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José B. Adolph, los pendientes de «Mañana, las ratas» y las alertas del presente (no solo el covid-19)

A la memoria de Leonardo Cárdenas Luque, adolphiano y terrenal

Giancarlo Stagnaro

En 2012, hace nueve años, publiqué un artículo académico sobre Mañana las ratas, denominado: “La invención del futuro. Lima y la dimensión distópica en Mañana Las Ratas, de José B. Adolph”. En ese artículo, básicamente sostengo que la literatura peruana mantiene una deuda con José B. Adolph. Dado el carácter prolífico de su obra, y cito, “la presencia de Adolph dentro del establishment literario local suele ser tomada con aprecio por el carisma que generaba en lo personal, pero soslayada en lo concerniente a la valoración literaria en sí” (147). Pues bien, esa deuda, la valoración literaria, lo que justamente le debíamos a Adolph, comienza a pagarse con la edición de Minotauro que pasamos a comentar.

Tengo una historia con Pepe Adolph. Ustedes la pueden constatar. En primer lugar, en el año 2004, hace 17 años, lo entrevisté para la revista que dirigía en aquel entonces, El Hablador, y que sigue saliendo, por cierto. Posteriormente, junto con nuestro querido amigo y colega de entonces, porque trabajábamos en el mismo lugar, el escritor Daniel Salvo, lo entrevistamos en el popular restaurante Las Mesitas, en Barranco, donde era asiduo concurrente, junto con su pareja, la artista Delia Revoredo. Allí, casi al frente de Las Mesitas, en el bulevar, le tomé la foto que hoy ilustra la nota donde se anuncia su fallecimiento (la nota, por cierto, lleva mi firma: GSR). Pepe usa una camisa azul y una chompa grisácea y parece que emergiera como la Tardis de la serie Doctor Who, de la era de Tom Baker, el Doctor por definición.

(Ahora que lo pienso, Tom Baker y José B. Adolph se llevaban apenas un año.)

Posteriormente, recuerdo que estábamos en el Café de la Paz, en Miraflores, junto con otro escritor de enorme fuste: Miguel Gutiérrez. Vaya, recuerdo que pensé en ese momento, un ex maoísta (Gutiérrez), un ex trotskista (Adolph), ¿también pueden conversar, entablar diálogo? A pesar de todos los absolutismos y reduccionismos, pueden hacerlo. Es más, es su deber hacerlo. Por supuesto que sí. Los dos estaban de lo más felices, dialogando, contándose historias, o fabulando “sobre mujeres y heridas”, parafraseando el título de Pepe. Porque eso es mayoritariamente lo que hacen las personas mayores, además de enfrentar el paso del tiempo: hablar del pasado. Recrearlo. Embellecerlo. Darle sentido a lo que en principio no lo tiene. Así es el ser humano. Luego de haber contemplado una de las más importantes conversaciones literarias del momento, vuelvo a casa y no escribo ni una sola línea al respecto.

También recuerdo el homenaje que la Cámara Peruana del Libro efectuó en diciembre de 2008, durante la Feria del Libro Ricardo Palma, en donde participé y recuerdo haber dicho sentidas palabras sobre la figura de Pepe y, justamente lo que indiqué: que es necesaria su revalorización literaria.

Pues bien, Adolph encontró en la literatura la vida con la que se aferraba a cada instante y pudo visualizar el futuro, o, en todo caso, recrearlo, inventarlo para nosotros. Como todo es relativo, para Adolph, toda la realidad es maya, ilusión, artificio, una cueva platónica, simulaciones, Matrix. La pregunta de Adolph se yergue hasta la filosofía en este punto, y tiene probables respuestas como la siguiente: “Todos los inventos humanos sirven tanto para el bien como para el mal, con preponderancia del mal… La mayoría de los grandes inventos son a consecuencia de guerras, tecnologías militares que luego se aplican a los civiles. Desde la penicilina hasta los celulares o la misma internet. Inventamos cosas maravillosas, pero las usamos preferentemente para el mal… O creemos en una presencia satánica, real, personal, o en un dios del bien y un dios del mal, que fue la que inventaron los seguidores de Zoroastro; o si no, una falla estructural del ser humano, en la linda corteza cerebral que tenemos, que sirve para todo, bueno o malo”, indica Adolph en la entrevista de El Hablador.  

Por todo lo anterior, puedo afirmar que la reedición de Mañana las ratas llega en un momento adecuado, gracias al impulso que le dieron las hermanas Adolph (Patsy y Minou), de darla a conocer, en medio de la situación que vivimos, tiene un mérito enormísimo. Precisamente, qué mejor idea de publicar una novela como Mañana las ratas entre dos aspectos: uno, porque las “ratas” a las que alude la novela son los desposeídos del mundo y viven en la desolación más profunda[1]; y dos, porque ya existe un variado corpus crítico con el cual acoger la novela, ya sea en el propio Perú, Estados Unidos, España e Italia, con trabajos críticos de largo alcance como los de Elton Honores, Daniel Salvo, Leonardo Cárdenas Luque, Lucero de Vivanco y recientemente María Elena Gushiken, en el Perú; Iván Rodrigo Mendizábal, Teresa López Pellisa y Rodja Bernardoni, entre numerosísimos críticos literarios de variadas latitudes, que descubren, valoran y aprecian la obra de José.

JBA en Barranco, serio, demasiado serio, amo del tiempo y del espacio.

¿Por qué leer Mañana las ratas a 36 años de su publicación original? Principalmente, porque el año 2034, año de la ficción, ya se encuentra a la vuelta de la esquina. Y quizás no pase mucho de lo que ocurre en la distopía adolphiana, aunque notamos muchísimas actitudes de las clases altas, reunidos en torno a un Directorio global, que se asemejan a sus pares de ficción; notamos también una semejanza en la postergación de las clases bajas, llegando a límites absurdos de sordidez y descomposición social como producto de las políticas económicas del Directorio; y también notamos la insurgencia de la derecha más conservadora y fanática (aunque sumamente inteligente) en la figura del lefebvrista Cardenal Negro.   

Además de lo anterior, tengo otras ideas-fuerza que paso a enumerar:

a) Se trata de una novela de enclave. Tal cual lo establecen las novelas Redoble por Rancas (1970), de Manuel Scorza, y El zorro de arriba y el zorro de abajo (1971), de José María Arguedas, en la que una empresa o corporación se establece en una zona exclusivamente para extraer los recursos naaturales, en este caso, los minerales. Las novelas de enclave continúan así la tradición de textos como Brevísima relación de la destrucción de las Indias (1553), de Bartolomé de las Casas, hasta La vorágine, de José Eustasio Rivera (1924); Doña Bárbara, de Rómulo Gallegos (1929) y Los pasos perdidos, de Alejo Carpentier (1953), en donde los miembros de la elite criolla son los agentes modernizadores del territorio rural o, en términos de Sarmiento, “bárbaros». Justamente, el criollo ilustrado es reemplazado, en términos del capitalismo avanzado post-Segunda Guerra Mundial, por las compañías, o bien extranjeras, como la Cerro de Pasco Mining Co., en la ficción de Scorza, o la empresa de Braschi, como en Los zorros de Arguedas. Me atrevo a señalar un vínculo, en este caso, entre la novela póstuma de Arguedas y la de José: que los “bárbaros» terminan por apoderarse del conocimiento y lo emplean para sus propios fines (que no siempre son santos, como en la novela de JBA). En Arguedas, los pescadores y, sobre todo, los trabajadores de la fábrica de harina de pescado resultan conscientes de su situación de trabajo; aunque en Adolph dicha resolución resulta imposible (ojo, spoiler alert): le envían un misil nuclear con una D enorme (de Directorio) a la base espacial de la elite ya no peruana, sino mundial.          

