Todo entra por los ojos, reza el dicho. La primera impresión es la imagen que uno proyecta y la que va a instalarse en la memoria del otro. Ritos de preparación, ensayos, preocupación. Se centra la atención en uno, en lo que puede prever. Pero, ¿y si la mirada que nos ausculta no es la que se espera? ¿Si esta se desvía de lo normal? Existe una narrativa visual que se replantea a partir de las posibilidades de su autor y receptor, uno cuya vista le alcance una escena distinta a la que llega a los demás. ¿Cómo se lidia con percepción alterada de la realidad?
‘El trabajo de los ojos’ empieza con la noticia muerte del oculista de la narradora y la revelación de su estrabismo como una enfermedad aparecida en la infancia y la multiplicidad de males oculares que pueden aparecer, a causa de ella, a lo largo de su vida. Sobre estos tres ejes, Mercedes Halfon (1980) erige un bello libro, en el que, hilvanando pasajes llenos de humor, curiosidad, asombro y reflexión, profundiza en la amalgama de aquellos elementos que posibilitan y dificultan el acto de ver.
“Es una máxima que puedo aplicar a otros aspectos de mi vida. En vez de apoyarme en lo que funciona bien, pongo sistemáticamente la energía sobre lo que falla. Es un mecanismo de la crítica”. (p. 21)
La predisposición surgida a temprana edad para mirar de manera distinta, debido al estrabismo, se torna en la obsesión de la narradora. Explora cómo ello afecta sus relaciones familiares y amicales. Una familia caracterizada por esta marca física. Una herencia indeseada. Madre e hijos compartiendo estas carencias oculares. Años de visitas a centros oftalmológicos. La dificultad para hallar las cosas. Esforzarse siempre más que los demás y cómo ello puede resultar por ratos tortuoso y cansino. Halfon vuelve esta característica indeseada en motor de escritura pues, como dice, “(…) cuando empezamos a notar los procedimientos es porque algo se está malogrando” (p. 40)
Y que sean los oftalmólogos especialistas en niños las autoridades científicas en lo referido al estrabismo, le confiere a este mal una seña de cicatriz de infancia inamovible. Una herida que arde en cada visita médica, en cada chequeo y tratamiento nuevo. Una niñez permanente en los ojos, la imposibilidad de desarrollar una mirada adulta, “como los demás”. Ello provoca a lo largo de la vida otra lectura de lo que se percibe. Un código distinto para entender el mundo, menos definido y más subjetivo. Más aún con la ceguera, la extinción total de la luz:
“A veces creo que la vista es un bien de ese tipo. Algo que existe de forma irrefutable, muchos la poseen, pero hay un punto oscuro, un precipicio rocoso desde donde cae a un fondo de pantano inaccesible”. (p. 22)
Este andar por puntos ciegos, distorsionados, estrecha el vínculo de la narradora con su vocación literaria, en un intento de aprehender lo que no se puede captar fácilmente con la mirada, a través del lenguaje. El pasar horas incontables de soledad tratando de descifrar emociones, experiencias, el sentido de la realidad. Escribir como una forma de guiarse por la vida:
‘Llorar por un dolor opaco y persistente. El conocimiento sería un calmante al permitirnos encontrar una forma reconocible, una regularidad. Convertirlo en relato. Tenga o no una solución’. (p. 86)
La estructura fragmentaria dota al libro de un ritmo pausado en el que se invita al lector a detenerse en cada pasaje. Hay ensayo, aforismos, datos históricos. Historias personales y familiares. Un enfoque heterogéneo con un efecto cautivante. Y si bien, en cierto pasaje se dice que el relato esconde la trampa de conocer el final de la historia y ser una ocasión perfecta para la exageración, el recomendar con entusiasmo este libro no lo es.
Una minúscula utopía. Cuando la poesía florece el jardín arde de Marco Gonzales
Por Cristhian Briceño
En este volumen parecen coexistir dos libros. El primero está conformado por textos de largos títulos, a menudo descriptivos, los cuales dejan anticipar lo que se viene, ora la impronta orientalista, ora la voz coloquial; son poemas donde el elemento narrativo va construyendo no una historia sin más, sino una amplia metáfora que prescinde de la parábola o del desenlace: ahí está, por ejemplo, la imagen de lo trascendente que nos pasa desapercibido o de la libertad largamente reconquistada, por mencionar algunas. El segundo libro está ordenado por números y lo conforman poemas de índole reflexiva; encontramos aquí una especie de fervor en la palabra y en lo que ésta significa para la edificación de la realidad donde habitamos; el epígrafe del volumen intenta justificar este segundo libro: «muerte y vida están en poder de la lengua, el que la ama comerá su fruto»; aquí, el poema se torna intuitivo, y, según entiendo, es esta intuición la que el autor intenta ensayar en los poemas narrativos. Lo que se intuye, sin duda, es la poesía que promete la palabra, aquello que, a manera de profecía, se va formulando y fortaleciendo a lo largo de las páginas e ingresa en el terreno de la fe, de lo venerable, de lo inalcanzable. En verdad, la alternancia de los poemas es un acierto del presente volumen y, así, se encuentra un equilibro entre la acción y su justificante. El autor, Marco Gonzales (Chiclayo, 1982) parece entregarnos esta dinámica como una forma de plantear su credo poético, aquel que nace de un recogimiento hacia su interioridad para explorar desde ahí sus posibilidades en cuanto a creador. He dicho que parecen alternarse dos libros, pero esta cohabitación se transforma en pura simbiosis: libro A y libro B van trenzando sus naturalezas a la manera de un caduceo, de una doble hélice. De eso trata el volumen.
Para continuar leyendo la reseña, puede descargar el texto completo en este enlace.
