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Reseña: Sobre los ríos que van (2014) de António Lobo Antunes

La nebulosa del recuerdo

Por Sebastián Uribe

¿De qué manera la inminencia de la muerte es un disparador de la memoria? ¿Cómo mantener la calma ante las imágenes del pasado que nos bombardean, caóticas e ilógicas, al mismo tiempo que nos abate la enfermedad? ¿Cómo el dolor permea nuestra manera de recordar? António Lobo Antunes, reconocido como uno de los más destacados novelistas contemporáneos, explora estas sensaciones a través de la borrosa lente de la experiencia y la nebulosa del recuerdo. Esta novela suya invita a sumergirse en una lectura tan desafiante como fascinante, que cautiva e hipnotiza desde el primer momento.

La voz principal de Sobre los ríos que van es la de un alter ego del autor (llamado numerosas veces ‘Antoninho’, su apelativo de infancia) que queda postrado a causa de una intervención quirúrgica con complicaciones. Sin posibilidad de moverse, permanece a la merced de su mente. Asistimos así al desasosiego de alguien que, encerrado en el cuarto oscuro de su memoria, gesta una narrativa desde su desesperación por captar los rincones más recónditos de su espíritu y revisitar el pasado junto al de aquellos que lo rodearon. Los familiares, vecinos y los primeros amigos de este “Lobo Antunes” se tornan así en espejos cuyos distorsionados reflejos devuelven claves para entender las sensaciones más luminosas y, a la vez, más oscuras de su ser. La escritura se desenvuelve entre extremos emocionales sobre los cuales el narrador fue delineando su  sensibilidad y lo llevaron a ese presente cada vez más repleto de pasado.

La propuesta del escritor portugués, como siempre, destaca por el uso de   tiempos verbales entremezclados, las escenas sin concluir, los diálogos interrumpidos, la polifonía superpuesta de las voces de los personajes y la notoria devoción por el uso de la elipsis para conseguir una mayor fluidez. Predomina en su narración una prosa desaforada que desestabiliza y escapa de la concepción secuencial de los de hechos narrativos, y cuyo torrente oral, casi poético, ilumina las experiencias “más apasionadas”. De esta manera, Lobo Antunes explora la enfermedad como una forma de quedar encerrado en el cuerpo físico y donde la posibilidad de contar dicha experiencia se erige como el único vehículo para salir de la infernal quietud, incluso tomando como punto de partida la inercia de los objetos más próximos y mundanos, sensación palpable en fragmentos como el siguiente:

una mirada indecisa de soslayo, en el hospital la lluvia, los castaños seguro que negros, el plato de la pared con una virgen estampada desprendiéndose y cayendo, si su madre pegase la mejilla a la suya, incluso anciana, incluso ciega, la palabra hijo cobraría sentido, no la palabra enfermedad, no la palabra muerte, mientras iba caminando con los ríos sin nada que le estorbase, acompañado por el pasodoble de un saxofón remoto, en dirección al mar” (p. 23)

O el siguiente:

y qué curioso llamar pieza a la enfermedad, desmenuzarla al microscopio, escribir sobre ello, él un número y un nombre, ni siquiera una forma, al principio de la página el nombre que no retuvieron y por tanto no existe, existe la descripción de lo que llamaban pieza y lo que les preocupaba era la pieza, no él, él en la terraza en el sitio del abuelo esperando el tren del mediodía con el periódico o paseando por la viña bajo las nubes de marzo y al acordarse de las nubes aseguraba desde ayer no ha dejado de llover, lo último que recordaba eran las gotas en el cristal, no gente, no el pueblo, gotas en los marcos y después de él más gotas sobre las gotas y nuevas gotas sobre las más gotas en un invierno perpetuo, otra pieza mirando la lluvia en su lugar con la misma sorpresa y el mismo terror, la madre con el gato en las rodillas” (p. 45)

La muerte acecha y evocar los tiempos de la infancia es una forma de expresar la sensación de vulnerabilidad y desprotección frente a ese destino. Se vuelve a depender de otras personas, pero donde hubo cariño y empatía, ahora hay rostros de cansancio, fatiga y rastros de molestia. Ya no es un ser tierno que provoque gestos de cariño ni miradas de protección. ¿A qué recurrir? ¿Cómo oponerse? Para entretenerse, los recuerdos de las primeras pulsiones sexuales irrumpen, arrojando así, a la memoria, una tabla de salvación a la cual pueda aferrarse. El deseo se vuelve una forma de resistencia, insistir en los sueños de unirse a alguien más:

se entretenía haciendo conjeturas sobre qué pretendían con la sierra y lo olvidaba como olvidaba lo que pasó ayer y lo que pasa ahora, la pinza que le apretaba el índice señalaba los desahogos del corazón en la pantalla, imaginaba un puño contra las costillas y al final un discurso monótono con una caligrafía rara, cada fragmento suyo un lenguaje diferente y todos incomprensibles para él, el hecho de ser muchos le sorprendía, cómo se junta tanto frenesí en un solo cuerpo y cómo consiguen vivir en un sitio tan pequeño, cuál la voz de la enfermedad que no la encontraba, procuraba hacerse una idea de su muerte y no era capaz de imaginársela ni qué sentiría, intentó retener el pueblo con las viejas y las cuevas y no lo consiguió, o sea un única vieja agitando ramas de fresno y será eso la muerte, una patata escondida” (p. 77)

António Lobo Antunes

Un caudal verbal así de inconexo no permite dar cuenta de personajes cuyo carácter esté definido por completo. Este tipo de narraciones le resta importancia a las acciones que realizaron o no los personajes y, más bien, pone un énfasis especial en la percepción del narrador sobre las consecuencias de estos hechos. Acaso esta escritura es el gesto de infancia y la inocencia (mas no ingenuidad) que el narrador conserva: La posibilidad de narrar desde esa libertad imaginativa que tiene efectos directos sobre las decisiones que se tomarán, en las relaciones que se romperán o mantendrán. Es una forma que nos enfrenta a las preguntas clave sobre la narrativa personal: ¿Importa más lo que sucedió o lo que se cree que sucedió? ¿Se pueden reparar las consecuencias de dichas distorsiones sin renegar de uno mismo? 

