Irene Vallejo en Perú
Por Omar Guerrero
Los expresivos ojos claros de la escritora española Irene Vallejo (Zaragoza, 1979), junto a su infatigable sonrisa, dan a entender de que ella siempre está dispuesta a escuchar con mucha atención y afecto a cualquier persona que se le acerque sólo para saludarla y comentarle, entre tanta admiración de por medio, sobre la experiencia y emoción de haber leído su libro más famoso, que hasta la fecha ya ha tenido varias ediciones y ha sido traducida a más de treinta idiomas. Me refiero al ensayo El infinito en junco (Siruela, 2019; Debolsillo, 2022; Debate, 2024).
Una vez llegado este momento, Irene Vallejo se olvida del cansancio producido por las innumerables giras y presentaciones a las que ahora está sometida, pues cada vez sigue teniendo muchos más lectores y seguidores en distintos países. Perú no es la excepción. Tampoco se toman en cuenta los tiempos o contratiempos que puedan surgir entre tantos viajes y conferencias. Para ella, como escritora, ya ni siquiera importan los minutos ni las horas que les dedicará a su público. En realidad, lo único que parece interesarle es conectar con la gente que quiere verla y oírla. Y en medio de todos estos requerimientos, Irene Vallejo nunca deja de brillar.

Aunque el mayor detonante es cuando empieza hablar con un tono de voz que es tan propio de la zona de España de donde ella proviene. Este suena entre dulce y pausado, por lo que se le percibe como una persona bastante delicada y afectuosa. Y es que su voz, junto a su pensamiento, o sus ideas, además del conocimiento que posee y maneja tan bien, terminan por mostrarla como alguien muy inteligente y sensible. Pero es su propio discurso lo que termina por hipnotizar a su público, sobre todo cuando se explaya en los temas que más le apasionan, que son los libros y la lectura, por algo estudió filología clásica. Es entonces cuando su audiencia, que puede ser lectora o no, cae rendida ante una figura que ha alcanzado el éxito total sólo por el hecho de leer, investigar y escribir.
Irene Vallejo llegó a Perú como invitada al Hay Festival Arequipa, que en esta nueva edición cumplió diez años. Aunque antes de arribar a la Ciudad Blanca, ella paseó primero por Lima. Gracias a sus redes sociales, donde es muy activa, se sabe que quedó maravillada con la Huaca Pucllana, tanto por sus locaciones como por la comida (no está demás decir que se trataba de comida peruana). Luego decidió contemplar nuestro mar con su horizonte brumoso desde una parte del malecón de Miraflores. El siguiente destino fue el centro de Lima, donde se tomó muchas fotos delante de antiguas iglesias sin dejar de observar los cerros que rodean la capital con sus diminutas casas coloridas que contrastan con el cielo gris. El punto central de este recorrido fue la Casa de la Literatura Peruana, sobre todo por el interés y la satisfacción que, a lo largo de su vida, le han producido las lecturas de nuestros grandes escritores. Entre ellos, dos nombres ilustres de nuestras letras serán mencionados reiteradas veces en cada una de sus presentaciones y entrevistas. El primero es el poeta César Vallejo, con quien no guarda ninguna parentela, pero sí un nexo bibliográfico-sentimental. El segundo es Mario Vargas Llosa, no sólo por la trascendencia de su obra, sino también por una gratitud muy personal que ella tiene hacia él.

Su primera presentación formal como parte del Hay Festival fue el miércoles 06 de noviembre en el Teatro NOS del Centro Cultural de la Universidad Católica. Parecía increíble, pero esa noche el teatro estaba lleno como si se tratara del estreno de una obra con grandes actores donde el público ya se mostraba dispuesto a disfrutar y a aplaudir de una función bastante especial. Lo cierto es que no se trataba de ningún espectáculo o proyección. Se trataba de la escritora española Irene Vallejo, quien hizo su ingreso al escenario seguido de muchos aplausos. La acompañaban las catedráticas peruanas Rosario Yori, Cecilia Esparza y Elizabeth Aylas. Cada una de ellas le formularon preguntas para que su invitada termine de cautivar y emocionar a los asistentes. Esta emoción se hizo presente desde el inicio cuando se contó el origen de El infinito en un junco, cuyas primeras páginas nacieron en medio de su dolor de madre mientras cuidaba en el hospital a su pequeño hijo Pedro, quien nació con serios problemas de salud. Para ese entonces, Irene Vallejo ya había publicado algunas novelas y ensayos que habían pasado desapercibidos, por lo que pensaba que había fracasado como escritora. Aun así, las ganas de seguir escribiendo se mantenían, pero con el problema de salud de su hijo sabía que iba a ser mucho más difícil. Fue en ese momento que decidió escribir lo que sería su último libro. Así lo había decidido, pues la idea ya le venía dando vueltas en la cabeza desde mucho tiempo atrás. Escribiría sobre la historia del libro como objeto y parte esencial de la humanidad. Lo haría como si se tratara de un libro de aventuras. Esa sería su gran despedida del mundo de la escritura. Lo que Irene Vallejo no sabía es que ese sería el inicio de todo esto.
