A la memoria de Leonardo Cárdenas Luque, adolphiano y terrenal
Giancarlo Stagnaro
En 2012, hace nueve años, publiqué un artículo académico sobre Mañana las ratas, denominado: “La invención del futuro. Lima y la dimensión distópica en Mañana Las Ratas, de José B. Adolph”. En ese artículo, básicamente sostengo que la literatura peruana mantiene una deuda con José B. Adolph. Dado el carácter prolífico de su obra, y cito, “la presencia de Adolph dentro del establishment literario local suele ser tomada con aprecio por el carisma que generaba en lo personal, pero soslayada en lo concerniente a la valoración literaria en sí” (147). Pues bien, esa deuda, la valoración literaria, lo que justamente le debíamos a Adolph, comienza a pagarse con la edición de Minotauro que pasamos a comentar.
Tengo una historia con Pepe Adolph. Ustedes la pueden constatar. En primer lugar, en el año 2004, hace 17 años, lo entrevisté para la revista que dirigía en aquel entonces, El Hablador, y que sigue saliendo, por cierto. Posteriormente, junto con nuestro querido amigo y colega de entonces, porque trabajábamos en el mismo lugar, el escritor Daniel Salvo, lo entrevistamos en el popular restaurante Las Mesitas, en Barranco, donde era asiduo concurrente, junto con su pareja, la artista Delia Revoredo. Allí, casi al frente de Las Mesitas, en el bulevar, le tomé la foto que hoy ilustra la nota donde se anuncia su fallecimiento (la nota, por cierto, lleva mi firma: GSR). Pepe usa una camisa azul y una chompa grisácea y parece que emergiera como la Tardis de la serie Doctor Who, de la era de Tom Baker, el Doctor por definición.
(Ahora que lo pienso, Tom Baker y José B. Adolph se llevaban apenas un año.)
Posteriormente, recuerdo que estábamos en el Café de la Paz, en Miraflores, junto con otro escritor de enorme fuste: Miguel Gutiérrez. Vaya, recuerdo que pensé en ese momento, un ex maoísta (Gutiérrez), un ex trotskista (Adolph), ¿también pueden conversar, entablar diálogo? A pesar de todos los absolutismos y reduccionismos, pueden hacerlo. Es más, es su deber hacerlo. Por supuesto que sí. Los dos estaban de lo más felices, dialogando, contándose historias, o fabulando “sobre mujeres y heridas”, parafraseando el título de Pepe. Porque eso es mayoritariamente lo que hacen las personas mayores, además de enfrentar el paso del tiempo: hablar del pasado. Recrearlo. Embellecerlo. Darle sentido a lo que en principio no lo tiene. Así es el ser humano. Luego de haber contemplado una de las más importantes conversaciones literarias del momento, vuelvo a casa y no escribo ni una sola línea al respecto.
También recuerdo el homenaje que la Cámara Peruana del Libro efectuó en diciembre de 2008, durante la Feria del Libro Ricardo Palma, en donde participé y recuerdo haber dicho sentidas palabras sobre la figura de Pepe y, justamente lo que indiqué: que es necesaria su revalorización literaria.
Pues bien, Adolph encontró en la literatura la vida con la que se aferraba a cada instante y pudo visualizar el futuro, o, en todo caso, recrearlo, inventarlo para nosotros. Como todo es relativo, para Adolph, toda la realidad es maya, ilusión, artificio, una cueva platónica, simulaciones, Matrix. La pregunta de Adolph se yergue hasta la filosofía en este punto, y tiene probables respuestas como la siguiente: “Todos los inventos humanos sirven tanto para el bien como para el mal, con preponderancia del mal… La mayoría de los grandes inventos son a consecuencia de guerras, tecnologías militares que luego se aplican a los civiles. Desde la penicilina hasta los celulares o la misma internet. Inventamos cosas maravillosas, pero las usamos preferentemente para el mal… O creemos en una presencia satánica, real, personal, o en un dios del bien y un dios del mal, que fue la que inventaron los seguidores de Zoroastro; o si no, una falla estructural del ser humano, en la linda corteza cerebral que tenemos, que sirve para todo, bueno o malo”, indica Adolph en la entrevista de El Hablador.