Ser lector de Lobo Antunes es adherirse a un credo. Una fe donde la palabra es Dios y la prosa, su forma de manifestarse. Es el lenguaje de la conciencia inscrito en un registro extremo e ilógico, alejado de toda ecuanimidad y, por eso mismo, cercano a una intimidad que nunca termina de definirse. La forma más real del pasado tal vez sea la del recuerdo cubierto de niebla, cuya develación, capa por capa, lleva a descolocarnos y abrazar la vitalidad en dicha incertidumbre. Leer a Lobo Antunes es abrazar la incertidumbre.

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Datos del libro reseñado:

António Lobo Antunes

Sobre los ríos que van

Literatura Random House, 2014, 224 pp.

Traducción de Antonio Sáez Delgado

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Reseña: En agosto nos vemos (2024) de Gabriel García Márquez

El acontecimiento literario de la década

Por Omar Guerrero

En agosto nos vemos (Random House, 2024) es la esperada novela inédita de Gabriel García Márquez (1927-2014). Y digo que era “esperada” porque ya se había anunciado su existencia en 1999. Ese año Gabriel García Márquez leyó un fragmento de este proyecto aún incipiente en la Casa de América de Madrid en un foro donde estuvo acompañado por José Saramago. Días después de este encuentro entre los dos Premios Nobel de Literatura se publicó un adelanto en el diario El País de España a modo de exclusiva. A partir de esa fecha sus lectores reclamaban esta nueva creación que quedó relegada primero con la publicación de sus memorias Vivir para contarla en 2002 y después en 2004 con la que hasta hace unos días era considerada su última novela: Memoria de mis putas tristes. Todo indicaba que después de estas publicaciones llegaría la tan anunciada nueva novela, pero en su lugar salió a la luz en 2010 una recopilación de sus textos de no ficción titulado Yo no vengo a decir un discurso. Lo que vino después fue la noticia de la senectud del Nobel colombiano con todos los problemas que acarrea junto a un completo hermetismo por parte de su familia, sobre todo del autor y su esposa, hasta que llegó el momento de su muerte en 2014. A partir de lo ocurrido ese triste 17 de abril de ese mismo año se podía deducir que lo no publicado quedaría por siempre guardado en los archivos de la Universidad de Texas en Austin, lugar donde reposan todos sus documentos. Es decir, para quienes aún recordaban la mención de esta novela o proyecto sólo les quedaba la opción de viajar a esta universidad, tramitar todos los permisos para acceder a estos archivos y así poder revisar o leer lo que quedó sólo como un proyecto que el mismo Gabo calificó como fallido: «Este libro no sirve. Hay que destruirlo» (p.8), según confiesan sus hijos Rodrigo y Gonzalo García Barcha en el prólogo de este nuevo título que ya ha despertado el debate de si debió haberse publicado a pesar de la sentencia final de su autor. Lo cierto, o lo raro, es que Gabo no lo destruyó. Quizá no lo hizo con la esperanza de mejorarlo en sus ansias de perfeccionamiento, sólo que el tiempo y la lucidez no se lo permitieron. En este prólogo sus hijos explican las razones de por qué procedieron ir en contra de la decisión de su padre, además de pedirle las debidas disculpas. Lo hicieron sólo para anteponer el reclamo de sus lectores, que son millones, entre los que se incluyen grandes personalidades como presidentes, actores y cantantes. Y, por qué no, parte de esta iniciativa es brindar un aporte que sea relevante para la literatura escrita en español. Es obvio que una de las razones por la que no se publicó fue la falta de facultades propias de la senectud de Gabo surgido después de la publicación de Yo no vengo a decir un discurso en 2010. Esta fecha coincide con el testimonio que brinda el editor Cristóbal Pera en la parte final del libro donde no sólo cuenta los antecedentes de esta novela inédita, sino que también se detalla su contexto sin dejar de mencionar nombres tan importantes como Carmen Balcells, agente literaria de García Márquez, Mónica Alonso, secretaria del Premio Nobel, y los editores Claudio López Lamadrid y Gary Fisketjon. Y a pesar de estas justificaciones, que tal vez sigan siendo cuestionadas, sobre todo mientras no se lea la novela; lo que ya no puede cuestionarse es el valor que posee para el beneplácito de sus lectores que, al leerla (o devorarla), terminarán confirmando que esta publicación sí es un aporte para las letras latinoamericanas como sucede con todo el legado del Premio Nobel colombiano. Quizás no tenga el nivel de novelas como Cien años de soledad o El amor en los tiempos del cólera, pero lo que no se puede discutir es que tiene su estilo inconfundible.

