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Reseña: Un cocodrilo duerme la siesta y otros relatos animales (2024) de Irma Del Águila

La alianza entre lo femenino y lo animal, su recuperación

Por Cesar Augusto López

La condena bíblica que se reafirma con María, madre de Jesús, es la separación o el conflicto entre la mujer y la naturaleza. El llamado femenino, desde la postura del mito hebreo-cristiano, es que la mujer debe triunfar sobre la tentación de la serpiente, la de ser como Dios. De aquí se desprende una serie de tensiones narrativas que se han ido combatiendo, más o menos, a lo largo de la historia de la literatura y es, quizá, este tiempo uno que se corresponde con el desgaste de la sentencia estética propuesta desde una de nuestras referencias míticas de fundación.

Tanto la narrativa o poesía femenina comúnmente se confronta con el cuerpo, con las percepciones, con el sentir; es decir, con una grieta ocluida desde afuera y, por ende, que limita las potencialidades de su voz. Este es quizá uno de sus problemas primigenios, ya que la acusación de su goce como desorden se cimenta en la abstracción racional como la forma idónea para el conocimiento. Bajo el criterio propuesto, todo intento de confrontar o cuestionar estas premisas narrativas siempre pasará por una compleja criba, dado el peso de la costumbre creativa o, mejor, la tradición de lo contado.

No se crea que nuestro introito religioso tenga el peso de una tara propia de un creyente; antes bien, fuera de que Del Águila nos presente siete relatos (número cabalístico), en dos de estos se recurre a la impronta bíblica de manera directa; específicamente al diluvio arrasador y, por otro lado, al φαρμακός o chivo expiatorio cristiano. Imposible no considerar el mito del bufeo como una pieza que recurre a una forma de relación religiosa selvática. Pero si aún estuviéramos en medio de un error, avanzaremos en nuestra lectura que no puede dejar de lado los personajes femeninos en seis de los siete textos y, aún así, el personaje masculino del final, atrapado por un sueño delirante, se feminiza.

Creemos que, ahora sí, nuestro puente está establecido. Aquella pérdida de intimidad con lo animal, dictaminada desde el exterior, podría retornar de la mano a nosotros desde lo femenino. ¿Debido a qué? A su amplitud estética, perceptiva, no excluyente, sino, más bien, dispuesta al diálogo. Es una posible apuesta, pero el lector podrá juzgar y colocar el libro en una larguísima tradición o contratradición en la que queremos colocar Un cocodrilo duerme la siesta… Después de tantas palabras, no tan inútiles, solo nos gustaría anotar el suspenso que cunde en todos los textos y de aquí puede derivar una sana duda: ¿hasta qué punto la experimentación podría dejar un proyecto al borde del fracaso? Tal vez para el lector, muy posiblemente (es un reto), los relatos parezcan anodinos e incompletos, pero, ¿esa no será la plena voluntad de su autora? En todo caso, el ejercicio de pausar las certezas es patrimonio de la literatura y, por eso, escribimos nuestra reseña.

Consideramos que el delicado trabajo de suspensión requiere experiencia, una que Del Águila, sin duda, posee. En la primera pieza, por ejemplo, un matrimonio se encuentra incomunicado y en un paraje no tan amable para su situación emocional. Para coronar la situación, un cocodrilo interrumpe el tráfico. La presencia animal aplaza la cotidianidad de lo humano, su movimiento, y la sujeta a su voluntad, a su libertad. Es tan alta esta tensión, esta incerteza, que ocasiona un dilema ético radical. No podemos indicar nada más. En la segunda pieza, la fuerza del paralelismo o la analogía nos parece importante, ya que no hay una idea de metáfora, sino, simplemente, el encuentro de dos universos distintos, pero pasibles de reunir, un acontecimiento se podría decir. Otra mujer, no sabemos si acaso que pasó por una histerectomía o una secuela abortiva (jamás se nos informa al detalle), se encuentra con la imagen de un pez dentro de otro pez. La ambigüedad prima, no es necesario, creemos, saber, sino asumir el riesgo narrativo. Hay una resistencia en lo animal y en lo femenino, en sus cuerpos que excederían a las palabras, pero que no por eso serían menos expresivos; por ese no caer en el círculo lingüístico. Somos plenamente conscientes de la paradoja que acabamos de mencionar, sobre todo, porque nos remitimos a un relato, pero siempre el lector juzgará.

