Literatura y fotografía
Por Omar Guerrero
Hotel Chile (Tusquets, 2022) del escritor chileno Luis Sepúlveda (1949-2020) es un libro póstumo que se publicó dos años después de fallecer su autor como víctima de la pandemia del coronavirus (Covid-19). La edición ha estado a cargo de su entrañable amigo, el fotógrafo argentino Daniel Mordzinski, quien no sólo se encargó de revisar y ordenar los textos que componen este proyecto, sino también de incluir un sinnúmero de fotografías que resumen todos sus años de amistad, donde aparecen muchos familiares, amigos y diversos personajes que pasaron a convertirse en protagonistas de estos escritos que están más cerca del género del diario, de la crónica, de los recuerdos y de una serie de experiencias que nunca más quedarán en el olvido.
El libro está compuesto por un prólogo escrito por el mismo Daniel Mordzinski, que luego da paso a 21 textos cortos de la autoría de Luis Sepúlveda. La mayoría de estos textos, o casi todos, son muy íntimos y personales. Son no-ficcionales, a excepción de uno que es el inicio o arranque de un manuscrito ficticio que, con mucho pesar, quedó inconcluso o trunco. Su título es “Detalles de un sueño”.
A largo del libro queda en evidencia una juventud impulsiva, además de una temprana adultez estremecida por el golpe Estado y la dictadura militar de Pinochet; y, a continuación, sigue una vida llena de exilios y viajes, innumerables cartas y muchos, pero muchos recuerdos, entre buenos y malos. Y a pesar de los traumas y el sufrimiento surgido por ciertos hechos, queda el deseo de continuar soñando y viviendo, de ser feliz a toda costa, más aún si se busca amparo en la literatura, o en el deseo de seguir explorando parajes desconocidos y acumular muchas vivencias. Y todo ello retratado a través de una serie de imágenes que confirman una larga amistad, además de un trabajo minucioso que ingresa en lo cotidiano y en el lado más personal sólo para mostrar la verdadera esencia del escritor, del hombre. Así lo explica Daniel Mordzinski en el prólogo:
Hotel Chile nace de mi necesidad de ponerle punto final a este duelo, y es un puente transversal entre literatura y fotografía, son flashes de una “foto-biografía” que incluye textos de Luis, que dialogan con mis fotografías; un tándem que nos permite asomarnos a los lugares que tuvieron especial sentido en la vida del escritor, desde las ciudades de su infancia y juventud hasta aquella última en la que residió hasta su muerte. (p.17).
Y vaya que estos discursos dialogan a pesar de la diferencia de tiempos, como si cada proyecto encajara sin saber que en el futuro se convertirían en uno solo, en cuyas páginas se encuentra la ineludible marca de la nostalgia, de la pérdida y de la necesidad de no olvidar. Así lo comenta Luis Sepúlveda en el prologo de un libro titulado Últimas noticias del sur del año 2011, insertado también como prefacio:
Este libro nació como la crónica de un viaje realizado por dos amigos, pero con el tiempo, los cambios violentos de la economía y la voracidad de los triunfadores los transformaron en un libro de noticias póstumas, en la novela de una región desaparecida. (p.29).
Otra muestra del diálogo entre ambos amigos es el texto con el que inicia el libro titulado “Ese Daniel…” en mención al querido fotógrafo argentino, a quien Sepúlveda llaman con el apelativo de “el Rusito” (p.33), en referencia al origen de su apellido, y con el que ha tenido muchas vivencias y viajes, entre ellos, un paseo de a tres junto al poeta Juan Gelman en París mientras contemplan y juguetean entre jardines públicos y estatuas que terminan formando parte de unos retratos pertenecientes a ese género fotográfico tan singular llamado “fotinski”, obvia autoría del genial Mordzinski.
Otros textos del libro que sobresalen, a punto de conmover hasta las lágrimas, son: “Palabras sobre París” donde queda el recuerdo de unos paseos en la Ciudad Luz en 1980 de la mano de Julio Cortázar, quien le preparó una “rigurosa ceremonia” antes de cruzar el Pont Neuf, el mismo que se menciona en Rayuela. Y esta ceremonia consistía en beber unos coñacs en la terraza de la Samaritaine mirando hacia la Rive Gauche en una tarde de lluvia.
