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Coyuntura Nota de prensa Presentación de libro

El Hablador N° 24

  • En su edición N° 24, sale a la luz un homenaje al Bicentenario del Perú
  • Lo acompañan artículos académicos, reseñas, cuentos, poesía y fragmento de novela

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La revista de literatura El Hablador sale con una nueva edición, que refresca en amplitud el debate sobre el panorama literario en el país. Sale a tiempo, además, para aunarse a las celebraciones del Bicentenario y todo lo que motivó la reflexión cultural y literaria en torno a la COVID-19. En ese sentido, El Hablador aborda tópicos como la Independencia, el valor de uso de la enfermedad a lo largo de nuestra historia republicana, las generaciones literarias de 1950 en adelante, la violencia política y la reflexión académica contemporánea en general.

En ese sentido, destacan los artículos de Henrique Júdice Magalhães en relación con «La literatura peruana entre la historia oficial y el contrarrelato» y otro de Ulises Juan Zevallos Aguilar titulado «Oswaldo Reynoso, teoría de los afectos y guerra interna». Le siguen un texto de Omar Guerrero, «Lujuria y muerte de Bernardo de Monteagudo. Dos hechos en la tradición “María Abascal” de Ricardo Palma», otro de Basilio Ventura, «El realismo popular de Antonio Gálvez Ronceros» y finalmente otro de Grober Jara, «Muerte de la infancia y mudez de la locura. Análisis de Los niños muertos de Richard Parra».  Lo complementan un apunte de Louis-Ferdinand Bats en francés: «La muerte de Artemio Cruz, de Carlos Fuentes: quel roman historique?», así como dos textos de crítica cultural: «Ecología, neofeminismo… ¿son las nuevas ideologías del presente?» de Mari Paz Rodríguez Diéguez y «El futuro de la vivienda: ¿cuáles son los desafíos del estándar Passivhaus?» de Mauricio Ugarte Izquierdo.

Entre nuestros entrevistados, comparten la marquesina dos invitados de lujo: el académico sanmarquino Marcel Velázquez Castro, autor de Hijos de la peste, libro aparecido en pleno auge de la pandemia (2020) y que ocasionó un revuelo en el medio por lo apropiado de su aparición; y el escritor argentino Sergio Chejfec, en una conversación con Erick Abanto ocurrida antes de su deceso, en abril de 2022. 

En esta ocasión, las reseñas se realizan sobre diversos libros, entre ellos, textos académicos, poemarios y novelas: La república agrietada, de Carmen McEvoy, por Rómulo Torre Toro; Miguel Gutiérrez (1940-2016). Libro de homenaje, editado por Aníbal Meza, por Basilio Ventura; Identidades del español andino. Estudio sociológico en Huancayo de Eunice Cortez, por Álex Hurtado. Su seguro servidor, de Christian Briceño, por Manuel Navazar; El sonido de las olas (tres novelas cortas), de Margarita García Robayo, por Eliana del Campo; Un verdor terrible, del chileno Benjamín Labatut, por Omar Guerrero; Fiesta, de Denise Vega Farfán, por Lisandro Solís; y No hay más ciudad, de Francisco Izquierdo Quea, por Sebastián Uribe.

Finalizan el número relatos de Lenin Lozano Guzmán y del propio Francisco Izquierdo Quea; poesía de Ana Carolina Quiñónez Salpietro, Pablo Salazar Calderón y Marco Gonzales; y un adelanto de la última novela de Carlos Germán Amézaga.

En las próximas semanas, compartiremos la convocatoria de las colaboraciones para el siguiente número de El Hablador (N° 25), el cual se publicará en el último trimestre del 2023.

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Reseña: Estratagema en claroscuro (2020) de Magdalena Chocano

Y la luz desespera de seguirme. Apuntes sobre Estratagema en claroscuro

Por Cristhian Briceño

Esos procesos demoran

Santiago Vera

Nuevamente salgo de la lectura de este libro con la sensación de haber presenciado algo poco común y difícil de determinar. En algunos de sus fragmentos sobre poesía, Novalis escribió que esta es infinitamente compleja y, sin embargo, es también muy sencilla. Esta afirmación, con pretensiones de agotado tropo, nos conduce al laberinto sin salida de querer definir o calibrar algo que, sin contar lo que hagamos, se terminará escurriendo entre los dedos. De ese modo, los poemas de Magdalena Chocano me suelen recordar a aquellas antiguas fórmulas matemáticas previas a la notación algebraica, escritas en verso y que, más que luz, arrojaban una tupida penumbra que no hacía sino avivar la curiosidad de los iniciados, dando pie a siglos de deliciosa especulación y conciliábulo. No existe el cabo del hilo que nos conduce a desentrañar la “verdad” del poema, o, en todo caso, la notoriedad de ese providencial cabo se corresponde con el tamaño de nuestra confianza, una suerte de “creer para ver”. Lo finito dándose apariencia de infinito, nos vuelve a decir Novalis. La lectura de los poemas de Chocano suele ser un proceso que demora, en cuanto su estrategia semántica presenta cambios de ritmo que pueden llegar a desconcertarnos, y salir de ellos nos obligará a tomar una bocanada de aire y emprender nuevamente el ascenso a su cuesta; nos topamos, por ejemplo, con expresiones tales como “el noúmeno cernido de las cosas” o “cariátide maleable”, para después encontrarnos con versos de apacibles fraseos y significados, en apariencia, cristalinos: “la parsimonia de beber la ya extinta Kola Inglesa”. Este movimiento de entrada y salida es tan logrado que no podemos hacer otra cosa que reconocer que estamos en terreno poético, en el momento donde algo sucede con las palabras aunque no podamos cercar ese sentido para examinarlo con ojos de entomólogo; debe ser parecido a identificar cuántos colores presentan las alas de una mariposa mientras se aleja velozmente de nosotros atravesada por los último rayos del sol. Esos procesos demoran, también, porque la obra de Chocano tiene un alcance, entre comillas, reducido en nuestro medio y, de alguna forma, repele al canon e incluso deja indicios de esto en varias de sus líneas. Baste recordar su artículo titulado “Ruido canónico vs. poesía” aparecido en 2005, donde afirma descreer de las reseñas que tienden a la conformación de grupos o sociedades que reparten el rótulo de poesía sin siquiera haber accedido al hecho poético en sí. Chocano se desvía de ese ruido canónico hacia el locus donde el silencio fomenta la contemplación de lo profundo; desestima la necesidad que tienen muchos autores por afianzar una carrera en base a reseñas simplonas, menciones en recuentos, fotografías en portadas de suplementos culturales, premios a la popularidad y demás idioteces.

