El arte y la vida íntima
Por Omar Guerrero
El nervio óptico (Mansalva, 2014 [Argentina]; Anagrama, 2017 [España]) de la escritora argentina María Gainza (Buenos Aires, 1975) es un libro singular que no se puede clasificar precisamente como novela, pero tampoco como un libro de cuentos, a pesar de estar compuesto por once textos o capítulos que abordan la vida de distintos artistas y sus obras, en especial con determinados cuadros o pinturas que, en su mayoría, guardan relación con las vivencias de la narradora y su círculo íntimo. Aquí se intercalan los textos de manera independiente para exigir al lector una atención doble. El resultado: un conglomerado de mini biografías de artistas, anécdotas y recuerdos familiares, diario personal, guía de obras de arte y museos, además del ensayo y crítica de arte.

En el primer texto titulado “El ciervo de Dreux”, se describe el cuadro “El ciervo” del pintor francés Alfred de Dreux. En esta imagen, aparece un ciervo que es atacado por unos perros de caza. A la par, la narradora cuenta cómo es que llega empapada a una galería de arte por culpa de la lluvia que ha inundado las calles de Belgrano en Buenos Aires. Se trata de una exposición que ella debe dirigir. Su imagen es caótica y puede repercutir en su vida profesional. Este mismo cuadro lo ve cinco años después, lo que da paso a contar la historia del pintor, quien muere de un mal hepático. Esta historia se enlaza con la muerte trágica e inusual de una amiga que viaja a Francia invitada por su hermana. El espacio de su muerte es en medio de la naturaleza, tal como le sucede al ciervo del cuadro.
En “Gracias, Charly”, la narradora se encuentra casada y embarazada. Viaja con su marido al interior donde siempre prevalece el paisaje rural. Se hace mención del cuadro “Batalla de Yataytí Corá” que se caracteriza por ser una imagen oscura que retrata el campo paraguayo arrasado por un fuego nocturno. Este cuadro pertenece al pintor argentino Cándido López, conocido también como el manco de Curupaytí, pues participó en la guerra contra Paraguay como parte de las tropas de la triple alianza: Argentina, Uruguay y Brasil. Cabe resaltar que los cuadros de este pintor terminaron en el depósito del Museo Histórico Nacional de Argentina. Aquí también se conoce la historia de un viaje hecho por su esposo, su primera mujer, Cecilia, y su cuñado Charly, quienes de muy jóvenes se fueron a vivir a Paso Curuzú, en un campo llamado La Serena. Allí tocaban guitarra y fumaban marihuana. Su vida era como la de unos hippies. También está Franio, un paraguayo que habla guaraní y que es dueño de la casa de Paso Curuzú, padre de Cecilia y de Charly, exsuegro de su esposo. Charly se queda a vivir en La Serena. En este viaje, la pareja lo visita. Con él conversan, beben y escuchan música de Serú Girán. Tiempo después, Charly es internado por una serie de problemas personales, pero vuelve a La Serena. Él siempre llama a su amigo de juventud (al esposo de la narradora). Quien atiende ahora sus llamadas es la narradora. Charly le da consejos sobre la vida a partir de las dudas que tiene ella con la maternidad.
En “El encanto de las ruinas”, se toma en cuenta una patología que corresponde a la tristeza de una niña rica. Esto corresponde a una historia personal contada en segunda persona sin dejar de tomar en cuenta la vida del mismo personaje femenino. Se incluye a la madre, quien se muestra y a la vez da a entender mucho más de lo que ocurre en su familia al aparecer en medio de la calle con ropa interior justo después de un incendio en su casa. Al mismo tiempo, se menciona un cuadro de Hubert Robert en el Museo Decorativo, al igual que su maestro René Slodtz, quien le contagió el gusto por las folies: el uso de las columnas, pagodas y obeliscos para la decoración de jardines. Se hace hincapié de que Hubert Robert tuvo una vida llena de sufrimientos.
En “El buen retiro”, la atención gira en torno al autorretrato del pintor Tsuguharu Fujita y a su vida, quien originalmente era Foujita, pero que al llegar a París quita la “o” de su apellido y todo cambió. A su vez, la narradora cuenta sus experiencias con su amiga Alexia, quien le hizo ver por primera vez La Naranja mecánica, leer los 9 cuentos de Salinger y escuchar en casete la música de Sumo. Este aprendizaje va a la par con la obra del artista japonés. Mención especial al cuadro “Última batalla en Attu” de 1943 y a una afección ocular que sufre la narradora llamada clínicamente como diplopía.
En “Refucilos sobre el agua”, se da un viaje a Mar del Plata. En el camino se escucha The Doors y se fuman porros finos como agujas, además de leer mucho, por lo que surgen citas de escritoras sobre el mar. Se suma el cuadro “Mar borrascoso” que se encuentra en el Museo Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires. Mención al “Mer Orange” de Courbet, un cuadro poseedor de luminosidad y fosforescencia, propio de lo que se denomina fiebre pictórica en cuanto a realismo. Después surge la historia de una prima que huyó de Buenos Aires para refugiarse en este balneario. Ella ha formado un collage en su cuarto donde predomina la imagen del mar. La protagonista visita a esta prima y la casa de la familia. Aquí ocurre una doble pérdida.
