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Reseña: Le dedico mi silencio (2023) de Mario Vargas Llosa

La última novela de Mario Vargas Llosa

Por Omar Guerrero

Le dedico mi silencio (Alfaguara, 2023) de Mario Vargas Llosa (Arequipa, 1936) es la última novela con la que se cierra una larga y reconocida trayectoria literaria de más de sesenta años. En otras palabras, esta es su despedida como escritor en este género. Así lo anunció el Premio Nobel de Literatura días antes de la fecha de lanzamiento del libro (26 de octubre). (Lo comenta también en el último capítulo del documental Una vida en palabras que se puede ver aquí). (Para la promoción del libro se utilizó parte de este material para hacer un pequeño documental con el mismo nombre de la novela que también se puede ver aquí). Esta misma noticia es confirmada por sus lectores en la última página del libro: “[…] Creo que he finalizado ya esta novela. Ahora, me gustaría escribir un ensayo sobre Sartre, que fue mi maestro de joven. Será lo último que escribiré” (p. 303). Tal vez los más escépticos (y hasta sus enemigos) dirán que se trata de una artimaña para seguir llamando la atención y vender más sus libros, algo que Vargas Llosa no necesita. Lo cierto es que el paso del tiempo y la senectud son ineludibles en la vida del escritor, quizás por eso esta novela se encuentra llena de nostalgia y añoranzas transmitidas a través de su personaje Toño Azpilcueta, quien llega a considerar sus anhelos e ideas como una posibilidad en lugar de una utopía. 

La novela está dividida en 37 capítulos, algunos bastante cortos. En muchos de estos capítulos llama la atención la exploración del discurso en el género ensayo (más adelante indicaremos por qué). El uso del tiempo es casi lineal. No hay saltos temporales entre un capítulo y otro, sobre todo con la historia de Azpilcueta, sólo se manifiestan las elipsis, además de los recuerdos que no se recrean como parte del pasado, sino que quedan como lo que son: recuerdos. Se añade el recabado de información como parte de una investigación correspondiente a ese mismo pasado (también indicaremos por qué).

Su personaje principal se llama Toño Azpilcueta a quien no se le puede definir ni como periodista ni como intelectual, a pesar de que conjuga ambas actividades (esta última es la que desarrollará con mayor ahínco a lo largo de la novela). Su afición es la música criolla, no como músico sino como un estudioso y/o melómano. Se gana la vida escribiendo pequeños artículos en distintos medios sobre este tema. Azpilcueta reconoce en este género musical el encanto de una época pasada, también el origen de una identidad mestiza que bien podría eliminar las diferencias sociales y raciales de su país. Como es de suponer, toda la novela trascurre en el Perú. La mayor parte en Lima, pero también en la costa norte, con mayor precisión, en Puerto Eten, Lambayeque. El tiempo de la novela se ubica en 1992, meses después de la muerte de la lideresa y dirigente María Elena Moyano, asesinada por Sendero Luminoso el 15 de febrero de ese mismo año (mencionado en la página 16). Se confirma este tiempo de narración con la captura de Abimael Guzmán (12.09.1992) (mencionado en la página 175).   

La historia de esta novela empieza desde el momento en que Toño Azpilcueta se pregunta para qué un personaje como José Durand Flores (que bien podría ser el escritor y folclorista José Durand Flórez, fallecido en 1990), miembro de la élite intelectual del Perú, desea comunicarse con él. Es entonces que se logra saber que Azpilcueta vive en Villa El Salvador, un distrito periférico de Lima que surgió a inicio de los años ochenta con la migración masiva de la sierra peruana hacia la capital, más aún con la violencia desencadenada por el terrorismo, lo que originó el conflicto armado interno que duró más de una década. En este nuevo distrito vive Azpilcueta con su esposa Matilde y sus dos hijas. Matilde realiza distintos tipos de trabajos caseros como lavandería o costura de ropa. Ambos sobreviven con los trabajos que realizan. Sin embargo, Azpilcueta tiene muchas carencias. Ni siquiera cuenta con teléfono, por lo que se comunica con el único teléfono de la zona que se encuentra ubicado en la pulpería de su amigo apellidado Collau, cuyo local también sirve de quiosco para la venta de revistas y periódicos. A partir de la comunicación entre Durand Flores y Azpilcueta, se logra saber la existencia de un joven prodigio de la guitarra criolla peruana. Su nombre es Lalo Molfino, un muchacho proveniente de Chiclayo, Lambayeque, que se caracteriza por ser algo esquivo y reservado, además de comportarse con cierta vanidad al saber que toca muy bien la guitarra cuando ejecuta las canciones de música criolla. Este será el móvil para que Toño Azpilcueta empiece una investigación sobre este guitarrista que llegó a formar parte de importantes grupos musicales como Perú Negro o la compañía de la cantante criolla Cecilia Barraza, quien es muy amiga de Toño Azpilcueta.

Como parte de esta investigación, Azpilcueta sostiene su tesis sobre la importancia de la música criolla dentro del concepto de nación, pues ya había realizado en la Facultad de Letras de la Universidad Mayor de San Marcos un trabajo sobre el vals peruano para obtener su título de bachillerato, el cual fue asesorado por su maestro Hermógenes A. Morones, quien, al morir, dejó un vacío en lo que corresponde a los estudios sobre el folclore peruano. Azpilcueta aspira a cubrir este vacío, no importa si lo hace fuera de la vida académica. A partir de esta investigación se inserta en la novela capítulos que contienen un discurso dirigido al ensayo en primera persona que toma muchas referencias históricas para crear un contexto que gire en torno al origen de la identidad peruana:

“[…] Y por eso los callejones y la música criolla resultaron inseparables para los cerca de setenta mil limeños (llamémoslos así) que allí residían, aunque la mayoría de los «callejoneros» venían de todos los pueblos del interior del Perú” […] “El gran compositor nacional, Felipe Pinglo Alva, asistió muchas veces a esas fiestas que animaban los callejones de Lima, pero se retiraba temprano -bueno, eso de temprano es un decir- porque tenía que ir al día siguiente a trabajar. Decían de él que llegó a componer más de trescientas piezas antes de morir” […] “Los callejones de Lima fueron la cuna de la música que, tres siglos después de la conquista, se podía llamar genuinamente peruana. Y ni siquiera hay que decir que el orgulloso autor de estas líneas la considera el aporte más sublime del Perú al mundo. En los callejones había ratas, pero también había música, y una cosa compensaba la otra” (pp. 24-25). 

