, pues la crisis en Venezuela no se ha acabado. Su dictadura continúa. Lo mismo podría decirse de Nicaragua y de Cuba, o de cualquier otro país de este continente que pareciera estar condenado a tener cada cierto tiempo como gobernante a un dictador (o una posible dictadora). Y frente a lo que sigue sucediendo, o lo que pudiera suceder, aparecerán, sin duda, nuevos nombres en el panorama literario para representar estos hechos sólo para que nadie los pase por alto, mucho menos para que queden en el olvido.
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Datos del libro reseñado:
Michi Strausfeld
Mariposas amarillas y los señores dictadores. América Latina narra su historia
Un jardín de aquello que es y no es cuerpo. Las uñas como la transformación de lo que pasa de brindarnos protección a exasperarnos por grotesco (¿la identidad peruana?). Un ecosistema formado a partir de lo descartado que busca restituir su sentido, una conciencia que descubre la razón a través de la poesía. Versos que abren caminos en la niebla y responden a la angustia existencial del hombre sensible, aliviando su desamparo y vulnerabilidad cotidiana. Un poemario que confirma que la poesía de Jorge Pimentel (Lima, 1944) sigue siendo convulsa y beligerante, como dijo Roberto Bolaño, continuando en la apertura de múltiples caminos a partir de ella.
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Aquí, a continuación, una selección de tres poemas:
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INHERENTES
Es sorprendente caminar despacio.
Allá están ellos.
Tú estás acá,
en el pabellón de la desesperación.
No hay búsquedas.
La fiebre es por el poema.
Qué tantas cosas, y qué.
Tampoco abrirán las rejas, y qué.
Sólo tocaré un espacio congelado sin sonrisas.
Y estaré allí,
perpetuamente, en la noche.
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GATOS COLGADOS DE LA LUZ DE UN MEMBRILLO
Ese riachuelo tenebroso donde discurren los gatos
hundiendo el apremio como una columna fugaz.
Y se encienden, atronan, palpitan.
Ese promontorio de los gatos colgados de la luz de un membrillo
esforzando el comportamiento, atreviéndose a usar la lengua
para exagerar la ridícula situación
y el asco y el escozor numeral, chúcaro, altisonante
en los contornos, rota la pulpa que encabritó el musgo soñado,
por tres aortas suplicantes de sol
del devuelto rocío tras las cañas
donde el pasadizo de los gatos
estrangulan la vistosidad
asemejándose a la frugalidad del devenir
a la vastedad hiriente de los compromisos adquiridos
a la súplica de los geranios en su condición absorbente
y ligeramente contraventual
para dirigirnos exactamente
a un punto descolorido
usado
gestado
y nunca visto.
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CONSOMBRAS
Todo está disputado, la luz, esas ojeras,
el aturdimiento, los pedazos que cuelgan, la desventura,
la cancelación, el cercenamiento, los impulsos, la acidez,
la corrosión, lo inverso angosto, el remezón,
el revés grueso, el temblor derrotado,
la investidura de caracteres, la música de gobernadores
despedazados y trágicos, la trampa de un invierno asqueroso.
Hay que cubrir los forzamientos
la deshumanización esparcida sin soñar
los toscos resultados extremados
las tercas estadísticas alentadas por prófugos
la desidia computarizada enfermando girasoles
los rostros de desconocidos de los desesperados
las huellas en el humo de la grasa
otras velocidades en tu pierna desmayada
otras cavernarias ilusas sonrisas aventadas
a cambio de qué
a cambio de qué
de cuándo, de dónde
y otra vez las razones, esa angosta calle que no fue digerida
que vive en los destrozos
y no tengo más que la verdad que escribo
la verdad untada y sin gárgaras, la verdad creyéndonos.
