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Reseña: Revista Hispanófila (2021)

Revista Hispanófila

El Perú en el nuevo milenio. Reflexiones y propuestas en torno al Bicentenario

Número 192. Verano 2021

Por Henry César Rivas Sucari[1]

La revista Hispanófila es una de las publicaciones más importantes sobre temas de literatura hispanoamericana. En el número 192, editado por Carlos Villacorta y Oswaldo Estrada, encontramos un eje temático, titulado: “El Perú en el nuevo milenio.  Reflexiones y propuestas en torno al Bicentenario”. Se trata de una de las pocas publicaciones académicas que dedican su número a contextualizar dicha celebración en medio de la pandemia de la COVID-19 y lo que ello significa para el país.  

La primera sección se denomina Reflexiones en torno al Bicentenario. El primer artículo se titula “Doscientos años y que nadie pare de contar”, de Félix Terrones. Aquí se aborda el contexto peruano a partir de la pandemia del 2020 en los gobiernos de Martín Vizcarra, Manuel Merino y Francisco Sagasti.  Terrones teje una línea entre esa realidad caótica y otra protagonizada por Justo Figuerola en 1843, narrada por Ricardo Palma en sus Tradiciones peruanas.  Este tipo de realidades (la “real” y la representada) presentan algunas coincidencias entre la anécdota y la narración de hechos absurdos y ridículos.  Por supuesto, no son ajenos los personajes como Alan García y el acontecimiento de suicidio, y tampoco el “gobierno de lujo” de Pedro Pablo Kuczynski. Pareciera que en la realidad peruana el caos y la literatura exagerada tendrían una relación de causa y consecuencia. Terrones propone imaginar la historia nacional en función a las promesas que no se han cumplido y los proyectos frustrados. De esta forma, obtendremos la historia nacional en un negativo fotográfico.

El segundo artículo fue escrito por Jacqueline Fowks. Este se titula “Artes sin canon [por el momento]. De Ness is sans confirmed, una revisión de ‘injusticias previas al Bicentenario’”. Este trabajo configura un fresco sobre las elecciones peruanas en la campaña electoral del 2021. Para ello, elige un trabajo del artista plástico Ness is Sans Confirmed, César Ávalos Arenas Paredes (publicista y comunicador social). La pintura se denomina “Injusticias previas al bicentenario”. Condensa una intertextualidad con hechos históricos donde la actuación de la policía peruana no ha sido del todo positiva, puesto que lamentablemente ha servido para intereses particulares más que al servicio de la población. Se alude a muchos intelectuales, como a Foucault, para intentar un ejercicio interpretativo sobre la cultura y su objeto de denuncia, además de la inclinación política que vivieron las personas en esas elecciones.

Grecia Cáceres escribe el texto “Frente a un manto Paracas en el Museo del Quai Branly ¿posicionándose en torno al Bicentenario”. Es una composición autorreflexiva sobre los 200 años de independencia del Perú. Alude a muchos de los males históricos que nos han aquejado. Parte desde la época de la Conquista y luego hacia la República.

La segunda parte de la revista se titula Neoliberalismo, biopolítica y movimientos masivos. Uno de los textos más interesantes lo constituye el artículo de Giancarlo Stagnaro: “Neoliberalismo en el rock peruano. Las promesas sobre el bidet de la posmodernidad en el caso deLos Mojarras, Pedro Suárez-Vértiz y Los Nosequién y los Nosecuántos”.  En este caso, nos enfrentamos a un ensayo académico que analiza las letras y los videos de los grupos de rock más representativos e importantes en el Perú en la década de los 90. Para ello, establece un marco conceptual que aborda primero una línea histórica sobre la crisis de los 90 en el Perú, además del rol que juega la introducción del neoliberalismo en el gobierno de Alberto Fujimori.  Posteriormente, dentro de ese balance histórico, realiza un estado del arte sobre los antecedentes rockeros en el Perú y la inclusión de los mismos en el tema del compromiso social y en la despolitización de la temática de las bandas de rock. Resulta interesante que para esta tarea utiliza algunas líneas de la ciencia política para establecer conceptos sobre el neoliberalismo, como las del marxista David Harvey. Esto no es común entre las disertaciones literarias que abordan conceptos de la ciencia política. Sus conclusiones afirman que el sistema neoliberal resta la calidad artística musical. No obstante, este tipo de percepción subjetiva parecía estar más ligada al orden ideológico que al artístico. La inferencia de Stagnaro abre una línea para el debate. 

Cynthia Vich contribuye a este número con “Escombros de la Lima neoliberal: a punto de despegar (2015)”. El tema gira en torno al documental A punto de despegar (2015) codirigido por Lorena Best y Robinson Díaz. En el mismo, se muestra la destrucción física de la comunidad de San Agustín para la ampliación de las pistas del aeropuerto Jorge Chávez en Lima. En el filme, se retrata a la comunidad de San Agustín y la destrucción del espacio donde los pobladores fueron expulsados. A su vez, se explica que estos mismos nunca quisieron integrarse a la ciudad. Además, existía una red de apoyo mutuo para evitar los problemas de la delincuencia muy comunes en esos lugares. Esta lectura interpretativa plantea el concepto del “urbanismo neoliberal” como una amenaza. Para ello, se ejemplifica dentro de la destrucción geográfica de San Agustín como el principio de una razón neoliberal.  Este concepto configura espacios sobre el concepto de modernidad. En ese sentido, se tiende a una transformación radical y urbanística como la que ocurre en el Perú, sobre todo en Lima en la década de los 90.

Salón de belleza de Mario Bellatin: una escritura clarividente sobre el Estado eugenésico peruano. De la pandemia del VIH-SIDA a la del COVID-19”, de Erika Almenara, realiza un balance desde la publicación de esta novela (1994) hasta la actualidad. Para esta tarea, se realiza una actualización sobre la representación de la temática de esta novela y la pandemia de la COVID-19 en la actualidad.  La proyección de esta identificación incide entre estas dos enfermedades y la forma en que el Estado peruano abordó la política de salud en una línea neoliberal desde el gobierno de Fujimori, y las secuelas terribles que dejó en las poblaciones más desprotegidas y vulnerables, como las mujeres, los indígenas y los homosexuales. La temática de la novela de alguna manera sigue vigente, pues existe una especie de complicidad, como manifiesta Erika Almenara, entre la literatura y la realidad, específicamente con las disidencias sexuales y de género. Por lo tanto, es urgente pensar en una agenda para la construcción de una nueva forma de vivir para todas las personas.