‘Tengo el ritmo de las máquinas’ cantaban Los Prisioneros[1] con un pulso siniestro e irónico. Una canción sobre jornadas cronometradas hasta el mínimo, responsabilidades fijadas. Una tranquilidad forzosa, disimulada bajo la creencia de que adaptándose uno logra la estabilidad interior. Es así que cualquier interrupción se vuelve un fastidio, algo que suprimir a la mayor celeridad posible. La protagonista y narradora de Desubicados comienza a padecer insomnio tras ver interrumpido sus sueños por la aparición de nuevos vecinos y sus sonidos sexuales cerca de las tres de la mañana (macho y hembra, los califica). Lo que al inicio valora como un acontecimiento positivo para su propio matrimonio, deviene en un incordio insuperable, especialmente, al no poder identificar con exactitud de dónde provienen los ruidos. Ante ello, la única salida que concibe es dormir en una banca de zoológico alejada de los seres humanos, lo cual calma su ánimo al transformarse voluntariamente en un bicho. Una situación tan banal y hostil provoca que dicha solución no se perciba tan descabellada.
Los libros de Maria Sonia Cristoff (Trelew, 1965) interrumpen y frenan el vértigo de la rutina. Uno podría, de forma superficial, definir a sus personajes como desequilibrados y asociales –¿Lo son realmente? –. La exploración de esa pregunta es la que lanza a uno a develar capa por capa lo narrado en sus novelas. ¿Hay de verdad tanta distancia entre uno y esa protagonista que duerme en zoológicos y se siente más cercana a los animales que a los seres humanos? ¿Por qué no podríamos tomar la decisión de arrancar y optar por ese camino? En medio de esas interrogantes, un pasaje:
“¿Tendré miedo de comprobar que no es cierto que la inadecuación es una cuestión de orden geográfico? Porque saber lo sé: siempre es sencillo reconocer la falacia de los lugares comunes, lo que no es tan sencillo es comprobar cómo a pesar de eso, de ese saber, un día el lugar común hizo carne en nosotros, nos convirtió en sus súbditos. ¿Será el pánico a vivir en un lugar sin zoológico?” (p. 73)
A lo largo de la novela, la narradora viaja con la mirada atenta al comportamiento animal en cautiverio y recrea cómo el hombre va dejando su huella, negativa por lo general, en la existencia de estos seres con cuya vulnerabilidad se ve identificada y comprendida. Las imágenes de ciudad, el invento humano por excelencia, son de aturdimiento y zozobra, una cadena de extirpación de aquello que escapa de la norma humana, capaz de mellar toda voz y aplastar todo gesto de incomodidad.
“De todas las cosas que los animales van perdiendo a medida que se integran a un zoológico, los sonidos propios son una ¿Será que ya no hay nada que avisar? ¿Qué ya no hay a quien avisarle?” (p. 34)
‘Resaca existencial’ se repite en varias páginas y vaya sustantivo. Resaca. Molestia, escozor, esa sensación molesta tras tanto ruido y celebración a la que se nos empuja en la contemporaneidad. ¿Celebración por la explotación disfrazada de ‘hiperproductividad’ como medida máxima de eficacia y éxito? ¿Por la disminución de horas de ocio? Cristoff, como en ‘Inclúyanme afuera’ y ‘Mal de época’, logra captar los sentimientos de desajuste interno e inadecuación en la mirada respecto al resto. Expone el momento en que el disfraz de heterogeneidad que se propugna como emblema moderno esconde un exotismo controlado, un zoológico de puertas abiertas en las que ser humano, cansa.
“Salgo a caminar entre las jaulas, a moverme un poco tal vez me ayude a pensar mejor. Solo que no puedo sacarme de encima este sueño, este sopor. Lo cubre todo, me absorbe, no me deja terminar de entender nada. ¿Será este el estado de aturdimiento del que hablan algunos filósofos contemporáneos cuando analizan la cuestión de lo animal y lo humano? ¿Cómo puede alguien tomar una decisión adecuada -y no solo eso: trascendental- en este estado?” (p. 67)
Y es que, ¿quién define lo humano hoy? ¿Desde dónde se hace? Son preguntas que inciden en los derechos sobre cuya ausencia se erigen las prisiones que nos encierran, asfixian; construidos cual espejos que nos motivan a la reflexión y –en última instancia– a atormentarnos. A removernos y desubicarnos.
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Datos del libro reseñado:
Maria Sonia Cristoff
Desubicados
Libros del Laurel, 2014. 140 pp.
[1] En ‘Otro Día’, track n° 12 de La cultura de la basura (1987)
Hijos de la guerra (Hipocampo Editores, 2020), Premio Luces 2020 en la categoría cuento, del escritor peruano Enmanuel Grau (Lima, 1987) contiene ocho relatos donde sobresalen dos tópicos específicos: los afectos (sean de pareja, familiares, amicales o literarios) y la violencia. Esta última se desarrolla tanto en el espacio urbano que hace referencia al barrio y a la collera (y cuyo antecedente se puede encontrar en la obra de Oswaldo Reynoso, Julio Ramón Ribeyro y en el primer Vargas Llosa). Esta violencia colinda, a la vez, con lo marginal. Se manifiesta también con lo vivido en la época del terrorismo en el Perú, sobre todo en espacios distantes o periféricos.
