¿Dónde quedarse? ¿A qué lugar pertenecer? La poesía cual peregrinaje a los recovecos de la memoria. En el nuevo poemario de Carlos López Degregori (Lima, 1952) se despliegan elementos de distinta naturaleza como una forma de aventurar una respuesta a las dos preguntas iniciales: personajes históricos, locaciones deslumbrantes, autores de obras inmensas, mística oriental. Un asombroso mapa que sirve para hallarse y perderse a la vez. Aquí a continuación, una selección de tres poemas:
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UN DURAZNO EN LAS TERMAS
Llegas con una jarra y humedeces mi frente pecho sexo las plantas abismales de los pies. Ah, extraña, venida de la extrañeza más grande. Ah, bañadora de los baños que limpian mi asfixia. Ah, agricultora.
Riegas con el agua de tu jarra el jardín de mi piel y brotan rosas anómalas. Humedeces los pliegues, las imperfecciones. Conviertes cada lunar en ceniza venidera.
El sol de la tarde es un durazno. Extiendes tu mano y lo arrancas del cielo. Extraña fruta que se parece a mis versos. Muerdo la codicia y el jugo de su carne hasta que solo queda en mi boca la dureza pulida del carozo: es el óbolo que me entregas para alcanzar la Luz o la Oscuridad.
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PIAZZA DI SPAGNA
En la imagen aparece una sombra que puede ser la mía
Es la Piazza di Spagna en el año de 1990:
los escalones son los dientes del verano
y se recortan los ángulos de la casa de Keats y Shelley
Vine a cerrar mi peregrinaje
a que su Romanticismo compense la debilidad del mío
Han pasado 35 años y regreso:
trato de proyectar la misma sombra
ahora anciana
El tiempo es un carrete
en los dedos temblorosos de un fotógrafo
la juventud un lugar posible y allí retorno
Roma estridente
Roma de la fotografía en la que se alarga mi sombra
como una proyección que me lleva al pasado o al futuro
La Piazza di Spagna en perturbado contraluz:
mi peregrinaje a un lugar imposible
que anhelo como posible
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VELLOCINOS | 5
Una fila de Vellocinos atraviesa la Tierra. La constelación de Aries los orienta. Vuelan llenos de servidumbres corporales, temporales: bulbos que golpean como cráneos en las planicies transparentes. Tu piel cae en rodajas moradas.La lámina de acero contra la muñeca es una sonrisa, la prolongación de una Cebolla teatral, la muerte elegida que marcha deprisa o se detiene. Nada de lo que fui llegará a ustedes: apenas la risa, la insolencia victoriosa.
Un afilador sube por la calle y crece en sus notas sucesivas el arco de su silbato.
La Literatura es fuego es, probablemente, una de las piezas teatrales más emocionantes y precisas sobre el deseo latinoamericano de escribir novelas y el vaivén constante e inestable que significa dedicarse a la escritura de ficción en contextos como el nuestro, donde se suele enaltecer la acción concreta y desdeñar la artesanía intelectual.
Por el título y la portada, esta pieza podría interpretarse como un homenaje al afamado escritor peruano o apenas una adaptación teatral de El pez en el agua (que es aquí la fuente principal que estructura escenas y personajes), pero la biografía de Vargas Llosa es solo la excusa perfecta, el gancho temático de la autora para introducirnos en el territorio personal, íntimo, y apenas reconocido, de las ilusiones perdidas y los sueños cumplidos, de los anhelos frustrados y los logros inesperados; pero también de la dicha familiar y el consuelo de los amigos, de la energía épica para insistir en lo que creemos, y, por consiguiente, de la tristeza de escoger el rumbo e irse despidiendo de las demás ideas y personas que alguna vez iluminaron nuestros días. En suma, de ese espacio íntimo que es también compartido, donde se engendra la exigente responsabilidad de luchar contra las circunstancias, contra las dificultades individuales y colectivas, y contra aquellas derrotas ajenas que nos fueron heredadas, aquellos prejuicios aprendidos o ruinas de un pasado que aún intenta definirnos.
Mariana de Althaus disecciona al detalle, escena tras escena, diálogo tras diálogo, la lucha de un grupo de personas virtuosas (madres y abuelos que cuidan, hijos que agradecen, amigos que ayudan, parejas que celebran, los tantos Mario que escriben, en el ayer y en el antes de ayer), por sobrevivir al estado de cosas que les ha tocado –y por intentar cambiarlo, superarlo o mejorarlo–, sin que ello implique que dejen ser fieles a sí mismos o que olviden el núcleo de su propia identidad y ternura, el lazo de familia.
Lo que comienza como una reunión familiar en Cochabamba (Bolivia) y Piura (Perú), donde un tal niño Mario es el engreído de tíos y abuelos, siempre dispuestos a recitar versitos o contar anécdotas, transita luego hacia la tempestuosa, agria y jaranera vida limeña, criolla y mediocre, para luego avanzar hacia una polifonía formidable de personajes de ficción, con personajes de nombres reales, que, bajo un ritmo parecido al ritmo de novelas como La casa verde o Conversación en la Catedral, intercambian opiniones desde lugares y tiempos distintos, entremezclándose, anudando cada uno con su parlamento el desenlace exuberante de una llamada a las cinco de la mañana y el anuncio posterior, en vivo y a nivel mundial, del reconocimiento del Premio Nobel.
Así, La literatura es fuego supone una cartografía dramática, detallada y conmovedora de un impulso humano casi automático, casi esencial: la necesidad urgente de agradecer o recordar, nombre por nombre, a una variedad de personas, inmediatamente después de lograr algo difícil o improbable. ¿De dónde surge ese impulso? ¿Cómo surge? ¿Qué relación se teje entre el logro conseguido y la persona nombrada o recordada? ¿Cómo así se enlaza ese presente de victorias con ese pasado? ¿Por qué esa alegría al borde de las lágrimas, por qué esa emoción?