La novela es corta. Se lee rápido. Mejor dicho, se devora. Consta de seis capítulos. Trata sobre la historia de una mujer de cuarenta y seis años llamada Ana Magdalena Bach que cada mes de agosto, día 16 de este mes, para ser precisos, viaja a una isla del caribe para visitar la tumba de su madre, quien antes de morir pidió ser enterrada en ese lugar. Ana Magdalena le lleva gladiolos a su tumba, pues su progenitora detestaba las rosas. Sus visitas no son prolongadas. Duran apenas dos días. Por lo común, ella va al cementerio en la mañana y el resto de la tarde y la noche del primer día se la pasa contemplando el paisaje caribeño hasta que llega el día siguiente en la mañana cuando le toca partir en el mismo transbordador que la lleve de regreso a su ciudad donde vive con su esposo llamado Domenico Amarís y sus dos hijos, uno varón de veintidós años, que también es músico como su padre, y la menor llamada Micaela de dieciocho años que quiere ser monja a pesar de estar enamorada de una trompetista de jazz que se caracteriza por ser mulato y con el que confiesa haber tenido intimidad (todo indica que las mujeres aquí presentan otra condición). En esas horas libres, sobre todo las nocturnas, Ana Magdalena se comporta de una manera muy distinta a su vida de casada. Se le presenta como una mujer libre de prejuicios que sólo se guía por sus impulsos y deseos quedando a relucir lo erótico. Y a partir de estos actos quedará el recuerdo de una serie de hombres a los que ni siquiera llega a saber su nombre. Con este comportamiento es imposible no relacionarlo con la última etapa de la vida de Fermina Daza cuando en su senectud decide ya no reprimir sus deseos ante las propuestas de Florentino Ariza. También tiene similitudes con Pilar Ternera, por la variedad de amantes que aborda. Incluso hasta con Angela Vicario sin necesidad de mostrar vergüenza ni mucho menos ajusticiar a nadie. 

Otra característica de la novela es que tiene como protagonista a una mujer, algo no sucedido con anterioridad en su novelística. En los textos adicionales a esta publicación se menciona que el proyecto inicial era en formato de cuento. Tal vez para que quedara dentro del registro de personajes femeninos como la cándida Eréndira, todo correspondiente a su narrativa corta. Sin embargo, este proyecto se convirtió en una novela. Aunque su mayor mérito es su propuesta en cuanto al estilo cuya prosa está llena de figuras e imágenes que sólo podían haber sido escritas a la manera de García Márquez. Aquí dos ejemplos: «Siguió con el tacto de sus pies a lo largo de las piernas, y comprobó que todo él estaba cubierto por un vello espeso y tierno como musgo en abril. Luego volvió a buscar con los dedos el animal en reposo, y lo encontró desalentado pero vivo. Él se lo hizo más fácil con un cambio de posición. Ella lo reconoció con las yemas de los dedos: el tamaño, la forma, el frenillo acezante, el glande de seda, rematado por un dobladillo que parecía cosido con agujas de enfardelar. Contó el tacto a puntadas, y él se apresuró a aclararle lo que ella había imaginado: […]» (p.29). «No hubo más trámites. Ambos sabían ya a lo que iban, y ella sabía que era lo único distintivo que podía esperar de él desde que bailaron el primer bolero. La asombró la maestría de mago de salón con que la desnudó pieza por pieza, con la punta de los dedos y sin tocarla apenas, como deshollejando una cebolla. En la primera embestida se sintió morir por el dolor y una conmoción atroz de ternera descuartizada. Quedó sin aire y empapada en un sudor helado, pero apeló a sus instintos primarios para no sentirse menos ni dejarse sentir menos que él, y se entregaron juntos al placer inconcebible de la fuerza bruta subyugada por la ternura […]» (p.67). 

Otra característica en su personaje principal es que ella es una mujer lectora. Ana Magdalena Bach lee mucho a pesar de no haber concluido su carrera de Artes y Letras. Ella lee en cada uno de los viajes que realiza a esa isla del caribe en el mes de agosto. Le gustan las novelas románticas, mucho mejor si son «largas y desdichadas» (sic) (p. 35). Aunque las lecturas que ella realiza dentro de esta historia van por otra línea como es el caso de Drácula de Bram Stoker, cuyas páginas cobrarán realce en la historia por guardar un mal recuerdo físico de uno de esos amantes fugaces. Se suman otras como la Antología de la literatura fantástica de Borges y Bioy, Crónicas marcianas de Ray Bradbury, El ministerio del miedo de Graham Greene y el Diario del año de la peste de Daniel Defoe.     

Se añade la música que circula entre sus páginas como las composiciones de Claude Debussy, entre ellas “Claro de luna”. También aparece los boleros, además de la mención de la música de Celia Cruz y Van Morrison.

Como punto final se incluye la firma de Gabo y las imágenes facsimilares de las páginas originales con las correcciones hechas por el mismo autor o por la secretaria Mónica Alonso bajo las órdenes de uno de los mayores genios de la literatura universal, tal como se indica en las notas a pie de página.

En síntesis, esta novela no debe dejar de ser leída. Se disfruta y complace a cualquier lector, así sea un lector exigente. Tal vez quede la sensación de que se pudo contar más, que se pudo explayar en otros personajes como el esposo o los hijos a pesar de que el centro sigue siendo Ana Magdalena Bach. Igual es una novela que causa sensaciones, sobresaltos y sorpresas. Es una novela de Gabo y eso hay que celebrarlo, por eso la salida de En agosto nos vemos es el acontecimiento literario de la década.

