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Reseña: La clase de griego (2023) de Han Kang

Sensaciones fragmentadas

Por Omar Guerrero

La clase de griego (Random House, 2023) de la escritora surcoreana Han Kang (Gwangju, 1970), ganadora del Premio Nobel de Literatura 2024, es una novela donde las sensaciones se muestran fragmentadas a partir de dos historias que se cruzan y se interrelacionan. La primera historia corresponde a una mujer de mediana edad que lleva clases de griego clásico. Ella no puede hablar, o no desarrolla el uso del lenguaje de manera normal, lo que termina llamando la atención, más aún al momento de abordar las características de esta lengua muerta. Este interés surge después de haber sufrido una serie de conflictos personales y laborales como haber perdido a su madre. Otras pérdidas que lleva a cuestas son la custodia de su hijo de ocho años justo después del divorcio y el hecho de ya no poder dictar clases en la universidad. Aun así, ella sigue desempeñando labores relacionadas a lo académico y a lo literario. Pero es el problema en el habla lo que entorpece su desempeño para el aprendizaje de este idioma, muy a pesar de su interés, pues le resulta imposible leer en voz alta cada vez que se le pide que lo haga en clase. Su historia se cuenta en tercera persona eludiendo siempre su nombre:

Después de graduarse, había trabajado durante algo más de seis años en una editorial y en una agencia de publicaciones. Desde hacía siete años se dedicaba a dar clases de literatura en dos universidades y en un instituto de artes. Además, escribía poesía y había publicado tres antologías a intervalos de tres o cuatro años; también contribuía con una columna en una revista literaria quincenal; y últimamente asistía los miércoles por la tarde, en calidad de miembro fundador, a las reuniones de planificación de una revista cultural que todavía no tenía nombre. (p.12).

La segunda historia corresponde al profesor de griego, narrado en primera persona, por lo que tampoco se le conoce su nombre. Este yo narrador también se mantiene hasta el final de la novela (no es como los narradores masculinos de La vegetariana). Él ha vivido fuera de Corea por muchos años. Para ser más precisos, en Alemania, por lo que es un conocedor de otras culturas, además de ser un asiduo lector. El problema en él surge cuando empieza a sentir que se está quedando ciego debido a una enfermedad congénita, lo que le obliga a utilizar unos lentes gruesos de determinado color. Y es por esta futura ceguera que se menciona al escritor argentino Jorge Luis Borges, no sólo por haber padecido la misma afección sino también por la importancia de sus libros, que también serán mencionados:

[…] Entré a la librería y me encontré con que el dueño, un hombre maduro de camisa gris arrugada y pantalones con tirantes anchos, se disponía a cerrar el local. Después de pedirle que me concediera cinco minutos, recorrí a toda prisa las estanterías eligiendo libros. Uno de ellos fue la traducción en edición de bolsillo de una conferencia que dio Borges sobre el budismo. (p.24).   

Aunque lo que llama más la atención es la estructura de la novela, que se caracteriza por la fragmentación de sus capítulos, pues la mayoría son muy cortos, además de contener discursos intimistas, reflexivos, sensibles y muy herméticos; incluso son hasta filosóficos y poéticos, lo que hace que su lectura sea muy distinta a La vegetariana. Sin embargo, aquí se encuentran ciertos rasgos que la relacionan como la constante soledad del personaje femenino, que ya no es tan joven y que asume una determinada condición por decisión propia. Se suman el uso de vocablos griegos para establecer un contexto con lo que se cuenta, o lo que se siente, o se percibe en cada situación (obvio, se considera la traducción para estas frases). Aunque es el uso de la prosa lo que establece una mayor similitud con la novela ganadora del Booker Prize 2016, muy en especial para detallar los estados de ánimo, las emociones o las decisiones ya tomadas:

Según esa lógica, la única lucha que le quedaba por emprender era responderse a la delicada pregunta que se planteaba constantemente a sí misma: la duda de si podía permitirse existir en este mundo. Sin embargo, esta lúcida y bonita conclusión del terapeuta la incomodaba, pues ella seguía sin querer ocupar mucho espacio y no estaba convencida de que hubiese vivido toda su vida sobrecogida por el miedo o reprimiendo su naturaleza. (p.53)