Para seguir leyendo, se puede acceder a la reseña completa en este enlace.

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Reseña: Isla del gallo (2022) de Juan Ignacio Chávez

No pueden dispararle a lo que está escrito

Por Cristhian Briceño

Isla del gallo anticipa una ciudad, una nación, un conflicto; deduce un fracaso y, al mismo tiempo, anhela una reconciliación, no colectiva sino intrínseca. Si atendemos al título del volumen, alusión a un evento incipiente en la trama nacional, a su mito de origen, encontraremos que funciona como un punto de partida, el año cero de nuestra historial colonial y, en seguida, republicana, por lo cual se insinúa un desarrollo que va expandiéndose y replegándose conforme nuestra lectura evoluciona; de esta forma, la voz en los poemas pasa de narrar el exterior, los eventos que acaecen al ojo público, a desviar la mirada hacia lo corporal y su estructura, tal y como ocurre en la última sección, donde se produce un viaje sensorial hacia el centro del individuo.

De esta manera, el libro de Juan Ignacio Chávez (Lima, 1991) despliega un talante, sino elegíaco, sí de calamidad contenida o de anunciada debacle, aunque el lenguaje con el que se expresa el yo lírico tiende a obrar sutilezas, imágenes de una tranquila belleza que trabajan por contraste o por negación. A unos versos violentos como desperdicié mis balas/ en un cadáver desecho le suceden los siguientes: mi asombro no brillaba/ como sus vellos tiesos. Este juego de oposiciones es parte de la estrategia del libro. Lo que se va narrando, poema a poema, es una historia de carencias colectivas, de pesares comunitarios, de abusos que se van personalizando hasta llegar a la sección final, pero todo esto sucede dentro de un paisaje feliz que está referenciado a partir de menciones territoriales; hay ríos, montes, campos, desiertos, y todos ellos funcionan como un alivio estético ante la rudeza de la historia y sus consecuencias:

Continúa leyendo la reseña en el siguiente enlace:

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Reseña: Temporada de huracanes (2017) de Fernanda Melchor

Violencia y horror

Por Omar Guerrero

Temporada de huracanes (Random House, 2017) de la escritora mexicana Fernanda Melchor (Veracruz, 1982) es una novela que expone la violencia y el horror de una región que bien puede corresponder a la realidad de un país o de un continente. La historia gira alrededor de un feminicidio. A partir de este hecho, tan violento y horroroso, se van mencionando otros sucesos igual de truculentos adjudicados a los otros personajes de esta historia. Estos se relacionan, de una u otra manera, con este crimen y más aún con la víctima, cuya principal característica es haber sido una bruja, según el imaginario o creencias de los habitantes de un pueblo llamado La Matosa. 

A través de ocho capítulos se hace un recuento, a modo de crónica, con efectivos saltos de tiempo, y con la voz cedida -por momentos- de manera trepidante a cada personaje trabajado en cada capítulo, con el uso de un lenguaje propio de la oralidad mexicana, para dar testimonio sobre este asesinato y sobre la violencia y el horror que se multiplica y que se vuelve recurrente al punto de que ya parece normal. Es más, estos personajes ni siquiera muestran luego un arrepentimiento, a excepción de uno de ellos, cuya aparente inocencia no es del todo cierta. Lo más asombroso es que la mayoría de sus personajes, o casi todos, terminan siendo abyectos e insensibles ante los delitos o males que se cometen. Sucede lo mismo cuando estos mismos se vuelven testigos o cómplices, quedando como sobrevivientes de lo sucedido sin saber que en cualquier momento también pueden sucumbir ante la desgracia o la muerte.

El primer capítulo, que es bastante breve, cuenta el hallazgo de un cadáver degollado en las aguas de un canal ubicado en las afueras de este pueblo llamado La Matosa. Este encuentro se realiza por parte de un grupo de muchachos. Así es como se inicia esta historia llena de violencia y horror:

Pero el líder señaló el borde de la cañada y los cinco a gatas sobre la yerba seca, los cinco apiñados en un solo cuerpo, los cinco rodeados de moscas verdes, reconocieron al fin lo que asomaba sobre la espuma amarilla del agua: el rostro podrido de un muerto entre los juncos y las bolsas de plástico que el viento empujaba desde la carretera, la máscara prieta que bullía en una miríada de culebras negras, y sonreía.