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Datos del libro reseñado:

Gabriel García Márquez

En agosto nos vemos

Random House, 2023

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Reseña: Sueño de trenes (2015) de Denis Johnson

El tiempo va

Por Sebastián Uribe

Esta novela inicia con un arrebato violento: el protagonista –sin motivación aparente– se une a un grupo que quiere lanzar a un hombre por un precipicio. Este recuerdo será evocado por el protagonista, de tanto en tanto, a lo largo de la narración. ¿Qué hubo detrás de ese impulso? ¿Fue solo un intento de salir del marasmo? Aún sin eclipsar la historia, notamos la evocación obsesiva y punzante, uno de los mayores logros de Johnson, quien consigue atenuar la tragedia y la culpa con la posibilidad de continuar viviendo, aun cuando fuerzas de la naturaleza le arrebatan el presente y el futuro a su protagonista. Un tren que sigue en marcha sin reparar en las vicisitudes del camino, impulsado por una fuerza que lo sobrepasa.

Que no se confunda lo anterior con una retórica motivacional. Sueño de trenes da cuenta de la vida de un hombre una empresa tan ardua como erigir una red ferroviaria que una a todo un país. Porque el retrato de Grainier es el de un hombre atravesado por la Historia, por las ansias de un progreso colmado de explotación y violencia. Uno que arrasa y aniquila, sin límite aparente:

La experiencia que había tenido Grainier con el Atajo de Dieciocho Kilómetros le dio ansias de participar en otras empresas enormes, donde multitudes de hombres eliminaran porciones enteras de un tamaño nunca visto, armando gigantescos puentes de caballete de madera, en lo alto de abismos infranqueables, cada vez más grandes, más largos y más profundos” (p.19).

La estrategia que usa Johnson para dar cuenta de ello es la alternancia de escenas y emociones, en distintos tiempos, en un orden que permite observar las consecuencias de la tragedia central del protagonista: Un incendio que lo devora, estruja y atormenta, cuyas cenizas se convierten en el hollín de su espíritu, dejando en al descubierto una oscuridad latente que parece haber permanecido allí desde esa primera escena narrada:

El recuerdo casi le paraba el corazón. Estaba seguro de que el chino se había vengado invocando una maldición (…) Le parecía a todas luces un castigo demasiado grande” (p. 76)

Un castigo demasiado grande, insondable como la naturaleza que a la fuerza se intenta domar para construir un camino. En fin, sueños de trenes que permitan traspasar esa frontera para el hombre, que permitan controlar lo incontrolable. Trenes que atraviesen el dolor de seguir viviendo tras la pérdida de lo que más se amaba, con dichos recuerdos enraizados y mezclados ahora con el resentimiento tras la marca de la muerte.

Ahora dormía bien por las noches, y a menudo soñaba con trenes, y sobre todo con un tren en concreto: él iba a bordo; podía oler el humo de carbón; un mundo entero pasaba por las ventanillas. A continuación, se veía a sí mismo de pie en aquel mundo mientras se apagaba el ruido del tren. La frágil familiaridad de aquellas escenas le sugería que procedían de su infancia. A veces se despertaba oyendo cómo el ruido del tren de la Spokane International se disipaba por el valle y se daba cuenta de que había estado oyendo aquella locomotora mientras soñaba”. (p. 90)

No es un detalle menor que Grainier pase de una vida sedentaria a una nómada al adoptar el oficio de transportista. La movilidad física parece la forma de sacudirse las cenizas de esa tierra que se volvió infierno: primero por el fuego, luego por el recuerdo. A lo largo del relato, Johnson va introduciendo personajes, pequeñas historias que corren en paralelo, tragedias encapsuladas en pequeñas dosis que le permiten a Grainier soportar las propias heridas. Microhistorias con un elemento en común: la violencia adherida a todo el lenguaje, que permea todo lo que todos tienen para contarse. Todo ello se narra con un ritmo calmo que logra prolongar las páginas de este breve y magnífico libro que, tras su final, solo provoca ir a buscar todo lo que ha publicado este gran autor norteamericano.

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Datos del libro reseñado:

Denis Johnson

Sueño de trenes

Random House, 2015, 144 pp.

Traducción de Javier Calvo

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Reseña: Cuentos completos (2019) de Mario Levrero

Fiebre levreriana

Por Sebastián Uribe

¿Por qué uno se vuelve levreriano? ¿Cuándo es que el apellido se vuelve un adjetivo que describe un estilo capaz de impulsar y formar una fervorosa comunidad de admiradores de una obra que conecta a lectores de distintas latitudes y generaciones? Una respuesta a esta última cuestión puede ser la diversidad de caminos que existen para acceder a su escritura. La vía más común sería abordar como punto de inicio El discurso vacío y La novela luminosa, sus novelas más elogiadas, ambas épicas de la cotidianeidad y la trascendencia del ocio. Pero el lector también podría optar por la ruta más onírica con la llamada «Trilogía involuntaria» (conformada por las novelas La ciudad, El lugar y París) y Fauna/ Desplazamientos. Sugiero una tercera vía, un híbrido entre ambos caminos: El alma de Gardel y Dejen todo en mis manos; o sus deliciosas observaciones vitales recopiladas en sus Irrupciones, textos imposibles de adscribir a un solo género en particular. Afortunadamente, la publicación de sus Cuentos completos conecta todas las vías anteriores.

