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Reseña: Los genios (2023) de Jaime Bayly

Abrir la ficción

Por Erick Abanto López

La novela es como los buitres que están alrededor de la carroña.

Mario Vargas Llosa,

Lima, 26 de mayo de 1965

Jaime Bayly ha escrito una pieza explosiva y desenfadada de éxtasis y nostalgia, de carcajadas y lamentos, de vida. La celebración más histriónica y socarrona de los héroes admirados, la más ponzoñosa y divertida muestra de nuestras miserias, la expresión más delirante, subversiva, paródica, de homenaje y parricidio. El recordatorio cachaciento de que la ficción lo devora todo, que todo es posible en la ficción y que ella admite todo. Los genios es la demostración más sarcástica –y la más impúdica– de que en la ficción se puede estirar la libertad imaginativa, pendenciera, satírica, la libertad a secas, hasta sus últimas consecuencias, hasta encender, literalmente, el fuego de la creación.

En su última novela, Bayly construye o reconstruye el retrato completo de un vínculo extraordinario entre dos hombres épicos, un vínculo permanente de amistad y rivalidad, que comenzó una noche en el hotel más exclusivo de Caracas y terminó, casi diez años después, con un puñetazo seco en un cine de Ciudad de México. Pero lo que parece una apuesta documental y solemne, de novela histórica y elogio razonado, se convierte, con el paso de las páginas, en una crónica acompasada de la trayectoria literaria, intelectual y social de ambos escritores, y de su protectora, su confidente y mánager, la dueña de una agencia literaria barcelonesa con pretensiones empresariales de escala mundial. Y luego deviene, sin pausa y sin tregua, incesante, conmovedor y sorpresivo, en un largo homenaje a muchas de las figuras y personalidades del espectáculo, la política y las letras que habitaron esa época con un estilo y una presencia ineludible y a veces arrolladora: ahí están Carlos Barral, Bryce Echenique, Jorge Edwards, Joaquín Sabina, Fidel Castro, Salvador Allende, Juan Velasco Alvarado, Haydeé Santamaría, Julio Ramón Ribeyro, Cristina Peri Rossi, Pablo Neruda, Julio Cortázar, las actrices Katy Jurado y Camucha Negrete, Sebastián Salazar Bondy, Plinio Apuleyo Mendoza, Carlos Fuentes, William Faulkner, Álvaro Mutis, Elena Poniatowska e inclusive, brevemente, Pablo Picasso.

Con una destreza inédita, Bayly trasparenta el mecanismo emocional por el cual una mentira cruel –una ficción peligrosa– impulsa al sujeto moralmente comprometido a la acción real violenta, a la brusca alteración de la realidad en favor de una inmediata justicia; es decir, la manera por el cual cierta ficción empaña la razón de quien defiende razones y lo nubla en un arrebato de fervor y violencia.

¿Cómo una simple y breve mentira, un cuentito vano, una fábula ligera, puede anular cualquier fuero racional y equilibrado, y liberar nuestras fuerzas más irracionales, obnubilarnos hasta volvernos perros agresivos? ¿Cómo un sencillo rumor no corroborado, inventado por la mujer amada para celar y pedir cariño, puede disolver el andamiaje racional de su marido infiel hasta transformarlo en un animal que golpea para defender su territorio y la legitimidad machista de su dominio? ¿Hasta qué punto esta tensión entre ficción y realidad enmascara una tensión sexual de dominio, y hasta qué punto la tensión entre libertad sexual y patriarcado esconde una tensión entre una ficción que empieza a ser asumida como real y otra que va perdiendo poder en la realidad?

Bayly instala el contraste entre dos modos de vivir la masculinidad machista –el fiel que es el mejor amigo de su esposa y aun así termina noqueado por una escena de celos, y el infiel que, siendo mujeriego, no deja de ser amante y vigía metódico de su esposa– y en el centro coloca a una joven que no sólo quiere ser esposa, sino también quiere dejar de ser objeto, una joven que quiere ser sujeto, que también quiere hacer, que quiere ser libre siendo alguien, pero que no puede, que a pesar de su energía, ya no puede huir, que le cuesta evadir el poder seductor, cómodo, engañoso que la empuja otra vez, irremediablemente, a lavar, cocinar, planchar y limpiar.

Y como en otras ficciones de Bayly, aun tratándose de personajes homónimos de personas famosas y exitosas, al final siempre terminan perdiendo por algo que no fue bien procesado o entendido: el golpeado pierde a su amigo por un malentendido de celos, el agresor pierde su compostura por un malentendido de su honor, la joven pierde su destino por un malentendido en su rol conyugal. El golpeado pierde por confiado, el agresor por violento, la joven por sumisa.

No obstante, más allá de estas pequeñas pérdidas, que no son más que extrapolaciones de las últimas escenas de la novela, uno de los tantos méritos de Bayly reside en la estrategia que despliega para contar su historia.

