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Sopa de letras: la academia en tiempos del coronavirus

Por Mateo Díaz

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En las redes sociales viene circulando una selección de textos en torno al Covid-19 titulada Sopa de Wuhan. Pensamiento contemporáneo en tiempos de pandemias. Uno de los autores incluidos, Slavoj Žižek, incluso ya tiene un libro acerca del tema que se puede adquirir por internet. De la selección he revisado los títulos, algunas páginas al azar, pero aún no la he leído. Probablemente no lo haga, no en este momento. Constato que para algunos lectores estas publicaciones generan entusiasmo; como si vinieran de consultar a algún oráculo, anuncian con timidez o euforia que la pandemia acelerará el fin del capitalismo

Todo esto, de hecho, me hace acordar lo que unos amigos chilenos me contaban hace un tiempo. Un sociólogo, Alberto Mayol, acababa de sacar un libro, Big Bang, para analizar el estallido social en Chile. Entre risas me decían, el estallido empezó en octubre y a los dos meses el hombre ya había publicado un libro. Y eso es lo que el texto francamente les generaba: risas. En ambos casos, propongo tomar la precipitación como un síntoma.

(Vale la pena recordarlo: en Edipo Rey los griegos consultan el oráculo de Delfos justamente porque una peste asolaba la ciudad de Tebas.)

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Se trata de un chiste, un meme. Me lo envió una amiga cuando se cancelaron las clases presenciales y se empezó a insistir en el distanciamiento social. Dice: “cuando descubres que tu estilo de vida es llamado cuarentena”; la imagen es la de un monito que mira de reojo a la pantalla, como descubierto in fraganti. Iba acompañado de un mensaje de mi amiga que decía “mira, me acordé de ti”. Me reí. Por supuesto, los chistes que dan más risa son los que dicen la verdad. 

No es ninguna novedad que la vida cotidiana de un académico o un estudiante doctoral se asemeja a una cuarentena. El chiste es que nada cambia, que nosotros (cito otro meme) ya practicábamos el distanciamiento social antes de que se pusiera de moda. En todo caso, el “todo sigue igual” ha sido la reacción de las universidades de los Estados Unidos y de buena parte del mundo. Las clases, los proyectos de investigación, las reuniones y hasta algunas conferencias deben continuar a larga distancia utilizando aplicativos como el Zoom, diseñados para hacer videollamadas con varios participantes. Las bibliotecas, nos dicen, ofrecerán servicios de digitalización. Todo será igual que antes, pero diferente.

(Los correos electrónicos, las comunicaciones burocráticas, reflejan esas diferencias. Abundan frases como “cuando todo vuelva a la normalidad”, “cuando todo pase”; la pandemia se concibe aquí como un paréntesis, una interrupción del orden. Cuesta mucho conciliar esa actitud nostálgica con las profecías de la caída del sistema.)

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¿De qué es síntoma la precipitación? Hay un dicho que todos los estudiantes doctorales conocemos: publish or perish (publica o perece). Desde que vivo en los EEUU la palabra que más escucho en la academia, pronunciada con reverencia o miedo, es “mercado”. Casi podría decirse que hay una exigencia compulsiva, a veces (solo a veces) tácita, de ser productivos. Para los que nos dedicamos a las Humanidades se trata de eso: escribir, publicar, repetir. Aunque la gran mayoría de artículos que se escriben en estos departamentos desmontan y deconstruyen los mecanismos del capitalismo tardío, sus condiciones de producción y circulación reproducen las dinámicas del sistema tan criticado. Los valores, afuera y adentro, son los mismos.

Las preguntas que siguen son obvias: ¿cómo imaginar una realidad distinta desde una praxis que refuerza el presente que se desea cambiar? ¿Hasta qué punto puede sostenerse la separación artificial entre el sujeto que analiza y su objeto de estudio, la realidad? Y claro, ¿qué sentido tiene mantener esta productividad frenética, más aún en una situación en que el mundo cambia a cada momento y opiniones que hace unas semanas sonaban –eran– lógicas (“el virus no es tan letal”, “es una exageración”, “es una creación de los medios”) rápidamente devienen obsoletas?

(La segunda palabra que más escucho en los salones de clase, en los talleres, en las charlas, es “crisis”. La tercera, “circulación”. En el contexto global de la pandemia, los vuelos cancelados, las calles vacías, el chiste se cuenta solo.)

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Los efectos del Covid-19 aún no son dramáticamente visibles en Providence. Se trata de la capital del estado más pequeño de los Estados Unidos, Rhode Island, ubicada a tres horas y media de la ciudad de Nueva York, hoy el epicentro mundial de la pandemia. College Hill, la zona cercana a la Universidad de Brown, luce más vacía sin los estudiantes de pregrado, pero el contraste con el día a día no es muy marcado. Quienes venimos de ciudades grandes y caóticas nos hemos conformado con pensar que Providence es un lugar apacible.