Propongo empezar leyendo el relato «La calle de los mendigos», donde una ligera y aparentemente inocua alteración de la rutina diaria, como lo es la falla de un encendedor, lleva a una búsqueda desesperada por desentrañar un misterio que no hace más que crecer hasta el punto de desviarnos de lo absurdo de la situación, para situarnos en el laberinto de la curiosidad. En «El sótano», «Las sombrillas» o «Nuestro iglú en el Ártico» ocurre lo mismo: reconfiguraciones de la realidad que se logran al recuperar la capacidad de asombro de la infancia, cuando la línea entre lo lógico y lo onírico era más difusa, e insertarla en una atmósfera ensuciada por una mecánica adulta, sucia y gris. «Más de una vez pensé en mí mismo como en un triste adulto, de esos que pasan la vida acumulando cosas en previsión de un invierno que raras veces llega», menciona en «Capítulo XXX» (p. 320), sugiriendo su resistencia a «la opacidad cotidiana, a este frío y a este apego insensato a las cosas. Yo no puedo darme ese lujo» (p. 337, «Surkville»)

El retorno a una capacidad de asombro infantil, aparentemente perdida en las batallas diarias de la adultez, se entremezcla con la urgencia sexual y el humor. En los cuentos de Levrero existen ambientes cargados de tabúes y reglas, cuyos límites son transgredidos mediante un lenguaje aparentemente desmesurado y descontrolado («La casa de pensión»). Esta transgresión no es sino la solución frente a tanta solemnidad impuesta, a la que Levrero golpea sin pudor, apelando a escenas que si bien podrían escandalizar en un primer momento, poseen un efecto que va más allá de la impresión superficial. Son metáforas de la libertad del ejercicio de la ficción. El resquebrajamiento de la «seriedad» es un acto de resistencia, desde la literatura, en el cual el uruguayo encontró una herramienta invaluable. Una síntesis de ello puede ser la respuesta que brinda a un divertido cuestionario formulado por nada menos que él mismo: «Yo utilizo la imaginación para traducir a imágenes ciertos impulsos —llámalos vivencias, sentimientos o experiencias espirituales. Para mí esos impulsos forman parte de la realidad o, si lo preferís de mi “biografía”. Las imágenes bien podrían ser otras; la cuestión es dar a través de imágenes, a su vez, representadas por palabras, una idea de esa experiencia íntima, para la cual no existe un lenguaje preciso» (p. 589, «Entrevista imaginaria con Mario Levrero, por Mario Levrero»).

Levrero prefería denominar relatos a este tipo de narraciones para escapar a las fórmulas repetitivas que se le asignan al cuento, como se puede constatar en las 59 piezas que conforman el presente volumen. A diferencia de la concepción tradicional, el relato para el autor representa una oportunidad para romper con ideas preconcebidas de causa-efecto-solución, para tomar opciones más azarosas y delirantes, pero no por ello menos atrapantes. «Los ratones felices» y «Espacios libres» son prueba de ello, con episodios donde lo que menos hay es la lógica en detrimento de la vitalidad. Esto confirma que uno no lee a Levrero para descifrar un enigma, sino para emocionarse durante la persecución de este. Desde la angustia inquietante y asfixiante de «El inspector» al cuestionamiento existencial de «Diario de un canalla», pasando por la melancolía de «Algo pegajoso», el humor de «Confusiones cotidianas», el horror fantástico de «Aguas salobres» o la sensación de aventura de «La cinta de Moebius» y «Alice Springs», el lector reconoce que está frente a verdaderas obras maestras. Cabe decir que algunos textos contienen una mayor dosis de densidad en contraste con los otros relatos, como ocurre con «Ya que estamos» y «La toma de la Bastilla o cántico por los mares de la luna», lo cual podría confundir al lector. Sin embargo, al menos habrá un párrafo o frase que denote la genialidad del escritor que en una segunda o tercera lectura permita transportarlo a planos de conciencia desconocidos, tal como anota Nicolás Varlotta, la persona que estuvo a cargo de esta edición.

Retomo mi pregunta inicial, ¿Por qué uno se vuelve levreriano? Ensayo una respuesta: porque al leer a Levrero, uno se percibe cómplice, como quien lee a un amigo (según mencionaba Diego Otero)[1]. Su literatura irrumpe en nuestras rutinas, hipnotizándonos con escenas que ensanchan nuestras experiencias y nos sumergen por completo en una materia artística formada por diversas fuentes. Todas ellas conjugadas de tal manera que uno se olvida que está leyendo. Leer a Levrero no solo es una forma de escapar a la realidad, es una invitación a desarmarla y volverla a armar. «Cuando creíamos que todo había terminado, todo estaba recién por comenzar» (p. 208, «Todo el tiempo») La recopilación de estos relatos nos sigue atrapando con una obra de irradiación incombustible, una nueva oportunidad para empezar.

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Datos del libro reseñado:

Mario Levrero

Cuentos completos

 Literatura Random House, 2019. 656 pp.