El primer cuento, que precisamente remite a los afectos, se titula «Guerra perpetua», cuyo personaje principal es Georgette Phillipart, la viuda de César Vallejo. Ella es la narradora que cuenta en primera persona una serie de hechos relacionados a su vida de pareja y también en sus anhelos como mujer, precisamente con la maternidad. El tiempo y espacio de esta historia se ubica, en un primer momento, en el penúltimo día de vida de Georgette, pues al inicio del cuento se señala como paratexto el lugar y la fecha del despliegue de esta voz narradora: Maison de Santé / Lima, 3 de diciembre de 1984 (ella fallece un día después). Y menciono este tiempo y espacio como primer momento porque remiten a un segundo espacio y tiempo que corresponde al último día de vida del poeta en París (1938), cuando él se encuentra en la clínica agonizando (las frases: «me dijo, con un hilo de voz» y «Y tus ojos arden, tus ojos arden» guardan relación al momento previo a su muerte). Este efecto de tiempo sobre tiempo, además del tema literario, no solo colocan a este cuento como el mejor del libro. Se suma el uso de un lenguaje intimista y lleno de sentimientos que muestran, o recrean, a través de la ficción, los momentos que vivía la pareja, más aún con el contexto de la Guerra Civil Española y con el último libro con el que se cierra la obra total del poeta:
[…] Él intentó abrazarme. Me solté, fui hasta la mesa, tomé las cuartillas y las arrojé sobre la estufa. Nos quedamos mirando en silencio cómo ardían. ¿Qué si me siento culpable, qué si tengo remordimientos? Me parece que no. A estas alturas ya todo está saldado. Recuerdo que entonces estalló lo de España y el incidente, junto al libro, quedó olvidado. O eso creí. Cuando César enfermó, juré ocuparme de todo, con tesón, como lo he hecho siempre, hasta ahora. Incluso, había decidido entregar el libro, nuestro hijo de la guerra a los editores. Pero todo cambió la última vez que lo vi en la clínica. Entré en el cuarto y con solo mirarlo supe que él lo sabía todo. (p. 15)
El segundo cuento se titula «La Pampa». Sus personajes son unos jóvenes que transitan en determinada zona de Lima. La mención del Cerro San Cristóbal, el jirón Madera, el Mercado Modelo y un arenal (La Pampa) donde ocurre el desenlace de esta historia define el comportamiento y el nivel socioeconómico de los personajes, lo que brinda un aporte a la literatura peruana en temáticas urbano-marginales, muy al estilo de Enrique Congrains o el mismo Oswaldo Reynoso. Se suma el lenguaje procaz y su comportamiento violento correspondientes al segundo tópico que prima a lo largo de libro. Aunque en este cuento también se encuentran los afectos amicales y fraternos. Lo mismo podría decirse del cuento «Al otro lado del río» donde la violencia se manifiesta en otros ámbitos que van más allá de las personas:
No sé por qué recordé lo que habíamos hecho la otra vez. Estábamos por Puente Trujillo. Cerca de un basural unos perros rugían con furia sobre un gato. Lo habían malogrado a punta de mordiscos. Los espantamos con piedras: ¡lárguense, fuera! El gato estaba allí, todo magullado y nos miraba con ojos que parecían humanos. (p. 80)
En este mismo cuento, la presencia del río y el lodazal de los alrededores, junto con el olor y la oscuridad del espacio, además de la mención de otras grandes arterias de la ciudad, como la avenida Francisco Pizarro (p. 89), sirven para que la mayoría de los lectores, sobre todo para los lectores peruanos y limeños, reconozcan y ubiquen al distrito del Rímac como escenario principal. Para los lectores foráneos es necesario mencionar que se trata de un distrito bastante antiguo que se fundó en el siglo XVI en el inicio del virreinato del Perú. Además, se caracterizaba por albergar a buena parte de la población afrodescendiente e indígena y es donde se funda el legendario barrio de Malambo, de mucha tradición artística y culinaria. En este distrito, también se construye la famosa Alameda de los Descalzos, escenario de muchas historias virreinales. Es allí donde la Perricholi realizaba sus famosos paseos vestida de tapada. Este lugar aún existe en la actualidad, pero, desafortunadamente, no es considerado dentro del circuito turístico por su nivel de inseguridad. La representación de este emblemático distrito no es recurrente en la literatura peruana última. Su antecedente más cercano (si es que no caigo en el error ante la falta o desconocimiento de otras lecturas) es la novela Malambo de Lucía Charún-Illescas, además de algunas Tradiciones peruanas que toman este distrito como escenario («Un cerro con historia», «Don Dimas de la tijereta», «El castigo de un traidor» o «Pancho Sales el verdugo»).[1] Por tal razón, se pueden considerar estos cuentos de Enmanuel Grau sobre el Rímac como un considerable aporte.
Otro de los cuentos que también se desarrollan en este distrito (sobre todo por su mención -otra vez- a La Pampa, además de La Huerta y a centros educativos como Lucy Rynning, el Patrocinio y Esther Cáceres como lugares de atracción para sus personajes varoniles) corresponde al cuento que le da nombre al libro: «Hijos de la guerra», cuya historia gira en torno a un acto violento desencadenado también por personajes jóvenes, específicamente por escolares de secundaria. Por otro lado, la mención de un personaje de nacionalidad chilena remite, irremediablemente, al episodio de la Guerra del Pacífico, e incluso, a las diferencias raciales que aún existen, sobre todo en una ciudad como Lima. Otro punto en común son las peleas callejeras entre bandos juveniles a partir de un afecto quebrado.