b) Se trata de una novela de la corporación con vibra cyberpunk. Justamente, este punto resulta de un debate álgido entre la crítica peruana y latinoamericana. Mañana las ratas es una novela, la última, si no me equivoco, de las novelas de enclave y la primera, me parece, en centrarse en computadoras y corporaciones. Justo cuando la literatura peruana y latinoamericana se centraba en esta discusión entre derechas e izquierdas, Adolph nos recuerda que ese no era el debate, que el “fin de la historia”, Fukuyama dixit, ya había ocurrido. Es decir, lo que recién apreciamos y vivimos en los 90s, José ya lo había visualizado en 1977. Como ustedes saben, dichos años se conocen como la génesis del punk y, curiosamente, es el inicio de la renovación de las sagas de ciencia ficción con el estreno de Star Wars. Y 1984 se conoce no solo por la predicción orwelliana, sino porque ese año se estrenó Terminator, el inicio del enfrentamiento final entre el hombre y la máquina; y el futuro, de lo medianamente claro que estaba, se oscureció de pronto. Al igual que en Mañana, las ratas, todas estas producciones son hijas de su tiempo; y puedo afirmar con seguridad que finales de los 70s y principios de los 80s resultaron sumamente movidos, al menos para los creadores, sobre todo en el Perú, que pasó a la democracia, pero esa sensación de futuro grisáceo impregnó la literatura, con grupos poéticos, como, por ejemplo, como Hora Zero y Kloaka, y la música subterránea o “subte”. Por si fuera poco, insurgió Sendero Luminoso. Además de ello, según el investigador Elton Honores, en los 70s, Adolph se venía consolidando como autor teatral exitoso. Era cuestión de tiempo que diese el salto a la novela.

 Todo lo anterior se menciona o referencia en Mañana las ratas. Desde la geopolítica, deudora de Orwell, en que el Estado-nación ha desaparecido para dar la anuencia a bloques regionales, como el Directorio o el Imperio confuciano-marxiano de Asia, todo ello vale para situarnos dentro de una atmósfera opresiva. Precisamente, el diálogo entre Tony Tréveris, el protagonista de la historia, con un piloto reclutado por el Directorio, ejemplifica lo que menciono a la perfección:

—Un día el Directorio se va a despertar más frutado que esos guardias y con un gobierno de ratas.

—No exageres, hijo. El Directorio es inderrocable. No es como los gobiernos de antes. ¿Sabes por qué caían los gobiernos nacionales? Te lo voy a decir: porque antes había política. ¿Y qué es la política? Relaciones de poder no comerciales, irrazonables, basadas en el contacto entre las gentes y en ideologías.

—Mi padre me habló del gobierno. Del último, antes de la confederación mundial. Era un caos.

—Así es. El internacionalismo democrático-comercial nos salvó de lo peor. Esto es una maravilla comparado con lo que tendríamos si no se hubiese eliminado el estado-nación… Lo único que se ha hecho es eliminar la hipocresía: nuestro gobierno regional es el primer gobierno sincero de la historia. Por primera vez, coinciden el poder económico y el político abiertamente, como debe ser. Quien sabe manejar una empresa, sabe manejar una región (Adolph, 29-30).

Evidentemente, Adolph no se imaginaba que el Perú terminaría eligiendo, 18 años antes de la ficción, en 2016, a un dueño de empresas como presidente del país: Pedro Pablo Kuzscinsky, y tampoco el rotundo desastre que ocasionaron sus decisiones, las comerciales y las gubernamentales.

En un entorno preprogramado, la corporación y las computadoras se convierten en aliados. Justamente, la elite dirigente se encuentra preprogramada a obedecer órdenes y a convertirse en espectáculo hedonista para los demás miembros de esta. Además de su esposa, todo el mundo sabe que Tréveris cuenta con una amante, representada por su secretaria. Ello es un hecho público. Sin embargo, la seducción progresiva de Tréveris a manos de la estadounidense Linda King ocurre precisamente porque nadie se debe dar cuenta, es privada, y por lo tanto, tendría más valoración. Es el tipo de vínculo que forman ambos lo que los vuelve más susceptibles a la realidad, a o que el crítico Tom Moylan llama “the dystopian turn” o el “giro distópico”. Para ponerlo en términos cervantinos, equivale al desengaño.  

De ese eslabonamiento entre el carácter profético, la corporación y la informática, se puede decir que Mañana las ratas es una de las primeras novelas con vibra cyberpunk, comparable por su aparición con la misma Neuromancer, de William Gibson (1984). Se anticipa a la antología McOndo (1996), de Fuguet y Gómez; así como a la explosión de ciencia ficción latinoamericana que vivimos en la actualidad, con referentes como La primera calle de la soledad (1993), del mexicano Gerardo Horacio Porcayo; Ygdrasil (2005, 2007), del chileno Jorge Baradit; Gel azul y Los estruendos del silencio (2009), del mexicano Bernardo Fernández, o BEF; e Iris (2014), del boliviano Edmundo Paz Soldán. Todos los títulos anteriores se basan en corporaciones que anhelan acrecentar su poder de forma exponencial.

 ¿Por qué un Cardenal Negro? Porque es el símbolo de la desesperación de millones que se canaliza mediante los católicos ortodoxos, o cat-ox. Es el verdadero catalizador de la acción en la trama de la novela. Cuando se le introduce, y se comenta que es de inspiración lefebvrista (para quien no lo conoce, Lefebvre fue un cura rebelde, de posiciones radicales de derecha), el lector puede experimentar un crescendo. Todo el mundo en la novela habla de este personaje, pero conocerlo en persona resulta imborrable para King y Tréveris. Incluso cuando llegan a ese punto, no saben con quién verdaderamente se enfrentan. Como apunta Luque Cárdenas, el Cardenal “ha prometido al pueblo darles el paraíso, pero a sabiendas de que solo conseguirá el purgatorio”.

Al mismo tiempo, habría que abordar el Apocalipsis, el conflicto final entre las ratas y el Directorio. Lucero de Vivanco es quien se ha encargado de tratar este tema con mayores luces, sobre todo en su libro Historias del más acá. Imaginario apocalíptico en la literatura peruana, del 2013. Por supuesto, lo que garantiza el fin del mundo para algunos puede ser el comienzo para otros. Tal era el plan del Directorio Supremo: abandonar la base espacial en la luna y colonizar el resto del sistema solar. No calcularon la capacidad de respuesta de los cat-ox en esta batalla final por la supremacía. Al respecto del libro de Vivanco, el apocalipsis radicaría, para citar a José Cornelio, “en la destrucción anunciada del orden establecido desde el origen del Perú como nombre y lugar de la historia”. ¿No estará queriendo decirnos José con esta novela que el fin de la historia se resolverá en estos términos, lo que implica la destrucción del orden de cosas que hoy llamamos “Perú”? Para pensarlo.

c) Si bien Mañana las ratas trata acerca de la religión, de cómo afecta nuestras vidas, pero, sobre todo, de cómo se asume desde la política. La postura del Cardenal Negro es claro ejemplo de lo anterior: negociar con la elite, dirigirse a las masas con discursos enfebrecidos. Mañana las ratas muestra que la religión, en este caso, la católica, no solo pretende regular nuestra vida mediante el seguimiento de un ritual, sino que dicha ritualidad afecta las formas de hacer política. En la novela, se puede apreciar el enfrentamiento entre teocracia y tecnocracia. Esa es otra pregunta interesante que vengo explorando. ¿En la realidad ocurre lo mismo? En nuestros países latinoamericanos, ocurre. Vemos el caso de un cura que bendice una ciudad latinoamericana desde las alturas de un helicóptero. Urbi et orbi, literalmente. En el Perú, con la aquiescencia del gobierno, hubo alguna vez, en una época de infausta recordación, un cardenal que negó la validez de los derechos humanos no solo a un grupo, sino al conjunto de ciudadanos. Parece que el eclesiástico no se actualizó o no leyó, o mejor aún, no quiso repasar, como lo hacen los niños, el Sermón de la Montaña.