Hamnet (Libros del Asteroide, 2021) de la escritora irlandesa Maggie O´Farrell (Coleraine, Irlanda del Norte, 1972) fue elegida la mejor novela del 2021 para el diario El País de España, además de haber ganado un año antes una serie de premios con su publicación en idioma original. Y no es para menos, pues en ese momento aún se vivían los estragos de la pandemia del año 2020 y esta novela se presentaba con una historia desgarradora que aborda el dolor que produce una peste generalizada, sobre todo en una familia; más aún en una madre (y también en un padre). La novela se sitúa en la Inglaterra de fines del siglo XVI en pleno periodo isabelino, aunque cabe precisar que esta no es una novela histórica a pesar de recrear este tiempo y su ubicación. Su enfoque se centra, en su mayoría, en los espacios rurales o bucólicos, todos bastante íntimos, siempre concernientes a lo doméstico, donde se cuenta la vida familiar, incluida la tragedia, de un personaje trascendental de esta época, sobre todo por su importancia en la literatura universal. Me refiero al dramaturgo William Shakespeare, cuyo nombre, por distintas razones, no se llega a mencionar como tal a lo largo de la novela porque él sólo es un referente, o un personaje secundario, o un punto de apoyo para contar esta historia marcada por el infortunio. Y es que su vocación teatral junto al don de la escritura son sólo un motivo para hablar de los sentimientos que embargan a la verdadera protagonista de esta novela. Su nombre es Agnes (aunque se sabe que en realidad se llamaba Anne Hathaway; sin embargo, su padre la nombra de esta manera en su testamento). Ella es esposa y madre de los tres hijos que tuvo con este genio de las letras inglesas mucho tiempo antes de que él se convirtiera en una celebridad. Ella y sus pequeños son quienes abarcan la totalidad de esta historia.
La novela está dividida en dos partes. En la primera, los capítulos son intercalados en dos tiempos, uno referido a la peste y el otro a un pasado reciente. En el primer capítulo, se cuentan los primeros síntomas de la enfermedad de una niña llamada Judith, por lo que su hermano gemelo, de nombre Hamnet, enseguida busca ayuda para que la pequeña sea atendida y curada. Primero recurre a su madre, Agnes; luego a su abuela, Mary, y a su hermana mayor, Susanna, pero no encuentra a ninguna porque han salido de casa. No busca a su padre porque sabe que este vive en Londres trabajando en un corral de comedias; por eso, intenta pedir ayuda a su abuelo paterno, un hombre amargado y desalmado que trabaja como guantero, y de quien sólo recibe violencia de su parte. En su desesperación, y a pesar de estar magullado, Hamnet busca al médico del pueblo, pero en su lugar encuentra a una asistente que lo trata de manera despectiva. Él insiste porque está muy preocupado por la salud de su hermana gemela, por lo que esta mujer cede de mala manera a sus súplicas preguntándole si la niña enferma tiene fiebre y pústulas en el cuello o en otras partes del cuerpo. Hamnet no sabe precisar. No entiende aún el significado de “pústulas” debido a que sólo tiene once años. Aun así, describe el malestar de su hermana. La asistente del médico se preocupa con lo que escucha. El niño ha mencionado los primeros síntomas de una peste que ha llegado a Inglaterra. Y esta enfermedad será la protagonista de los siguientes capítulos impares de la primera parte de la novela donde una madre abnegada intentará revertir, por todos los medios, el avance de este mal.
En los capítulos pares se cuenta la infancia y juventud de Agnes, quien se diferencia del resto de muchachas del pueblo por andar siempre en el campo acompañada de un cernícalo que muchos confunden con un halcón. Agnes también es una conocedora de plantas y hierbas que utiliza como medicinas para curar distintos males. Este conocimiento lo ha heredado de su madre fallecida. Por otra parte, Agnes puede predecir el futuro, o tener cierto tipo visiones, por lo que muchos la confunden con una bruja. Se suma que tiene una belleza singular, razón suficiente para que un joven preceptor de latín se fije en ella. Se trata de un muchacho instruido que es un apasionado de las letras. Este joven enamorado de Agnes es William Shakespeare, a quien ella luego se referirá como “su esposo”, y después como “el padre de sus hijos”.
De estos capítulos sobresale el encuentro íntimo que sostienen ambos dentro de un galpón, donde el narrador (o narradora) hace uso de un erotismo lleno de sutilezas. Y cómo no conmocionarse con el ataque que luego recibe Agnes por parte de su madrastra al enterarse de que está embarazada, acusándola con una serie de improperios y humillaciones. También sobresale el capítulo que narra el segundo parto de Agnes con ayuda de su suegra y de una partera (su primer parto lo hizo sola dentro del bosque donde nunca deja de sentirse mucho más segura y protegida). En este trabajo de parto, todas las mujeres presentes se dan con la sorpresa de la llegada de unos gemelos (los momentos de agotamiento y dolor de la madre, junto al temor de morir dando a luz, y de lo que pueda pasar con los recién nacidos, mantienen en vilo al lector).