En el segundo capítulo, se cuenta la historia de la Bruja, desde su oscuro origen hasta su muerte. A ella, en un comienzo, le dicen la Bruja Chica, debido a que su madre era la Bruja Vieja, esta última conocida y temida entre los pobladores por sus curaciones, maleficios y también por la extraña muerte de quien fue su esposo, con quien no tuvo descendencia. Después siguieron las muertes trágicas e inexplicables de los hijos del primer compromiso del esposo de la bruja, quienes solo buscaban desalojarla de la casa que pertenecía a su padre. Todo ello creó un aura de misterio y respeto hacia esta Bruja Vieja que se le acusaba a escondidas de realizar orgías con el diablo. De estos supuestos hechos nace la Bruja Chica, a quien en muchas ocasiones su madre llegó a afirmar que, en efecto, era la hija del mismísimo demonio. Esta Bruja Chica crece y se convierte simplemente en la Bruja a secas. Ella viste siempre de negro, sobre todo después de la desaparición de su madre, a quien ya creen fallecida una vez que sucedió el deslave que enterró buena parte del pueblo. A esta Bruja Chica también se le acusa de hacer fiestas en su vieja casa con los muchachos del pueblo a quien les paga sus favores sexuales:

Le decían la Bruja, igual que a su madre: la Bruja Chica cuando la vieja empezó el negocio de las curaciones y los maleficios, y la Bruja a secas cuando se quedó sola, allá por el año del deslave. Si acaso tuvo otro nombre, inscrito en un papel ajado por el paso del tiempo y los gusanos, oculto tal vez en uno de esos armarios que la vieja atiborraba de bolsas y trapos mugrientos y mechones de cabello arrancado y huesos y resto de comida, si alguna vez llegó a tener un nombre de pila y apellidos como el resto de la gente del pueblo fue algo que nadie supo nunca, ni siquiera las mujeres que visitaban la casa los viernes oyeron nunca que la llamaran de otra manera.     

En el tercer capítulo, cuenta la historia de Yesenia, también conocida como la Lagarta, apodada de esta manera tan despectiva por su propia abuela, doña Tina, madre del tío Maurilio (ya fallecido) y abuela del chamaco, un muchacho malcriado y atrevido que se convierte en la obsesión de su prima Yesenia. Es así como se conoce la historia de esta familia llena de tragedias. Ellos también son habitantes de La Matosa. No tienen ninguna relación con la historia de Bruja, hasta que ocurre su asesinato. Aun así, las desgracias no le son ajenas como la enfermedad y muerte del tío Maurilio o la ausencia de las hijas de doña Tina, la Negra y la Balbi, a quienes doña Tina acusa de prostitutas. Ellas abandonan el hogar de la madre sin importar dejar a Yesenia y a sus otras hijas a cargo de su abuela, quien no oculta su predilección por su hijo Maurilio, a quien se le presenta como un hombre atrapado en la perdición, aunque esto no es juzgado por doña Tina. Sin embargo, la vida de Maurilio termina marcada por una mayor tragedia al relacionarse con una mujer llamada Chabela, que también es prostituta en un bar de la carretera, y de cuya relación nace el chamaco, que no se parece en nada a Maurilio pero que lleva su nombre. Este mismo muchacho al crecer es apodado como Luismi (en referencia al cantante) y es acusado por su prima Yesenia de haberlo visto merodear la casa de la Bruja antes de su asesinato. Todas estas noticias no hacen más que amilanar la salud y la vida de doña Tina, quien en su lecho de muerte no dejará de maldecir por la herencia que deja:

Para entonces ya no lloraba, ni de rabia ni de tristeza, nomás oía en silencio cómo la abuela se lamentaba por el nieto en su recámara, y cada sollozo, cada gemido de la vieja era como una daga helada que se enterraba en el corazón de Yesenia. Aquel pinche chamaco tenía la culpa de todo, pensaba; aquel cabrón terminaría por matar a la abuela, la mujer que bien que mal era como una madre para Yesenia ahora que ni la Negra ni la Balbi llamaban nunca ni mandaban dinero ni parecían nunca acordarse de ellas.      

El cuarto capítulo cuenta la versión de los hechos a través de la voz de Munra, el padrastro de Luismi, quien es conocido en el pueblo por andar con una muleta debido a un accidente de moto en el pasado y por manejar una camioneta de características peculiares. Munra da sus declaraciones como un atestado policial. Para eso menciona todo lo sucedido desde antes de la muerte de la Bruja como es el caso de su relación con Chabela, su cercanía con Luismi y con otro muchacho llamado Brando con quienes comparte el gusto por el alcohol y por los bares de mala muerte. Munra también es cómplice del asesinato de la Bruja. La presencia de su camioneta es un indicio ineludible:

Yo pensé que nomás iban a transar con la Bruja, que iba yo a pensar que lo que querían era matarla, yo ni me bajé de la camioneta, me quedé todo el tiempo ahí detrás del volante, esperando a que salieran, porque los cabrones se tardaron bastante ahí dentro de la casa […].

En el quinto capítulo (uno de los mejores), se cuenta la historia de Norma, quien llega a La Matosa después de abandonar su pueblo y la casa de su madre al sentirse culpable por haber quedado embarazada de su padrastro, Pepe, con quien se acostaba presionada por él, además de ser consciente de las constantes recomendaciones de su madre para que no cometa el mismo error que ella. Sin embargo, Norma sale con «su domingo siete», cuya frase e historia popular también se cuenta en este capítulo. Al huir, Norma llega a La Matosa y conoce a Luismi, quien la acoge en su cuarto y la hace su mujer sin saber que ella ya está embarazada. Para salir de este problema, Norma recurre a Chabela, mamá de Luismi, quien la lleva donde la Bruja para que le dé un brebaje que la ayudará a solucionar el problema que tiene. Chabela le comenta que ella ya ha hecho esto otras veces y nunca le ha pasado nada, pero con Norma sí pasa algo. Ella se pone mal, queda muy grave. Luismi la lleva al hospital donde se le intenta acusar de aborto, más aún cuando se da a conocer la verdadera edad de Norma (13 años). En este capítulo, además de contar la tragedia de una joven (casi niña), también se muestra el lado más cruel y machista de una sociedad. También se hace una mención al narcotráfico y a la situación de las mujeres en un país como México (la mención del Cuco Barrabás y su relación con Chabela así lo confirma). En este capítulo, también se muestra al único personaje de todos que muestra un arrepentimiento por sus actos. Me refiero a Norma:   

Quería tocarse los pechos para aliviar las punzadas que los atravesaban; quería apartarse el cabello empapado de sudor de la cara, rascarse la comezón desesperante que sentía en la piel de su vientre, arrancarse el tubo plástico enterrado en el hueco de su antebrazo: quería tirar de aquellas vendas hasta romperlas, escapar de aquel lugar donde todos la miraban con odio, donde todos parecían saber lo que había hecho; estrangularse las manos, degollarse a sí misma en un grito elemental que, al igual que la orina, ya no pudo contener por más tiempo: mamá, mamita, gritó a coro con los recién nacidos. Quiero irme a casa, mamita, perdóname todo lo que te hice.  

