El acontecimiento literario de la década
Por Omar Guerrero
En agosto nos vemos (Random House, 2024) es la esperada novela inédita de Gabriel García Márquez (1927-2014). Y digo que era “esperada” porque ya se había anunciado su existencia en 1999. Ese año Gabriel García Márquez leyó un fragmento de este proyecto aún incipiente en la Casa de América de Madrid en un foro donde estuvo acompañado por José Saramago. Días después de este encuentro entre los dos Premios Nobel de Literatura se publicó un adelanto en el diario El País de España a modo de exclusiva. A partir de esa fecha sus lectores reclamaban esta nueva creación que quedó relegada primero con la publicación de sus memorias Vivir para contarla en 2002 y después en 2004 con la que hasta hace unos días era considerada su última novela: Memoria de mis putas tristes. Todo indicaba que después de estas publicaciones llegaría la tan anunciada nueva novela, pero en su lugar salió a la luz en 2010 una recopilación de sus textos de no ficción titulado Yo no vengo a decir un discurso. Lo que vino después fue la noticia de la senectud del Nobel colombiano con todos los problemas que acarrea junto a un completo hermetismo por parte de su familia, sobre todo del autor y su esposa, hasta que llegó el momento de su muerte en 2014. A partir de lo ocurrido ese triste 17 de abril de ese mismo año se podía deducir que lo no publicado quedaría por siempre guardado en los archivos de la Universidad de Texas en Austin, lugar donde reposan todos sus documentos. Es decir, para quienes aún recordaban la mención de esta novela o proyecto sólo les quedaba la opción de viajar a esta universidad, tramitar todos los permisos para acceder a estos archivos y así poder revisar o leer lo que quedó sólo como un proyecto que el mismo Gabo calificó como fallido: «Este libro no sirve. Hay que destruirlo» (p.8), según confiesan sus hijos Rodrigo y Gonzalo García Barcha en el prólogo de este nuevo título que ya ha despertado el debate de si debió haberse publicado a pesar de la sentencia final de su autor. Lo cierto, o lo raro, es que Gabo no lo destruyó. Quizá no lo hizo con la esperanza de mejorarlo en sus ansias de perfeccionamiento, sólo que el tiempo y la lucidez no se lo permitieron. En este prólogo sus hijos explican las razones de por qué procedieron ir en contra de la decisión de su padre, además de pedirle las debidas disculpas. Lo hicieron sólo para anteponer el reclamo de sus lectores, que son millones, entre los que se incluyen grandes personalidades como presidentes, actores y cantantes. Y, por qué no, parte de esta iniciativa es brindar un aporte que sea relevante para la literatura escrita en español. Es obvio que una de las razones por la que no se publicó fue la falta de facultades propias de la senectud de Gabo surgido después de la publicación de Yo no vengo a decir un discurso en 2010. Esta fecha coincide con el testimonio que brinda el editor Cristóbal Pera en la parte final del libro donde no sólo cuenta los antecedentes de esta novela inédita, sino que también se detalla su contexto sin dejar de mencionar nombres tan importantes como Carmen Balcells, agente literaria de García Márquez, Mónica Alonso, secretaria del Premio Nobel, y los editores Claudio López Lamadrid y Gary Fisketjon. Y a pesar de estas justificaciones, que tal vez sigan siendo cuestionadas, sobre todo mientras no se lea la novela; lo que ya no puede cuestionarse es el valor que posee para el beneplácito de sus lectores que, al leerla (o devorarla), terminarán confirmando que esta publicación sí es un aporte para las letras latinoamericanas como sucede con todo el legado del Premio Nobel colombiano. Quizás no tenga el nivel de novelas como Cien años de soledad o El amor en los tiempos del cólera, pero lo que no se puede discutir es que tiene su estilo inconfundible.