Con respecto a las ratas, estos roedores no sólo se presentan como la principal fobia de Toño Azpilcueta, sino que también se les considera como una figura simbólica referente a todo lo negativo de una sociedad, y cuya presencia, real o imaginada, resultan más que una amenaza, pues si bien Azpilcueta intenta construir una idea de hermandad y unión entre los peruanos a través de la música criolla, la presencia de estas ratas, referidas siempre a la pobreza, a la enfermedad y a la podredumbre (y, por qué no, también a la corrupción), no harán más que ensombrecer y espantar todos estos anhelos.

La mejor parte de la novela es cuando Azpilcueta viaja a Puerto Eten para investigar sobre la vida de Lalo Molfino con el único fin de hacer un libro. Ahí llega a saber sobre su origen relacionado a la basura y a las ratas. También conocerá parte de su infancia, juventud y amores. Uno de estos amores es una muchacha que brindará una mayor información sobre este joven cuya vida se vio afectada por la enfermedad y la tragedia, tal como sucedió con otros grandes exponentes del género como Felipe Pinglo o Lucha Reyes, también mencionados en la novela.

Otro tema que surge en las investigaciones de Azpilcueta es la huachafería peruana, considerada como una característica singular entre sus compatriotas. Es más, hasta él mismo se reconoce como tal, en especial cuando confiesa su gusto por las letras de ciertas canciones del criollismo peruano. Esta misma huachafería se muestra en su comportamiento que varía a partir de su emoción, admiración y sentimientos hacia la cantante Cecilia Barraza, también presente en varios capítulos. Esta huachafería sirve para definir a la sociedad peruana como mestiza a todo nivel y en todas sus clases sociales, por lo que se considera un punto en común entre todos los peruanos:

“Había una huachafería humilde, de los peruanos indios, una huachafería de los cholos, es decir, de las clases medias, y hasta los ricos tenían su propia huachafería cuando se hacían pasar por nobles o descendientes de nobles, retándose a duelo entre ellos según el código del marqués de Cabriñana, como si eso fuera a blanquearlos un poquito, haciéndoles perder su condición de mestizos” (p. 69).    

Según Azpilcueta, esta huachafería llega a manifestarse hasta en la propia literatura. Para confirmar esta teoría, cita a ciertos autores emblemáticos que reúnen las siguientes características:

“Acaso donde mejor se pueden apreciar las infinitas variantes de la huachafería es en la literatura, porque, de manera natural, ella está sobre todo presente en el hablar y el escribir. Hay poetas que son huachafos a ratos, como César Vallejo, y otros que lo son siempre, como José Santos Chocano, y poetas que no son huachafos sólo cuando escriben en verso, como Martín Adán. En cambio, en sus ensayos se muestran excesivamente huachafo. Es insólito el caso de Julio Ramón Ribeyro, que no es huachafo jamás, lo que tratándose de un escritor peruano resulta una extravagancia. Más frecuente es el caso de aquéllos como Bryce y como Salazar Bondy en los que, pese a sus prejuicios y cobardías contra ella, la huachafería irrumpe siempre en algún momento en lo que escriben, como un incurable vicio secreto. Ejemplo notable es el de Manuel Scorza, en el que hasta las comas y los acentos parecen huachafos” (p. 210).

Y entre todas estas ideas, hipótesis y teorías, Toño Azpilcueta logra terminar de escribir su libro al que titula Lalo Molfino y la revolución silenciosa, cuyo lanzamiento no llama la atención de la prensa cultural limeña ni de la lectoría peruana. Sin embargo, algo ocurre que de pronto se revierte esta situación. Azpilcueta sale del anonimato y se convierte en un protagonista a niveles que ni el mismo se esperaba. Hasta llega a tener una cátedra en San Marcos. Y todo en base a su esperanza de vencer las utopías a partir de sus ideas:

“Si el Perú abandonara su mentalidad de pura supervivencia y se convirtiera en una nación próspera gracias a su música, acaso iría cambiando también su situación dentro del panorama mundial, logrando infiltrarse dentro de ese grupito de países donde todo se decide, la paz y la guerra, las grandes catástrofes o las alegrías que de tanto en tanto vienen a hacer feliz a la gente. Es seguro que yo no lo veré, pero la vida y obra de Lalo Molfino, acompañada de las ideas que aquí han sido consignadas, contribuirán a que así sea. Como los Siete ensayos de Mariátegui, o la poesía de César Vallejo, o las tradiciones de Ricardo Palma, este libro que sujetas, lector, en tus manos de peruano amigo, será el punto de arranque de una verdadera revolución que sacará a nuestra patria de su pobreza y tristeza y la convertirá de nuevo en un país pujante, creativo y verdaderamente igualitario, sin las enormes diferencias que hoy día lo agobian y hunden. Que así sea” (p. 241).    

Otros temas que Azpilcueta da a conocer en sus escritos son el cajón peruano, la tauromaquia, la brujería, el racismo (eliminada con la historia de sus amigos Toni y Lala cuyo erotismo se mantiene hasta la vejez), además de mencionar a otros exponentes de la música criolla peruana como Chabuca Granda, Jesús Vásquez y Óscar Avilés. A través del narrador también se conoce la postura de Azpilcueta en cuanto a la religión católica a pesar de haber estudiado en un colegio religioso cuyo nombre se menciona hasta en cinco ocasiones (Se trata del colegio La Salle ubicado en el distrito de Breña donde el mismo Vargas Llosa estudió un par de años y donde tuvo en desencuentro con uno de los hermanos de esta congregación que le hizo desistir de su condición de creyente y cuyo episodio ya ha sido contado en El pez en el agua).   

Si bien no hay momentos de grandes destellos narrativos en la novela, como las técnicas a las que ya nos tenía acostumbrados nuestro Premio Nobel, no se puede dejar de considerar la nostalgia que se percibe en el personaje de Toño Azpilcueta y en el narrador con cada hecho que se cuenta o se rememora, pues aquí se toman muchos referentes culturales e históricos para dar contexto a una ficción cuyo reflejo sigue siendo muy similar a la realidad. La visión de los personajes en los capítulos finales da a entender que la esperanza se puede mantener, por más pequeña que sea, incluso hasta huachafa, sin importar las constantes utopías que son más cercanas a lo real.

