Caballos entre la niebla
Por Sebastián Uribe
Al revisar el perfil de un escritor cuya obra no se ha leído, el interés que dicho texto despierte dependerá enteramente de la capacidad del biógrafo para hacerte cómplice de su obsesión. Un texto de estas características narra mucho más que la vida del biografiado pues, aunque esta esté llena de hechos grandiosos, espectaculares o morbosos, un perfil es el relato de una búsqueda en la que el lector es testigo de una cadena de elecciones: qué resaltar, a quién preguntar, qué contar, qué ignorar. Qué narrar. Cómo compartir esa fijación por una historia al mismo tiempo que se la descifra y, en consecuencia, contagiar la curiosidad por todo lo que este autor o autora haya escrito, con el conocimiento de las circunstancias en que dicha obra se gestó.
La obra de María Luisa Bombal ya es un clásico en los planes lectores de las escuelas chilenas, pero su nombre no está tan presente (aún) en el imaginario de los lectores peruanos, más allá de una reciente reedición de Seix Barral publicada hace unos años. Este perfil de Diego Zúñiga (Iquique, 1987) no solo explora los hitos biográficos de la autora, originaria de Viña del Mar, sino que también revela una cartografía de relaciones, influencias, amistades y conexiones que nos acerca a una época germinal para libros clave en la literatura latinoamericana del siglo XX.
Bombal, perteneciente a ese club de los denominados ‘escritores Bartleby’, como Josefina Vicens o Juan Rulfo, tuvo una producción literaria tan corta como grandiosa. ¿Por qué tan breve? ¿Era todo lo que tenía que decir? ¿Cuáles fueron los desafíos y experiencias que enfrentó durante su irrupción artística siendo una mujer chilena en la primera mitad del siglo XX? ‘El teatro de los muertos’ nos revela una vida tan trágica como estruendosa, cubierta por una niebla de prejuicios y olvidos planificados, en la que el machismo juega un rol clave para que la figura de María Luisa Bombal se disipe.
Zúñiga identifica a la muerte de su padre a temprana edad, el vacío que supuso este hecho y las figuras masculinas con las que se relacionaría en su juventud y adultez como los episodios gatilladores de la desdicha y la locura de Bombal. Hechos que provocaron las fracturas emocionales que incidirán en sus textos, permeando su sintaxis de una intensidad que busca revelar el mundo interior de sus personajes, como se sugiere en el libro:
“Sin embargo, lo que sobresale es la atmósfera que construye y que será indistinguible de su estilo: la idea de que narrar no significa, necesariamente, avanzar. Su escritura se detiene, revolotea, va hacia atrás, fija su objetivo en el paisaje, en el territorio, en los detalles que le permiten ingresar en la interioridad de sus personajes, en aquello intangible que define las vidas que ha decidido narrar”. (pág. 50)
Uno de los méritos de Zúñiga es explorar potenciales vínculos entre vida y obra, es decir, cómo esta última es una respuesta a la primera, una forma de hacerle frente a la tragedia. De esto dan cuenta los fragmentos de entrevistas que el autor inserta en el libro y en la que deja colar cómo su narrativa revela en la ficción los tormentos que yacían en su espíritu:
“La verdadera tragedia es así -responde María Luisa- profunda y aparentemente cubierta por un manto de indiferencia. Cada uno lleva en el fondo de su alma una tragedia que se empeña en ocultar al mundo…” (pág. 68)
Pero no todo es drama, pues el perfil también da cuenta de las amistades que Bombal sostuvo con escritores de su época, una lista abrumadoramente masculina en la que resaltan nombres como el de Pablo Neruda, Jorge Luis Borges u Oliviero Girondo. Salvo Gabriela Mistral, no serían muchas las conexiones con otras escritoras hasta años después cuando se convirtió una gran inspiración para escritoras como la uruguaya Armonía Somers, cuya identificación con la obra de Bombal da pie a uno de los pasajes más emotivos del libro:
“(…) María Luisa recibe una carta de la escritora uruguaya Armonía Somers. Se la envía desde Montevideo, en junio de 1971, junto a un ejemplar de su novela ‘La mujer desnuda’. Es una carta hermosa que devela una genealogía latinoamericana, la escritura escurridiza de una serie de narradoras del siglo XX, una hermandad que se forja en contra del costumbrismo y del realismo y de cualquier noción conservadora de la literatura (…) Novelas, cuentos escritos para el futuro, textos que no fueron comprendidos en su momento: la poesía, los deseos, las imágenes oníricas, la intimidad, la vida privada, los afectos que se desbordan y en los cuales indagan estas narradoras con un ímpetu brillante, político en muchas de ellas”. (pág. 97)
La vida rodeada de una lengua ajena en Estados Unidos y la vuelta a un Chile a punto de iniciar su período más oscuro, son eventos que definen los años finales de Bombal. En estos años, el hálito del desamparo se solidifica alrededor de ella y corroe su confianza: premios que no se dan, deudas que acechan, rupturas familiares insalvables. Llega el reconocimiento de los lectores, pero eso no resulta suficiente para vivir decentemente, ni para aliviar los remordimientos que empiezan a acechar intensamente. El silencio narrativo es definitivo, tal vez el único eco posible a una aparición tan brillante.
«(…) y un amor que va a tratar de borrar con el lenguaje privado que inventó para sus ficciones, aunque al final de estos años de gracia, al final de estos años intensos, creativos y misteriosos, de todas formas, le explotará en la cara: ese amor, esa tragedia, esa historia que parece que no se va a acabar nunca». (pág. 35)
Y este, en efecto, no se acaba, pues, como sugiere Lucía Guerra, una de las entrevistadas por Zúñiga, al margen de sus declaraciones y su posicionamiento político e ideológico, Bombal no dejó de pertenecer a una sociedad patriarcal en la que terminó perdiéndose, más allá del espejismo de inclusión que este sistema aparentó otorgarle.
‘El teatro de los muertos’ es el retrato de una autora que a través de su obra intentó despejar la bruma que le impedía vivir en coherencia con su sentir. Que en su ficción dio cuenta de una pasión cuyo vigor derribaba la moralidad conservadora de la época. Este perfil es un homenaje y una invitación a leer (o releer) a Bombal y deslumbrarse por la fuerza atemporal de su literatura, un lenguaje capaz de sobrevivir a las adversidades que vivió su autora y que resistió el olvido. Una obra que no puedo esperar a descubrir al mismo tiempo que termino estas líneas.
*****
Datos del libro reseñado:
Diego Zúñiga
María Luisa Bombal, el teatro de los muertos
Ediciones UDP, 2019. 141 pp.