En cuanto a los capítulos referentes a la enfermedad es digno de considerar el episodio del origen de la peste y su recorrido a través de unas pulgas que viajan en un barco desde Alejandría para luego pasar por Venecia y el resto de Europa hasta llegar a Inglaterra, con precisión a Stratford, lugar donde viven Agnes y sus hijos; no sin antes dejar en el camino una serie de fallecidos, muchos de ellos marineros, quienes, sin saber, viajan con este mal que también ocasiona la muerte de algunos animales, como es el caso de los gatos del barco, cuya ausencia da paso a una proliferación de ratas, a las que es necesario matarlas, incluso aplastándolas sin importar regar sus restos manchados de sangre, pues se cree que son ellas las portadoras de esta extraña enfermedad que sólo trae consigo muchas más muertes. Aquí la insalubridad es una muestra más de las pestes que asolaron esta parte del mundo durante esos años.
Otro capítulo muy representativo de la enfermedad corresponde a la visita del médico del pueblo vestido con una máscara con pico de ave, tal como se le ha retratado en distintas ilustraciones, y cuya presencia hacía presagiar un final funesto, pues muchos relacionaban esta imagen con la propia muerte. Un apartado de gran importancia, y también el más conmovedor, es la noche donde la muerte se presenta después de una larga agonía, lo que ocasiona un profundo dolor en Agnes, pues se trata del dolor inconsolable de una madre.
La segunda parte de la novela está compuesta por fragmentos de la vida del campo y de la ciudad. Unos corresponden a Agnes y otros a su esposo, quien ya ha logrado una enorme fama y fortuna escribiendo obras en los corrales de comedia. Tanto es su prestigio que hasta la misma realeza acude a ver estos espectáculos. Aun así, Agnes se sigue resistiendo a ir a la ciudad, a Londres, para reencontrarse con su esposo, pues teme aún por la vida de los suyos. Sin embargo, todo cambia cuando se entera que su esposo, el padre de sus hijos, ha escrito una nueva obra que no es una comedia sino una tragedia. La ha escrito y ha montado su representación teatral cuatro años después de aquella noche funesta que ella aún no puede olvidar. El título de esta tragedia es Hamlet cuya denominación es tan similar al nombre de su hijo Hamnet. Es entonces que la indignación se acrecienta en Agnes, por lo que se ve en la obligación de ir al estreno de dicha obra sólo para verificar por sí misma la relación que puede haber entre su pequeño hijo con lo que ha escrito su padre. Y mientras va observando esta representación teatral y escuchando sus diálogos no puede dejar de lado su dolor de madre. Y, a la vez, tratar entender el dolor de un padre reflejado a través de unas palabras y acciones ya imposibles de olvidar.
Como es de suponer, al final, los aplausos, en todo sentido, están garantizados.
¿Qué viento lo arrastra con la furia de un ángel lanzando desde el cielo, cayendo y cayendo y cayendo?
-Karl Schwarzschild
Por Sebastián Uribe
Hay momentos estelares en la vida de un lector cuando un libro irrumpe y modifica su forma de leer. Cuando una propuesta literaria lo aproxima a un ámbito de la vida inasible hasta ese momento, desestabilizando algunas estructuras mentales percibidas como inamovibles. Un verdor terrible del chileno Benjamín Labatut (Rotterdam, 1980) representa un parteaguas en la narrativa contemporánea reciente por ejecutar una operación compleja y riesgosa con infinitas posibilidades de fracasar: intervenir en otros campos vedados por la complejidad de sus técnicas como son los de la física, la química y las matemáticas, desde la literatura. Y lo hace, no a través de la simplificación de las complejas fórmulas sobre las que estas ciencias se erigen, sino sobre la inoculación del pecado en su naturaleza pura y abstracta, al desacralizar las mentes detrás de estas y navegar entre las sombras que dejaron, con el fin de mostrar su lado más emocional y vulnerable. De esta manera, se reconfigura no la realidad, pero sí la óptica desde la que esta se concibe; con el fin de poder vislumbrar la frontera que separa a la genialidad y la locura por la multiplicidad de vías existentes y las limitaciones de recorrerlas por la restricción más humana de todas: el tiempo y nuestra mortalidad.