La autora se aproxima a una respuesta y nos la muestra. Responde cada una de estas preguntas y nos conduce al lugar de las emociones extremas. A lo largo de su pieza, reímos con gracia, degustamos el sonido de algunas frases célebres, volvemos a ver a grandes escritores en escena (Gabriel García Márquez, Jean Paul Sartre, Camus, Luis Loayza e incluso la voz gálica de Cortázar), nos preocupamos con ansiedad de los preparativos para distintos eventos (un viaje, una publicación, un examen, un matrimonio, un complot universitario), nos paralizamos ante la violencia sádica de un marido contra su esposa y de un dictador contra su pueblo, y nos maravillamos ante el mundo desbordado de la literatura, de la celebración jubilosa de la ficción, y la participación cada vez más constante de personajes ficticios salidos de las novelas de Vargas Llosa, el modo por el cual cada uno de ellos interactúa con personas de verdad: el formidable juego de ver al escritor peruano hablar con Carlos Ney, a la Chunga respondiendo a Abelardo Oquendo, a Lituma respondiendo al tío de Mario, a Carmen Balcells hablando de Carmen Balcells, y, en fin, al poeta, al esclavo, a la niña mala, a Trujillo, a Mayta, al Hablador.
Mariana de Althaus nos transporta a todos los momentos personales que para Mario Vargas Llosa fueron significativos o decisivos, contados en un sinfín de entrevistas y perfiles, y a la vez nos muestra, como los dramaturgos clásicos, el fuego secreto que anida entre nosotros, la energía que nunca se agota –la voluntad–, y esa ternura que, a veces, o casi siempre, solemos olvidar. La obra resulta así un soplo de ánimo que, usando la biografía de Vargas Llosa como excusa, interpela nuestras violentas y latinoamericanas circunstancias, y acicatea, allí mismo, a la literatura y el fuego.
“En el siglo XXI ya no podemos creer en genios, pero sí en Don Quijotes”1
Por Jack Martínez Arias
Carlos Fonseca tiene veintiocho años. Nació en Costa Rica, pasó parte de su infancia y adolescencia en Puerto Rico y fue a la universidad en los Estados Unidos. Se doctoró en literatura latinoamericana (Princeton) y ahora vive en Londres. Tal vez por ese recorrido vital, tal vez no, Carlos Fonseca se atrevió a construir un personaje que quiere “escribir la historia universal en clave íntima”. Tan genial como delirante, este personaje es un anciano que lleva algunos años desconectado del mundo, viviendo en algún punto de los Pirineos y emprendiendo una tarea monumental: narrar su vida en relación con los eventos históricos más determinantes del siglo XX (o viceversa): la Revolución de Octubre rusa, la Guerra Civil de España, Mayo del 68… Pero esa escritura no es convencional, es—como reza la contratapa—una narración que reduce la historia política mundial “a unas cuantas citas, a unas cuantas imágenes, a unos cuantos instantes”. Lo que quiere el coronel, el protagonista, es “cifrar la historia”. Esto último no sorprende cuando nos enteramos que dicho personaje, en su juventud, fue un notable matemático (en la novela, Fonseca hace una recreación libre de la vida del matemático francés Alexander Grothendieck).
Carlos Fonseca, quien también quiso ser matemático alguna vez (se interesó por la lógica matemática, luego por la filosofía y terminó siguiendo a la literatura), debuta así en las letras hispanoamericanas. Y lo hace a lo grande. Coronel Lágrimas (Anagrama) se ha publicado con una de las casas editoriales más importantes de nuestro idioma. Fonseca confiesa que esto significa un gran paso en el despegue de su carrera. También dice que se formó como lector siguiendo el catálogo de la editorial española. Bolaño, Vila-Matas, Piglia, son solo algunos de los nombres que menciona cuando le pregunto al respecto. Fue Ricardo Piglia, precisamente, con quien se topó en la Universidad de Princeton. Según cuenta Jorge Herralde, mítico editor de Anagrama, el escritor argentino, al conocer el trabajo de Carlos Fonseca consideró que se trataba de “su alumno más brillante”. El alumno responde que al llegar a la universidad no se imaginaba lo que iba a aprender del maestro (así se refiere Fonseca a Piglia) y tampoco fue consciente de la influencia de este mientras concebía Coronel Lágrimas. “Mientras escribía la novela sentía que estaba escribiendo algo muy distinto a lo que escribe Ricardo Piglia. Y, sin embargo, recientemente, cuando tuve que releer la novela para corregir erratas, me encontré con su huella muy presente, aunque cifrada y tal vez un poco secreta. Fue una experiencia muy bonita. Nunca sabemos cómo nos influencia el maestro. No hace falta decir que lo aprecio muchísimo. Profesores como él, muy pocos, por no decir, ninguno”.