Carátula cyberpunk de la edición original, 1984.

d) Por eso, es nuestro deber, como lectores, hacer la máxima difusión posible de Mañana las ratas. Tratar de hacer pedagogía, enseñando y atendiendo lo que imaginaron los escritores en relación con el futuro del país. Antes que nadie, este libro debe ser consumido no solo por gente interesada en la literatura o en la historia, sino también, sobre todo, por politólogos, sociólogos, periodistas, ecologistas, activistas sociales, personas que tengan tal o cual postura política: en suma, es un libro para todos, sin distinción. Todos estamos escribiendo el futuro y, tal como van las cosas, el futuro se muestra más distópico que nunca. Ahora que viene la campaña electoral en el Perú, es el momento. Esa es la naturaleza y, diría también, la belleza de una ficción especulativa como la de Adolph.

Quién sabe, si quizás por la nueva edición, hasta Netflix se interese en hacer una miniserie sobre Mañana las ratas. Eso no es pedir demasiado, sino lo justo. Para concluir, solo mencionaré lo indicado al inicio. Se viene haciendo una labor interesante con el rescate de una novela que muchos consideraban que no se podía publicar. Punto por ello. Ahora, existe una abundante literatura crítica y, por lo tanto, una recepción mucho más amigable, que ya sabe de distopías, vocablo ya popularizado entre todos debido a la pandemia. Sigamos atentos a los desafíos que nos plantea la obra imperecedera de José B. Adolph.

Bibliografía

Adolph, José B. Mañana, las ratas. Lima: Mosca Azul-Cedep, 1984.

—. Mañana, las ratas. Lima: Planeta, 2020.

Arguedas, José María. El zorro de arriba y el zorro de abajo. Buenos Aires, Losada, 1971.

Baradit, Jorge. Ygdrasil. Barcelona: Ediciones B, 2007.

Bef. Gel azul. Los estruendos del silencio. México: Suma de Letras, 2009.

Bernardoni, Rodja. «Ciudad, marginalidad y violencia en Mañana, las ratas, de José B. Adolph. Entre realismo y ciencia ficción». América Crítica 1 (2018).

Cárdenas Luque, Leonardo. «La dominación del Imperio en Mañana, las ratas (1984) de José B. Adolph”. Tesis para optar por el Título Profesional de Licenciado en Literatura Latinoamericana. UNMSM, 2016.

—. «Mañana las ratas, de José B. Adolph». Cuadernos del Hontanar. Disponible en: <https://cuadernosdelhontanar.com/2018/11/29/manana-las-ratas-de-jose-b-adolph/>

Carpentier, Alejo. Los pasos perdidos. La Habana: Biblioteca Básica de la Cultura Cubana, 1953.

Cornelio, José. «Book Review: Historias del Más Acá. Imaginario apocalíptico en la literatura peruana». Revista de Crítica Literaria Latinoamericana 39.78 (2013): 391-394.

Fuguet, Alberto, and Sergio Gómez (eds). McOndo. Barcelona: Grijalbo Mondadori, 1997.

Gibson, William. Neuromancer. New York: Ace Books, 1984.

Gushiken Ibáñez, María Elena. “Luchas utópicas en una Lima apocalíptica: Mañana, las ratas de José B. Adolph”. Tesis para optar por el grado de Magíster en Literatura Latinoamericana. PUCP, 2021.

Honores, Elton. La racionalidad deshumanizante: El teatro político y la ciencia ficción (1886-1989). Lima: Polisemia e IRPB, 2017.

Las Casas, Bartolomé de. Brevísima relación de la destrucción de las Indias. Barcelona: Linkgua, 2019.

López-Pellisa, Teresa. «El síndrome del misticismo agudo en la ciencia ficción peruana: La verdad sobre Dios y JBA. Novela esotérica y Un ejército de locos. Novela lunática, de José B. Adolph.» Revista Iberoamericana 83.259 (2017): 365-382.

Moylan, Tom. Scraps of the Untainted Sky: Science Fiction, Utopia, Dystopia. Boulder, Colorado, 2000.

Paz Soldán, Edmundo. Iris. La Paz: Alfaguara, 2014

Rivera, José Eustasio. La vorágine. Bogotá: Cromos, 1924.

Rodríguez Mendizábal, Iván. «Representaciones de futurización y desfuturización de la nación, sus desarrollos tecnológico-políticos y del lugar del ser humano en sociedad en la literatura de ciencia ficción del área andina (siglos XIX, XX y XXI)”. Tesis para optar por el grado de Doctor en Literatura Latinomericana. Universidad Andina Simón Bolívar, 2017.

Salvo, Daniel. “La ciencia ficción andina. Peligros y posibilidades». En < http://www.latinamericanliteraturetoday.org/es/2018/agosto/la-ciencia-ficci%C3%B3n-andina-peligros-y-posibilidades-de-daniel-salvo>

Scorza, Manuel. Redoble por Rancas. Barcelona: Planeta, 1970.

Stagnaro, Giancarlo. «La invención del futuro. Lima y la dimensión distópica en Mañana, las ratas, de José B. Adolph.» Revista Iberoamericana. 78.238 (2012): 147-161.

—. Entrevista con José B. Adolph. Disponible en: <https://www.elhablador.com/adolph.htm>

Vivanco, Lucero. Historias del Más Acá. Imaginario apocalíptico en la literatura peruana. Lima: Instituto de Estudios Peruanos, 2013.



[1] Aunque ahora viene otra interpretación, vinculada a que las “ratas” lo constituyen los miembros del Directorio Regional, acorralados en su búnker del centro de Lima. Es decir, la élite dirigente peruana, que vive, a su vez, acorralada en sus residencias-búnkeres: el sur de Lima, San Isidro, La Molina, etc.

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El falso problema

Por Cesar Augusto López

Los conflictos sobre la faz de la tierra son infinitos. Virus contra bacterias, animal contra animal, unos países contra otros, familias, ciudades, economías, costumbres. La fricción es inevitable, tan inevitable como la muerte. A veces se necesitan estrategias finas, muy finas, y, otras, simples, demasiado simples, para dominar una superficie descubierta y derrotar al contrincante o dominarlo. Por lo menos eso nos ha demostrado la pandemia sin que sea nada nuevo en nuestras diversas historias sobre la victoria y la derrota. La paz, hermana esquiva de la lucha, es una de esas ansiadas prendas que el hombre piensa algún día conquistar, pero, por ahora, su existencia es solo una intuición cada vez más vaga. Justamente en este instante, cuando todo vuela por los aires, la perspectiva se desintegra y no solo no se procuran respuestas, sino que, en el fondo, no hay preguntas qué responder. Todo se vuelve acción; incluso dejar de hacer toma un lugar privilegiado, porque solo una lógica de arrastre, una espiral, se erige como guía de las voluntades, como “razón” privilegiada.