Siguiendo con el tema de la violencia, esta se aborda en referencia al periodo de la guerra interna y/o terrorismo, sobre todo en sus consecuencias. Sucede en cuentos como «Desborde en la penumbra» y «Recuerdos de Chepén». El primero transcurre en un espacio que ya no es precisamente rural. Este corresponde al crecimiento de la ciudad, a sus extensiones, muy a pesar de que no forma parte de un gran urbanismo debido a su distancia. En esta ocasión, se trata de un distrito alejado y en formación cuyo nombre es Santa María, que también cuenta con un río y con otra amenaza latente proveniente de la misma naturaleza. Aunque la amenaza mayor corresponde a las explosiones, a la falta de luz y a las incursiones de un grupo armado que detiene y tortura a sus pobladores si es que se resisten a sus órdenes. Las acciones tendrán sus adeptos, pero también sus opositores. Esta diferencia trae consigo un cuestionamiento a los afectos familiares, sobre todo entre padres e hijos. Se suman los desastres naturales como los deslizamientos y huaicos tan comunes en estas zonas periféricas:
Las noticias sobre las explosiones llegaban a Santa María con los periódicos, pero no habían ocurrido antes, ni siquiera en la parte más alta del valle. Por eso, cuando el fluido eléctrico dejó de funcionar, después de que las torres de alta tensión colapsaran, supimos que enfrentábamos algo mayor, una calamidad que no era inocente y ciega como la fuerza de la naturaleza. (p. 35)
La violencia del terrorismo y sus consecuencias también llegan a otras zonas fuera de la capital, especialmente en ciudades o pueblos de la costa norte. Ocurre en el cuento «Recuerdos de Chepén». Aquí el personaje femenino se encuentra en un conocido balneario tratando de tener unas vacaciones que la ayuden a olvidar el dolor sufrido por los acontecimientos de violencia, pero este sosiego resulta imposible. Su relación con otros amigos y extraños la hace sentir vulnerable:
Tú despiertas. Lees otra vez, como cada mañana: «En acción heroica el mayor Ramírez fue abatido anoche por una cuadrilla de Sendero, después de combatir en desventaja unas cuatro horas». Cuando bajas a la recepción, Claudia ya tiene media hora esperando. La acompaña Richard y tú apenas reconoces en ese hombre serio y amable al muchacho de entonces. (p. 98)
Lo peor de todo es que el sufrimiento persiste. Solo el recuerdo queda como un consuelo. Esto mismo imposibilita un final resolutivo. La resignación es la única salida. Algo similar ocurre con el cuento «Instrucción final», que remite a otro tipo de violencia, relacionada en parte con el terrorismo, o con los rezagos que quedan de ello en determinadas zonas del país. Los personajes aquí son militares: soldados provenientes de provincias. Uno de los escenarios es la sierra sur del Perú. Este espacio presenta un clima totalmente opuesto al cuento precedente (asumida como una visión representativa de la diversidad de nuestro país). Se suma el uso y efecto de tiempos intercalados. El inicio, por supuesto, menciona una evidente violencia (y tragedia) tan propensa en la vida militar donde los errores se pagan caro:
Hace algún tiempo Santos murió dinamitado en Juliaca, en las alturas del Perú, mientras el pueblo entero preparaba la fiesta de la Candelaria. Ocurrió durante unas maniobras militares de instrucción que debían graduarlo en su cargo de alférez y que por descuido (esto consignan los informes que encontré en el archivo militar) no pudo celebrar en vida, sino en una capilla ardiente, acompañado de cachacos contritos, rodeado por las heladas de la puna. (p. 104)
Finalmente, hago mención del cuento «Juanrra». Otro de los mejores de este libro, sobre todo por desarrollar el afecto literario, más aún con la poesía. Este cuento aborda la admiración hacia un poeta trascendental en la literatura peruana última, más aún por tratarse de un miembro fundador del reconocido grupo Hora Zero. Me refiero al poeta chiclayano Juan Ramírez Ruiz. Es inevitable no encontrar una influencia de Roberto Bolaño a lo largo de esta historia, pues sus otros personajes son precisamente unos jóvenes poetas universitarios apasionados por la literatura que admiran la obra de este poeta mayor. Vale la pena considerar también la relación del mismo Bolaño con los poetas de este movimiento para entender esta actitud y pasión hacia las letras. Pero vayamos a los personajes. Primero en referencia a los poetas jóvenes universitarios que buscan un ejemplo y paradigma como Juan Ramírez Ruiz. Así es como se presenta a uno de ellos:
La tertulia se hundía en el sopor, cuando en la mesa de lectura hizo su aparición un muchacho más o menos de nuestra edad. Rechazó el micrófono que le ofrecieron y no tomó asiento en la silla que le estaba asignada, sino que procedió a acuclillarse en el suelo. Entonces Julio y yo escuchamos el poema más increíble que habíamos oído a un chico como nosotros. Este hablaba, en un tono sublime, de algunos espacios de la ciudad jamás pensados como poéticos, como, por ejemplo, los suburbios del Rímac, rutas de travestis golpeados en la noche cerrada que eran rechazados de los hospitales por no tener documentos de identidad, o sobre los cachacos de palacio de gobierno, muertos de hambre mirando estúpidamente la Plaza Mayor de Lima, deseando incendiarla. Se llamaba Pepe y desde esa madrugada en que nos emborrachamos hablando de poesía, formamos un tridente inseparable. A diferencia nuestra, Pepe era un poeta de la noche; es decir, conocía de sobra los lugares donde se leía y comentaba poesía. (p. 55)
Estos jóvenes amantes de la poesía, estudiantes de letras en una universidad nacional, cuyo local se encuentra en el mismo centro de Lima, desean desarrollar sus proyectos poéticos guiados por la obra de Juan Ramírez Ruiz. Es así como el poeta mayor se hace presente en esta historia:
Una voz grácil dio inicio al evento. Juanrra permaneció inerme en el escenario, escuchando distraídamente a sus compañeros de generación que leían sus poemas o contaban anécdotas o chistes hasta que le tocó hablar de él. Alguien puso sobre sus manos el micrófono y en la sala del Gremio de Escritores hubo un silencio prolongado y denso o elocuente. Juanrra golpeó con los dedos el aparato, carraspeó una, dos veces y dijo que la poesía era algo que él no podía explicarse sin los amigos aquí presentes y también otros que no habían podido llegar por falta de recursos o ganas o incluso debido a la desgracia. Entonces, como obedeciendo a un impulso o un mandato, Juanrra leyó el más hermoso de sus poemas. Este hablaba sobre un poeta y su ciudad. Un poeta que ha perdido su ciudad y sus libros (mencionaba la cantidad de libros) producto de un terremoto. (p. 61)
Es precisamente la desgracia, mencionada en este fragmento, la que impide el regreso o el retorno de los amigos. Esta se presenta aquí como un anticipo para otorgar un fin trágico y triste a esta historia, pero, a la vez, esperanzadora solo a través de la poesía.
