El miércoles 25 de junio se realizó la conferencia de prensa de la Cámara Peruana del Libro (CPL) en el auditorio de la Biblioteca Nacional del Perú (BNP) para la presentación oficial de la 29° edición de la Feria Internacional del Libro de Lima. Este año el país invitado de honor es Italia, donde destacan tres autores literarios: Aurora Tamigio (Palermo, 1988) con su novela El apellido de las mujeres (Seix Barral, 2025); Carlo Vecce (Nápoles, 1959), especialista en Renacimiento y especialista en la figura de Leonardo Da Vinci con dos voluminosas novelas sobre estos temas: Caterina (Alfaguara, 2024) y Vida de Leonardo (Alfaguara, 2025); y Mario Calabresi (Milán, 1970) con un libro testimonial titulado Salir de la noche. Historia de mi familia y de otras víctimas del terrorismo (Libros del Asteroide, 2023).
También destacan otros invitados literarios que ya nos han visitado en distintas ediciones y que regresan a la FIL Lima 2025 para presentar sus novedades. De España llega Javier Cercas, quien presentará su último libro de no ficción El loco de Dios en el fin del mundo (Random House, 2025). También ha confirmado Rosa Montero con la novela Animales difíciles (Seix Barral, 2025) con la que cierra su saga de la detective Bruna Husky. Se suma el ganador del Premio Alfaguara 2017, Ray Loriga, quien presentará su última novela Tim (Alfaguara, 2025). De esta delegación española, quienes sí nos visitan por primera vez son la joven escritora sevillana, Irene Reyes-Noguerol, autora del libro de cuentos Alcaravea (Páginas de espuma, 2024) y Elisabet Benavent, autora de varios best-sellers románticos. Su último libro es Snob (Suma, 2024), además de varios títulos anteriores llevados a la pantalla.
De Argentina llega por primera vez Tamara Tanenbaum, ganadora del Premio Paidós 2025 con su ensayo Un millón de cuartos propios. También estará Guillermo Saccomanno, ganador del Premio Alfaguara 2025, con su novela Arderá el viento. Otro escritor que ya nos ha visitado es Kike Ferrari, autor de novelas policiales o de temática criminal, quien viene a presentar su novedad Si estás leyendo esto (Fondo de Cultura Económica, 2025). Otro visitante recurrente, muy querido en Perú, es el fotógrafo argentino Daniel Mordzinski, conocido como “el fotógrafo de los escritores”, ganador del Premio Escribidores 2025 otorgado por la Cátedra Mario Vargas Llosa por su destacada trayectoria. Mordzinski presentará su último libro cuyas fotografías siempre guardan relación con la literatura. Otra escritora argentina, pero radicada en España, es Valeria Correa Fiz, quien también nos visita por primera vez. Sus cuentos han sido publicados por Páginas de Espuma. Esta vez llega con un nuevo poemario titulado Cielo adentro (Isla elefante, 2025).
México se hace presente con el escritor y guionista Guillermo Arriaga, quien también vuelve a visitarnos para presentar su última novela El hombre (Alfaguara, 2025); y Amaury René Sánchez, ganador del Premio Yubartas 2024, por su novela Acequia (Peso pluma).
Por parte de Colombia sobresalen las escritoras Laura Restrepo, Premio Alfaguara 2004, quien también llega con una nueva novela titulada Soy la daga y soy la herida (Alfaguara, 2025) y Piedad Bonnett con su nuevo poemario Los hombres de mi vida (Visor, 2025).
Chile también se hace presente con dos nombres importantes en la literatura latinoamericana contemporánea. La primera es Cynthia Rimsky, ganadora del Premio Herralde de novela 2024, por su novela Clara y confusa (Anagrama). Y la segunda es la joven escritora Paulina Flores, quien también llega con su nueva novela La próxima vez que te vea, te mato (Anagrama, 2025).
Otro nombre que sobresale, y que también ya nos ha visitado, es la escritora puertorriqueña Mayra Santos Febres con nueva novela La otra Julia (Vintage, 2024; Alfaguara, 2025).
A todos ellos se suman una larga lista de escritoras y escritores peruanos que presentarán sus novedades durante esta 29° edición.
Otras menciones a considerar es el homenaje a Mario Vargas Llosa con una instalación titulada “Método Vargas Llosa”, además de una exposición de sus libros y rutas literarias. Otra actividad relevante es la conmemoración por los cien años de nacimiento de Nicomedes Santa Cruz. También se toman en cuenta los homenajes a otros escritores peruanos fallecidos en los últimos meses como Carlos Germán Belli, Nicolás Yerovi y Teresa Orbegoso. Por último, el Premio FIL 2025 será otorgado al poeta liberteño Leoncio Bueno Barrantes.
La fiesta de los libros y de la literatura ya ha sido anunciada. Empieza el 18 de julio y va hasta el 06 de agosto. Serán 20 días de actividades culturales para todas las edades. Están cordialmente invitados.
Joaquín Peón:” La sorpresa a menudo deriva de un encuentro con lo inusual”
Por Redacción El Hablador
Uno de los invitados internacionales a la más reciente Feria del Libro de San Borja fue el escritor mexicano Joaquín Peón Iñiguez (Ciudad de México, 1987). Apareció en la Antología de la Novísima Narrativa Breve Hispanoamericana (Grijalbo) y ha colaborado con diversos diarios, revistas, y un catálogo de fontanería. Trabajó tres años como coeditor de la revista Replicante. En Perú se publicó una nueva edición de Ciudad Pantano, vía Colmena Editores. Sobre ello conversamos en la siguiente entrevista.
Las ficciones paródicas tienen una tradición antiquísima que abarca incluso al mismísimo Quijote de la Mancha ¿Por qué crees que, a pesar de ello, cuando aparece un libro con dichos rasgos se genera una especie de sorpresa en la crítica?
Me parece que en la literatura, como en la vida, la sorpresa a menudo deriva de un encuentro con lo inusual. La parodia, como género en sí mismo, se practica poco, a pesar de que la mirada paródica tiene asomos en muchas escrituras.
Supongo, además, que existen ideas extendidas sobre qué es la literatura y cómo ello permea en el trabajo de escritores y críticos. Está bien que se siga alimentando la tradición de las formas canónicas. Y está bien que exista esa otra literatura en constante búsqueda de expandir los horizontes de lo literario. Ambas merecen la atención de la crítica que, por otro lado, opera de a menudo en función de criterios personales, políticos y sociales que trascienden el propio ideal de criticidad.
En Reencarnación del Cristo de Elqui’ realizas una especie de actualización del famoso personaje de Nicanor Parra usando versos también. ¿Qué tan cercano te sientes al mundo de la poesía? ¿Cómo hilar un personaje que es tanto bufón como crítico certero de su tiempo?
