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Entrevista: Lucero de Vivanco

“La natación es evasión, fantasía y búsqueda de identidad” – Entrevista a Lucero de Vivanco

Por Eliana Del Campo

Lucero de Vivanco, escritora y académica peruana, ha centrado su labor en los estudios literarios, la memoria histórica y la representación de la violencia política en Latinoamérica. Su obra académica incluye investigaciones sobre la literatura testimonial y la crítica cultural, mientras que en el ámbito de la ficción ha explorado diversas formas narrativas. Entre sus publicaciones literarias, destacan el libro de relatos Escrito por una elefanta (Cocorocoq, 2022), y su más reciente trabajo, Agua (Cocodrilo Ediciones, 2023), donde explora su experiencia como nadadora competitiva, entrelazándola con problemáticas como el abuso familiar y la presión deportiva.

En esta entrevista, Lucero de Vivanco profundiza en las múltiples capas simbólicas de su última obra, desde la representación del agua como refugio y amenaza hasta los silencios como una forma de contención narrativa. Reflexiona sobre los mecanismos de disciplina del cuerpo y cómo el deporte competitivo replica las dinámicas de poder en la vida familiar. A través de una escritura minimalista y cargada de tensión, Agua se posiciona no solo como una historia de confrontación, sino como una búsqueda por recobrar las narrativas del pasado familiar.

En Agua, el cuerpo no solo es un objeto de disciplina deportiva, sino también un campo de resistencia frente a la presión familiar, tanto como espacio físico de confrontación como un símbolo de agencia. ¿Cómo ha sido la exploración de la idea del cuerpo y sus representaciones, dentro y fuera del deporte, al momento de escribir?

Qué bueno que me hagas esta pregunta, porque el cuerpo fue un concepto clave para mí en el proceso de concebir y escribir la novela. Pensé en el cuerpo como una “categoría”, es decir, como algo a lo que socialmente se le atribuye distintos significados y valores, y se le exige determinados comportamientos, rendimientos, normativas, etc., en función de patrones culturales e ideológicos específicos. En la novela se trata del cuerpo de una niña, especialmente vulnerable tan solo por el hecho de ser niña. Ella es una nadadora que se esfuerza más allá de sus límites para ser campeona y con ello ganarse el amor del padre. En términos simbólicos, se trata de un cuerpo entregado al sacrificio para que el padre construya su orgullo y su gloria en el marco de una sociedad patriarcal. En este sentido, es un cuerpo exitoso, un cuerpo que vehiculiza triunfos y reconocimientos públicos, aunque soslaya el costo que eso tiene para la niña nadadora.

Por otro lado, esta niña es víctima de abuso sexual dentro de su ambiente familiar. Es otra forma de que ese cuerpo se “use”, se cosifique, otra manera de someterlo a necesidades y exigencias de terceras personas, pero en este caso, en el ámbito privado, oculto bajo una codificación secreta. Quería representar el uso abusivo de este cuerpo y el mensaje afectivamente contradictorio con el que se carga a la pequeña protagonista: su cuerpo es digno de aplauso y lucimiento, por un lado, y de sujeción y encubrimiento, por el otro. Años más tarde, de adulta, la protagonista relee la historia de su propio cuerpo y recién ahí puede confrontar, evaluar de manera distinta las orientaciones y exigencias recibidas en la infancia y generar una narrativa, ya no solo de resistencia sino de rechazo al abuso.

La relación entre la protagonista, la figura paterna y las expectativas familiares sugiere una tensión entre el éxito impuesto y la autodeterminación. ¿La presión del éxito deportivo durante la infancia replica las tensiones de poder y control de la vida adulta?

