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Coyuntura

Nadie lo esperaba

Por Andrés Sampayo Navarro*

Hace ya más de un mes que el presidente Iván Duque, como comandante supremo de las fuerzas militares de Colombia –así se ha hecho llamar en ocasiones–, lideró un proceso en el que un avión de la Fuerza Aérea Colombiana se preparaba como si fuera a realizar un viaje espacial, pero, en realidad, se disponían a buscar a unos colombianos en el otrora epicentro del virus, una ciudad llamada Wuhan. El show tuvo el apoyo completo de los centrales y, por añadidura, tradicionales medios de comunicación. Estos efectuaban una llamada al capitán del avión a la hora precisa en que la gran mayoría de colombianos estaban escuchándolos y, a continuación, el capitán del avión se explayaba contando la anécdota del día, como cuál era el origen de su apodo. 

En dicho viaje, un colombiano de Cali decidió quedarse. Muchos, que conocemos el sistema de salud jerarquizado que tiene el país, sabíamos que fue una gran decisión; otros lo catalogaron de antipatriota. La historia le dio la razón al oriundo del Pacífico colombiano: hoy, finalizado el tercer mes de 2020, esa ciudad de China se encuentra a días de retornar a la normalidad. Mientras tanto, el epicentro del virus se lo pelean actualmente Estados Unidos y Europa, pero en este lado del mundo sabemos que los latinoamericanos, en estos casos, tarde o temprano ocuparemos el primer lugar.

Fuente: Radio Francia Internacional

Igual, para innovar en temas negativos, Colombia suele estar a la vanguardia. Con un virus en expansión, la colectividad colombiana empieza a mostrar su talante. En el departamento sureño del Huila, algunos habitantes de la capital se enteraron dónde vivían unas personas contagiadas y, ni cortos ni perezosos, atacaron a piedra la casa de los enfermos. En Cali, por su parte, los propietarios de algunos edificios residenciales están expulsando a los residentes médicos. En otras ciudades, como Cartagena, bastante turística, muchos de los conductores de buses –el medio de transporte fundamental de las ciudades colombianas– no quieren transportar a las enfermeras y enfermeros. Y así pululan casos de intolerancia por todo el territorio nacional que, en última instancia, se explican por la desinformación y la falta de esfuerzos por aclararlos y evitarlos. 

Es así como, a medida que el virus gana fuerza, la actual indulgencia del establecimiento político evidencia la mentira histórica acerca del estado real del sistema de salud colombiano. En estos momentos solo puede servir para no tener claro cómo será la respuesta real a la situación actual por parte del gobierno nacional. Menos mal tenemos alcaldes como los de Bogotá, Bucaramanga, Villavicencio, Palmira, entre otros, que han estado a la altura de la pandemia y de la historia.

*Andrés Sampayo Navarro (@asampayo). Latinoamericano de Colombia. Candidato a doctor en Estudios Políticos e Internacionales por la Universidad del Rosario.

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Reseñas de libros

Talento de televisión

Por Sebastián Uribe

Para escribir sobre este libro se torna necesario describir su recepción en los medios literarios. Aparecida en abril del 2019, la novela de Dany Salvatierra (Lima, 1980) tuvo poca o nula atención de la crítica más allá de las entrevistas que se le hicieron a su autor. Este ninguneo resalta mucho más por qué La mujer soviética, por trama y extensión, no es una novela que se circunscriba a una tendencia dentro de la narrativa peruana de los últimos años. Y la extensión no es un tema menor en un contexto donde se alzan voces que, erróneamente a mi parecer, critican la brevedad de las novelas peruanas y, sin embargo, guardaron silencio sobre este libro de más de 350 páginas. Existen otros factores, como la fecha de aparición, su distribución, la editorial que lo publicó, que hace más inexplicable aún el silencio frente a este libro Quizá un intento por evadir la condena de “amiguismo” en un circuito literario como el limeño, donde la mayoría de sus integrantes se conocen, sea la razón de esta indiferencia. Inevitablemente quienes escribimos reseñas nos toparemos con libros de escritores a los que conocemos personalmente y el mérito no será evitar hablar sobre ellos, sino en hacerlo de manera objetiva, resaltando sus virtudes y señalando sus defectos. Pero ya es momento  de cerrar esta introducción y pasar al libro en sí.