[1] En Buensalvaje N° 10, marzo del 2014 https://revistabuensalvaje.wordpress.com/2014/03/20/las-bromas-espirituales/

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Reseña: Por favor, rebobinar (2014/2022) de Alberto Fuguet

Vértigo y futuro

Por Sebastián Uribe

La edición sobre la que escribo es la definitiva. Veinte años después de haber sido lanzada, Fuguet decidió saldar deudas en el 2014 con su segunda novela y publicarla tal como la concibió, sin cortes[1]. Como libro adelantado a su tiempo, Por favor, rebobinar interpela a quien lo lee debido a la contemporaneidad de los temas. Aborda problemas de la década de los noventa, es cierto. Sin embargo, estos no se han ido y más bien han mutado. Algunos de estos son la sobreexposición, la inmediatez y la falta de vínculos reales. El enemigo ya no es el Estado, sino uno más peligroso, poderoso e invisible. Cada ser humano es visto como un elemento que puede ser eliminado sin consecuencias fatales. Existen jóvenes que le temen a la soledad, pero no saben cómo escapar de ella. Hay gente incompleta y dañada buscando un refugio, algo a lo cual aferrarse antes de ahogarse.

Los personajes de la novela entran y salen de la misma con aparente facilidad. Entre ellos, están los que se salvan y los que no lo podrán lograr. Quienes caen y se hunden, porque no encuentran la manera o las armas para combatir. Los personajes principales son ocho. La novela se puede concebir como un reparto con muchos extras, quienes relatan el proceso de su hundimiento. Allí está Lucas García, el cinéfilo compulsivo que busca en el celuloide lo que la vida real se empeña en negarle; Andoni Llovet, una especie de narciso incapaz de superar sus miedos y dudas. También Damián Walker, un dealer siempre a la deriva. Finalmente, Pascal Barros, estrella de rock, ídolo y símbolo: el futuro ángel caído de su generación. Todos ellos intentan conectar de manera verdadera con alguien y fallan en el intento. Forman amistades en base a mentiras y deslealtades en la mayoría de los casos. Para Fuguet lo principal es construir personajes. Entenderlos y acompañarlos. Observar cómo evolucionan o caen sin remedio. Analizar cuáles son sus mecanismos de protección. Fuguet muestra a una generación agobiada por la cultura del éxito, aquella que te expulsa sin perdón si no logras sobresalir a tiempo. Una eterna competencia donde todo está permitido, menos escapar.

Es así que se producen las adicciones: surgen como una alternativa para lidiar con dicho sistema. Están las drogas, pero también el cine, los libros, la música, la televisión o el sexo. En la novela, todo pasa demasiado rápido, deslizando sutilmente la noción de poder en las relaciones afectivas. El verdadero anhelo no es la conexión, sino consumir y desechar mientras se sobrevive como se puede. Rebelarse puede ser un ejercicio inútil frente a un engranaje que te puede destrozar sólo por intentarlo.

Los años han pasado y le han dado la razón a la novela. No envejeció, más bien se enriqueció con estos. En tiempos de redes sociales donde los lazos se diluyen en la inmediatez, Por favor, rebobinar se erige como un libro que avizoró este mundo “hiperconectado” en apariencia. El miedo a crecer y asumir responsabilidades como forma de protegerse de un eventual dolor sigue vigente. La novela muestra cómo se busca disfrutar y gozar sin correr riesgos, sin nada significativo. Fuguet advirtió la sensibilidad de nuestros tiempos y la volvió novela, con personajes con los que uno puede empatizar porque reconoce en ellos ciertos defectos de sí mismo o de su círculo de amistades. Fuguet captó el zeitgeist del nuevo milenio, lo retrató y hoy podemos leerla de mejor manera. Por favor, rebobinar es una novela cuya radiación alcanza toda la obra posterior de su autor y que sus lectores, por supuesto, agradecemos.

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Datos del libro reseñado:

Alberto Fuguet

Por favor, rebobinar

Alfaguara, 2014, 396 pp. / Random House, 2022, 430 pp.


[1] En noviembre del 2022, se reeditó, con una nueva portada, en el sello Random House

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Reseña: Caperucita se come al lobo (2012) de Pilar Quintana

Ciertas perversiones

Por Omar Guerrero

Caperucita se come al lobo (2012) (La Travesía Editora, 2021; Random House, 2020) de la escritora colombiana Pilar Quintana (Cali, 1972),[1] es un libro de cuentos que reúne ocho relatos (seis correspondientes a la primera edición del 2012 y dos adicionales tomados de la edición del 2020). La mayoría de estos relatos tienen en común lo femenino, pero no el lado trágico ni sufriente, mucho menos en lo subyugante y abnegado. En ellos encontramos una serie de impulsos y situaciones placenteras que podrían remitir a cierto tipo de perversiones donde lo sexual siempre se impone.

En el primer cuento titulado «Olor» una mujer siente una atracción hacia un hombre que le resulta apuesto, pero que peculiarmente le huelen mal las axilas. Ella es escritora. Él también es escritor, pero ensayista, de nacionalidad española. Todo transcurre en las inmediaciones de una feria del libro con entrevistas y presentaciones, entre ellas, una con el escritor brasileño Rubem Fonseca, en cuya obra lo sexual también es explícito.[2] Ambos protagonistas intercambian primero algunas palabras. Poco a poco sus conversaciones se vuelven más extensas mientras observan una ciudad que podría ser mexicana: hay tacos y enchiladas. Llega la noche y las luces de neón les resultan curiosas y atrayentes. Ambos se emborrachan y hablan de escritores y libros. El impulso es mutuo. Es imposible frenar el deseo, a pesar del mal olor de las axilas del hombre, que curiosamente no produce rechazo ni distancia. El lenguaje explícito usado en torno al sexo también sorprende:

Me senté en la cama. Miguel tenía una verga gorda y rosada. La acaricié con mi cara. Olía a leche cortada. Lamí, tenía un gusto salado. Lamí un poco más, me la metí en la boca y empecé a chupar. (p.18).