La novela es corta. Se lee rápido. Mejor dicho, se devora. Consta de seis capítulos. Trata sobre la historia de una mujer de cuarenta y seis años llamada Ana Magdalena Bach que cada mes de agosto, día 16 de este mes, para ser precisos, viaja a una isla del caribe para visitar la tumba de su madre, quien antes de morir pidió ser enterrada en ese lugar. Ana Magdalena le lleva gladiolos a su tumba, pues su progenitora detestaba las rosas. Sus visitas no son prolongadas. Duran apenas dos días. Por lo común, ella va al cementerio en la mañana y el resto de la tarde y la noche del primer día se la pasa contemplando el paisaje caribeño hasta que llega el día siguiente en la mañana cuando le toca partir en el mismo transbordador que la lleve de regreso a su ciudad donde vive con su esposo llamado Domenico Amarís y sus dos hijos, uno varón de veintidós años, que también es músico como su padre, y la menor llamada Micaela de dieciocho años que quiere ser monja a pesar de estar enamorada de una trompetista de jazz que se caracteriza por ser mulato y con el que confiesa haber tenido intimidad (todo indica que las mujeres aquí presentan otra condición). En esas horas libres, sobre todo las nocturnas, Ana Magdalena se comporta de una manera muy distinta a su vida de casada. Se le presenta como una mujer libre de prejuicios que sólo se guía por sus impulsos y deseos quedando a relucir lo erótico. Y a partir de estos actos quedará el recuerdo de una serie de hombres a los que ni siquiera llega a saber su nombre. Con este comportamiento es imposible no relacionarlo con la última etapa de la vida de Fermina Daza cuando en su senectud decide ya no reprimir sus deseos ante las propuestas de Florentino Ariza. También tiene similitudes con Pilar Ternera, por la variedad de amantes que aborda. Incluso hasta con Angela Vicario sin necesidad de mostrar vergüenza ni mucho menos ajusticiar a nadie.
Otra característica de la novela es que tiene como protagonista a una mujer, algo no sucedido con anterioridad en su novelística. En los textos adicionales a esta publicación se menciona que el proyecto inicial era en formato de cuento. Tal vez para que quedara dentro del registro de personajes femeninos como la cándida Eréndira, todo correspondiente a su narrativa corta. Sin embargo, este proyecto se convirtió en una novela. Aunque su mayor mérito es su propuesta en cuanto al estilo cuya prosa está llena de figuras e imágenes que sólo podían haber sido escritas a la manera de García Márquez. Aquí dos ejemplos: «Siguió con el tacto de sus pies a lo largo de las piernas, y comprobó que todo él estaba cubierto por un vello espeso y tierno como musgo en abril. Luego volvió a buscar con los dedos el animal en reposo, y lo encontró desalentado pero vivo. Él se lo hizo más fácil con un cambio de posición. Ella lo reconoció con las yemas de los dedos: el tamaño, la forma, el frenillo acezante, el glande de seda, rematado por un dobladillo que parecía cosido con agujas de enfardelar. Contó el tacto a puntadas, y él se apresuró a aclararle lo que ella había imaginado: […]» (p.29). «No hubo más trámites. Ambos sabían ya a lo que iban, y ella sabía que era lo único distintivo que podía esperar de él desde que bailaron el primer bolero. La asombró la maestría de mago de salón con que la desnudó pieza por pieza, con la punta de los dedos y sin tocarla apenas, como deshollejando una cebolla. En la primera embestida se sintió morir por el dolor y una conmoción atroz de ternera descuartizada. Quedó sin aire y empapada en un sudor helado, pero apeló a sus instintos primarios para no sentirse menos ni dejarse sentir menos que él, y se entregaron juntos al placer inconcebible de la fuerza bruta subyugada por la ternura […]» (p.67).
Otra característica en su personaje principal es que ella es una mujer lectora. Ana Magdalena Bach lee mucho a pesar de no haber concluido su carrera de Artes y Letras. Ella lee en cada uno de los viajes que realiza a esa isla del caribe en el mes de agosto. Le gustan las novelas románticas, mucho mejor si son «largas y desdichadas» (sic) (p. 35). Aunque las lecturas que ella realiza dentro de esta historia van por otra línea como es el caso de Drácula de Bram Stoker, cuyas páginas cobrarán realce en la historia por guardar un mal recuerdo físico de uno de esos amantes fugaces. Se suman otras como la Antología de la literatura fantástica de Borges y Bioy, Crónicas marcianas de Ray Bradbury, El ministerio del miedo de Graham Greene y el Diario del año de la peste de Daniel Defoe.
Se añade la música que circula entre sus páginas como las composiciones de Claude Debussy, entre ellas “Claro de luna”. También aparece los boleros, además de la mención de la música de Celia Cruz y Van Morrison.
Como punto final se incluye la firma de Gabo y las imágenes facsimilares de las páginas originales con las correcciones hechas por el mismo autor o por la secretaria Mónica Alonso bajo las órdenes de uno de los mayores genios de la literatura universal, tal como se indica en las notas a pie de página.
En síntesis, esta novela no debe dejar de ser leída. Se disfruta y complace a cualquier lector, así sea un lector exigente. Tal vez quede la sensación de que se pudo contar más, que se pudo explayar en otros personajes como el esposo o los hijos a pesar de que el centro sigue siendo Ana Magdalena Bach. Igual es una novela que causa sensaciones, sobresaltos y sorpresas. Es una novela de Gabo y eso hay que celebrarlo, por eso la salida de En agosto nos vemos es el acontecimiento literario de la década.
*****
Datos del libro reseñado:
Gabriel García Márquez
En agosto nos vemos
Random House, 2023