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Datos del libro reseñado:

Mario Vargas Llosa

Le dedico mi silencio

Alfaguara, 2023

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Reseña: Las cartas del Boom (2023)

El Boom en primera persona (del plural)

Por Omar Guerrero

Las cartas de Boom (Alfaguara, 2023) es un verdadero acontecimiento editorial digno de toda celebración. Esta publicación, tan inusual y titánica, contiene 207 cartas, faxes, telegramas y postales escritas entre 1955 al 2012 que intercambiaron los principales miembros del Boom Latinoamericano: Carlos Fuentes (CF), Julio Cortázar (JC), Mario Vargas Llosa (MVLL) y Gabriel García Márquez (GGM). La edición ha estado a cargo de los peruanos Carlos Aguirre y Augusto Wong Campos, el mexicano Javier Munguía y el británico Gerald Martin, quien ya había publicado Gabriel García Márquez: Una vida, un extenso y completo trabajo que piensa repetir con la biografía que viene trabajando sobre Mario Vargas Llosa.

En estas correspondencias el lector encontrará muestras de verdadero afecto y amistad entre estos cuatro grandes escritores que cambiaron el rumbo de la literatura latinoamericana y universal. También queda en evidencia la admiración que se tienen al leerse y al reconocer el valor de cada uno de sus trabajos, muchos de ellos aún en proyectos o en vías de publicación, pues son presentadas en cuartillas, manuscritos o copias. Y a partir de estas entregas se manifiestan los consejos, recomendaciones y el surgimiento de otras ideas que no llegaron a concretarse como la novela en cuatro manos que le propone GGM a MVLL sobre el conflicto bélico entre Colombia y Perú en los años treinta.

Cito a sus editores para definir este libro y una de los capítulos que lo componen, además de mostrar a sus protagonistas en su propia esencia. Se considera la importancia que ellos tienen hasta ahora junto a su enorme obra: “Las cartas del Boom es una pieza integral en esa secuencia. La parte central de este libro, las cartas sobre el camino hacia el Boom y su manifestación misma (1955-1975), se llama «Pachanga de compadres» a propósito de una frase de García Márquez dirigida a Fuentes en que celebra por anticipado el Premio Rómulo Gallegos a su compadre Vargas Llosa, nada sorprendente viniendo del autor que aseguraba que Cien años de soledad era un vallenato y El amor en los tiempos del cólera un bolero” (p. 16) […] “Aun así, la novela del Boom representa una continuidad literaria que asimiló la novela decimonónica de Balzac, Dickens, Tolstói y Twain; la vanguardia de Joyce, Proust, Kafka, Woolf y Faulkner; la novela regionalista de Ricardo Güiraldes, José Eustasio Rivera y Rómulo Gallegos; y la obra de sus grandes precursores latinoamericanos: Miguel Ángel Asturias, Jorge Luis Borges, Alejo Carpentier y Mario de Andrade” (p. 18).

Y entre estas deducciones es imposible dejar de lado las cuatro reglas que definen los cuatro editores sobre estos escritores y el gran fenómeno que crearon: “1) escribieron novelas totalizantes, 2) forjaron una sólida amistad entre ellos, 3) compartieron una vocación política, y 4) sus libros tuvieron una gran difusión e impacto a nivel internacional” (p. 17). En la nota de edición vale mencionar la sinceridad de los editores con respecto al trabajo realizado (y que termina siendo un deleite para cualquier lector, más aún para cualquiera que admire el trabajo de estos cuatro grandes a los que se les llega a comparar con los Beatles por su genialidad y por empezar a desarrollar su trabajo a inicios de los años sesenta con un rotundo éxito, e incluso mucho antes, como es el caso de JC y CF): “Creemos que nunca se ha organizado un epistolario con cuatro grandes voces de la literatura comunicándose de este modo, y la consecuencia es que este libro es menos una recopilación de cartas que una gran narración en primera persona que pasa pronto del singular al plural” (p. 37).   

