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Reseña: Orbital (2025) de Samantha Harvey

La vida en el espacio

Por Omar Guerrero

Orbital (Anagrama, 2025) de la escritora británica Samantha Harvey (Kent, 1975), ganadora del Booker Prize 2024, no es una novela de ciencia ficción con exactitud por más que su título y su portada presenten todas las características propias de este género, muy aparte que su trama transcurre por completo dentro de una estación espacial ubicada a cuatrocientos kilómetros del planeta Tierra. Mejor dicho, se podría decir que esta es una novela sobre la presencia del hombre en el espacio, lo que corresponde más a la ciencia en sí, aunque sin dejar de lado lo humano. Se trata de seis astronautas de distintas nacionalidades dentro de la Estación Espacial Internacional en la órbita terrestre baja. Ellos son: Pietro, italiano, encargado de monitorizar los microbios con los que conviven. Chie, japonesa, quien está dedicada a cultivar cristales de proteína. Shaun, americano, encargado de observar el comportamiento de las plantas que se encuentran dentro de la nave ante la falta de luz y gravedad. Nell, británica, cuya función es estudiar a una serie de ratones de laboratorio y sus reacciones en el espacio. Completan la tripulación los rusos Roman y Anton, definidos también como cosmonautas, quienes están a cargo de supervisar el generador de oxígeno. Todos ellos deben permanecer seis meses dentro de esta estación que da dieciséis vueltas diarias a la Tierra, por lo que se convierten en testigos insólitos de dieciséis amaneceres y dieciséis anocheceres por día, lo que puede significar muchas cosas para una persona, así se trate de un astronauta muy bien entrenado.

A parte de desarrollar estas funciones, junto a una serie de cambios a los que se tienen que acostumbrar, como el tiempo, la distancia, la gravedad o el reciclaje orgánico (convertir orina en agua bebible), estos astronautas muestran su lado más humano, su sensibilidad junto a sus recuerdos, además de sus reflexiones y cuestionamientos, los que surgen a partir de distintas circunstancias como observar y analizar una postal de “Las Meninas” de Diego Velázquez, obsequiada por una esposa desde hace muchos años; o la triste noticia de la muerte de la madre de uno de los tripulantes sin la posibilidad inmediata de regresar a casa para estar con los suyos. A ello se suma una serie de hechos cotidianos como dormir, pero no como lo hace cualquier persona en una cama. La manera en que proceden es muy distinta. Y es que la vida en una cápsula trasladándose por el espacio no es lo mismo que habitar la Tierra.  

Las ciudades de estos seis astronautas son Seattle, Osaka, Londres, Boloña, San Petersburgo y Moscú. Ellos pueden verlas y reconocerlas desde allá arriba, desde su estación, en la infinitud del espacio. Aunque también pueden ver otras ciudades, países y latitudes. Reconocen la línea ecuatorial, los hemisferios y los polos, además del inmenso mar que rodea cada continente, lo que ofrece un color y una belleza singular que resalta al ser contemplada a lo lejos. Se trata de su planeta, de su hogar, del único lugar que tienen en común por más que cada uno sea tan distinto respecto al otro en términos físicos y lingüísticos, pues en lo subjetivo, en su interior, en su propio ser, todos son demasiado similares.   

El miedo es otro de los rasgos que los define. Este se manifiesta, en especial, al detectar un tifón que crece y que se va aproximando como una amenaza a determinado punto de la Tierra: a Filipinas. Ellos intentan hacer algo, quieren prevenir ante lo inevitable. Su intento de ayuda o solidaridad se mezcla con la resignación porque entienden que existen ciertos hechos naturales que no van a poder manejar ni mucho menos controlar. Lo mismo sucede con las tragedias provenientes del error humano, que son imprevisibles, lo que puede producir un mayor miedo, pero también un mayor coraje, además de una completa determinación. Ellos lo saben muy bien. Le sucedió a la británica Nell al recordar cuando era niña lo sucedido en el lanzamiento del Challenger. Otro tipo de miedo, en cuanto al avance de la ciencia junto a la perversión humana, recae en Chie, la japonesa, en relación a sus antepasados como víctimas de las bombas atómicas.

