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El falso problema

Por Cesar Augusto López

Los conflictos sobre la faz de la tierra son infinitos. Virus contra bacterias, animal contra animal, unos países contra otros, familias, ciudades, economías, costumbres. La fricción es inevitable, tan inevitable como la muerte. A veces se necesitan estrategias finas, muy finas, y, otras, simples, demasiado simples, para dominar una superficie descubierta y derrotar al contrincante o dominarlo. Por lo menos eso nos ha demostrado la pandemia sin que sea nada nuevo en nuestras diversas historias sobre la victoria y la derrota. La paz, hermana esquiva de la lucha, es una de esas ansiadas prendas que el hombre piensa algún día conquistar, pero, por ahora, su existencia es solo una intuición cada vez más vaga. Justamente en este instante, cuando todo vuela por los aires, la perspectiva se desintegra y no solo no se procuran respuestas, sino que, en el fondo, no hay preguntas qué responder. Todo se vuelve acción; incluso dejar de hacer toma un lugar privilegiado, porque solo una lógica de arrastre, una espiral, se erige como guía de las voluntades, como “razón” privilegiada.

En medio de tantas batallas que se disputan, hay una que tiene un valor importante y que implica el nacimiento o la muerte de un plan, de un sistema, de un nuevo mapa de movimiento. Nos referimos a la pugna entre Estado y Sociedad. Dos formas de diferente naturaleza, pero que se retroalimentan y cuya relación no tendría por qué ser necesariamente dañina como se afirma con cierta irresponsabilidad. Quiérase o no, el Coronavirus ha relativizado los poderes del Estado y ha fortalecido la libre agrupación de la sociedad. El problema surge por la falta de concierto entre ambos, por varias razones, pero, fundamentalmente, por un personaje nada inocuo y que ha catalizado la disputa, saliendo sin un rasguño. Nos referimos al sistema económico que gobierna tanto la dinámica estatal, que “regularía” el poder abstracto de la vida en la distribución monetaria, como la social, que aspira a tener los poderes de goce que ofrece el dinero.

Tanto el Estado como la Sociedad han caído en la trampa depredadora del pensamiento económico en su forma más salvaje. El lucro como máxima efigie se ha elevado y se ha valido de todos los elementos necesarios para pasar desapercibido con el máximo de su rendimiento. La rentabilidad no tiene rostro y por eso parece no existir. Solo basta el ejemplo oscilatorio que la palabra expropiación generó frente a la necesidad de administrar las clínicas privadas. Si por la mañana se nos presentaba un presidente con plena perspectiva “social”, por la noche teníamos a un siervo de intereses ajenos a lo político, como forma de posibilitar la vida del ciudadano. Aún así se considera estatal el problema cuando el asunto tiene que ver con los mecanismos que permiten una diversidad de existencias. No obstante, cuando estas son capturadas por la rentabilidad, un factor homogeneizante, no es nada difícil que la muerte sea lo más lógico, ya que el fundamento del existir rozaría con la succión desenfrenada de sus potencias hasta el agotamiento total. En otros términos, el Estado y la Sociedad han pensado en lo rentable como razón de la vida, antes que en la vida como razón de diálogo, sobre todo, en el momento en que más se necesita para sobrevivir.

Fuente: Diario Gestión

Bajo la óptica indicada, la verdadera resistencia era o es hacerle frente a la dinámica del sistema. Valga aclarar que no nos referimos a eliminarlo, sino a evadir al máximo sus dictámenes. No significa dejar su oferta de placeres, sino solo aplazarlos un tiempo. Se tiene que entender que el Estado no sirve a las clínicas o a cualquier conglomerado de empresarios, hacia el final de la noche, sino que se ha inclinado a la sucia y hambrienta boca que reclama réditos a cualquier costo, hasta el límite del absurdo. Este no es el tiempo de la ganancia, sino el de la insistencia de lo vivo. Pero, bajo aquel criterio, la Sociedad también ha sido capturada, ya que, en versiones minúsculas, ha buscado el sumo bien de la acumulación de ganancias en el oxígeno, en los fármacos o, en sus versiones más bochornosas, copando centros comerciales (ganancia de placer le podríamos llamar en este caso). La normalidad no existe, nunca ha existido y esta es, aún, la oportunidad de desentendernos de ella, porque ella nos ha llevado hasta límites insospechados de violentas omisiones.

¿Cómo no dejar de lado la vida en medio de esta aparente guerra entre Estado y Sociedad? ¿Cómo no caer en el aberrante llamado del beneficio desmedido del Capitalismo y su coronación indudable en casi todas las esferas de la experiencia? No se puede vivir con él –aunque probablemente tampoco sin él– al menos por ahora. Desde nuestro punto de vista, y con la inevitable ola de pobreza que está llegando, son necesarias las estructuras intermedias o mixtas, ya que no todo puede ser organizado por el Estado ni todo puede ser gestionado por la Sociedad. En ese sentido, se necesita de la postergación de la expectativa del interés económico, momentáneamente, puesto que es imposible satisfacer su apetito, la mayoría de las veces, ridículo. Ejemplos concretos se tienen en el programa del Vaso de leche o los Comedores populares, los cuales, debido a la mejoría económica del país, habían quedado en cierto abandono. Su retorno debe ser tecnificado y con la mejor conciencia del trabajo conjunto, fuera de la fría inversión económica. Es decir, con asesoría técnica que aspire a la liberación de las personas y no a la dependencia de estas formaciones por su propia lógica intermedia, de paso, resistencia, comunidad. Así, no solo hablamos de modelos de atención, sino de espacio de reconocimiento humano. No habría, pues, un favor del Estado ni un eterno mendicante llamado pueblo. Las estructuras intermedias, creemos, serían verdaderos espacios de experimentación si se evadiera, lo mejor posible, la lógica del beneficio absoluto, por el beneficio de la experiencia de la vida.