En medio de tantas batallas que se disputan, hay una que tiene un valor importante y que implica el nacimiento o la muerte de un plan, de un sistema, de un nuevo mapa de movimiento. Nos referimos a la pugna entre Estado y Sociedad. Dos formas de diferente naturaleza, pero que se retroalimentan y cuya relación no tendría por qué ser necesariamente dañina como se afirma con cierta irresponsabilidad. Quiérase o no, el Coronavirus ha relativizado los poderes del Estado y ha fortalecido la libre agrupación de la sociedad. El problema surge por la falta de concierto entre ambos, por varias razones, pero, fundamentalmente, por un personaje nada inocuo y que ha catalizado la disputa, saliendo sin un rasguño. Nos referimos al sistema económico que gobierna tanto la dinámica estatal, que “regularía” el poder abstracto de la vida en la distribución monetaria, como la social, que aspira a tener los poderes de goce que ofrece el dinero.

Tanto el Estado como la Sociedad han caído en la trampa depredadora del pensamiento económico en su forma más salvaje. El lucro como máxima efigie se ha elevado y se ha valido de todos los elementos necesarios para pasar desapercibido con el máximo de su rendimiento. La rentabilidad no tiene rostro y por eso parece no existir. Solo basta el ejemplo oscilatorio que la palabra expropiación generó frente a la necesidad de administrar las clínicas privadas. Si por la mañana se nos presentaba un presidente con plena perspectiva “social”, por la noche teníamos a un siervo de intereses ajenos a lo político, como forma de posibilitar la vida del ciudadano. Aún así se considera estatal el problema cuando el asunto tiene que ver con los mecanismos que permiten una diversidad de existencias. No obstante, cuando estas son capturadas por la rentabilidad, un factor homogeneizante, no es nada difícil que la muerte sea lo más lógico, ya que el fundamento del existir rozaría con la succión desenfrenada de sus potencias hasta el agotamiento total. En otros términos, el Estado y la Sociedad han pensado en lo rentable como razón de la vida, antes que en la vida como razón de diálogo, sobre todo, en el momento en que más se necesita para sobrevivir.

Fuente: Diario Gestión

Bajo la óptica indicada, la verdadera resistencia era o es hacerle frente a la dinámica del sistema. Valga aclarar que no nos referimos a eliminarlo, sino a evadir al máximo sus dictámenes. No significa dejar su oferta de placeres, sino solo aplazarlos un tiempo. Se tiene que entender que el Estado no sirve a las clínicas o a cualquier conglomerado de empresarios, hacia el final de la noche, sino que se ha inclinado a la sucia y hambrienta boca que reclama réditos a cualquier costo, hasta el límite del absurdo. Este no es el tiempo de la ganancia, sino el de la insistencia de lo vivo. Pero, bajo aquel criterio, la Sociedad también ha sido capturada, ya que, en versiones minúsculas, ha buscado el sumo bien de la acumulación de ganancias en el oxígeno, en los fármacos o, en sus versiones más bochornosas, copando centros comerciales (ganancia de placer le podríamos llamar en este caso). La normalidad no existe, nunca ha existido y esta es, aún, la oportunidad de desentendernos de ella, porque ella nos ha llevado hasta límites insospechados de violentas omisiones.

¿Cómo no dejar de lado la vida en medio de esta aparente guerra entre Estado y Sociedad? ¿Cómo no caer en el aberrante llamado del beneficio desmedido del Capitalismo y su coronación indudable en casi todas las esferas de la experiencia? No se puede vivir con él –aunque probablemente tampoco sin él– al menos por ahora. Desde nuestro punto de vista, y con la inevitable ola de pobreza que está llegando, son necesarias las estructuras intermedias o mixtas, ya que no todo puede ser organizado por el Estado ni todo puede ser gestionado por la Sociedad. En ese sentido, se necesita de la postergación de la expectativa del interés económico, momentáneamente, puesto que es imposible satisfacer su apetito, la mayoría de las veces, ridículo. Ejemplos concretos se tienen en el programa del Vaso de leche o los Comedores populares, los cuales, debido a la mejoría económica del país, habían quedado en cierto abandono. Su retorno debe ser tecnificado y con la mejor conciencia del trabajo conjunto, fuera de la fría inversión económica. Es decir, con asesoría técnica que aspire a la liberación de las personas y no a la dependencia de estas formaciones por su propia lógica intermedia, de paso, resistencia, comunidad. Así, no solo hablamos de modelos de atención, sino de espacio de reconocimiento humano. No habría, pues, un favor del Estado ni un eterno mendicante llamado pueblo. Las estructuras intermedias, creemos, serían verdaderos espacios de experimentación si se evadiera, lo mejor posible, la lógica del beneficio absoluto, por el beneficio de la experiencia de la vida.

En Europa se propuso la creación de brigadas vecinales para la atención de enfermos de Covid-19 asesoradas por médicos, ya que estos no se daban abasto ante el oleaje de contagiados. La solidaridad en acción es ingeniosa y este es el justo momento de las asociaciones de subsistencia, ya que la enfermedad aún no ha pasado, aún todos estamos en peligro y, a pesar de que el Estado está dejando que todo vuelva a la “normalidad”, nada asegura que no haya un rebrote o que la naturaleza mutante del virus no vaya a potenciarse durante su viaje de cuerpo a cuerpo. Los virus, a diferencia de vivos y muertos, aprenden y parece que con mayor velocidad que nosotros. Pero no es así; su aprendizaje depende de la necesidad de permanecer en sí, exactamente lo que nos ha estado faltando por el ruido de la voz de la ganancia y el fin del modelo económico. Acabe o no, ese es otro tema oscuro, no importa fuera de que es sobre nuestras vidas que se ha erigido y se erigirá otro mundo o se acabará el mismo. Así que, en un momento de crisis, deberían promoverse los movimientos intermedios en todas las dimensiones de la experiencia; desde las que tienen que ver con la alimentación hasta las que se relacionan con la cultura. La ganancia económica va a ser mínima, sin duda, pero sin la posibilidad de existir no habría ninguna posibilidad de ganancia y esta pandemia es solo una primera advertencia de lo que puede venir si no consideramos asistirnos.

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Suspensiones

Por Cesar López

El planeta entero piensa el problema. Pensar siempre ha sido una consecuencia y no una causa; sobre todo ahora que el ataque es a la vida en varias de sus esferas. No cabría la posibilidad del pensamiento, el más mínimo siquiera, sin que haya cierta necesidad de preservar o insistir en lo vivo, en el sí mismo. Toda solución o catástrofe que conocemos se ha confeccionado a partir de ese imperativo. Así, la relación entre lo que hacemos y meditamos ha sido asaltada por un agente que se traduce muy bien en la experiencia cotidiana del mundo, ya que esta, tal como se entendía hasta este momento, ha desaparecido. No tengo un juicio de valor exacto sobre esta paralización, no creo que lo haya tampoco, pero es mejor dejar que ciertas realidades de la misma se expresen, de alguna manera, desde su propia razón. 

Los virus llegaron mucho antes que las plantas, los insectos y los animales (entre los que nos encontramos, por supuesto). Han resistido una buena cantidad de eventos catastróficos y se han adaptado a una gran diversidad de escenarios. En algunos casos se afirma que han conseguido tecnificarse, dada nuestra costumbre de calificar las proezas de los otros a través de las nuestras. Es importante aclarar, en este punto, que ellos no son el enemigo, no forman parte de ningún bando, así de simple; se despliegan y desplegarán en el ecosistema como siempre lo han hecho. Los virus forman parte del infinito ciclo de la creación y la destrucción. Tal vez sean tan indiferentes a nuestra existencia como nosotros lo éramos a la suya. 