Coronel Lágrimas
Así nació la novela de Fonseca, bajo la influencia de autores fundamentales y sobreponiéndose a otra novela, a una que el autor venía trabajando previamente. Porque uno no siempre escribe lo que planea sino lo que necesita. Fonseca, escritor que se describe como metódico, iba fabricando otra historia, “una más larga y melancólica, más visceral, hasta que de repente me cansé y decidí escribir esta novela (Coronel Lágrimas), más juguetona, más alegre en cierto modo. Fue raro, escribí la novela como en un golpe de alegría, así que la escritura fue espontánea y muy aleatoria. Tal vez esta dinámica al momento de escribir se pueda ver en la fragmentación de las partes o en los juegos. Eso es algo raro, repito, usualmente no escribo así ni tan rápido. Coronel Lágrimas me tomó nueve meses”. Por supuesto, como siempre pasa con la literatura, no existe una relación directa entre un breve o largo proceso de escritura y la calidad del producto final. La novela de Fonseca, en ese sentido, fue escrita de un tirón y al mismo tiempo ha llegado a ser tan compleja como profunda, coherente e inteligente. Así, al abrir el volumen, el lector se encuentra con anécdotas curiosas del personaje y, al mismo tiempo, respira la atmósfera de contextos históricos trascendentales del siglo XX. La novela de Fonseca nos confronta con un sabio ermitaño, el coronel, el mismo que se propone hacer la “gran historia” con “hechos mínimos”. Ese transformar la manera en la que se transmite la información, dice Fonseca, tiene que ver con “nuestra época de sobresaturación informática.” El autor compara, entonces, la forma en la que aparece la información histórica en el libro con la manera en que nosotros, hoy en día, accedemos a la información a través del internet. “El que entra en Wikipedia sabe muy bien el placer que nos puede dar brincar de un artículo a otro. Es nuestro enciclopedismo moderno. Creo que la novela intenta narrar ese paso casi imposible, hoy día, de la pura información a la experiencia. ¿Cómo llegar de la información a la experiencia, del capricho informático a la experiencia vivida? La historia aparece entonces en dos formas, como mero dato informático y como experiencia. El coronel es, pues, el que intenta juntar las dos estructuras, la vida cotidiana y la vida histórica. Al fin de cuentas, la novela narra algo muy sencillo: un día en la vida de un anciano”. Y entrar al libro de Carlos Fonseca es, de alguna manera, entrar en esa dinámica parecida a la del internet, pues entre las narraciones nos encontramos con fragmentos que, a modo de datos tomados de Wikipedia, irrumpen en la historia. Le digo a Carlos que esa estructura se asemeja también a la de los hipervínculos que nos permiten saltar de un espacio a otro en la red, de una información a otra hasta el infinito. Le gusta la idea. “Es verdad que todos los fragmentos que aparecen como datos, tienen algo de esa estructura del hipervínculo. Del dato caprichoso y fortuito. Quería, ahora me doy cuenta, hacer una especie de crítica de esa especie de decadentismo informático actual, en donde a veces consumimos información desenfrenadamente sin ver hacia donde nos lleva. El coronel es un personaje, a veces siento, que tiene mucho de esos personajes decadentistas de las novelas de fin de siglo XIX. Creo que la apuesta política de la novela iba por hacer una crítica de este consumo indiscriminado de información.” Porque Carlos Fonseca considera que la información producida por la red está cada vez más separada de la experiencia: “Con ironía, nos rodeamos de datos y de esa forma nos apartamos de la experiencia. Narrar es una forma de juntar estos dos polos opuestos. Retomar la experiencia ya no simplemente peleándose con la información sino a través de ella”.
Historia universal, latinoamericana, íntima (o viceversa)
Leer Coronel Lágrimas me hace pensar en algunos testimonios latinoamericanos en un único sentido: libros como Biografía de un cimarrón (Barnet 1966) relacionan o alternan el relato de la vida del protagonista con la “vida” de la nación o de la región que éstos representan. Es decir, insertan la historia personal en una historia más amplia. Tras este comentario, Carlos Fonseca añade que, para el caso de su novela, el ámbito más amplio no sería ya el nacional, sino el global. El marco contextual es la Historia oficial construida por la Europa del siglo XX: la revolución de Octubre, la Guerra Civil Española, el Mayo del 68… Una Historia en la que, sin embargo, Latinoamérica no parece relevante. “En esa historia faltaba, sin embargo, un punto fundamental. Para mí, el más importante: América Latina. Fue ahí que imaginé ese segundo protagonista que poco a poco gana relevancia. La contraparte latina del Coronel: Maximiliano. Una suerte de hombre común que interrumpe y desvía la conciencia del protagonista y lo fuerza a pensar en otras geografías. En ese sentido, esta novela es una especie de inversión del paradigma de los testimonios. Acá se trata de desviar la Historia oficial hacia América Latina, se trata de incomodar a Europa.” Y a mí me parece que esta idea puede llevarse un poco más allá hasta sugerir que Coronel Lágrimas no solo inserta América Latina en la Historia oficial sino que, en una dirección diferente, también se incorporan ambas historias (la global y la regional) en la íntima, en la del coronel. Es decir, de forma inversa a la del testimonio, aquí no se trata de incorporar la vida íntima del testigo en la historia global, sino que la dirección es contraria, se trata de incorporar la gran historia global en la historia íntima del personaje. “Me parece muy sugerente esa idea de llevar la historia oficial hacia el plano de lo íntimo. Es tal vez esa tensión entre lo público y lo privado, entre la historia y lo íntimo, lo que produce, creo yo, cierto tono tragicómico a través de la novela. El coronel habrá atravesado la historia oficial, pero igual le toca ir al baño, recordar a las mujeres que amó, bailar un poco… Los placeres menores. Algo tiene la novela de esa foto en la que Borges aparece riéndose con un plato plástico en la cabeza. El erudito también tiene intimidad y ahí también hay comedia.” Fonseca menciona a Borges y traer al genio argentino a la conversación es inevitable. Más aún si en Coronel Lágrimas se puede encontrar a un protagonista que, como Borges en sus cuentos, apunta anécdotas históricas que son difíciles de falsear sin consultar las enciclopedias, pues el lector generalmente no está en la capacidad de afirmar, negar o contrastar estos datos. “Siempre sentí, mientras escribía la novela, que el coronel era una especie de Borges de fin de siglo XX. Sentía que Borges se había convertido en una especie de emblema para el enciclopedismo caprichoso en el que vivimos. Así que la novela es cierto ajuste de cuentas con esa enorme figura ambivalente que es Borges. El que negó la vida por los libros. Por otra parte, el otro referente que tenía era Bouvard y Pecuchet, ese gran libro póstumo de Flaubert en donde dos ancianos se dedican, con mucho humor, a experimentar con el conocimiento universal. Borges, creo, fue un gran lector de esa novela.”