El tercer relato nos dirige hacia una imagen que aún creemos fresca en la memoria peruana; la de una mujer escapando de una palizada que el río arrastra como consecuencia del fenómeno de El Niño. La intimidad con lo animal es evidente en este caso, porque Angelina intenta liberarlo antes de la inundación (p. 34); porque, a pesar de haber estado expuesta a su propia muerte, “no dejaba de pensar en su vaca, ese pobre animal” (p. 32). Otro animal en el que se podría descubrir una especie de sintonía es el caballo o los caballos de carreras y las apuestas, el todo por el todo que encierran en el cuarto texto del conjunto.

En el quinto relato enlaza una serie de circunstancias y presenta a la depresión encarnada en la casa del personaje y, obviamente, en su existencia misma suspendida por la pandemia y, al parecer, por una experiencia de violencia doméstica (no se espere mucha “claridad” en los relatos, como ya se advirtió). La indecisión circunda el tomar o no terapia y, en medio de todo el tedio, quien se percata de la gravedad del hecho es una perra, la mascota, Miranda. Quizá más evidente, la relación entre un borrego, la fiesta de pascua y Cristo; sin embargo, quien asume sobre sí, cierta compasión, es una mujer testigo del destino signado del animal. Finalmente, la composición final sea el más arriesgado, porque no solo se presenta una presencia zoológica, sino que acontecen muchas vidas, incluso la vegetal. No obstante, lo que se reafirma es el valor de la embriaguez como motor de la transformación, de la liberación de las formas y de las mismas relaciones interespecie. Pero no podemos decir más, por evidentes razones.

¿Acaso algo que reclamar, propiamente, a la creadora? Quizá no, por su apuesta, pero, si se nos permitiera, la tentación por volver a lo humano se manifiesta. No podríamos calificar de manera negativa tal hecho, porque quien escribe estas líneas también es humano. Sin embargo, tan solo remitiéndonos a la propuesta del conjunto, a lo animal en sí, al relato como la mejor forma de manifestarlo en su mejor forma, en su vigor, cabe la posibilidad de que lo humano tienda a pesar más y que la presencia animal solo tenga sentido en su orientación hacia lo antropo-lógico y su clásica perorata de excepción frente a otras formas de vidas. Esta es una posible crítica que no queremos dejar de lado, pero que no reduce, en nada, el valor de la propuesta. En todo caso, nuestra no es la última palabra, sino la del lector interesado en ser desafiado por un libro que apunta a la confrontación del lugar común.      

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Datos del libro reseñado:

Irma Del Águila

Un cocodrilo duerme la siesta y otros relatos animales

Hipocampo Editores, 2024, pp. 77.

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Reseña: Hijos de la guerra (2020) de Enmanuel Grau

Afectos y violencia

Por Omar Guerrero

Hijos de la guerra (Hipocampo Editores, 2020), Premio Luces 2020 en la categoría cuento, del escritor peruano Enmanuel Grau (Lima, 1987) contiene ocho relatos donde sobresalen dos tópicos específicos: los afectos (sean de pareja, familiares, amicales o literarios) y la violencia. Esta última se desarrolla tanto en el espacio urbano que hace referencia al barrio y a la collera (y cuyo antecedente se puede encontrar en la obra de Oswaldo Reynoso, Julio Ramón Ribeyro y en el primer Vargas Llosa). Esta violencia colinda, a la vez, con lo marginal. Se manifiesta también con lo vivido en la época del terrorismo en el Perú, sobre todo en espacios distantes o periféricos.