En la novela, pienso en la infancia como un momento de gran vulnerabilidad. Como niña, hay muy poco espacio para que la protagonista no se entregue con confianza a las personas que la rodean y que forman parte de su ambiente cotidiano. La autodeterminación demanda seguridades y claridades que la protagonista va adquiriendo en el camino a convertirse en un sujeto adulto. Creo que la novela muestra ese camino hacia la adultez o, más bien, el salto hacia la adultez, que supone quebrar las narrativas que hasta cierto momento explican y justifican los primeros años de vida, para poder construir otras que se ajusten más a la experiencia personal real, mirada sin miedo y sin prejuicios. En este contexto, claro que la presión del éxito deportivo es un mecanismo de control y poder. Pero la novela también habla de la natación como un espacio que la protagonista tiene para sobrevivir a estas mismas presiones y a las exigencias sobre el cuerpo a las que me refería en la pregunta anterior. La natación es evasión, es fantasía, es búsqueda de identidad y es, al mismo tiempo, la oportunidad para recibir cariño y atención del padre. La novela pretende meterse en estas zonas grises, en estas ambivalencias. No se trata de un ejercicio de poder desnudo: hay espacios de crecimiento y empoderamiento también para la pequeña nadadora.

El arco narrativo se orienta hacia la descomposición de las dinámicas familiares, especialmente con el final de la primera parte que retrata el momento de la renuncia a la competencia primando la deconstrucción del ideal más que la victoria. ¿Es una manera de reescribir el mito del héroe deportivo?

Me gusta cómo formulas esta idea de renuncia a la natación, como una instancia en la que prima “la deconstrucción del ideal más que la victoria”. Así, en efecto, lo quise representar: se renuncia ante el fracaso. La propia renuncia constituye la aceptación de una derrota y la caída de la fantasía épica. Pero, ¿no comporta eso también una sabiduría? ¿No es saludable reconocer los límites del deseo y del cuerpo? ¿No es valioso analizar con sinceridad la cuantía real de nuestra voluntad? En este sentido, hay una duplicidad en ese acto de renuncia: es pérdida y ganancia al mismo tiempo.

Por otro lado, creo que el mito del héroe deportivo está caracterizado por el perfecto equilibrio entre el esfuerzo y el logro. Si el logro no retribuye el esfuerzo invertido: fracaso. Si el esfuerzo es poco para el logro alcanzado: suerte, azar (otro tipo de fracaso). ¿Cuánto pesa el esfuerzo?, podría haberse preguntado un atleta griego tras la competencia, al hacer la remoción ritual del sudor y el polvo pegado a su piel, una piel untada previamente con aceite como mecanismo para objetivar su esfuerzo. Pero en la novela no hay heroísmos, pues las exigencias al cuerpo son siempre mayores que las retribuciones. Más bien prima un gesto transversalmente abusivo, aunque enmascarado, normalizado, familiarizado. Los registros de esas zonas intermedias, porosas, son las que me han interesado explorar.

El agua en tu libro más que un entorno deportivo, es un símbolo de cómo se pueden sumergir los verdaderos sentimientos en detrimento de otros. Una vía de escape que aísla los sentidos y favorece la introspección. ¿Cómo fue abordar la materialidad del agua, entre lo vital y lo destructivo?

El agua es un símbolo potentísimo en todas las épocas y culturas. Polivalente al máximo y, como tal, contradictorio. Al igual que el “cuerpo”, quise llevar a la novela varios de sus significados y valores. En un sentido positivo, siempre en el plano simbólico, el agua era, para la pequeña nadadora, la posibilidad de ser acunada en un gran útero, protegida de situaciones que experimentaba como amenazantes en el exterior, en una cotidianeidad rodeada de adultos. El agua era la posibilidad de purificar el malestar, de limpiarse lo sucio; de sentirse fuerte y poderosa gracias a sus habilidades natatorias; de profundizar en su inconsciente e imaginar otras vidas posibles. El agua es el lugar de la orientación y la supervivencia. Pero, en su sentido negativo, el agua también se experimenta en la novela como agua turbia o estancada, por donde desaguan las violencias normalizadas dentro del hogar; es un remolino que avasalla la inocencia; una turbulencia que arrastra contra la voluntad; una fuerza destructiva que invade como una marea alta o una inundación. El agua es todo eso al mismo tiempo: pulsión de vida, crecimiento, fluidez hacia la autonomía adulta; y pulsión de muerte, sometimiento, falta de oxígeno vital, hundimiento en el dolor.