En estos momentos, en lo personal, me interesa más la poesía o lo híbridos o los cuadernos, que las narrativas tradicionales de ficción.
Sobre lo otro, me hace sentido que un bufón sea un crítico certero de su tiempo. Detrás de los géneros y los recursos humorísticos, con frecuencia hay un sentido de autocrítica o crítica social. Y la carcajada nos libera de todo lo que le cause gracia
En tiempos de redes sociales e IA, donde los límites entre lo que es cierto de lo que es falso se vuelven difusos, ¿dónde crees que se ubica la parodia como ejercicio de resistencia?
Creo que la IA, por ahora, tiende a estandarizar representaciones verbales de la realidad. La parodia, por otro lado, tiene la tarea de distorsionar las representaciones de la realidad y, más allá de eso, de sugerir una visión crítica sobre las políticas detrás de las representaciones consensuadas de lo real.
En ¿Qué hay dentro de la ventana? recreas la atmósfera de una de las más famosas novelas de Bolaño, quien es otro referente de este ejercicio de desacralizar a muchas figuras canónica, ¿cómo te sitúas como lector ante su obra?
Bolaño fue importante para mí en mis veintipocos. Leí con entusiasmo varios libros suyos. Algunos de sus personajes eran para mí como súper héroes que leían en la ducha, discutían libros en cantinas y se adentraban en el desierto en busca de una poeta perdida. Sin embargo, hace tiempo no lo leo. Mi camino lector me ha llevado por otras veredas, pero le guardo ese eterno cariño de juventud.
¿Hay algún autor u obra que te hubiera gustado agregar a ‘Ciudad Pantano’?
¡Muchos! Por un momento pensé que dedicaría mi vida a escribir parodias. Sin embargo, luego me pareció que el humor, por naturaleza y necesidad, a menudo sólo alcanza para hacer una representación un tanto reduccionista de nuestra compleja realidad. Desde entonces sigo en el proceso de descubrir cómo ser una persona crítica. Cuando escribí ese libro, pensé que la crítica que me interesaba practicar estaba en la irreverencia, en el humor, pero con el paso de los años la busqué también en la exploración de mi ternura, y ahora mismo lo hago mientras intento recrear mi mente con todas las voces que en ella habitan y lejos, afuera de sí, de esta idea ilusoria que uno se hace de ser un yo.
Creo que un amplio sector de la crítica literaria, al menos la mexicana, se encuentra en una transición de la solemnidad a la banalidad, es decir, vamos de mal en peor.
Imaginen una novela con esta trama: un escritor español de más de cuarenta años, que ha publicado dos novelas, Infelices (2019) y Agnes (2021), las cuales han circulado sólo dentro de España, les comenta a sus lectores que demorará tres años en publicar su siguiente libro. Ellos le reclaman que no pueden esperar tanto. Entonces a este escritor se le ocurre la idea de hacer un podcast para mantenerse en contacto con estos lectores impacientes y desesperados. Al mismo tiempo recibe la mala noticia que su padre ha enfermado de un mal incurable. Este escritor visita a su progenitor en el hospital a pesar de saber que se encuentra desahuciado. Y en lugar de lamentarse por lo que están viviendo; ambos, padre e hijo, empiezan a hablar de lo que más les gusta, que son los libros y los escritores, que muchas veces tienen vida de novela, y no siempre de las felices. Lo curioso es que estas conversaciones sirven para sobrellevar la infelicidad que sienten ante la enfermedad y la proximidad de la muerte. Es así como nace Grandes infelices, un podcast creado por este escritor español llamado Javier Peña (A Coruña, 1979), quien no puede ocultar su fascinación por la infelicidad y el fracaso, sobre todo dentro la literatura. Y es que a Javier le gusta mucho leer y comentar sobre escritores que han pasado por los peores momentos que nadie se puede imaginar. Lo curioso es que con este extraño gusto ha creado una inmensa legión de seguidores para el podcast, tanto dentro como fuera de España. Ahora tiene una gran audiencia en distintos continentes. Esto dio pie a su siguiente publicación, Tinta invisible (2024), que justo llegó tres años después, tal como lo había anunciado. Allí él cuenta el inmenso dolor que sintió mientras veía a su padre morir por culpa de la enfermedad. Aunque también cuenta las historias de estos escritores infelices, que son varios, y que a su vez se convirtieron en temas para cada episodio de este podcast con el que Javier Peña se ha hecho conocido en distintos países de habla hispana, entre ellos, Perú. En El Hablador aprovechamos su visita para entrevistarlo sólo para querer saber más sobre Tinta invisible y el éxito de Grandes infelices:
Créditos: Omar Guerrero
¿Cómo nace la idea del podcast? ¿Y qué tanto tuvo que ver tu primer libro Infelices, publicado en 2019, sobre todo con la historia de ese escritor obsesivo que sólo se dedicó a contar la vida de los demás y que se olvidó de vivir su propia vida?
El podcast nace por casualidad. A lo largo de mi vida, las cosas que mejor me han ido, que más han funcionado en mi vida, en la vida personal, pero también en la vida profesional, son las cosas que nacen por casualidad. Parece que cuando las busco no me funcionan y cuando no las busco aparecen solas. El podcast nace, principalmente, porque cuando publico mi segunda novela, Agnes, en 2021, no tenía ningún material para publicar próximamente, y se pronunciaron los lectores, un pequeño núcleo que ya tenía en España, a pedirme que saque otra novela. Yo les dije que hasta dentro de tres años no podría sacar nada más porque yo tengo que trabajar en algo concreto, tengo que pensar, que reflexionar, que escribir y crear. Y ellos me dijeron que no podía dejarlos abandonados tres años, que tenía que hacer algo para darles mientras tanto. Entonces se me ocurrió la idea de hacer un podcast. Se trataba de una creación que me permitiría estar en contacto con ellos con una periodicidad mayor que una novela o un libro. Y así nació la idea de hacer este podcast. Justo en ese momento mi padre enferma y queda desahuciado. Lo peor es que no había nada que hacer con su enfermedad, que era terminal. Yo fui a verlo al hospital y me di cuenta que en lugar de hablar de las cosas supuestamente más trascendentales de la vida, lo que hace es hablarme de historias de los libros que había leído a lo largo de su vida. Y también me preguntó por los que yo había leído. Es allí que me habló también de las vidas de los escritores, que es algo más excepcional, porque que te cuente de los libros que ha leído es normal, pero que te hable de la vida de los escritores es algo que a mi padre le interesaban mucho y que de alguna forma me legó. Y cuando mi padre fallece, se me ocurrió que ese podcast que quería hacer para mantenerme en contacto con los lectores podría ser también un medio para mantenerme en contacto con mi padre muerto, sobre todo para seguir contando la vida de nuestros escritores favoritos. Y así nació el podcast. Lo curioso es que nació como puente entre libros, pues al final se convirtió, no voy a decir en todo, pero sí en algo fundamental de mi vida, de mi obra. Por eso le dedico nueve o diez meses al año en hacer los guiones, que involucra leer y documentarme… Verás, es una casualidad. Era como algo más lúdico, más para mantenerme en contacto y al final se convirtió en la esencia. En cuanto a Infelices, sí están relacionados desde el nombre o desde el título. De hecho, ha cambiado un poco, pero el primer logo del podcast eran unos círculos colocados en las primeras temporadas, y esos círculos son los mismos de la portada de Infelices, que hasta antes del podcast y de Tinta invisible, era mi novela más conocida en España. Por eso con la editorial quisimos aprovechar un poco ese impacto para dar a conocer el podcast, para que la gente diga: “Ah, es el podcast del autor de Infelices”. Eso, por una parte, es una estrategia de marketing, pero también tenía mucho que ver con la temática porque siempre lo que más me ha interesado es la infelicidad. Lo que más me ha interesado es el fracaso. Yo siempre me he considerado un poco el escritor del fracaso. Es algo que me interesa mucho y que me atormenta, porque siempre es como el miedo que tengo en la vida, al fracaso, a la vergüenza. Yo, por ejemplo, cuando hago cualquier presentación, tengo miedo a que no venga nadie. Y no es tanto por lo que vendas o dejas de vender, porque al final todos sabemos que de cada libro vendido el escritor se lleva muy poco. Es muy poco el dinero que tú ganas con esto, pero es la vergüenza, sobre todo, el fracaso público, el escarnio de estar allí y de que haya constatación de que has fracasado. Es algo que me interesa mucho. Todos los mecanismos emocionales y mentales que eso genera los estudio en mis novelas con mis personajes, pero también con los Grandes infelices, con estos grandes de la literatura.