A partir de lo expuesto, se puede determinar que Hijos de la guerra es un gran inicio en la carrera literaria de un escritor como Enmanuel Grau, no solo por su bagaje de lecturas y experiencias, sino también por su misma propuesta. Eso sí, y esto corresponde a la edición del libro, habría que tener mayor cuidado al momento de la diagramación. Aunque este tema ya corresponde al editor y no precisamente al autor.
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Datos del libro reseñado:
Enmanuel Grau
Hijos de la guerra
Hipocampo Editores, 2020
Puntaje: 4.5/5
[1] También se podrían citar algunas obras de José Diez Canseco o de Alfredo Bryce Echenique, donde se menciona este distrito, aunque sus personajes y/o protagonistas no son precisamente citadinos o moradores de este espacio.
Andanzas y reescrituras: apuntes para perderse en Lima
Notas de lectura
Por Lisandro Solís Gómez
Javier Arnao Pastor, Paulo César Peña y Tania Reyes Arcos, miembros del Colectivo Cultural Río Hablador, acaban de publicar el singular volumen Andanzas y reescrituras: apuntes para perderse en Lima. Esta obra reúne un conjunto de textos de naturaleza híbrida que se caracterizan por proponer un acercamiento a la ciudad desde la perspectiva de los ciudadanos que la habitan. La pluralidad de registros textuales que se vinculan en cada texto, así como la diversidad de escenarios y dinámicas sociales que ponen en escena se conjugan de una forma única y brindan una mirada atípica del paisaje urbano. Sin duda, esta obra es la culminación de una serie de escritos que, a través de sus redes sociales, este colectivo ha venido difundiendo desde hace unos años.
No obstante, tal vez, el principal promotor de este proyecto sea Paulo Peña, quien desde la publicación de su primer libro, Cada ventana tiene su propio cielo (2013), ha mostrado interés por conjugar en sus textos lo reflexivo, lo íntimo y el espacio de la ciudad, así como su memoria. De hecho, Peña ha continuado en esta senda con 1945: Jorge Eduardo Eielson, vida y canción en Lima (2015) y Peregrinación a Santa Beatriz (2016), libro que es el origen de unos recorridos urbanos que cada cierto tiempo emprende el autor con un conjunto de interesados.
Andanzas y reescrituras, desde su edición, acepta variedad de formatos como maneras válidas de acercarse a la ciudad. La asociación de imagen y palabra dentro del libro es uno de los primeros detalles que llama la atención. Esta asociación se expresa a través de una secuencia intercalada y casi rítmica de fotografías, collages y textos. El libro, en general, propone acercarse a partir de la experiencia cotidiana de quien habita y circula la ciudad. Se trata de mirar, escuchar y sentir el espacio que nunca es únicamente físico, sino que, en varios pasajes, parece ser también espiritual, al punto de resonar en lo más íntimo de quien escribe.
La colección reúne catorce textos que oscilan entre la narración, la crónica, el apunte reflexivo, el poema en prosa, el ensayo sociológico y la bitácora personal, a veces incluso en la misma página. Otro rasgo destacable es la recuperación del punto de vista personal para aproximarse a la urbe. La voz de los habitantes de los distintos rincones de Lima invade los textos, y, en ese sentido, el libro brinda una visión panorámica y relativamente extensa de la capital. De allí surge el carácter coral del conjunto: son múltiples miradas e interpretaciones de la ciudad que surgen de la experiencia íntima de los redactores que encuentran en la escritura un medio para explorar(se). Este último aspecto encaja con el carácter maleable que posee la escritura de la mayoría de los textos del conjunto. No obstante, esta apuesta por la heterogeneidad formal resulta realmente efectiva cuando se combina con la percepción y el análisis de la vida urbana. Esta ecuación lamentablemente no siempre se consigue, razón por la que no todos los textos alcanzan el mismo nivel de compromiso, desarrollo y profundidad.
De los catorce textos, sin duda, destacan los dos de Javier Arnao, «Cuando viajar es un deporte de contacto» y «Al final del arcoíris». De ellos, resulta de mayor interés el primero que propone una caracterización sucinta del código moral del limeño promedio a partir de la experiencia de viajar en el sistema de transporte del Metropolitano. Este texto de Arnao es una exhibición de destreza técnica, como se puede apreciar desde el inicio: «Seis de la mañana. La ciudad pega un salto de la cama. Se quita de golpe el traje y el fotocheck. Va a la cocina y se mete a la ducha fría. Coge la toalla y se lava. Coge el peine y se seca la cabeza. Coge el cepillo de dientes y se despeina la melena» (p. 49). No obstante, este despliegue de recursos no resulta banal ni impertinente. Por el contrario, se propone una indagación específica, casi científica: «Las calles, los servicios públicos son excelentes laboratorios para analizar nuestra idiosincrasia» (p. 50).
Arnao consigue reflexionar de forma aguda sobre lo que un simple viaje puede revelar sobre la naturaleza de los pasajeros, casi como si de la fricción de la carne se pudiera deducir el tenor y la densidad de un alma. Así, la predilección, por lo inmediato, el egoísmo o la falta de empatía resultan los rasgos que caracterizan a los viajeros de una de las líneas de transporte más usadas por los limeños. De esta forma, concluye Arnao, el bus se convierte en «casi una metáfora del Perú (cuerpos próximos, almas distantes)» (p. 54).