Todo hasta aquí aparece en un correcto orden. Los virus, como otros seres que pueblan el planeta, procuran preservarse, multiplicarse e inundar con sus réplicas cada rincón de la tierra. Obedecen a la vocación erótica dada por Dios en el mito del Génesis. Vida, reproducción y pensamiento; pasos justos sobre el agua, la tierra y el aire. No obstante, hay algo no tan cierto en lo que escribimos y que ha conseguido, o debería, desenmascarar nuestra forma de entendimiento. Los virus no están vivos, no pueden considerarse como entes vivientes, ya que no cumplen con las características generales del mundo de la vida como la reproducción y la motilidad, por ejemplo. La cuestión se complica más, porque tampoco se puede afirmar que estén muertos. Estos tienen la capacidad de manipular la maquinaria de su hospedero de modo que este termina reproduciéndolos por miles, algo que jamás podrían por sí solos.

Ni vida ni muerte o entre la vida y la muerte, el Coronavirus ha conseguido trasladar su plenitud intermedia a las certezas humanas hasta romperlas. Los restos de estas han sido conducidos por diversos tipos de planes; todos ellos trazados por la desesperación o la estupidez. Desde una paralización general, técnica del medioevo en pleno siglo XXI, hasta la inyección de desinfectantes en la sangre, “técnica” extremadamente moderna, este virus ha conseguido suspender las prácticas humanas de forma inaudita. Ha devuelto al homínido entronizado nuevamente a sus cuevas y le ha mostrado el miedo que nunca había perdido. También le ha devuelto al estallido de las ficciones. Todos ahora tienen una historia que contar; todos han alcanzado, en tiempo record, la capacidad de comprender lo que pasa. Sí, esto no es verdad, pero es lo que se gesta en Internet.

Los aviones ya no inundan el cielo, los autos han dejado de invadir las calles al igual que la gente. Las ferias de libro o los conciertos han sido cancelados. No hay cine ni discotecas ni bares. Tampoco los restaurantes o los cafés han podido resistir a los poderes de la COVID-19. Los templos de toda profesión ya no reciben a sus fieles. Los teatros, las universidades y los hoteles han cerrado sus puertas. Innumerables fábricas de todo tipo, minas y oficinas le han dado la espalda a su trote diario. Tal parece que fuimos expulsados de todos los paraísos conocidos. Vivimos en el mundo de la suspensión, porque quien nos ha guiado a este momento histórico es un microscópico ser que solo conoce el punto medio y ha actuado siempre, desde su origen incierto, de ese modo. 

La potencia de esta enfermedad no solo ha intervenido en los cuerpos humanos, sino también en los cuerpos estatales, económicos o culturales. No solo ha invadido de cabo a rabo lo que el hombre daba por organizado y sólido, sino que ha asestado un duro golpe a la narración del progreso. ¿Es posible creer en esta historia o tipo de fe cuando aún no hemos aprendido a lavarnos las manos de manera correcta? ¿Es posible defender los poderes de la humanidad cuando los hospitales colapsan, a pesar de haber creído que en materia de salud se había llegado lejos? ¿Vivimos el progreso? O mejor, ¿de qué progreso se nos ha hablado? ¿Quiénes están dentro de él o viven en su lógica? Considero difícil defender esta mítica, ya que los países más poderosos y civilizados del planeta, según esa misma narración, han tenido y tienen serias dificultades para hacerle frente a un diminuto ser que flota en el limbo y que ha conseguido dejar en el mismo estado a todo el planeta. Si pensamos en la globalización como la máxima capacidad de relación social que jamás haya existido, también es posible indicar que como organismo esta ha manifestado, por fin, su grave estado de salud. La aparición del Coronavirus tiene el perfil de una consecuencia y no de una causa. La desnudez a la que ha sometido al hombre, en primer lugar, ha hecho patente su impotencia. 

Fuente: National Geographic

No existe, sin embargo, un solo modo de vivir. Justo ahora se revelan otras realidades gracias a este giro. Mientras el hombre se ha ocultado, muchos animales han vuelto a escena. Parece que el planeta descansa; parece que este tiempo es un tiempo de jubileo para otras existencias. Es decir, el derrumbamiento del monopolio de la experiencia ha dado paso a cierta liberación de lo heterogéneo y, por ende, a la necesidad de reconocer que lo pausado es tan solo una manera de conocer. Y no solo nos referimos a esa innumerable cantidad de vida a la que el Coronavirus ha liberado, sino a esas formas desplazadas de humanidad que han entrado en juego hasta alcanzar un extraño protagonismo. Ahora las parejas deben estar juntas todo el día, ahora las familias deben reconocerse a diario, mirarse, entenderse. El hogar se ha relanzado. La capacidad de extrañar se ha vuelto un poco más sincera y la responsabilidad ha dejado de lado la representatividad para convertirse en una tarea personalísima. El valor de la ancianidad también movió a los gobiernos a detenerse. No éramos tan fascistas al fin y al cabo. Pero de todas estas renovadas cosas antiguas, muchos han hecho hincapié en la solidaridad como herramienta de acción idónea frente al problema. 

De cierta manera, toda situación límite contiene en sí las claves para su resolución. Es posible que la COVID-19, nos esté permitiendo ver el real anverso del mapa. El siguiente movimiento sería optar por una experimentación intermedia en la que se restituya el valor de la vida en todas sus formas y no solo la humana. Otra restitución tendría que ver con el valor comunitario para la supervivencia, pero, aún más, se podría optar por la recuperación de la soberanía del ciudadano, la cual ha sido minimizada, durante años, bajo la impronta de que los hombres son piezas sustituibles. ¿Acaso la protección de la vida frágil de los ancianos no pueda completarse con la reconquista de su papel en el cuerpo colectivo?

Ahora podemos decir que nuestras primeras afirmaciones son imprecisas. El planeta no piensa, actúa y el hombre no tiene, aunque lo crea, el dominio total. Solo una parcela del pensamiento está siendo ocupada en estos precisos instantes. La pandemia no es un ataque, porque el virus no nos tiene por enemigos: solo nos empuja a entendernos en el contexto amplio de su presencia, que nos supera. Es por este motivo que la suspensión a la que nos tiene sujeto el Coronavirus es un momento tenso e intenso de creación, en el cual se debería optar por la respuesta más coherente: la práctica de una política que se caracterice por lo microscópico.

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Un martillazo a la desigualdad: Lima y la pandemia

Fuente: Lima Cómo Vamos

Por Marité Bustamante

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La pandemia del COVID-19 agarró al mundo entero desprevenido, no tanto porque no hubiera avisos de que una situación sanitaria de esta magnitud pudiera suscitarse como porque los líderes mundiales y sus respectivos gobiernos se resistieran a estar preparados[1]. Uno de los factores que puede explicar dicha resistencia es la hegemonía global del “Estado mínimo” y el mercado como mejor espacio de resolución de las necesidades humanas, aunque estas sean esenciales y las amplias mayorías no puedan pagar el precio que el mercado exige por ellas.

Como hemos visto, en diferentes ciudades del mundo y de nuestro propio país, enfrentar la pandemia requiere de una fuerte y extendida capacidad estatal que se traduzca en servicios públicos sanitarios, como hospitales y acceso al agua potable; y en protección social ante las inevitables consecuencias económicas de una parálisis global: seguros de desempleo e, incluso, rentas básicas universales.

Esta ausencia de preparación es más palpable a nivel urbano, no solo porque la densidad y las aglomeraciones, características de los procesos urbanizadores, son factores que contribuyen a la propagación del virus, sino por las condiciones de desigualdad y precariedad en la que miles de millones de personas viven en ellas.