El primer cuento, que precisamente remite a los afectos, se titula «Guerra perpetua», cuyo personaje principal es Georgette Phillipart, la viuda de César Vallejo. Ella es la narradora que cuenta en primera persona una serie de hechos relacionados a su vida de pareja y también en sus anhelos como mujer, precisamente con la maternidad. El tiempo y espacio de esta historia se ubica, en un primer momento, en el penúltimo día de vida de Georgette, pues al inicio del cuento se señala como paratexto el lugar y la fecha del despliegue de esta voz narradora: Maison de Santé / Lima, 3 de diciembre de 1984 (ella fallece un día después). Y menciono este tiempo y espacio como primer momento porque remiten a un segundo espacio y tiempo que corresponde al último día de vida del poeta en París (1938), cuando él se encuentra en la clínica agonizando (las frases: «me dijo, con un hilo de voz» y «Y tus ojos arden, tus ojos arden» guardan relación al momento previo a su muerte). Este efecto de tiempo sobre tiempo, además del tema literario, no solo colocan a este cuento como el mejor del libro. Se suma el uso de un lenguaje intimista y lleno de sentimientos que muestran, o recrean, a través de la ficción, los momentos que vivía la pareja, más aún con el contexto de la Guerra Civil Española y con el último libro con el que se cierra la obra total del poeta:

[…] Él intentó abrazarme. Me solté, fui hasta la mesa, tomé las cuartillas y las arrojé sobre la estufa. Nos quedamos mirando en silencio cómo ardían. ¿Qué si me siento culpable, qué si tengo remordimientos? Me parece que no. A estas alturas ya todo está saldado. Recuerdo que entonces estalló lo de España y el incidente, junto al libro, quedó olvidado. O eso creí. Cuando César enfermó, juré ocuparme de todo, con tesón, como lo he hecho siempre, hasta ahora. Incluso, había decidido entregar el libro, nuestro hijo de la guerra a los editores. Pero todo cambió la última vez que lo vi en la clínica. Entré en el cuarto y con solo mirarlo supe que él lo sabía todo. (p. 15)

El segundo cuento se titula «La Pampa». Sus personajes son unos jóvenes que transitan en determinada zona de Lima. La mención del Cerro San Cristóbal, el jirón Madera, el Mercado Modelo y un arenal (La Pampa) donde ocurre el desenlace de esta historia define el comportamiento y el nivel socioeconómico de los personajes, lo que brinda un aporte a la literatura peruana en temáticas urbano-marginales, muy al estilo de Enrique Congrains o el mismo Oswaldo Reynoso. Se suma el lenguaje procaz y su comportamiento violento correspondientes al segundo tópico que prima a lo largo de libro. Aunque en este cuento también se encuentran los afectos amicales y fraternos. Lo mismo podría decirse del cuento «Al otro lado del río» donde la violencia se manifiesta en otros ámbitos que van más allá de las personas:

No sé por qué recordé lo que habíamos hecho la otra vez. Estábamos por Puente Trujillo. Cerca de un basural unos perros rugían con furia sobre un gato. Lo habían malogrado a punta de mordiscos. Los espantamos con piedras: ¡lárguense, fuera! El gato estaba allí, todo magullado y nos miraba con ojos que parecían humanos. (p. 80)       

En este mismo cuento, la presencia del río y el lodazal de los alrededores, junto con el olor y la oscuridad del espacio, además de la mención de otras grandes arterias de la ciudad, como la avenida Francisco Pizarro (p. 89), sirven para que la mayoría de los lectores, sobre todo para los lectores peruanos y limeños, reconozcan y ubiquen al distrito del Rímac como escenario principal. Para los lectores foráneos es necesario mencionar que se trata de un distrito bastante antiguo que se fundó en el siglo XVI en el inicio del virreinato del Perú. Además, se caracterizaba por albergar a buena parte de la población afrodescendiente e indígena y es donde se funda el legendario barrio de Malambo, de mucha tradición artística y culinaria. En este distrito, también se construye la famosa Alameda de los Descalzos, escenario de muchas historias virreinales. Es allí donde la Perricholi realizaba sus famosos paseos vestida de tapada. Este lugar aún existe en la actualidad, pero, desafortunadamente, no es considerado dentro del circuito turístico por su nivel de inseguridad. La representación de este emblemático distrito no es recurrente en la literatura peruana última. Su antecedente más cercano (si es que no caigo en el error ante la falta o desconocimiento de otras lecturas) es la novela Malambo de Lucía Charún-Illescas, además de algunas Tradiciones peruanas que toman este distrito como escenario («Un cerro con historia», «Don Dimas de la tijereta», «El castigo de un traidor» o «Pancho Sales el verdugo»).[1] Por tal razón, se pueden considerar estos cuentos de Enmanuel Grau sobre el Rímac como un considerable aporte.   