En Europa se propuso la creación de brigadas vecinales para la atención de enfermos de Covid-19 asesoradas por médicos, ya que estos no se daban abasto ante el oleaje de contagiados. La solidaridad en acción es ingeniosa y este es el justo momento de las asociaciones de subsistencia, ya que la enfermedad aún no ha pasado, aún todos estamos en peligro y, a pesar de que el Estado está dejando que todo vuelva a la “normalidad”, nada asegura que no haya un rebrote o que la naturaleza mutante del virus no vaya a potenciarse durante su viaje de cuerpo a cuerpo. Los virus, a diferencia de vivos y muertos, aprenden y parece que con mayor velocidad que nosotros. Pero no es así; su aprendizaje depende de la necesidad de permanecer en sí, exactamente lo que nos ha estado faltando por el ruido de la voz de la ganancia y el fin del modelo económico. Acabe o no, ese es otro tema oscuro, no importa fuera de que es sobre nuestras vidas que se ha erigido y se erigirá otro mundo o se acabará el mismo. Así que, en un momento de crisis, deberían promoverse los movimientos intermedios en todas las dimensiones de la experiencia; desde las que tienen que ver con la alimentación hasta las que se relacionan con la cultura. La ganancia económica va a ser mínima, sin duda, pero sin la posibilidad de existir no habría ninguna posibilidad de ganancia y esta pandemia es solo una primera advertencia de lo que puede venir si no consideramos asistirnos.

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Suspensiones

Por Cesar López

El planeta entero piensa el problema. Pensar siempre ha sido una consecuencia y no una causa; sobre todo ahora que el ataque es a la vida en varias de sus esferas. No cabría la posibilidad del pensamiento, el más mínimo siquiera, sin que haya cierta necesidad de preservar o insistir en lo vivo, en el sí mismo. Toda solución o catástrofe que conocemos se ha confeccionado a partir de ese imperativo. Así, la relación entre lo que hacemos y meditamos ha sido asaltada por un agente que se traduce muy bien en la experiencia cotidiana del mundo, ya que esta, tal como se entendía hasta este momento, ha desaparecido. No tengo un juicio de valor exacto sobre esta paralización, no creo que lo haya tampoco, pero es mejor dejar que ciertas realidades de la misma se expresen, de alguna manera, desde su propia razón. 

Los virus llegaron mucho antes que las plantas, los insectos y los animales (entre los que nos encontramos, por supuesto). Han resistido una buena cantidad de eventos catastróficos y se han adaptado a una gran diversidad de escenarios. En algunos casos se afirma que han conseguido tecnificarse, dada nuestra costumbre de calificar las proezas de los otros a través de las nuestras. Es importante aclarar, en este punto, que ellos no son el enemigo, no forman parte de ningún bando, así de simple; se despliegan y desplegarán en el ecosistema como siempre lo han hecho. Los virus forman parte del infinito ciclo de la creación y la destrucción. Tal vez sean tan indiferentes a nuestra existencia como nosotros lo éramos a la suya. 

Todo hasta aquí aparece en un correcto orden. Los virus, como otros seres que pueblan el planeta, procuran preservarse, multiplicarse e inundar con sus réplicas cada rincón de la tierra. Obedecen a la vocación erótica dada por Dios en el mito del Génesis. Vida, reproducción y pensamiento; pasos justos sobre el agua, la tierra y el aire. No obstante, hay algo no tan cierto en lo que escribimos y que ha conseguido, o debería, desenmascarar nuestra forma de entendimiento. Los virus no están vivos, no pueden considerarse como entes vivientes, ya que no cumplen con las características generales del mundo de la vida como la reproducción y la motilidad, por ejemplo. La cuestión se complica más, porque tampoco se puede afirmar que estén muertos. Estos tienen la capacidad de manipular la maquinaria de su hospedero de modo que este termina reproduciéndolos por miles, algo que jamás podrían por sí solos.

Ni vida ni muerte o entre la vida y la muerte, el Coronavirus ha conseguido trasladar su plenitud intermedia a las certezas humanas hasta romperlas. Los restos de estas han sido conducidos por diversos tipos de planes; todos ellos trazados por la desesperación o la estupidez. Desde una paralización general, técnica del medioevo en pleno siglo XXI, hasta la inyección de desinfectantes en la sangre, “técnica” extremadamente moderna, este virus ha conseguido suspender las prácticas humanas de forma inaudita. Ha devuelto al homínido entronizado nuevamente a sus cuevas y le ha mostrado el miedo que nunca había perdido. También le ha devuelto al estallido de las ficciones. Todos ahora tienen una historia que contar; todos han alcanzado, en tiempo record, la capacidad de comprender lo que pasa. Sí, esto no es verdad, pero es lo que se gesta en Internet.