Por todo lo anterior, puedo afirmar que la reedición de Mañana las ratas llega en un momento adecuado, gracias al impulso que le dieron las hermanas Adolph (Patsy y Minou), de darla a conocer, en medio de la situación que vivimos, tiene un mérito enormísimo. Precisamente, qué mejor idea de publicar una novela como Mañana las ratas entre dos aspectos: uno, porque las “ratas” a las que alude la novela son los desposeídos del mundo y viven en la desolación más profunda[1]; y dos, porque ya existe un variado corpus crítico con el cual acoger la novela, ya sea en el propio Perú, Estados Unidos, España e Italia, con trabajos críticos de largo alcance como los de Elton Honores, Daniel Salvo, Leonardo Cárdenas Luque, Lucero de Vivanco y recientemente María Elena Gushiken, en el Perú; Iván Rodrigo Mendizábal, Teresa López Pellisa y Rodja Bernardoni, entre numerosísimos críticos literarios de variadas latitudes, que descubren, valoran y aprecian la obra de José.
¿Por qué leer Mañana las ratas a 36 años de su publicación original? Principalmente, porque el año 2034, año de la ficción, ya se encuentra a la vuelta de la esquina. Y quizás no pase mucho de lo que ocurre en la distopía adolphiana, aunque notamos muchísimas actitudes de las clases altas, reunidos en torno a un Directorio global, que se asemejan a sus pares de ficción; notamos también una semejanza en la postergación de las clases bajas, llegando a límites absurdos de sordidez y descomposición social como producto de las políticas económicas del Directorio; y también notamos la insurgencia de la derecha más conservadora y fanática (aunque sumamente inteligente) en la figura del lefebvrista Cardenal Negro.
Además de lo anterior, tengo otras ideas-fuerza que paso a enumerar:
a) Se trata de una novela de enclave. Tal cual lo establecen las novelas Redoble por Rancas (1970), de Manuel Scorza, y El zorro de arriba y el zorro de abajo (1971), de José María Arguedas, en la que una empresa o corporación se establece en una zona exclusivamente para extraer los recursos naaturales, en este caso, los minerales. Las novelas de enclave continúan así la tradición de textos como Brevísima relación de la destrucción de las Indias (1553), de Bartolomé de las Casas, hasta La vorágine, de José Eustasio Rivera (1924); Doña Bárbara, de Rómulo Gallegos (1929) y Los pasos perdidos, de Alejo Carpentier (1953), en donde los miembros de la elite criolla son los agentes modernizadores del territorio rural o, en términos de Sarmiento, “bárbaros”. Justamente, el criollo ilustrado es reemplazado, en términos del capitalismo avanzado post-Segunda Guerra Mundial, por las compañías, o bien extranjeras, como la Cerro de Pasco Mining Co., en la ficción de Scorza, o la empresa de Braschi, como en Los zorros de Arguedas. Me atrevo a señalar un vínculo, en este caso, entre la novela póstuma de Arguedas y la de José: que los “bárbaros” terminan por apoderarse del conocimiento y lo emplean para sus propios fines (que no siempre son santos, como en la novela de JBA). En Arguedas, los pescadores y, sobre todo, los trabajadores de la fábrica de harina de pescado resultan conscientes de su situación de trabajo; aunque en Adolph dicha resolución resulta imposible (ojo, spoiler alert): le envían un misil nuclear con una D enorme (de Directorio) a la base espacial de la elite ya no peruana, sino mundial.
b) Se trata de una novela de la corporación con vibra cyberpunk. Justamente, este punto resulta de un debate álgido entre la crítica peruana y latinoamericana. Mañana las ratas es una novela, la última, si no me equivoco, de las novelas de enclave y la primera, me parece, en centrarse en computadoras y corporaciones. Justo cuando la literatura peruana y latinoamericana se centraba en esta discusión entre derechas e izquierdas, Adolph nos recuerda que ese no era el debate, que el “fin de la historia”, Fukuyama dixit, ya había ocurrido. Es decir, lo que recién apreciamos y vivimos en los 90s, José ya lo había visualizado en 1977. Como ustedes saben, dichos años se conocen como la génesis del punk y, curiosamente, es el inicio de la renovación de las sagas de ciencia ficción con el estreno de Star Wars. Y 1984 se conoce no solo por la predicción orwelliana, sino porque ese año se estrenó Terminator, el inicio del enfrentamiento final entre el hombre y la máquina; y el futuro, de lo medianamente claro que estaba, se oscureció de pronto. Al igual que en Mañana, las ratas, todas estas producciones son hijas de su tiempo; y puedo afirmar con seguridad que finales de los 70s y principios de los 80s resultaron sumamente movidos, al menos para los creadores, sobre todo en el Perú, que pasó a la democracia, pero esa sensación de futuro grisáceo impregnó la literatura, con grupos poéticos, como, por ejemplo, como Hora Zero y Kloaka, y la música subterránea o “subte”. Por si fuera poco, insurgió Sendero Luminoso. Además de ello, según el investigador Elton Honores, en los 70s, Adolph se venía consolidando como autor teatral exitoso. Era cuestión de tiempo que diese el salto a la novela.