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El planeta es, por primera vez en su historia, predominantemente urbano. Al 2015, el 54% de la población mundial vivía en ciudades y ONU Hábitat proyectaba que, al 2025, ese porcentaje subiría al 58.2 %[2].  Este ritmo acelerado del proceso de urbanización a nivel mundial tiene su principal impacto en los denominados países en desarrollo[3] donde aparecen vertiginosamente grandes ciudades y megaciudades[4] en las que conviven, por un lado, espacios que están insertados a la globalización –aunque subordinadamente–, reciben capital foráneo, gozan de buenos servicios públicos y calidad de vida; y, por otro, barrios pobres y segregados, sin servicios públicos, ni vivienda digna, usualmente violentos y donde habitan ciudadanos condenados al empleo precario, sin derechos laborales, ni protección social.

Ante este escenario, los preparativos a la Conferencia Hábitat III definieron a la desigualdad como “el mayor problema urbano emergente, ya que la brecha entre ricos y pobres en la mayoría de los países está a sus niveles más altos desde hace 30 años”[5].

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Lima, a punto de convertirse en una megaciudad, no está exenta de esta tendencia global, menos aún siendo parte del continente más desigual del mundo. Según el último censo de Barrios Urbanos Marginales (BUM) el 48.5% de la población de Lima Metropolitana vive en un “núcleo urbano caracterizado, por presentar altos niveles de pobreza monetaria y no monetaria y carecer, total o parcialmente, de servicios de infraestructura y equipamiento[6]

A esta situación de los barrios pobres, habría que sumarle la segregación espacial que padecen, los niveles de hacinamiento, los altos niveles de informalidad laboral[7], el abandono y la pésima calidad del transporte público y la alta percepción de inseguridad ciudadana.

Frente a ese escenario, ¿cuáles son las condiciones que Lima debe transformar para enfrentar la pandemia y sus consecuencias?

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La ciudad enfrenta diversos problemas. Esta vez nos detendremos solo en uno de ellos, tanto por su especial importancia para garantizar condiciones de vida digna para sus habitantes como por la persistencia de su precariedad y abandono estatal: el transporte público.

Lima ostenta el título de la cuarta ciudad con peor tráfico en el mundo. Este problema, aunque común, no es padecido por igual. De acuerdo con la estructura urbana de la ciudad, sus principales centralidades[8] están ubicadas en la zona centro de la ciudad, lo que obliga a los habitantes de Lima Norte, Lima Sur y Lima Este a desplazamiento extensos, principalmente por razones laborales y en unidades de transporte público[9]. Así, según la fundación Transitemos, en Lima existe una tasa promedio de 2.8 viajes diarios por persona y, según la organización Moovit, la duración promedio de un viaje en Lima es de 62 minutos. Es decir, un habitante de Lima puede pasar, en promedio, casi 3 horas diarias en el transporte, aunque hay quienes reportan pasar hasta cinco horas al día.

Por otro lado, la precariedad del transporte público también se expresa en las condiciones laborales de los trabajadores del transporte. En ese ámbito, existe un sistema legal que permite, por un lado, que una empresa sea titular de la ruta sin que sea dueña de las unidades que transitan por ella; y, por otro, que exista un régimen laboral que exige que los choferes y cobradores obtengan su sueldo por pasajero recogido y no por kilómetro recorrido.

Fuente: Andina

Ante esta situación previa a la pandemia, resulta preocupante que el Ministro de Transportes solo haya anunciado medidas como la promoción de la bicicleta para viajes cortos (que son los menos y se concentran dentro de la zona central de Lima), cambios en la jornada laboral de los funcionarios públicos para descongestionar las horas punta y medidas higiénicas y de control del número de pasajeros en el Metropolitano, el Tren Eléctrico y los corredores[10]. Aunque son medidas importantes, estas siguen dirigiéndose a las minorías y dejan sin resolver los problemas de las amplias mayorías pobres o de clase media vulnerable.

¿Qué hacer? La pandemia pone a la orden del día tareas postergadas e, incluso, desdeñadas. Al largo y mediano plazo, se debe utilizar la inversión pública, parte del plan Reactiva Perú, para potenciar las centralidades de Lima por fuera de la zona central, a fin de generar polos de empleo, comercio y educación en las otras Limas y que sus habitantes puedan acceder a dichos trabajos o servicios sin realizar largos desplazamiento. Esto permitiría extender el uso del transporte no motorizado. Además, debe iniciarse de una vez por todas la reforma del transporte, la misma que tiene como principal objetivo devolver el carácter de servicio público al transporte urbano y que permita tanto la renovación de la flota como la garantía de derechos laborales.

Al corto plazo, sumado a las medidas anunciadas, el Estado debería asignar una renta básica a cada uno de los trabajadores del transporte a fin de hacer viable una estrategia de control del número de pasajeros por unidad sin poner en riesgo sus ingresos mensuales. En los casos en que las unidades no puedan cumplir las condiciones necesarias, podría implementarse tanto una renta básica como un bono al chatarreo a fin de no dejar sin ingresos a aquellos que no podrán seguir operando.

El presidente Vizcarra, los medios de comunicación y hasta nuestras propias familias comienzan a hablar de la “nueva normalidad”. Todos somos conscientes de que el mundo no volverá a ser igual, pero, esa nueva normalidad, no puede volver a ser desigual. Es una deuda con los millones de personas para las cuales la precariedad era la más dramática de las normalidades. 


[1] Revise en el enlace la sección “Una pandemia muy anunciada”.

[2] ONU Hábitat. (2016). Reporte Ciudades del Mundo. En relación con el proceso de urbanización mundial indica: “En 1990, 43 por ciento (2.3 miles de millones) de la población mundial vivía en áreas urbanas; para 2015 esta situación subió a 54 por ciento (4 miles de millones)” (p. 6).

[3] Davis, M. (2007). Planeta de ciudades miseria. Madrid: Foca. En relación con el impacto del proceso de urbanización mundial en los países en desarrollo señala: “El 95 por 100 de esta última explosión demográfica [10.000 millones de personas al 2050] se producirá en las áreas urbanas de los países en vías de desarrollo, cuyas poblaciones se duplicarán alcanzando 4.000 millones en la próxima generación” (p. 14).

[4] Según ONU Hábitat, las grandes ciudades son aquellas que tienen hasta 10 millones de habitantes, mientras que las megaciudades son aquellas que tienen más de 10 millones.

[5] ONU Hábitat (2016). Reporte Ciudades del Mundo. p. 17.

[6] Revise en el enlace las páginas 6 y 30 (cuadro 9).

[7] Revise en el enlace la página 12 (cuadro 1).

[8] Por centralidades me refiero a porciones del territorio dentro de las ciudades que tienen gran capacidad de atracción de desplazamientos a propósito de concentrar las oportunidades de trabajo, el comercio, los servicios educativos, entre otros.

[9] Según la fundación Transitemos, Lima y Callao presentan un total de 26 millones 709 mil viajes diarios, de los cuales 19 millones 709 mil viajes son motorizados. De estos, además, 15 millones 990 mil viajes diarios son en transporte público, incluyendo taxis (formales e informales) y colectivos. Puede revisar el informe en el enlace.

[10] Según el informe al 2018 de la fundación Transitemos, solo el 10.1 % de los viajes en transporte público se realizan en la Línea 1, Metropolitano y Corredores, mientras que el 58.71% de los viajes se realiza en el transporte regular (bus, combi, coaster y mototaxi). Finalmente, el 31.27% de los viajes se realiza en taxis y colectivos.