Los aviones ya no inundan el cielo, los autos han dejado de invadir las calles al igual que la gente. Las ferias de libro o los conciertos han sido cancelados. No hay cine ni discotecas ni bares. Tampoco los restaurantes o los cafés han podido resistir a los poderes de la COVID-19. Los templos de toda profesión ya no reciben a sus fieles. Los teatros, las universidades y los hoteles han cerrado sus puertas. Innumerables fábricas de todo tipo, minas y oficinas le han dado la espalda a su trote diario. Tal parece que fuimos expulsados de todos los paraísos conocidos. Vivimos en el mundo de la suspensión, porque quien nos ha guiado a este momento histórico es un microscópico ser que solo conoce el punto medio y ha actuado siempre, desde su origen incierto, de ese modo. 

La potencia de esta enfermedad no solo ha intervenido en los cuerpos humanos, sino también en los cuerpos estatales, económicos o culturales. No solo ha invadido de cabo a rabo lo que el hombre daba por organizado y sólido, sino que ha asestado un duro golpe a la narración del progreso. ¿Es posible creer en esta historia o tipo de fe cuando aún no hemos aprendido a lavarnos las manos de manera correcta? ¿Es posible defender los poderes de la humanidad cuando los hospitales colapsan, a pesar de haber creído que en materia de salud se había llegado lejos? ¿Vivimos el progreso? O mejor, ¿de qué progreso se nos ha hablado? ¿Quiénes están dentro de él o viven en su lógica? Considero difícil defender esta mítica, ya que los países más poderosos y civilizados del planeta, según esa misma narración, han tenido y tienen serias dificultades para hacerle frente a un diminuto ser que flota en el limbo y que ha conseguido dejar en el mismo estado a todo el planeta. Si pensamos en la globalización como la máxima capacidad de relación social que jamás haya existido, también es posible indicar que como organismo esta ha manifestado, por fin, su grave estado de salud. La aparición del Coronavirus tiene el perfil de una consecuencia y no de una causa. La desnudez a la que ha sometido al hombre, en primer lugar, ha hecho patente su impotencia. 

Fuente: National Geographic

No existe, sin embargo, un solo modo de vivir. Justo ahora se revelan otras realidades gracias a este giro. Mientras el hombre se ha ocultado, muchos animales han vuelto a escena. Parece que el planeta descansa; parece que este tiempo es un tiempo de jubileo para otras existencias. Es decir, el derrumbamiento del monopolio de la experiencia ha dado paso a cierta liberación de lo heterogéneo y, por ende, a la necesidad de reconocer que lo pausado es tan solo una manera de conocer. Y no solo nos referimos a esa innumerable cantidad de vida a la que el Coronavirus ha liberado, sino a esas formas desplazadas de humanidad que han entrado en juego hasta alcanzar un extraño protagonismo. Ahora las parejas deben estar juntas todo el día, ahora las familias deben reconocerse a diario, mirarse, entenderse. El hogar se ha relanzado. La capacidad de extrañar se ha vuelto un poco más sincera y la responsabilidad ha dejado de lado la representatividad para convertirse en una tarea personalísima. El valor de la ancianidad también movió a los gobiernos a detenerse. No éramos tan fascistas al fin y al cabo. Pero de todas estas renovadas cosas antiguas, muchos han hecho hincapié en la solidaridad como herramienta de acción idónea frente al problema. 

De cierta manera, toda situación límite contiene en sí las claves para su resolución. Es posible que la COVID-19, nos esté permitiendo ver el real anverso del mapa. El siguiente movimiento sería optar por una experimentación intermedia en la que se restituya el valor de la vida en todas sus formas y no solo la humana. Otra restitución tendría que ver con el valor comunitario para la supervivencia, pero, aún más, se podría optar por la recuperación de la soberanía del ciudadano, la cual ha sido minimizada, durante años, bajo la impronta de que los hombres son piezas sustituibles. ¿Acaso la protección de la vida frágil de los ancianos no pueda completarse con la reconquista de su papel en el cuerpo colectivo?

Ahora podemos decir que nuestras primeras afirmaciones son imprecisas. El planeta no piensa, actúa y el hombre no tiene, aunque lo crea, el dominio total. Solo una parcela del pensamiento está siendo ocupada en estos precisos instantes. La pandemia no es un ataque, porque el virus no nos tiene por enemigos: solo nos empuja a entendernos en el contexto amplio de su presencia, que nos supera. Es por este motivo que la suspensión a la que nos tiene sujeto el Coronavirus es un momento tenso e intenso de creación, en el cual se debería optar por la respuesta más coherente: la práctica de una política que se caracterice por lo microscópico.

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Un martillazo a la desigualdad: Lima y la pandemia

Fuente: Lima Cómo Vamos

Por Marité Bustamante

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La pandemia del COVID-19 agarró al mundo entero desprevenido, no tanto porque no hubiera avisos de que una situación sanitaria de esta magnitud pudiera suscitarse como porque los líderes mundiales y sus respectivos gobiernos se resistieran a estar preparados[1]. Uno de los factores que puede explicar dicha resistencia es la hegemonía global del “Estado mínimo” y el mercado como mejor espacio de resolución de las necesidades humanas, aunque estas sean esenciales y las amplias mayorías no puedan pagar el precio que el mercado exige por ellas.

