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Reseña: Chamanes eléctricos en la fiesta del sol (2024) de Mónica Ojeda

Un mundo andino psicodélico

Por Omar Guerrero

Chamanes eléctricos en la fiesta del sol (Random House, 2024) de la escritora ecuatoriana Mónica Ojeda (Guayaquil, 1988) es una novela que muestra un mundo andino retrofuturista que no deja de lado los elementos tradicionales que la caracterizan, sobre todo en su cosmovisión, debido a que los mitos y los personajes fantásticos provenientes de la tradición oral aquí siempre están presentes. Lo curioso es que este espacio se encuentra intervenido a modo de un sincretismo que conjuga lo divino y lo pagano, la naturaleza y el hombre, porque todo empieza con un festival llamado “Ruido solar” cuyo nombre es tomado de un poema del autor autóctono Ariruma Pantaguano, conocido por ser un poeta postapocalíptico cuya obra reúne otras características como el cli-fi ancestral (clima ficción o ficción climática) y la anarcoliteratura juvenil (todo indica que este referente ficticio que desarrolla temáticas sobre la naturaleza y la violencia urbana, mencionado de manera muy breve al inicio, es un guiño contundente para lo que se desarrolla a lo largo de esta novela).

Ruido solar es un macrofestival que dura ocho días y siete noches. Esta es su quinta edición, por lo que ya es conocido en congregar a grandes multitudes, entre los que se encuentran chamanes, poetas, músicos, bailarines, performers, amantes del New Age, artistas de todas las latitudes y muchos, pero muchos jóvenes que al llegar allí se entregan a la música, que va desde lo tradicional o lo étnico hasta llegar a lo electrónico (este último con mucho estruendo y pogueo de por medio), lo que desata el desenfreno y los excesos; más aún con el consumo de drogas, en especial si son alucinógenas como los hongos, muy al estilo de Woodstock pero en los andes.

Todo esto ocurre en las laderas del volcán Chimborazo, en la sierra central de Ecuador, y su motivo principal es la celebración del Inti Raymi (Fiesta del dios Sol), razón suficiente para que dos muchachas residentes en Guayaquil viajen a este festival impulsadas por su deseo de aventura y sus ansias juveniles. Una vez allí tendrán la revelación de otros aspectos relacionados a la naturaleza y a su pasado, en especial con sus relaciones familiares, sobre todo con la paternidad ausente, siempre a través de visiones o recuerdos, además de sus anhelos. Por todas estas razones se asume que esta historia es un viaje fantástico, místico y lisérgico.

La novela está dividida en siete partes y transcurren de manera intercalada entre los años 5540 y 5550 del calendario andino. Sus personajes principales son Noa y Nicole. Ellas son dos amigas que salen de Guayaquil no sólo por su interés en el festival sino por su deseo de alejarse de la violencia que impera en su ciudad, además de un interés personal y familiar para una de ellas. Se suman otros personajes juveniles como Mario, Pedro y Pamela (esta última está embarazada pero no sabe el sexo de su bebé, por lo que lo llama “hije”). A todos ellos se les cede la voz como narradores, o como un coro de personajes sólo para brindar sus experiencias dentro del festival, más aún de la euforia que sienten con la música y la magia que ofrece el paisaje, en especial la fuerza telúrica del volcán con sus sismos u otras manifestaciones que provienen de la misma naturaleza, lo que produce ciertos impulsos o reacciones en las personas como si existiese una conexión entre la tierra y el cuerpo: “Si un volcán estallaba le daba fiebre, si caían cenizas del cielo dejaba de comer, si la ciudad se inundaba por las lluvias tenía pesadillas que la hacían gritar” (p.11).

Otro de los impulsos es la necesidad de acercarse a la cosmovisión andina, en especial a los personajes tradicionales que se presentan como parte de la fiesta y el folklore. Un ejemplo de ello es el “yachak”, considerado como un chamán que sabe o que es un conocedor, al mismo tiempo que es un sanador. Otro ejemplo es la fascinación que despiertan los “Diablumas” para el personaje de Mario, quien los define de la siguiente manera: “Un Diabluma tiene dos rostros: uno que mira hacia adelante y otro que mira hacia atrás. Tiene colores y doce cuernos. Solo el Diabluma prende el fuego de la fiesta del dios Sol, eso se sabe” (p.23).