Desde los primeros episodios se percibe tu gran cualidad de lector. ¿Recuerdas cuál fue tu primera lectura y cuál ha sido la última en estos días previos a tu llegada a Perú?
Creo que todo lo construimos. Recuerdo siempre el primer libro que leí autónomamente, porque mi padre aparte me leyó muchos libros, y ese primer libro que escogí era un libro de adultos, no un comic, tampoco un cuento. Se trataba de un libro extraño porque se titula La vida de un oso gris del autor Ernest Thompson Seton. Y ese quedó en mi historia personal que yo construí porque creo que todos construimos nuestro propio personaje. Y ese primer título de hecho lo he perdido y me encantaría recuperar ese ejemplar. No sé dónde quedó, en alguna mudanza, quizá. Lo cierto es que tiene algo de mítico para mí. En cuanto al último libro que he leído ha sido algo para el podcast porque el 95% de los libros que leo son para este proyecto o son para hacer un taller o, por ejemplo, hasta hace poco dirigí una residencia literaria. Este es uno de los grandes dramas de lo que hago actualmente. Y es que sólo cuatro o cinco libros al año los puedo escoger yo porque mi trabajo en el día a día es leer y escribir, pero sobre todo leer para el podcast. Entonces siempre leo con una funcionalidad. Pero para contestar tu pregunta diría que el último libro que estoy leyendo es La Praga de Kafka de Klaus Wagenbach. Entonces eso ya da muchas pistas sobre por qué lo estoy leyendo.
Otra de las cualidades que se perciben en el podcast es que concentra mucha información biográfica de los escritores alternada con sus creaciones, desde las más famosas hasta las menos recordadas. ¿Qué es lo que más lee Javier Peña, ficción o no ficción, sobre todo para la creación del podcast?
En mi vida antes del podcast leía más ficción. Aunque siempre he tenido etapas. Por un momento me cansaba de la novela. Había momentos donde decía que esto de la ficción es absurdo, y que voy a leer cosas serias. Entonces durante dos o tres meses leía mucha no ficción. Y de repente decía: Pero yo necesito esa vida que surge de la ficción, esa vida especial, esa vida fuera de la realidad. Y entonces volvía a la ficción durante seis, siete, ocho meses, hasta que pensaba de nuevo lo mismo. Es así que surgen estas etapas. Desde que empecé con el podcast leo principalmente no ficción, biografías, libros sobre escritores y sobre escritura. Y para la preparación de un episodio del podcast la mayor parte del tiempo es la documentación, y la mayor parte de esta documentación es la no ficción. Las novelas de los escritores que escojo son un apoyo, pero no son la base. La base es la vida y el apoyo son las novelas. Lo construyo así. Es verdad que las novelas me pueden dar una idea para organizar la vida, pero la mayor parte de la documentación está en la no ficción.
Créditos: Omar Guerrero
Vamos con Tinta invisible. Este libro se presenta desde el inicio como una carta de despedida y agradecimiento a tu padre, que también fue un gran lector. ¿Qué títulos recuerdas de su biblioteca?
Mi padre era un lector voraz, pero también era un lector enfocado en algunos escritores o en algunos temas. Mi padre era marino y los libros de escritores marinos eran de su preferencia. Por ejemplo, Joseph Conrad era uno de sus escritores fetiche. Otros eran Herman Melville o Robert Louis Stevenson. Había otros escritores británicos de principios del siglo XX, estilo H.G Wells que también eran de su predilección porque le gustaba la ciencia ficción, así como también Asimov. Recuerdo que le gustaban las novelas de espías tipo John Le Carré o Graham Greene. También tenía una colección de las obras completas de Dostoievski. Era variado, pero al mismo tiempo era muy selectivo en el sentido que esos autores que le gustaban los leía una y otra vez. Y también leía sus biografías. Creo que una parte de eso me lo ha legado. Vuelvo a decirlo, mi padre era un lector voraz y leía hasta las etiquetas de champú, como lo cuento en Tinta invisible, pero a la hora de leer un libro prefería volver a lo ya conocido o a lo que le había marcado a sus veinte años en lugar de aventurarse por algo nuevo.
¿Cuál fue la primera biografía que te impactó? ¿Y este impacto estuvo relacionado por el grado de infelicidad del biografiado? Si es así, ¿qué aspecto terminó conmoviéndote?
