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Recuento: siete libros inéditos y dos reediciones

Recuento poético, MMXXI Anno Domini (7 libros que leí y que muy posiblemente me arrancaron una sonrisa cómplice, un mohín de envidia o una mirada a lontananza pero que en modo alguno me dejaron indiferente + 2 reediciones)

Por Cristhian Briceño

¿A quién le importan los recuentos literarios? A los propios autores, a contadas amistades, a un puñado de lectores desprevenidos. Hay algo adictivo en el acto de aferrarse a un párrafo mientras nos vemos convertidos en unas cuantas letras de molde, en píxeles agrupados, formando caracteres. ¿Es valioso un recuento? Sí, pero no tanto por dar a conocer a los autores como por revelarnos la personalidad de los que realizan tal recuento; los habrá improvisados, superficiales, pertinentes, inocuos, beligerantes, académicos, sensacionalistas, impiadosos, de un rigor talmúdico, titubeantes, indolentes, blanditos… (Yo, por mi parte, espero ser una combinación de todas esas personalidades). Cada uno de ellos, sin excepción, hablará con la verdad. ¿Cómo podría estar equivocado, de todas formas, un sentimiento? Incluso en caso de detectarse un atisbo de hipocresía o favoritismo, cometeríamos un error si, al igual que Santo Tomás, dudásemos. Nuestra lectura no puede ser tan ingenua ni tan poco imaginativa. Basta recordar aquella invectiva que escribe Menard sobre Paul Valéry. “Esta invectiva”, se nos dice, “es el reverso exacto de su verdadera opinión sobre Valéry. Este así lo entendió y la amistad antigua entre los dos no corrió peligro”. ¿Cómo podría estar equivocado nuestro sentido del gusto mientras inicia su metamorfosis hasta volverse pura y alada intuición? Esta lista está conformada por algunos de los libros que alcancé a leer este año y es, mírelo bien por entero, arbitraria e insuficiente, pero sincera. He aquí.

  • Tapir Tapir (Ed. Vallejo & Co., 2021), de Renato Pita

Sorprende que este libro haya pasado desapercibido. Pero esa sorpresa es transitoria. La riqueza verbal que propone, síntoma de la temática que aborda, podría ser demasiado para un lector en ciernes. En Tapir Tapir, Pita explora el microcosmos de la Amazonía y lo expande hasta que, de pronto, nos vemos inmersos en un bioma convulso donde cada proceso es anotado y examinado, desde la putrefacción de la hojarasca hasta las percusiones cardíacas o los procesos digestivos de los mamíferos: “¡quien esté libre de la cadena trófica, que tire la primera piedra!”. Pita logra una sinceridad desusada, el yo poético que recorre sus poemas consigue una voz plena, llena de matices, símbolos y sentimientos que logran aquel objetivo grato a los autores, el hacernos regresar al poema para volver a sentir la intensidad de las palabras: “se pueden hacer tantas cosas con la baba del sol/ untaría esa placenta en mí/ para imitar el desdén húmedo de los caracoles”. La segunda sección del libro está conformado por sonetos de temática afín, de una hechura, en verdad, impecable: gran acentuación y rimas complejas.

  • ana c. buena (Taller Editorial La Balanza, 2021), de Valeria Román Marroquín

Pude leer una versión previa de ana c. buena y me veo obligado a destacar el oficio notable y la intuición de la autora y el editor para dar con esta versión final. Si bien la lectura política/sociológica de este libro parece ineludible, yo me decantaría por una apreciación formal del poema,  me fijaría en el talento que Román Marroquín posee para hacer del verso una unidad de sentido incuestionable, así como también su buen tino en la interrupción de los versos, incluso en la disposición visual del poema, leve pero significativa. Es notable cómo la autora compone una estética con el trabajo físico al que su yo poético se ve sometido, haciendo de cada desplazamiento, de cada movimiento muscular, el origen de una coreografía representativa, como, por ejemplo, en refriega: “friega refriega:/ repetición y disciplina, caudillesa de la morada/ oculta. friega y refriega hasta que en las superficies/ cristalino reflejo a la vista y al tacto ni una mancha/ se asome siquiera a mirar el desgaste de tus manos”. Es una de mis autoras favoritas (en lides poéticas) junto a la arequipeña Ana Carolina Zegarra.