Con estas experiencias surge también la fascinación por la palabra, sobre todo al conocer a un personaje al que se le menciona con el nombre de Poeta, aunque la importancia del arte de los versos no proviene de lo que crea este personaje en mención, sino de otros poetas reales de mucha tradición que se insertan en esta ficción para darle verosimilitud a la historia, más aún si su ámbito es andino y latinoamericano. Es el caso de Ernesto Cardenal con su poema “Cátinga I”, o de Jorgenrique Adoum con su poema “El amor desenterrado”, y Jorge Eduardo Eielson con su poema “Firmamento”. A este último se le cita como parte del discurso de uno de los personajes juveniles: “Carla quiso que uno de nuestros temas sonara en la luna, pero no tuvimos suerte poniéndonos en contacto con la NASA. La canción se llama «Deseo de firmamento» y su letra es un poema de Eielson: No escribo nada / que no esté escrito en el cielo / la noche entera palpita / de incandescentes palabras / llamadas estrellas” (p.102).

Es indudable que la presencia de los elementos fantásticos del mundo andino, en general, no sólo ecuatoriano, como sus mitos y seres sobrenaturales, sean divinidades o condenados, propios de un bestiario, son quienes cobran un mayor realce con la sola mención de sus nombres, pues así se evidencia: “Naturalizó versiones de la serpiente Amaru, del Huiña Huilli, del Jarjacha, del pájaro Inti y de Quesintuu y Umantuu, las sirenas precolombinas del lago Titicaca. Me aseguró que aquellas criaturas eran reales que habitaban en los bosques y en las montañas” (p.149).

Resalto que estos seres sobrenaturales corresponden a un mundo andino en general, y que la autora sabe utilizar como recurso, porque estos se presentan en todos los países de la comunidad andina, más aún por compartir una similitud en su geografía: “A tu abuela le gustaban las sirenas bolivianas, chilenas y peruanas, le dije: las de los lagos Titicaca y Poopó, las de la Laguna de Paca, las de la Laguna Negra. Sirenas Chilotas, shumpalles y pincoyas” (p.209).

A estos seres sobrenaturales se añaden los personajes fantásticos que se caracterizan por su aspecto sombrío y cruel sin importar siquiera que se traten de los miembros de una misma familia. De ahí que se le denomine a su autora como una representante del “Gótico andino”, temática que ya se ha trabajado en su libro de cuentos “Las voladoras”. Aquí dos ejemplos: “A mis ojos, mi madre era oscura, alguien que hurgaba con desesperación en los intestinos del mundo y que se encerraba para reproducir las bestias del bosque” (p.132).  “La gente del pueblo decía que en las madrugadas, la cabeza voladora de mi madre se desprendía de su cuerpo y flotaba hacia el bosque para invocar espíritus perversos” (p.150).

Por supuesto que también existen seres benévolos, sobre todo dentro de la fauna. Aquí se mencionan a ciertos animales que otorgan bondades o que son beneficiosos para el hombre. Y no sólo me refiero a los animales salvajes de esta región como el cóndor, que son de buen augurio, sino también a los animales domésticos como el perro, que no sólo brinda compañía, sino que también es partícipe de ciertos acontecimientos. Incluso, hasta ayuda a revelar algunos hechos ocultos como desenterrar un feto escondido en el bosque (p.148). Con este ejemplo es evidente que, a pesar de las bondades de los animales, lo sombrío no deja de manifestarse

Sin duda que el resultado de toda esta oscuridad es el miedo, no sólo por lo sobrenatural, sino también por la misma realidad relacionada con la violencia, tanto del hombre como de la naturaleza, entendidos ambos como amenazas, dejando en evidencia la vulnerabilidad de las personas, o de las víctimas, más aún si se trata de mujeres: “[…] el Poeta cambió la emisora y yo pensé que nada cambiaría nunca: que siempre tendríamos miedo de los narcos, de los militares, de los policías, de las autodefensas barriales, de la pobreza, de la impunidad, de la indiferencia, de las erupciones volcánicas, de los terremotos y de las inundaciones, es decir, del cielo y de la tierra por igual. Siempre tendríamos miedo y no habría ningún sitio a dónde ir porque ni las ciudades, ni el páramo, ni la selva, ni el océano eran seguros” (p.165). 