Los silencios juegan un papel crucial, especialmente en los momentos de tensión emocional relacionados con la infancia y las relaciones familiares, en los que se deja espacio para la ambigüedad interpretativa. ¿Cómo fue el proceso de narrar desde el silencio y usar eufemismos para recrear tensión entre los personajes?

Qué hermosa pregunta. Disfruto mucho cuando logro identificar en las novelas la integración de los silencios, las elusiones, los hiatos, puestos ahí para que el lector o la lectora se activen creativamente con el texto. Cuando comencé a escribir Agua, tenía algunas certezas. Una de ellas, era que quería escribir una historia de manera minimalista, en el que no faltara ni sobrara nada. Fundamentalmente, por dos razones. Por un lado, quería simplemente mostrar sin dar opinión, sin juzgar. Eso significó ser siempre consciente de la narradora y asegurarme de que sea una narradora adulta intentando ella misma recuperar su mirada infantil. No tratar de que sea la niña la que narre, sino la mujer grande que reconstruye su mirada inocente. Creo que eso influye en los silencios, pues la propia narradora, en tanto protagonista, debía guardar muchos silencios en un hogar habitado por adultos. El silencio era su forma de testimoniar, un medio para registrar, actividad que ella hace desde lugares de enunciación protegidos, como su cueva-barco o su covacha bajo la mesa de costura. La novela pretende reproducir esos silencios.

Por otro lado, el silencio, alegóricamente hablando, forma parte de la tematización de la novela, pues hay cosas de la dinámica familiar que tienen que mantenerse en silencio, en secreto más bien. Aparece así en uno de los fragmentos que en la novela se llaman “Línea negra” y que corresponden a momentos de ensoñación que la niña tiene mientras entrena en la piscina: “Un secreto es como un silencio. Y el silencio es prohibición, parálisis, hueco, censura, vacío, despojo, anonimato”. Los silencios tienen que ver con un sistema de encubrimiento de abusos o de prácticas abusivas que se ejercen dentro de un marco de “normalidad”. Por eso los personajes llevan disfraces y sus nombres corresponden a los disfraces que visten. Es una gran mascarada de cómo se establecen relaciones familiares, que lamentablemente siguen vigentes hoy en día.

En tu libro, la narración oscila entre el presente y la evocación de recuerdos fragmentados. ¿Cómo surgió el uso de esta estructura temporal en Agua? ¿Qué relación hallas entre el deporte de alta competencia y la fragmentación de la memoria familiar?

Hay varios elementos que se conjugan en la estructura temporal de la novela. Lo más evidente es el uso del tiempo pasado como forma verbal del recuerdo. Pero eso contrasta con una segunda modalidad, que es la narración en tiempo presente, utilizada en gran parte de la ficción. Elegí el presente narrativo porque, en general, es el tiempo en el que se relatan las experiencias traumáticas o las vivencias que impactan con gran intensidad. Estas se registran con ciertas particularidades en el cerebro, desarticuladas respecto de un contexto (tiempo y lugar) específico. Cuando se activan las emociones asociadas a esas memorias, suelen percibirse como si se estuviera padeciendo nuevamente el episodio en cuestión. Eso fue lo que me llevó a optar por el presente: imaginar que la protagonista, en su narración sobre su infancia, revive los abusos y exigencias a las que fue sometido su cuerpo.

Ese tiempo verbal, quisiera pensar, es la manera que tiene el personaje de compartir sus vivencias con las lectoras y lectores; de dejarles entrar en su historia íntima y comunicarles las emociones que todavía la marcan en la adultez. Esto tiene que ver también con la estructura fragmentada de la novela. No hay una línea argumental que haga avanzar ordenadamente la trama. Preferí construirla a partir de escenas y que la historia se vaya revelando por acumulación de situaciones. El deporte de alta competencia obedece más a una narración lineal, una épica de avance progresivo. La estructura de fragmentos, me parece, contrasta con ese supuesto. Pero no hay héroes en esta novela, como comenté anteriormente. Hay tan solo un aprendizaje respecto de cómo gestionar en la vida las heridas que perduran para siempre.