Todas me impactaron de una forma u otra porque en todas ellas descubrí factores o elementos en los que veía reflejado mi propia infelicidad y mi propia vida. Y eso es lo que me impactaba mucho. El hecho de pensar que esos escritores tan exitosos, tan míticos, tenían circunstancias o factores que podrían recordar una vida tan humilde, tan poco interesante como la mía. De repente estas leyendo la biografía de Dostoievski, con una vida tan ajetreada, condenado a muerte, al punto que acabó en Siberia, y que era un ludópata. Y todas estas cosas que vivió, y sin embargo había algo de él donde me veía reflejado. Yo, un pequeño escritor de una pequeña ciudad de España que escribe en las cafeterías al lado de su casa sentía conexión con estas historias. Y todo eso me parecía maravilloso. Eso mismo me pasó con todas las biografías que he leído, aunque a veces menciono mucho la biografía de un escritor que todavía no he hecho para el podcast porque quedó en una primera versión o porque se cayó en el camino. Me refiero a la biografía de Philip K. Dick que hizo Emmanuel Carrère que se titula Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos, publicado en Anagrama, y que me impactó mucho, primero porque la imagen de Philip K. Dick es muy lisérgica, alucinada y muy interesante, pero también por cómo está narrada. Es una biografía, pero al mismo tiempo es como una novela. Está basada en hechos reales, pero no se diferencian mucho de los otros libros de Carrère. Y me interesa mucho por esa idea de imaginar una novela con esta trama, y un poco la idea que hace el podcast. Por ejemplo, ayer en el conversatorio mencionaba la biografía de Sylvia Plath que tiene mil doscientas páginas y que está muy bien documentada y está cronológicamente contada con lo que pasa cada año, por lo que es muy útil para hacer un episodio, y sin embargo le falta esa parte literaria que la hace aburrida. Tienes que ser un gran experto, un conocedor, o estar muy interesado en Sylvia Plath para disfrutarlo. Y a mí me interesan mucho las biografías que son tomadas como un modo de hacer literatura y no simplemente como un acto académico de dar datos específicos de un autor.
¿Cuál crees que es el peor defecto de un escritor? ¿El ego o la envidia?
Creo que uno surge del otro. Yo siempre pienso que el peor defecto es la envidia. Como decía Bertrand Russell es algo que no beneficia a nadie y hace daño a todo el mundo. Hace daño al envidioso y al envidiado. Y no hay ningún tipo de ventaja. La envidia es algo que no sirve para nada salvo como motor creativo. Es lo único para lo que puede servir la envidia, para que a ti te motive para superar a esa persona a la que envidias, y entonces te esfuerces más y hagas algo mejor. Creo que es un defecto horrible, muy lamentable, que dice muy poco de la persona que lo sufre, del gran envidioso. Yo lo soy. Soy un gran envidioso. Entonces me castigo bastante por eso, pero, aun así, con estos castigos no consigo mantener a raya mi envidia, pero al mismo tiempo sólo valoro de esa envidia si es como un motor creativo, un motor de esfuerzo, un motor para conseguir cosas que sean buenas para el resto. Es curioso que alguien pueda escribir una gran novela porque envidie a otra persona, y que al final esa novela pueda resultar buena para el mundo, para los lectores y para la cultura universal. Le sucedió a Tolstói a partir de su envidia a Dostoievski.
Créditos: Omar Guerrero
¿Es el fracaso otra forma de sufrimiento? ¿Lo consideras una inspiración necesaria pero tortuosa para la escritura?
El fracaso digamos que para mí es la gran forma del sufrimiento, el fracaso en todos los ámbitos. Una de las mayores causas del sufrimiento es el fracaso amoroso. Sabemos que la inmensa mayoría de historias de amor están condenadas al fracaso. Sin embargo, nos lanzamos a ellas con total pasión, con total voluntad. Incluso sabemos que van acabar mal, pero allí estamos. Me parece que refleja nuestra tendencia al sufrimiento, e incluso regodearnos en el sufrimiento. Creo que, de ese regodeo, de ese saber que vas a fracasar, nace mucha literatura. Sí me interesa muchísimo cómo el ser humano afronta el fracaso, porque la vida es como un fracaso anunciado porque ya sabemos el final que no es nada bonito ni reconfortante. Todo eso nos va marcando, la idea de finitud de todo. Si pienso en una relación amorosa asumo que está condenada a la finitud, a acabarse pronto o más tarde, y eso la hace más apasionante. Si dijéramos que voy a empezar una historia de amor y sé que va a durar eternamente como que directamente no nos interesaría. Pienso que el fracaso nos atrae y que es como un material literario apasionante. Yo al principio, cuando empecé a escribir mis novelas, pensaba que el azar tenía mucha importancia en las novelas, porque como te decía antes, en mi vida las mejores cosas que me han pasado han sido a causa del azar, y porque nunca las he buscado. Es algo que siempre he tenido en la cabeza, por lo que pensaba que yo era el escritor del azar, pero el verdadero escritor del azar era Paul Auster. De eso me di cuenta después. Entonces decidí que yo tenía que ser el escritor del fracaso. Y eso lo empecé con Infelices, mi primera novela, y lo he continuado con Grandes infelices. Con eso se podía decir que lo estoy intentando, porque estoy convencido del camino que quiero seguir y lo que quiero narrar.
En Tinta invisible mencionas la moraleja de la casa construida con los ladrillos de la propia vida que de un momento a otro se puede desmoronar. Pones como ejemplo la obra de Karl Ove Knausgård y lo que sucedió con su familia. ¿Consideras esta moraleja como una advertencia o consejo para los escritores que escriben sobre temas tan personales?
No es una moraleja ni un consejo sino una constatación. Digamos que estoy convencido que si un escritor necesita contar algo lo va a contar, aunque destruya a su familia. Es como una pulsión en la que necesitas sacar eso a pesar de que sabes por anticipado del daño que vas hacer. Es como que la literatura, las historias o lo que tienes que contar están por encima del bienestar de quienes te rodean. Creo que eso es algo que hace un verdadero escritor y que es una de las partes que lo hace tan infeliz y tan miserable, y que al mismo tiempo hace infeliz al resto porque pone por encima su necesidad de contar sin importar la posibilidad de ganar algo dinero al hacerlo. Creo que el cuentacuentos tiene que contar todas esas historias por encima de su cadáver y de los cadáveres de los demás. No lo quiero decir como una advertencia de no hacer esto porque antes debes pensar en el daño que le vas a hacer a los tuyos, sino para que sepas que al escribirlo sí vas hacerle daño a las personas de tu entorno.
Uno de los componentes de la infelicidad en los escritores es la enfermedad. Pones el ejemplo de Kafka y no puedes evitar relacionarlo con la enfermedad de tu padre. De esta manera se establece lo que llamas “tinta invisible”. ¿Qué otros casos de escritores enfermos o desahuciados se te vienen a la mente?