Gran parte de la brillantez que se exhibe en Un verdor terrible de Benjamín Labatut radica en la posibilidad de ser concebida como el ejercicio de lectura de alguien empeñado en descifrar e iluminar aquellos aspectos que se encuentran vedados para el común de los mortales, puesto que dicha aproximación significaría el sufrimiento, alejarse de lo que se concibe como “normal” e, incluso, la pérdida de la vida misma. Como parte de este ejercicio, Labatut empieza a destejer e hilar de manera particular eventos históricos desde la ficción literaria, para hurgar en esos agujeros negros a los que se arrojaron muchos de los personajes clave del siglo XX. ¿El resultado? Una forma de leer la existencia y la complejidad de vivir, pues como él declara en una entrevista:
“Por eso admiro tanto a los científicos (y me aburre tanto buena parte de la literatura), porque están atrapados en un baile, en una pelea a muerte con la realidad. A mí me interesa todo aquello para lo cual las explicaciones actuales no bastan. Es un placer muy específico, porque la mente exige explicaciones para todo, la razón quisiera alumbrar hasta el último rincón de nuestras almas. Y, sin embargo, no puede. De ahí surge un cierto delirio, una facultad creativa desatada, porque el ser humano es un mono porfiado, no acepta el vacío, se rebela contra esa falta y fabula, crea realidad, inventa todo tipo de explicaciones e historias para arropar lo que es misterioso. Y luego todos vivimos enredados por los hilos de esa red”.
La política, decía Ricardo Piglia, todo el tiempo está definiendo qué cosa debe ser entendida como verdadera y qué cosa debía ser excluida de la verdad. Y, frente a ese tipo de relatos cristalizados, la literatura trabaja con las inestables e incómodas incertidumbres acerca de lo real y lo verdadero. Los cinco textos de Un verdor terrible extrapolan este choque de narrativas al campo de la ciencia, donde sus más célebres protagonistas –como los grandes lectores de novelas– se toman en serio la incertidumbre de la realidad y la forma de un relato: el químico Fritz Harber creando un método de exterminio a escala industrial bajo la premisa de que “la guerra era la guerra y la muerte era la muerte, fuera cual fuera el medio de infringirla”; el astrónomo, físico, matemático y teniente del ejército alemán, Karl Schwarzschild, remitiéndole a Einstein la primera solución exacta a las ecuaciones de la teoría de la relatividad general desde su unidad de artillería en el frente ruso, entre estallidos y nubes de gas venenoso, consciente de que habiendo alcanzado el punto más alto de la civilización, la caída es inminente; el genio de Alexander Grothendieck sumergiéndose en su propia psiquis en un intento por entender el todo, dejando expuesto un intelecto vasto y aterrorizador, precariamente balanceado entre la iluminación y la paranoia, cada vez más despojado de volver a la cotidianidad de los que lo rodean; el enfrentamiento titánico entre Werner Heisenberg y Erwin Schrödinger, que tuvo al primero alejándose más y más del mundo real con cada nuevo avance de sus cálculos y lo llevó a contratacar usando esos instrumentos de ficción suprema que representan los números para describir el inobservable mundo subatómico, mientras el austríaco lidiaba con las restricciones de su propio cuerpo para potenciar su mente, en una batalla por redefinir no la realidad, sino lo que se puede decir acerca de ésta; y finalmente, la historia de un jardinero nocturno en los extramuros del mundo, para quien las matemáticas se han vuelto una mezcla de anhelo y temor, al afirmar que estas son las que están cambiando el mundo a tal punto que, en tan sólo un par de décadas, a lo sumo, no seremos capaces de entender qué significa ser humano, evitando cualquier comprensión verdadera.
“El físico -como el poeta- no debía describir los hechos del mundo, sino solo crear metáforas y conexiones (…) Heisenberg entendió que aplicar conceptos de la física clásica -como posición, velocidad y momento- a una partícula subatómica era un despropósito total. Ese aspecto de la naturaleza requería un idioma nuevo” (pág. 110).
¿No son las ciencias, en sus múltiples variantes, una serie de batallas por nuevos lenguajes? Las polémicas a lo largo del libro de Labatut se erigen sobre la hegemonía de una teoría que domine a las existentes y la rebeldía contestaria que estas generan. ¿No es acaso más atractiva una idea cuando se percibe un posible desmoronamiento? ¿No radica ahí la génesis de una obsesión y el gesto de desafiarlas? Leyendo Un verdor terrible y pensando en posibles hilos que conecten a los textos, recordé el mito fundacional del avance científico y sus peligros: Ícaro. Su padre Dédalo trabajando día y noche en la creación de un mecanismo para escapar de la oscuridad de la cueva en la que se encuentran encerrados hasta dar con las alas que lo salvarían, pero pagando el precio de la muerte de lo más preciado de su existencia. La aproximación al sol, la curiosidad desmedida, el desvío del sosiego que brinda lo conocido. Labatut reactualiza el mito griego demostrándonos que está más arraigado que nunca en nuestra época. La pregunta es cuál destino nos depara, si el de Dédalo o Ícaro.