En el sexto capítulo, se cuenta la historia de Brando, amigo de Luismi, y uno de los principales sospechosos de la muerte de la Bruja, quien, para este momento, ya ha dejado de lado su imagen recurrentemente femenina para adjudicarle una identidad travestida, queer, propia de un homosexual, a fin de cuentas, su verdadera identidad nunca es esclarecida. Es precisamente el tema (homo)sexual el que abunda en este capítulo, no solo con la bruja sino también con el mismo Brando y con Luismi, cuya identidad y gustos varían a pesar del extremado machismo que poseen. Ellos tienen cercanías con otros hombres solo para obtener dinero y así seguir drogándose y emborrachándose. Lo mismo hacen con la Bruja. Es este mismo dinero el que creen que ella (o él) posee dentro de una habitación de su casa y al que nadie puede tener acceso (y cuya verdad es el mejor secreto guardado de la novela). Este es el móvil que tiene Brando para asesinar, sin duda. Aunque el móvil de Luismi más obedece a su ira y al deseo de venganza al saber el origen del daño ocasionado en Norma y que proviene de la misma Bruja. Se añade la cercanía que ocurre entre estos dos personajes varones. Quizás por eso existe en Brando una atracción y un deseo de asesinar a su amigo Luismi. Lo mismo le sucede cuando consume pornografía. Le atrae y al mismo tiempo le repulsa:

[…] o la parte de aquella película en donde una chinita lloraba y ponía los ojos en blanco como las endemoniadas de las misas del padre Casto mientras que dos batos se la cogían amarrada a la cama. Escenas que le aburrían pronto y de las que se cansaba muy rápido, hasta que un día, por pura chiripa, por un error del Willy o de la gente que pirateaba los videos en la Capital, vio por primera vez aquella escena que lo cambiaría todo, el video que para él marcaría un antes y un después en la vida de sus fantasías: el clip ese que apareció metido entre dos escenas de películas distintas, y en donde salía una muchachita muy delgada, de pelo corto y cara de niño […].

En el capítulo siete, que es bastante corto, ya no se aborda el asesinato de la Bruja ni los involucrados. Sin embargo, se siguen mencionando toda una serie de hechos donde ya no hay ni siquiera valores, y que siguen ocurriendo como algo cotidiano y que no hacen más que remitir a las desgracias de un pueblo, de una región, de un país:

Dicen que el calor está volviendo loca a la gente, que cómo es posible que a estas alturas de mayo no haya llovido una sola gota. Que la temporada de huracanes se viene fuerte. Que las malas vibras son las culpables de tanta desgracia: decapitados, descuartizados, encobijados, embolsados, que aparecen en los recodos de los caminos o en fosas cavadas con prisa en los terrenos que rodean las comunidades. Muertos por balaceras y choques de auto y venganzas entre clanes de rancheros; violaciones, suicidios, crímenes pasionales como dicen los periodistas. Como aquel chamaco de doce años que mató a la novia embarazada del padre, por celos, allá en San Pedro Potrillo. O el campesino que mató al hijo aprovechando que andaban de cacería y le dijo a la policía que lo confundió con un tejón, pero ya se sabía desde antes que el viejo quería quedarse con la mujer del hijo y que se entendía a escondidas con ella […].

En el capítulo ocho, a modo de epílogo, se menciona un personaje que lleva el nombre del Abuelo, quien se encarga de enterrar a los muertos que llegan al lugar donde él trabaja. Entre tantas víctimas, solo queda una forma de huir ante estos huracanes inacabables de violencia y horror: 

El primer muerto entero que bajaron claramente parecía un indigente: tenía la piel percudida y apergaminada de quien se ha pasado media vida delirando sin rumbo bajo el sol inclemente. Después siguió una muchacha descuartizada; por lo menos no iba desnuda, pobrecilla, sino envuelta en celofán azul cielo, para que sus miembros cercenados no se desparramaran sobre el piso de la ambulancia, supuso el Abuelo. Luego siguió la recién nacida, la criaturita con la cabeza diminuta como una chirimoya, a la que seguramente sus padres abandonaron en alguna clínica del rumbo antes de que la pobre criatura terminara de morirse. Y, por último, el más pesado y engorroso de todos, el que los empleados tuvieron que sujetar con retazos de sábanas por la forma en como la piel se le desprendía cada vez que trataban de sujetarlo de pies y manos; el que seguramente iba a darle más lata al Abuelo que todos juntos, incluso más que la pobrecita descuartizada, porque además de haber muerto a cuchillo y con violencia, el cabrón todavía estaba entero; podrido pero entero, y esos eran siempre los que daban más trabajo: como que no se resignaban a su suerte, como que la oscuridad de la tumba los aterraba. 

Fernanda Melchor – Foto:  Maja Lindströem

Ante lo mencionado, se llega a la conclusión de que Temporada de huracanes es una novela poderosa por sus historias y por su lenguaje. También lo es por la violencia y el horror que demuestra en cada una de sus páginas. Puede resultar chocante y pesimista, pero es una forma de retratar a la perfección una realidad igual de cruenta. Tal vez pueda herir susceptibilidades, pero no se puede dejar de recomendar tan magnífica novela.