“Grupos privados, confesiones públicas y movimientos masivos: el impacto de la narrativa confesional en la marcha ‘Ni una menos’ en el Perú”, de Margarita Saona, explora los testimonios de experiencias de violación sexual en un grupo privado de Facebook y la repercusión de los mismos en la marcha “Ni una menos” realizada el 13 de agosto del 2016 en el Perú. Saona confirma este gran impacto mediante las redes sociales que dicho acontecimiento provocó. Aunque la violencia contra las mujeres no ha disminuido en el Perú, sí se generó un cataclismo social gracias a los testimonios terribles que se publicaron.

La tercera parte de la revista se titula Literatura, memoria y violencia. Enrique Cortez escribe “Carmen Ollé y Pilar Dughi: Nueva mujer y representación literaria en la narrativa peruana de la violencia política”. Un aporte importante en este artículo lo constituye la ampliación de la denominación de “violencia política”. Efraín Kristal remitió esta denominación a las primeras novelas peruanas. Cortez va más allá, inclusive hasta Comentarios reales, del Inca Garcilaso. Resalta, más adelante, el relato “El grito” de Carmen Ollé por su nivel de representación efectivo, a comparación de otras narraciones que abordan el papel de la mujer. Para Cortez, Ollé corrige el alcance de representación de lo femenino en discursos que insisten en su animalidad. Logra esta corrección en su obra ¿Por qué hacen tanto ruido? Por otro lado, Pilar Dughi coloca las bases de una nueva representación sobre la complejidad de las mujeres en el Perú. En su libro La premeditación y el azar, se escoge a personajes femeninos que resisten la opresión machista. En estas dos escritoras, Cortez destaca la representación de la mujer guerrillera en el Perú.

Carlos Yushimito presenta “El archivo como crimen perfecto: límites y excedentes de la representación de la violencia política en La conciencia del límite último, de Carlos Calderón Fajardo”. En este se redefine el concepto de “representación”. En línea con Montalbetti y Peirce, representación es “algo que está en lugar de otra cosa”. También, afirma que la novela se nos revela como una propuesta de lectura que nos guía por la violencia como discurso; es decir, presenta la representación de los hechos de la violencia a través de la literatura. Asimismo, la obra muestra una investigación que revela una trasgresión doble: la crisis imaginativa del narrador y la “borradura” de los eventos de la violencia.

Andrea Cabel escribe “La memoria ejemplar en Tenebrae, de Alfredo Bushby”.  Aquí se sostiene, al igual que Víctor Vich, que esta obra teatral funciona sobre las piezas de arte como un lugar estratégico donde es posible cambiar la visión de la realidad y ofrecer una alternativa radical. Tenebrae permite recordar críticamente los eventos de la corrupción en los últimos años de la historia peruana, sobre todo en el contexto de las irregularidades cometidas por la Pontificia Universidad Católica del Perú contra sus trabajadores y alumnos. El teatro es una práctica contestataria que implica riesgo, y ayuda a no aceptar las realidades y que estas pueden cambiarse simbólicamente.

“Los restos del naufragio: ideología y praxis en la poesía peruana contemporánea”, de Carlos Villacorta, explora, de manera sistemática, poemarios representativos con respecto a temáticas de ideologías políticas o compromiso social. Cita en un primer momento un acontecimiento histórico y literario: la muerte del poeta-guerrillero Javier Heraud en 1963. Los poetas Antonio Cisneros, Rodolfo Hinostroza y el propio Heraud muestran caminos posibles en el lenguaje poético peruano. Todos ellos se relacionan con la ideología de izquierda con afinidad o crítica. El segundo momento se produce en 1970 con la aparición del grupo Hora Zero y el contexto de la dictadura militar. Destacan poetas como Cesáreo Martínez y Enrique Verástegui. El tercer momento sucede en los años 80 durante los gobiernos de Fernando Belaúnde y Alan García, en que publican Roger Santiváñez y Tulio Mora.  Más adelante, en el contexto del autogolpe de Alberto Fujimori, la aparición del poeta Domingo de Ramos y su poemario Pastor de perros constituye un acto público importante y multidisciplinario. Por otro lado, Villacorta sistematiza algunos poetas de la época más próxima, a la que denomina “posguerra: memoria y neoliberalismo”. En ella, se evidencian algunos rezagos sobre la ideología de izquierda en el siglo XXI. Se mencionan a tres poetas: Álvaro Lasso, José Carlos Agüero y Victoria Guerrero. La lectura de Villacorta comprende una relación directa entre el marco histórico e ideológico con la poesía peruana de los últimos tiempos. 

Y la muerte no tendrá dominio (2019). Poéticas del duelo de Victoria Guerrero Peirano”, de Rocío Ferreira, destaca la obra de la poeta, sobre todo por la multiplicidad de sus textos, no solo poéticos, sino, también, híbridos. La obra de Guerrero muestra un activismo relevante en la coyuntura de la política peruana actual. Y la muerte no tendrá dominio (2019) constituye un texto híbrido, donde se desmitifica el mito del rol de la madre perfecta y feliz con su proceso de duelo.  Este texto es un ensayo heterogéneo que incluye discursos narrativos, poéticos, fantásticos, etcétera.  Para Ferreira, Guerrero explora una estética experimental y fragmentaria que cuestiona el proceso del duelo. Además, la literatura de Guerrero muestra un acto político autorreferencial; se destaca, también, paralelamente a la cuestión ideológica, que es un texto hermoso, desgarrador y valioso.  A partir de un hecho terrible, como la muerte de una madre, se puede realizar un ejercicio de exorcismo con la escritura, el trauma y el dolor. 

La cuarta parte del libro se titula Migración, globalización y traducción. El primer artículo “Nostalgia por el futuro: cine de migración y neoliberalismo en el Perú”, de Lorena Cuya Gavilano, aborda las producciones del cine peruano de las últimas dos décadas. Para ello, reflexiona sobre nociones de modernidad, tiempo y desplazamiento. Para Lorena Cuya, las películas que analiza muestran a individuos que buscan la modernidad en otros mercados o lugares. La película Chicha tu madre, filme peruano-argentino, refleja la “cultura chicha” producto de constantes migraciones internas. Otra película similar es Pasajeros, de Andrés Cotler. En esta película, se reproduce una actitud hacia el futuro por parte de los personajes, urbi et orbi. Precisamente, Paraíso, de Héctor Gálvez, reproduce la vida en un asentamiento humano donde los protagonistas no sienten el lugar como suyo y tampoco el de sus padres provincianos. Wiñaypacha: la eterna espera, dirigida por Óscar Catacora, es el primer largometraje peruano en aimara. Aquí el futuro está marcado por un cambio de lugar, inclusive para poblaciones alejadas del Estado y las ciudades. Todas estas películas, para Lorena Cuya, denotan que no existe una revisión nostálgica del pasado, sino una aproximación improvisada al futuro. 