Una vez que el lector empieza a leer estas misivas, confirmará de primera mano el gran entusiasmo que desborda CF al dar a conocer sus primeros proyectos literarios (él empieza con estas cartas pidiéndole a JC colaborar con textos para la Revista Mexicana de Literatura) (16.11.55). Este mismo ánimo de CF quedó registrado al guardar las copias de las cartas que recibía y también las que enviaba, y que sirvió de mucho para la elaboración de este libro. Aquí un ejemplo de mención sobre sus primeros escritos: “Gracias, también por su crítica de Los días enmascarados. Ya tengo listo un segundo volumen de cuentos, y, para fin de año, una novela: «La región más transparente del aire»” (01.02.56) (p. 51). Lo mejor es que siempre recibe una respuesta de su destinatario (JC) sin importar el retraso que concernía el antiguo sistema de cartas. Esto permite deducir la calidad como persona de JC, más aún como escritor, pues ya había publicado Bestiario (en marzo de 1951) y Final del juego (en julio de 1956). Estas líneas corresponden después de realizar la lectura de la novela La región más transparente (título definitivo) con más de un apunte: “Puedo leer el libro como si leyera una novela de, digamos, Joyce Cary o Boris Pasternak;” […] “Usted ha incurrido en el magnífico pecado del hombre talentoso que escribe su primera novela: ha echado el resto, ha metido un mundo en 500 páginas, se ha dado el gusto de combinar el ataque con el goce, la elegía con el panfleto, lo satírico con la narrativa pura” (pp. 55-56) (07.09.58). Con la lectura de las siguientes cartas es evidente el paso del ceremonioso trato de “usted” al “tú”, lo que resulta más cercano y amical; más aún si se suma el hecho de encontrar un incuestionable valor en cada uno de estos escritos. Le sucede otra vez a JC con MVLL después de conocerse en París a fines de 1958 y de haber intercambiado las primeras cartas sobre Los impostores antes de llamarse La ciudad y los perros. La estima y admiración son evidentes: “Querido Mario: Anoche acabé de leer tu novela, que me ha conmovido profundamente. Tengo mucho que decirte sobre ella y quisiera verte pronto para charlar. ¿Me llamas a casa para combinar un encuentro?” (13.06.62) (p. 60). Esto mismo se confirma cuando JC se entera de que MVLL ha ganado el Premio Seix Barral. “Querido Mario: Julia acaba de darme la gran noticia. Te imaginas mi alegría, yo que tanto admiré “Los impostores” […]” (p. 67) (20.12.62). Otro punto para resaltar es la complicidad entre CF y JC cuando el primero empieza a interceder para que la obra del segundo pase al plano cinematográfico, territorio que conocía bien CF por su labor como guionista de cine y teatro: “Lo que me cuentas de Buñuel me parece casi increíble, y sobre todo la posibilidad de que un cuento mío y otro tuyo -nada menos Aura– entren juntos en la terrible y fabulosa máquina surrealista de Buñuel” (29.10.62) (p. 66). Este anhelo se concreta tiempo después con la versión de Antonioni con la película Blow-Up basada en el cuento “Las babas del diablo” de JC (1966). Por otro lado, MVLL también muestra entusiasmo al comentarle a CF sobre su nueva novela (La casa verde), aunque esta se mezcla con su indignación y espanto sobre las cosas que suceden en el Perú, como lo ocurrido con Jum, el cacique aguaruna que conoció en su viaje a la selva, y a las torturas que fue sometido por parte de los militares a quienes califica como unos verdaderos salvajes. Esta rabia se convierte en una ineludible fuente de inspiración: “La realidad peruana es demagógica, irreal, hay que buscar formas sumamente complejas (barrocas, como dices tú) para trasladarlas a una narración sin caer en el esquematismo o el panfleto” (07.04.64) (p. 85). Esta misma indignación se repite en MVLL otra vez con el Perú, sobre todo cada vez que regresa de viaje, pues se convierte en testigo de los cambios sociales que no son siempre favorables, más aún cuando aflora la corrupción y la inseguridad en su propio país: “Estuve en “Lima la horrible” solo diez días pues el viaje a la selva que debía durar una semana duró tres debido al mal tiempo. En el Perú todo anda mal. Lima ha sido invadida por indios sin trabajo, los mendigos atestan en las calles. Todo está corrompido: la política, la gente, el aire. La solución, chez nous, para por el apocalipsis. Hoy apareció una noticia en Le Monde. Para combatir la delincuencia, el gobierno peruano ha apresado a 1,600 prostitutas y homosexuales (la mayoría menores de edad) y los han enviado al Sepa, una cárcel dantesca situada en medio de la selva. El Perú es el horror, un día va a llover fuego, pero de la tierra hacia el cielo” (p. 94) (17.08.64). Con estas problemáticas en la realidad peruana, MVLL pone en el papel historias que se asemejan y que convencen y, a la vez, estremecen a cualquier lector. Le sucedió a JC con la lectura de La casa verde, quien le dedica las siguientes palabras: “A la altura de los primeros diálogos de Bonifacia con las monjitas ya estaba totalmente dominado por tu enorme capacidad narrativa, por eso que tenés y que te hace diferente y mejor que todos los otros novelistas latinoamericanos vivientes, por esa fuerza y ese lujo novelesco y ese dominio de la materia que inmediatamente pone a cualquier lector sensible en un estado muy próximo a la hipnosis (y eso no significa pérdida de lucidez, sino paso a otra forma de lucidez, que es el milagro de toda gran novela, de un Lowry o de un Joyce Cary o un Dostoievski, y no te pongas colorado, peruanito, que yo no elogio así nomás a nadie, aunque sea un amigo muy querido)” (p. 105) (18.08.65). 

Por su parte, GGM también cae en la sinceridad al adelantarle noticias a su amigo CF sobre su vida personal, sus viajes y más aún sobre la evolución de su trabajo: “Empiezo a decir que eres un malvado por encontrarte en Roma en este sábado sombrío, pero con un poco de egoísmo te lo agradezco, porque ya no tengo a quien visitar y el té dominical lo dedico a escribir. Hasta encontré el título de la novela: Cien años de soledad. ¿Cómo te suena?” (p. 112) (30.10.65). Lo más interesante (y gracioso) de las cartas de GGM es su inicio al dirigirse a sus destinatarios usando excelsos calificativos como Magíster o Máster. Estos mismos calificativos los repite CF porque no puede controlar su entusiasmo, más aún al ser uno de los primeros privilegiados al leer las primeras cuartillas de la novela de GGM: “Magíster magnífico! Tus primeras 70 cuartillas de Cien años de soledad son magistrales, y el que diga o insinúe lo contrario es un hijo de la chingada que deberá responder a los sangrientos puñales de largo alcance del joven escritor gótico C. Fuentes. Kafka, Faulkner, Borges, Mark Twain: con estas páginas, querido Gabriel, ingresas al no-man´s land de esas grandezas y esas compañías. Tu mentor G. Greene, desde ahora, es tu mozo de estoques” (p. 129) (15.04.66).

Esta amistad, efusividad y enorme estima son corroboradas en cada una de estas misivas que sirven para registrar no sólo grandes sucesos literarios como el Premio Rómulo Gallegos a MVLL, el Biblioteca Breve a CF o la publicación final de Cien años de soledad (todo ello ocurrido en 1967), sino también de otros hechos sociales y políticos como la ocupación de Praga (marzo de 1968), las revueltas en París (mayo de 1968) (en las que participan de manera directa CF y JC), la masacre de Tlatelolco o el golpe militar en Perú (ambas en octubre de 1968), primeras críticas a Cuba o las diferencias entre JC y Arguedas, incluido el suicidio de este último (1969), el caso Padilla (marzo de 1971), el golpe militar en Chile y muerte de Salvador Allende (septiembre de 1973) y el golpe militar en Argentina (1976). Todos estos hechos marcan las percepciones e ideas de los cuatro amigos escritores, además de sus discrepancias, lo que hace que estas correspondencias empiecen a ser cada vez menos frecuentes. Se suman otros temas personales como el rechazo de MVLL al género epistolar o el uso privilegiado del teléfono de GGM para comunicarse mejor (y más rápido). Un caso contrario es JC, quien confiesa su aversión al teléfono.