  • Canción y vuelo de Santosa (Alastor Editores, 2021), de Gloria Alvitres Aliaga

Lo hecho por Alvitres en este libro es digno de resaltar. Paso a paso va construyendo una mitología familiar, sus desventuras, sus desengaños, el legado de los muertos, todo con la argamasa de la palabra justa, de la vocación por el recuerdo y la indagación de los territorios interiores de sus protagonistas. Canción y vuelo de Santosa es un poemario argumental que explica las relaciones que tenemos con nuestro pasado y el sincretismo que se produce cuando nos vemos enfrentados a nuestros ancestros inmediatos, el diálogo, a veces trunco, a veces posible, entre distintas cosmovisiones y formas de entender nuestro entorno y las tradiciones inmanentes. Cabe resaltar que Alvitres parte desde lo femenino, pero su mirada trasciende el género y consigue hacerse un puro canto sin otro emblema que el de los afectos. Es también resaltante cómo se vale de la prosa sustentada en la descripción para destacar esa cualidad narrativa que visita sus poemas y genera la sensación de estar ante una de aquellas antiguas odas autobiográficas a la manera del Preludio: “Hemos dejado nuestros manteles blancos, bordados con hilos magenta, colores que no diferencias, pero se atacan en los ojos. Quién podría condenarte si eras solo una proyección, una suspensión de esperanzas”.

  • El Califato de Lima (AUB, 2021), de Diego Otero

La imaginación y el talante indagatorio son los ejes de este libro, además de algunas dosis de humor, en su justa medida. De entrada, el título es desconcertante, nos confronta con la inexistencia, incluso con el desvarío. Mientras vamos progresando en la lectura de El Califato de Lima nos encontramos con que el individuo representado por la voz del yo poético se halla trastocado, carente de un centro desde el cual pueda sostenerse la cordura. La ciudad que se representa lo desbarata, y siempre se tiende a la reclusión o al alejamiento para conseguir un equilibrio, una soledad a partir de la cual manifestarse; por ello es usual que enuncie su discurso desde un auto herméticamente cerrado, en una habitación de su casa mientras ve televisión o en los ductos de edificios con cerraduras inexpugnables: “El silencio es imprescindible para una adecuada contemplación:/ desde tan arriba todo es tan hermoso, incluso Lima”. La metáfora del Califato no es sino una forma de enunciar la opresión de la urbe, pero además es un procedimiento del yo poético para recrear un ambiente exótico desde el cual pueda hacer resaltar su singularidad. Algo de ello aparece en uno de los picos del libro, un poema en el que W. Delgado y Cisneros se fusionan en un abrazo, dando como resultado un ser nuevo, descollante dentro de nuestra tradición poética.

  • Un sonido amarillo (AUB, 2021), de Rosa Granda

El libro de Granda se anuncia como un montaje; desde este punto advertimos que la intención de la autora es evadir cualquier taxonomía convencional. Podríamos estar ante un libro en construcción que deja ver las fisuras por donde hace su ingreso la materia poética o ante un conjunto de notas sin pretensiones literarias con las cuales el lector ya verá lo que hace. Pero más allá de las especulaciones, Un sonido amarillo es pura dispersión en su sentido más franco, dispersión del lenguaje que se aglutina y se disgrega, dispersión de las ideas que se vuelven concepto o galimatías, dispersión del sonido que se torna eufónico (nótense las sutiles aliteraciones, las repeticiones, las anáforas) o disonante: “señal de divergencia y sus objeciones señal del afuera que va adentrándose tendencia a perder el equilibrio señal de continuidad señales de toda exactitud en el aire señal de redención”. Granda, al igual que en Torschlusspanik, consigue un libro singular, de difícil acceso pero satisfactorio cuando nos aclimatamos a su propuesta.