Para empezar, el narrador no trata igual a los dos personajes principales. Es más, en muchas ocasiones, se muestra compasivo e indulgente con García Márquez: le perdona sus preferencias políticas –que, muy enfático, detesta–, le acompaña en sus aventuras más románticas, lo sigue con candor cuando está en escena, le hace contar chistes y lo celebra, le hace cantar vallenatos y lo celebra, le hace hablar con su esposa y no se entromete, lo mira con piedad, fraterno, benévolo con sus creencias, cómplice de sus supersticiones, siempre con ganas de tener anécdotas con él, de contar sus pequeñas tragedias juveniles, su vida pobre en París, su levedad y su alegría contagiosa. El narrador es generoso con él, nunca lo desnuda ni lo expone en una situación bochornosa, lo mima, lo sigue; en cierto modo, lo quiere.

Por el contrario, a su otro personaje, Mario Vargas Llosa, el narrador nunca deja de joderlo. No lo detesta, pero no lo quiere. Lo busca, le hace bromas, lo persigue hasta en sus encuentros íntimos, no lo deja en paz. Se burla de su seriedad, se mea de risa cuando lo ve. Y cuando descubre que es mujeriego, afila la puntería y nunca lo suelta. Le hace mil criolladas, se mofa en su cara, se desternilla de risa cuando cae en la trampa, y siempre encuentra una manera de ponerlo en aprietos. Pero el personaje lucha y no se deja, resiste, y, a veces, tiene el temple y la firmeza del héroe. El narrador se maravilla de esa tenacidad, lo menciona con orgullo, pero no da tregua, radicaliza su joda: castra a su hijo con un perro una tarde de borracheras y a él lo zarandea con almorranas una mañana de arrechura, y en el rato menos pensado le pone otra mujer delante, y si no es una amante, es una prima, y si no es una prima, una tía, una actriz, una mujer de la calle, una francesa, una limeña o incluso, exagerado, perverso, como si fuera pasado oculto o promesa utópica, un «para Mario, todas las putas del mundo».

Ahí está el mérito, la broma, la magia. El truco de esta ficción.

Bayly usa todos los temas centrales de la obra narrativa del escritor Mario Vargas Llosa y los refleja, invertidamente, sádicamente, con intención plena de tergiversar su potencia evocadora, en la historia singular y graciosa de su personaje Mario Vargas Llosa.

Y así, al igual que el escritor Mario Vargas Llosa cuando utiliza la figura del dictador Trujillo para mostrar el lado esperpéntico y ridículo del poder, y la devoción irracional de la población hacia su figura obviando el absurdo y lo circense, Bayly utiliza la figura de su personaje Vargas Llosa para mostrar lo mismo, pero sin dejar de exagerar y de reír. Y al igual que Vargas Llosa cuando se divierte con las arrechuras sexuales de Pantaleón y las ocurrencias de las visitadoras, Bayly se jaranea con las arrechuras de su personaje Vargas Llosa y las muestra hasta el detalle y sin pudor. Y así como Vargas Llosa se burla del compromiso literario que tiene Pedro Camacho para ponerse a escribir cojudeces, Bayly se burla de la rutina metódica y aburrida de su personaje Vargas Llosa, de su falta de baile y de su pavor a las discotecas. Y así como Vargas Llosa disecciona la violencia engendrada en espacios cerrados y la forma agresiva en que la amistad y la rivalidad es administrada por códigos militares, la conversión de jóvenes en perros, Bayly disecciona, por medio de su personaje Vargas Llosa, la atmósfera jerárquica y varonil del Boom, la competencia y la complicidad fálica, y la conversión insólita, inesperada, de escritor afamado en perro celoso, en perro guardián. Y, por último, así como Vargas Llosa grafica la descomposición moral de una sociedad entera y el final de una época en el Perú a través del intercambio cantinero de dos hombres separados por la edad, Bayly grafica la lenta agonía de ese mundo nuevo y utópico que proclamó la izquierda en los años sesenta (con Fidel, Allende, Velasco Alvarado, el Mayo del 68 y los hippies) y el final de una época en España con la muerte de Franco, a través del intercambio literario y fraternal de dos hombres separados por la edad.

Jaime Bayly

Pero Bayly es Bayly, y en lugar de reelaborar la obra vargasllosiana desde la gravedad o la solemnidad, lo hace desde la sátira, desde la parodia, desde la alegría y la sorna más generosa, desde la malicia, esa malicia suya, elegante y efectiva, que finge leve cortesía antes de disparar la criollada, la frase perfecta, simple, sorpresiva, que te mata de risa. Es el mejor homenaje a los maestros del Boom, pues no sólo se inspira en ellos, sino que lo hace desde la convicción de que siempre se puede explorar otras posibilidades narrativas, de que, aun tratándose de Vargas Llosa y García Márquez, de sus biografías, sus victorias y derrotas, y de sus pequeñas tribulaciones tragicómicas, se puede llevar la ficción hasta sus últimas consecuencias.

En cierto modo, Los genios es el homenaje, el balance y la liquidación, que hubiera querido leer Roberto Bolaño, pues el Bayly que elogió hace veinte años, y que nadie más secundó, está aquí, en esta novela, flamígero.

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Datos del libro reseñado:

Jaime Bayly

Los genios

Revuelta Editores, 2023

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