“En las gateras” es, sin duda, uno de los mejores textos. Aquí el artista en referencia es Tolouse Lautrec, aristócrata pequeño y deforme que prefiere establecer su vida en París, precisamente en Montmarte, donde desarrolla su arte sin dejar de visitar los burdeles. Aquí una muestra (p. 77):
El joven Henri se siente morir en su asfixiante ambiente aristocrático. El único con quien se entiende es René Princetau, un pintor sordomudo que le enseña los rudimentos técnicos y lo insta a irse a París. Como a todo escapado de su clase, Montmartre lo recibe como a un hijo. Para el príncipe del bosque de Albi, las mujeres sustituyen a los caballos, en gracia, en brío. Es tan pequeño que las prostitutas se marean al mirarlo, pero, cuando las toca, el hombrecito encuentra lugares secretos en sus cuerpos, lugares tan suaves como los labios. Tolouse se mira al espejo, ve su nariz protuberante sobre la que cabalga un binóculo de hierro, sus labios hinchados, sus piernas zambas. Su desarrollo sexual es alarmante: en el burdel lo llaman «tres patas» o «cafetera». Usa un bastón para caminar que también le sirve para merodear entre las piernas de las chicas, le gusta que las polleras se alboroten.
A su vez, surgen recuerdos diversos: una amiga llamada Amalia, a quien husmea su biblioteca, una bola de bronce, una traductora japonesa de nombre Miuki que camina de manera renga, los años 80s, un viaje a NY de niña, las visitas con su madre al Metropolitan Museum y las pinturas de Monet.
“Una vida entre pinturas” es otro de los textos que también sobresalen. Aquí es el turno de Rothko. Para la narradora el acto de pararse frente a una tela de Rothko “es como estar frente a un amanecer” (p. 85). Ella sufre de un latido constante en el ojo. También tiene a su esposo enfermo internado en el hospital. En su habitación coloca un afiche de Rothko. Surge la imagen de una prostituta con vestido rojo. Inevitable no relacionar este color sobre el color negro, tal como ocurre en uno de los cuadros del pintor.
En “Las artes de la respiración”, cuenta sobre un tío de nombre Marión y una herencia. Mención aparte a una tumba en el cementerio de La Recoleta y a los cuadros del pintor catalán Josep María Sert que en París lo llamaban Tiépolo de Ritz por sus murales.
En “El cerro desde mi ventana”, se tiene programado un viaje a Ginebra como parte de una curadoría de una beca de arte, a pesar del miedo a volar en avión. Se establece un paralelo con la obra de Henri Rousseau.
En “Ser rapper”, el personaje femenino conversa con su amigo Fabiolo. Se menciona el cuadro “La niña sentada” de Augusto Schiavoni. Se piensa que el personaje del cuadro es igual a la narradora en la niñez. Entonces surge la posibilidad de cierta genética o de una transmigración de almas. A la par, se cuenta la historia de Naná: la médium más famosa de Florencia. Ella tenía una cicatriz en el pecho producto de un hachazo recibido. Usaba un deshabillé de plumas con el que mostraba una cicatriz queloide de quince centímetros de largo. Los pintores argentinos Schiavoni y Musto conocieron a Naná en Florencia en una sesión espiritista donde se toma el recuerdo del hermano de Musto muerto de pulmonía a los doce años. Su vida es otra historia triste dentro de la pintura argentina. El cuadro en mención se encuentra en Bellas Artes. Ella no puede evitar reconocer que “era una adolescente cínica a la que le gustaba decir que la vida no era más que una buena excusa para escribir cuentos” (p.127). La idea de los rappers, según los ingleses, es que son espíritus que asustan a los inquilinos en los departamentos viejos. A la protagonista le gustaría ser un rapper y hostigar a su amigo Fabiolo. Por otro lado, dejar de pensar tanto, para ella, sería la gloria.
En “Los pitucones”, se aborda la vida de El Greco. Aquí sobresale, a parte de su obra, la anécdota de su nombre original: Domenikos Theotokópoulos, y que, además, se asumía como rival de Miguel Angel. En paralelo, se cuenta un viaje a San Francisco hecho por la narradora. En esta ciudad vive su hermano mayor cuya diferencia de edad es de trece años. Surge la denominación del término “pitucón”: joven elegante, delicado, o promisorio. Su otra denominación es el parche de gamuza que se cose a la altura del codo. Al hermano de la protagonista no le gusta El Greco porque siempre aparece la religión en sus pinturas. Después de esta visita, sucede otra vez la distancia y luego la muerte del hermano. Mientras se asume este luto, se recuerda una serie de hechos a modo de intertextualidad entre los textos previos, como la pérdida de unos certificados de sucesión de una casa de Mar del Plata, en relación “Refucilos sobre el agua”, una enfermedad de cáncer, “Una vida entre pinturas” y una cicatriz en el tórax, “Ser rapper”.

A partir de lo expuesto, no hay duda de que El nervio óptico establece un perfecto equilibrio entre lo no ficticio, relacionado siempre al arte, junto con la subjetividad femenina más la experiencia personal. Motivo para que este libro, aún inclasificable, pero tan elogiado, ya tenga varias traducciones y muchos lectores en su haber, sobre todo, por mezclar los hechos más sobresalientes en la historia del arte, especialmente con determinados artistas, y las vivencias cotidianas de una mujer que nunca deja de lado su fascinación por la vida y por el arte mismo.
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Datos del libro reseñado:
María Gainza
El nervio óptico
Mansalva, 2014 (Argentina); Anagrama, 2017 (España)
Puntaje: 5/5