Como hemos visto, en diferentes ciudades del mundo y de nuestro propio país, enfrentar la pandemia requiere de una fuerte y extendida capacidad estatal que se traduzca en servicios públicos sanitarios, como hospitales y acceso al agua potable; y en protección social ante las inevitables consecuencias económicas de una parálisis global: seguros de desempleo e, incluso, rentas básicas universales.

Esta ausencia de preparación es más palpable a nivel urbano, no solo porque la densidad y las aglomeraciones, características de los procesos urbanizadores, son factores que contribuyen a la propagación del virus, sino por las condiciones de desigualdad y precariedad en la que miles de millones de personas viven en ellas.

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El planeta es, por primera vez en su historia, predominantemente urbano. Al 2015, el 54% de la población mundial vivía en ciudades y ONU Hábitat proyectaba que, al 2025, ese porcentaje subiría al 58.2 %[2].  Este ritmo acelerado del proceso de urbanización a nivel mundial tiene su principal impacto en los denominados países en desarrollo[3] donde aparecen vertiginosamente grandes ciudades y megaciudades[4] en las que conviven, por un lado, espacios que están insertados a la globalización –aunque subordinadamente–, reciben capital foráneo, gozan de buenos servicios públicos y calidad de vida; y, por otro, barrios pobres y segregados, sin servicios públicos, ni vivienda digna, usualmente violentos y donde habitan ciudadanos condenados al empleo precario, sin derechos laborales, ni protección social.

Ante este escenario, los preparativos a la Conferencia Hábitat III definieron a la desigualdad como “el mayor problema urbano emergente, ya que la brecha entre ricos y pobres en la mayoría de los países está a sus niveles más altos desde hace 30 años”[5].

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Lima, a punto de convertirse en una megaciudad, no está exenta de esta tendencia global, menos aún siendo parte del continente más desigual del mundo. Según el último censo de Barrios Urbanos Marginales (BUM) el 48.5% de la población de Lima Metropolitana vive en un “núcleo urbano caracterizado, por presentar altos niveles de pobreza monetaria y no monetaria y carecer, total o parcialmente, de servicios de infraestructura y equipamiento[6]

A esta situación de los barrios pobres, habría que sumarle la segregación espacial que padecen, los niveles de hacinamiento, los altos niveles de informalidad laboral[7], el abandono y la pésima calidad del transporte público y la alta percepción de inseguridad ciudadana.

Frente a ese escenario, ¿cuáles son las condiciones que Lima debe transformar para enfrentar la pandemia y sus consecuencias?

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La ciudad enfrenta diversos problemas. Esta vez nos detendremos solo en uno de ellos, tanto por su especial importancia para garantizar condiciones de vida digna para sus habitantes como por la persistencia de su precariedad y abandono estatal: el transporte público.

Lima ostenta el título de la cuarta ciudad con peor tráfico en el mundo. Este problema, aunque común, no es padecido por igual. De acuerdo con la estructura urbana de la ciudad, sus principales centralidades[8] están ubicadas en la zona centro de la ciudad, lo que obliga a los habitantes de Lima Norte, Lima Sur y Lima Este a desplazamiento extensos, principalmente por razones laborales y en unidades de transporte público[9]. Así, según la fundación Transitemos, en Lima existe una tasa promedio de 2.8 viajes diarios por persona y, según la organización Moovit, la duración promedio de un viaje en Lima es de 62 minutos. Es decir, un habitante de Lima puede pasar, en promedio, casi 3 horas diarias en el transporte, aunque hay quienes reportan pasar hasta cinco horas al día.

Por otro lado, la precariedad del transporte público también se expresa en las condiciones laborales de los trabajadores del transporte. En ese ámbito, existe un sistema legal que permite, por un lado, que una empresa sea titular de la ruta sin que sea dueña de las unidades que transitan por ella; y, por otro, que exista un régimen laboral que exige que los choferes y cobradores obtengan su sueldo por pasajero recogido y no por kilómetro recorrido.

Fuente: Andina

Ante esta situación previa a la pandemia, resulta preocupante que el Ministro de Transportes solo haya anunciado medidas como la promoción de la bicicleta para viajes cortos (que son los menos y se concentran dentro de la zona central de Lima), cambios en la jornada laboral de los funcionarios públicos para descongestionar las horas punta y medidas higiénicas y de control del número de pasajeros en el Metropolitano, el Tren Eléctrico y los corredores[10]. Aunque son medidas importantes, estas siguen dirigiéndose a las minorías y dejan sin resolver los problemas de las amplias mayorías pobres o de clase media vulnerable.

¿Qué hacer? La pandemia pone a la orden del día tareas postergadas e, incluso, desdeñadas. Al largo y mediano plazo, se debe utilizar la inversión pública, parte del plan Reactiva Perú, para potenciar las centralidades de Lima por fuera de la zona central, a fin de generar polos de empleo, comercio y educación en las otras Limas y que sus habitantes puedan acceder a dichos trabajos o servicios sin realizar largos desplazamiento. Esto permitiría extender el uso del transporte no motorizado. Además, debe iniciarse de una vez por todas la reforma del transporte, la misma que tiene como principal objetivo devolver el carácter de servicio público al transporte urbano y que permita tanto la renovación de la flota como la garantía de derechos laborales.