Una de las preguntas que llamó la atención fue sobre la importancia de la inteligencia artificial que cada vez cobra más protagonismo en la vida de las personas. ¿Acaso este nuevo fenómeno de la tecnología podría afectar al libro? Y enseguida Irene Vallejo mencionó todas las batallas ganadas por este objeto que muchas veces había sido considerado como algo insignificante, pero que a través del tiempo cobró su debida importancia, sobre todo por mantener vivo el conocimiento. El libro ya había sobrevivido a los peores momentos de la historia, sean guerras o pandemias. También había sobrevivido a las censuras y a la presencia de tecnologías cada vez más avanzadas. La inteligencia artificial no sería la excepción. Más bien, hizo hincapié, que esta debería utilizarse como una herramienta a su favor y no como un arma peligrosa para el hombre. Y al culminar esta respuesta, al igual que las otras que le plantearon, cada una con sus respectivas explicaciones, el público aplaudió convencido de que estaban ante una mujer singular. Estaban ante una persona iluminada, razón suficiente para que de inmediato se forme una fila interminable apenas terminó el conversatorio. Todos los asistentes querían la firma y dedicatoria de Irene Vallejo.

Ella jamás imaginó que firmaría tantos libros después de su presentación en el Teatro NOS de la Universidad Católica. Se quedó hasta muy tarde, casi hasta la medianoche. Terminó agotada, pero contenta. Esa noche, antes de dormir, lo más probable es que tuviera presente a todas las personas que le demostraron su cariño y admiración. De seguro que hasta soñó con ellos, pero este sueño no duraría mucho porque al día siguiente debía estar temprano en el aeropuerto para tomar el vuelo hacia Arequipa.
Su idea era pasar desapercibida entre tantos viajeros con sus maletas y mochilas. Le costó encontrar la puerta de embarque a pesar de que la cambiaron en dos ocasiones. Iba acompañada de su esposo Enrique Mora, cineasta español, quien se caracteriza por tener el cabello lleno de canas a pesar de su juventud. Él es delgado y usa ropa ceñida. Otra característica en él es que siempre lleva a la mano una cámara fotográfica para registrar todos los momentos de este viaje. Lo hace con total dedicación porque se trata de su esposa, de su pareja, de la madre de su hijo Pedro, quien ya goza de buena salud al punto de dejarlo al cuidado de otros familiares.
Enrique siempre está pendiente de Irene. Se nota que es un hombre enamorado. También se nota que está muy orgulloso de lo que ha logrado su esposa, quien ahora goza del reconocimiento literario. Por eso no se cansa de tomarle fotos en cualquier circunstancia, sobre todo si ella está delante de sus lectores, tal como ocurrió la noche anterior. Esto mismo sucedió dentro del aeropuerto, pero a menor escala. El vuelo se había retrasado y poco a poco la gente empezó a reconocer a Irene Vallejo. Los que esperaban el mismo vuelo, sobre todo los que ya tenían sus entradas para el festival, llevaban a la mano El infinito en un junco, pues este título estaba destinado como lectura mientras duraba el viaje. Estos lectores afortunados jamás imaginaron que estaban a punto de viajar en el mismo avión con la autora del libro que tenían en manos. Entonces se fueron acercando a ella, primero de manera muy tímida para después hacerlo con total familiaridad, al punto de llevarla de un lado a otro dentro de la zona de embarque para presentarla a los amigos y familiares como la gran escritora que es. Y todo gracias a que Irene Vallejo nunca deja de mostrar su sonrisa tan amable y llena de gratitud a pesar de su evidente cansancio.