Hay que dar pocas luces sobre el argumento al escribir sobre un thriller. La mujer soviética es protagonizada por Jacqueline Metalius, diva y leyenda de las telenovelas latinoamericanas, cuyo esplendor se remonta a las últimas décadas del siglo XX, cuando el internet no tenía el monopolio de la atención mediática. Esta se verá envuelta, a raíz de un mensaje anónimo y perturbaciones de carácter anormal en su residencia de Miami, en una adictiva trama que combina una posible red de espionaje de rango internacional con la obsesión fanática de un admirador (como en Misery de Stephen King) que la hará retornar a la capital peruana. 

La novela de Salvatierra destaca nítidamente por la construcción de su protagonista. Ya de por sí resulta encomiable el uso sin chirridos de la primera persona con un personaje del sexo opuesto (piénsese en J. M. Coetzee o en Junot Díaz), y más al dotarlo de una fuerte personalidad que elude los clichés típicos atribuidos a las estrellas mediáticas, con una voz sin filtros para verter un ácido discurso sobre quienes la rodean y sus acciones. Si hay algo que detesta Metalius es la denominada “pose woke”, la corrección política llevada a sus últimas consecuencias y es desde ese sitial que dispara contra varios aspectos sociales sobre los que cualquier crítica negativa se tornaría tabú: los estudios de género, la moral de los poetas, la empatía de las figuras televisivas, el activismo de redes sociales y la adicción a los horóscopos. Esta frescura para hablar sobre la sociedad actual, que recuerda a Houellebecq, no cae en un discurso sociológico como en el que suelen caer varios autores actuales, y más bien ayudan a sostener el libro en torno a su personaje principal, apoyado en otros recursos literarios como la construcción de diálogos verosímiles, recursos idiomáticos que revelan con facilidad la clase social de sus protagonistas y giros sorpresivos en la trama bien dosificados.

Fuente: Diario Correo (2019)

Si se trata de establecer conexiones, La mujer soviética es heredera de la estética pop  de Andy Warhol. A lo largo de la novela se va revelando la construcción artística a partir de la imitación y el uso de géneros populares como insumos. Si hay algo que predomina en los grandes productores de telenovelas es el reciclaje de guiones, la  adaptación de historias para cada época con distintos protagonistas. Se utilizan las antiguas ficciones como materia para las nuevas, y es ahí donde Metalius se erige como artista, impregnándole su sello a la caracterización de los personajes arquetípicos de las ficciones televisivas sin olvidar la esencia del enganche con los televidentes, los elementos eficaces para cautivarlos.

No obstante lo anterior, la muerte rodea constantemente a los personajes de la novela y se convierte en la guía de sus acciones tanto en su aspecto simbólico como real. Es a través de la inmortalidad de la ficción que Metalius busca dejar un legado, una estela alumbrada por su nombre y de ahí su rivalidad feroz con las jóvenes promesas televisivas. La eterna disputa de lo nuevo y lo viejo toma un carácter nocivo, que conduce a desprenderse de cualquier vínculo, materno incluso, que desacraliza este campo de manera tal que termina por convertirse en una carga nefasta para la consecución de los anhelos de los  personajes y que, además, origina su perversidad. 

En detrimento de una trama paralela que busca calzar de forma infructuosa una exploración sobre el mundo de la dark web, uno de los mayores atributos de La mujer soviética es el planteamiento de la ficción, a través de la parodia de las telenovelas, como un elemento de dominación de masas, un sueño colectivo:

El gobierno ejercía el control de los canales de televisión y empezó a transmitir Coral en los quince países de la Unión y en simultáneo, a las siete de la noche, la hora en que las familias se sentaban a cenar frente al televisor. El resultado fue un suceso nunca antes visto. Era la primera vez que transmitían una telenovela de Hispanoámerica, una realidad distinta donde no existían la Guerra Fría ni la crisis económica, donde los problemas eran más cotidianos.