Y a pesar de intentar refugiarse, o evitar el miedo, la violencia siempre se manifiesta como si fuese una característica de un país o de todo un continente, dando paso al espanto y al dolor que ya no se puede esconder: “En ocasiones también ayudaba a los vecinos a recoger los cadáveres de las calles. Al principio esperábamos a que viniera la policía e hiciera lo que tenía que hacer, pero tardaban horas, incluso días en llegar, y mientras tanto el barrio convivía con el cuerpo en descomposición de alguna persona asesinada por los sicarios. No queríamos que los niños lo vieran: cubríamos los cuerpos, los movíamos de las vías y limpiábamos la sangre” (p.282).

Junto a todas estas características se suman las referencias de distintos nombres relacionados con la cultura de un país y una región. Y estas menciones no son sólo literarias sino también artísticas y hasta musicales. Es así como se mencionan los nombres del poeta ecuatoriano Efraín Jara Idrovo (además de los ya mencionados), la pintura de Oswaldo Guayasamín, la música de Rita Indiana, de Bomba Estéreo, Dengue, Dengue, Dengue y Los Jaivas.

Y como lo sonoro tiene una gran repercusión en la novela, la autora ha decidido trascender la ficción al crear una playlist para que cualquier interesado se traslade a la festividad de Ruido solar a través de la música:

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Datos del libro reseñado:

Mónica Ojeda

Chamanes eléctricos en la fiesta del sol

Random House, 2024

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Reseña: Nefando (2016) de Mónica Ojeda

Videojuegos y pornografía

Por Omar Guerrero

Nefando (Candaya, 2016 [España]; Dum Dum, 2018 [Bolivia]; Almadía, 2020 [México]) de Mónica Ojeda (Guayaquil, 1988) es una novela polifónica o coral donde cada personaje revela una serie de hechos a través de entrevistas o testimonios dadas en distintas ciudades, ya sea en Ciudad de México o en Barcelona. La trama gira en torno a un videojuego que fue retirado de la Deep Web, porque su contenido era inmoral y/o bastante subido de tono. Las indagaciones sobre este videojuego llamado “Nefando” recaen en tres personajes jóvenes: Iván Herrera, Kiki Ortega y Cuco Martínez. Iván y Kiki son mexicanos becarios que han ido a estudiar un Máster de Creación Literaria en Barcelona. Cuco es un haker español que convive con ellos a pesar de tener la peculiaridad de que nunca ha convivido con latinoamericanos. A través de ellos se conoce a los hermanos Terán, provenientes de Ecuador, que también viven en Barcelona en el mismo piso (o apartamento). Ellos son Irene, Emilio y Cecilia, creadores de este polémico videojuego, a quienes, por una razón, no se les entrevista.

Los tres personajes que toman la palabra brindan información de sus vidas, de su pasado y sus anhelos, además de relatar su relación con los hermanos Terán. Ellos cuentan sus inquietudes y sus ocupaciones diarias, incluida su relación con “Nefando” y el mundo oscuro de la web. Como son jóvenes queda en evidencia su aprendizaje intelectual y académico, aunque también su aprendizaje como personas o como adultos principiantes e inexpertos. Mientras tanto, ellos exploran, descubren y sienten toda una serie de cosas y hechos que los marca o que los ha marcado como si se tratasen de traumas. Así lo cuenta Iván en la Habitación #2:

Entraste al aula diez minutos después de que la clase empezara y te sentaste, como siempre, en la última fila. El profesor hablaba de Montaigne, el ensayo literario, Rafael Sánchez Ferlosio, Octavio Paz, la hibridación de géneros, el cine, Manuel Puig, pero tú mirabas las espaldas de tus compañeros y te dabas cuenta de que sólo podrías reconocerlos así, de espaldas, porque sus rostros eran volutas de humo, indefinibles, y sus nucas y hombros, en cambio, tenían nombres y apellidos. Recordaste la primera vez que te sentiste atraído hacia alguien: tenías 12 años y él estudiaba contigo. Nunca lo habías visto realmente. (p. 25)

Por otro parte, Kiki está empecinada en escribir una novela pornográfica. Se encierra en su habitación para buscar las palabras adecuadas. Su intención es estremecer y perturbar al lector con lo que cuenta. No pone límites para conseguirlo. Sabe que puede herir susceptibilidades. Para eso crea a dos personajes siniestros que son muy jóvenes: Diego y Eduardo. Ellos empiezan su vida sexual desde su infancia. Su iniciación es netamente homosexual. La descripción de su primer contacto no se priva de nada, porque el fin de esta escritura como acto creativo (y como metaficción) es solo pornográfico. Corresponde a este discurso mostrar lo más íntimo sin ningún límite, al punto de conmocionar o producir espanto en sus receptores, inclusive asco o repulsión, pues el objetivo es manifestar una total perversión. Aquí el cuerpo, o los cuerpos, en su completa anatomía y resquicios, cobran protagonismo:

Eduardo y Diego tenían once años cuando se abrieron los culos por primera vez. Ocurrió en el velatorio del padre de Diego. Los dos habían permanecido juntos, mirándole los pies a la única señora que había asistido al funeral con calzado abierto y tacones altos […] Diego le contó a Eduardo que había visto el pene erecto, rígido, del cadáver de su padre mientras lo vestían. Eduardo le contó a Diego que había visto la vulva de su madre cuando se sentaba sin cruzar las piernas y que, desde entonces, siempre intentaba ver esa entrada porque le hacían sentir cosquillas en el vientre y un líquido pegajoso mojaba sus calzoncillos, un líquido que esparcía en sus manos como si fuera un jabón para tocar la ropa materna […] Diego cerró los ojos e imaginó cómo sería besar los labios ocultos de la madre de Eduardo, besarlos de la misma manera en que las parejas unían sus bocas y juntaban sus lenguas, solo que allí abajo, decía Eduardo, las mujeres no tenían lengua. Entonces, igual que otras veces, se besaron junto a un árbol de ramas secas […] Afrontaron con verdadero hedonismo el dolor de la penetración; el sexo fue para ellos, como lo es todo en la infancia, una prueba de resistencia. Después, cuando la sangre y la caca los manchó por dentro y por fuera, abrazaron sus miembros erectos con las manos y jugaron a las espadas. (pp. 54-56)

Esta exploración inicial no queda solo entre ellos dos. Luego se expande a cualquier persona, sea hombre o mujer. Aquí el placer se complementa con el daño y la humillación. Lo sexual se convierte en agresión. Son ellos quienes lo provocan. Al mismo tiempo lo disfrutan sin mostrar ningún tipo de arrepentimiento. Tampoco muestran piedad hacia sus víctimas denigradas. Aquí un ejemplo:

Cuando estaban en segundo curso llevaron, por primera vez, a una chica a su habitación compartida. Ella tenía doce años y ellos trece. En el internado nadie se dio cuenta. La penetraron de uno en uno. Primero Eduardo, que era más delicado, y luego Diego, que le gustaba meter su pene con fuerza y rapidez, poseído por un frenesí que lo llevaba a pellizcar y a golpear los cuerpos que tomaba. La chica acabó magullada, cubierta de esperma, con marcas de mordidas y círculos de saliva -a Eduardo le gustaba escupir sobre la piel de sus amantes-. Ella, después de verse en el espejo, lloró. (pp. 56-57)

Su actuar deriva en lo execrable. Cada acto que realizan se nombra y se describe con todas sus letras sin importar una posible condena, pues, como ya se ha dicho -y se entiende-, la idea es estremecer a partir de la creación guiada por lo pornográfico. Esta luego se deriva, indefectiblemente, en violencia y sadismo. Y al cumplirlo, acaban con cualquier forma de ternura o inocencia, pues solo corrompen, dañan y hasta destruyen vidas. No importa si recurren a posibles cómplices para aplacar sus deseos. Todo se pervierte sin ninguna medida. Aquí otro ejemplo:

[…] Unos minutos más tarde, después de escupir y untar de saliva el ojo ciego de su amante, el profesor lo hizo ponerse en cuatro patas y, antes de penetrarlo de una sola embestida, tomó un puñado de tierra con su mano Kingman y la estrelló contra la cara húmeda del chico. Diego y Eduardo se masturbaron al ritmo de las embestidas ajenas, recordando toda esa literatura que los hacía entenderse y sentirse más seguros de lo que hacían y de lo que querían hacer (querían encontrar a una Emmanuelle o a una Wanda o a una Simone o a una Juliette; querían ser un triángulo, una trinidad). Cuando el profesor acabó con un gruñido bestial contra las nalgas abiertas del chico de primer año, Diego y Eduardo emergieron de entre el follaje y le preguntaron a su Maestro si podían jugar con el muchacho de cara terrosa. Él les sonrío, bañado en sudor, y les dijo: “Adelante”. Diego forzó al chico asustado a llenarse la boca de hojas caídas y a chuparle el pene mientras Eduardo le metía los dedos por el culo […]. (p. 58)

La búsqueda de esta tercera persona a modo de triángulo o trinidad se concreta con la llegada de Nella, una joven cuyas acciones serán una forma de confrontar el comportamiento abyecto de sus coprotagonistas en la metaficción. Con ellos no solo se leerán poemas de Vallejo y Pizarnik bajo una interpretación erótica. Ellos tres irán más allá.