Tal vez la mejor forma de terminar este texto sea con una cita de Lovecraft que Labatut mencionó durante la presentación del libro vía Facebook y dejó estupefactos a sus interlocutores y, sospecho, a la mayoría de los lectores:
“Creo que más que lo misericordioso del mundo es la incapacidad de la mente humana para correlacionar todos sus contenidos. Vivimos en una plácida isla de ignorancia en medio de mares negros del infinito, y eso no significaba que viajáramos lejos. Las ciencias, cada una de las cuales se esfuerza en su propia dirección, hasta ahora nos han hecho poco daño; pero algún día la reconstrucción del conocimiento disociado abrirá perspectivas tan aterradoras de la realidad y de nuestra espantosa posición en ella, que nos volveremos locos por la revelación o huiremos de la luz mortal hacia la paz y la seguridad de una nueva era oscura”.
“La literatura sirve para mezclar las cosas y verlas de otra manera”
Por Sebastián Uribe Díaz
Uno de los principales invitados internacionales de la FIL Lima 2024 fue el escritor argentino Patricio Pron (Rosario, 1975), autor de seis libros de relatos, entre los que destacan El mundo sin las personas que lo afean y lo arruinan (2010), La vida interior de las plantas de interior (2013) y Lo que está y no se usa nos fulminará (2018); también, de siete novelas, entre ellas No derrames tus lágrimas por nadie que viva en estas calles (2016) y Mañana tendremos otros nombres (2019), así como de los ensayos El libro tachado: prácticas de la negación y del silencio en la crisis de la literatura (2014) y No, no pienses en un conejo blanco: literatura, dinero, tiempo, influencia, falsificación, crítica, futuro (2022). Su trabajo ha sido premiado en numerosas ocasiones. En 2010, la revista inglesa Granta lo escogió como uno de los veintidós mejores escritores en español de su generación. Sus últimos libros publicados son La naturaleza secreta de las cosas de este mundo (2023) y la reedición de El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia (2024), ambas por Anagrama.
¿Es tu primera visita a Perú?
Es la primera vez que vengo. Como para el resto de argentinos, Lima es para mí casi un mito, por lo que me siento muy afortunado.
Antes de abordar tus libros, quería consultarte sobre algunos artículos que has publicado. En especial por ‘Yo estoy sufriendo, y seguramente tú también’[1], donde reflexionas sobre las denominadas ‘narrativas del trauma’, y afirmas que nuestro deseo de comprender las cosas está conectado con nuestra necesidad de ficción y de consuelo. ¿Por qué desde la ficción se puede comprender mejor este? ¿Se debe a que sea más efectiva que las ciencias sociales o una falla de estas?
No han fallado, desde luego. Necesitamos tanto de la filosofía, la sociología, como también de las ciencias duras para comprender el presente. Todas ellas ofrecen una visión incompleta de la realidad si no las combinamos o si no las conjugamos con el ejercicio de creatividad que es la ficción y la literatura.
En términos generales, las ciencias y las disciplinas que mencionaba son buenas para abordar el presente, así como la ficción es la que nos dice lo que puede ser. Y en este momento histórico necesitamos ambas cosas, no solamente comprender el mundo que nos rodea, sino también postular otro, a pesar de los enormes desafíos que enfrentamos. Es decir, hacer dialogar y completar otras disciplinas. La literatura no solamente es literatura, sino siempre está vinculada con otras cosas, con sociología, filosofía, etc. La literatura sirve para mezclar las cosas y, al mezclarlas, verlas de otra manera.
¿Cómo es tu proceso de la escritura de ficción y no ficción?
Es un proceso muy intuitivo. Yo parto de una pregunta y es posible que, en virtud de la pregunta, a raíz del modo en que esta es formulada, el modo que tenga de responderla vaya más por el lado de la ficción.
Las preguntas son esencialmente las mismas y no las distingo si se trata de ficción o no ficción, sino de un proceso orgánico. Lo que voy escribiendo deriva hacia un lugar o hacia otro. Se trata de categorías que pueden y deben estar muy claras para quien lee los textos, pero no necesariamente para quien escribe.
En América Latina, hay la tradición de autores que han pasado de la ficción a la no ficción. En España, no te encuentras con ese cruce de fronteras. En mi caso, es algo que se desarrolla a lo largo del proceso de escritura.
Hace poco vi que posteaste que habías leído Introducción general a la crítica de mí mismo. Conversaciones de Ricardo Piglia con Horacio Tarcus[2], publicado por Siglo XXI, y comentaste que ese libro complementaba de alguna manera sus diarios. ¿Qué es aquello que más te sorprendió en línea con lo que comentabas sobre los cruces de la ficción y no ficción?