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Las pandemias históricas y las oportunidades para la civilización: De la peste negra al Renacimiento

Por Carlos Carcelén Reluz

La actual pandemia no tiene comparación con las más grandes olas epidémicas sucedidas a lo largo de la Historia, como las de peste en los siglos XIV y XVII o la de gripe española de 1920. La rapidez de los sistemas de transporte a nivel internacional, la interdependencia comercial, la alta concentración demográfica en zonas urbanas, la costumbre de participar en eventos masivos, entre otras, son las características de la globalización contemporánea que propician la rápida expansión de una enfermedad originada en una lejana provincia china, cuya etiología era –y es– desconocida y para la cual no hay tratamiento prescrito y menos vacuna.

La primera pandemia que fue objeto de estudio por su importancia en la reconfiguración de la economía, sociedad y cultura europea fue la “peste negra” que, a mediados del siglo XIV, significó el punto de quiebre de una Edad Media caracterizada por el dogmatismo, la ignorancia y la teología a una Edad Moderna que empezó con una renovación intelectual sin precedente, y una expansión económica y social que dieron sustento al capitalismo hasta nuestros días.

Según Ole Benedictow (2011), la peste negra se expandió desde Asia central por las rutas de comercio que llegaban a la cuenca del Mediterráneo y se extendían por toda África y Europa desde el año 1346 hasta el 1353. La epidemia mató a un tercio de la población del Viejo Mundo (Asia, África y Europa), con un aproximado de 200 millones de víctimas. Solo en Europa se calcula la muerte de unos 50 millones de un total de 80, razón por la que constituye la peor tragedia demográfica de la historia.

Las causantes de la mortandad fueron la peste bubónica y sus variantes como la septicémica y la neumónica que lograron expandirse gracias al panorama general del inicio de una crisis estructural de origen climático denominada Pequeña Edad Glaciar. Esta se manifestó a través de una caída del promedio de las temperaturas a nivel global. De acuerdo con Brian Fagan (2009), en Europa, provocó sucesivas sequías y escasez de alimentos, como la “gran hambruna” (1315-1321). Asimismo, generó una serie de conflictos sociales de origen tributario, como las revueltas campesinas en Francia, Inglaterra, Cataluña, Galicia, entre las más importantes, pero que de manera irreversible debilitaron la legitimidad de los señores feudales europeos. 

Fuente: El Confidencial

A ello se sumaron varios conflictos políticos y territoriales debido a reclamos de viejos derechos hereditarios entre los monarcas europeos, de los que se destaca la Guerra de los Cien Años (1337-1453) entre Inglaterra y Francia. También tuvieron lugar diversos conflictos al interior de la Iglesia católica que desencadenaron el Cisma de Occidente con la existencia en paralelo de dos pontífices, uno en Roma y otro en Aviñón, lo que produjo la peor época de desgobierno y corrupción al interior de esa institución. 

Pero como todo en el devenir histórico no es bueno ni malo, las terribles escenas de muerte y destrucción que nos dejó la crisis del siglo XIV dieron paso a una nueva era en la que aparece el “hombre nuevo”: el humanista que decepcionado de la teología y los dogmas se dirige a la revalorización del espíritu humano a partir de la unión de la cultura de esa época con la clásica (greco-romana), que permite inaugurar un periodo de rica producción filosófica y literaria. El humanista fue el escritor, el pensador, el intelectual, que no se limitó al estudio de la teología y las sagradas escrituras, como en los siglos pasados, sino que le dio mayor importancia al estudio de las ciencias humanas y a las lenguas clásicas como el latín y el griego clásico.

Como corriente filosófica, el Humanismo se opuso al teocentrismo de la escolástica medieval y propuso el antropocentrismo y las humanidades para generar una formación integral del hombre basada en las fuentes clásicas. Con estos fundamentos, los humanistas comenzaron a sacar a la luz numerosas obras escritas en la antigüedad que estaban escondidas en las bibliotecas monacales, para leerlas con los nuevos puntos de vista producidos por el capitalismo inicial y el mundo urbano burgués. Estos afanes lingüísticos y filológicos les permitieron fundamentar su confianza en la inteligencia humana y su amor por la naturaleza. 

El Humanismo debía restaurar todas las disciplinas, ciencias y artes que ayudaran a un mejor conocimiento y comprensión de los autores clásicos, considerados modelo de una humanidad no contaminada por la teología. Las humanidades que resurgen fueron la gramática, la retórica, la literatura, la filosofía moral y la historia, que son difundidas desde múltiples perspectivas y debates. De este modo, el diálogo y la epístola se convirtieron en los principales géneros literarios humanistas. A esto se unieron las biografías de héroes y personajes célebres en oposición a las hagiografías, y la recopilación de mitología y relatos populares en contra de los esquemáticos y moralistas cantares de gesta. Según Said (2006), de este modo los intelectuales humanistas asumen la responsabilidad política de criticar lo existente.

La expansión de estos fundamentos permitió el surgimiento del Renacimiento como una etapa de renovación cultural caracterizada por la exaltación estética del mundo y del hombre. En la pintura aparecerán paisajes con profundidad, próximos a la realidad, que contrastan con los fondos dorados y simbólicos de los cuadros medievales. Se descubre la belleza del ser humano y se promueve el desnudo –en búsqueda de representar correctamente el cuerpo humano–, lo que fue casi inexistente en la Edad Media. A nivel de las técnicas, el arte renacentista encontró el sentido de la proporción y el equilibrio, así como la perfección de la perspectiva. Como señaló Peter Burke (2015), la producción artística también se convirtió en un factor de importancia para las ciudades burguesas, sobre todo en el norte de Italia. Cuantas más bellas obras de arte poseyeran, cuantos más artistas trabajasen en ellas, mayor era su prestigio y la cantidad de los visitantes dispuestos a comprar los productos que se vendían en sus mercados.

Fuente: Armas y letras

Este desarrollo cultural a lo largo del siglo XV acompañó la recuperación demográfica después de los desastres del siglo anterior y fueron las bases de la expansión económica y territorial que buscaba materias primas para la manufactura europea, al igual que nuevos mercados para los productos de dicha actividad. Eric Wolf, en su libro Europa y la gente sin historia (2005), resaltó que la expansión territorial se benefició del nuevo espíritu individualista liberado de las ataduras dogmáticas medievales y por los adelantos científicos renacentistas aplicados a la tecnología marítima, que sentaron las bases de los nuevos imperios coloniales.

Este proceso de desarrollo cultural, científico y tecnológico, unido a la expansión económica y territorial, se convirtió en el fundamento de la Edad Moderna. Esto nos demuestra que, a pesar de las duras circunstancias por las que atravesaron los países europeos en el siglo XIV, la lenta recuperación dio lugar a una época caracterizada por el redescubrimiento del valor del hombre por encima de sus miedos y dogmas, y una apertura a la libertad de pensamiento y la secularización de la sociedad.

Por estas consideraciones históricas y a pesar de los terribles resultados que nos traerá la pandemia de COVID19, que se manifestaría en el alto número de muertos, el aislacionismo político, el colapso del comercio y el turismo internacional, el fin de los espectáculos públicos masivos, entre otras, que nos perfilaban como una cultura globalizada, la humanidad tiene las bases para poder salir adelante mirando lo mejor de nosotros mismos y revalorar lo que fuimos y podemos ser como especie.

Referencias

Benedictow, O. J. (2011). La Peste Negra (1346-1353), la historia completa. Madrid: Editorial Akal. 

Burke, P. (2015). El Renacimiento italiano. Cultura y sociedad en Italia. Madrid: Alianza editorial.

Fagan, B. (2009). La pequeña edad de hielo. Cómo el clima afectó a la historia de Europa (1330-1850). Barcelona: Gedisa.

Said, E. (2006). Humanismo y crítica democrática. Barcelona: Debate. 

Wolf, E. (2005). Europa y la gente sin historia. México: Fondo de Cultura Económica.