Salvatierra, 2019, p. 137

El recurso del melodrama se presenta como una manera de captar la atención mediática a través de la construcción artificial de historias, cuyo alcance ya quisieran tener otras formas artísticas, al punto de ser esencial para validar una estructura social de manera constante. La telenovela más grande fue la del ser humano queriendo exterminarse a sí mismo, se dice hacia el final,  y al leer el desmoronamiento moral y físico de los personajes y su derrota progresiva frente al paso del tiempo, uno se da cuenta que, incluso siendo una parodia del mundo de los melodramas televisivos, los protagonistas están viviendo el suyo fuera de las pantallas, uno en el que se confunde la realidad y la ficción en un inquietante policial que por momentos recuerda a Rubem Fonseca. La novela de Dany Salvatierra fue una de las más gratas apariciones narrativas del año pasado, sin duda, y merece leerse una y otra vez.

Datos del libro: La mujer soviética de Dany Salvatierra. Planeta, 2019, 364 páginas.


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Análisis audiovisual

Memorias de Bong Joon-ho

Por Zoraida Rengifo

Bong Joon-ho (Corea del Sur, 1969) sorprendió al mundo cinematográfico al llevarse cuatro estatuillas en la última ceremonia de los premios Oscar: mejor película, mejor director, mejor guion y mejor película extranjera. Parásitos (2019), su último film, ha obtenido las palmas del mundo y la Palma de Oro en el Festival de Cannes. Sin embargo, el director surcoreano tiene una trayectoria de más de 20 años, con obras que han sido las más taquilleros en su país. 

Una de sus películas más reconocidas es sin duda el thriller Memorias de un asesino (2003). Está basada en la historia real de un violador y asesino que desde el año 1986 hasta 1991 terminó con la vida de 10 mujeres en el pueblo de Hwaseong, ubicado al norte de Corea del Sur. Estos hechos conmocionaron a sus habitantes al encontrarse, por primera vez, frente al caso de un asesino en serie. En este largometraje también podemos apreciar a Song Kang-ho, actor que dio vida al improvisado chofer en Parásitos, sumergido en la piel de uno de los detectives que perseguirá infatigablemente al culpable de los crímenes ocurridos en el pequeño pueblo. La dupla Bong Joon-ho y Song Kang-ho ya desde aquí deviene en una simbiosis creativa. 

Para la crítica internacional y local, Memorias de un asesino es la obra cumbre del director. Algunos elementos la convierten en un film destacable, sobre todo su talento narrativo que sabe conducir bien al espectador hacia situaciones inesperadas. Aunque para algunos este rasgo se pueda apreciar de mejor manera en Parásitos, también aquí la narrativa y la atmósfera presentadas son bastante eficaces. 

Bong Joon-ho gusta del humor negro y maneja con certeza los ambientes claroscuros. La noche es el escenario principal en donde sus personajes desatan sus secretos y se dejan dominar por ellos, lo que los esclaviza. Esa visión poco optimista, que probablemente es producto de la crisis económica que vivía su país luego de una política autoritaria que se instaló por muchos años, le permite construir ambientes melancólicos e imágenes expresionistas en el más puro sentido alemán

La lluvia es otro elemento recurrente en la filmografía de Jonn-ho. Se nutre de ella para alimentar su narración. Siempre es una lluvia nocturna, una lluvia que marca ciclos y acontecimientos determinantes. En Parásitos, por ejemplo, la fraudulenta familia tiene un festín que es interrumpido por el regreso de los patrones o una visita inesperada para luego quedar bajo la sombra, a escondidas. En Memorias de un asesino, la lluvia permite al criminal cometer sus atrocidades y mantenerse en el anonimato. La lluvia termina siendo cómplice de la oscuridad y evidenciando la vulnerabilidad. Tiene un carácter triste e introduce una sensación de melancolía. En rigor, es el tránsito hacia la muerte o, en este caso, hacia el ultraje y asesinato.

