Las palabras beben del mismo manantial. Sobre Jardín zen de Miguel Sanz Chung
Por Cristhian Briceño
Los poemas de este libro se ubican entre el observar y el decir, en ese instante donde la contemplación diseña su estrategia, revela su potencial y anticipa su efecto, pero sin desatar el artificio de la enunciación cuantiosa; sucede como en ese famoso haiku de Yosa Buson: «Ante el crisantemo blanco, las tijeras dudan un instante». A lo largo de la obra de Sanz Chung encontramos algunos precedentes. En Quién las hojas, el elemento poético presente ya en el título duda de su naturaleza: es la hoja de un árbol, pero también el papel en blanco o el afilado acero que acaricia una barbilla; en su Diccionario elemental, las palabras dudan también de su valor semántico, de sus etimologías, y terminan revelando significados surgidos de la ironía y de la imaginación. Si bien esta estrategia podría asumirse, sin más, como metáfora o símil, yo diría que el autor toma otro camino: muchos de sus personajes inician una lenta trasformación que se interrumpe cuando empieza a atisbarse un destino. En Jardín zen, la evolución de los personajes y de las emociones es cuestión de una decena de versos depurados con una técnica excelente: «Ahora el dolor no necesita de tantos versos» (p. 23); al final, el tiempo parece ralentizarse hasta adquirir una dureza sentenciosa. Sin embargo, en este arco evolutivo siempre es posible reconocer cómo el yo lírico se inserta a sí mismo dentro la naturaleza y él mismo se vuelve naturaleza viva, o, en todo caso, asume las características de lo vegetal:
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