La presencia del coronavirus se vuelve real, sin embargo, a partir de la relación con las personas que nos rodean. En estos días ayudo a algunos amigos que deciden mudarse y regresar a sus países de origen; luego, incluso eso parece insensato cuando el contacto interpersonal se vuelve más riesgoso. El sindicato de estudiantes de posgrado y otras entidades estudiantiles presionan a las autoridades universitarias para resguardar nuestras condiciones de trabajo y protegernos del virus en el contexto del terrorífico sistema de salud estadounidense, que a la enfermedad añade la amenaza de la bancarrota. A veces alguien me escribe y me pregunta si necesito algo, a veces lo hago yo. Hace una semana un amigo me cuenta que su madre ha contraído el virus y acaba de ser hospitalizada: me doy cuenta de que es la primera persona contagiada que conozco.

Por otro lado, el aislamiento distorsiona las distancias y los horarios. Paso más tiempo del habitual hablando con personas que están en otro hemisferio. Sigo las noticias: advierto que mi reclusión voluntaria coincide con el inicio de la cuarentena en el Perú, que empiezo a utilizar mascarilla fuera de casa cuando el presidente Vizcarra la declara obligatoria. Hablo con mis padres, con mis amigos. Hay una generalizada aprobación de las medidas que el gobierno está llevando a cabo, pero también hay miedo: una amiga, diabética, me cuenta sus dificultades para conseguir alimentos y medicinas en este periodo de libertad restringida; un amigo médico, que hace su SERUMS cerca de Rioja, me manda largos audios explicándome lo complicado, y a veces riesgoso, que es llegar a su lugar de trabajo. 

El pdf de Sopa de Wuhan. Pensamiento contemporáneo en tiempo de pandemias sigue abierto en mi laptop, detenido invariablemente en el índice.

(En Sopa de Wuhan. Pensamiento contemporáneo en tiempo de pandemias hay 15 colaboradores. 17 artículos. Para el día de hoy, domingo 12 de abril, hay 6848 casos confirmados de coronavirus en Perú. 1727 en Rhode Island. 549 131 en Estados Unidos, que ya sextuplica los de China. En la provincia de Hubei, cuya capital es Wuhan, hay 67 803.)   

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En los Estados Unidos no se ha aplicado una cuarentena a nivel nacional. Es muy poco probable que suceda. Como si fuera necesario argumentar, por ahí alguien me dice: tú sabes, el país de la libertad. 

La amiga del meme me pregunta si estoy saliendo a caminar. Que sería una buena idea, tomando las precauciones del caso y manteniendo los dos metros de distancia con las demás personas claro. Respondo que no, pero prometo hacerlo pronto. Mejor espérate, me dice, en estos días está lloviendo mucho. Siempre llueve en Providence. Esta es, por algo, la ciudad de Lovecraft.

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Reina un gran desorden bajo el cielo

Por Jack Martínez Arias*

26 de marzo de 2020

Estados Unidos tiene ahora el mayor número de casos en el mundo. Las redes ironizan repitiendo la frase que el presidente solía usar con frecuencia, antes, bajo otras circunstancias: America First (América primero). 

En el estado de Nueva York, desde donde escribo, se van registrando 40 mil casos. New York City es llamado ahora el nuevo epicentro de la pandemia. El gobernador clama por ayuda al gobierno central. Pero el presidente sigue restándole importancia al asunto. La cura no puede ser peor que la enfermedad, escribe en Twitter, refiriéndose al gran daño que puede producir una parálisis general de la economía. Desde otro extremo del país, el gobernador de Tejas es entrevistado por un canal de noticias y da a entender que los abuelos estarían felices de sacrificarse por el bienestar económico de las nuevas generaciones. Que la máquina se siga operando, parece ser el mensaje. El dinero por encima de la vida.

Fuente: VoaNoticias

En casa encendemos el televisor a la una de la tarde. Como cada uno de estos últimos días, buscamos la aplicación de TVPeru. Allá son las doce, aquí la una. Almorzamos mientras esperamos que Vizcarra aparezca en escena. En tiempos de crisis se hace transparente la capacidad o incapacidad de un gobernante. Y en tiempos de crisis global, frente a un enemigo común, se manifiesta un fenómeno interesante: podemos contrastar claramente las reacciones de los mandatarios alrededor del mundo. Nos damos cuenta, entonces, que algunos países desarrollados no parecen ser tales frente a la epidemia. Pasa aquí, pasa en el Reino Unido. Pasa, también, en la segunda línea económica, en España e Italia. Pasa, por supuesto, en nuestra región latinoamericana, con el presidente de México en las nubes y el de Brasil emulando ciegamente a su par del norte. Ninguna medida es perfecta frente a lo desconocido, pero el Perú, en contraste con los mencionados, quiere seguir (en lo posible) el modelo asiático, que parece representar, por ahora, el escenario menos trágico.    

27 de marzo de 2020

Estados Unidos ha sobrepasado los cien mil casos. 