La escritura como acto obsesivo
El Coronel reúne una serie de características que a primera vista parecen muy particulares. Es un anciano, es ermitaño y matemático, tiene síntomas de locura, delirios. Me pregunto si Carlos Fonseca considera que hay una relación directa entre esas características y la obsesión por la escritura. El autor responde que para él el gran protagonista de la novela moderna es el obsesivo y cita a Don Quijote, Moby Dick, Bouvard y Pecuchet, Absalom, Absalom! “Dedicarse a escribir una novela requiere aislarse, obsesionarse con la trama y con cierto estilo. Creo que eso se refleja en la picaresca del coronel. Sin embargo, no quería caer en la trampa del relato de genio tan usual hoy día. El coronel habrá sido un gran genio, pero intenté alejarme del retrato del genio acechado por su locura. No se trata de una mera tragedia, sino de algo que juega con la farsa. En el siglo XXI ya no podemos creer en genios, pero sí en Don Quijotes”. Carlos Fonseca, en ese sentido, construye un obsesivo contemporáneo. Y para hacerlo, emplea una serie de técnicas que convierten al lector en espectador. No por casualidad el inicio de la novela es el siguiente: “Al coronel hay que mirarlo muy de cerca. Acercarse hasta el punto de la molestia, hasta verlo pestañear en cámara lenta con ese rostro juvenil pero cansado que ahora vuelve a arrojar sobre la página” (13). La novela tiene una fuerte carga visual y Carlos Fonseca me explica por qué: “Fíjate, la novela surge de una manera extraña. Un día me levanto y escribo el primer párrafo: en donde ese efecto visual de close-up que mencionas está muy presente. A partir de ahí me dije: bueno, ya tengo una suerte de retrato del protagonista, ahora me toca escribir su historia. Lo visual, la idea del retrato, del esbozo, estuvo muy presente a través de toda la escritura. A veces sentía que se trataba de hacer un retrato de un mismo hombre desde todas las perspectivas posibles, algo parecido a lo que hicieron los cubistas en la pintura. Es tal vez una de las cosas que me gustan más de la novela, ese efecto de caleidoscopio”. Fonseca describe así su forma de narrar, usando la misma palabra que Ricardo Piglia usó para elogiarla: “La ópera prima de Fonseca tiene la forma de un caleidoscopio verbal intrigante e inolvidable”. Creo que no hay mejor forma de describir, en una línea, la naturaleza de Coronel Lágrimas. Y para terminar le pregunto a Carlos Fonseca, tras su debut literario, cómo se inscribiría él y cómo inscribiría su obra en el panorama latinoamericano contemporáneo. “Me parece que se están escribiendo cosas buenísimas. En el Perú, por ejemplo, he leído escritores que admiro mucho, como Francisco Ángeles o Jennifer Thorndike. Ahora mismo tengo muchas ganas de leer también tu novela, Bajo la sombra, de la que he recibido excelentes comentarios. Entonces, lo que veo es que muchos escritores de mi generación, la de los escritores nacidos en los ochenta—como Diego Zúñiga, Valeria Luiselli, Luis Othoniel, Diego Azurdia o Laia Jufresa—estan intentados en pensar cómo narrar más allá de eso que se ha llamado las ficciones del yo, o la auto-ficción. Es algo que interesa mucho: el regreso de la figura del narrador. Pero personalmente, no sé muy bien hacia dónde va la cosa”. Terminamos la conversación refiriéndonos a otra novela que Carlos Fonseca ya viene trabajando. Confiesa sentir algo de presión con respecto a lo que publicará en el futuro y con respecto a la recepción de Coronel Lágrimas. Pero confía en estar avanzando por el camino correcto: “Tengo la suerte de que ya estaba escribiendo otra novela antes de comenzar Coronel Lágrimas, por lo cual ya tengo una base bastante formada para la escritura. La otra novela es un proyecto distinto, más extenso y menos barroco. Más metido en contar una historia. Pero igual, con los mismos personajes obsesivos, las mismas cartografías globales, pero estaba narrada desde una América Latina alucinada”.
I Este texto fue publicado originalmente en el 2015 en esta web.
Salman Rushdie (Bombay, 1947) fue uno de los escritores estelares del Hay Festival Cartagena de Indias 2025, que en esta edición celebró sus 20 años. Y a pesar de la alta demanda e interés que suscitaba él y su obra, sólo tenía programada una presentación. Esta se realizó el viernes 31 de enero a las 7:30 pm en el Auditorio Getsemaní del Centro de Convenciones de Cartagena, la sede más grande del festival. Como era de esperar, el auditorio esa noche estaba repleto, a tal punto que los periodistas tuvieron que escucharlo entre los pasadizos y las escaleras. Una hora antes la cola ya se había formado en las afueras llegando a más de una cuadra de distancia, justo en el lado del malecón. Lo curioso es que en esta cola se encontraban otros escritores e invitados del festival. Y es que todos querían ver y oír a Salman Rushdie. Algunos transeúntes ajenos al evento, sean locales o extranjeros, observaban asombrados y se preguntaban si se trataba de la presentación de una estrella de cine o de la música. No, no era nada de eso. Se trataba de un escritor cuya única presentación ocasionó que muchos revendedores ofrecieran el costo triplicado de la entrada, porque en realidad sí que había bastante gente interesada en escuchar el testimonio de Salman Rushdie después de haber sufrido un ataque donde recibió más de diez puñaladas y donde casi pierde la vida. Este hecho ocurrió el 12 de agosto de 2022 en Nueva York en un anfiteatro donde se realizaba un conversatorio literario.
