París siguió siendo una fiesta
Por Carlos Germán Amézaga
París ha sido siempre una fuente de inspiración para poetas y narradores, además de otros artistas. Por lo menos desde el siglo XIX, los nombres de Rostand, Balzac, Dumas -padre e hijo-, Hugo, Verne, Stendhal, Zolá, Flaubert y tantos otros fueron capaces de llenarnos la cabeza con las narraciones de sus personajes y sus épicas aventuras, muchas de ellas, por supuesto, en la llamada ciudad luz. Igual, los poetas malditos, Verlaine, Rimbaud, Mallarmé, Baudelaire y Lautréamont elevaron a la poesía hacia posiciones verdaderamente vanguardistas, teniendo en muchos casos como telón de fondo a París.

Debido al espíritu creativo de los movimientos literarios y artísticos franceses de principios del siglo XX, teniendo como figura descollante a Marcel Proust, Francia, y especialmente su capital, se ganaron el derecho de ser el destino necesario para escritores y artistas. Es así como no solo los escritores franceses, sino otros, llegados de distintas partes del mundo, empezaron a formar parte del contingente de extranjeros que buscaban en Francia la inspiración que quizás en sus propios países no podían conseguir. Entre ellos tenemos a Oscar Wilde, Gertrude Stein, Ernest Hemingway, William S. Burroughs, Henry Miller, Anais Nin, James Joyce, Samuel Beckett, Vladimir Nabokov, Eugene Ionesco, entre muchos otros.
Por parte de los latinoamericanos, ya bien entrado el siglo XX, hubo también una llegada intensa a París. Todos ellos sintieron sin duda el influjo de dicha metrópolis literaria. Desde 1923 en que arriba el poeta César Vallejo, los latinos buscan afincarse en París, en especial en la Rive Gauche, en general, y en el barrio latino, sede de La Sorbona, en particular. Muchos han pasado por allí: Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez, Alfredo Bryce Echenique, Octavio Paz, Alfonso Reyes, Alejo Carpentier, Julio Ramón Ribeyro, Carlos Fuentes, Pablo Neruda, solo por mencionar quizás a los más destacados.

En lo personal, mi niñez estuvo marcada por las lecturas intensas y sucesivas de Julio Verne. Tuve la suerte de estudiar en un colegio donde, en la primaria, nos daban una o dos horas semanales de biblioteca para que pudiéramos disfrutar de los libros con los que contaba su nutrida estantería. Leí muchas fábulas, eran mis libros preferidos, pero poco después descubrí a Verne y ya no pude dejarlo. En esos años, acabé con los libros de Verne que había en la biblioteca y, gracias a mis padres y familiares, logré hacerme de mi propia biblioteca del escritor francés. Recuerdo haber anotado en una libreta cerca de 55 novelas, desde las más conocidas, hasta las no tanto, de mi favorito.
Por supuesto, la lectura de Verne me llevó necesariamente a leer a los clásicos franceses y me sentí ilusionado con las aventuras galantes y la poesía de Cyrano de Bergerac, con las intrépidas aventuras de D’Artagnan y los mosqueteros, con el sufrimiento y las desgracias de la clases menos pudientes de París en Los Miserables, me identifiqué con los colores rojo y negro de Stendhal, terminé subyugado por la pasión de Madame Bovary y, más adelante, descubrí con Zolá cómo el antisemitismo podía ir generando las desgracias que el mundo sufrió pocos años después.
Ya en la secundaria, la lectura en una separata de mi curso de literatura de unos párrafos de La ciudad y los perros de Mario Vargas Llosa cambió mi vida. A partir de allí comencé a interesarme y a leer a los autores peruanos contemporáneos: Alegría, Bryce, Ribeyro, García Calderón, Diez Canseco, López Albújar, Congrains, Salazar Bondy, etc. El descubrimiento de esta literatura nacional me llevó a buscar nuevos escritores entre los latinoamericanos y así llegaron a mis ojos Borges, García Márquez, Cortázar, Fuentes, Carpentier, Onetti, Roa Bastos, Rulfo, Donoso, Icaza, Edwards, Uslar Pietri y muchos más.

La revelación de toda esta nueva gama de escritores que hasta entonces casi me eran desconocidos, incrementó mi deseo de poder algún día escribir como hacían ellos, o, por lo menos, de intentar hacerlo. Pero hubo algo más. Al tratar de desentrañar un poco la vida de todos ellos, descubrí que muy buena parte, tanto de los peruanos como de los latinoamericanos, habían vivido o vivían en ese momento en París. Ese fue un detonante mayor, si quería ser escritor, tenía que ir a París, a como diera lugar. ¿Cómo iba a lograrlo? Bueno, esa ya es otra historia. Pero veamos el caso de algunos escritores peruanos que sí lograron ese sueño de venir y escribir en París o en Francia.
Siglo XIX
Ya en el siglo XIX algunos de nuestros escritores sintieron el llamado de Francia para ir allí y expresarse. Salvando quizás a Flora Tristán, escritora combativa, hija de peruano, podemos considerar a Nicolás della Roca de Vergallo, como nuestro primer representante en tierras galas, a donde llegó como diplomático y allí se quedó, intentando de paso cambiar la poesía de habla francesa. Juan de Arona, seudónimo de Pedro Paz Soldán y Unanue, viajó al viejo continente en 1859 y visitó muchos países, entre ellos Francia, donde publicó su libro de poemas Ruinas. No fue el único caso. Luis Benjamín Cisneros vivió en Francia a mediados del siglo XIX y estudió en la Sorbona y en el College de France. En su paso por París publicó: Julia o escenas de la vida en Lima, Edgardo o un joven de mi generación y Amor de niño: juguete romántico.