Piglia es uno de los autores más importantes en mi formación, y tuve la fortuna de conocerlo poco antes de que falleciera y que me tratase como un par. Es muy emocionante cuando los autores te tratan así, como si pertenecieses a su vida. Él fue uno de los autores más inteligentes de la literatura argentina, la cual es una muy cerebral, a diferencia de otras literaturas, con autores finísimos como pensadores. Esto se vincula con el hecho de que el pulso vanguardista en Argentina se volcó gracias a la influencia de Borges en el cruce de ficción y no ficción.
A diferencia del caso peruano donde el impulso vanguardista fue hacia la poesía, en el caso de la Argentina, fue hacia el ensayo, en el cruce de la ficción y no ficción, y Piglia fue un maestro de eso. En este libro que mencionas, Piglia contó lo que no contó en sus Diarios de Emilio Renzi, que más bien ofrecía el espectáculo de Piglia leyendo a Piglia.
En esta conversación con Horacio, cuenta todo lo que no contó en sus diarios: su activismo político, sus vínculos con organizaciones políticas de vanguardia, los años sesenta, setenta. Tiempos que fueron muy interesantes, pero a la vez muy trágicos, atravesados por golpes de estado, por asesinatos políticos, etc.
Y luego me pareció interesante lo que dice de Walsh, de quien señala que se puso a escribir no ficción no por un impulso político, sino por percibir que lo que nos estaban contando, estaba mal contado. Lo que hizo que Walsh escriba no ficción (Operación Masacre, etc.) no fue inicialmente una idea política, aunque condujo a la trasformación política de Walsh, sino que fue un impulso de escritor (“esto está mal contado”), y que tiene que ver con esto que hablábamos hace un momento: hacer preguntas y cruzar los límites de la no-ficción y ficción para tratar de responder. Por ejemplo, los lectores de mis libros dicen que hay mucho ensayismo en mis novelas. No es algo intencionado, pero es algo que me gusta.
Uno tus cuentos que más me gusta es ‘Como una cabeza enloquecida vaciada de su contenido’, que me recuerda a Copi en la propuesta de esbozar el revés de la idea de progreso humano como una sombra de la evolución. ¿Cómo crees que conversa la literatura con el progreso? ¿Cómo fue esta última experiencia que tuviste enfrentándote a ChatGPT[3]?
Me alegra que menciones ese cuento, puesto que está estrechamente relacionado con la obra de otra gran escritora argentina que es Graciela Speranza, siendo casi una respuesta a la escritura de esta magnífica ensayista, y una forma de responder a la pregunta de cómo contar una historia del presente a través de un objeto aparentemente irrelevante, uno de los objetos sin ninguna importancia, que las personas utilizan sin pensar en ello, pero que, sin embargo, precisamente por su carácter transitorio, puede permitirnos recordar la historia de la Humanidad y ver qué nos conecta con todos.
Cuando escribes acerca del régimen económico y político en el que vivimos, a menudo tiendes a hacerlo hablando de grandes estructuras que involucra grandes cantidades de personas. Si bien este ejercicio es legítimo, parece que impide recordarnos que estas fuerzas políticas y económicas que operan sobre nosotros son partes de vidas individuales. Ese cuento es un intento de proponer una manera de contar que sea distinta de la forma habitual de hacerlo.
En cuanto a la idea de progreso, hay dos formas de concebir la historia: como una trayectoria lineal que avanza hacia una especie de resolución, y otra versión de la historia como algo cíclico, que es parte de los mitos antiguos, de la historia de las religiones, etc. Desde aproximadamente el surgimiento del cristianismo, hemos tenido una idea del tiempo lineal y progresista. Avanzamos hacia una especie de lugar, que para algunos es el triunfo de la técnica y para otros es la revolución, el progreso económico; y para personas religiosas, el Apocalipsis, la segunda venida de Jesús, el fin de los tiempos.
La forma lineal es la dominante en Occidente y, sin embargo, una y otra vez comprobamos que caminamos en círculos. Las sociedades latinoamericanas han hecho enormes progresos en los últimos años, pero esos progresos no están garantizados. Los derechos para las mujeres, para las minorías, para los más desfavorecidos de la sociedad, el derecho a una vivienda digna, a transporte, a salud, son derechos dificultosamente adquiridos y, por ello, más fácil de perderlos, como pone de manifiesto el caso argentino. Más que hablar de una progresión, creo que de lo que debemos hablar es de avances y retrocesos continuados de la historia de la vida que son la historia de las sociedades de la que formamos parte.