Tampoco se puede dejar de mencionar temas más íntimos como las separaciones con sus parejas, las mismas que quedan en evidencia con los saludos a modo de despedida y cuyos nombres dejan de ser mencionados para suplantarlos por otros. Sucede con Julia Urquidi (MVLL). También con Aurora Bernárdez y después con Ugné Karvelis (JC). Pasa lo mismo con Rita Macedo (CF). Queda también la mención a los problemas de salud como el hígado inflamado de GGM o las transfusiones de sangre a que tuvo que someterse JC ante un problema gástrico bastante serio. Y cómo no, otras ocurrencias como el día en que CF y GGM se fueron a una sauna en Praga para conversar con Milan Kundera y evitar el peligro de ser espiados sin importar encontrarse “en pelotas” (sic) en medio de un ambiente gélido en extremo; o la noche imposible de conciliar el sueño para JC y su pareja debido al frío en el departamento de Londres de MVLL que, a la vez, estaba poblado de roedores. O la sorpresa y el enorme gusto de GGM al probar el ceviche y el pisco peruano. Y cómo no emocionarse como lector con la última carta que le envía CF a GGM por las celebraciones de sus 85 años (esta carta es enviada dos meses antes del fallecimiento de CF el 15.05.12): “Nuestras vidas son inseparables. Te agradezco tus grandes libros” (p. 442) (14.03.12). Y esta última frase se podría repetir a cada uno de los firmantes de estas cartas, incluso después de su muerte: ¡Gracias por sus grandes libros, que se van a seguir leyendo por siempre! ¡Gracias por su correspondencia, que también se va a seguir leyendo por siempre!   

Este libro se lleva todos los aplausos.    

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Datos del libro reseñado:

Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa

Las cartas de Boom

Alfaguara, 2023, 568 pp.

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Desde los extramuros

Cadáveres y espíritus del entresiglos peruano

Por Cronista Marciano

Todavía reciente, hace unas semanas ha comenzado a circular Contigüidad de los cadáveres, de Helen Garnica Brocos. Quien se acerque a conocer a Helen podrá advertir a primera impresión la pasión de esta investigadora por la literatura de tintes necróticos. Efectivamente, Contigüidad de los cadáveres es una recopilación de relatos sobre muertos y espíritus, y con un estudio crítico sobre una sociedad secreta que rendía culto a un poeta prematuramente fallecido: Enrique Alvarado. Helen se ha tomado el trabajo de hacer las pesquisas del hasta ahora desconocido cenáculo literario que reunió a las figuras más prometedoras del entresiglos peruano junto a un grupo de escritores olvidados: Clemente Palma, Enrique A. Carrillo, Ernesto G. Boza, Carlos Germán Amezaga, Domingo Martínez Luján…  

Siguiendo la pista de un apunte anecdótico de Luis Alberto Sánchez, la investigadora ha trazado unos esbozos sobre los círculos literarios de la última década del siglo XIX, años claves del recambio generacional en el que los notables nombres de Clorinda Matto, Mercedes Cabello y González Prada iban dejando el campo libre a los jóvenes modernistas peruanos, y en el que los ecos de la crisis religiosa finisecular europea iban sintiéndose en los diarios peruanos a través de noticias sobre sesiones espiritistas, un ritual que ponía en práctica las doctrinas del francés Allan Kardec, quien pretendió demostrar la inmortalidad del alma frente a los avances científicos que ponían en entredicho los dogmas cristianos.     

Recreando esta atmósfera intelectual, la recopilación está compuesta de dos secciones: «El tránsito de los espíritus» y «Necrosario: cadáveres y camposantos». Ambos títulos aluden al debate finisecular entre la concepción religiosa del hombre (espíritu) y la concepción médica (cadáver). En la primera parte, aparecen congregados relatos sobre lutos, aparecidos, fantasmagorías y parodias espiritistas; en la segunda escuchamos a los protagonistas narrar su encuentro con la muerte figurada en la imagen de un cadáver, entierros prematuros, o historias sobre hombres que no pueden renunciar al cuerpo putrefacto de sus amadas. Los cementerios y las mujeres pálidas y faltamente destinadas al sepulcro en plena juventud habitan esta parte del libro.

Siendo esta recopilación un rescate editorial, repasaré algunos nombres que me han dejado un sabor muy grato. La primera de ellas es Juana Rosa de Amezaga, quien en su crónica «Lutos y pésames» critica la costumbre del luto en Lima y objeta la manera de cómo este acto simbólico se utiliza para establecer vínculos sociales motivados por el arribismo. En esta crónica se ve recreada la vida social de la Lima de fines del siglo XIX, una ciudad de las formas y las apariencias, bien dibujada en sus detalles.  Otro título que me ha gustado es «La viuda», de Teresa González de Fanning. Honestamente, no había leído absolutamente nada de esta escritora, pero su relato me ha entretenido mucho, pues logra el efecto que se propone, resolver la atmósfera de terror en un hecho singularmente anecdótico. Otra composición interesante es «¿Por qué? (Fantasía)», de Clorinda Matto, en la que la escritora construye una narración donde la ensoñación encubre una realidad triste y deprimente para una joven mujer.   

Como no puedo referir todos los relatos, pues corro el peligro de convertirme en un spoiler para el libro, acabaré esta reseña con dos títulos más: «Pobre Fortuna», de Lastenia Larriva de Llona, y «De visita», de Manuel Beingolea. Del relato Lastenia Larriva diré que es ꟷa mi impresiónꟷ el mejor sostenido narrativamente, pues es un cuento largo que no decae y llega a tiempo a su desenlace. Del texto de Beingolea me limitaré a repetir el breve pero exacto juicio que Mariátegui dejó sobre él: «cuentista de fino humorismo y de exquisita fantasía». Su relato me ha resultado especialmente gozoso, porque lo he decodificado como una ironía a todos los poetas azules y decadentes, Eguren incluido. Y también me hizo recordar al famosísimo poema de Asunción Silva, «Sinfonía color de fresa con leche».  

Cabe destacar por último el buen trabajo de Pandemonium por entregarnos una edición agradable en su concepción visual, una apuesta seria del diseño artístico, evidente en la composición de la cubierta y en las viñetas escogidas, que dotan de una atmósfera gráfica, entre gótica y decimonónica, perfectamente calibrada al contenido de los relatos. La tipografía escogida para los nombres de los autores también aporta en esta dimensión. Un edición bonita sin duda y que atraerá la atención de no pocos escritores y críticos. Un trabajo en conjunto notable por parte de Helen Garnica y de Tania Huerta en la realización de este proyecto que ha tenido bien merecido el reconocimiento del programa de los Estímulos Económicos para la Cultura el 2022. Esperemos que en lo sucesivo sigan realizándose más proyectos como este. 