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Datos del libro reseñado:

Fernanda Melchor

Temporada de huracanes

Literatura Random House, 2017

Puntaje: 6/5 (excepcional)

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Reseña: Un buen taxista es difícil de encontrar (2022) de Aarón Alva

Desesperanza urbana

Por Omar Guerrero

Un buen taxista es difícil de encontrar (Colmillo Blanco, 2022) del escritor peruano Aarón Alva (Lima, 1987) es un libro de cuentos compuesto por cuatro relatos largos que tienen en común mostrar el desánimo y la desilusión de sus personajes a partir de sus (malas) experiencias dentro de su entorno familiar, sentimental y laboral. Todos estos hechos que desaniman y frustran solo pueden ser remediados a través de una idealización hacia otro espacio llamado Iliana que, a comparación de Lima (ciudad que habitan), se presenta como una posible salida ante tanta desesperanza.

Este segundo libro de cuentos de Aarón Alva se ubica dentro del marco de la literatura peruana urbano-marginal que coloca a la ciudad de Lima como su principal escenario donde, además, prima el realismo sucio y la violencia urbana. La diferencia con sus antecedentes es precisamente el contrapunto con Iliana que, a partir de sus referencias o menciones, se logra saber que reúne toda una serie de elementos opuestos a lo que se vive en la capital del Perú, y que, tal vez, podría garantizar una mejora en las vidas de sus personajes. Entre estos anhelos se encuentra la felicidad, tan esquiva e inexistente.  

El primer cuento, que lleva el mismo título del libro, muestra a un personaje femenino marginal que no tiene reparos en decir que es una prostituta. Ella acaba de salir de un encuentro íntimo en un hotel con un cliente que no es un desconocido. La narración es en primera persona, por lo que la voz de la mujer va dando detalles de lo vivido, de lo que piensa y de lo que está ante sus ojos. Ella llega a un local con barra al aire libre en medio del frío de la noche con la idea de tomar algo que le ayude amilanar o desaparecer el mal sabor que lleva en la boca. Allí entabla conversación con el señor que atiende, que es un poco mayor, y que bien podría ser el dueño del local. Este señor le comenta que ella le hace recordar a su hija, no por ser prostituta sino sus por rasgos. Enseguida se cuenta parte del pasado de esta hija, de su trabajo y de lo que se espera de ella. Aquí la añoranza paternal es evidente. La prostituta lo escucha con atención hasta que son interrumpidos por un hombre joven que se sienta a su lado. Este hombre pide algo de comer y empieza a buscar conversación con la mujer que, para esas horas, lo que menos desea es otro tipo de encuentro o cercanía. Tanta es su insistencia que ella se muestra reacia. Su lenguaje es agresivo y hasta vulgar, hasta que él le muestra una foto íntima con su cliente anterior llamado Martín, quien ha viralizado su identidad e intimidad. Ella se molesta, salta sobre este hombre y lo agrede. Lo que sucede después con el impertinente es una consecuencia del hartazgo y la violencia. Ella luego busca un taxi que la aleje de este lugar. Dentro del auto empieza otra conversación con el taxista, quien también muestra su lado humano, sobre todo al contar la historia de su madre. Todo esto sucede a lo largo de la madrugada. Entre estos diálogos y deducciones, y justo antes del amanecer, surge el nombre de Iliana.     

En el segundo cuento, titulado «Concurso de música», un profesor escolar de esta materia no puede ocultar su desánimo por la falta de interés del director del colegio en renovar o mejorar los instrumentos musicales que utilizan sus alumnos, quienes están a punto de participar en un importante concurso. Se suma la falta de interés de los escolares, quienes prefieren otros géneros (más actuales y populares) tan ajenos a los clásicos. Por otro lado, para este personaje no hay mayores logros, sobre todo en lo profesional y en lo sentimental, incluso en lo sexual. No se siente feliz como profesor de música a pesar de que su pasión es precisamente la música. Anteriormente ha trabajado en orquestas y grupos musicales, pero no basta o no alcanza. La situación del artista es una triste realidad. Esto se sabe a partir del monólogo interior que se presenta fragmentado con saltos de tiempo y espacio para relacionar hechos distintos pero comunes en su vida. Aquí sobresale el dominio de una técnica que le otorga puntos a la narración y al autor. El mayor momento del cuento surge cuando se le acusa al profesor de música dentro del concurso de no ser parte de la institución que lo respalda como conocedor en su materia. La decisión del protagonista ante este hecho mantiene en vilo al lector hasta antes del punto final.  

En «Una segunda primera vez», se cuenta la historia de una familia que ya no se podría considerar como tal. Úrsula es una anciana casi ciega que sueña con terminar de construir el segundo piso de su casa. Este sueño también era de su difunto esposo. Busca la manera de que este anhelo se cumpla, pero todo resulta difícil e inalcanzable. Úrsula vive con su hijo Ernesto, un adulto fracasado que se pasa la mayor parte del tiempo bebiendo. Aun así, ella todavía guarda esperanzas en él. También está su hija Paula, quien vive en Iliana junto a su esposo e hijos. Todo indica que esta vida es muy distinta a la de Úrsula y Ernesto. Y esta diferencia trae consigo muchos más problemas sin importar que Paula siempre mande dinero a su madre y hermano para que puedan subsistir. Lo más resaltante de este cuento es el uso de la técnica del diálogo intercalado (pp. 74-76) que pone en contraparte dos momentos y espacios distintos. Se trata, sin duda, de otro logro de un autor con dominios narrativos.