Otro texto que resalta es el de Lucía Egas, «La melodía de Lima». En él se narra el recorrido de la autora, quien presenta autismo, hacia la Casa de la Literatura. La mirada de Egas consigue problematizar el carácter inhóspito de la ciudad hacia aquellas minorías que también la conforman. De hecho, el texto constituye una revelación, porque permite comprender que transitar por la ciudad puede constituir una verdadera hazaña para una persona con autismo. Lima es caracterizada por Egas como una «ciudad hostil» (p. 64) para quien escapa a cierto espectro psicológico. Este diagnóstico parece resonar con otros textos, como el de Tania Reyes, «Por la noche, las bicicletas»: «Lima es una ciudad cruel para nosotras y de ser atacadas, lo mejor que nos podría pasar es ser asaltadas» (pp. 135-136). Pertenecer a una minoría o ser mujer, entonces, supone vivir en una condición de mayor riesgo. El diseño de la ciudad parece rechazar lo diferente.
No obstante, el recorrido que propone Egas posee el mérito de presentar una imagen del espacio urbano desde la mirada de quien padece autismo. Ver la ciudad desde esa perspectiva es una manera diferente de aprender a mirar al prójimo y, tal vez, de interesarse por él. Además, Egas, pese a la adversidad, concluye que su recorrido es también una forma de capturar la ciudad y volverla amable (y acaso bella): «Los sonidos tienen formas, y si veo una forma la relaciono con su respectivo sonido. Empecé a reconstruir sonidos de mi paso por las calles de Lima. Y ese fue mi primer recuerdo con ella: la melodía de mi paso por sus calles» (p. 66).
Finalmente, el texto de Tanús Simons, «Más allá de nuestros muros», consigue articular lo social y lo étnico de manera efectiva en una indagación sobre la identidad, el espacio y el sentimiento de pertenencia que tienen como símbolo principal el cerro Casuarinas y el famoso Muro de la Vergüenza que lo divide. La narración de Simons transcurre entre Chacarilla del Estanque (Surco), San Juan de Miraflores y Moyobamba, y problematiza la forma en que los prejuicios y los estereotipos determinan nuestra forma de interactuar con los demás. Unas de las principales virtudes de esta lectura es su capacidad para esclarecer el trasfondo de lo que parece obvio en la vida cotidiana.
Por ejemplo, la clásica pregunta por el lugar de residencia se revela como un dispositivo para clasificar a las personas e insertarlas dentro de un mapa social que determina de forma anticipada qué se puede esperar de ellas. Al respecto, Simons señala lo siguiente: «¿Dónde vives? Esa frase, en Lima, es más compleja de lo que aparenta. En una sociedad clasista, la pregunta esconde la intención de etiquetarte, juzgarte y creer que ya te conocen los suficiente. La dirección de la residencia puede ser más importante que el nombre o, incluso, más representativo que el número de DNI» (p. 155). De esa manera, esa pregunta es la arista de un mecanismo que opera casi de forma inconsciente, y permite a las personas desenvolverse y sobrevivir en la ciudad.
En síntesis, considero que Andanzas y reescrituras es un libro valioso, que escapa a las aproximaciones, a veces desgastadas, que ofrecen la ficción o el peor periodismo. En un medio editorial aún en desarrollo, una propuesta como esta resulta sumamente refrescante. No obstante, no se debe olvidar que esta colección es —repito— el resultado de un proyecto que, gestado desde hace cuatro años, se ha consolidado gracias al trabajo constante y paciente de los integrantes del Colectivo Cultural Río Hablador. Considero que el principal mérito de esta colección radica en brindarle al lector nuevos ángulos de una ciudad que nunca deja de sorprender, que, arisca y huraña y a veces violenta, todavía puede ser un terreno fecundo para la esperanza y, tal vez, para la reconciliación.
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Datos del libro comentado:
Javier Arnao Pastor, Paulo César Peña y Tania Reyes Arcos (eds.)
Andanzas y reescrituras: apuntes para perderse en Lima
Exercício do olhar / Ejercicio de la mirada (Amotape Libros, 2020), de Tanussi Cardoso (Río de Janeiro, 1946), es una de las últimas entregas de traducción hecha en el país sobre poesía brasileña y llega a cargo del vate Óscar Limache. Afortunadamente, la simbiosis entre los esfuerzos de Limache y la editorial Amotape por continuar la inserción de nuevos autores extranjeros en nuestro idioma no se ha visto interrumpida. Ya en anteriores oportunidades, dicha labor ha traído las propuestas de clásicos como Rabindranath Tagore o Carlos Drumond de Andrade, así como las voces contemporáneas de Ademir de Marchi, Paulo de Toledo, entre otros. Visto de esa manera, el camino para acceder a estas lecturas imprescindibles, en buena parte, se nos allana gracias al reto asumido por Limache (sin olvidar a otros traductores de este sello como han sido Renato Sandoval o Jorge Nájar) y la tarea de difusión que, en casi una década, ha logrado Amotape. Ahora bien, tan igual que con otros títulos del catálogo impulsado por su editor Alfredo Ruiz, creemos que el poemario que nos ocupa también es capaz de ofrecer una variada riqueza en claves de lectura a dilucidar.
Aunque la elección del texto a traducir, tal como lo expresó Limache en un diálogo virtual con Cardoso, correspondió por un lado al desafío que el libro implicaba, también señaló un aspecto que notó a lo largo de su lectura: “¿Por qué elegí este [poemario]? … Porque había misterio, creo que un poemario debe tener misterio, y no digo que haya un crimen que resolver ni un fantasma que va a aparecer sino un misterio en las palabras, las palabras ocultan algo” (Feria Internacional del Libro de Huánuco, 2021, 25:32 – 25:47). Por nuestra parte, consideramos conveniente sumar a esta característica puntualizada por el traductor otras coordenadas que contienen sus páginas.