Este elemento se vincula con sus espacios cerrados, oscuros, los túneles que se pierden en la oscuridad sin encontrar solución, sin una aparente salida. Se trata de una visión tragicómica que caricaturiza a personajes contrastados, como cuando los pobres pretenden dejar de serlo o cuando las víctimas buscan protección. Nada en el universo de Bong Joon-ho es alentador. La ingenuidad es castigada con lo más severo que es la muerte. 

Pero, ¿por qué el mundo se rinde ante sus films? Una de las claves es, sin lugar a dudas, la construcción de sus personajes. Aunque poco empáticos, nos resultan familiares y conocidos. Despiertan esa admiración culposa por quienes se salen con la suya infringiendo lo establecido. Otro punto a resaltar, como ya se mencionó, es el manejo de la narrativa, que siempre resulta inquietante, de constantes giros e imprevistos. 

Bong Joon-ho protesta contra el capitalismo existente y la separación que experimentan las clases sociales en un mundo que aún no les permite confluir por más que eso sea lo que se pregona. La totalidad de su obra deja ver ese gusto por ubicar al espectador dentro de su propia mirada, en donde siempre termina perdiéndose. En Memorias de un asesino, la mirada curiosa de un niño abre la película y se cierra con la mirada del detective confrontando su realidad y al verdadero asesino, para terminar trascendiendo toda ficción.

El director coreano tiene la audiencia lista para presentar alguna otra historia que aunque carente de optimismo, lleve al público a la risa y la sorpresa sin que ninguna sea fácil ni ligera.

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Coyuntura

Las condiciones de salud y las epidemias en la historia peruana

Por Carlos Carcelén Reluz

Antes de la llegada de los españoles a nuestras costas, sus enfermedades ya estaban matando a miles de súbditos del Imperio Inca. El mismo inca Huayna Capac fue una de las innumerables víctimas de la mortal viruela, enfermedad viral, como muchas otras llegadas de Europa, a la que los pobladores andinos de esos años no tenían ninguna defensa. Esta epidemia provocó la crisis política del Imperio Inca que desencadenó la guerra civil entre sus hijos, lo que facilitó la derrota de sus ejércitos.

Ya desde fines del siglo pasado los historiadores consideramos que la historia de la Conquista española es también la historia de la despoblación de América como producto de sucesivas epidemias que azotaron por oleadas todos sus territorios. La viruela, el sarampión, la influenza y otras más fueron la causa principal del colapso demográfico con un cálculo de un 90% de muertes desde la llegada de Colón hasta en las últimas décadas del siglo XVI.

Durante la época colonial, las sucesivas epidemias, además de provocar el despoblamiento de diversas zonas del país, permitieron el reordenamiento del territorio en beneficio de los conquistadores y sus herederos creando haciendas o latifundios que explotaban el territorio y la mano de obra indígena. Los españoles lo tenían claro: sin mano de obra indígena era imposible mantener su dominio en el Perú. 

Por ello, las autoridades coloniales hicieron todo lo posible para la protección de la población indígena porque su mano de obra era la base de su riqueza reflejada en la explotación de minas, haciendas, obrajes y construcción de infraestructura civil o religiosa. Sin embargo, nunca hicieron nada en lo referente al cuidado de su salud o prevención de desastres. La poca infraestructura hospitalaria fue dedicada a la atención de la población urbana, especialmente las élites blancas. Y en cuanto a prevención de desastres las autoridades españolas tampoco construyeron una infraestructura que se asemejara a los sistemas de preparación, previsión y almacenamiento de las culturas prehispánicas que nos dejaron los restos arqueológicos de sus tambos y colcas.