Cierra el libro «Relatos de bicicleta». A mi gusto, es el mejor de todos. Aquí el personaje cuenta tres hechos con personas distintas donde su bicicleta también es protagonista. Todo sucede en Lima, sobre todo en el centro, donde se muestra la sordidez, los peligros y la violencia de sus inmediaciones. Estas tres personas se relacionan con el protagonista a través de lo sentimental, familiar y amical. Se trata de una ex enamorada, un tío y un amigo del colegio, respectivamente. Cada hecho es una aventura. También es un aprendizaje, sobre todo por la juventud del personaje. Aquí la nostalgia se conjuga muy bien con el arrojo del protagonista junto a su inexperiencia y honestidad. Sobresale, además, el uso del lenguaje deductivo. Aquí un ejemplo:

Ir en bicicleta, sea por paseo, al trabajo o de compras, representaba en mí una de las formas más sublimes de abordar la soledad. En el fondo -así algunos lo encuentren contradictorio- recorrer el mundo en dos ruedas impulsadas con tu propia energía tiene mucho más de colectivo que de personal.

En mis paseos nocturnos disfrutaba ver el trajín diario amainar como gotas de lluvia luego de una potente tormenta. No tenía ruta de ida ni hora de regreso. De madrugada, la ciudad se apagaba en un mutismo agradable. A pesar del silencio y el viento frío, lo último que soportaba era la sensación de soledad; o en todo caso, aquella soledad mortal que degenera la cordura. Me acompañaba el recuerdo de sonrisas, discusiones, miedos crudos y hasta peleas irresolubles. Pero de alguna forma era feliz, como si ese inclemente huracán de sensaciones confluyera en el amparo de sentirme vivo. (p. 129)

Aarón Alva – Foto: Lucía Portocarrero

De esta manera se concluye que Un buen taxista es difícil de encontrar es un buen libro de cuentos, sobre todo por sus historias, personajes, temáticas y más aún por las técnicas a las que recurre el autor. Aunque el uso del lenguaje en algunos de sus personajes, tan nimio y ordinario, sobre todo en sus respuestas y diálogos, no resulta siempre favorable por más que se aborde el realismo marginal y la violencia urbana como retrato de una ciudad.

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Datos del libro reseñado:

Aarón Alva

Un buen taxista es difícil de encontrar

Colmillo Blanco, 2022

Puntaje 4/5

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Columna de opinión Comentario sobre textos Coyuntura Miscelánea Reflexión

Junto al Sena

París siguió siendo una fiesta

Por Carlos Germán Amézaga

París ha sido siempre una fuente de inspiración para poetas y narradores, además de otros artistas. Por lo menos desde el siglo XIX, los nombres de Rostand, Balzac, Dumas -padre e hijo-, Hugo, Verne, Stendhal, Zolá, Flaubert y tantos otros fueron capaces de llenarnos la cabeza con las narraciones de sus personajes y sus épicas aventuras, muchas de ellas, por supuesto, en la llamada ciudad luz. Igual, los poetas malditos, Verlaine, Rimbaud, Mallarmé, Baudelaire y Lautréamont elevaron a la poesía hacia posiciones verdaderamente vanguardistas, teniendo en muchos casos como telón de fondo a París.

Arthur Rimbaud

Debido al espíritu creativo de los movimientos literarios y artísticos franceses de principios del siglo XX, teniendo como figura descollante a Marcel Proust, Francia, y especialmente su capital, se ganaron el derecho de ser el destino necesario para escritores y artistas. Es así como no solo los escritores franceses, sino otros, llegados de distintas partes del mundo, empezaron a formar parte del contingente de extranjeros que buscaban en Francia la inspiración que quizás en sus propios países no podían conseguir. Entre ellos tenemos a Oscar Wilde, Gertrude Stein, Ernest Hemingway, William S. Burroughs, Henry Miller, Anais Nin, James Joyce, Samuel Beckett, Vladimir Nabokov, Eugene Ionesco, entre muchos otros.

Por parte de los latinoamericanos, ya bien entrado el siglo XX, hubo también una llegada intensa a París. Todos ellos sintieron sin duda el influjo de dicha metrópolis literaria. Desde 1923 en que arriba el poeta César Vallejo, los latinos buscan afincarse en París, en especial en la Rive Gauche, en general, y en el barrio latino, sede de La Sorbona, en particular. Muchos han pasado por allí: Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez, Alfredo Bryce Echenique, Octavio Paz, Alfonso Reyes, Alejo Carpentier, Julio Ramón Ribeyro, Carlos Fuentes, Pablo Neruda, solo por mencionar quizás a los más destacados.

Julio Ramón Ribeyro

En lo personal, mi niñez estuvo marcada por las lecturas intensas y sucesivas de Julio Verne. Tuve la suerte de estudiar en un colegio donde, en la primaria, nos daban una o dos horas semanales de biblioteca para que pudiéramos disfrutar de los libros con los que contaba su nutrida estantería. Leí muchas fábulas, eran mis libros preferidos, pero poco después descubrí a Verne y ya no pude dejarlo. En esos años, acabé con los libros de Verne que había en la biblioteca y, gracias a mis padres y familiares, logré hacerme de mi propia biblioteca del escritor francés. Recuerdo haber anotado en una libreta cerca de 55 novelas, desde las más conocidas, hasta las no tanto, de mi favorito.

Por supuesto, la lectura de Verne me llevó necesariamente a leer a los clásicos franceses y me sentí ilusionado con las aventuras galantes y la poesía de Cyrano de Bergerac, con las intrépidas aventuras de D’Artagnan y los mosqueteros, con el sufrimiento y las desgracias de la clases menos pudientes de París en Los Miserables, me identifiqué con los colores rojo y negro de Stendhal, terminé subyugado por la pasión de Madame Bovary y, más adelante, descubrí con Zolá cómo el antisemitismo podía ir generando las desgracias que el mundo sufrió pocos años después.

Ya en la secundaria, la lectura en una separata de mi curso de literatura de unos párrafos de La ciudad y los perros de Mario Vargas Llosa cambió mi vida. A partir de allí comencé a interesarme y a leer a los autores peruanos contemporáneos: Alegría, Bryce, Ribeyro, García Calderón, Diez Canseco, López Albújar, Congrains, Salazar Bondy, etc. El descubrimiento de esta literatura nacional me llevó a buscar nuevos escritores entre los latinoamericanos y así llegaron a mis ojos Borges, García Márquez, Cortázar, Fuentes, Carpentier, Onetti, Roa Bastos, Rulfo, Donoso, Icaza, Edwards, Uslar Pietri y muchos más.