En “Correspondencia” llama la atención la preocupación del escritor argentino Mempo Giardinelli al saber que su amigo Lucho Sepúlveda no asistirá a la Feria del Libro de Buenos Aires debido a un serio problema de salud, por lo que enseguida le escribe un correo a instarlo a que se recupere pronto para que puedan reunirse en su casa y enseñarle como se hace un buen asado argentino.
O el texto “Mi hijo vuelve a Chile” dedicado a su hijo Carlos, quien tiene que huir de su propio país siendo muy niño por culpa de las represiones de la dictadura militar. Ha pasado el tiempo y Carlos ya es un adulto, es músico, guitarrista de un grupo de rock escandinavo que tiene muchos seguidores. Carlos ya tiene pareja, una hermosa sueca, a quien el escritor recibe como a una hija, tan igual como lo hace con su hijo Carlos, en compensación por todo el tiempo perdido, por las distancias y las heridas que ya han cicatrizado. Este mismo reencuentro familiar se repite, con el mejor de los gustos, en “El asado es asunto del viejo”, donde su hijo Carlos, aparte de su pasión por la guitarra, también ha desarrollado su afición por la fotografía, por lo que su padre lo señala como un seguidor de su amigo Mordzinski.
Un texto que es bastante sorprendente, y también jocoso, es “Don Camilo y Peppone” donde se cuentan los entretelones de la Copa del Mundo a realizarse en Chile en 1962, lo que despertaba el júbilo y emoción de todos los chilenos por ser anfitriones de tan importante evento. Sin embargo, dos años antes, Chile sufre un terremoto de 7,5 grados en la escala de Richter, lo que trae a colación una serie de réplicas que terminan ocasionando otro sismo mucho más fuerte de 9,5 grados, además de un tsunami. Y después de semejante tragedia, el país y sus ciudadanos se ponen de pie debido a su empecinamiento de querer realizar el Mundial de fútbol. Y entre tantos arreglos y reconstrucciones durante los siguientes meses, surge la necesidad de conseguir nuevos televisores para poder ver los partidos, por lo que la gente murmura que en la casa de las putas ya hay un televisor, pues hace unos días les colocaron la antena en el techo, a lo que el cura de la comunidad pregunta sorprendido cómo es que se sabe de esto y qué es lo hacía en el techo del burdel esta persona que confirmaba la instalación de la antena (p.161).
En “Un caramelo de sesenta y dos páginas” se cuenta la historia del joven escritor chileno Luis Sepúlveda, quien acude a la imprenta de los hermanos Arancibia, quienes son dos españoles republicanos que llegaron a Chile en 1939 como refugiados de la guerra. Estos hermanos españoles se convirtieron por los siguientes años en el principal referente de la incipiente industria del libro en la ciudad de Santiago. Cada autor chileno que publicaba, los ejemplares de su obra salían sí o sí de la imprenta de estos hermanos españoles. Así fue como el joven Luis Sepúlveda se atrevió a llevar el manuscrito de su primer libro de poemas, el cual fue aceptado por estos extranjeros con la única consigna de vender todo el tiraje sólo para poder pagar la primera impresión de 250 ejemplares de su poemario de 62 páginas. Es así como el joven poeta se convirtió también en el vendedor de su propio libro, aunque el monto total a pagar sólo pudo lograrlo gracias una tía que, aún pensando que su sobrino era un niño, le deslizaba unos billetes en su bolsillo con la justificación de comprarse “unos caramelos”.
Y el texto más entrañable, sin ninguna duda, es uno de los finales, titulado “Una duda y una certeza”, que nace a partir de una ilusión amorosa en su juventud, donde la decepción y la ironía se unen para dejar en evidencia que el fútbol y la literatura pueden ser incompatibles, pero, a pesar de toda diferencia, pueden llegar a jugar en pared. De esta manera el autor sentencia (y confiesa) lo siguiente: “Y la certeza es la de saber que, por culpa de la literatura, el fútbol chileno perdió a un gran delantero” (p.205).
Como colofón a este homenaje sólo queda citar unos versos que componen el poema “Mis muertos” del mismo Sepúlveda con lo que cierra el libro:
[…]
A veces me envidan mis muertos
Dicen: «esa cana qué bien me hubiera quedado»
«qué flor de pinta me habrían dado esas arrugas»
«esos hijos de mi amor tenían que haber sido»
y cuando tú me llamas con fragancia de albahaca
les digo vengan hermanos como antes a la mesa
y entonces, solo entonces, me abrazan y callan
(p.209)
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Datos del libro reseñado:
Luis Sepúlveda
Hotel Chile
Tusquets, 2022