Muchas veces pienso en la enfermedad no tanto como un anticipo del desahucio y la muerte, sino en la enfermedad como motor de creatividad. Pienso en la enfermedad de Alberto Moravia, por ejemplo, que tuvo una tuberculosis ósea teniendo doce o trece años y eso le hizo estar encamado un montón de tiempo y fue ahí que empezó a escribir, lo que sirvió para que publicara su primera novela a los diecisiete años y eso lo convirtió en uno de los grandes jóvenes prodigio de la literatura europea, y por supuesto de la literatura italiana. No sabemos si lo mismo hubiese sucedido sin la enfermedad. Pienso también en el caso de Camilo José Cela, un escritor gallego como yo, y Premio Nobel, que también tuvo una enfermedad de muy joven y lo llevó a escribir compulsivamente. Por eso me interesa mucho la enfermedad como motor de creatividad. Me interesa mucho esa enfermedad inicial más que la enfermedad final que condena. Un ejemplo de ello es cuando hice el episodio de Karen Blixen y la importancia de su viaje a África, sobre todo cuando su marido le contagió la sífilis allá siendo muy joven. De esta manera la condenó a estar enferma el resto de su vida, siempre sufriendo. Y es inevitable que en su obra esté reflejado ese sufrimiento. Es allí que me interesa mucho esa parte de la enfermedad. Aunque, evidentemente, también está el caso de Kafka o de otros escritores que tienen esa losa encima al final de sus vidas y que me parece interesante, pero me parece mucho más interesante al principio porque creo que genera más creatividad que al final. También es por una cuestión de temporalidad porque cuando ya te ataca al final y te condena, pues es una salida, pero lo otro es como que te marca todo el camino.
De todas maneras, es inevitable no pensar en Roberto Bolaño que en su etapa final escribe lo que se considera su mejor novela. Me refiero a 2666.
Sí, en Bolaño me interesa mucho la enfermedad como ironía. Lo mismo se podría decir de Kafka. Me tortura mucho pensar en esa gente que vivió su vida de forma muy desgraciada como Bolaño, y que solamente pudo disfrutar del éxito durante unos cinco años, más o menos. Y ahora es considerado como uno de los escritores latinoamericanos más importantes, sobre todo después de la salida de esa lista del New York Times donde coloca a 2666 y a Losdetectives salvajes dentro de las mejores novelas de los últimos años, lo que incrementa su prestigio. Pero lo que más me interesa es esa situación cuando en su vida la pasa fatal con trabajos muy duros y denigrantes con los que sigue pasando hambre, y eso impresiona. Al final es como un mito, lo que me parece tan irónico y tan duro, y eso también impresiona.
Créditos: Omar Guerrero
En el libro mencionas los matrimonios entre escritores como el de Elsa Morante y Alberto Moravia, o Martha Gellhorn y Ernest Hemingway. Se podrían citar otros ejemplos como Sylvia Plath y Ted Hughes o Elena Garro y Octavio Paz. ¿Cuál es tu percepción de las escritoras casadas con escritores?
Las escritoras casadas con escritores siempre han tenido que sufrir más que sus esposos. Han tenido que sufrir la incomprensión y la valoración injusta. Por suerte eso está empezando a cambiar. Pero antes sólo se les consideraba la mujer de… en lugar de verlas como verdaderas escritoras. Elsa Morante, por ejemplo, odiaba que la considerasen la mujer de Moravia. Ella decía “Yo soy Elsa Morante y mi obra vale por sí misma”. Sin embargo, en Italia siempre fue la mujer de Moravia. Entonces han tenido que sufrir la condescendencia de sus maridos que siempre pensaban que tenían más talento que ellas. Incluso cuando era evidente que no era así, pienso en el ejemplo de Shirley Jackson y su esposo Stanley Hyman, que era un escritor académico. Y esto lo cuento en el podcast y en el libro. Ella tenía mucho más talento que él. Sin embargo, en casa él siempre tenía la prioridad de utilizar la única máquina de escribir que poseían. Recién cuando él se iba a descansar, Shirley Jackson podía hacer uso de la máquina para dar rienda suelta a su escritura, que no sólo era mejor, sino que llegó a ser hasta más comercial. Me parece que es algo muy significativo, porque a pesar que las mujeres han llegado a ser más valoradas por los lectores, el marido siempre ha pensado que su obra es más importante sólo por el hecho de ser hombre. Por eso digo que ellas han sufrido mucho con esa condescendencia y esa minusvaloración, primero en casa, con sus esposos y sus propias familias, y segundo, con la misma sociedad.
Has regresado al Perú después de siete años. ¿Qué lecturas peruanas te llevaste en la maleta en ese anterior viaje y qué lecturas te llevas ahora con esta nueva visita?
Confieso que no soy un gran conocedor de la literatura peruana. Evidentemente he leído mucho a Vargas Llosa. He leído a Bryce Echenique. Cuando tenía veinte años leí mucha literatura hispanoamericana. En ese tiempo leí a Ciro Alegría. Y después no he leído más literatura peruana. Digamos que soy un escritor y lector que por influjo de su padre (de mi padre) ha leído mucha más literatura anglosajona que hispanoamericana. Entonces si hago una comparación, he leído más autores anglosajones o europeos que hispanoamericanos. Y eso es una deuda que tengo. En este viaje me llevo literatura peruana que me han regalado. Por suerte aún me quedan un par de días libres e iré a buscar los libros que venía con la idea de comprar, sobre todo son libros biográficos y autobiográficos. Quiero comprarme los diarios de Ribeyro: La tentación al fracaso. También El zorro de arriba y el zorrode debajo de Arguedas. Me han recomendado mucho la biografía de Ribeyro. Venía interesado en una biografía de Arguedas, pero ya me han dicho que no lo voy a encontrar porque no existe. Lo más cercano serían sus cartas. Igual quiero ver cómo me sorprenden las propias librerías y los libreros cuando los visite. Otro nombre que me han recomendado en estos días es Martín Adán con su Casa de cartón.
Esta pregunta te la deben haber hecho innumerables veces desde que has llegado, pero es inevitable: ¿Tienes en mente a una escritora o a un escritor peruano que podría servir de material quizá para un siguiente episodio de Grandes infelices?