Pablo Salinas escribe el artículo “Génesis de la narrativa cinematográfica peruano- canadiense: espacialidades intermedias en Norte y La bronca”. Norte, de Fabrizio Aguilar, y La bronca, de Daniel y Diego Vega, constituyen películas con aspiraciones trasnacionales. Ambas muestran el cine de inspiración migratoria peruano-canadiense y evidencian dinámicas urbanas en este desplazamiento. Los espacios representados en Canadá se fijan con mayor rigor en los entornos domésticos, que curiosamente son menos frecuentes para los migrantes, especialmente peruanos. Estos espacios ordinarios alejados de las grandes ciudades aportan un clima favorable para los dramas familiares de los sujetos migrantes. De esta forma, el cine peruano-canadiense se ha enriquecido con estas interpretaciones y posibilidades de un cine con nivel transnacional de mayor pluralidad cinematográfica.

En el ensayo académico “‘A veces quisiera volver’. Racialization, Ruins, and Migrant Tactics in Oswaldo Estrada’s Short Stories”, Christian Elguera destaca la notable representación de la migración y racialización en la experiencia de la migración latina en los Estados Unidos. En este caso, el propio Estrada reconoce su experiencia vital de migrante en sus producciones académicas y literarias. Luces de emergencia (2019) se sitúa en ese ambiente de constante peligro. Además, se colige una causalidad bajo el ambiente de violencia interna en la migración peruana y de Centroamérica, como en Las guerras perdidas (2021).

Gabriel T. Saxton- Ruiz escribe “Traducciones peruanas en el mercado literario global: proyectos de resistencia”. En el mismo, aborda de qué manera se sitúa la literatura peruana del siglo XXI dentro del panorama literario global. WWB, revista que publica traducciones, en dos ocasiones ha dedicado números especiales a la literatura peruana, “Geography of the Peruvian Imagination” (2015), y Who Writes Peru: Asian-Peruvian Writers (2020). En estos números, se ha tratado de demostrar la heterogeneidad de la literatura peruana. Por ello, se puede observar que las propuestas literarias se resisten a una fácil categorización, pues los rasgos compartidos son disímiles. Saxton también incluye a Asymptote, otra revista en línea que se dedica a la publicación de traducciones literarias y entrevistas e intelectuales.  Aquí se destaca la publicación de “The Dive” (Inmersión), de Pedro Novoa, lo que provocó la traducción de este cuento a 14 idiomas y una difusión mayor a la obra de este importante escritor, lamentablemente ya fallecido en 2021. Además, en la actualidad, muchas obras de escritores como Alonso Cueto, Gustavo Faverón y Claudia Salazar, entre muchos otros, muestran una visión pluricultural de la literatura peruana.

En suma, la importancia de este número radica en las distintas reflexiones sobre los discursos poéticos y artísticos que involucran a la realidad peruana en torno al Bicentenario, coincidente lamentablemente con la expansión de la pandemia de la COVID-19, lo cual ha supuesto una revelación trágica sobre el proceso de modernización de las instituciones, y los servicios sociales y políticos en el Perú. Estos artículos desnudan una realidad inquietante y trágica, pero también nos conducen a una expectación sobre esa gran patria llena de esperanza que es el Perú.

Lima, Arequipa, julio-agosto de 2022


[1] Henry César Rivas Sucari es bachiller y licenciado en Literatura y Lingüística por la Universidad Nacional de San Agustín de Arequipa; y magíster en Literatura Peruana y Latinoamericana por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Sus líneas de investigación abarcan la literatura peruana contemporánea, la novela peruana del siglo XX y XXI, las teorías y poéticas de la ficción, la narrativa de José María Arguedas, Mario Vargas Llosa, Alfredo Bryce Echenique, entre otros. Ha publicado artículos académicos en revistas del Perú y el extranjero, como Letras, Tesis, Apuntes Universitarios, Psychology and Education, Revista Latinoamericana de ensayo y Revista de Crítica Literaria Latinoamericana. Ha ganado concursos de investigación en las universidades Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas y la Universidad Tecnológica del Perú. Actualmente, es doctorando en Literatura Peruana y Latinoamericana de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Además, ejerce la docencia en la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas.

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Reseña: Hijos de la guerra (2020) de Enmanuel Grau

Afectos y violencia

Por Omar Guerrero

Hijos de la guerra (Hipocampo Editores, 2020), Premio Luces 2020 en la categoría cuento, del escritor peruano Enmanuel Grau (Lima, 1987) contiene ocho relatos donde sobresalen dos tópicos específicos: los afectos (sean de pareja, familiares, amicales o literarios) y la violencia. Esta última se desarrolla tanto en el espacio urbano que hace referencia al barrio y a la collera (y cuyo antecedente se puede encontrar en la obra de Oswaldo Reynoso, Julio Ramón Ribeyro y en el primer Vargas Llosa). Esta violencia colinda, a la vez, con lo marginal. Se manifiesta también con lo vivido en la época del terrorismo en el Perú, sobre todo en espacios distantes o periféricos.

El primer cuento, que precisamente remite a los afectos, se titula «Guerra perpetua», cuyo personaje principal es Georgette Phillipart, la viuda de César Vallejo. Ella es la narradora que cuenta en primera persona una serie de hechos relacionados a su vida de pareja y también en sus anhelos como mujer, precisamente con la maternidad. El tiempo y espacio de esta historia se ubica, en un primer momento, en el penúltimo día de vida de Georgette, pues al inicio del cuento se señala como paratexto el lugar y la fecha del despliegue de esta voz narradora: Maison de Santé / Lima, 3 de diciembre de 1984 (ella fallece un día después). Y menciono este tiempo y espacio como primer momento porque remiten a un segundo espacio y tiempo que corresponde al último día de vida del poeta en París (1938), cuando él se encuentra en la clínica agonizando (las frases: «me dijo, con un hilo de voz» y «Y tus ojos arden, tus ojos arden» guardan relación al momento previo a su muerte). Este efecto de tiempo sobre tiempo, además del tema literario, no solo colocan a este cuento como el mejor del libro. Se suma el uso de un lenguaje intimista y lleno de sentimientos que muestran, o recrean, a través de la ficción, los momentos que vivía la pareja, más aún con el contexto de la Guerra Civil Española y con el último libro con el que se cierra la obra total del poeta:

[…] Él intentó abrazarme. Me solté, fui hasta la mesa, tomé las cuartillas y las arrojé sobre la estufa. Nos quedamos mirando en silencio cómo ardían. ¿Qué si me siento culpable, qué si tengo remordimientos? Me parece que no. A estas alturas ya todo está saldado. Recuerdo que entonces estalló lo de España y el incidente, junto al libro, quedó olvidado. O eso creí. Cuando César enfermó, juré ocuparme de todo, con tesón, como lo he hecho siempre, hasta ahora. Incluso, había decidido entregar el libro, nuestro hijo de la guerra a los editores. Pero todo cambió la última vez que lo vi en la clínica. Entré en el cuarto y con solo mirarlo supe que él lo sabía todo. (p. 15)

El segundo cuento se titula «La Pampa». Sus personajes son unos jóvenes que transitan en determinada zona de Lima. La mención del Cerro San Cristóbal, el jirón Madera, el Mercado Modelo y un arenal (La Pampa) donde ocurre el desenlace de esta historia define el comportamiento y el nivel socioeconómico de los personajes, lo que brinda un aporte a la literatura peruana en temáticas urbano-marginales, muy al estilo de Enrique Congrains o el mismo Oswaldo Reynoso. Se suma el lenguaje procaz y su comportamiento violento correspondientes al segundo tópico que prima a lo largo de libro. Aunque en este cuento también se encuentran los afectos amicales y fraternos. Lo mismo podría decirse del cuento «Al otro lado del río» donde la violencia se manifiesta en otros ámbitos que van más allá de las personas:

No sé por qué recordé lo que habíamos hecho la otra vez. Estábamos por Puente Trujillo. Cerca de un basural unos perros rugían con furia sobre un gato. Lo habían malogrado a punta de mordiscos. Los espantamos con piedras: ¡lárguense, fuera! El gato estaba allí, todo magullado y nos miraba con ojos que parecían humanos. (p. 80)       

En este mismo cuento, la presencia del río y el lodazal de los alrededores, junto con el olor y la oscuridad del espacio, además de la mención de otras grandes arterias de la ciudad, como la avenida Francisco Pizarro (p. 89), sirven para que la mayoría de los lectores, sobre todo para los lectores peruanos y limeños, reconozcan y ubiquen al distrito del Rímac como escenario principal. Para los lectores foráneos es necesario mencionar que se trata de un distrito bastante antiguo que se fundó en el siglo XVI en el inicio del virreinato del Perú. Además, se caracterizaba por albergar a buena parte de la población afrodescendiente e indígena y es donde se funda el legendario barrio de Malambo, de mucha tradición artística y culinaria. En este distrito, también se construye la famosa Alameda de los Descalzos, escenario de muchas historias virreinales. Es allí donde la Perricholi realizaba sus famosos paseos vestida de tapada. Este lugar aún existe en la actualidad, pero, desafortunadamente, no es considerado dentro del circuito turístico por su nivel de inseguridad. La representación de este emblemático distrito no es recurrente en la literatura peruana última. Su antecedente más cercano (si es que no caigo en el error ante la falta o desconocimiento de otras lecturas) es la novela Malambo de Lucía Charún-Illescas, además de algunas Tradiciones peruanas que toman este distrito como escenario («Un cerro con historia», «Don Dimas de la tijereta», «El castigo de un traidor» o «Pancho Sales el verdugo»).[1] Por tal razón, se pueden considerar estos cuentos de Enmanuel Grau sobre el Rímac como un considerable aporte.   

Otro de los cuentos que también se desarrollan en este distrito (sobre todo por su mención -otra vez- a La Pampa, además de La Huerta y a centros educativos como Lucy Rynning, el Patrocinio y Esther Cáceres como lugares de atracción para sus personajes varoniles) corresponde al cuento que le da nombre al libro: «Hijos de la guerra», cuya historia gira en torno a un acto violento desencadenado también por personajes jóvenes, específicamente por escolares de secundaria. Por otro lado, la mención de un personaje de nacionalidad chilena remite, irremediablemente, al episodio de la Guerra del Pacífico, e incluso, a las diferencias raciales que aún existen, sobre todo en una ciudad como Lima. Otro punto en común son las peleas callejeras entre bandos juveniles a partir de un afecto quebrado.

Siguiendo con el tema de la violencia, esta se aborda en referencia al periodo de la guerra interna y/o terrorismo, sobre todo en sus consecuencias. Sucede en cuentos como «Desborde en la penumbra» y «Recuerdos de Chepén». El primero transcurre en un espacio que ya no es precisamente rural. Este corresponde al crecimiento de la ciudad, a sus extensiones, muy a pesar de que no forma parte de un gran urbanismo debido a su distancia. En esta ocasión, se trata de un distrito alejado y en formación cuyo nombre es Santa María, que también cuenta con un río y con otra amenaza latente proveniente de la misma naturaleza. Aunque la amenaza mayor corresponde a las explosiones, a la falta de luz y a las incursiones de un grupo armado que detiene y tortura a sus pobladores si es que se resisten a sus órdenes. Las acciones tendrán sus adeptos, pero también sus opositores. Esta diferencia trae consigo un cuestionamiento a los afectos familiares, sobre todo entre padres e hijos. Se suman los desastres naturales como los deslizamientos y huaicos tan comunes en estas zonas periféricas:

Las noticias sobre las explosiones llegaban a Santa María con los periódicos, pero no habían ocurrido antes, ni siquiera en la parte más alta del valle. Por eso, cuando el fluido eléctrico dejó de funcionar, después de que las torres de alta tensión colapsaran, supimos que enfrentábamos algo mayor, una calamidad que no era inocente y ciega como la fuerza de la naturaleza. (p. 35)

La violencia del terrorismo y sus consecuencias también llegan a otras zonas fuera de la capital, especialmente en ciudades o pueblos de la costa norte. Ocurre en el cuento «Recuerdos de Chepén». Aquí el personaje femenino se encuentra en un conocido balneario tratando de tener unas vacaciones que la ayuden a olvidar el dolor sufrido por los acontecimientos de violencia, pero este sosiego resulta imposible. Su relación con otros amigos y extraños la hace sentir vulnerable:

Tú despiertas. Lees otra vez, como cada mañana: «En acción heroica el mayor Ramírez fue abatido anoche por una cuadrilla de Sendero, después de combatir en desventaja unas cuatro horas». Cuando bajas a la recepción, Claudia ya tiene media hora esperando. La acompaña Richard y tú apenas reconoces en ese hombre serio y amable al muchacho de entonces. (p. 98)

Lo peor de todo es que el sufrimiento persiste. Solo el recuerdo queda como un consuelo. Esto mismo imposibilita un final resolutivo. La resignación es la única salida. Algo similar ocurre con el cuento «Instrucción final», que remite a otro tipo de violencia, relacionada en parte con el terrorismo, o con los rezagos que quedan de ello en determinadas zonas del país. Los personajes aquí son militares: soldados provenientes de provincias. Uno de los escenarios es la sierra sur del Perú. Este espacio presenta un clima totalmente opuesto al cuento precedente (asumida como una visión representativa de la diversidad de nuestro país). Se suma el uso y efecto de tiempos intercalados. El inicio, por supuesto, menciona una evidente violencia (y tragedia) tan propensa en la vida militar donde los errores se pagan caro:

Hace algún tiempo Santos murió dinamitado en Juliaca, en las alturas del Perú, mientras el pueblo entero preparaba la fiesta de la Candelaria. Ocurrió durante unas maniobras militares de instrucción que debían graduarlo en su cargo de alférez y que por descuido (esto consignan los informes que encontré en el archivo militar) no pudo celebrar en vida, sino en una capilla ardiente, acompañado de cachacos contritos, rodeado por las heladas de la puna. (p. 104)

Finalmente, hago mención del cuento «Juanrra». Otro de los mejores de este libro, sobre todo por desarrollar el afecto literario, más aún con la poesía. Este cuento aborda la admiración hacia un poeta trascendental en la literatura peruana última, más aún por tratarse de un miembro fundador del reconocido grupo Hora Zero. Me refiero al poeta chiclayano Juan Ramírez Ruiz. Es inevitable no encontrar una influencia de Roberto Bolaño a lo largo de esta historia, pues sus otros personajes son precisamente unos jóvenes poetas universitarios apasionados por la literatura que admiran la obra de este poeta mayor. Vale la pena considerar también la relación del mismo Bolaño con los poetas de este movimiento para entender esta actitud y pasión hacia las letras. Pero vayamos a los personajes. Primero en referencia a los poetas jóvenes universitarios que buscan un ejemplo y paradigma como Juan Ramírez Ruiz. Así es como se presenta a uno de ellos:

La tertulia se hundía en el sopor, cuando en la mesa de lectura hizo su aparición un muchacho más o menos de nuestra edad. Rechazó el micrófono que le ofrecieron y no tomó asiento en la silla que le estaba asignada, sino que procedió a acuclillarse en el suelo. Entonces Julio y yo escuchamos el poema más increíble que habíamos oído a un chico como nosotros. Este hablaba, en un tono sublime, de algunos espacios de la ciudad jamás pensados como poéticos, como, por ejemplo, los suburbios del Rímac, rutas de travestis golpeados en la noche cerrada que eran rechazados de los hospitales por no tener documentos de identidad, o sobre los cachacos de palacio de gobierno, muertos de hambre mirando estúpidamente la Plaza Mayor de Lima, deseando incendiarla. Se llamaba Pepe y desde esa madrugada en que nos emborrachamos hablando de poesía, formamos un tridente inseparable. A diferencia nuestra, Pepe era un poeta de la noche; es decir, conocía de sobra los lugares donde se leía y comentaba poesía. (p. 55)

Enmanuel Grau – Fuente: Diario Trome

Estos jóvenes amantes de la poesía, estudiantes de letras en una universidad nacional, cuyo local se encuentra en el mismo centro de Lima, desean desarrollar sus proyectos poéticos guiados por la obra de Juan Ramírez Ruiz. Es así como el poeta mayor se hace presente en esta historia:

Una voz grácil dio inicio al evento. Juanrra permaneció inerme en el escenario, escuchando distraídamente a sus compañeros de generación que leían sus poemas o contaban anécdotas o chistes hasta que le tocó hablar de él. Alguien puso sobre sus manos el micrófono y en la sala del Gremio de Escritores hubo un silencio prolongado y denso o elocuente. Juanrra golpeó con los dedos el aparato, carraspeó una, dos veces y dijo que la poesía era algo que él no podía explicarse sin los amigos aquí presentes y también otros que no habían podido llegar por falta de recursos o ganas o incluso debido a la desgracia. Entonces, como obedeciendo a un impulso o un mandato, Juanrra leyó el más hermoso de sus poemas. Este hablaba sobre un poeta y su ciudad. Un poeta que ha perdido su ciudad y sus libros (mencionaba la cantidad de libros) producto de un terremoto. (p. 61)

Es precisamente la desgracia, mencionada en este fragmento, la que impide el regreso o el retorno de los amigos. Esta se presenta aquí como un anticipo para otorgar un fin trágico y triste a esta historia, pero, a la vez, esperanzadora solo a través de la poesía.

A partir de lo expuesto, se puede determinar que Hijos de la guerra es un gran inicio en la carrera literaria de un escritor como Enmanuel Grau, no solo por su bagaje de lecturas y experiencias, sino también por su misma propuesta. Eso sí, y esto corresponde a la edición del libro, habría que tener mayor cuidado al momento de la diagramación. Aunque este tema ya corresponde al editor y no precisamente al autor.

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Datos del libro reseñado:

Enmanuel Grau

Hijos de la guerra

Hipocampo Editores, 2020

Puntaje: 4.5/5


[1] También se podrían citar algunas obras de José Diez Canseco o de Alfredo Bryce Echenique, donde se menciona este distrito, aunque sus personajes y/o protagonistas no son precisamente citadinos o moradores de este espacio.  

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Desde los extramuros

Notas para un poema no interpretable

Por Basilio Ventura

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I

A primera impresión, el término lied nos produce el sentimiento de lo bello puro[1], característico de un vocablo extraño, pero de agradable sonido. La palabra puede significar cualquier cosa, lo que atrae, en primera instancia, no es su contenido, sino su efecto musical.  Así, el poeta, desde el título, resalta las cualidades sensibles del lenguaje, destaca su aspecto no conceptual. 

II

Las imágenes del lied no resisten el menor traslado simbólico. El olmo es solo un olmo y no la figuración de otro ser. Lejos también está de toda figuración mimética. No es el retrato naturalista de un árbol. El olmo de Eguren es personal e íntimo. Lo es en el sentido de que su naturaleza es distinta de la creada por Carlos Oquendo o Wesphalen. Los árboles del primero pasean por la ciudad; los del segundo hacen un cuerpo con el cielo y los ríos, un cuerpo que se mira y se explora a sí mismo. El olmo de Eguren habita una zona límite entre la realidad y la ensoñación del poeta; aparece, por ello, rodeado de bruma.

III

De Eguren se ha dicho mucho que es un pintor con las palabras. Antes que al exotismo modernista, Los amores de la chinesca tarde refieren a la puesta escénica del teatro de sombras. Podríamos figurar a esos amores como siluetas ante la luz del ocaso. Tal imagen parece resumir un evento cíclico. No es una historia particular lo que evoca el poeta, sino una escena arquetípica: los amores que se disgregan como los días. La muerte del sol no es sino el clímax de esa música infinita que es el tiempo.   