Todo lo anterior se menciona o referencia en Mañana las ratas. Desde la geopolítica, deudora de Orwell, en que el Estado-nación ha desaparecido para dar la anuencia a bloques regionales, como el Directorio o el Imperio confuciano-marxiano de Asia, todo ello vale para situarnos dentro de una atmósfera opresiva. Precisamente, el diálogo entre Tony Tréveris, el protagonista de la historia, con un piloto reclutado por el Directorio, ejemplifica lo que menciono a la perfección:
—Un día el Directorio se va a despertar más frutado que esos guardias y con un gobierno de ratas.
—No exageres, hijo. El Directorio es inderrocable. No es como los gobiernos de antes. ¿Sabes por qué caían los gobiernos nacionales? Te lo voy a decir: porque antes había política. ¿Y qué es la política? Relaciones de poder no comerciales, irrazonables, basadas en el contacto entre las gentes y en ideologías.
—Mi padre me habló del gobierno. Del último, antes de la confederación mundial. Era un caos.
—Así es. El internacionalismo democrático-comercial nos salvó de lo peor. Esto es una maravilla comparado con lo que tendríamos si no se hubiese eliminado el estado-nación… Lo único que se ha hecho es eliminar la hipocresía: nuestro gobierno regional es el primer gobierno sincero de la historia. Por primera vez, coinciden el poder económico y el político abiertamente, como debe ser. Quien sabe manejar una empresa, sabe manejar una región (Adolph, 29-30).
Evidentemente, Adolph no se imaginaba que el Perú terminaría eligiendo, 18 años antes de la ficción, en 2016, a un dueño de empresas como presidente del país: Pedro Pablo Kuzscinsky, y tampoco el rotundo desastre que ocasionaron sus decisiones, las comerciales y las gubernamentales.
En un entorno preprogramado, la corporación y las computadoras se convierten en aliados. Justamente, la elite dirigente se encuentra preprogramada a obedecer órdenes y a convertirse en espectáculo hedonista para los demás miembros de esta. Además de su esposa, todo el mundo sabe que Tréveris cuenta con una amante, representada por su secretaria. Ello es un hecho público. Sin embargo, la seducción progresiva de Tréveris a manos de la estadounidense Linda King ocurre precisamente porque nadie se debe dar cuenta, es privada, y por lo tanto, tendría más valoración. Es el tipo de vínculo que forman ambos lo que los vuelve más susceptibles a la realidad, a o que el crítico Tom Moylan llama “the dystopian turn” o el “giro distópico”. Para ponerlo en términos cervantinos, equivale al desengaño.
De ese eslabonamiento entre el carácter profético, la corporación y la informática, se puede decir que Mañana las ratas es una de las primeras novelas con vibra cyberpunk, comparable por su aparición con la misma Neuromancer, de William Gibson (1984). Se anticipa a la antología McOndo (1996), de Fuguet y Gómez; así como a la explosión de ciencia ficción latinoamericana que vivimos en la actualidad, con referentes como La primera calle de la soledad (1993), del mexicano Gerardo Horacio Porcayo; Ygdrasil (2005, 2007), del chileno Jorge Baradit; Gel azul y Los estruendos del silencio (2009), del mexicano Bernardo Fernández, o BEF; e Iris (2014), del boliviano Edmundo Paz Soldán. Todos los títulos anteriores se basan en corporaciones que anhelan acrecentar su poder de forma exponencial.