La próxima temporada de Grandes infelices va a estar centrada en un escritor y una ciudad. En la búsqueda de los episodios planteé hacer algo de Lima, pero no encontré un escritor porque pensé en Vallejo, en Arguedas y en Ribeyro, pero no me pareció que Lima tuviese esa presencia concreta en su vida. Para eso descarté a Vargas Llosa porque no tiene esa esencia que tiene Borges con Buenos Aires o Dostoievski con San Petersburgo. Entonces descarté hacer un peruano porque no encontré ese encaje. Ahora esta temporada que viene va a estar centrada en eso, pero en una siguiente temporada sí que tengo la idea de hacer más escritores latinoamericanos e hispanoamericanos porque tampoco tengo un español en el podcast, y eso es algo que me vienen reclamando. Entonces en algún momento voy a tener que remediar esa ausencia. Tengo ideas. Tal vez debería hacer una temporada sólo de hispanoamericanos. Aún no lo sé, pero estos nombres que he mencionado: Vallejo, Arguedas y Ribeyro me llaman mucho la atención. Pero primero tengo que ver si la bibliografía que puedo conseguir, como El zorro de arriba y el zorro de abajo, me resulta suficiente para hacer un podcast sobre Arguedas. Me parece que aún no tengo toda la documentación necesaria. Igual tengo que analizarlo. Y después están otras historias como la de Martín Adán, que me parece interesante, pero no sé si me daría para montar un episodio entero o más bien un fragmento para estos especiales que hago en otros proyectos como un libro, pero sí que me gustaría conocer mucho más esas historias porque cuantos más escritores infelices conozca, más me va a permitir abordar las siguientes biografías con un bagaje considerable. Y eso también me ayudaría a identificarlos y a clasificarlos. Y también hay un problema al momento de escoger autoras porque para mí es importante, sobre todo para darle pluralidad al podcast. Cuando llegué aquí me mencionaron a Blanca Varela como posibilidad porque la mayoría de escritores que me recomiendan son hombres, y me interesa mucho recuperar a escritoras latinoamericanas porque ahora hay un boom con la gran cantidad de escritoras latinoamericanas que están saliendo, y que son muy potentes a nivel mundial como Fernanda Melchor o Mariana Enríquez. Igual sigo pensando que hay una deuda con las escritoras de hace muchos años que vivieron la incomprensión y la minusvaloración del mundo editorial y de la sociedad, por lo que considero prioridad reivindicarlas, pero en ese camino faltan muchas veces la documentación o la bibliografía que se necesita para hacer un episodio. Me gustaría que alguien colabore haciendo ese trabajo para poder tomar esta información como base para la realización de un episodio del podcast, y así más gente, o más oyentes, de distintos lados, lleguen a la obra y al conocimiento de esta autora citada, o este autor citado, lo que se convertiría en algo circular donde todos nos veríamos beneficiados.
Créditos: Omar Guerrero
(Como una recomendación, mencionamos al final de esta entrevista otros nombres de la literatura peruana que podrían resultar de interés para Javier Peña como María Emilia Cornejo, Juan Gonzalo Rose y Carlos Oquendo de Amat).
¿Dónde quedarse? ¿A qué lugar pertenecer? La poesía cual peregrinaje a los recovecos de la memoria. En el nuevo poemario de Carlos López Degregori (Lima, 1952) se despliegan elementos de distinta naturaleza como una forma de aventurar una respuesta a las dos preguntas iniciales: personajes históricos, locaciones deslumbrantes, autores de obras inmensas, mística oriental. Un asombroso mapa que sirve para hallarse y perderse a la vez. Aquí a continuación, una selección de tres poemas:
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UN DURAZNO EN LAS TERMAS
Llegas con una jarra y humedeces mi frente pecho sexo las plantas abismales de los pies. Ah, extraña, venida de la extrañeza más grande. Ah, bañadora de los baños que limpian mi asfixia. Ah, agricultora.
Riegas con el agua de tu jarra el jardín de mi piel y brotan rosas anómalas. Humedeces los pliegues, las imperfecciones. Conviertes cada lunar en ceniza venidera.
El sol de la tarde es un durazno. Extiendes tu mano y lo arrancas del cielo. Extraña fruta que se parece a mis versos. Muerdo la codicia y el jugo de su carne hasta que solo queda en mi boca la dureza pulida del carozo: es el óbolo que me entregas para alcanzar la Luz o la Oscuridad.
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PIAZZA DI SPAGNA
En la imagen aparece una sombra que puede ser la mía
Es la Piazza di Spagna en el año de 1990:
los escalones son los dientes del verano
y se recortan los ángulos de la casa de Keats y Shelley
Vine a cerrar mi peregrinaje
a que su Romanticismo compense la debilidad del mío
Han pasado 35 años y regreso:
trato de proyectar la misma sombra
ahora anciana
El tiempo es un carrete
en los dedos temblorosos de un fotógrafo
la juventud un lugar posible y allí retorno
Roma estridente
Roma de la fotografía en la que se alarga mi sombra
como una proyección que me lleva al pasado o al futuro
La Piazza di Spagna en perturbado contraluz:
mi peregrinaje a un lugar imposible
que anhelo como posible
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VELLOCINOS | 5
Una fila de Vellocinos atraviesa la Tierra. La constelación de Aries los orienta. Vuelan llenos de servidumbres corporales, temporales: bulbos que golpean como cráneos en las planicies transparentes. Tu piel cae en rodajas moradas.La lámina de acero contra la muñeca es una sonrisa, la prolongación de una Cebolla teatral, la muerte elegida que marcha deprisa o se detiene. Nada de lo que fui llegará a ustedes: apenas la risa, la insolencia victoriosa.
Un afilador sube por la calle y crece en sus notas sucesivas el arco de su silbato.
“El arte se vuelve un juego ligeramente fantástico con el tiempo: es la documentación de algo que no fue, y a la vez promesa de algo que será’
-César Aira en ‘Sobre el arte contemporáneo’
Por Sebastián Uribe
Más que preguntarnos por qué o para qué leemos a César Aira (Coronel Pringles, 1949), lo que realmente se impone al abrir una de sus novelas o cuentos es la expectativa del asombro. Qué nuevo conejo sacará esta vez de la chistera. Con qué truco intentará —una vez más— hechizarnos. Porque si hay algo que caracteriza a sus ficciones es el encanto de la fábula, una narración en la que cualquier situación puede ocurrir, por más inverosímil que nos pueda parecer a priori, y La vida nueva no es la excepción.
Un joven narrador inédito de veinte años, que responde al nombre de Aira, desea publicar su primera novela. Su manuscrito llega, por mediación de sus amigos, a Achával, un entusiasta editor independiente, en quien delega la publicación del libro. Así pasan días, semanas y años. La publicación mantiene su condición de promesa y la absurdamente larga espera se va tornando en la nueva normalidad. Cada vez que hay un nuevo contacto para consultar por el libro – para el narrador, una manifestación de la relación “telepática” entre él y su editor–ocurre un evento fortuito que entorpece y pospone la publicación del libro.
Estas interrupciones —que van desde un apagón en la imprenta hasta dificultades con la distribución, la logística, el diseño de la tapa o incluso la cola para el pegado— son precisamente el tipo de incidentes con los que Aira impregna su literatura de un carácter lúdico, donde cualquier cosa puede suceder. La literatura, según Aira, es el desvío necesario al anhelo de control y automatización de nuestra época. Esa estandarización solemne y tediosa que ha impregnado el espíritu humano tras más de dos siglos de carrera industrial y tecnológica. No es un dato menor que el protagonista de la novela sea en sus inicios un estudiante de Administración de Empresas, carrera con la que enmascara el secreto de su vocación literaria y por la que no muestra interés alguno.