IV

Al igual que el olmo, las vagas rosas habitan ese espacio entre la realidad y la ensoñación del poeta. Su muriente dolor es la nota de resignación que anticipa el final del árbol.

V

Los que contemplan al árbol morir viven un estado de comunión. La muerte del olmo es un acontecimiento y los espectadores le acompañan en su despedida del mundo. Con un poco de imaginación podríamos pensar que esos «rostros desconocidos» somos nosotros, los lectores, que observamos al árbol morir en el poema. Eguren mira al olmo partir, pero prevé los rostros que también lo mirarán.      

VI

Cuando hablamos de musicalidad en un poema solemos aludir a la percepción agradable de sonidos. Pocas veces tomamos consciencia de su organización periódica y de su deliberada iteración. En el «Lied I», sin embargo, la música va más allá de la eufonía de los versos. Esta trasciende la composición prosódica y organiza las imágenes del poema. Eguren recoge de la música el elemento del retorno. Así, el olmo sangrante vuelve en las estrofas finales. No solo vuelve, cierra con su muerte el sentido del poema.    

VII

El lied debió atrapar a sus primeros lectores por la extrañeza de sus versos. No es posible vislumbrar una historia plena ni una subjetividad explícita. Deja, en cambio, una sensación de muerte lenta y de dolor contenido; su belleza se revela solo a condición de renunciar a explicar los hechos y aceptar el mundo brumoso que evocan. Belleza y extrañeza son las dimensiones esenciales del poema. Su música estimula la captación sensible, los versos apuntan al sentimiento antes que al intelecto.   

VIII

Si, a decir de Eguren, la música es «expresión directa del sentimiento», su lied  toca los acordes de una resignación dolorosa.  Para un escritor cuyo ideal de belleza consistía en elevar la poesía a un estado de sensaciones puras, el «Lied I» podría considerarse su mayor realización estética. De esta composición podemos decir lo mismo que Eguren afirmaba para la música: «apenas conserva la facultad de pensar»[2]. La esencia de lo poético no radica en una posible alegoría amorosa o panteísta, sino en la progresión emotiva de agonía, muerte y duelo que las imágenes del poema movilizan. Poco importa esclarecer si el olmo simboliza la naturaleza o un amor trágico, cuando el zumo de todas sus connotaciones desemboca lenta y sentidamente en la muerte.  

IX

La arquitectura musical del lied disimula la atemporalidad en que flotan las imágenes. Estas transitan entre la evocación y la contemplación. Los amores de la chinesca tarde pertenecen al reino de lo acontecido; su realidad surge de la evocación.  Las vagas rosas, en cambio, existen ante la mirada del poeta que las descubre en su dolor; su presencia nace de la contemplación. Cuando el poeta evoca la presencia fantasmal lo hace a partir de la contemplación de unos ojos anónimos; aquí ambos tiempos, pasado y presente, se anudan en una imagen.

X

En el lied, el contraste hace del terceto un motivo melódico. El cambio de un verso corto a uno más largo marca la diferencia entre dos extensiones musicales. Esta diferencia posee un valor estético. Al reiterarse esta pausa en cada uno de los tercetos (4-11-10), la diferencia musical se hace plena e imprime ritmo al poema. El decasílabo sigue una melodía proporcional al verso anterior, pero contrasta con el verso inicial de la siguiente estrofa. No sorprende entonces que, al momento de conectar los tercetos, no reparemos en la falta de eslabón entre las imágenes, cuando lo que resuelve su contínuum es la coherencia musical.


[1] Es “lo bello puro”, porque a primera lectura el término “lied” carece de significado; resulta así una pura impresión musical, desprovista de contenido.

[2] En sus “Notas marginales”, prólogo a un poemario de Julio A. Hernández que no llegó a publicarse, Eguren destaca la música como una forma artística depurada de ideas y como el medio ideal para  expresar los sentimientos. Declara así su aspiración poética y los límites de su estética.      

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Reseña: Un lugar seguro (2021) de Olivia Teroba

Un reconfortante lugar para la reflexión y el recuerdo

Por Enrique León

Una pregunta que se lleva haciendo la literatura, en las últimas dos décadas, es dónde se sitúa el escritor dentro del relato. Superado lo relativo a narradores y formas verbales utilizadas, el asunto parece haberse resuelto con una suerte de derrota de las grandes novelas y, por lo tanto, de los discursos que estas llevan implícitas. Esto ha favorecido un relato más centrado en la experiencia personal, que coloca al autor en un lugar preeminente del libro o, incluso, central. Aunque la narrativa ha sido el género donde la autoficción ha estado más presente, también se puede encontrar en un género tan complejo como es el ensayo. El libro que me ocupa hoy es una colección de ensayos autobiográficos titulado Un lugar seguro y su autora es la mexicana Olivia Teroba (Tlaxcala, 1988). Este texto ha sido editado en España por Las Afueras,una editorial que continúa realizando un gran trabajo con la literatura hispanoamericana.

Un lugar seguro es una colección de once ensayos breves de carácter marcadamente autobiográficos. El libro recibe el nombre del texto que cierra la obra y que es uno de los más consistentes del conjunto. A partir de una experiencia personal o una situación, la autora va planteando una serie de cuestiones relevantes. El contexto es importante, ya que todo lo que cuenta se encuentra muy arraigado en México y, específicamente, al entorno geográfico donde se ha movido la autora. En cuanto al carácter del texto, la localía, la familiaridad y la intimidad son tres características que más se aprecian en cada uno de los ensayos. La familia junto a ese elefante blanco del que se habla en el último texto y al lado del crecimiento, tanto físico como personal, son los temas recurrentes en muchos textos. La autora muestra su mundo interior y cotidiano para reflejar los cambios que operan en su forma de ver el entorno y en cómo abordar (y habitar) de forma crítica la realidad que la rodea. Ensayos como “Medir la tristeza” o “34B” son ejemplos perfectos.

Olivia Teroba logra un preciso equilibrio entre lo íntimo y lo reflexivo. El estilo se aleja de lo pomposo, con una escritura sencilla y cercana. Es un libro humilde en su temática y en su estilo, lejos de la grandilocuencia con que se viste cierta literatura carente de contenido. Aquí los temas están claros, no hay necesidad de presentar un sinfín de referencias ni un catálogo de citas. La autora plantea una situación o reflexiona sobre algo y se acabó. Son textos breves, con algunas partes cargadas de sentimiento, que no quieren eternizarse ni dar vueltas párrafo tras párrafo. La estructura es simple, sin alardes, y esto acaba por ser un valor a su favor. Están las estanterías llenas de autoras y autores que, explorando las literaturas del yo, acaban por despeñarse y, de paso, arrastrar al lector. Por fortuna, esto no ocurre aquí, pues cada pequeño ensayo acaba por resultar como una pequeña charla, un diálogo con la autora, algo corto y distendido.