Al corto plazo, sumado a las medidas anunciadas, el Estado debería asignar una renta básica a cada uno de los trabajadores del transporte a fin de hacer viable una estrategia de control del número de pasajeros por unidad sin poner en riesgo sus ingresos mensuales. En los casos en que las unidades no puedan cumplir las condiciones necesarias, podría implementarse tanto una renta básica como un bono al chatarreo a fin de no dejar sin ingresos a aquellos que no podrán seguir operando.

El presidente Vizcarra, los medios de comunicación y hasta nuestras propias familias comienzan a hablar de la “nueva normalidad”. Todos somos conscientes de que el mundo no volverá a ser igual, pero, esa nueva normalidad, no puede volver a ser desigual. Es una deuda con los millones de personas para las cuales la precariedad era la más dramática de las normalidades. 


[1] Revise en el enlace la sección “Una pandemia muy anunciada”.

[2] ONU Hábitat. (2016). Reporte Ciudades del Mundo. En relación con el proceso de urbanización mundial indica: “En 1990, 43 por ciento (2.3 miles de millones) de la población mundial vivía en áreas urbanas; para 2015 esta situación subió a 54 por ciento (4 miles de millones)” (p. 6).

[3] Davis, M. (2007). Planeta de ciudades miseria. Madrid: Foca. En relación con el impacto del proceso de urbanización mundial en los países en desarrollo señala: “El 95 por 100 de esta última explosión demográfica [10.000 millones de personas al 2050] se producirá en las áreas urbanas de los países en vías de desarrollo, cuyas poblaciones se duplicarán alcanzando 4.000 millones en la próxima generación” (p. 14).

[4] Según ONU Hábitat, las grandes ciudades son aquellas que tienen hasta 10 millones de habitantes, mientras que las megaciudades son aquellas que tienen más de 10 millones.

[5] ONU Hábitat (2016). Reporte Ciudades del Mundo. p. 17.

[6] Revise en el enlace las páginas 6 y 30 (cuadro 9).

[7] Revise en el enlace la página 12 (cuadro 1).

[8] Por centralidades me refiero a porciones del territorio dentro de las ciudades que tienen gran capacidad de atracción de desplazamientos a propósito de concentrar las oportunidades de trabajo, el comercio, los servicios educativos, entre otros.

[9] Según la fundación Transitemos, Lima y Callao presentan un total de 26 millones 709 mil viajes diarios, de los cuales 19 millones 709 mil viajes son motorizados. De estos, además, 15 millones 990 mil viajes diarios son en transporte público, incluyendo taxis (formales e informales) y colectivos. Puede revisar el informe en el enlace.

[10] Según el informe al 2018 de la fundación Transitemos, solo el 10.1 % de los viajes en transporte público se realizan en la Línea 1, Metropolitano y Corredores, mientras que el 58.71% de los viajes se realiza en el transporte regular (bus, combi, coaster y mototaxi). Finalmente, el 31.27% de los viajes se realiza en taxis y colectivos.

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Sopa de letras: la academia en tiempos del coronavirus

Por Mateo Díaz

1

En las redes sociales viene circulando una selección de textos en torno al Covid-19 titulada Sopa de Wuhan. Pensamiento contemporáneo en tiempos de pandemias. Uno de los autores incluidos, Slavoj Žižek, incluso ya tiene un libro acerca del tema que se puede adquirir por internet. De la selección he revisado los títulos, algunas páginas al azar, pero aún no la he leído. Probablemente no lo haga, no en este momento. Constato que para algunos lectores estas publicaciones generan entusiasmo; como si vinieran de consultar a algún oráculo, anuncian con timidez o euforia que la pandemia acelerará el fin del capitalismo

Todo esto, de hecho, me hace acordar lo que unos amigos chilenos me contaban hace un tiempo. Un sociólogo, Alberto Mayol, acababa de sacar un libro, Big Bang, para analizar el estallido social en Chile. Entre risas me decían, el estallido empezó en octubre y a los dos meses el hombre ya había publicado un libro. Y eso es lo que el texto francamente les generaba: risas. En ambos casos, propongo tomar la precipitación como un síntoma.

(Vale la pena recordarlo: en Edipo Rey los griegos consultan el oráculo de Delfos justamente porque una peste asolaba la ciudad de Tebas.)

2

Se trata de un chiste, un meme. Me lo envió una amiga cuando se cancelaron las clases presenciales y se empezó a insistir en el distanciamiento social. Dice: “cuando descubres que tu estilo de vida es llamado cuarentena”; la imagen es la de un monito que mira de reojo a la pantalla, como descubierto in fraganti. Iba acompañado de un mensaje de mi amiga que decía “mira, me acordé de ti”. Me reí. Por supuesto, los chistes que dan más risa son los que dicen la verdad. 