La soledad también es inevitable por más que entre los seis astronautas se brinde cierta comunicación y compañía. Aquí no existe amistad, pero sí compañerismo. Por otro lado, lo profesional hace desaparecer cualquier otro tipo de acercamiento y trato. Quizá por eso uno de ellos, siendo varón, termina soñando con una de sus compañeras de tripulación, convirtiéndose en un caso aislado donde la sexualidad, que es irrefutable, no se puede dejar de lado. Aun así, se debe mantener oculta, pues saben que pueden estar siendo observados. Y esta limitación bien podría emparentarse con el encierro y la claustrofobia, que, a pesar de intentar ser manejada, puede producir varias consecuencias como dolores en el cuerpo y otros malestares, además de la posibilidad de una enfermedad bastante seria, lo que pone en evidencia la fragilidad de lo humano.

A pesar de todos estos puntos en contra, que no son más que problemas que se deben superar, como todo en la vida, ya sea en el espacio o en la Tierra, queda la fascinación por el trabajo que desempeñan, el cual está envuelto por un aura proveniente de la innovación, el desarrollo y la tecnología, recursos que utiliza la ciencia ficción, muy aparte de determinadas marcas que también hacen uso de estos elementos para recrear mundos fascinantes tan parecidos a lo que estos astronautas experimentan: “Pero cuando llegaron a la plataforma de lanzamiento eran Hollywood y ciencia ficción, Space Odissey y Disney, ingeniería de imagen y de marca, dispuestos a todo. El cohete coronado por una pátina de novedad reluciente, una blancura y una novedad absolutas, y en el cielo reinaba un azul glorioso y conquistable” (p.118, en versión e-book, lo mismo para las siguientes citas).

Otro punto a resaltar en los discursos y apreciaciones de los astronautas corresponde al cambio climático y la depredación de lo humano sobre la Tierra. Se trata del acto de destruir, con intención o no, consciente o inconsciente, a este único espacio que tenemos para vivir, que sigue siendo bello a pesar de todo lo malo que produce el hombre. Es la preocupación ecológica. Y mientras se impone este cuestionamiento, también se especula la posibilidad de colonizar otros lugares como Marte o la Luna. Y esta propuesta sólo queda como una idea que puede desarrollarse en el futuro a medida que evoluciona el hombre y la ciencia, lo que trae a colación otro hecho de gran relevancia, que no es más que la vida misma, sin dejar de lado a su opuesto, a la muerte: “Tenemos peso y no lo tenemos en absoluto. Alcanzan una cima del progreso humano para descubrir después que nuestros logros no tienen la menor importancia y que ese es el más importante logro en la vida de cualquiera, que a su vez tampoco es nada, y también mucho más que todo. Un metal nos separa del vacío; la muerte está tan cerca. La vida está en todas partes, en todas partes” (p.157).

Samantha Harvey – ©Santa Maddalena Foundation

Por último, es necesario mencionar que en esta novela no existe una trama general que involucre por igual a los seis astronautas, quizá por eso tiene capítulos específicos para cada uno de ellos (algunos bastante breves), por lo que su interacción es mínima, de ahí la constancia de la soledad y el vacío. Tampoco tiene grandes conflictos y resoluciones como parte de su historia, a excepción de lo que ya se ha mencionado. Su mayor fortaleza está en el uso del lenguaje y en las reflexiones de los personajes que convierten a esta novela en un reflejo de lo humano cuyo espejo se encuentra a lo lejos, en la vastedad de un planeta llamado Tierra.

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Datos del libro reseñado:

Samantha Harvey

Orbital

Anagrama, 2025

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