Olivia Teroba

Un lugar seguro es un libro breve y honesto que nos acerca a la realidad de una joven escritora mexicana. Olivia Teroba ha continuado escribiendo tras este libro debut, así que espero volver a leerla pronto.

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Datos del libro reseñado:

Olivia Teroba

Un lugar seguro

Editorial Las Afueras, 2021, 123 pp.

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Reseña: Isabel y yo (2022) de José María Salazar

Esa idea de que el amor es inexpresable

Por Cristhian Briceño

“Esa idea de que el amor es inexpresable la repetimos mucho en nuestras conversaciones”, nos dice José María Salazar en el título de uno de los poemas de Isabel y yo. Esta sentencia bien podría estar justificando el método de composición de su libro. La abundancia de recursos (screenshotstickets de conciertos, pasajes aéreos, fotogramas, etc.) hace referencia a una necesidad de probar aquello que no se puede probar, de la misma forma que uno no ve la enfermedad en sí, sino los meros síntomas; es inexpresable porque para expresarlo debemos apropiarnos, hacernos de referentes, de metáforas, en cierta forma de prótesis de las que nos valemos para establecer lo que para nosotros es una verdad, pero una verdad intransferible: una película cuyo leitmotiv es el amor prueba, de alguna forma, que este sentimiento sucede una y otra vez, a pesar de que cada una de estas veces tenga significados contingentes, distintos y contradictorios. Obviamente uno de los síntomas del amor, además del hecho de “estar amando”, creer “estar amando” o, sencillamente, “sentirse enamorado”, es el mismo poema, como evidencia de que algo podría estar ocurriéndonos. En este sentido, el libro de José María procura fijar, con la precisión de un entomólogo, todos los momentos en que el amor se enciende, cada situación, cada gesto privado, cada locación donde haya existido una evidencia de lo que trata de probar. Esto se aprecia en los títulos, los cuales funcionan como un itinerario en cuyo montaje parece que siempre está presente la idea del viaje, del desplazamiento (“encontrar lugares favoritos a los que siempre vamos”, “llegar al parque de la amistad”, “sentir que todo ha cambiado mientras se camina de la mano”, “ir a su casa todos los días”), aunque en el montaje que el autor ensaya no exista una estructura aristotélica, sino que parece estar convencido de que el amor funciona como un Primer Motor Inmóvil, lo que mueve sin ser movido, lo que no tiene fin, aquello que justifica su existencia con su sola existencia.

Pero quisiera insistir en el método de composición de Isabel y yo. En cada uno de sus libros, José María apuesta por una severa e incesante referencialidad, no solo de la cultura popular, sino también de su formación académica. En este, sin embargo, puedo advertir una madurez en cuanto a la manera en que va ensamblando un discurso que por momentos pasa del caos enumerativo a un lenguaje discursivo que intenta probar, con referentes, alguna peculiaridad en la personalidad del yo poético, ciertas estrategias con las que este propone una manera de ficcionar lo que es el amor o lo que entiende como amor. Y es que si antes se nos dice que es un lugar común considerar el amor como algo inexplicable, también podemos considerar que este mismo sentimiento es una impostura, de la misma forma que podemos entenderlo como una invención de cada época, como lo fue el amor cortés o el amor en la época victoriana, o como la idealización del hecho, tal cual podemos hallarlo en The before trilogy de Richard Linklater, en un poema de Ronsard o en Los amantes de Magritte. De ahí que el método de composición nos plantee contraplanos: por un lado, conversaciones de WhatsApp, las cuales deberían representar un lenguaje en grado cero, inocente, auténtico, alejado de metáforas; por otro lado, la construcción del hecho poético como espacio no solo de la ficción, sino de los límites superados y vueltos a rebasar, donde la palabra sentencia, con su plasticidad, el deseo de eternidad, de intemporalidad. José María Salazar prueba sus capacidades generando este contraste, estableciendo un vínculo entre lo dicho y lo sentido. Prueba de ello es el lenguaje cercano al balbuceo que se aprecia en varios pasajes de su libro, un lenguaje que avanza y recula, que se mide, que se observa y se detiene de golpe para seguir insistiendo en su función de transmitir una sola imagen que cargue con el peso de lo que intenta representar.

José María Salazar

En cierta medida, escribir un poema de amor es mostrar nuestro lado vulnerable. Watanabe lo sugiere en un poema de tópico cinegético, cuando describe la proximidad de la presa con su cazador: “Ahora gira lentamente, muéstrame el lado del corazón y ven contenta”. Hughes nos dice en un poema afín, a propósito del costo de los afectos: “Su precio es: todo”. José María Salazar deja, literalmente, todo en este libro, su moneda es el excesivo detalle, el guiño íntimo, el horror al vacío, la obligación de aproximarse al detalle con una naturalidad que se contradice con la fascinación de estar enamorado. El poema recupera el vacío de esa distracción y nos reintegra imágenes que satisfacen nuestras ansías de acercarnos al hecho estético, universal, que consigue, de una vez por todas, ser transferible al lector.

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Datos del libro comentado:

José María Salazar

Isabel y yo

Ediciones El Laboratorio, 2022, 72 pp.

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Reseña: Párrafos pirómanos (2022) de Yadir Gómez

Cuentos que queman

Por Marlon Aquino Ramírez

Hace unas semanas, curioseando por Internet, di con unos fragmentos bastante interesantes del libro Párrafos pirómanos (Libre e independiente, 2022) del narrador Yadir Gómez (Lima, 1984). La claridad y contundencia de la prosa, así como el presentimiento de una voz original, me motivaron a comprar el libro. Culminada la lectura de los nueve cuentos que lo integran, debo decir que se trata de una obra que genera muchas expectativas con respecto a futuras publicaciones de este autor. Y es que, si bien hay relatos que no llegan a cuajar, hay otros que sorprenden gratamente por una cuidadosa estructura narrativa que conduce a finales con una enorme carga emocional.