Foto: Inma Flores (El País)

La mención de esta novela (“pornovela”) dentro de la novela cumple la función de representar el mundo sórdido que han sufrido los personajes centrales (no diremos cuáles). Entonces el abuso infantil, la pedofilia y la pederastia son los temas que surgen como una realidad vetada y tenebrosa que existe, persiste y no se detiene. Se comete no solo a través sujetos extraños o personas ajenas que no se detienen ante la culpa ni la compasión, porque simplemente no la tienen, sino que también se perpetra dentro de la propia familia por parte de los padres:

[…] Veo el pis de papá cayendo dentro de mi boca abierta. La luz roja de la cámara brilla y me veo. Tengo siete años. (p. 128)

En la diégesis se suman otros discursos propios de la web como foros o intercambios de mensajes digitales encubiertos bajo nicknames. También se incluyen imágenes que corresponden al mundo de los jóvenes a modo de grafitis:

Se deduce, entonces, que se trata de una novela donde impera el morbo, pues sus temas así lo obligan. Quizás este sea un freno o un veto para posibles lectores. Su punto a favor es el ritmo vertiginoso de la narración y el uso de un lenguaje directo (u obsceno), en algunas partes, y poético, en otras. Su elección queda al libre albedrío.

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Datos del libro reseñado:

Mónica Ojeda

Nefando

Candaya, 2016 (España); Dum Dum, 2018 (Bolivia); Almadía, 2020 (México)

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Reseña: Mandíbula (2018) de Mónica Ojeda

Lo femenino y lo siniestro

Por Omar Guerrero

Mandíbula (Candaya, 2018) de Mónica Ojeda (Guayaquil, 1988) es una novela donde predomina lo femenino y lo siniestro. Sus personajes son mujeres de distintas edades. Y a pesar de que se advierte la presencia de personajes masculinos, estos se mantienen al margen o en silencio como es el caso de un psicoanalista que trata clínicamente a una de las protagonistas. A lo largo de la novela, ellas pasan de convertirse de víctimas a victimarios, y viceversa. La agresividad de una cambia para volverse completamente vulnerable. Mientras tanto, el miedo de la otra se torna en algo cruel e incisivo. Es como un juego de dualidades o roles donde solo debe sobrevivir una. Todo empieza cuando la alumna del colegio Bilingüe Delta, High School for girls (colegio de élite del Opus Dei), Fernanda Montero Oliva, hija de un ministro y de una reconocida abogada provida, despierta maniatada y sujeta a una silla dentro de una cabaña. Ella se encuentra secuestrada por parte de su profesora de Lengua y Literatura llamada Miss Clara López Valverde. Fernanda logra reconocerla por su forma de caminar y de vestir, lo que siempre fue motivo de burlas por parte de sus alumnas. Fernanda exige que la libere. Insulta y maldice, pero Miss Clara impone su voluntad amenazando a su víctima. Le da a entender que ahora las cosas han cambiado. El fin de este propósito es sancionar y al mismo tiempo dar una lección: “Tú y yo vamos a tener que hablar sobre lo que hiciste”. Con esta línea termina el primer capítulo. Y a continuación la novela empieza a desarrollarse de manera trepidante en distintos saltos de tiempo solo para poder entender por qué Fernanda ha terminado secuestrada y por qué su profesora de Lengua y Literatura ha decidido proceder de esta manera.

La mejor amiga de Fernanda Montero es Annelise Van Isschot. Junto a ellas se suman otro grupo de chicas del mismo colegio. Fernanda y Annelise son las líderes de este grupo de alumnas rebeldes. A ellas les gusta las historias de terror, sobre todo aquellas que llevan por nombre creepypastas que se pueden encontrar en internet. También le gusta hablar en argot y adoran al Dios Blanco, un ente sobrenatural que puede subvertir cualquier circunstancia normal, según su creencia. Estas alumnas también van a fiestas y retan a los chicos guapos que les gustan haciéndolos quedar en ridículo. Incluso hasta ponen en riesgo sus vidas con tal de imponer con éxito su imagen de muchachas radicales. No solo eso. También son capaces de mostrar lo que hacen en la intimidad, produciendo asombro y también mucho horror.