Otro dato curioso es que, en la novela, no se llega a precisar de qué va el manuscrito, pero sí se menciona lo siguiente:
“Y él sí, aun siendo un hombre de larga militancia izquierdista y gran compromiso político y social, supo apreciar el soplo fresco de irreverencia que representa lo mío y que no era otra cosa, según él, que la libertad, antídoto necesario a la seriedad o solemne empaque, ya francamente estalinista, que estaban tomando las ciencias sociales” (pág.10)
La vida nueva, así como sus otros más de cien libros publicados, se convierte en otro artefacto excéntrico que se cuela a la fiesta del presente sin estar adherido a alguna tendencia temática. Asimismo, este libro se convierte en un dardo envenenado dirigido al lenguaje encorsetado y homogeneizante que domina gran parte de los ensayos actuales, representado de forma paradigmática por los papers académicos —una forma que comparten también muchas narrativas contemporáneas, empeñadas en ‘decir lo mismo’ bajo el afán de (sobre)explicar.
El humor airano es uno que no busca arrancar carcajadas sino desconcertar al lector. Los chistes son imprevisibles por naturaleza y las novelas de Aira logran ese mismo efecto, alterando las expectativas que el lector se hace tras leer las primeras páginas. La aparente sencillez de la trama en un momento inicial, las situaciones jocosas y la prosa prístina, son algunos elementos con los que el escritor argentino busca propiciar ese accidente capaz de distorsionar el carácter previsible del lenguaje realista que impera en la cotidianidad. En este libro, dicho desvío se materializa en un extenso párrafo sin pausas, de más de sesenta páginas, que puede leerse —y disfrutarse— en una sola tarde.
“En realidad, mi intuición había dado la hora justa, que era la hora en que debería haberse producido el evento. Si no se había producido había sido por un accidente, que producía un pliegue en la esencia cronológica del asunto, pero no la alteraba. Por puro gusto de la especulación y porque me gustaba hablar con Achával, lo contradije: esa supuesta “esencia cronológica” no existía, o si existía estaba toda ella hecha de accidentes, la esencia misma del tiempo era el accidente imprevisible” (pág. 35)
Hace no mucho leí que entre los títulos de los diez libros “imprescindibles”[1] de otro gran narrador argentino, Sergio Chejfec, figuraba La vida nueva. Esto no resulta sorprendente al descubrir cómo se representa en la novela el ecosistema material de la literatura. Aquí, Aira se ríe del mundo editorial contemporáneo, donde el último elemento en importancia resulta ser el autor, cuya función, en palabras del narrador, es “la única irreemplazable en toda la cadena” (pág. 19) y por ello mismo, la única que podía esta fuera de la misma.
Pero hay otra dimensión donde también confluye la literatura de Aira con la de Chejfec y es la de la pregunta por el tiempo en el arte, en cómo se piensa y opera en este:
“La mariposa aleteó locamente en un mundo tan loco y tan colorido como ella, el mundo de mi juventud. Dejé pasar años. El tiempo no tenía urgencias para mí, y dos años no me parecía gran cosa. Un día llevaba a otro, un verano a un invierno, y había que vivir. Achával seguía presente en algún rincón de mi mente, y detrás de Achával mi novela, mi primer libro. No era que no me importara; era una presencia importante; por serlo, podría esperar. De hecho, la espera a la que lo estaba sometiendo era un homenaje a su importancia, en cierto modo un gesto de respeto” (pág. 22)
En ese espacio temporal entre la escritura del manuscrito y su publicación, –constantemente anunciada y postergada por el editor– es donde, en verdad, se gesta la literatura. Pues es en esa demora —que se opone al sentido de urgencia del mercado— donde se deja de pensar en términos funcionales y el lector se rinde ante la inventiva del autor. Por paradójico que parezca, es en esa aparente pérdida donde la literatura se reapropia del tiempo y lo recupera para restaurar la posibilidad de comenzar una vieja vida nueva.
Tinta invisible (Blackie Books, 2024) del escritor español Javier Peña (A Coruña, 1979), es una larga carta dirigida a su padre durante sus últimas semanas de vida. Aunque también es una dedicatoria y homenaje, además de un largo agradecimiento y despedida a esta persona que lo inició, de una u otra manera, en su desbordada pasión por la literatura, siempre con innumerables títulos y lecturas, incluyendo las historias reales de los escritores, que muchas veces también tienen vidas de novela, y no siempre de las mejores, como bien dice Peña en su famoso pódcast “Grandes infelices”, que por fortuna ya ha traspasado las fronteras de España, y que en realidad recomiendo mucho escucharlo.
Este libro de no ficción conjuga las memorias y el ensayo con un tono bastante nostálgico. Está dividido en catorce capítulos, incluida la introducción y un epílogo. Y en todos ellos siempre está presente la literatura, más aún en su faceta más complicada y oscura como el ego, la envidia, la mentira, la obsesión o el sufrimiento. Cada uno de estos términos, y lo que encierran, va a dar título y desarrollo a cada capítulo. Los protagonistas son los mismos escritores junto a lo que ocurre en sus vidas, cuyas anécdotas, muchas de ellas basada en malos momentos, aunque también trascendentales, mantienen relación -en gran parte- con lo que vive Javier Peña mientras ve a su padre consumirse por culpa de la enfermedad en medio de la pandemia. Es entonces que se pregunta cuál es el legado que recibe de su progenitor, con quien tuvo más diferencias que cercanías, más silencios que conversaciones. Y al intentar responder esta pregunta surgen las historias que contienen estas páginas, siempre relacionadas con la literatura. Parte de esta pregunta (y también respuesta) se sustenta en el siguiente párrafo: “A la pregunta de por qué mi padre hablaba más de los autores que de las novelas, he acabado por responderme que, con frecuencia, las vidas de los escritores son más literarias que su propia literatura. Ser escritor, pienso ahora, no solo significa escribir historias, sino habitar un mundo de historias. Imagino que ser lector es lo más parecido” (p.15: versión ebook, lo mismo para las siguientes citas).
En este mundo de historias surgen una infinidad de nombres reconocidos que padecieron un sinnúmero de cosas antes de disfrutar el éxito y de la gloria, ya sea en vida o después de la muerte. Ejemplos hay muchos como el de Margaret Atwood, quien siempre tuvo presente la marginalidad que sufrió en la Biblioteca de Lamont, en Harvard, donde no se le permitía entrar. Y esto lo conjugó con lo que vio en su viaje a Afganistán, donde encontró a mujeres con el rostro cubierto. Demás está decir que ambos hechos le sirvieron para escribir El cuento de la criada. Sucede que de estas (malas) experiencias surge la genialidad. Aunque también está la imaginación como elemento creativo, como le ocurría a Roald Dahl, quien no se cansaba de contar ocurrentes historias. A ello se suma la mentira (muy válida en la literatura), por algo Nabokov siempre contaba la parábola del lobo a sus alumnos en la universidad. Y al citar estos dos términos es ineludible no tomar en cuenta lo que dijo la esposa de un reconocido escritor, que también era escritora, y que padeció ambas condiciones: “Martha Gellhorn, que estuvo casada con Hemingway, decía que lo que en un escritor es imaginación en cualquier otra persona se considera mentir. Ahí, decía Gellhorn, es donde entra la genialidad” (p.44).