Yo no veo ningún tipo de progreso en las nuevas tecnologías. Tienen algunas ventajas, pero también enormes desventajas y problemas que producen. Paul Virilio, ensayista francés, decía que cada nueva tecnología genera un nuevo accidente. La invención del tren es la invención del accidente ferroviario. La invención del teléfono es la creación de la caída de las líneas que impiden comunicarnos. La aparición del internet crea sus propios accidentes: tanto el crecimiento de los discursos de odio, o circunstancias como la de hace poco (la caída mundial de Microsoft) que hace que caiga todo el sistema. Esos accidentes vienen unidos, son partes intrínsecas de nuevas tecnologías que se nos presentan como soluciones. Donde algunas personas nos quieren hacer ver soluciones, yo solo veo problemas.
Así que ya ves, no tengo una idea progresista de la historia, lo que no quita que sea una persona más o menos optimista. Sobre Chat GPT, los amigos de la UNED me propusieron esta especie de partida de ajedrez entre Chat GPT y yo, en las que ambos produjimos sesenta textos a partir de unas consignas, y esos textos fueron evaluados por un puñado de especialistas. Afortunadamente los especialistas valoraron más mi trabajo que los de Chat GPT, pero no quiere decir que la humanidad haya ganado, sino que los expertos aún son capaces de diferenciar entre la escritura humana y la escritura maquínica. La pregunta es si la gente puede diferenciarlo igualmente que los expertos. Mi respuesta es que no, que estamos rodeados de comunicaciones producidas por máquinas (en redes sociales), y de un pensamiento maquínico que afecta a personas que son incapaces de desarrollar una contradicción o un pensamiento complejo.
En ese contexto, la literatura adquiere un lugar especial, una forma de resistencia. Supongo que, con el tiempo, no dentro de mucho, pero en algún momento, uno más o menos mediato, la diferencia principal entre unas y otras personas será su capacidad de comprensión de la comunicación (tanto escrita como verbal). Entonces quizá los que leemos tengamos en ese sentido una pequeña ventaja, al tiempo que un montón de problemas, pues comunicarte con personas que no son capaces de comprender lo que dices es particularmente difícil. No son buenos tiempos, pero tampoco parecen ser mejorables. En esas estamos.
Muy interesante tu respuesta porque conversa mucho con tu última novela en la que se parte de la idea de que el desastre está aquí, en el presente, y se conecta con tu propuesta acerca de la posibilidad de pensar un mundo mejor.
Creo que pensarlo es necesario y es una de las grandes tareas políticas que tenemos por delante, pero también llevarlo a cabo, que es una tarea mayor a la de imaginarla. Afortunadamente, tenemos todos los recursos como sociedad: la capacidad de diálogo, establecer acuerdos, un enorme ejercicio de imaginación colectiva, etc. Recursos a los que algunas personas vamos a contribuir de una manera u otra. Unos escribiendo libros y otros atendiendo un hospital público. Creo que todos somos parte de algo que nos concierne.
Ahora yo haría mías las palabras de Gramsci que dijo que “soy optimista de la voluntad y pesimista de la razón”. Tenemos que ser conscientes de los desafíos a los que nos enfrentamos. En materia incluso de comunicación literaria, tenemos que tener el optimismo de la voluntad. Nos jugamos varias cosas y creo que cada pequeño espacio que conseguimos hay que defender y preservar: conversaciones que tengo contigo, con los amigos de Lima, las conversaciones que se produce con mis libros, donde no estoy, pero se hace a partir de ellos, esos lugares tienen que ser preservados y defendidos, nadie más lo va a hacer. Tenemos que hacerlo.
Hace poco ha salido una edición corregida y aumentada sobre El espíritu de mi padre sigue subiendo en la lluvia. ¿Cómo ha sido esa conversación con ese texto que ha sido publicado hace más de diez años?
Para mí es otro libro, pero lo hubiese sido incluso aunque no hubiese cambiado una coma, porque ha sido leído en circunstancias distintas por lectores diferentes. Cada nueva publicación de un libro supone la transformación de ese libro en un libro diferente. El ejercicio de la relectura lo convierte en un libro diferente, pues si lees un libro que ya has leído verás que lo lees de una manera distinta. Lo mismo con los subrayados, donde muchas veces descubres que subrayaste lo menos importante. Es tal vez la prueba de que tengo algunas capacidades como lector y autor que no tenía en el pasado. Esto es esperanzador, ojalá que siga, pero también afecta a lo que yo mismo escribo.