No es ninguna novedad que la vida cotidiana de un académico o un estudiante doctoral se asemeja a una cuarentena. El chiste es que nada cambia, que nosotros (cito otro meme) ya practicábamos el distanciamiento social antes de que se pusiera de moda. En todo caso, el “todo sigue igual” ha sido la reacción de las universidades de los Estados Unidos y de buena parte del mundo. Las clases, los proyectos de investigación, las reuniones y hasta algunas conferencias deben continuar a larga distancia utilizando aplicativos como el Zoom, diseñados para hacer videollamadas con varios participantes. Las bibliotecas, nos dicen, ofrecerán servicios de digitalización. Todo será igual que antes, pero diferente.

(Los correos electrónicos, las comunicaciones burocráticas, reflejan esas diferencias. Abundan frases como “cuando todo vuelva a la normalidad”, “cuando todo pase”; la pandemia se concibe aquí como un paréntesis, una interrupción del orden. Cuesta mucho conciliar esa actitud nostálgica con las profecías de la caída del sistema.)

3

¿De qué es síntoma la precipitación? Hay un dicho que todos los estudiantes doctorales conocemos: publish or perish (publica o perece). Desde que vivo en los EEUU la palabra que más escucho en la academia, pronunciada con reverencia o miedo, es “mercado”. Casi podría decirse que hay una exigencia compulsiva, a veces (solo a veces) tácita, de ser productivos. Para los que nos dedicamos a las Humanidades se trata de eso: escribir, publicar, repetir. Aunque la gran mayoría de artículos que se escriben en estos departamentos desmontan y deconstruyen los mecanismos del capitalismo tardío, sus condiciones de producción y circulación reproducen las dinámicas del sistema tan criticado. Los valores, afuera y adentro, son los mismos.

Las preguntas que siguen son obvias: ¿cómo imaginar una realidad distinta desde una praxis que refuerza el presente que se desea cambiar? ¿Hasta qué punto puede sostenerse la separación artificial entre el sujeto que analiza y su objeto de estudio, la realidad? Y claro, ¿qué sentido tiene mantener esta productividad frenética, más aún en una situación en que el mundo cambia a cada momento y opiniones que hace unas semanas sonaban –eran– lógicas (“el virus no es tan letal”, “es una exageración”, “es una creación de los medios”) rápidamente devienen obsoletas?

(La segunda palabra que más escucho en los salones de clase, en los talleres, en las charlas, es “crisis”. La tercera, “circulación”. En el contexto global de la pandemia, los vuelos cancelados, las calles vacías, el chiste se cuenta solo.)

4

Los efectos del Covid-19 aún no son dramáticamente visibles en Providence. Se trata de la capital del estado más pequeño de los Estados Unidos, Rhode Island, ubicada a tres horas y media de la ciudad de Nueva York, hoy el epicentro mundial de la pandemia. College Hill, la zona cercana a la Universidad de Brown, luce más vacía sin los estudiantes de pregrado, pero el contraste con el día a día no es muy marcado. Quienes venimos de ciudades grandes y caóticas nos hemos conformado con pensar que Providence es un lugar apacible.

La presencia del coronavirus se vuelve real, sin embargo, a partir de la relación con las personas que nos rodean. En estos días ayudo a algunos amigos que deciden mudarse y regresar a sus países de origen; luego, incluso eso parece insensato cuando el contacto interpersonal se vuelve más riesgoso. El sindicato de estudiantes de posgrado y otras entidades estudiantiles presionan a las autoridades universitarias para resguardar nuestras condiciones de trabajo y protegernos del virus en el contexto del terrorífico sistema de salud estadounidense, que a la enfermedad añade la amenaza de la bancarrota. A veces alguien me escribe y me pregunta si necesito algo, a veces lo hago yo. Hace una semana un amigo me cuenta que su madre ha contraído el virus y acaba de ser hospitalizada: me doy cuenta de que es la primera persona contagiada que conozco.

Por otro lado, el aislamiento distorsiona las distancias y los horarios. Paso más tiempo del habitual hablando con personas que están en otro hemisferio. Sigo las noticias: advierto que mi reclusión voluntaria coincide con el inicio de la cuarentena en el Perú, que empiezo a utilizar mascarilla fuera de casa cuando el presidente Vizcarra la declara obligatoria. Hablo con mis padres, con mis amigos. Hay una generalizada aprobación de las medidas que el gobierno está llevando a cabo, pero también hay miedo: una amiga, diabética, me cuenta sus dificultades para conseguir alimentos y medicinas en este periodo de libertad restringida; un amigo médico, que hace su SERUMS cerca de Rioja, me manda largos audios explicándome lo complicado, y a veces riesgoso, que es llegar a su lugar de trabajo. 

El pdf de Sopa de Wuhan. Pensamiento contemporáneo en tiempo de pandemias sigue abierto en mi laptop, detenido invariablemente en el índice.

(En Sopa de Wuhan. Pensamiento contemporáneo en tiempo de pandemias hay 15 colaboradores. 17 artículos. Para el día de hoy, domingo 12 de abril, hay 6848 casos confirmados de coronavirus en Perú. 1727 en Rhode Island. 549 131 en Estados Unidos, que ya sextuplica los de China. En la provincia de Hubei, cuya capital es Wuhan, hay 67 803.)   

5

En los Estados Unidos no se ha aplicado una cuarentena a nivel nacional. Es muy poco probable que suceda. Como si fuera necesario argumentar, por ahí alguien me dice: tú sabes, el país de la libertad. 