Ante este desamparo real la población indígena mantuvo sus usos y costumbres en lo referente a la salud pero, ante las enfermedades importadas, poco o nada podían hacer las hierbas medicinales, los rituales de sanación o los famosos takis. Por esta razón, en la colonia, los desastres socioambientales provocaron diversas oleadas de epidemias, teniendo como las más importantes en el espacio del Virreinato del Perú, las sucedidas en la primera mitad del siglo XVIII. El pico de la mortandad se alcanzó entre los años de 1719 a 1722, con enfermedades como el cólera y el tifus que avanzaron desde el Altiplano hasta Lima. Estas provocaron la muerte de unas 20 mil personas en la zona del Cuzco y unas 70 mil en el ámbito del Arzobispado de Lima, que incluía los actuales departamentos de Lima, Áncash, Ica, Junín, Pasco, Huancavelica y Huánuco.

A fines del siglo XVIII, el incremento de la temperatura provocado por el Mega Niño de 1791 demostraron la desastrosa situación de los sistemas sanitarios en las ciudades peruanas. En el caso de Lima, los sabios ilustrados como Hipólito Unanue exigieron medidas urgentes ante la contaminación provocada por el mal manejo de los desagües y residuos sólidos que consideraban como el origen de las diversas enfermedades propias de los efectos de las altas temperaturas, constantes inundaciones, desbordes de acequias y canales.

Esta situación no cambió en la época republicana. Las condiciones de salud siguieron siendo las mismas y los desastres naturales azotaron a la población en ciudades caracterizadas por el hacinamiento y el mal manejo de los desagües y residuos sólidos. En 1868, Lima y el Callao fueron azotados por una epidemia de fiebre amarilla asociada a un incremento de la temperatura y humedad propias de un Niño fuerte. No obstante, esta epidemia se caracterizó por la terrible costumbre de culpar a los extranjeros de nuestros males: las víctimas no solo fueron los enfermos, sino también los inmigrantes chinos, quienes fueron culpados de traer la enfermedad, razón por la cual se les aplicaron diversas medidas de aislamiento cercanas a la xenofobia.

Fuente: Utopística, 2015

Otro caso que merece ser resaltado es el de la epidemia de cólera en 1991, que se expandió desde Chimbote a la costa del país en una coyuntura histórica caracterizada por lo que se denomina catástrofes convergentes, es decir, crisis económica, colapso de los sistemas de salud y salubridad, escasez de productos alimenticios, desempleo generalizado, terrorismo, un Niño fuerte y, en general, la crisis del Estado peruano. Fue este panorama el que sirvió de justificación para las reformas neoliberales y dictatoriales del fujimorato.

En este año, las condiciones se mantienen, no se han modificado en nada. El sistema de salud continúa colapsado, al igual que los pésimos sistemas de desagües y manejo de residuos sólidos, la ausencia de educación ambiental y políticas sanitarias, y una enorme ignorancia por parte de las autoridades y la ciudadanía. Pero las circunstancias no son, ni remotamente, las mismas. Desde enero se expande una nueva pandemia que ya lleva varios miles de muertos en países que cuentan con sistemas de salud modernos como China, Italia o España, y que, al compararse con el nuestro, parecen de otro mundo. Frente a esta amenaza, el actual gobierno ha tomado medidas de emergencia para frenar el contagio del Covid-19, las cuales, a pesar de los argumentos oficiales, constituyen un reconocimiento, por parte de este, de la debilidad y precariedad de su sistema de salud y, en especial, de su propia incapacidad para reorganizarlo y hacer frente a la pandemia. Temeroso de que esta se salga de control y que termine por colapsar su servicio, ha elegido el aislamiento social como forma de reducir los niveles de contagio.

En términos históricos las condiciones de salud en la actualidad siguen siendo deficitarias y elitistas, y no cumplen con las condiciones básicas para enfrentar cualquier tipo de desastres socioambientales que, además de destruir la infraestructura, acaban con la vida de muchos peruanos. Pero no solo es el sistema de salud, es la misma estructura del Estado en todos sus niveles la que no planifica políticas de previsión a mediano y largo plazo ante cualquier situación de emergencia, lo que demuestra que, desde la época colonial, las autoridades siguen aplicando lo que se denomina medidas de enfrentamiento de situaciones.