La primera presentación de Irene Vallejo en Arequipa fue en el Teatro Municipal de la calle Mercaderes. Fue el viernes 08 de noviembre a las 6pm. Una hora antes ya había empezado a formarse la cola de los asistentes. Cuando faltaban quince minutos para la charla, y antes de que el público ingrese al teatro, la cola llegaba hasta la siguiente cuadra. Aunque este tipo de aglomeraciones ya no les llama tanto la atención a los arequipeños, pues saben que son días de festival. No por algo han pasado diez años desde que llegó el Hay Festival a su ciudad.
A las 6 en punto Irene Vallejo apareció en el escenario para ser recibida por un teatro lleno de gente y con muchos aplausos. Esta vez la acompañaba la periodista peruana Patria del Río, quien confesó que ya había leído El infinito en un junco por tercera vez. Esta última lectura la hizo con mayor detenimiento desde que le informaron que ella compartiría mesa con la invitada especial de esta edición del festival. Los separadores y apuntes en las diversas páginas de su libro así lo confirmaban.
Este conversatorio llevaba por título “La invención de los libros” donde se empezó haciendo mención de cómo se ha registrado la memoria desde la antigüedad. En el caso peruano, los quipus también se pueden considerar una especie de escritura pues guardan en sus nudos cierta información. Luego se pasó a hablar de la censura de los libros al considerarlos herramientas poderosas para transmitir ideas y, más aún, para contar nuestra propia versión de la realidad. Se suma la cualidad de los libros para otorgar bienestar y salud, pues está confirmado de manera científica que leer en papel antes de dormir produce un sueño prolongado y placentero. No sucede lo mismo con las pantallas cuya luz puede producir insomnio o sueños interrumpidos. Por último, Patricia del Río le pidió que le resumiera la importancia de ciertos personajes como Alejandro Magno, Homero, Calímaco y un enigmático Él, creador del primer alfabeto. En esta pequeña lista también se incluyó a una mujer llamada Enheduanna, un nombre desconocido por muchos, por lo que era necesario explicar de quién se trataba. No voy a reproducir esta vez lo que Irene Vallejo dijo de Enheduanna sino que citaré lo que se dice de ella en su libro:
Mil quinientos años antes de Homero, Enheduanna, poeta y sacerdotisa, escribió un conjunto de himnos cuyos ecos resuenan todavía en los Salmos de la Biblia. Los rubricó con orgullo. Era hija del rey Sargón I de Acad, que unificó la Mesopotamia central y meridional en un gran imperio, y tía del futuro rey Naram-Sim. Cuando los estudiosos descifraron los fragmentos de sus versos, perdidos durante milenios y recuperados solo en el siglo XX, la apoderaron «la Shakespeare de la literatura sumeria», impresionados por su escritura brillante y compleja. «Lo que yo he hecho nadie lo hizo antes», escribe Enheduanna. También le pertenecen las más antiguas notaciones astronómicas. Poderosa y audaz, se atrevió a participar en la agitada lucha política de su época, y sufrió por ello el castigo del exilio y la nostalgia. Sin embargo, nunca dejó de escribir cantos para Innana, su divinidad protectora, señora del amor y de la guerra. En su himno más íntimo y recordado, revela el secreto de su proceso creativo: la diosa lunar visita su hogar a medianoche y la ayuda a «concebir» nuevos poemas «dando nacimiento» a versos que respiran. Es un suceso mágico, erótico, nocturno. Enheduanna fue -que sepamos- la primera persona en describir el misterioso parto de las palabras poéticas. (Vallejo, 2021, p.165).
Con esta cita se podría decir que Irene Vallejo también es una especie de nueva Enheduanna porque lo que ella ha hecho nadie lo hizo antes. No, por lo menos, al estilo como se cuenta en El infinito en un junco.
Lo que siguieron fueron más aplausos y una cola interminable para la firma de libros. Pero lo que sorprendía no era la cantidad de gente que había sino la dedicación y tiempo que tuvo Irene Vallejo para cada persona que esperó paciente su turno sólo para recibir su firma junto a su respectiva foto. Como era de esperar, esta firma duró más de tres horas.