Todo lo ocurrido durante y después del ataque se cuenta en su último libro titulado Cuchillo (2024). Aun así, y a pesar de que muchos los presentes ya lo habían leído, no se podía dejar de lado la expectativa y curiosidad por lo que él iba a decir. Todos, además, querían aplaudirlo y demostrarle su admiración. Y es que no cualquier persona, sobre todo un escritor, recibe un ataque, quedando al borde de la muerte, se recupera y vuelve al ruedo como si nada, llegando a presentarse en público. O, mejor dicho, ante una multitud donde podía correr el mismo riesgo. Por tal razón se colocaron las debidas medidas de seguridad a pesar de que eran imperceptibles a primera vista. Sucede que en la primera visita de Salman Rushdie a Cartagena en 2009, él pidió que no se le pusiera ningún resguardo porque quería pasear tranquilo por la ciudad amurallada como lo haría cualquier turista. En aquella ocasión, apenas pisó el aeropuerto, y al ver una enorme presencia policial, enseguida quiso tomar un avión de regreso. Por suerte los organizadores lograron convencerlo de que ya no tendría a nadie más siguiéndolo. Entonces la policía colombiana derivó la responsabilidad al festival ante cualquier hecho que pudiera suceder. Por suerte no sucedió nada malo en esa primera visita ni tampoco en su segunda participación en el festival ocurrida en 2018. Para esta tercera visita se esperaba lo mismo. Igual había que tener cuidado. Aunque ya de por sí, al ingresar al Centro de Convenciones, el público debía pasar por un detector de metales. Y a pesar de este control, se implementó otra medida para el final del evento: Salman Rushdie firmaría libros en el mismo escenario del auditorio bajo la supervisión de los organizadores y sus voluntarios.
Salman Rushdie en conversación con Juan Gabriel Vásquez (Créditos: Ana Velásquez).
El conversatorio empezó a la hora exacta. Salman Rushdie ingresó al escenario acompañado por el escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez, con quien ya había conversado en una de sus anteriores presentaciones en Cartagena. Se sentó y observó a la multitud que abarrotaba el auditorio. Se le notaba tranquilo y despreocupado. También se le notaba contento de que el público haya llenado todas las butacas. En el borde del escenario había muchos fotógrafos, entre ellos, Daniel Mordzinski. También había cámaras de televisión. Había mucha prensa colombiana y extranjera. Todos querían tener registro de esta presentación.
En la primera intervención de Juan Gabriel Vásquez se mencionó justo eso. El interés de la gente en querer ver y oír a Salman Rushdie al punto de ocasionar una reventa que elevaba el precio de la entrada, incluso en dólares. Salman Rushdie agradeció este gesto del público de Cartagena que siempre se ha mostrado interesado en su obra. Por esta razón aceptó participar de esta 20° edición del Hay Festival a pesar del atentado que había sufrido. Y al hacer mención de este ataque, cuya noticia dio la vuelta al mundo, Juan Gabriel Vásquez empezó a preguntarle sobre los detalles del mismo y las consecuencias que provocó. La más visible es la pérdida de su ojo derecho, lo que le obliga a usar gafas de distinto color. El lente que corresponde a la vista perdida es de color negro.
Salman Rushdie en conversación con Juan Gabriel Vásquez (Créditos: Ana Velásquez)
Salman Rushdie confesó que nunca vio el cuchillo con el que le atacaron, por lo que hasta el momento no sabía precisar el tamaño ni la forma que tenía. Sólo recuerda lo que ocurrió después, y que está muy bien detallado en el libro. Eso sí, mencionó que fue un milagro que él sobreviviera. Fue un mayor milagro que el cuchillo que le hizo perder el ojo derecho por poco y no llegó a la cavidad del cerebro, sino hubiese perdido cualquier movilidad y hasta su estado de conciencia. Es decir, se hubiese convertido en un vegetal, por lo que esto significa otro milagro a pesar de que él no se asume como creyente. También confesó que la idea de escribir este libro provino de su agente Andrew Wyllie, y que él acató más como una terapia, muy aparte de las que llevaba en la clínica, y que le producían mucho dolor. Allí también comentó que durante la escritura surgió la intención de su parte de querer entrevistar a su atacante, que es presentado como un personaje del libro llamado con la letra A, que puede corresponder a la inicial de palabras como “asesino” o “atacante”, o de cualquier otro adjetivo que el lector quiera brindarle. Por supuesto que recibió una negativa contundente por parte de su esposa, la también escritora Rachel Eliza Griffiths, que estaba presente a un lado del escenario. (Ella también tenía una siguiente presentación en el festival por el lanzamiento de su novela Promesa).
Salman Rushdie en conversación con Juan Gabriel Vásquez (Créditos: Ana Velásquez)
Es justo ella quien toma relevancia en la segunda parte del libro como soporte emocional, y también de mucha fuerza, para que Salman Rushdie pudiera recuperarse. Por eso él considera que más que un libro de no ficción sobre la violencia y la venganza, Cuchillo es un libro que aborda el amor. Se trata del amor que revierte lo imposible, porque después de lo que le sucedió hubiese sido muy difícil que él volviera a escribir, mucho menos que regresara a los escenarios. Sin embargo, allí estaba él, en un inmenso auditorio lleno hablando de un nuevo libro suyo; y todo gracias a su esposa, a quien calificó como la persona que tomaba las decisiones más importantes de su vida.
Otro tema que se tocó en la conversación fue la política de Donald Trump, con quien Salman Rushdie no congenia en nada. Es más, confesó que él considera una mayor amenaza a sus seguidores, quienes son capaces de las peores atrocidades. Por otro lado, también habló de la necesidad de escribir siempre con humor, pues varias veces ha dejado de leer a grandes escritores que carecen de eso: de humor. Tampoco dejó de lado la importancia del libro, que desde su aparición siempre ha sido sentenciado a desaparecer, más aún con la creación de nuevos objetos tecnológicos que con el tiempo van quedando en la más completa obsolescencia. Sin embargo, el libro, como objeto creado, mantiene su vigencia a pesar del tiempo transcurrido, y eso siempre habría que considerarlo, y también celebrarlo.
Después de casi una hora de conversación, Juan Gabriel Vásquez pidió los respectivos aplausos para Salman Rushdie, quien otra vez observó a la multitud que lo aplaudía de pie y que ya estaba dispuesta a hacer una interminable cola para la firma de sus libros. Para ello se instaló una mesa y una silla en el medio del escenario para que él pudiera firmar con total comodidad a todas las personas que estaban dispuestas a quedarse hasta muy tarde con tal de recibir la firma y dedicatoria de este escritor al que se le puede considerar un sobreviviente de la violencia y la locura humana.