A continuación, menciono los otros términos que componen cada capítulo. Por ejemplo, en el capítulo 4, titulado “Ego”, rescato estas dos citas que sirven de estímulo e incitación, más aún si el lector es también un escritor plagado de egocentrismo: “El ego fabrica grandes escritores, pero también grandes infelices” (p.56). “El ego es un mecanismo esencial para la literatura. Es el mecanismo que, en primer lugar, impulsa al autor a escribir una historia y, por encima de todo, el que le impide destruirla inmediatamente después de haberla creado” (p.59).
Para el caso de la “Envidia”, desarrollada en el capítulo 5, es inevitable no mencionar algunos casos como la envidia de Tolstói hacia Dostoyevski, o la de Virginia Woolf hacia Katherine Mansfield. Lo más estremecedor es la forma cómo terminaron estas animadversiones que se volvieron inútiles. Otra forma de representar este “pecado capital” en la literatura se muestra en las relaciones de pareja entre escritores como ocurrió con Martha Gellhorn (ya mencionada en líneas anteriores) y Ernest Hemingway, o lo sucedido con Elsa Morante y su esposo Alberto Moravia. Y es que muchas veces los matrimonios entre escritores no siempre son historias de amor llenas de felicidad.
Otras historias resaltantes que se encuentran en los siguientes capítulos son, por ejemplo, la de John Cheever, quien se camuflaba como un trabajador más que tomaba el ascensor de su edificio muy temprano en las mañanas hasta bajar al sótano donde se ponía a escribir, como si lo suyo se tratase de un trabajo como cualquier otro. O la decisión de J.D Salinger, que se refugiaba en un búnker ubicado fuera de su casa sólo para escribir lejos y a salvo de las personas, más aún después del éxito que le habían producido sus primeros libros. O todo lo que padecía la escritora Agota Kristof fuera de Hungría. O el caso extraordinario de Dostoyevski y Anna Grigorievna Snitkina, quienes escribieron juntos El jugador en veintiséis días, hecho que antecedió a su matrimonio. O la historia de José Saramago y cómo él le dio este apellido a su padre. O el racismo exacerbado de Lovecraft. O la historia de Tomás Mann y su esposa hospitalizada, lo que produce el origen de La montaña mágica. O el caso de Karl Ove Knausgård y la relación con su padre, y luego con su esposa Linda, además de las repercusiones de sus novelas al hablar de su familia, de donde Peña toma la moraleja de la casa construida con los ladrillos de su propia vida que de un momento a otro se pueden desmoronar.
Menciono más historias que resultan extraordinarias y a la vez conmovedoras, más aún si están de por medio los personajes de ficción, como el caso de Unamuno y su personaje Augusto Pérez de Niebla. O la Conan Doyle y su personaje Sherlock Holmes, a quien tuvo que revivir por presión de los lectores. O Nabokov y su personaje Humbert Humbert en Lolita, cuyas consecuencias lo llevó a cuestionarse, con gran sentimiento de culpa, qué es lo que había hecho, más aún después de recibir la visita de una niña disfrazada de su emblemático personaje en una fecha como Halloween.
En cuanto a las “obsesiones” sobresale Borges y su gusto por las novelas policiacas, o la pasión de Emily Dickinson por los libros y la poesía, o los casos extraños de Rulfo y Onetti por no querer hablar (o no gustar hacerlo), dando paso, sobre todo en el escritor uruguayo, al término “literatosis”.
Por supuesto que también se aborda el “sufrimiento” como una característica ineludible. Tan trascendental resulta que Peña la desarrolla en dos capítulos. Allí menciona casos como el de Chéjov y su posible percepción de que la escritura muchas veces provoca sufrimiento. O como cuando David Foster Wallace rompió con su novia y enseguida adoptó un perro sólo para poder escribir, así no se sentía tan solo ni tan abrumado por la presencia de otra persona. O cuando Amos Oz escribió su novela Mi querido Mijael sentado sobre el retrete del baño de la habitación que rentaba con su esposa, pues ese era el único espacio libre que disponía para poder escribir. O el caso de Borís Pilniak, escritor ruso ejecutado por el régimen de su país, y que se considera un antecedente en cuestión de escritura para Borís Pasternak, en relación con la política, más aún al no querer rechazar el Premio Nobel. Y a través de estos ejemplos queda la siguiente cita: “Escribir es dar un paso tras otro. Se escribe porque somos imperfectos e infelices, pero escribir nos hace más infelices. Es todo muy absurdo, pero igual de absurdo es vivir cuando el final ya está escrito” (p.189).
Los últimos capítulos están dedicados al “mercado” y a la “suerte”, ambos de gran relevancia para los escritores. Del primero sobresale la percepción del mercado que tuvo Jason Epstein, quien fue editor por dos décadas en Random House. O el caso de Gertrude Stein y su falta de éxito comercial, por lo que termina sometida al mercado editorial para alcanzar lo que tanto ansiaba. O la relación de Carver con su editor Gordon Lish, gran causante de su éxito.
En cuanto a la “suerte”, sobresalen varias anécdotas, como el regalo de Navidad que recibió Harper Lee por parte de unos amigos, lo que le permitió escribir Matar a un ruiseñor. O el éxito de John Fante gracias al azar guiado por Bukowski convertido en lector. O la (mala) suerte que tuvo John Williams en vida, porque una vez muerto esta se revirtió con el éxito de su novela Stoner gracias a Colum McCann y Anna Gavalda, también como lectores. Se considera además la historia de la dentadura de Martin Amis y su éxito relacionado con su padre, otro reconocido escritor. Y es que aquí vale muy bien lo que dice Peña: “En el mundo editorial la fortuna vale de bien poco si no va acompañada de contactos. De hecho, la fortuna suele radicar en adquirir buenos contactos. Es decir, estar en el lugar adecuado en el momento adecuado y con las personas adecuadas” (p.243).
En cuanto al epílogo se cuenta la historia de Boris Vian y la adaptación al cine de su novela Escupiré sobre vuestra tumba. De esta manera enlaza la idea del inicio de la vida con su respectivo final, que en el caso de Boris Vian corresponde al infortunio.
De esta manera, Peña, a través de su escritura, que se ciñe sobre las historias de grandes escritores, que a su vez son grandes infelices, intenta conocer a su padre, quien también era un gran lector, y que incluso tenía aspiraciones de escritor. Es en este punto, que ambos, padre e hijo, se reflejan uno sobre el otro para mostrar lo que oculta esa tinta invisible que también es parte de este maravilloso libro.