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Miscelánea

Nuevos tiempos, nueva bitácora

Por Rómulo Torre Toro

Hace algunos años atrás se suspendió la publicación de la Bitácora de El Hablador. Las razones de dicha suspensión no son importantes, pero sí es necesario resaltar que, desde ese momento, el debate cultural y literario se quedó sin uno de sus principales espacios de encuentro y difusión. Ahora, en paralelo al relanzamiento de la revista y la publicación de su último número, se ha hecho necesario recuperar este blog para intentar, una vez más, impulsar la discusión de ideas en nuestro medio.

Sabemos, sin embargo, que esta nueva etapa no puede estar libre de ciertos cambios. La situación actual exige de nosotros un esfuerzo diferente, una voluntad por entender el fenómeno humano desde diferentes perspectivas que permitan ubicarlo en determinadas coordenadas políticas, sociales y culturales. Creemos que solo a partir del diálogo de distintas disciplinas será posible la comprensión de lo que solemos llamar realidad con amplitud. Por esa razón,  la Bitácora de El Hablador presenta una nueva organización de contenidos.

Sin más demoras, veamos las secciones que les ofreceremos en las próximas semanas.

Coyuntura: se analizarán distintos temas políticos o sociales que estén en medio del debate público, no solo a nivel nacional, sino también global. Las personas que estarán a cargo son Carlos Carcelén, Anouk Guiné, Andrés Sampayo (Colombia), Edder Pino Ponce (Chile) y Marité Bustamante.

Reflexión: las columnas que integran esta sección abordarán distintos temas vinculados a la literatura, el quehacer literario o al análisis de distintas manifestaciones culturales. De este modo, se evaluará su relevancia y su trascendencia. Aquí participarán Giancarlo Stagnaro, Jack Martínez y Juan Carlos Rojas.

Reseñas: las tradicionales reseñas de narrativa, poesía y ensayo estarán a cargo de algunos miembros antiguos y algunas nuevas incorporaciones. Entre los primeros destacan Lisandro Gómez y Lenin Pantoja. Por su parte, entre los nuevos reseñistas están David Villena, Jhonny Pacheco, Helen Garnica, Sebastián Uribe y Karen Calle.

Crítica teatral: la creciente oferta de puestas en escena, y de festivales internacionales que acercan la producción y la reflexión sobre esta disciplina, hace necesario el examen del espectáculo teatral desde la mirada de Gabriela Javier y Alejandra Mory.

Películas, series y más: el consumo masivo de material audiovisual y la proliferación de plataformas que lo ofrecen han provocado que el análisis del cine, televisión y el internet sea fundamental. Los redactores para esta sección son Santiago Ruesta, Zoraida Rengifo y Carlos Esquives.

Como suele ser una costumbre en esta bitácora, pretendemos que el debate sea constante y fluido entre autores y lectores. Por esa razón, estamos siempre dispuestos a recibir cualquier réplica o comentario que enriquezca el diálogo y la crítica, y difumine la separación entre productores de contenido y consumidores.

No hace falta señalar, pero igual lo hacemos, que cada colaborador se hace responsable de las ideas y opiniones que plantee.  

Nota: estén atentos, porque el miércoles 18 se publicará la primera columna del historiador sanmarquino Carlos Carcelén, sobre las condiciones de salud y las epidemias en la historia peruana.

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Miscelánea

El centro del Cusco

Imagen tomada de Perú Grand Travel

Por Mario Granda

Hace diez años que no iba al Cusco (después de haber ido como cinco veces seguidas, allá en sus tiempos) y la imagen que me había quedado de la ciudad era la de la típica capital andina hecha solo para el turismo internacional. Los comentarios de quienes iban para allá –aparte de las maravillas de Machu Picchu— eran las de siempre: precios muy altos, dificultades para el alojamiento y poco tiempo para completar el city tour que requiere toda visita al lugar. Pero el tiempo que pasó no fue en vano.