Salman Rushdie en firma de libros (Créditos: Ana Velásquez)
Al día siguiente, sábado 01 de febrero, se había programado una conferencia de prensa con Salman Rushdie. Allí estuvo presente la Revista Virtual El Hablador de Perú compartiendo espacio con otros medios importantes como El Espectador y RCN de Colombia, y El Heraldo y El Universal de México.
Antes de que él llegara se nos pidió formular una pregunta. La nuestra consistió en la siguiente: En Cuchillo haces mención de amigos colegas escritores como Martin Amis, Hanif Kureishi y Paul Auster que tenían problemas de salud mientras te recuperabas del ataque sufrido. Sucedió luego la muerte de Milan Kundera, otro amigo tuyo. ¿Cómo asumes esta nueva etapa de tu vida con amigos que ya no están?
Salman Rushdie en conferencia de prensa (Créditos: Ana Velásquez)
Salman Rushdie escuchó con atención esta pregunta. Se quedó pensativo, suspiró y luego procedió a responder: Dijo que él ya tenía 77 años. Y que esta era una edad cuando uno ya empieza a perder a amigos y a personas cercanas a su generación. Era inevitable. Era la ley de la vida, por lo que terminaba siendo algo triste, muy triste.
Y un gesto lleno de melancolía terminaba por confirmar el sentido de sus palabras.
Sus respuestas a las otras preguntas de los colegas presentes en esta conferencia consistieron en su negativa a la política de Trump, en la merecida sentencia que recibió su atacante (al que ya no tiene nada que decirle), sobre cómo sigue disfrutando del fútbol, de la vida y del amor (que ahora más que nunca resulta ser un tema interminable para él); y más aún de la literatura, sobre todo cuando confronta a la muerte y la supera. Para dar un ejemplo de ello mencionó a Federico García Lorca. Después de muchos años de su muerte, su obra sigue viva. Se le lee y se le admira. En cambio, a sus asesinos les sucede todo lo contrario. Ellos quedaron en el completo olvido.
Salman Rushdie en conferencia de prensa (Créditos: Ana Velásquez)
Entrevista a Leila Guerriero en Hay Festival Cartagena 2025
Por Omar Guerrero
La cita estuvo pactada para el segundo día del festival a las 11 am en las instalaciones del hotel Santa Clara, el más lujoso de la ciudad de Cartagena, que durante siglos funcionó como convento de las hermanas Clarisas, construido en 1607, justo 72 años después de haberse fundado la ciudad; y que aún alberga una cripta en uno de sus espacios convertido ahora en el bar del hotel. Lo curioso es que esta cripta se ha convertido en una leyenda, pues contenía un extraño vestigio que sirvió de inspiración a Gabriel García Márquez para escribir su novela Del amor y otros demonios, publicada en 1994.
Entramos a sus instalaciones de enormes columnas y techos altos. En sus paredes de color coral se habían colocado las fotografías de Daniel Mordzinski donde se encuentran retratados los principales escritores que han participado de las ediciones anteriores del festival, entre ellos Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa. Alrededor de su jardín de grandes palmeras y muchas plantas que cercan y ocultan la piscina del hotel se habían colocado mesas con la exhibición y venta de libros de los autores participantes de esta nueva edición con la que se celebraban los 20 años de haber llegado el Hay Festival a Cartagena de Indias. Como era de esperar, allí se encontraban los libros de la periodista y escritora argentina Leila Guerriero como Opus Gelber, Plano americano, La llamada. Un retrato y La dificultad del fantasma.
Hotel Santa Clara. Créditos: Omar Guerrero
Mientras esperábamos nuestro turno observábamos con detenimiento los objetos que forman parte de la sofisticada decoración del hotel sin dejar de percatarnos que pasaban por nuestro lado otros escritores invitados a esta edición del festival, y que también se encontraban hospedados en este lugar tan lleno de historia y de arte. Junto a estos escritores estaban otros periodistas de distintos países. Todos se mostraban alegres y entusiasmados gracias al Hay Festival.
Cuando llegó la hora indicada nos guiaron hasta la terraza del tercer piso desde donde se puede observar la inmensidad y belleza del mar caribe colombiano. Allí estaba Leila Guerriero sentada en uno de los sillones brindando entrevistas. Ella llevaba un vestido negro y usaba lentes oscuros. Su ropa era de tela delgada, propicia para soportar los casi 40 grados de temperatura que se imponían a pesar del viento que provenía desde el horizonte marítimo con sus constantes olas, lo que obligaba a Leila Guerriero a tratar de mantener en orden sus cabellos.
Entrevista a Leila Guerriero 1. Créditos: Ana Velásquez
Nos presentamos como la Revista virtual El Hablador de Perú, formada en su mayoría por egresados de la escuela de Literatura de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Leila Guerriero asintió, pues ya ha visitado muchas veces Perú. Fue entonces que empezamos la siguiente entrevista que debía de ser breve porque el tiempo en el festival suele ser muy ajustado:
Llegas a la historia de Silvia Labayru a través de una nota de prensa que te comentó el fotógrafo Dani Yako. ¿Él intercedió para el primer contacto con ella?
Bueno, sí. Yo le manifesté mi interés. Me pareció una historia impresionante. Dani me dijo: “¿Querés que le pregunte si quiere hablar con vos?”. La llamó y Silvia le debe haber dicho que sí porque Dani de inmediato me indicó que me comunique y me pasó su teléfono.
¿Silvia Labayru estaba dispuesta desde el comienzo a contar su historia o te costó convencerla?
No, no me costó convencerla, pero creo que en parte tenía que ver con el hecho de que le tiene mucho cariño, mucho respeto y mucha confianza a Dani Yako, que es su amigo de hace más de cuarenta años. Y no sé qué le habrá dicho Dani, pero no creo que haya tenido necesidad de convencerla porque ella es una mujer fuerte que nadie la convence de hacer algo que no quiera, pero de seguro que le debe haber dado un poco de confianza pensar que yo era una periodista que venía de parte de un amigo tan bueno, porque estaba segura que Dani no la iba a arrojar a los leones.