En el cuento «El hueco» se aborda una historia extremadamente violenta contada desde una voz masculina. Al inicio solo se sabe que hay dos personas en un par de celdas contiguas dentro de un hueco, que en realidad no es un hueco, sino una estructura de paredes altísimas de concreto y sin techo. La persona que acompaña al personaje que cuenta la historia es una mujer llamada Mariángela. Ambos están ahí por una traición hacia un hombre que bien podría ser un narcotraficante que no duda en comportarse de manera vengativa y sanguinaria. Esta traición obedece a un impulso sexual que no es perdonado por Víctor, el hombre millonario y poderoso que decide castigar a este par de amantes de la peor manera. Este es el origen de la venganza cuyas descripciones no son aptas para lectores sensibles:

No nos dijimos nada. Todo lo hicimos con desesperación y abandono, y no creo que fuera solo por el peligro o porque fuera nuestra primera vez, sino también porque sabíamos que era la última. Pero fuimos felices, nos mirábamos a los ojos, más bien nos comíamos con los ojos, y sonreíamos. (p. 28)

El cuento «violación» bien podría tener referencias a Lolita de Nabokov. Trata la historia de un hombre que solo consigue erecciones blandas con su pareja. Todo indica que son de la misma edad. Esta señora tiene una hija de un anterior compromiso. La niña tiene trece años. Los tres viven en la misma casa. La presencia de la niña consterna al hombre. No puede evitar mirarla. La posibilidad de una cercanía con ella, e incluso, una intimidad, resulta imposible, hasta que se da la oportunidad con la ausencia repentina de la madre. Entonces su erección se vuelve contundente. Lo que sorprende es la decisión de la niña antes, durante y después del encuentro íntimo con su padrastro, lo que produce otro hecho inesperado con respecto a la madre. A continuación, cito un fragmento que parece una referencia directa a la novela de Nabokov:

La niña sí le producía erecciones como debían ser. Le bastaba con verla salir de la ducha envuelta en su toallita blanca o paseándose por la sala con su piyama de pantalón corto y blusa de tiras.

Vivía con ellas desde que la niña tenía siete años. Ahora tenía trece y le decía papá. Los senos ya le estaban brotando. Pero la regla todavía no le había llegado. […] (p.33)

El cuento «Caperucita se come al lobo» es el mejor de todo el libro. Está narrado en primera persona por un personaje femenino bastante joven. Toda la historia tiene referencia al clásico cuento Caperucita. Los personajes y hechos son los mismos. Hay una niña, una madre, unos pastelitos, una abuelita y un sujeto apodado «el lobo». Incluso también hay un personaje que bien podría ser el leñador justiciero. Por otro lado, el barrio donde ocurre esta historia se llama El Bosque. Todos los hechos son similares al clásico cuento infantil con la diferencia de que este cuento contiene sexo explícito dado entre los dos personajes antagonistas. Lo más curioso es que la perversión no viene del lobo sino de la caperucita. Aquí el acto de «comer» corresponde a lo evidentemente sexual:

Le cogí la verga y sentí en mis dedos el cosquilleo de un fluido que le subía. Eso me enloqueció, se le había puesto durísima. Él metió la mano por el impermeable. Me acarició las tetas y me pellizcó un pezón. Eso me enloqueció más. Me monté entres sus piernas, él buscó por debajo de mi falda y me corrió el calzón. Le apreté la verga, me la inserté. Solté un gemido y nos empezamos a mover. El polvo fue desesperado. Fue ávido. Fue duro. Fue delicioso. Nos vinimos juntos en una explosión como de juegos pirotécnicos. Y fue liberador: había cumplido una perversión. (pp. 44-45)

El cuento «Amiguísimos» trata sobre dos amigos ya adultos: Juan Diego y Roxana. Juan Diego no tiene reparos en presentarle a Roxana sus nuevas amigas, que en realidad son sus enamoradas o parejas de turno. Esto no parece molestarle a Roxana, más aún si esto ocurre en reuniones en bares nocturnos donde los tragos y conversaciones pueden disimular cualquier tipo de sentimiento. Aunque la atracción entre ambos es inevitable, siempre y cuando no quede ningún compromiso de por medio. Ellos son «amigos con derechos» a pesar de la sinceridad y la ternura. Aquí el sexo otra vez se muestra de manera explícita. La mujer, una vez más, toma el control:

Roxana le quita la ropa y se termina de quitar la ropa ella. Lo lleva al sofá. Lo sienta. Juan Diego se ha puesto dócil, a todo se somete. Roxana se le monta encima y se mete en su verga. Se quedan muy quietos y se miran. Pero no se besan. Ellos nunca se besan. Él se recuesta en el espaldar y ella echa el cuerpo hacia atrás, cierra los ojos y empieza a moverse despacio. (p. 56)