La amiga del meme me pregunta si estoy saliendo a caminar. Que sería una buena idea, tomando las precauciones del caso y manteniendo los dos metros de distancia con las demás personas claro. Respondo que no, pero prometo hacerlo pronto. Mejor espérate, me dice, en estos días está lloviendo mucho. Siempre llueve en Providence. Esta es, por algo, la ciudad de Lovecraft.

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Reina un gran desorden bajo el cielo

Por Jack Martínez Arias*

26 de marzo de 2020

Estados Unidos tiene ahora el mayor número de casos en el mundo. Las redes ironizan repitiendo la frase que el presidente solía usar con frecuencia, antes, bajo otras circunstancias: America First (América primero). 

En el estado de Nueva York, desde donde escribo, se van registrando 40 mil casos. New York City es llamado ahora el nuevo epicentro de la pandemia. El gobernador clama por ayuda al gobierno central. Pero el presidente sigue restándole importancia al asunto. La cura no puede ser peor que la enfermedad, escribe en Twitter, refiriéndose al gran daño que puede producir una parálisis general de la economía. Desde otro extremo del país, el gobernador de Tejas es entrevistado por un canal de noticias y da a entender que los abuelos estarían felices de sacrificarse por el bienestar económico de las nuevas generaciones. Que la máquina se siga operando, parece ser el mensaje. El dinero por encima de la vida.

Fuente: VoaNoticias

En casa encendemos el televisor a la una de la tarde. Como cada uno de estos últimos días, buscamos la aplicación de TVPeru. Allá son las doce, aquí la una. Almorzamos mientras esperamos que Vizcarra aparezca en escena. En tiempos de crisis se hace transparente la capacidad o incapacidad de un gobernante. Y en tiempos de crisis global, frente a un enemigo común, se manifiesta un fenómeno interesante: podemos contrastar claramente las reacciones de los mandatarios alrededor del mundo. Nos damos cuenta, entonces, que algunos países desarrollados no parecen ser tales frente a la epidemia. Pasa aquí, pasa en el Reino Unido. Pasa, también, en la segunda línea económica, en España e Italia. Pasa, por supuesto, en nuestra región latinoamericana, con el presidente de México en las nubes y el de Brasil emulando ciegamente a su par del norte. Ninguna medida es perfecta frente a lo desconocido, pero el Perú, en contraste con los mencionados, quiere seguir (en lo posible) el modelo asiático, que parece representar, por ahora, el escenario menos trágico.    

27 de marzo de 2020

Estados Unidos ha sobrepasado los cien mil casos. 

La vida sigue detenida. La vida tal como la conocíamos antes del virus. La vida moderna, acelerada y rutinaria que tanto angustió a los poetas del pasado. “Sólo quiero un descanso de piedras o de lana,/ sólo quiero no ver establecimientos ni jardines,/ ni mercaderías, ni anteojos, ni ascensores.” Ese descanso ha llegado casi un siglo después de los versos hastiados de Pablo Neruda. Pero esta pausa forzada no está acompañada de la calma o el sosiego. Sino todo lo contrario. A veces tengo la sensación de que una capa sombría está cubriendo el mundo por completo, silenciosa, sin que podamos hacer nada para detenerla.

Paradójicamente, las crisis globales también pueden dejar espacio para despertar la esperanza de un nuevo comienzo después de la tragedia. En uno de sus libros más recientes, El coraje de la desesperanza (2018), Zizek pensaba en tres escenarios posibles de crisis global que podrían golpear mortalmente al capitalismo tal como lo conocemos: el desarrollo desmedido de la inteligencia artificial, las consecuencias venideras del calentamiento global y la creciente e insostenible migración de multitudes que claman por refugio alrededor del mundo. En ninguno de esos escenarios posibles aparecía un virus. Pero el virus apareció en nuestras vidas y Zizek, por supuesto, no dudó en pensar en ésta como la oportunidad perfecta para empujar un cambio radical. Citando a Mao, “Reina un gran desorden bajo el cielo; la situación es excelente.”

Encendemos el televisor al mediodía, hora peruana. No aparece Vizcarra. Aparece el Papa. También lee la situación como una oportunidad de cambio. Por supuesto, lo hace sin basar su discurso en el comunismo. Si Mao hablaba de un gran desorden bajo el cielo, el Papa habla del virus como si se tratara de una tormenta, apoyándose en el evangelio de San Marcos, para luego decir: “La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad.” “No hemos escuchado el grito de los pobres y de nuestro planeta gravemente enfermo.” “No podemos seguir cada uno por nuestra cuenta. Sino todos juntos.”

Fuente: Diario Gestión

Vizcarra tarda en aparecer. Una hora después de lo acostumbrado, da cuenta de los enfermos del día. El crecimiento es sostenido pero parece alentador en comparación con lo que sucede en otros lugares, como aquí, por ejemplo. 

Sin embargo, es muy temprano para predecir la curva que tomará el virus. Un día más sin certezas. Siempre es muy temprano todavía. 

1 de abril de 2020

Estados Unidos acaba de doblar el número de casos de China. Solo el estado de Nueva York alcanzó los ochenta mil infectados. 