Una vez hemos ingresado al poemario, como podría sugerirnos el propio paratexto del título elegido por Cardoso, es posible adelantar que aquí no se habla necesariamente de una postura contemplativa o pasiva, sino de sugerir la labor incesante a la que el poeta se entrega, desprendida por el sustantivo ejercicio —tomando en cuenta, además, la interacción del concepto de mirada con los conceptos de vista y ojo—. El poema homónimo, por su parte, en su vertiginosidad, en su opción por “no dar concesiones”, como describe el traductor al estilo de Cardoso, va de lleno a objetos, autores y discursos sobre los que posa su reflexión y da cuenta de lo que como poeta continuamente recoge en la cotidianidad y en el ejercicio reflexivo.
Dividido en tres secciones, el caso de sus paratextos nos indica también la opción por determinados absolutos (“EL TIEMPO”, “LOS DÍAS”, “LAS NOCHES”) que, a su vez, el poeta hace dialogar entre sí al indagar constantemente en el tiempo y el viaje. Se trataría de un viaje que se desdobla en el viaje interior y en el terreno de los sentidos y el cuerpo. De aquí es posible emparentar los títulos del poema con el que inicia el libro (“óvulo I”) y el último (“óvulo II”), que, aunque podrían dar la apariencia de un viaje circular, cuentan con sus propias reglas.
Cabría también hacer un énfasis en lo que a la idea del tiempo refiere el poemario, ya que parece alentar en Cardoso diferentes búsquedas en relación con la vejez, la labor poética, el diálogo con la tradición, el cuerpo, la religión y los lazos familiares. Como ejemplo, podríamos tomar el poema “ciertas respuestas”, que sin problemas podría considerarse un arte poética expresada a través de una extensa relación de elecciones en el quehacer poético del autor, así como sus implícitos rechazos. Ante esa declaración de principios a lo largo del poema, nos encontramos así con un autor cuyos temas y expectativas en torno de la poesía no espera agotar. Más incluso, intuimos que permanece atento a dejar una interrogante sobre cada una de ellas toda vez que le sea posible.
Mención especial requeriría el poema “sobre el nombre de las cosas”, quizá uno de los más logrados del conjunto por su poder evocativo. El tema que bien podría traer a colación vendría a ser el lenguaje como herramienta para construir el mundo y la realidad, y de cuyos límites (aquella “prisión”, como la calificaba Nietzsche) no nos es posible huir. En esa línea, el poeta refiere la búsqueda de un origen: “cuando caminábamos/ en la arena,/ los nombres no existían” (p. 37), “eran noches/ y días indefinibles, las/ cosas” (p. 39). Otro poema al respecto vendría a ser “génesis”, donde también se establece una relación con la sensibilidad y el cuerpo. Empero, las once partes que compone el poema guardan otros matices. El tiempo se presenta aquí como otro eje al interior de varios de los versos. Reflexionar sobre él y su naturaleza nos devuelve a lo que llegó a decir Borges, ya que en su opinión representaba
… el misterio esencial, es la perplejidad esencial, ya que es el problema de nuestra identidad personal. Si yo pienso en mí, no soy solamente el que existe en este momento… yo soy también mi pasado, pero ese pasado en su mayor parte ya está olvidado y sin embargo hay algo que persiste. Ahí está todo el misterio del tiempo. (BillEvansArquivo, 2019, 28:42 – 29:12)
Recordemos otras interrogantes que el argentino añadió a este respecto: “¿Quién soy yo? ¿Quién es cada uno de nosotros? ¿Quiénes somos?” (como se citó en Johnson, 2016).
En esa línea, vemos en el poema los cuestionamientos que hace Cardoso sobre la repercusión del tiempo y la identidad: “¿cuántas caras tenemos?/ ¿cuál de ellas se llama amor?/ ¿quién en nosotros se dice la/ muerte?/ ¿cuál enciende la vela del/ templo?” (p. 49) o el diálogo con la tradición: “¿quién nos carga en los hombros?” (p. 41). El mismo Borges, incluso, es mencionado por el autor en el poema homónimo “ejercicio de la mirada”.
Cabría un señalamiento similar sobre el tiempo para el poema “fiat lux” o el poema “gerais”, donde al tema de la identidad personal se adhiere el de la identidad local, así como a una suerte de mantra cuya figuración sobre el tiempo en cinco de las seis partes del poema también es notoria: “Todo pasa/ nada pasa”. En la constante sobre la tradición, hacen acto presente en otros momentos del poemario autores fundamentales de la literatura brasileña: “[Monteiro] Lobato me enseñó/ las letras/ y la tierra de las cosas” (p. 69). También se puede ver esto en el poema “cántico para guimarães rosa” o “el río dentro de mí”, dedicado al poeta João Cabral de Melo Neto.
De igual manera, encontramos a lo largo del libro la opción por el tono del ensayo (otro sinónimo que quizá podría asociarse al de ejercicio), lo cual podemos ver al fijarnos en otros paratextos de los poemas (“sobre las horas”, “sobre el mar”, “de la esperanza”, “de los misterios”, “del aprendizaje del aire”, “de la poesía”, “sobre el oficio”, “del placer de la escritura”, “sobre lo humano”). Su empleo reiterativo nos daría a entender la intención cuestionadora, no cerrada al debate por parte del autor. Cabe esperar, entonces, en este recorrido, que la habilidad del poeta nos lleve a ver los objetos y discursos una y otra vez, pero haciendo diferente la experiencia.