Otro grande de nuestras letras, don Manuel González Prada, se instaló en Francia entre 1891 y 1898. Casado con una francesa, vivió buena parte de su permanencia en Burdeos. Recibió la influencia de los simbolistas franceses Baudelaire, Rimbaud y Verlaine y en 1894 publicó su libro Pájinas libres. Curiosamente, otro escritor que en el Perú sería su enemigo irreconciliable, Ricardo Palma, nuestro ilustre tradicionalista, también había pasado por Francia entre 1863 y 1865. Hoy día un busto suyo se encuentra en la Plaza de la América Latina en el distrito 17 de París. El poeta Carlos Augusto Salaverry, quizás el vate más destacado del romanticismo peruano, murió en Francia en 1891 luego de haber sido primero diplomático y luego exiliado. Su poesía se reúne en cuatro libros, entre los que destaca Cartas a un ángel, y también compuso una veintena de piezas teatrales.
Primera mitad del siglo XX
Recién iniciado el siglo XX, los hermanos José (nacido en Lima), Francisco (nacido en Valparaíso, Chile) y Ventura García Calderón (nacido en París), hijos de un expresidente del Perú, hicieron muy buena parte de su vida en Francia. José, autor de Diario Intimo y Reliquias, falleció como voluntario francés durante la primera guerra mundial, por lo que sus libros fueron publicados de manera póstuma. Francisco, filósofo y diplomático, fue más bien un escritor de ensayos como Le Pérou contemporain o Les democraties latines de l’Amerique, ambos escritos en lengua francesa, o El dilema de la Gran Guerra, publicado en 1919. Ventura residió la mayor parte de su vida en París y buena parte de su obra está en francés. Fue Cónsul peruano en esa ciudad y cumplió funciones diplomáticas en Brasil y varios países europeos. La venganza del cóndor es su libro de relatos más conocido, pero también publicó poesía, Cantilensa, y ensayos como La literatura peruana y Del romanticismo al modernismo.
De esa época podemos considerar también al poeta chiclayano José Eufemio Lora y Lora, quien vivió en París y falleció de manera trágica en los rieles del metro en diciembre de 1907. Su poemario Anunciación fue editado póstumamente en esa ciudad en 1908.
A partir de los años 20 la presencia de poetas y escritores peruanos en Francia se hace un poco más visible. Sin duda alguna el caso más notable es el de César Vallejo, quien llegó en julio de 1923 a París y permaneció hasta su muerte en 1938, con ocasionales salidas a España y a la URSS. Allí escribió la mayor parte de su poesía y de su obra en prosa, fuera de Los Heraldos Negros y Trilce, sus primeros poemarios, escritos en el Perú. De esa misma época podemos encontrar a Alfredo González Prada, hijo de don Manuel, quien compiló y editó la vida de su padre y fue colaborador de Vallejo, habiendo pertenecido al grupo Colónida.

César Moro, seudónimo de Alfredo Quizpez – Asín, vivió también en París entre 1925 y 1933, y escribió buena parte de su poesía surrealista en francés, gracias a la influencia de André Bréton y Paul Eluard. Otro poeta importante, Xavier Abril de Vivero, estuvo en Francia hacia finales de los años 20, compartió parte de su estancia con César Vallejo, a quien dedicó una antología de su poesía en 1943. A través suyo se conoció la corriente surrealista en el Perú.
Segunda mitad del siglo XX
La llegada de nuevos poetas y narradores en la segunda parte del siglo pasado se acentuó y se consolidó de manera definitiva, especialmente luego de terminada la Segunda Guerra Mundial.
Fuera de Vallejo, en este periodo se concentran quizás los más importantes narradores de nuestro tiempo, es decir, Mario Vargas Llosa, Julio Ramón Ribeyro y Alfredo Bryce Echenique. Vargas Llosa vivió en París entre 1960 y 1967, y escribió allí su primera novela La ciudad y los perros, dando inicio así a esa larga carrera de narrador que lo ha llevado hasta el premio Nobel de Literatura. Ribeyro vivió casi 40 años de su vida en París, donde trabajó y escribió la mayor parte de sus cuentos, ensayos, teatro y autobiografía. Por su parte Alfredo Bryce, en Francia desde 1964, ha marcado buena parte de su obra en base a su vida -aventuras y desventuras- en París y otras ciudades francesas.