En estos días he seguido leyendo a pensadores que escriben sobre el virus. Badiou, Agamben, Butler, Byung-Chul Han. Descubro en ellos cierta ansiedad por predecir lo que vendrá inmediatamente después. Y cierto apuro también. 

Hay ideas en las que algunos coinciden: desde ahora los gobiernos podrán justificar mejor sus mecanismos de control social, hasta los políticos más conservadores ejecutarán medidas económicas favorables a los trabajadores con el objetivo de seguir echando a andar la máquina, este virus será solo el primero de futuras pandemias aceleradas por el ritmo del consumo y de la producción neoliberal, etc. Salvo la última amenaza, ya se pueden ir viendo señales claras de aquellos impactos políticos y sociales de la enfermedad.

En mi universidad hemos pasado también al modo online. Mis estudiantes han vuelto a casa. Para algunos, eso significó dejar el campus para juntarse, tan solo a unas millas después, con sus familias en New York City; para otros, significó ir de regreso a lugares tan distantes como China o Korea. Todos ellos me cuentan cómo van viviendo estos días. Es extraño. Es raro. Esos son los adjetivos que más usamos entre nosotros. Por supuesto, tienen miedo, como yo, pero eso no lo decimos tanto. 

Me enteré que hay una agrupación en la red que le pide a los estudiantes conservadores de todo el país que graben las clases online y las hagan públicas si es que en ellas se promueven ideas “radicales”. Las comillas van bien ya que aquí llaman “radicales” a alas de izquierda tan mesuradas como la de Sanders.

El presidente ha firmado un proyecto para repartir dos trillones de dólares entre los americanos que requieren ayuda ahora que el desempleo se ha disparado. Se acercan las elecciones, las medidas para mantener el favor de los electores serán cada vez más desesperadas. El virus también podría cambiar el rumbo de las candidaturas. Ya veremos. 

Por ahora, lo único constante es lo cambiante. 

Oficialmente se proyecta que el virus matará entre cien y doscientas mil personas en este país. La enfermedad será la que decida el deadline (fecha límite) del aislamiento social, ha dicho también el consejero del actual presidente (y de los cinco anteriores) y jefe del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas de los Estados Unidos.

*Jack Martínez Arias (@jackmartinezar). Autor de las novelas Bajo la sombra (Animal de invierno, 2014) y Sustitución (Emecé Planeta, 2017).

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Coyuntura

Nadie lo esperaba

Por Andrés Sampayo Navarro*

Hace ya más de un mes que el presidente Iván Duque, como comandante supremo de las fuerzas militares de Colombia –así se ha hecho llamar en ocasiones–, lideró un proceso en el que un avión de la Fuerza Aérea Colombiana se preparaba como si fuera a realizar un viaje espacial, pero, en realidad, se disponían a buscar a unos colombianos en el otrora epicentro del virus, una ciudad llamada Wuhan. El show tuvo el apoyo completo de los centrales y, por añadidura, tradicionales medios de comunicación. Estos efectuaban una llamada al capitán del avión a la hora precisa en que la gran mayoría de colombianos estaban escuchándolos y, a continuación, el capitán del avión se explayaba contando la anécdota del día, como cuál era el origen de su apodo. 

En dicho viaje, un colombiano de Cali decidió quedarse. Muchos, que conocemos el sistema de salud jerarquizado que tiene el país, sabíamos que fue una gran decisión; otros lo catalogaron de antipatriota. La historia le dio la razón al oriundo del Pacífico colombiano: hoy, finalizado el tercer mes de 2020, esa ciudad de China se encuentra a días de retornar a la normalidad. Mientras tanto, el epicentro del virus se lo pelean actualmente Estados Unidos y Europa, pero en este lado del mundo sabemos que los latinoamericanos, en estos casos, tarde o temprano ocuparemos el primer lugar.

Fuente: Radio Francia Internacional

Igual, para innovar en temas negativos, Colombia suele estar a la vanguardia. Con un virus en expansión, la colectividad colombiana empieza a mostrar su talante. En el departamento sureño del Huila, algunos habitantes de la capital se enteraron dónde vivían unas personas contagiadas y, ni cortos ni perezosos, atacaron a piedra la casa de los enfermos. En Cali, por su parte, los propietarios de algunos edificios residenciales están expulsando a los residentes médicos. En otras ciudades, como Cartagena, bastante turística, muchos de los conductores de buses –el medio de transporte fundamental de las ciudades colombianas– no quieren transportar a las enfermeras y enfermeros. Y así pululan casos de intolerancia por todo el territorio nacional que, en última instancia, se explican por la desinformación y la falta de esfuerzos por aclararlos y evitarlos. 

Es así como, a medida que el virus gana fuerza, la actual indulgencia del establecimiento político evidencia la mentira histórica acerca del estado real del sistema de salud colombiano. En estos momentos solo puede servir para no tener claro cómo será la respuesta real a la situación actual por parte del gobierno nacional. Menos mal tenemos alcaldes como los de Bogotá, Bucaramanga, Villavicencio, Palmira, entre otros, que han estado a la altura de la pandemia y de la historia.

*Andrés Sampayo Navarro (@asampayo). Latinoamericano de Colombia. Candidato a doctor en Estudios Políticos e Internacionales por la Universidad del Rosario.