Es cierto que lo de los turistas no es inventado. Decenas de miles de ellos entran y salen de la ciudad a diario, al punto que ya forman parte de la vida cívica cusqueña, pues cuando las autoridades cusqueñas realizan algún acto oficial en la plaza de armas –como pasó el 28, cuando fui— la mitad de los espectadores eran muy atentos extranjeros. Del mismo modo, el habla del Cusco es múltiple: carteles en inglés, francés y hebreo, grupos inmensos de alemanes, chilenos o brasileros. No obstante, los grupos de turistas de hace unos años han cambiado. Ya no vienen los jóvenes y adinerados ingleses del 2000 sino grandes grupos de jóvenes americanos (casi escolares, en realidad) que no tienen tanta lana en sus bolsillos. También está la ola de turistas brasileros, que, al parecer, gustan de las ciudades frías.


Pero el centro del Cusco ha cambiado en gran parte para bien. Hay más orden y control en sus calles y las vías peatonales se han ampliado. Debido a la considerable población turística que llega para caminar, una parte de la calle Mantas ha sido convertida en un ancho jirón que integra la Plaza de Armas con la fresca y arboleada Plaza de San Francisco, donde se encuentra el Colegio de Ciencias. Una vez aquí, y camino a la Iglesia de San Pedro, ya no se encuentran los ambulantes que antes ocupaban los alrededores del mercado y se convertían en un límite para el visitante. Hoy la reemplaza una feria de libros usados, la entrada al mercado es muy cómoda y la vista de la Iglesia Santa Clara (hermana de la de San Francisco, que se encuentra en la mencionada plaza) se abre a la izquierda. Por otro lado, y ya en otra dirección, la Dirección Regional de Cultura del Cusco ha acondicionado el antiguo palacio incaico del Kusicancha para que los peatones puedan mirar, con sus llamas y vicuñas, los interiores del antiguo recinto, mientras que el Convento de Santo Domingo-Coricancha ha renovado por completo su propuesta museística. A la tradicional visita a los cuartos de piedra fina, los cuadros de la escuela cusqueña y el amplio jardín que mira a la Avenida El Sol, los frailes del convento han añadido una propuesta integral de arte contemporáneo. Los pasillos interiores de la nave de la iglesia cuentan con innovadores cuadros de artistas cusqueños sobre la pasión de Cristo y, desde hace unos cuatro años, convocan al prestigioso concurso de artes plásticas Predicarte. Los ganadores de las ediciones anteriores del concurso (cuyo tema central es el religioso) se pueden encontrar en el segundo piso del templo, donde también se encuentra una moderna galería de arte. Pero no es solamente la Municipalidad o los religiosos quienes tienen ideas sino también las iniciativas de algunos que, por propia cuenta, han comenzado proyectos nuevos. Así lo demuestra la reciente aparición del Museo de Plantas Sagradas, Mágicas y Medicinales, donde se puede encontrar la historia y la cultura de la coca y la ayahuasca, entre muchas otras, o el ChocoMuseo, donde se encuentra la historia del chocolate y se realizan actividades de preparación de cacao.

El Cusco del centro ha cambiado el rústico de los noventas por los finos acabados de moda de hoy. Así lo demuestran los restaurantes y tiendas del centro que, siguiendo la moda limeña, se han preocupado por hacer más atractiva la visita a sus locales. No obstante, aún la oferta podría ser mayor. No es fácil en estas calles encontrar comida cusqueña típica, y para comer un cuy, tomar un sancochado o visitar una picantería para comer un buen chicharrón hay que salir del circuito que se ofrece al visitante que tiene poco tiempo. Los lugares se encuentran, pero no están todavía conectados con el centro. Además, es muy fácil encontrar casonas que, como las de Saphi, se encuentran muy descuidadas. El “centro” del Cusco parece privilegiar algunos lugares y no abrir distritos o calles que, como en la calle Pardo, pueden llevar al caminante a una relación más próxima con el Cusco moderno, aquél del siglo XIX y comienzos del XX. A pesar de ello, sin embargo, los avances han sido muchos. Ciudad de piedra, casonas y tejas, no solo hay que valorarla por su pasado.