Esta amistad tan cercana entre Fernanda y Annelise colinda con el erotismo y lo lésbico sin caer precisamente en ello. Ambas mencionan que se han visto desnudas, se bañan juntas y que comparten muchas cosas ocultas. Comparten también otros intereses que van desde la travesura hasta la crueldad como el hecho de hacer sufrir y provocarles miedo a sus profesoras. Las dos alumnas, además, se consideran como hermanas de distintas madres, pues sus progenitoras también han mantenido una cercanía similar que sí queda en evidencia a partir de los recuerdos de una de sus hijas. Es entonces que aquí se toma en consideración la relación entre madres e hijas. El supuesto amor y comprensión que debe haber puede cambiar de pronto en el desinterés y el aburrimiento. Esto último puede convertirse inclusive en insulto y desprecio. Y este tipo de relación tortuosa se conecta con la vida de Miss Clara, quien desde muy joven sufrió en manos de su difunta madre, cuya voz se mantiene en el presente de la novela solo para extender sus traumas. Se entiende que no es una manera de corregir sino de subvertir.

El comportamiento retraído de Miss Clara en el colegio es motivo suficiente para que se convierta en blanco de las burlas de sus alumnas. Esto mismo vivió cuando era niña. Ella nunca fue una estudiante popular como Fernanda Montero o de una belleza sobresaliente como Annelise Van Isschot. Es precisamente ella quien se percata de este temor que sufre su maestra de Lengua y Literatura. Busca una cercanía solo para hacerle una serie de preguntas que terminan poniéndola más nerviosa. Annelise le habla de asesinos jóvenes y de actos siniestros. También le menciona hechos truculentos y llenos de abyecciones. El punto más alto y sincero de este intento de cercanía sucede cuando le escribe un trabajo que lleva por consigna: “Escriba un breve ensayo en el que comente alguno de los cuentos de Edgar Allan Poe”. En este ensayo, Annelise no aborda precisamente la obra de Poe sino a su experiencia con el miedo. Se ciñe más en un capítulo de Moby Dick con respecto al horror blanco. También hace mención, entre otras cosas, al gusto que tiene por la obra de Lovecraft y de Stephen King. Aunque su experiencia con el miedo traspasa lo literario. Ella cuenta de manera personal lo vivido con Fernanda, quien para ese momento ya ha dejado de ser su amiga. Tampoco puede dejar de mencionar su percepción del miedo en Miss Clara. Se lo describe detalladamente para que no haya excusas de que no inventa nada. Le cuenta episodios vividos en clase. Sabe que Miss Clara los recordará con exactitud, pues le conciernen como víctima. Y con esto señala a una sola persona como culpable y que debe ser sancionada. Ese es su objetivo, pues no solo es culpable, sino que sigue siendo un peligro. Annelise hace uso de su intelecto y su malicia para persuadir a su maestra a que debe obrar de otra manera, tal como lo hace una maestra y también una verdadera madre.

Mientras Fernanda permanece secuestrada se menciona que descarga su vejiga en la misma silla donde permanece atada, pues no tiene chances ni siquiera de ir al baño. También se menciona que llora, babea y que sus mocos corren alrededor de su boca. Se convierte en una persona que solo produce asco y que aun así no es compadecida ni perdonada. Miss Clara, por su parte, no puede dejar de tener presente un ataque previo cometido por dos alumnas totalmente díscolas y crueles que le hacen recordar mucho a Fernanda. Tampoco puede dejar de recordar a su madre. Sabe que debe sancionar y a la vez enseñar. Por otra parte, la mención a la “mandíbula” es reiterativa. Esta mastica y tritura. Acaba con su presa. Es la entrada a otra dimensión que se desconoce. Lo que sucederá será irreversible.

Foto: Gatopardo

De esta manera se estructura una historia que logra mantener el suspenso hasta el final. Se añade que los diálogos son precisos. Sobresale también el discurso de cada personaje, trayendo consigo lo vivido y lo que se debe tomar por resolución. Esto asombra al igual que el uso de un lenguaje lleno de imágenes. Solo el uso reiterativo de anglicismos, propio del lenguaje juvenil de ese tipo, podría excederse, más no incomodar. Esto no impide que se asuma a Mandíbula como una novela lograda y a su autora como un verdadero suceso.  

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Datos del libro reseñado:

Mónica Ojeda

Mandíbula

Candaya, 2018