¿Por qué un Cardenal Negro? Porque es el símbolo de la desesperación de millones que se canaliza mediante los católicos ortodoxos, o cat-ox. Es el verdadero catalizador de la acción en la trama de la novela. Cuando se le introduce, y se comenta que es de inspiración lefebvrista (para quien no lo conoce, Lefebvre fue un cura rebelde, de posiciones radicales de derecha), el lector puede experimentar un crescendo. Todo el mundo en la novela habla de este personaje, pero conocerlo en persona resulta imborrable para King y Tréveris. Incluso cuando llegan a ese punto, no saben con quién verdaderamente se enfrentan. Como apunta Luque Cárdenas, el Cardenal “ha prometido al pueblo darles el paraíso, pero a sabiendas de que solo conseguirá el purgatorio”.
Al mismo tiempo, habría que abordar el Apocalipsis, el conflicto final entre las ratas y el Directorio. Lucero de Vivanco es quien se ha encargado de tratar este tema con mayores luces, sobre todo en su libro Historias del más acá. Imaginario apocalíptico en la literatura peruana, del 2013. Por supuesto, lo que garantiza el fin del mundo para algunos puede ser el comienzo para otros. Tal era el plan del Directorio Supremo: abandonar la base espacial en la luna y colonizar el resto del sistema solar. No calcularon la capacidad de respuesta de los cat-ox en esta batalla final por la supremacía. Al respecto del libro de Vivanco, el apocalipsis radicaría, para citar a José Cornelio, “en la destrucción anunciada del orden establecido desde el origen del Perú como nombre y lugar de la historia”. ¿No estará queriendo decirnos José con esta novela que el fin de la historia se resolverá en estos términos, lo que implica la destrucción del orden de cosas que hoy llamamos “Perú”? Para pensarlo.
c) Si bien Mañana las ratas trata acerca de la religión, de cómo afecta nuestras vidas, pero, sobre todo, de cómo se asume desde la política. La postura del Cardenal Negro es claro ejemplo de lo anterior: negociar con la elite, dirigirse a las masas con discursos enfebrecidos. Mañana las ratas muestra que la religión, en este caso, la católica, no solo pretende regular nuestra vida mediante el seguimiento de un ritual, sino que dicha ritualidad afecta las formas de hacer política. En la novela, se puede apreciar el enfrentamiento entre teocracia y tecnocracia. Esa es otra pregunta interesante que vengo explorando. ¿En la realidad ocurre lo mismo? En nuestros países latinoamericanos, ocurre. Vemos el caso de un cura que bendice una ciudad latinoamericana desde las alturas de un helicóptero. Urbi et orbi, literalmente. En el Perú, con la aquiescencia del gobierno, hubo alguna vez, en una época de infausta recordación, un cardenal que negó la validez de los derechos humanos no solo a un grupo, sino al conjunto de ciudadanos. Parece que el eclesiástico no se actualizó o no leyó, o mejor aún, no quiso repasar, como lo hacen los niños, el Sermón de la Montaña.
d) Por eso, es nuestro deber, como lectores, hacer la máxima difusión posible de Mañana las ratas. Tratar de hacer pedagogía, enseñando y atendiendo lo que imaginaron los escritores en relación con el futuro del país. Antes que nadie, este libro debe ser consumido no solo por gente interesada en la literatura o en la historia, sino también, sobre todo, por politólogos, sociólogos, periodistas, ecologistas, activistas sociales, personas que tengan tal o cual postura política: en suma, es un libro para todos, sin distinción. Todos estamos escribiendo el futuro y, tal como van las cosas, el futuro se muestra más distópico que nunca. Ahora que viene la campaña electoral en el Perú, es el momento. Esa es la naturaleza y, diría también, la belleza de una ficción especulativa como la de Adolph.
Quién sabe, si quizás por la nueva edición, hasta Netflix se interese en hacer una miniserie sobre Mañana las ratas. Eso no es pedir demasiado, sino lo justo. Para concluir, solo mencionaré lo indicado al inicio. Se viene haciendo una labor interesante con el rescate de una novela que muchos consideraban que no se podía publicar. Punto por ello. Ahora, existe una abundante literatura crítica y, por lo tanto, una recepción mucho más amigable, que ya sabe de distopías, vocablo ya popularizado entre todos debido a la pandemia. Sigamos atentos a los desafíos que nos plantea la obra imperecedera de José B. Adolph.
Bibliografía
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[1] Aunque ahora viene otra interpretación, vinculada a que las “ratas” lo constituyen los miembros del Directorio Regional, acorralados en su búnker del centro de Lima. Es decir, la élite dirigente peruana, que vive, a su vez, acorralada en sus residencias-búnkeres: el sur de Lima, San Isidro, La Molina, etc.