Son cuatro los cuentos que, según mi apreciación, destacan en este libro. Mencionaré en primer lugar a «Circa 1975», un emotivo relato basado en la visita que hiciera Jorge Luis Borges a México en 1973. No obstante, no son las vivencias del hacedor argentino el foco de la narración, sino el mundo interno del protagonista, un fotógrafo mexicano llamado Rogelio, a quien se le ha encargado perseguir al autor de «El Aleph» para obtener tomas exclusivas de su visita. Hasta aquí, nada notable. Sin embargo, poco después, nos enteramos de que Rogelio tiene un hijo ciego, un pequeño por el que él y su esposa se desviven. No hay esfuerzo que no hagan para que aquel sufra lo menos posible en un mundo en el que no puede orientarse. Será precisamente este reconocimiento de la vulnerabilidad humana lo que despertará la empatía de Rogelio cuando involuntariamente consiga registrar una escena impactante: camino a su habitación en el hotel donde se aloja, Borges ha tropezado y caído aparatosamente al suelo junto con su acompañante, María Kodama. ¿Qué es lo que haría cualquier fotógrafo sediento de fama? Pues, sencillamente, entregar esas deshonrosas tomas a su editor y a cobrar se ha dicho. No es lo que hace Rogelio. Piensa en su hijo. Empatiza. Destruye los negativos. Destaca aquí la capacidad de Yadir Gómez para hacernos empatizar, a su vez, con ese padre para quien Borges, antes que una gran celebridad de las letras, es un ser humano cuya dignidad merece respeto. De modo que, contradiciendo el credo contemporáneo de que todo tiene que ser mostrado y visto (Facebook, Instagram, Tik Tok), Rogelio decide no mostrar, no ver, cegarse. Una rebelión contra la «sociedad de la trasparencia» que tan bien ha descrito el filósofo Byung-Chul Han. (Trivia: Rogelio Cuéllar existe y no fue tan discreto como su par de la ficción. Ver en Internet su foto de Borges en un urinario).

El segundo cuento notable de esta colección es «Letra muerta». Y lo primero que debo decir es que, en verdad, es este relato el que debió titularse «Párrafos pirómanos». Porque la escritura y el fuego tienen un papel clave en esta historia de plagio, locura y traición. Desde el más allá, el novelista Felipe Santiago nos cuenta cómo, cuando aún estaba en este mundo y era un fanático de la perfección artística, quemaba diariamente en el patio de su casa los borradores de una obra que no lo satisfacía. Una novela que, de tanto pulir, ya había alcanzado el estatus de obra maestra. Nos habla también de la infausta noche en la que, en medio de una borrachera, un traicionero amigo apellidado Lizárraga le roba el manuscrito trabajado ese día, el cual no había tenido tiempo de quemar. Lizárraga plagia la genial obra y publica una novela que le atraerá fama y dinero. Lo que sigue es el relato del tortuoso camino de Felipe Santiago para demostrar que esa obra es suya. Pero como nadie le cree, se ve forzado a emprender la titánica tarea de escribir una novela que supere a la anterior. Lamentablemente, su descomunal esfuerzo no lo conduce al ansiado éxito, sino al desequilibrio mental y la muerte. Yadir Gómez es implacable y narra con sobrecogedor detalle el lento descenso de su protagonista al infierno de la locura. (Ripio: el perro “Presidente”, fiel mascota de Felipe Santiago cuya funcionalidad en la historia es cuestionable).

«Las ganas que tenía de matarte» es también un cuento notable. La voz del niño narrador consigue transmitir toda la frustración, rabia e inocencia de quien, a tan corta edad, tiene que soportar las dentelladas de una sociedad enferma. Es difícil no sentir que algo aquí en el corazón se nos desacomoda escuchando los infortunios de ese niño maltratado que maquina cada noche aniquilar a su madre. ¿Lo hará? No lo sabemos. En todo caso, ya ha habido una terrible ejecución: la de su propia inocencia. He pensado mucho en la Carta al padre de Kafka leyendo este relato. Aquí identifico también ese tono condenatorio, implacable, hacia un progenitor (la madre prostituta, en este caso) que faltó a su deber más sagrado: el de cuidar el corazón de sus hijos. Es un relato que irradia verdad, la verdad de la literatura, basada no en la correspondencia con lo factual, sino con las realidades más profundas del corazón humano. A diferencia de otros cuentos que señalaré más adelante, en este no hay ningún elemento efectista que busque llamar nuestra atención hacia el aspecto escandaloso de una situación o personaje, no, aquí simplemente se ha construido diestramente una voz desesperada. (Elemento fallido: la mención final al padre, que irrumpe sin haber sido estratégicamente presentido, sospechado).

Con «La leyenda de Mandrágora Pinto» ocurre algo curioso. Aunque abunda en personajes y escenas escandalosas (Mandrágora Pinto es una artista plástica dedicada a la modelación de vaginas, el Artista Fálico expone penes y testículos reales), esto es coherente con el mundo representado. Quiero decir que, en esa realidad ficticia, el escándalo es la regla, lo normal, por lo tanto, su presencia no suena a impostación (como sí ocurre, me parece, con el malditismo de los personajes de «El peso de Frank» y «Esther, un impulso»). Aquí llama positivamente la atención la agilidad de la prosa de Yadir Gómez. De todos los cuentos, es este el que posee un mayor dinamismo, el que conduce con mayor ligereza al lector hacia su desenlace. No son pocas las historias que se han escrito acerca de los límites entre el arte y la criminalidad, pero tampoco son pocas las que se han terminado ahogando en el mar de la abstracción. Felizmente, esta no es una de ellas. Hay algo más que apuntar aquí. Este es el único cuento en el que Yadir Gómez prueba el final sorpresivo. No parece ser un recurso que le llame mucho la atención, ya que suele concentrarse más en narrar procesos (de deterioro principalmente). No obstante, el resultado es positivo, por lo que no estaría de más que lo considerara en futuras obras. (Sospecha: un par de páginas extras hubieran permitido profundizar más aún en la mente retorcida del Artista Fálico).

Foto: Facebook de Yadir Gómez

¿Y qué ocurre con los cinco cuentos restantes? Son interesantes, se disfrutan, se pueden releer con gusto. Sin embargo, tienen falencias que los colocan escalones debajo de los comentados hasta ahora. En «Párrafos pirómanos», la abundancia de personajes no aportan sólidamente a la trama (Mónica, La Araña Feijoo, el taxista novelista) y cuya presencia dilata innecesariamente el relato. En «El peso de Frank», la banalidad de una anécdota se trata de salvar con la alusión constante a los atractivos senos de la protagonista. Ocurre algo parecido con «Esther, un impulso» y su erotismo tóxico. «Veneno» y «Sesión de maquillaje» abordan el tópico de la infidelidad sin salirse de lo esperado.

Con todo, el balance es claramente positivo. Párrafos pirómanos es un libro recomendable que revela a un autor que entrega lo mejor de sí en cada historia, que está dispuesto a mirar los abismos, que no teme internarse en los túneles del corazón humano y que, sobre todo, cuenta con los recursos narrativos necesarios para continuar desarrollando todo su talento.

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Datos del libro reseñado:

Yadir Gómez

Párrafos pirómanos

Libre e independiente, 2022, 120 pp.