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Sopa de letras: la academia en tiempos del coronavirus

Por Mateo Díaz

1

En las redes sociales viene circulando una selección de textos en torno al Covid-19 titulada Sopa de Wuhan. Pensamiento contemporáneo en tiempos de pandemias. Uno de los autores incluidos, Slavoj Žižek, incluso ya tiene un libro acerca del tema que se puede adquirir por internet. De la selección he revisado los títulos, algunas páginas al azar, pero aún no la he leído. Probablemente no lo haga, no en este momento. Constato que para algunos lectores estas publicaciones generan entusiasmo; como si vinieran de consultar a algún oráculo, anuncian con timidez o euforia que la pandemia acelerará el fin del capitalismo

Todo esto, de hecho, me hace acordar lo que unos amigos chilenos me contaban hace un tiempo. Un sociólogo, Alberto Mayol, acababa de sacar un libro, Big Bang, para analizar el estallido social en Chile. Entre risas me decían, el estallido empezó en octubre y a los dos meses el hombre ya había publicado un libro. Y eso es lo que el texto francamente les generaba: risas. En ambos casos, propongo tomar la precipitación como un síntoma.

(Vale la pena recordarlo: en Edipo Rey los griegos consultan el oráculo de Delfos justamente porque una peste asolaba la ciudad de Tebas.)

2

Se trata de un chiste, un meme. Me lo envió una amiga cuando se cancelaron las clases presenciales y se empezó a insistir en el distanciamiento social. Dice: “cuando descubres que tu estilo de vida es llamado cuarentena”; la imagen es la de un monito que mira de reojo a la pantalla, como descubierto in fraganti. Iba acompañado de un mensaje de mi amiga que decía “mira, me acordé de ti”. Me reí. Por supuesto, los chistes que dan más risa son los que dicen la verdad. 

No es ninguna novedad que la vida cotidiana de un académico o un estudiante doctoral se asemeja a una cuarentena. El chiste es que nada cambia, que nosotros (cito otro meme) ya practicábamos el distanciamiento social antes de que se pusiera de moda. En todo caso, el “todo sigue igual” ha sido la reacción de las universidades de los Estados Unidos y de buena parte del mundo. Las clases, los proyectos de investigación, las reuniones y hasta algunas conferencias deben continuar a larga distancia utilizando aplicativos como el Zoom, diseñados para hacer videollamadas con varios participantes. Las bibliotecas, nos dicen, ofrecerán servicios de digitalización. Todo será igual que antes, pero diferente.

(Los correos electrónicos, las comunicaciones burocráticas, reflejan esas diferencias. Abundan frases como “cuando todo vuelva a la normalidad”, “cuando todo pase”; la pandemia se concibe aquí como un paréntesis, una interrupción del orden. Cuesta mucho conciliar esa actitud nostálgica con las profecías de la caída del sistema.)

3

¿De qué es síntoma la precipitación? Hay un dicho que todos los estudiantes doctorales conocemos: publish or perish (publica o perece). Desde que vivo en los EEUU la palabra que más escucho en la academia, pronunciada con reverencia o miedo, es “mercado”. Casi podría decirse que hay una exigencia compulsiva, a veces (solo a veces) tácita, de ser productivos. Para los que nos dedicamos a las Humanidades se trata de eso: escribir, publicar, repetir. Aunque la gran mayoría de artículos que se escriben en estos departamentos desmontan y deconstruyen los mecanismos del capitalismo tardío, sus condiciones de producción y circulación reproducen las dinámicas del sistema tan criticado. Los valores, afuera y adentro, son los mismos.

Las preguntas que siguen son obvias: ¿cómo imaginar una realidad distinta desde una praxis que refuerza el presente que se desea cambiar? ¿Hasta qué punto puede sostenerse la separación artificial entre el sujeto que analiza y su objeto de estudio, la realidad? Y claro, ¿qué sentido tiene mantener esta productividad frenética, más aún en una situación en que el mundo cambia a cada momento y opiniones que hace unas semanas sonaban –eran– lógicas (“el virus no es tan letal”, “es una exageración”, “es una creación de los medios”) rápidamente devienen obsoletas?

(La segunda palabra que más escucho en los salones de clase, en los talleres, en las charlas, es “crisis”. La tercera, “circulación”. En el contexto global de la pandemia, los vuelos cancelados, las calles vacías, el chiste se cuenta solo.)

4

Los efectos del Covid-19 aún no son dramáticamente visibles en Providence. Se trata de la capital del estado más pequeño de los Estados Unidos, Rhode Island, ubicada a tres horas y media de la ciudad de Nueva York, hoy el epicentro mundial de la pandemia. College Hill, la zona cercana a la Universidad de Brown, luce más vacía sin los estudiantes de pregrado, pero el contraste con el día a día no es muy marcado. Quienes venimos de ciudades grandes y caóticas nos hemos conformado con pensar que Providence es un lugar apacible.

La presencia del coronavirus se vuelve real, sin embargo, a partir de la relación con las personas que nos rodean. En estos días ayudo a algunos amigos que deciden mudarse y regresar a sus países de origen; luego, incluso eso parece insensato cuando el contacto interpersonal se vuelve más riesgoso. El sindicato de estudiantes de posgrado y otras entidades estudiantiles presionan a las autoridades universitarias para resguardar nuestras condiciones de trabajo y protegernos del virus en el contexto del terrorífico sistema de salud estadounidense, que a la enfermedad añade la amenaza de la bancarrota. A veces alguien me escribe y me pregunta si necesito algo, a veces lo hago yo. Hace una semana un amigo me cuenta que su madre ha contraído el virus y acaba de ser hospitalizada: me doy cuenta de que es la primera persona contagiada que conozco.

Por otro lado, el aislamiento distorsiona las distancias y los horarios. Paso más tiempo del habitual hablando con personas que están en otro hemisferio. Sigo las noticias: advierto que mi reclusión voluntaria coincide con el inicio de la cuarentena en el Perú, que empiezo a utilizar mascarilla fuera de casa cuando el presidente Vizcarra la declara obligatoria. Hablo con mis padres, con mis amigos. Hay una generalizada aprobación de las medidas que el gobierno está llevando a cabo, pero también hay miedo: una amiga, diabética, me cuenta sus dificultades para conseguir alimentos y medicinas en este periodo de libertad restringida; un amigo médico, que hace su SERUMS cerca de Rioja, me manda largos audios explicándome lo complicado, y a veces riesgoso, que es llegar a su lugar de trabajo. 

El pdf de Sopa de Wuhan. Pensamiento contemporáneo en tiempo de pandemias sigue abierto en mi laptop, detenido invariablemente en el índice.

(En Sopa de Wuhan. Pensamiento contemporáneo en tiempo de pandemias hay 15 colaboradores. 17 artículos. Para el día de hoy, domingo 12 de abril, hay 6848 casos confirmados de coronavirus en Perú. 1727 en Rhode Island. 549 131 en Estados Unidos, que ya sextuplica los de China. En la provincia de Hubei, cuya capital es Wuhan, hay 67 803.)   

5

En los Estados Unidos no se ha aplicado una cuarentena a nivel nacional. Es muy poco probable que suceda. Como si fuera necesario argumentar, por ahí alguien me dice: tú sabes, el país de la libertad. 

La amiga del meme me pregunta si estoy saliendo a caminar. Que sería una buena idea, tomando las precauciones del caso y manteniendo los dos metros de distancia con las demás personas claro. Respondo que no, pero prometo hacerlo pronto. Mejor espérate, me dice, en estos días está lloviendo mucho. Siempre llueve en Providence. Esta es, por algo, la ciudad de Lovecraft.