Cuando comencé a corregir el libro, pensé que solo iba a cambiar los adverbios, corregir un par de errores, y no fue así. Cuando me metí a ello descubrí que lo podía hacer mejor, que podía hacerlo con una sintaxis distinta, un texto más contundente, más eficaz. Tenía la impresión de que sabía qué es lo que había querido decir, que ahora podía decirlo mejor. Creo que es un libro mejor ahora. Además incluye cincuenta fotografías nuevas. Creo que en ese momento pensé en la posibilidad de incluir fotografías y no sé por qué no lo hice.
Yo quería que los lectores que han leído el libro tengan la posibilidad de que lean qué imágenes estaban en mi cabeza cuando estaba escribiendo la novela, que tengan acceso a una dimensión a la que no tienen acceso. Es también una forma de exponerme porque nunca había publicado un libro con fotografías mías. Y como te expones, te sientes empoderado, pero al mismo tiempo profundamente ridículo: es como bailar en una discoteca. Pero tenía que bailar sobre una discoteca. Creo que el libro es mejor ahora, incluyendo el epílogo. El caso policíaco tuvo desarrollo después de la novela, así que también está incorporado en la novela.
Es posible que acabe haciéndolo con los otros libros que Anagrama irá publicando o rescatando poco a poco, pero no lo sé. En este momento, me interesa más lo que vaya a hacer a continuación. De eso es más difícil hablar siempre.
Cuando vi la edición aumentada/corregida que hiciste, lo percibí como un ejercicio parecido al de Fresán con Mantra o al de Bellatin con Salón de Belleza.
No leí la nueva edición de Bellatin, pero sí los libros de Fresán, y sus reediciones. Rodrigo es expansivo, tendiendo a ampliar sus textos. Pero creo que en este caso yo reduje. No ha habido cortes sustanciales, no hay nada que haya quedado fuera que sea realmente relevante. Fue un ejercicio de ir a lo esencial del libro.
Supongo que son rasgos del carácter que nos diferencian a Fresán y a mí, haciendo que la expansión para él sea fácil. Son formas distintas de enfrentarse a los textos que uno ha escrito. En ambos casos, sin embargo, diría yo, tal vez, lo que nos una sea la idea de que estamos en movimiento, de que no nos hemos quedado en ningún lugar, de que estamos creando y lo estamos haciendo con el mismo talento (ojalá) y con la misma convicción con la que comenzamos a hacerlo. Alguien me preguntaba recientemente en una entrevista para un periódico mexicano si consideraba el Premio Alfaguara la cumbre de mi carrera. Y era una pregunta, supongo, pertinente desde el punto de vista del entrevistador, pero para mí completamente desconcertante. Lo que hice en el pasado no me interesa demasiado, me interesa lo que hago en el presente. Y de esta manera quisiera responder tu pregunta anterior. El pasado está aquí en el presente, el futuro es lo que haremos en el presente. Es el resultado de lo que hacemos en el presente. Y en este breve instante desde la perspectiva de este breve instante, el pasado y el futuro se ven de manera particulares.
Cuando yo decidí reescribir El espíritu de mi padre… lo que hice fue traer un libro al presente. Hubiese sido fácil dejarlo en el pasado, decir esta es una pieza de mi museo particular. Hay escritores que se dedican a crear un museo particular, pero para mí lo más importante es estar en movimiento, y permanecer emocional e intelectualmente vivo.
Antes de despedirnos, te quería consultar por algún libro, disco o película que quieras recomendarnos.
Cuando escuchas mucha música o ves muchos films o lees muchos libros, te sucede que cuando te preguntan estas cosas te quedas en blanco. Las personas que han leído poco tienen en la punta de la lengua los diez libros más importantes de la historia de la Humanidad (risas). Pero déjame pensar un segundo. Hay un disco al que yo regreso con cierta frecuencia, lo estaba escuchando cuando venía de camino a Lima. Su autor es un gran baterista de jazz y rock llamado Pomo. Tiene dos discos: Pomo Primario, Pomo Binario. Son maravillosos. A quien quiera que le interese estas músicas, le gustará. Charly García, Cerati y Fito Páez construyeron sobre algo, sobre cimientos sólidos de un productor como Spinetta. Pomo fue el baterista de una de las mejores bandas de Spinetta: Invisible. Ver cómo ese músico continuó creando y superando sus estándares es algo que todos deberían disfrutar. Esa es mi recomendación.