La segunda presentación de Irene Vallejo en Arequipa fue una de las más aplaudidas debido al torrente de emociones que produjo para todos los asistentes. Se realizó el sábado 09 de noviembre a las 10 am otra vez en el Teatro Municipal de Arequipa. En esta ocasión la acompañaron el fotógrafo argentino Daniel Mordzinski, también conocido como el fotógrafo de los escritores, y el escritor peruano Jeremías Gamboa. Este último estaría a cargo de guiar la conversación, para ello tenía una serie de preguntas que iba intercalando entre Irene Vallejo y Daniel Mordzinski. La idea era crear una alternancia entre la palabra y la imagen. Aunque antes de empezar la sesión Daniel Mordzinski leyó una lista de escritores valencianos como una forma de tenerlos presentes debido a la tragedia climática que acababa de sufrir esta zona de España. Y enseguida Irene Vallejo se puso de pie, tomó un arreglo floral que estaba encima de la mesa central y lo colocó en el borde del escenario como si se tratara de una ofrenda. Los primeros aplausos no se hicieron esperar. Lo que siguió a continuación fueron una serie de preguntas con sus respuestas sin dejar de proyectarse las fotos de Daniel Mordzinski hechas a distintos escritores, desde los más célebres como Jorge Luis Borges y García Márquez hasta las escritoras más recientes de la literatura latinoamericana como las mexicanas Valeria Luiselli y Brenda Navarro o las peruanas Claudia Ulloa y María José Caro. Pero una de las mayores emociones fue cuando aparecieron las fotografías hechas a Mario Vargas Llosa, muchas de ellas dentro del ámbito familiar. Se suma el audio que se había preparado para esta proyección con la voz de nuestro Premio Nobel, lo que hizo llorar a todos los presentes. Para ese momento Irene Vallejo mencionó la infinita gratitud que aún le tiene a Mario Vargas Llosa, no sólo por las obras que escribió, y que la acompañaron a lo largo de su vida, sino por las palabras que él le dedicó después de haber leído El infinito en junco, lo que sirvió para que el libro llame la atención de un mayor público y sus ventas se multipliquen al igual que sus traducciones. Este es un fragmento de las palabras del Premio Nobel sobre el libro de Irene Vallejo: “Muy bien escrito, con páginas realmente admirables […] Tengo la seguridad absoluta de que se seguirá leyendo cuando sus lectores de ahora estén ya en la otra vida”.
Otro de los momentos más emocionantes fue cuando Jeremías Gamboa le entregó a Irene Vallejo, bajo la complicidad de Enrique Mora, el ejemplar de Trilce de César Vallejo, cuya vieja edición de Losada fue comprada por su padre de manera clandestina a inicios de los años 70 en España cuando aún no se pensaba que la dictadura de Franco entraba a su recta final. El padre de Irene Vallejo, quien lleva dos veces el apellido Vallejo, tanto por padre y madre, se sintió tan deslumbrado por la poesía de nuestro compatriota que le hubiese gustado encontrar una pequeña relación familiar, pero al no hallarla, lo adoptó como su poeta de cabecera y también como medio para enamorar a la madre de Irene Vallejo, quien también quedó deslumbrada con estas palabras convertidas en poesía, al punto que aún tenía guardada esa vieja edición de Losada en su casa como si fuese el mejor recuerdo de ese noviazgo que luego se convirtió en un matrimonio y en una familia. Con ello se podría decir que Irene Vallejo es producto de esa unión, por eso siempre confirma que gracias a Trilce de César Vallejo ella existe. En otras palabras, Irene Vallejo le debe la vida a César Vallejo.
Otra anécdota sobre la obra de César Vallejo fue cuando confesó que en uno de sus versos encontró la palabra adecuada para incluirla como parte del título de este ensayo que la ha llevado a disfrutar de grandes e inolvidables momentos. Se trata del poema “Idilio muerto” que se encuentra en el libro Los heraldos negros. Y como parte de esta confesión, ella mencionó que para completar la composición de este título también recurrió a Borges, en especial cuando el poeta ciego desarrolla en su obra el término “infinito”. Es a partir de la obra de estos dos grandes poetas que surge el título El infinito en junco. Y para confirmarlo, Irene Vallejo recitó de memoria el poema en mención que sus primeros versos dicen lo siguiente: Qué estará haciendo esta hora mi andina y dulce Rita de junco y capulí; / ahora que me asfixia Bizancio, y que dormita / la sangre, como flojo cognac, dentro de mí.