Lima, 10 de setiembre del 2023

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Desde los extramuros

Un lugar para un extranjero

Por Cronista Marciano

No había acabado aún la universidad cuando leí por primera vez «Extranjero». Estaba sentado en un rincón de la biblioteca buscando algún cuento que me enganchara cuando lo encontré dentro de la antología anual de ganadores y finalistas del Copé. El relato, que pertenecía a Augusto Higa, retrataba los barrios populares y céntricos de la Lima cincuentera. Fondas, callejones, mercados eran evocados con el mismo realismo con el que hoy siguen habitando las calles del Cercado. Pero no me impresionó tanto su ambiente vívido como sí el perfil de su protagonista, un niño nisei que funciona como espejo de la violencia de su entorno. «Extranjero» me pareció en ese entonces una pieza novedosa y me pregunté por qué no había tenido mejor suerte.

Augusto Higa

Dos años después volví a toparme con el relato en el estante de una librería. Estaba  dentro de Okinawa existe. Al repasarlo, mi primera impresión se mantuvo, pero no supe explicarme por qué la historia de Masaharu, el escolar del jirón Huancavelica, me resultaba singular. Reconocer la valía de una obra no suele ser difícil, pero encontrar las razones que nos llevan a ese diagnóstico es otro asunto. Con el tiempo la tarea de descubrir los motivos subyacentes a mi juicio fue olvidada, sea por las obligaciones laborales o por la necesidad natural de visitar otros libros o, tal vez, porque cada acto de comprensión tiene su hora precisa. Ahora, que volví a leerlo, creo poder responder a esa lejana pregunta.

Al retornar a las páginas de «Extranjero», a sus calles pobladas de muchachitos palomillas, no pude evitar recordar otros espacios de violencia, así como a otros adolescentes y niños que la padecen, como el Esclavo, ese cadete que en La ciudad y los perros acepta la humillación y el maltrato antes que adaptarse a la agresividad y el machismo de la instrucción militar del colegio Leoncio Prado. Recordé también a Paco Yunque, el pequeño campesino que, en una escuela de pueblo grande, soporta durante la hora del recreo las feroces patadas de Humberto Grieve, el hijo del gerente de la Peruvian Corporation. En las experiencias de ambos escolares uno descubre las anomalías de la sociedad peruana: la brutal cultura de la “hombría” y el drama histórico de las clases sociales oprimidas.

El caso de «Extranjero» es distinto. Higa no se vale de su protagonista para exponer las motivaciones sociales del odio y la marginación a los inmigrantes japoneses durante las décadas del cuarenta y del cincuenta. La historia de Masaharu gira en torno a su relación con Kanashiro, otro niño nisei, quien lo martiriza. Masaharu no comprende el odio de su compañero, de su semejante ꟷ ¿de su doble?ꟷ  con quien vínculos sociales y de origen le une. Y este aspecto es el que me parece novedoso para nuestra narrativa realista. Higa al explorar la violencia dirige la lente hacia el individuo antes que a las condiciones sociales que la propician. No digo que estas no estén presentes, sí lo están y mucho, pero no es a la sociedad a donde el escritor dirige su mirada sino al interior de su protagonista. Si en “Los gallinazos sin plumas”, “El trompo” o “Joche”, exploramos la idiosincrasia del mundo adulto y la injusticia social a través de la experiencia infantil, en las vicisitudes de Masaharu observamos cómo la violencia cincela al ser humano.    

Con «Extranjero» tenemos por primera vez una imagen más compleja de la víctima. Higa nos acerca a su intrincada interioridad, a la ambigüedad de sus respuestas emocionales y saca a la luz esas oscuridades que casi siempre se materializan en actos fallidos: Masaharu apagando la realidad en el brillo del fuego; Masaharu y sus muecas simiescas en el corral de Moralitos. Relato de imágenes antes que de acciones, escenas desconcertantes y difíciles de delimitar en su contenido emocional. Y lo que sorprende más: ver al niño matonear, gritar, insultar, pelear, como no lo han hecho antes otros personajes de su tipo, y no por ello deja de ser más pasivo e indefenso. Esta atípica actuación tal vez sea el punto más bajo de su degradación humana. 

Esto último nos revela la condición de Masaharu. Él es una pantalla sobre la cual se proyecta el mundo exterior, un espejo que lo recibe y lo reproduce todo. Ese es su drama. El niño repite la pasividad de su padre, un inmigrante que en su nula reacción parece haber encubierto un mecanismo de defensa frente al encono social. Y no menos teatral es su agresividad, esa impostura que le permite ponerse al amparo de sus amigos de barrio. Masaharu reproduce todas las estrategias en un intento desesperado de  evadir la violencia. Pero esto los desgasta, lo embriaga, lo deja desbordado de realidad. En ese juego de actuar como todos,  se arraiga su extravío.  

Esto también lo diferencia de sus predecesores. Al Esclavo y a Paco Yunque los conocemos, sabemos quiénes son, pero Masaharu es una incógnita, un extraño o, como lo ha bautizado su creador, un “extranjero”. El esclavo se conoce bien, sabe quién es, la violencia que lo somete no ha logrado comprometer su identidad, incluso puede ufanarse de defenderla cuando le dice al Poeta: «tú y los demás imitan al Jaguar». No podemos decir lo mismo de Masaharu. La violencia que lo acosa también corroe su yo: de él solo vemos la careta, al actor cansado de actuar, al muchacho que juega a ser la víctima y que, efectivamente, lo es. Lo es sobre todo frente a Kanashiro, ese otro niño nisei que lo tortura, y frente al cual Masaharu está indefenso. «Te conozco, japonés. Así te escondas, ni hables, ni te muevas», le dice Kanashiro, como si ante él se cayeran las máscaras y las tretas.

Por el drama compartido, Masaharu merece ser reconocido como parte de esa familia de niños entrañables que son Paco Yunque, Ernesto, los hermanos Efraín y Enrique, Chupitos, Esteban, Joche y Ñito. “Extranjero” se enlaza, pero también renueva, a esa tradición del cuento peruano que iniciada por Abraham Valdelomar enjuicia la idiosincrasia de nuestros entornos sociales desde la experiencia infantil. Augusto Higa le ha regalado a la literatura peruana uno de sus cuentos esenciales.  

Luis Loayza ha dicho que cuando un escritor muere su obra pasa una temporada en el purgatorio antes de saber si va al olvido o si permanece en el mundo de los hombres. Tengo entendido que la historia de Masaharu ya es leída en las aulas escolares, aunque no esté incluido en el plan lector del Ministerio de Educación, situación tremendamente injusta para un cuento tan notable y para un escritor de su importancia. Esto no me sorprende. Cuando un escritor aborda problemas reales y se propone a comprender la condición humana por una honesta necesidad, entonces su obra se instala para siempre en la realidad. Eximido de ese limbo literario del que Loayza hablaba, este relato de Higa seguirá ganando lectores a pesar del casi nulo reconocimiento oficial.  