Julio Cortázar

La revelación de toda esta nueva gama de escritores que hasta entonces casi me eran desconocidos, incrementó mi deseo de poder algún día escribir como hacían ellos, o, por lo menos, de intentar hacerlo. Pero hubo algo más. Al tratar de desentrañar un poco la vida de todos ellos, descubrí que muy buena parte, tanto de los peruanos como de los latinoamericanos, habían vivido o vivían en ese momento en París. Ese fue un detonante mayor, si quería ser escritor, tenía que ir a París, a como diera lugar. ¿Cómo iba a lograrlo? Bueno, esa ya es otra historia. Pero veamos el caso de algunos escritores peruanos que sí lograron ese sueño de venir y escribir en París o en Francia.

Siglo XIX

Ya en el siglo XIX algunos de nuestros escritores sintieron el llamado de Francia para ir allí y expresarse. Salvando quizás a Flora Tristán, escritora combativa, hija de peruano, podemos considerar a Nicolás della Roca de Vergallo, como nuestro primer representante en tierras galas, a donde llegó como diplomático y allí se quedó, intentando de paso cambiar la poesía de habla francesa. Juan de Arona, seudónimo de Pedro Paz Soldán y Unanue, viajó al viejo continente en 1859 y visitó muchos países, entre ellos Francia, donde publicó su libro de poemas Ruinas. No fue el único caso. Luis Benjamín Cisneros vivió en Francia a mediados del siglo XIX y estudió en la Sorbona y en el College de France. En su paso por París publicó: Julia o escenas de la vida en Lima, Edgardo o un joven de mi generación y Amor de niño: juguete romántico.

Luis Benjamín Cisneros

Otro grande de nuestras letras, don Manuel González Prada, se instaló en Francia entre 1891 y 1898. Casado con una francesa, vivió buena parte de su permanencia en Burdeos. Recibió la influencia de los simbolistas franceses Baudelaire, Rimbaud y Verlaine y en 1894 publicó su libro Pájinas libres. Curiosamente, otro escritor que en el Perú sería su enemigo irreconciliable, Ricardo Palma, nuestro ilustre tradicionalista, también había pasado por Francia entre 1863 y 1865. Hoy día un busto suyo se encuentra en la Plaza de la América Latina en el distrito 17 de París. El poeta Carlos Augusto Salaverry, quizás el vate más destacado del romanticismo peruano, murió en Francia en 1891 luego de haber sido primero diplomático y luego exiliado. Su poesía se reúne en cuatro libros, entre los que destaca Cartas a un ángel, y también compuso una veintena de piezas teatrales.

Primera mitad del siglo XX

Recién iniciado el siglo XX, los hermanos José (nacido en Lima), Francisco (nacido en Valparaíso, Chile) y Ventura García Calderón (nacido en París), hijos de un expresidente del Perú, hicieron muy buena parte de su vida en Francia. José, autor de Diario Intimo y Reliquias, falleció como voluntario francés durante la primera guerra mundial, por lo que sus libros fueron publicados de manera póstuma. Francisco, filósofo y diplomático, fue más bien un escritor de ensayos como Le Pérou contemporain o Les democraties latines de l’Amerique, ambos escritos en lengua francesa, o El dilema de la Gran Guerra, publicado en 1919. Ventura residió la mayor parte de su vida en París y buena parte de su obra está en francés. Fue Cónsul peruano en esa ciudad y cumplió funciones diplomáticas en Brasil y varios países europeos. La venganza del cóndor es su libro de relatos más conocido, pero también publicó poesía, Cantilensa, y ensayos como La literatura peruana y Del romanticismo al modernismo.

De esa época podemos considerar también al poeta chiclayano José Eufemio Lora y Lora, quien vivió en París y falleció de manera trágica en los rieles del metro en diciembre de 1907. Su poemario Anunciación fue editado póstumamente en esa ciudad en 1908.

A partir de los años 20 la presencia de poetas y escritores peruanos en Francia se hace un poco más visible. Sin duda alguna el caso más notable es el de César Vallejo, quien llegó en julio de 1923 a París y permaneció hasta su muerte en 1938, con ocasionales salidas a España y a la URSS. Allí escribió la mayor parte de su poesía y de su obra en prosa, fuera de Los Heraldos Negros y Trilce, sus primeros poemarios, escritos en el Perú. De esa misma época podemos encontrar a Alfredo González Prada, hijo de don Manuel, quien compiló y editó la vida de su padre y fue colaborador de Vallejo, habiendo pertenecido al grupo Colónida.

César Vallejo

César Moro, seudónimo de Alfredo Quizpez – Asín, vivió también en París entre 1925 y 1933, y escribió buena parte de su poesía surrealista en francés, gracias a la influencia de André Bréton y Paul Eluard. Otro poeta importante, Xavier Abril de Vivero, estuvo en Francia hacia finales de los años 20, compartió parte de su estancia con César Vallejo, a quien dedicó una antología de su poesía en 1943. A través suyo se conoció la corriente surrealista en el Perú.

Segunda mitad del siglo XX

La llegada de nuevos poetas y narradores en la segunda parte del siglo pasado se acentuó y se consolidó de manera definitiva, especialmente luego de terminada la Segunda Guerra Mundial.