Una vez más, los aplausos no se hicieron esperar.
Como colofón a esta presentación volvieron las fotografías de Daniel Mordzinski a más escritores. Entre ellas sobresalía una que le hizo a Irene Vallejo en el Hay Festival de Cartagena de Indias en Colombia. Daniel Mordzinski había convencido a Irene Vallejo de caminar por el borde de una de las murallas que cercan la ciudad antigua de Cartagena. Corría un viento fuerte a pesar de ser verano. Y es que la muralla se impone a lo largo del mar caribe entre largos pasadizos y anchos baluartes. Allí Irene Vallejo lleva una mantilla negra que extiende con los brazos. Parece que quisiera volar. Tiene el cabello alborotado y los bordes de su vestido rojo se agitan con el viento. Detrás de ella posan tres gaviotas en el cielo cuyo momento preciso queda capturado por la cámara de Daniel Mordzinski. El resultado es una foto maravillosa donde Irene Vallejo parece que está a punto de volar. Se encienden las luces del teatro y la gente aplaude de pie. Irene Vallejo se acerca para agradecer y parece que otra vez fuera a volar tan igual como sucedió con Remedios, la bella, pero no para perderse en el cielo arequipeño, sino para extraviarse esta vez entre la multitud que de nuevo aclamaba una maratónica sesión de firmas que ella estaba dispuesta a cumplir.

La tercera y última presentación de Irene Vallejo fue en la Casa Tristán del Pozo ubicada de la calle San Francisco. Esta vez el local era más chico, pero igual se llenó sin dejar ningún asiento vacío. Para ese momento Irene Vallejo ya tenía una legión de fanáticos que la seguían a donde fuera. En esta ocasión la acompañaba la historiadora y catedrática peruana Natalia Sobrevilla para hablar de la importancia de los archivos históricos. Se sumaba a esta conversación Magally Alegre Henderson, profesora de la PUCP y jefa del Archivo Histórico del Instituto Riva Agüero. Y en vista de que Irene Vallejo estaba acompañada por dos historiadoras peruanas que aún mantienen una lucha por preservar el Archivo General de la Nación, fue inevitable no hablar de todas las falencias y problemas que tenemos los peruanos, en especial el Estado, para valorar este legado histórico que es incalculable, pero cuyo destino final sigue siendo incierto. Entonces Irene Vallejo hizo magia una vez más con sus palabras. Habló tan bien del trabajo que implica preservar este tipo de memoria que Magally Alegre Henderson rompió en llanto. Irene Vallejo se puso de pie y la abrazó. Quería consolarla, pues entendía muy bien el motivo de sus lágrimas. Muchos de los presentes también nos sentíamos igual. Sólo las palabras de Irene Vallejo lograron darnos consuelo.

Sin duda que se podría seguir contando más anécdotas sobre la visita de Irene Vallejo en Perú, tanto en Lima como en Arequipa. Decir por ejemplo que se quedó sorprendida con la comida o con la piedra blanca de sillar con la que fue construida la Ciudad Blanca. Decir también que en este tercer viaje se ha sentido mucho más querida por los peruanos. Sucedió casi lo mismo las dos primeras veces que vino como turista, pero en esta ocasión la acogida y el cariño han sido en una mayor magnitud, y todo gracias a El infinito en un junco. Aunque, cabe aclarar e informar, que ya circulan sus libros anteriores como para que sus fanáticos se conviertan en unos verdaderos hinchas. Entonces no queda más que seguir leyéndola, tanto su producción previa como la que está por venir, porque el año que viene otra vez se encerrará en sus cuarteles para darle vida a un nuevo libro, y con ello surge la posibilidad de que nos pueda visitar por una cuarta vez.
No deseo acabar esta crónica sin hacer mención de la foto central que le hizo Daniel Mordzinski a Irene Vallejo, y que es una verdadera obra de arte. Irene Vallejo lo describe de la mejor manera en sus redes sociales: “Mi pedazo de cielo, según la mágica cámara de Daniel Mordzinski. Tomamos esta imagen en los baños del monasterio de Santa Catalina en Arequipa. El óculo abierto en la bóveda servía para calentar el agua de la alberca donde se aseaban las monjas. La fotografía es tan potente que casi parecería un montaje, pero doy fe de que no lo es”.
Y ante estas palabras, no queda más que ceder a la imagen como punto final.