En el cuento «Una segunda oportunidad» surge un hecho insólito a partir de la ingesta de un brebaje otorgado por un hombre indígena en un espacio rural. Antes de este hecho, se cuenta la llegada de una mujer policía en lancha a una isla. Allí, en su cabaña, ella es recibida por su pareja, un hombre llamado Donaldo, que a su regreso siempre le pregunta si le sigue siendo fiel. La mujer le dice esta vez que no y le menciona, ante tanta insistencia, el nombre de su amante. Esto desemboca en la ira y violencia de Donaldo. Después de lo ocurrido, ella busca ayuda no sin antes entablar comunicación con su amante, a quien no le dice nada de lo que ha sucedido. Ella está golpeada y adolorida. Él, en cambio, le menciona que lo que ha sucedido entre ambos no puede saberlo su esposa. La mujer policía parece arrepentirse de haber sido sincera con Donaldo. También parece arrepentida por la infidelidad cometida. Es ahí que ocurre lo insólito sin saber siquiera que esto vaya a suceder. Solo la presencia del hombre indígena y el ámbito rural hacen posible lo increíble. Por supuesto que aquí otra vez el sexo es motivo de los hechos que solo lo insólito logra remediar:

[…] Se rio otra vez y me dijo entonces hablemos. ¿La tiene grande?, exigió. No le respondí. Me estalló contra la pared y me volvió a preguntar con los dientes apretados si la tenía grande. Le dije que sí. […] (p. 62)

En el cuento «El estigma de Yosef» se encuentran referencias bíblicas. Así como en el cuento «Caperucita se come al lobo» se recrea el clásico infantil, aquí se recrea la concepción de una mujer tal como sucedió con la Virgen María. El dilema reside en la esterilidad del personaje narrador, un hombre que pone en duda su paternidad ante el embarazo de su pareja Miriam. Aquí otra vez el tema de la infidelidad rodea en la cabeza del protagonista masculino. Lo sexual ya no es tan evidente, aun así, quedan sombras de lo que se asume como una falta o pecado:

Yo le había mentido, era cierto, pero lo que ella pretendía hacerme a mí, endilgarme el hijo de otro, seguro del tal Gabriel que metió a nuestra casa y la dejó perturbada, era mucho peor que una mentira. (p. 71)

En el último cuento «Hasta el infinito» lo insólito vuelve a presentarse de una manera mucho más prolongada. Una mujer sufre un accidente de avión, pero sobrevive. También sobrevive a otros hechos como una malaria o un marido maltratador. Después del accidente, ella llega a recobrar el sentido, pero no logra tener conciencia del tiempo transcurrido. Tampoco de la ciudad donde se encuentra. Solo sabe que está en un hospital. Las enfermeras y la psicóloga son personas grises y desleídas. La mujer se siente atrapada, como si estuviese en una cárcel. Logra abrir una ventana del edificio y se avienta. No muere, tampoco sale herida. Simplemente rebota en un suelo gelatinoso. Entonces lo insólito comienza a tomar matices propios de la ciencia ficción. Ella camina por la ciudad que se parece mucho a Bogotá. En su camino se encuentra con Hache, quien reside en Nueva York, pero que está ahí, con ella. Hache la lleva a su departamento donde vive con su esposa, pero la mujer que ha sobrevivido a tantas cosas no se relaciona con la esposa de Hache. Ellas no se hablan ni se miran. Una parece el reflejo de la otra, como un desdoblamiento. Sin embargo, el único contacto se da con Hache. Mientras tanto, ella recuerda a su segundo esposo y a su hijo de tres años. En esta (extraña) convivencia con Hache y su esposa se llega a conocer una infidelidad del pasado. También vuelve a presentarse el sexo como un acto necesario. Aun así, todo parece mantenerse en otra dimensión.

Pilar Quintana – Foto: Hablemos, escritoras

Sin duda se trata de un relato atípico respecto a los anteriores. Solo el sexo, cuya iniciativa corresponde a los personajes femeninos, parece mantener un parangón con los relatos antecesores:

Al instante la puerta se abrió y entró la mujer con las llaves en la mano y la cartera al hombro. La silla de Hache era de ruedas y él se dio la vuelta hacia la puerta. La mujer no saludó ni dijo nada. Dejó sus cosas sobre el comedor y caminó hacia él. Bajé la cabeza para no verle la cara. La mujer se le plantó enfrente y Hache, que seguía sentado y tampoco decía nada, le desató los pantalones.

Hicieron el amor en la silla, sin desvestirse del todo, ella encima y él con los ojos cerrados. Yo, mientras él respiraba fuerte y gemía, mientras se movía, le decía al oído es conmigo que lo estás haciendo, Hache, es conmigo. […] (pp. 91-92).

Se concluye que Caperucita se come al lobo es un buen libro de cuentos donde predomina lo sexual y lo femenino sin ninguna intención de juzgar los impulsos y las decisiones de sus personajes. Estos, simplemente, obedecen a su naturaleza.

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Datos del libro reseñado:

Pilar Quintana

Caperucita se come al lobo (2012)

La Travesía Editora, 2021; Random House, 2020

Puntaje: 4/5


[1] Pilar Quintana ha escrito cinco novelas y un libro de cuentos. Fue parte de la primera lista de Bogotá 39 en el 2007 organizada por el Hay Festival. Su novela Coleccionista de polvos raros recibió el Premio de Novela La Mar de las Letras en España. Su novela La perra ha sido traducida a quince idiomas y ha sido finalista del Premio Nacional de Novela y del National Book Award. También ha ganado el Premio Biblioteca de Narrativa Colombiana y un PEN Translates Award. Con su novela Los abismos ganó el Premio Alfaguara de Novela en 2021.   

[2] Sugiero la lectura de los Cuentos Completos en tres tomos de Rubem Fonseca donde se menciona lo explícitamente sexual. Sucede lo mismo con su novela La cofradía de los espadas.