Fuera de Vallejo, en este periodo se concentran quizás los más importantes narradores de nuestro tiempo, es decir, Mario Vargas Llosa, Julio Ramón Ribeyro y Alfredo Bryce Echenique. Vargas Llosa vivió en París entre 1960 y 1967, y escribió allí su primera novela La ciudad y los perros, dando inicio así a esa larga carrera de narrador que lo ha llevado hasta el premio Nobel de Literatura. Ribeyro vivió casi 40 años de su vida en París, donde trabajó y escribió la mayor parte de sus cuentos, ensayos, teatro y autobiografía. Por su parte Alfredo Bryce, en Francia desde 1964, ha marcado buena parte de su obra en base a su vida -aventuras y desventuras- en París y otras ciudades francesas.

Mario Vargas Llosa

Mucho se ha hablado de la vida y obra de los tres autores mencionados líneas arriba, pero existen muchos más que vale la pena mencionar. Tres nombres aparecen en primer lugar. Luis Loayza, quien vivió en París los últimos 20 años de su vida, fue miembro de la generación del 50 junto con los tres anteriores. Sus ensayos y cuentos cortos lo han convertido en un escritor de culto. Manuel Scorza vivió en París desde 1968 y sus novelas de corte neoindigenista han sido traducidas a numerosas lenguas. Como editor, a través de Populibros, hizo llegar a precios muy bajos la literatura peruana y mundial. Falleció en 1983 en un accidente de aviación cerca de Madrid. Blanca Varela vivió en Europa, y también en París, entre 1949 y 1955, mientras estuvo casada con Fernando de Szyszlo. Su poesía, de influencias surrealistas y existencialistas, la ha convertido en un ícono de la poesía peruana actual. También podemos incluir en este grupo al poeta Leopoldo Chariarse, quien vivió en París desde 1951.

A partir de la década de 1970, una nueva generación de poetas y narradores se afincaron en Francia. Algunos llegaron con becas para estudiar, otros simplemente iniciaron su aventura francesa en París y poco a poco se fueron quedando, a veces hasta nuestros días. Entre ellos podemos contar a los poetas Elqui Burgos, Jorge Nájar, Carlos Henderson, Rodolfo Hinostroza, Patrick Rosas, José Rosas Ribeyro, Mario Wong, Abelardo Sánchez León, Antonio Claros, Carmen Ollé, Enrique Verástegui, Armando Rojas, Raúl Bueno, Enrique Peña Barrenechea, Alejandro Calderón, Porfirio Mamani Macedo, José Manuel Gutiérrez Sousa (“Krufú Orifuz”), Alberto Wagner de Reyna y narradores como Harry Beleván, Carlos Calderón Fajardo, Porfirio Mamani Macedo, Alfredo Pita, Leyla Bartet o Edgar Montiel.

José Rosas Ribeyro

No solo hablamos de París, pues otras ciudades de Francia también recibieron a nuestros escritores. Es el caso de Grenoble, por donde pasaron Marco Martos, Gregorio Martínez e Hildebrando Pérez Grande. En Niza estuvo el poeta Antonio Cisneros Campoy, en Pau Héctor Loayza y en Tahití Hugo Neyra.

Más adelante, ya casi antes de terminar el siglo XX, llegaron también a París otros autores como los narradores Jorge Cuba Luque, Carlos Herrera Rodríguez, Pilar Dughi, Violeta Barrientos, Miguel Rodríguez Liñán y José Zapata, así como los poetas Homero Alcalde, Ina Salazar, Alonso Ruiz Rosas, Grecia Cáceres y Julio Heredia.

Siglo XXI

Ya en el presente siglo la llegada de nuevos escritores se ha mantenido. Sin duda alguna, las facilidades para el transporte, los estudios especializados en las universidades francesas y, últimamente, la ausencia de visa para entrar a la Unión Europea han sido determinantes para la llegada de estos nuevos narradores y poetas.

Se distinguen dos de ellas que escriben y trabajan en la lengua quechua como son Gloria Cáceres Vargas y Chaska Ninawaman. También, Diego Trelles Paz, quienha ganado varios premios internacionales y destaca como autor de novela negra. Fallecida recientemente, Patricia de Souza ha dejado tras de sí una interesante obra de carácter feminista. Asimismo, Ricardo Sumalavia, quien vivió varios años en Burdeos, es uno de los principales animadores de la microfición en el Perú.

Entre los poetas tenemos a Robert Baca Oviedo y su Cartografía de lo invisible, Luis Miguel Hermoza, autor de Pueblo Joven I, II y III, y Miguel Lerzundi, filósofo y cantante, creador de Superación (Im) personal. También Iván Blas Hervias, autor de Correos al auxilio de la memoria, y de otros cuentos y novelas.

Viven asimismo en Francia Félix Terrones y Nataly Villena Vega, quienes han apostado por la microficción en algunas de sus obras, El viento en tu cara (Terrones) y Una voz que existe (Villena), pero destacan también como traductor y crítica literaria, respectivamente. Permanentemente comparten las veladas literarias que se organizan en París y otras ciudades de Francia.

Nataly Villena Vega

Lenin Solano Ambia, con un amplio número de novelas, Paul Baudry, autor de La república de las chispas, y Francisco Izquierdo Quea, codirector de El Hablador y autor de No hay más ciudad, forman parte del contingente de narradores en Francia durante el presente siglo junto con Víctor M. Lozada, Rubén Millones, Abraham Prudencio Sánchez y Mariano Vargas. Aun poco conocido, Mariano Amézaga, autor de dos trilogías Las Aventuras de Gali y Leo y Edson 1, 2 y 3, se perfila como una nueva figura de nuestras letras.

Cabe señalar que los autores antes reseñados se mencionan como poetas o narradores, pero, en muchos casos, son autores también de obras en prosa (cuentos, novela, ensayos) o de algunos libros de poesía, lo cual no les quita el hecho de ser calificados en una u otra posición. Este breve recuento de los poetas y narradores que viven o han vivido en Francia, necesariamente incompleto, me permite despedirme por ahora, pues dejo Francia y volveré muy pronto al Perú, desde donde espero seguir colaborando, quizás desde otra columna.

París, diciembre de 2022