La vida sigue detenida. La vida tal como la conocíamos antes del virus. La vida moderna, acelerada y rutinaria que tanto angustió a los poetas del pasado. “Sólo quiero un descanso de piedras o de lana,/ sólo quiero no ver establecimientos ni jardines,/ ni mercaderías, ni anteojos, ni ascensores.” Ese descanso ha llegado casi un siglo después de los versos hastiados de Pablo Neruda. Pero esta pausa forzada no está acompañada de la calma o el sosiego. Sino todo lo contrario. A veces tengo la sensación de que una capa sombría está cubriendo el mundo por completo, silenciosa, sin que podamos hacer nada para detenerla.

Paradójicamente, las crisis globales también pueden dejar espacio para despertar la esperanza de un nuevo comienzo después de la tragedia. En uno de sus libros más recientes, El coraje de la desesperanza (2018), Zizek pensaba en tres escenarios posibles de crisis global que podrían golpear mortalmente al capitalismo tal como lo conocemos: el desarrollo desmedido de la inteligencia artificial, las consecuencias venideras del calentamiento global y la creciente e insostenible migración de multitudes que claman por refugio alrededor del mundo. En ninguno de esos escenarios posibles aparecía un virus. Pero el virus apareció en nuestras vidas y Zizek, por supuesto, no dudó en pensar en ésta como la oportunidad perfecta para empujar un cambio radical. Citando a Mao, “Reina un gran desorden bajo el cielo; la situación es excelente.”

Encendemos el televisor al mediodía, hora peruana. No aparece Vizcarra. Aparece el Papa. También lee la situación como una oportunidad de cambio. Por supuesto, lo hace sin basar su discurso en el comunismo. Si Mao hablaba de un gran desorden bajo el cielo, el Papa habla del virus como si se tratara de una tormenta, apoyándose en el evangelio de San Marcos, para luego decir: “La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad.” “No hemos escuchado el grito de los pobres y de nuestro planeta gravemente enfermo.” “No podemos seguir cada uno por nuestra cuenta. Sino todos juntos.”

Fuente: Diario Gestión

Vizcarra tarda en aparecer. Una hora después de lo acostumbrado, da cuenta de los enfermos del día. El crecimiento es sostenido pero parece alentador en comparación con lo que sucede en otros lugares, como aquí, por ejemplo. 

Sin embargo, es muy temprano para predecir la curva que tomará el virus. Un día más sin certezas. Siempre es muy temprano todavía. 

1 de abril de 2020

Estados Unidos acaba de doblar el número de casos de China. Solo el estado de Nueva York alcanzó los ochenta mil infectados. 

En estos días he seguido leyendo a pensadores que escriben sobre el virus. Badiou, Agamben, Butler, Byung-Chul Han. Descubro en ellos cierta ansiedad por predecir lo que vendrá inmediatamente después. Y cierto apuro también. 

Hay ideas en las que algunos coinciden: desde ahora los gobiernos podrán justificar mejor sus mecanismos de control social, hasta los políticos más conservadores ejecutarán medidas económicas favorables a los trabajadores con el objetivo de seguir echando a andar la máquina, este virus será solo el primero de futuras pandemias aceleradas por el ritmo del consumo y de la producción neoliberal, etc. Salvo la última amenaza, ya se pueden ir viendo señales claras de aquellos impactos políticos y sociales de la enfermedad.

En mi universidad hemos pasado también al modo online. Mis estudiantes han vuelto a casa. Para algunos, eso significó dejar el campus para juntarse, tan solo a unas millas después, con sus familias en New York City; para otros, significó ir de regreso a lugares tan distantes como China o Korea. Todos ellos me cuentan cómo van viviendo estos días. Es extraño. Es raro. Esos son los adjetivos que más usamos entre nosotros. Por supuesto, tienen miedo, como yo, pero eso no lo decimos tanto. 

Me enteré que hay una agrupación en la red que le pide a los estudiantes conservadores de todo el país que graben las clases online y las hagan públicas si es que en ellas se promueven ideas “radicales”. Las comillas van bien ya que aquí llaman “radicales” a alas de izquierda tan mesuradas como la de Sanders.

El presidente ha firmado un proyecto para repartir dos trillones de dólares entre los americanos que requieren ayuda ahora que el desempleo se ha disparado. Se acercan las elecciones, las medidas para mantener el favor de los electores serán cada vez más desesperadas. El virus también podría cambiar el rumbo de las candidaturas. Ya veremos. 

Por ahora, lo único constante es lo cambiante. 

Oficialmente se proyecta que el virus matará entre cien y doscientas mil personas en este país. La enfermedad será la que decida el deadline (fecha límite) del aislamiento social, ha dicho también el consejero del actual presidente (y de los cinco anteriores) y jefe del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas de los Estados Unidos.

*Jack Martínez Arias (@jackmartinezar). Autor de las novelas Bajo la sombra (Animal de invierno, 2014) y Sustitución (Emecé Planeta, 2017).