¿Cuántas veces visitaste la ESMA mientras escribías el libro?
Fueron tres veces. Están en el libro. La primera vez fuimos juntas con Silvia. Luego fuimos con un grupo de mujeres periodistas. Y también fuimos a una presentación. Pero antes ya había ido por mi cuenta.
La ESMA se convirtió en una especie de maternidad durante la dictadura. ¿Hay una cifra exacta de cuántos bebés nacieron allí?
Sí hay una cifra exacta, pero no la recuerdo ahora.
¿Cuál fue la percepción de Vera, la hija de Silvia, con esta historia?
Ella siempre lo supo. Decía que había nacido en la cárcel. Conocía muy bien la historia de su madre.
Hay personajes siniestros en esta historia. Uno de ellos es Amalia Bouilly, esposa de Alberto González, alias El Gato. ¿Ella sigue viva? ¿Intentaste conversar con ella o sus familiares?
No pensé en su momento en contactarla. Y si lo hubiese intentado, no creo que Amalia Bouilly hubiera hablado. Sucedió lo mismo con gente que no quiso hablar.
Entrevista a Leila Guerriero 2. Créditos: Ana Velásquez
Vamos con La dificultad del fantasma. Allí cuentas que llegas a una residencia escritores en España en la misma zona donde se refugió Truman Capote para escribir A sangre fría. ¿Cuántas semanas estuviste allí? ¿Y qué anécdota podrías contar de tus compañeros de residencia Sabina Urraca y Marcos Giralt Torrente, muy a parte de la presunción de un fantasma?
Estuve todo el mes abril y la mitad del mes de mayo. Fue bastante tiempo. Y no puedo contar nada que no esté en el libro, sólo te puedo decir que fue divertidísimo y entrañable. Hay muchas postales de cosas que hacía Sabina como ir a nadar o Marcos que se ponía a leer. Después no me queda más que marcar la diferencia entre lo público y lo privado.
Entiendo. Pero me hiciste reír mucho al mencionar los problemas prostáticos de Marco que siempre iba al baño de noche. Y partir de este hecho surge la presunción de una fantasma.
Totalmente. (Entre risas).
En esta crónica sobre Capote y A sangre fría mencionas también a Rodolfo Walsh y su libro Operación masacre, escrito años antes de A sangre fría. ¿Existe una crónica que aborde el crimen de Rodolfo Walsh contado a partir de la no ficción?
Por supuesto. Se ha escrito mucho sobre Rodolfo Walsh y son libros buenísimos. Dos ejemplos: María Moreno ha escrito sobre él (Oración) y Eduardo Jozami también (Rodolfo Walsh. La palabra y la acción). Lo bueno es que recién ahora se está conociendo la obra de Walsh, pero hasta hace unos años no era así. Estos títulos han ayudado mucho, sobre todo para colocar a Operación masacre como un libro emblemático de la no ficción.
En La dificultad del fantasma confirmas que A sangre fría no ganó el Pulitzer ni el National Book Award, lo que produjo la ira de Truman Capote. Si tuvieras la oportunidad de darle un premio, pero también tienes a lado a Operación masacre. ¿A quién le darías el premio?
A los dos. Sin ninguna duda.
En La dificultad del fantasma mencionas que tienes la costumbre o el hábito de correr en las mañanas antes de escribir (lo mismo hacía Mario Vargas Llosa). ¿Qué otras costumbres o hábitos tiene Leila Guerriero para poder escribir?
Muchas cosas como ver películas, tanto en el cine como en las plataformas. Aunque también están las lecturas, que es un gran combustible para escribir.
Entrevista a Leila Guerriero 3. Créditos: Ana Velásquez
Betina Keizman: “La literatura debe evitar la agenda”
Por Sebastián Uribe y Eliana Del Campo
Escritora, traductora y ensayista, Betina Keizman ha vivido, publicado y dictado clases en Chile, Francia, México y Argentina. Es autora de las novelas El diablo Arguedas (2023, finalista del Premio Fundación Medifé Filba 2024), Recurso de Amparo (2018), Los Restos (2014), El Museo de los Niños (2007) (infantil) y El Secreto de Marlene Rochoelle (1997) (novela juvenil) y el libro de cuentos Zaira y el profesor (1999). También del libro de ensayos Promesas radicales en las literaturas del presente (2022), donde indaga el pensamiento especulativo en una diversidad de escrituras latinoamericana actuales y establece comparaciones con las inventivas literarias de sus precursores.
Estuvo de paso por Lima a inicios de noviembre presentando El diablo Arguedas, publicada en Argentina por Entropía y en Perú por Animal de Invierno, sobre la que conversamos en esta entrevista.
En ‘El diablo Arguedas’ hay un tono humorístico y sarcástico, muy diferente de la atmósfera oscura de tus libros anteriores como ‘Los restos’. ¿Fue este un registro nuevo para ti? ¿Cómo viviste la experiencia de explorar este estilo?
No sé si es un registro tan nuevo, pero es uno que va ganando mayor relevancia y peso en mi literatura. Recurso de amparo, mi novela anterior, también está en ese tránsito pese a que se refiere a un acontecimiento muy fuerte: la muerte de jóvenes en el incendio de un local nocturno. No escribo siempre el mismo libro, incluso si hay preocupaciones o un uso del lenguaje que pueden conservarse. Cada libro pide un tono y una temperatura. “Los restos” es una distopía, si quieres, más clásica en su concepción. Puse la atención en la construcción de ese mundo, con restos que aparecen aquí y allá, trozos de objetos, esquinas de muros, restos de verduras. Cuando lo escribí pensaba en el exceso y en el desperdicio, y por eso tiene un timbre más barroco, una atención exacerbada puesta en lo material. Definitivamente es una novela más oscura, aunque en la segunda parte exploro otro tono, porque la protagonista hace arte con los restos, y de algún modo termina trastocando y apropiándose de la destrucción. Hace poco leí “Los últimos días de nueva París”, de China Mieville, un autor que desconocía cuando escribí “Los restos”, y en esa novela las obras célebres del surrealismo y la vanguardia aparecen moviéndose e interviniendo en la realidad. Si bien lo de China Mieville tributa a una estética y una lógica del videojuego, descubrí muchos puntos de contacto con lo que había buscado en “Los restos”.