Otro de los cuentos que también se desarrollan en este distrito (sobre todo por su mención -otra vez- a La Pampa, además de La Huerta y a centros educativos como Lucy Rynning, el Patrocinio y Esther Cáceres como lugares de atracción para sus personajes varoniles) corresponde al cuento que le da nombre al libro: «Hijos de la guerra», cuya historia gira en torno a un acto violento desencadenado también por personajes jóvenes, específicamente por escolares de secundaria. Por otro lado, la mención de un personaje de nacionalidad chilena remite, irremediablemente, al episodio de la Guerra del Pacífico, e incluso, a las diferencias raciales que aún existen, sobre todo en una ciudad como Lima. Otro punto en común son las peleas callejeras entre bandos juveniles a partir de un afecto quebrado.

Siguiendo con el tema de la violencia, esta se aborda en referencia al periodo de la guerra interna y/o terrorismo, sobre todo en sus consecuencias. Sucede en cuentos como «Desborde en la penumbra» y «Recuerdos de Chepén». El primero transcurre en un espacio que ya no es precisamente rural. Este corresponde al crecimiento de la ciudad, a sus extensiones, muy a pesar de que no forma parte de un gran urbanismo debido a su distancia. En esta ocasión, se trata de un distrito alejado y en formación cuyo nombre es Santa María, que también cuenta con un río y con otra amenaza latente proveniente de la misma naturaleza. Aunque la amenaza mayor corresponde a las explosiones, a la falta de luz y a las incursiones de un grupo armado que detiene y tortura a sus pobladores si es que se resisten a sus órdenes. Las acciones tendrán sus adeptos, pero también sus opositores. Esta diferencia trae consigo un cuestionamiento a los afectos familiares, sobre todo entre padres e hijos. Se suman los desastres naturales como los deslizamientos y huaicos tan comunes en estas zonas periféricas:

Las noticias sobre las explosiones llegaban a Santa María con los periódicos, pero no habían ocurrido antes, ni siquiera en la parte más alta del valle. Por eso, cuando el fluido eléctrico dejó de funcionar, después de que las torres de alta tensión colapsaran, supimos que enfrentábamos algo mayor, una calamidad que no era inocente y ciega como la fuerza de la naturaleza. (p. 35)

La violencia del terrorismo y sus consecuencias también llegan a otras zonas fuera de la capital, especialmente en ciudades o pueblos de la costa norte. Ocurre en el cuento «Recuerdos de Chepén». Aquí el personaje femenino se encuentra en un conocido balneario tratando de tener unas vacaciones que la ayuden a olvidar el dolor sufrido por los acontecimientos de violencia, pero este sosiego resulta imposible. Su relación con otros amigos y extraños la hace sentir vulnerable:

Tú despiertas. Lees otra vez, como cada mañana: «En acción heroica el mayor Ramírez fue abatido anoche por una cuadrilla de Sendero, después de combatir en desventaja unas cuatro horas». Cuando bajas a la recepción, Claudia ya tiene media hora esperando. La acompaña Richard y tú apenas reconoces en ese hombre serio y amable al muchacho de entonces. (p. 98)

Lo peor de todo es que el sufrimiento persiste. Solo el recuerdo queda como un consuelo. Esto mismo imposibilita un final resolutivo. La resignación es la única salida. Algo similar ocurre con el cuento «Instrucción final», que remite a otro tipo de violencia, relacionada en parte con el terrorismo, o con los rezagos que quedan de ello en determinadas zonas del país. Los personajes aquí son militares: soldados provenientes de provincias. Uno de los escenarios es la sierra sur del Perú. Este espacio presenta un clima totalmente opuesto al cuento precedente (asumida como una visión representativa de la diversidad de nuestro país). Se suma el uso y efecto de tiempos intercalados. El inicio, por supuesto, menciona una evidente violencia (y tragedia) tan propensa en la vida militar donde los errores se pagan caro:

Hace algún tiempo Santos murió dinamitado en Juliaca, en las alturas del Perú, mientras el pueblo entero preparaba la fiesta de la Candelaria. Ocurrió durante unas maniobras militares de instrucción que debían graduarlo en su cargo de alférez y que por descuido (esto consignan los informes que encontré en el archivo militar) no pudo celebrar en vida, sino en una capilla ardiente, acompañado de cachacos contritos, rodeado por las heladas de la puna. (p. 104)