Otro punto para rescatar del poemario de Cardoso es el juego de la mirada como redescubrimiento. La poesía muchas veces busca el reverso de la realidad a la que estamos habituados, busca el paralelo de las cosas para así convertirlo en belleza. A nuestro criterio, esto es posible de comprobar especialmente en poemas como “los ojos de los desvanes”, “fotografía”, “sobre el mar”, “huésped de las aguas” o “legado”.
Asimismo, los temas en torno a los lazos familiares como el padre y la madre tienen lugar en poemas como “tiempo de espera”, “retoque en el retrato” o “el hilo tenue del tiempo”. Otro tema trasversal que puede desprenderse en el poemario, que tendrá más ejemplos en la parte final del libro, vendría a ser la muerte y cómo, al hablar de ella, la intención de percibir de una manera distinta no se agota, sino que se hace más presente. Lo podemos ver en los poemas “como si no fuera un adiós”, “sobre el mar” o “de la esperanza”.
Menos amplio, al igual que la sección final, en “LOS DÍAS”, si bien figuran poemas con definiciones que ensaya el autor (véase “poesía” y “de la poesía”) o en torno al propio instrumento empleado por el poeta (“las palabras”), encontramos un trabajo sobre todo con el tópico del cuerpo (véase “en la carne”), especialmente en el poema más extenso de dicho apartado, “rutas”, donde a un elogio del cuerpo del sujeto amado paralelamente vemos un reconocimiento del hablante lírico en relación a su propio logos, reconocimiento al que la experiencia vital lo ha llevado y da cuenta de ello, así como sus propias limitaciones frente a un mundo que no ha dejado de observar: “nada sé de lo que suele llamarse vida” (p. 175), “pero sé de las horas/ en que las palabras se olvidan de existir/ cuando todo se abre en silencio” (p. 177), para terminar destacando un elemento como el mar y los objetos afines a este: “y sé que el mar es el que me ama/ es el que resiste en el vientre/ del abismo que me acecha” (p. 181).
Si para “LOS DÍAS” aparecen poemas ubicados en torno al ejercicio escritural y el cuerpo, en “LAS NOCHES”, vemos temas con un tono en apariencia crepuscular como es la muerte. Además de los poemas “legado”, “canción para quien se queda”, “suerte”, “casa”, “casi parábola” y “óvulo II”, donde se puede percibir este tópico, encontramos una relación de convicciones que surgen de la relación con la poesía, tal como puede notarse en el poema “el río dentro de mí”. Igualmente, otro poema a destacar en este apartado sin duda vendría a ser “las sombras son”.
Cabe detenerse por unos instantes más en torno al tópico de la muerte. Si atendemos a la cronología del autor (quien llegaba a los sesenta años cuando apareció la edición original de este libro en el 2006), podríamos tal vez entrar en lo trabajado por Edward Said respecto del estilo tardío, concepto con el cual postulaba que, en los grandes creadores, frente a la proximidad de la senectud y el deterioro natural del cuerpo, con la cercanía de la muerte, su obra “determina un nuevo sentido, o una reubicación del valor de todas las cosas” (Ródenas de Moya, 2010, p. 32). Sería de gran provecho establecer si este libro presenta una nueva dimensión respecto de anteriores propuestas o si es una reafirmación de sus primeras búsquedas. Esto se podría comprobar con la aparición en nuestro idioma del resto de libros que precedieron a Ejercicio de la mirada. Tengamos en cuenta, a su vez, que este título le valió a Cardoso el reconocimiento al mejor libro de poesía por el Congreso Latinoamericano de Literatura.
Como invitación al lector, citamos también algunos de los comentarios de parte de Cardoso sobre el trabajo de Limache, quien, además, es fundador del Proyecto Tabatinga de Traducción Literaria:
… sus traducciones hicieron sobresalir lo mejor de mis poemas en la sintaxis, ritmo, rima y armonía, pero sobre todo porque mis poemas no perdieron en ningún momento su sentido original… Pienso que, en algunos momentos, algunas cosas han cambiado en imágenes tan preciosas, tan ricas, tan bellas, quizás solo posibles en la lengua española. Sabemos que es muy difícil traducir portugués, pero la habilidad de Óscar en encontrar soluciones es fantástica. Muchas veces lanzando nuevas luces a mi poema original… Por su puesto, lo pienso así, solo un gran poeta como es Óscar Limache podría hacerlo con tanta perfección. (Feria Internacional del Libro de Huánuco, 2021, 22: 10 – 23:49)
Es más que una fortuna leer en una edición bilingüe y al alcance de librerías locales la poesía de un país tan próximo y a veces tan alejado en el conocimiento de su producción literaria como es Brasil. El reto de su edición es a todas luces enorme, pero no podemos dejar de señalar el trabajo discreto y firme como el de Amotape Libros. En esta ocasión, vemos concretado uno de sus variados esfuerzos gracias al financiamiento de los Estímulos Económicos para la Cultura (otorgados por el Ministerio de Cultura), el cual obtuvo en la categoría de traducción para el poemario de Cardoso en el 2019.
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Referencias
BillEvansArquivo. (2019). Borges – Encuentro con las Artes y las Letras -1976 RTVE [Video]. YouTube. https://www.youtube.com/watch?v=yQqWohB45x8
Feria Internacional del Libro de Huánuco. (2021). EJERCICIO DE LA MIRADA DE TANUSSI CARDOSO [Video]. Facebook. https://www.facebook.com/104317525002613/videos/2877925215759339
Johnson, D. E. (2016). El can de Kant. En torno a Borges, la filosofía y el tiempo de la traducción. Ediciones/ metales pesados.
Ródenas de Moya, D. (2010). El estilo tardío y la autorrepresentación. Revista de Occidente, (344), 23-41. https://ortegaygasset.edu/wp-content/uploads/2018/07/02_Domingo-Rodenas.pdf