Lima, agosto del 2023

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Reseña: Surte. El sonido de los sueños (2022) de Percy Encinas y Carlos Gonzales

Teatro y migración, una apreciación a Surte. El sonido de los sueños

por Henry Rivas Sucari[1]

El tema de la migración global ha estado presente en muchos géneros literarios, entre ellos el teatro. Surte. El sonido de los sueños constituye un caso singular, pues la focalización de su concepción aporta una interacción eficaz entre el plano argumental y la puesta en escena. En suma, ambas interacciones confluyen para construir un mensaje sólido sobre su propuesta. La puesta en escena transcurrió entre los meses de abril y mayo del 2022 en la Alianza Francesa de Miraflores, Lima.

El eje argumental narra la historia de Facundo, un músico que tiene el sueño de triunfar en el país más grande e industrializado del mundo. La quimera sobre la carrera musical es construida a partir de la idea que se tiene sobre el éxito contemporáneo. El arte conduce al éxito comercial y a la fama. Este tipo de sueño, que está en la mente de la mayor parte de jóvenes y que es muy común, conduce al protagonista a una dura travesía. El sujeto migrante y sus sueños deben enfrentarse a otro tipo de cultura, de realidad e idioma. La travesía de los migrantes está representada en Facundo. Su mayor cómplice es su abuela, Abi, quien comparte los sueños de su nieto como si fuesen suyos.

Los migrantes suelen idealizar el país al que desean viajar. Creen de manera ingenua que su realidad puede cambiar radicalmente en ese nuevo lugar y que los problemas que tienen en los países que viven no se reflejarán en esa nueva patria. Esta quimera sobre el paraíso ha sido la trama de muchas obras literarias y de muchos personajes. El viaje en sí mismo constituye una aventura. La fortuna aguarda al viajero.

Surte constituye una excelente representación sobre estos dramas. El de la migración consiste en que los personajes que llegan a otro país no tienen los mismos derechos que los de origen. Esto le ocurre a Facundo y también a otros personajes que aparecen en escena, como en la escena 4, “El trámite indebido”. En él sucede un diálogo entre una burócrata y una mujer. La burócrata es impasible ante los ruegos de la mujer, una migrante que debe abandonar el país. No importa que ha construido su vida de nuevo y que ha tratado de trabajar muy duro, y obedecido a las leyes. Cualquier error cometido, por más que sea pequeño, servirá para que el aparato burocrático expulse y castigue al infractor. La idea de un porvenir maravilloso en una patria nueva queda reflejada en lo que hemos denominado como una quimera, una idea, un sueño que no podrá realizarse. Los migrantes constituyen seres inferiores en una sociedad supuestamente democrática y moderna. Los migrantes solo viven de sus sueños, pero la realidad los conduce a reconocer que no son sujetos con los mismos derechos y privilegios que los nativos. En realidad, casi todos los personajes de este diálogo son extranjeros, migrantes que han llegado a un gran país en busca de sus sueños. Las dos mujeres narran haber sido acosadas por hombres mayores. La burócrata al final confiesa que tuvo que casarse con uno de ellos para tener sus “papeles en regla” y poder ver a sus hijos. Fue “práctica”.

Este tipo de escenas constituyen una representación grave de la realidad de muchos personajes que emigran a distintos lugares y son objetos de persecución, acoso, violencia y explotación. En el caso de las mujeres, la situación suele ser más trágica.

Otro de los temas transversales en la obra es la ideología política de la que habían sido presos Passano y Abi en su juventud. La escena 6 de la Plaza de fiesta reconstruye el pasado de ambos, de sus ideas políticas y el romance frustrado por la militancia guerrillera. De este modo, se entiende el pasado de Abi en lo concerniente a su esposo, el nombre de su hijo y la ilusión que le despierta su nieto artista. Los personajes no pueden escapar de su contexto histórico, social y político. Son hijos de una época. Y también han pagado el precio de ser víctimas de esta. El pasado político de Passano se muestra ahora como una mala herencia y el impedimento para que hubiera podido constituir una vida con Abby. Los proyectos de vida individuales no suelen conciliar con los fines políticos. Las reflexiones contemporáneas sobre un pasado con decisiones erradas los sume de una nostalgia.

La política y la ensoñación de la juventud constituyen en esa otra quimera propia de una generación y la idealización de la guerrilla que podría situarse en los años 70. El hijo de Abi y su nuera, también, fueron víctimas de la violencia política de su época. Los protagonistas como Passano, Ilsa y Aby son testigos y sobrevivientes de una época convulsa. La tragedia de la migración involucra un desprendimiento familiar y cultural, y, a la vez, afectivo.

El infortunio mayor lo lleva Aby. No solo ha perdido a su hijo y nuera, sino, más adelante, a su propio nieto. Los sueños nunca se realizan. Sin embargo, todavía existen historias de esperanzas como la de los finales y situaciones de algunos migrantes, además de la música que finalmente es disfrutada y cantada por otros jóvenes de la generación de Facundo. El arte logra vencer a la muerte. El éxito finalmente no se ubica en la fama o el dinero obtenido en algún país del norte, sino en la trascendencia que puede tener en cualquier lugar.

Son los jóvenes, al final de la obra, los que experimentan, apoyados en la música y la tecnología, la herencia de la voz y la música de Facundo. Su voz y su arte no mueren. Por el contrario, alimentan la esperanza y el amor de su abuela.

El gran logro de Surte no solo reside en la increíble trama que condensa distintas historias y saltos en el tiempo, sino también en la forma cómo incorpora una performance con elementos musicales, videos y tecnología. La música en vivo agregada a los otros componentes se relaciona con los hechos contextuales y añaden a la trama una significación mayor. La música que se ejecuta en escena destaca para aportar una poética sólida a la obra. 