También “El diablo Arguedas” acontece en un entorno distópico, pero eso apenas se precisa y el relato se focaliza en un universo más cotidiano, más ligero. Y como Arguedas tal vez sea un diablo pagano, dispuesto a la chanza e interesado en sembrar confusión, imprime un tono humorístico, donde el equívoco flota en la médula de cada suceso. Me divertí mucho escribiéndolo.
En la novela, el personaje del diablo desestabiliza la vida de Irene, pero con el tiempo su presencia se convierte en un problema cotidiano. ¿Crees que vivimos en una sociedad donde no hay escape a las tensiones diarias? ¿Qué papel juega la literatura frente a la disyuntiva de adaptarse o sucumbir?
No sé si hay o no escape, en todo caso no es la literatura la que va a señalar la senda. Por otra parte un grado de adaptación es muy propio de los seres humanos, algo que compartimos con las otras especies. Y si seguimos pensando en esa dirección, se supone que lo proactivo y la resistencia serían más específicamente humanos, pero no deja de ser una perspectiva bastante antropocéntrica. En cualquier caso, la literatura tal como yo la pienso es un espacio de creación, no sucumbe ni se adapta, patalea, forja, propone otras perspectivas. Está en perpetua pelea con muchas de las lógicas que imperan en el presente, en busca de otros entendimientos. Al menos eso se aplica a la dimensión artística, luego, lo que tiene que ver con el mercado, lo que los escritores hacen para vender, los monopolios, festivales, etc, esas lógicas no difieren de las que imperan en el mundo de las telecomunicaciones o en los sistemas privados de salud.
El diablo aparece en la vida de Irene, una peluquera precarizada. ¿Piensas que a veces nos enfocamos demasiado en los problemas del uso de la tecnología, mientras que muchas personas no tienen acceso a estas? ¿Qué tipo de historias crees que quedan fuera de foco por esta tendencia?
No sé, la desigualdad tecnológica es una más entre muchas otras desigualdades. Ignoro cuántos individuos o comunidades viven hoy libres de la penetración de los discursos de las redes, que me parece uno de los aspectos más terroríficos del presente, por las consecuencias que tiene. Me gusta que surjan esas preguntas, sin embargo, no me interesa pensar mi escritura, ni ninguna literatura en verdad, como un manifiesto político. La literatura y la política mantienen una íntima relación, pero se desplazan por carriles diferentes, resuelven sus problemas de otro modo. La literatura debe evitar la agenda y en lo personal no me atraen los registros épicos, los encuentro condescendientes. Los problemas del presente forman parte de nuestra vida y por lo tanto pertenecen al horizonte de la literatura, es desde esa experiencia que muchos escritores escribimos, pero prefiero que esas experiencias se sometan a un tratamiento más exploratorio, más cercano a la duda y a la imaginación, desde la incerteza. Respecto a esas historias precarizadas que quedarían fuera de foco, hoy también son parte fundamental de cierta agenda cultural, el problema es cómo se las aborda, que no sean pura expresión de mala conciencia o repetición de discursos que se han ahuecado.
La peluquería, escenario principal de la novela, es un espacio lleno de chismes y tensiones entre las trabajadoras. ¿Cómo crees que conecta este entorno con la obra arguediana, que explora conflictos entre clases sociales y dentro de ellas?
Ahí hay dos modelos en relación con los conflictos sociales y las emociones, tienes a Arguedas pero también tienes a Puig. Si en algún momento pensé en Arguedas como un fantasma, o un zombi que regresa, fue un homenaje, es cierto, pero también porque es difícil hallar en el presente un escritor con las características de Arguedas. Es lo que ya no puede ser, incluso si las preguntas que se hace Arguedas siguen conmoviéndonos. Su sensibilidad y su espíritu sacrificial hoy no calzarían en un panorama en que la autoridad de los escritores está devaluada. También es cierto que hay un Arguedas plenamente vigente, el de las hablas quechua marginalizadas, el que explora Chimbote, que recurre a lo documental, pero también a su propio diario. Esos son elementos que aparecen en mi novela, junto con cierto sonsonete de los personajes de Puig, pasados por Copi.
La novela resalta el deseo como un último vestigio de individualidad en los personajes. ¿Crees que hay un riesgo de que el deseo se estandarice o pierda su vitalidad?
Es un tema que me interesa. La Irene de la novela es una migrante que mide todo en términos de ascenso social, y por eso su peluquería replica a escala mínima las desigualdades sociales mayores. Ella misma supone tener muy claro lo que quiere, cuáles son sus objetivos. Pero la llegada de Arguedas, y en ese sentido es un verdadero diablo, la confronta a otras dimensiones del deseo que incluso no consigue expresar en palabras. Esos deseos que no alcanzan a nombrarse son un magnífico material literario. ¿Qué y cómo deseamos?, ¿cuál es el riesgo de que esos deseos se realicen? Lo sabemos desde Flaubert, no hay almas sencillas.
Antes de terminar, ¿qué novela o película te ha sorprendido últimamente y te gustaría recomendarnos?
Cuando estuve en Perú conocí a Ricardo Sumalavia. Acaba de sacar una novela que todavía no leí, pero sí un libro anterior, “Historia de un brazo”. Me pareció un libro excepcional, en la tradición de Monterroso o Arreola, probablemente también ligado la literatura oriental. Una pequeña joya. Acaba de salir también Clara y confusa, La novela de Cynthia Rimsky que obtuvo el premio Herralde este año, bellísima, entretenida, pura literatura.