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Difícil trabajo

Margarita Saona y las zonas intempestivas

Por Christian Elguera

Las narraciones de Margarita Saona en La ciudad en que no estás nos adentran en un mundo de acontecimientos intempestivos. El primer punto a destacar es esa mirada minuciosa que traza una atmósfera absurda, pero de forma sutil. Con absurdo me refiero aquí a las apariciones de escenas y momentos imposibles que, sin ser fantásticos propiamente, terminan enrareciendo el espacio y la vida de sus personajes. Esto sucede, por ejemplo, en ese cuento donde una niña come relojes (“Comehoras”) o en aquel otro texto donde una pareja aprende a convivir con ranas y un cocodrilo (“Pruebas”). Mencionemos también esa historia donde comienzan a caer del cielo miles de aves, desmembradas, en el invierno (“Los pájaros”). En dichas páginas, se aprecia un control narrativo para jugar con el suspenso, retener información y dejar al lector con una sensación de misterio.

Se percibe también una minuciosidad en la forma de mirar: los personajes y las voces narrativas se centran en lo imperceptible. Esta atención se vuelve en muchos casos ominosa o perturba una presunta tranquilidad. Allí están los peces inquietando a la protagonista de “Acuario”. Allí están los conejos que se multiplican en una casa y, en claro guiño a Julio Cortázar, se vuelven un símbolo de lo perecedero. Vale detenerse en la intertextualidad con el famoso cuento cortazariano “Carta a una señorita en París”. Mientras el escritor argentino nos sumerge en un aire lúdico, donde la amenaza nunca se materializa debido a dosis de humor o exageración, vemos que en “Cartas con conejos” estos animales se convierten en símbolo de la muerte: no son alegorías sino cuerpos que revientan en el granizo del invierno recordando la proximidad de la hora final.

Saona traza su propio bestiario. En cada cuento, el animal no es un adorno, sino que se torna signo de una realidad aciaga. No se llega a una descripción de lo animal en sí, pero las referencias a cocodrilos, pájaros y conejos son avatares de lo desconocido. Su presencia en los cuentos tiene más de extrañamiento poético antes que una lógica narrativa. Los animales se vuelven una especie de borde entre el trasiego cotidiano y el recuerdo de una amenaza siempre presente. Pero, en La ciudad en que no estás, lo amenazante se presiente también dentro de la propia carne. No son pocas las escenas en hospitales, las referencias a cuerpos enfermos, presas de ansiedades y temores en cada resquicio. Y en esa angustia hay un modo de vida que organiza una propia rutina, sin la cual el propio ser podría desaparecer. En “Miedos, III”, la protagonista muere en el momento preciso en que logra liberarse de sus temores.

Y también las mismas palabras pueden volverse en contra de quien escribe. Tenemos ese castillo de palabras que producen laberintos y solo conducen a los abismos. En el relato “En morir del cuento”, las palabras se tornan heridas y desgarros insoportables. Posiblemente, debido a esta concepción de lo escrito, la autora ha buscado experimentar con diversas piezas cortas. La brevedad narrativa significa siempre un riesgo. Aquí solo hay dos alternativas: el cuento breve, aforismo o microrrelato, deja un impacto en la lectoría o queda como una anécdota que luego se olvida. Saona reconoce este riesgo y salpica el libro con narraciones brevísimas que no siempre logran impactar. Sin embargo, en ese trajín, también aparecen textos notables como “La llave”, “Telepatía”, “Insomnio I” y “Otro tren”. Estas piezas breves nos ayudan a percibir el sentido del título de esta colección. Como demuestra Gérard Genette, hay toda una poética en el arte de escoger un título. Elegir un paratexto es una decisión que abre o cierra mundos. La ciudad en que no estás nos permite atisbar el ritmo de los desencuentros. Por un lado, puede percibirse que la autora ha buscado entender el desencuentro a partir de amores distantes o imposibles. Por otro lado, como lector, he percibido el desencuentro en esa retahíla de chascos, frustraciones e impotencias que van surgiendo. Nunca estamos “donde” y “cuando” debemos estar. El cuerpo se pierde a sí mismo, nunca llega a ningún encuentro, se desfragmenta y contradice como sucede en “Recuerda”. Las piezas breves que he indicado nos permiten una posible lectura de este desencontrarse. En “La llave” leemos:

¡Encontré la llave!