Finalmente, hago mención del cuento «Juanrra». Otro de los mejores de este libro, sobre todo por desarrollar el afecto literario, más aún con la poesía. Este cuento aborda la admiración hacia un poeta trascendental en la literatura peruana última, más aún por tratarse de un miembro fundador del reconocido grupo Hora Zero. Me refiero al poeta chiclayano Juan Ramírez Ruiz. Es inevitable no encontrar una influencia de Roberto Bolaño a lo largo de esta historia, pues sus otros personajes son precisamente unos jóvenes poetas universitarios apasionados por la literatura que admiran la obra de este poeta mayor. Vale la pena considerar también la relación del mismo Bolaño con los poetas de este movimiento para entender esta actitud y pasión hacia las letras. Pero vayamos a los personajes. Primero en referencia a los poetas jóvenes universitarios que buscan un ejemplo y paradigma como Juan Ramírez Ruiz. Así es como se presenta a uno de ellos:

La tertulia se hundía en el sopor, cuando en la mesa de lectura hizo su aparición un muchacho más o menos de nuestra edad. Rechazó el micrófono que le ofrecieron y no tomó asiento en la silla que le estaba asignada, sino que procedió a acuclillarse en el suelo. Entonces Julio y yo escuchamos el poema más increíble que habíamos oído a un chico como nosotros. Este hablaba, en un tono sublime, de algunos espacios de la ciudad jamás pensados como poéticos, como, por ejemplo, los suburbios del Rímac, rutas de travestis golpeados en la noche cerrada que eran rechazados de los hospitales por no tener documentos de identidad, o sobre los cachacos de palacio de gobierno, muertos de hambre mirando estúpidamente la Plaza Mayor de Lima, deseando incendiarla. Se llamaba Pepe y desde esa madrugada en que nos emborrachamos hablando de poesía, formamos un tridente inseparable. A diferencia nuestra, Pepe era un poeta de la noche; es decir, conocía de sobra los lugares donde se leía y comentaba poesía. (p. 55)

Enmanuel Grau – Fuente: Diario Trome

Estos jóvenes amantes de la poesía, estudiantes de letras en una universidad nacional, cuyo local se encuentra en el mismo centro de Lima, desean desarrollar sus proyectos poéticos guiados por la obra de Juan Ramírez Ruiz. Es así como el poeta mayor se hace presente en esta historia:

Una voz grácil dio inicio al evento. Juanrra permaneció inerme en el escenario, escuchando distraídamente a sus compañeros de generación que leían sus poemas o contaban anécdotas o chistes hasta que le tocó hablar de él. Alguien puso sobre sus manos el micrófono y en la sala del Gremio de Escritores hubo un silencio prolongado y denso o elocuente. Juanrra golpeó con los dedos el aparato, carraspeó una, dos veces y dijo que la poesía era algo que él no podía explicarse sin los amigos aquí presentes y también otros que no habían podido llegar por falta de recursos o ganas o incluso debido a la desgracia. Entonces, como obedeciendo a un impulso o un mandato, Juanrra leyó el más hermoso de sus poemas. Este hablaba sobre un poeta y su ciudad. Un poeta que ha perdido su ciudad y sus libros (mencionaba la cantidad de libros) producto de un terremoto. (p. 61)

Es precisamente la desgracia, mencionada en este fragmento, la que impide el regreso o el retorno de los amigos. Esta se presenta aquí como un anticipo para otorgar un fin trágico y triste a esta historia, pero, a la vez, esperanzadora solo a través de la poesía.

A partir de lo expuesto, se puede determinar que Hijos de la guerra es un gran inicio en la carrera literaria de un escritor como Enmanuel Grau, no solo por su bagaje de lecturas y experiencias, sino también por su misma propuesta. Eso sí, y esto corresponde a la edición del libro, habría que tener mayor cuidado al momento de la diagramación. Aunque este tema ya corresponde al editor y no precisamente al autor.

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Datos del libro reseñado:

Enmanuel Grau

Hijos de la guerra

Hipocampo Editores, 2020

Puntaje: 4.5/5


[1] También se podrían citar algunas obras de José Diez Canseco o de Alfredo Bryce Echenique, donde se menciona este distrito, aunque sus personajes y/o protagonistas no son precisamente citadinos o moradores de este espacio.