Mucho se ha hablado de la vida y obra de los tres autores mencionados líneas arriba, pero existen muchos más que vale la pena mencionar. Tres nombres aparecen en primer lugar. Luis Loayza, quien vivió en París los últimos 20 años de su vida, fue miembro de la generación del 50 junto con los tres anteriores. Sus ensayos y cuentos cortos lo han convertido en un escritor de culto. Manuel Scorza vivió en París desde 1968 y sus novelas de corte neoindigenista han sido traducidas a numerosas lenguas. Como editor, a través de Populibros, hizo llegar a precios muy bajos la literatura peruana y mundial. Falleció en 1983 en un accidente de aviación cerca de Madrid. Blanca Varela vivió en Europa, y también en París, entre 1949 y 1955, mientras estuvo casada con Fernando de Szyszlo. Su poesía, de influencias surrealistas y existencialistas, la ha convertido en un ícono de la poesía peruana actual. También podemos incluir en este grupo al poeta Leopoldo Chariarse, quien vivió en París desde 1951.
A partir de la década de 1970, una nueva generación de poetas y narradores se afincaron en Francia. Algunos llegaron con becas para estudiar, otros simplemente iniciaron su aventura francesa en París y poco a poco se fueron quedando, a veces hasta nuestros días. Entre ellos podemos contar a los poetas Elqui Burgos, Jorge Nájar, Carlos Henderson, Rodolfo Hinostroza, Patrick Rosas, José Rosas Ribeyro, Mario Wong, Abelardo Sánchez León, Antonio Claros, Carmen Ollé, Enrique Verástegui, Armando Rojas, Raúl Bueno, Enrique Peña Barrenechea, Alejandro Calderón, Porfirio Mamani Macedo, José Manuel Gutiérrez Sousa (“Krufú Orifuz”), Alberto Wagner de Reyna y narradores como Harry Beleván, Carlos Calderón Fajardo, Porfirio Mamani Macedo, Alfredo Pita, Leyla Bartet o Edgar Montiel.

No solo hablamos de París, pues otras ciudades de Francia también recibieron a nuestros escritores. Es el caso de Grenoble, por donde pasaron Marco Martos, Gregorio Martínez e Hildebrando Pérez Grande. En Niza estuvo el poeta Antonio Cisneros Campoy, en Pau Héctor Loayza y en Tahití Hugo Neyra.
Más adelante, ya casi antes de terminar el siglo XX, llegaron también a París otros autores como los narradores Jorge Cuba Luque, Carlos Herrera Rodríguez, Pilar Dughi, Violeta Barrientos, Miguel Rodríguez Liñán y José Zapata, así como los poetas Homero Alcalde, Ina Salazar, Alonso Ruiz Rosas, Grecia Cáceres y Julio Heredia.
Siglo XXI
Ya en el presente siglo la llegada de nuevos escritores se ha mantenido. Sin duda alguna, las facilidades para el transporte, los estudios especializados en las universidades francesas y, últimamente, la ausencia de visa para entrar a la Unión Europea han sido determinantes para la llegada de estos nuevos narradores y poetas.
Se distinguen dos de ellas que escriben y trabajan en la lengua quechua como son Gloria Cáceres Vargas y Chaska Ninawaman. También, Diego Trelles Paz, quienha ganado varios premios internacionales y destaca como autor de novela negra. Fallecida recientemente, Patricia de Souza ha dejado tras de sí una interesante obra de carácter feminista. Asimismo, Ricardo Sumalavia, quien vivió varios años en Burdeos, es uno de los principales animadores de la microfición en el Perú.
Entre los poetas tenemos a Robert Baca Oviedo y su Cartografía de lo invisible, Luis Miguel Hermoza, autor de Pueblo Joven I, II y III, y Miguel Lerzundi, filósofo y cantante, creador de Superación (Im) personal. También Iván Blas Hervias, autor de Correos al auxilio de la memoria, y de otros cuentos y novelas.
Viven asimismo en Francia Félix Terrones y Nataly Villena Vega, quienes han apostado por la microficción en algunas de sus obras, El viento en tu cara (Terrones) y Una voz que existe (Villena), pero destacan también como traductor y crítica literaria, respectivamente. Permanentemente comparten las veladas literarias que se organizan en París y otras ciudades de Francia.

Lenin Solano Ambia, con un amplio número de novelas, Paul Baudry, autor de La república de las chispas, y Francisco Izquierdo Quea, codirector de El Hablador y autor de No hay más ciudad, forman parte del contingente de narradores en Francia durante el presente siglo junto con Víctor M. Lozada, Rubén Millones, Abraham Prudencio Sánchez y Mariano Vargas. Aun poco conocido, Mariano Amézaga, autor de dos trilogías Las Aventuras de Gali y Leo y Edson 1, 2 y 3, se perfila como una nueva figura de nuestras letras.
Cabe señalar que los autores antes reseñados se mencionan como poetas o narradores, pero, en muchos casos, son autores también de obras en prosa (cuentos, novela, ensayos) o de algunos libros de poesía, lo cual no les quita el hecho de ser calificados en una u otra posición. Este breve recuento de los poetas y narradores que viven o han vivido en Francia, necesariamente incompleto, me permite despedirme por ahora, pues dejo Francia y volveré muy pronto al Perú, desde donde espero seguir colaborando, quizás desde otra columna.
París, diciembre de 2022