El problema es que ahora no puedo encontrar la puerta.

Por su parte, “Insomnio I” nos presenta estas líneas:

– Haga lo que haga no consigo dormir.

– No es cierto –contestó la lechuza. Si lo fuera, no estarías hablando conmigo.

La ambigüedad de no encontrar salidas a pesar de superar un obstáculo; la incerteza de estar durmiendo o despierto. Estas contradicciones se hacen aún más tangibles en “Distopía I”. Ante una plaga de palomas, los habitantes de una ciudad consideran que la mejor solución es usar halcones para eliminar dicha peste. En adelante, se logra eliminar el problema, pero cada día se vuelve una visión grotesca de palomas desparramadas en las aceras, tanto es así que leemos: “Hay que andar con cuidado para no embarrarse los zapatos o resbalarse, y acostumbrarse a sentir los restos de palomas bajo nuestros pies”.

No siempre el tono romántico es el mejor logrado del libro. No obstante, en “Desequilibrios”, encontramos un ejemplo claro de los desencuentros. En este texto, se entrecruzan ese estilo absurdo que comenté al inicio y un halo de ternura que acrecienta el chasco final. La protagonista se enamora de un equilibrista que vive trajinando entre los edificios, sin nunca tocar el suelo. Cuando ella decide imitar la vida del equilibrista, con tal de seguirlo, este simplemente desaparece. Asimismo, “no estar” es una desazón que también tiene matices violentos, tal como percibimos en “Aprendiz de bruja”. Una mujer ha invocado a un viento que, en un comienzo, es fascinante en su belleza y energía, pero que luego se convierte en una vorágine. En contraste con el texto “Dijo basta”, apreciamos que “Aprendiz de bruja” describe las agonías de la violencia de género mediante alegorías de la naturaleza. Así, en la parte final, leemos: “ He invocado al viento y ahora vive en mi casa. Pero una tormenta espera agazapada en las esquinas”.

Finalmente, no estar en algún lugar es también extraviarse. Al respecto, valga mencionar el cuento “Objetos perdidos”. La protagonista nos confiesa que tiene una colección de utensilios perdidos de toda raigambre: medias, aretes, fotografías. Su labor cotidiana es ordenar ese cúmulo de cosas que a nadie interesa. En el momento final, ella se reconoce a sí misma como alguien que ha perdido su ser o una parte de su cuerpo. Perderse o perder algo es otra forma de no estar en una ciudad. Atendamos así esta declaración: “Solo, de vez en cuando, me pregunto si esa que fui anda tan tranquila con ese vacío en el pecho o si, por lo menos, de vez en cuando, echa de menos su corazón”.

Foto: archivo de la autora

Los desencuentros, los extravíos, las pérdidas no acontecen de manera abrupta. No se trata de un desorden que remece o destruye, pero sí delinea zonas intempestivas que dejan huellas, cicatrices encarnadas en muchos de los personajes. Una mirada, un detalle minúsculo, presencias aparentemente imperceptibles se convierten en fuerzas que aturden, despersonalizan, descolocan a los protagonistas que atraviesan estas páginas. Más allá del espacio familiar, del amor hacia otros amantes, lo intempestivo siempre surge en la propia carne y así dejamos de ser el mismo ser, el mismo cuerpo.

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Datos del libro analizado:

Margarita Saona

La ciudad en que no estás. Cuentos reunidos

Cocodrilo Ediciones, 2021