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Datos de la obra reseñada:

Surte. El sonido de los sueños

Dramaturgia: Percy Encinas C. y Carlos Gonzales V

Música original: Estéfano Encinas y Rafael Arenas

Asistencia del proyecto: Nathalie Piñán


[1] Henry César Rivas Sucari es bachiller y licenciado en Literatura y Lingüística por la Universidad Nacional de San Agustín de Arequipa; magíster en Literatura Peruana y Latinoamericana por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Sus líneas de investigación abarcan la literatura peruana contemporánea, novela peruana del siglo XX y XXI, teorías y poéticas de la ficción, la narrativa de José María Arguedas, Mario Vargas Llosa, Alfredo Bryce Echenique, entre otros. Ha publicado artículos académicos en revistas académicas del Perú y del extranjero, como Letras, Tesis, Apuntes Universitarios,  Psychology and Education, Revista Latinoamericana de ensayo y Revista de Crítica Literaria Latinoamericana. Ha ganado concursos de investigación en las universidades Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas y la Universidad Tecnológica del Perú. Integró el colectivo literario Náufrago. Su poema Fuego obtuvo el Diploma Mención Especial del “I PREMIO DE POESÍA KATHARSIS 2008” en Málaga, España.  Actualmente, es doctorando en Literatura Peruana y Latinoamericana de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Además, ejerce la docencia en la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas. Correo: henryrivas2001@gmail.com

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Reseña: El camarada Jorge y el Dragón (2023) de Rafael Dumett

Un evangelio personal

Por Sebastián Uribe

Hace unas semanas se volvió viral el video de una chica cristiana que instaba a sus seguidores a preguntarse cómo reaccionaría Jesús ante una serie de situaciones que se desenvuelven en la cotidianidad. La masiva repercusión del video se debió, principalmente, a las respuestas divertidas que generó, en las que numerosos usuarios imaginaron reacciones inverosímiles –al menos, desde una perspectiva conservadora– a lo que el Hijo de Dios realizaría frente a diversas situaciones. La situación no pasaría de lo anecdótico y transitorio de no ser por lo que se escondía en cada respuesta: la reformulación de una figura mítica, una apropiación del personaje para insuflarle una narrativa propia alejada del dogma. ¿Qué Jesús ve cada uno? ¿Qué permanece y qué es capaz de ser re imaginado?

La mayoría de los comentarios que leí en redes sobre El camarada Jorge y el Dragón de Rafael Dumett (Lima, 1963) se han centrado en la biografía de Eudocio Ravines, en repetir datos que circulan por la internet. Esto parece un despropósito al momento de valorar una novela que se construye más bien en la tensión entre lo histórico y lo mítico alrededor de este personaje, clave de lectura que se puede atisbar desde el epígrafe de Hilary Mantel: ‘No importa lo que recuerdas, / sino lo que piensas que recuerdas’

“Pensar lo que se recuerda”, un laberinto donde la posibilidad de perderse puede ser fatal. El alimento de una paranoia como la del primer capítulo, donde el autor presenta a un Ravines mayor perdido en la capital mexicana, acechado por fantasmas, lecturas y prejuicios. ¿Cómo se llega a un estado de desconfianza en la realidad misma? Dumett elige hurgar en la raíz de todos los miedos: la infancia.

Shitoh no se ha atrevido. No se atreve. No se atreverá. Es sólo un niño indefenso al que el destino ha apartado cruelmente de su padre y conducido a las puertas del infierno. Solo le queda salir de ahí cuanto antes y sin hacer ruido, y tratar de encontrar solo el camino a casa”. (p. 47)

Dumett retrata las configuraciones sociales de los albores del siglo XX en una Cajamarca alejada del centro político y económico de un país aún herido por la guerra perdida contra Chile, situación aprovechada por políticos y militares para imponer su propia ley. En ese contexto, dibuja a un Ravines que añora la vuelta a casa. En la melancolía, el recuerdo del padre ausente por una decisión apresurada es lo que producirá que su conducta errática sea más bien una forma de nostalgia ‘infantil’. Un resguardo frente a todo aquello que pudiera indicar debilidad frente a los demás, en una situación donde cualquier síntoma de flaqueza podría derrotarlo.

La narración describe las experiencias juveniles del protagonista, con un lenguaje que busca reproducir los dichos de la época y las turbaciones del tránsito de la infancia hasta la adultez, pero que, por largos tramos, se excede en la solemnidad, lo cual menoscaba la caracterización de las experiencias de los personajes. Dicha monotonía, no obstante, se ve interrumpida cuando Ravines, renegado del catolicismo de sus años tempranos, lee un ejemplar de Vida de Jesús, una reconstitución de la vida de Cristo elaborada a partir de los evangelios apócrifos y en la que encuentra una imagen con la cual emparentarse, aun cuando esta no calce necesariamente con los valores cristianos inculcados por la religión de su niñez.

Igual tengo que defenderme de sus acciones, como Jesús. Está en mis manos no dejarme arrastrar por ella en sus desgracias. Si la dejo, si los dejo (también están mis hermanitos), serán mi lastre. Me quedaré anclado al pueblucho atrasado en que malviven y vegetan y del que no podré salir jamás”. (p. 119)

En esta escena de revelación la novela brinda una clave de lo que se está contando: no hay Historia sin lo apócrifo, sin esa ficción que se encuentra en orilla de lo canónico y establecido. Es la propia historia de Ravines la que se narra a través de los recursos de la ficción –de lo que pudo o no pudo haber pasado– como una forma de aproximarse a la sensibilidad de la figura histórica y de quienes lo rodean. Entre esos personajes secundarios destaca, por lejos, el personaje de Belisario Ravines, el prefecto vilipendiado por el pueblo cuyos soliloquios llenos de delirio, miedo y culpa quiebran el relato a la vez que lo dotan de vitalidad. Es un momento clave cuando este declara ante Ravines que no cree en Dios, a lo que este responde: “Yo tampoco. Pero creo en los pecados. Los que empozan el alma y la ensucian para siempre”.  (p. 238)

Rafael Dumett

Es el pecado y la culpa que acarrea lo que gangrena a los personajes. Ante ello, el protagonista opta por la libertad como la única manera de no acatar órdenes de nadie, como el principal motor para desenvolverse en el mundo. Esta consigna marcará sus decisiones y determinará su futuro. Será el matiz con el que forjará una moral y una conciencia: su propio evangelio. Dummet, en esta novela, apenas ha empezado a mostrar el camino que ha trazado para contar la vida de Eudocio Ravines (este es el primer tomo de una trilogía anunciada). Se trata de un camino que, tras esta lectura, anticipo con buen augurio.

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Datos del libro reseñado:

Rafael Dumett

El camarada Jorge y el Dragón

Alfaguara, 2023. 272 pp.