Parte de estas emociones, y decisiones, son las que presentan ambos personajes cada vez que comparten el espacio del salón de clases, o sus inmediaciones, además del intercambio que se requiere para la enseñanza y aprendizaje de este idioma. Por tanto, la comunicación es otro factor que se toma en cuenta. Y en medio de todo esto se presentan los otros alumnos de la clase, que son sólo cuatro, entre ellos, un joven filósofo que sufre de acné o espinillas en el rostro que muestra un especial interés cada vez que se utiliza el griego para citar las ideas de Platón, de allí la incursión de lo filosófico como discurso. Aunque la presencia e inquietudes de estos otros personajes masculinos no serán óbice para desencadenar una serie de situaciones que propicien la cercanía entre profesor y alumna:

De vez en cuando los dos se quedaban mirándose en silencio. A veces era en el aula, antes de que empezara la clase o una vez comenzada; otras veces era en el pasillo, durante los minutos de descanso, delante de la oficina de administración. Ella se fue familiarizando con el rostro del profesor. Sus rasgos y expresiones, su complexión y sus posturas, antes distintos, se volvieron reconocibles para ella. Pero no le confirió ningún significado, no puso palabras a ese cambio. (p.89).

Aquí también llama la atención los saltos de tiempos. Es decir, la revisión del pasado a través del uso de elipsis, lo que permite saber qué otras cosas han marcado a cada uno de los personajes, como el accidente que sufre la mascota del personaje femenino, que, en su desesperación por querer salvarla, termina siendo agredida por este animal que no tolera el dolor y el sufrimiento antes de la muerte, al punto de ya no reconocer a la persona con la que le unía cierto afecto, y que no era más que su dueña.  Este hecho no sólo queda registrado en la mente de la protagonista sino también en su cuerpo, sobre todo en una de sus manos a través de una visible cicatriz que puede producir más de una interpretación. Y en el caso del personaje masculino, los recuerdos de un viejo amigo causan cierta nostalgia por lo ocurrido, lo que también queda como una marca imposible de borrar. Algo similar se podría decir de un antiguo amor que ha quedado en la memoria. Por otro lado, la fragmentación y lo poético tienen presencia en sus páginas, pues ya se había hecho mención de la poesía como interés de uno de los personajes, quien tiene una necesidad de mostrar sus percepciones y sensaciones. El uso de las cursivas en estos versos así lo confirman:

            No hace juicios.

            No atribuye sentimientos de nada.

            Todo llega fragmentado

            y se dispersa en fragmentos hasta desaparecer.

            Las palabras se alejan aún más de ella.

            Los sentimientos que las han saturado,

            como pesadas copas de sombras,

            como el hedor o la náusea,

            se desprenden viscosos y caen,

            como azulejos que se despegan por estar inmersos en agua,

            como un trozo de piel que se ha gangrenado sin darse cuenta. (p.99).

La cercanía y la búsqueda de comprensión entre los protagonistas tienen como consecuencia una serie de sensaciones que se siguen mostrando de manera fragmentada sólo para que el lector los pueda interpretar, pues estas se presentan a través de imágenes, descripciones y acciones; incluso reinciden los versos. Aunque son los repentinos intereses de uno con respecto al otro los que se presentan como iniciadores de lo que luego se desencadena:

              -¿Le parece extraño todo lo que le estoy diciendo?

Ella abre los ojos y lo mira. Ve la vieja cicatriz y la nueva mancha que se ha hecho hace un rato al restregarse la cara con la mano sucia. Vuelve a cerrar los ojos y le parece ver, como por arte de magia, los rasgos del profesor cuando era pequeño.

-No quiero ser maleducado, pero me gustaría hacerle una pregunta. Espero que no se lo tome a mal… -Y baja un poco la voz-. ¿Es usted… muda de nacimiento? (p.151).

Por último, se puede deducir que esta postura del personaje masculino de La clase de griego es muy distinta al de los personajes masculinos de La vegetariana, pues aquí el machismo no tiene ninguna presencia ni mucho menos una imposición. Es más, queda anulado, quizá por la misma condición de pérdida que lleva consigo el profesor de griego. Lo mismo se podría decir del personaje femenino. Su condición de pérdida no niega sus más profundos deseos sin necesidad de ser vulnerada.

*****

Datos del libro reseñado:

Han Kang

Premio Nobel de Literatura 2024

La clase de griego

Random House, 2023