  • Guerrero del arcoíris (Máquina Purísima, 2021), Guillermo Chirinos Cúneo

Hace poco escribí una nota sobre Idiota del Apocalipsis; he aquí un fragmento: “Verlo caer, saberlo un idiota, es una forma de hacerlo humano, a pesar de que su condición de poeta lo coloque un escalafón arriba del común, como si Dios intentara compensar sus dones, de la misma forma que Conan Doyle le otorga a su querido Holmes, además de la genialidad deductiva, una adicción a la cocaína y la soledad de su apartamento en Baker Street”. Ciertamente, Chirinos Cúneo es un poeta de contradicciones, y su poesía, además de ser un cúmulo de sensaciones milagrosa, misteriosamente calibradas hasta tornarse materia poética, es, además, una forma de acercarnos a los abismos de un ser perseguido por sus demonios, de tal manera que las palabras que veremos impresas en este libro no tienen concesión alguna y se nos arrojan tal cual van emergiendo, sin haber pasado, acaso, por un filtro: “Tu huella de ángel se pudrió en la basura de la noche, donde el reverso de la luz nos muestra el delirio del paraíso hecho de añicos”. El cromatismo de Idiota del Apocalipsis parece haberse apaciguado, aunque aún queden indicios: “Cairo,/ amarillo como las pústulas del loco,/ te solazas con el veneno bíblico de la ciencia./ Buscad en el fondo casposo de los recuerdos;/ ha llegado el pánico”. Habrá quien prefiera su primer libro a esta entrega póstuma, pero, según mi parecer, lo más sensato es valorar la delicadeza con que Chirinos Cúneo nos escupe sus imágenes en la cara, sea este o aquel el libro donde aquello nos sobrevenga.

  • Canto a la hoja que cae (Hanan Harawi, 2021), de Úrsula Alvarado Noblecilla

Alvarado entiende el poema desde la sutileza. Sus imágenes son seductoras, delicadas, por momentos intenta arriesgarse, pero es un riesgo que no traiciona su propuesta. Esta sutileza queda establecida por la abundancia de referentes florales, vegetales, animales, de los que se vale para configurar un ambiente donde la naturaleza parece inmovilizada para su contemplación y descripción. Alvarado emplea una sintaxis apacible, convencional; los símiles son prudentes (“es mi corazón un gran molusco que arde”, “los aparto/ como a capas/ de una cebolla sonrojada”); sus palabras dan la impresión de contener la autoridad de lo agradable. Aunque, por momentos, quiebra esta consonancia y las desvía para generar contrastes con imágenes desacostumbradas: “En el prolífico mar de la desesperación/ mis versos se reproducen como hígados a destiempo”. Está de más interpretar el sentido de la frase. Canto a la hoja que cae transmite un estado de ánimo; indica, más que una confianza en las palabras, una sensibilidad de la que es difícil escapar durante la lectura del libro.

+ 2 reediciones

Lo que no veo en visiones (Pakarina Ediciones, 2021), de Ana Varela Tafur

Si bien el Premio Copé no suele dar libros memorables (para encontrarlos, a menudo habrá que rebuscarse entre los finalistas o, incluso, en las instancias previas), este libro de Varela Tafur parece acercarse bastante a una contradicción de esta premisa.  A lo largo del poemario asistimos al desvelamiento del espacio desde donde el yo poético se anuncia; es un lugar donde la naturaleza se convierte en cuerpo, y el cuerpo, finito, conmensurable, parece expandirse al punto de que el sujeto enunciador se recorre a sí mismo, explora sus miedos, su sexualidad, su procedencia explicada a través de mitos o accidentes geográficos: “Escribo un poema desde ti, ensayo un paisaje./ Dibujo tus caminos huérfanos en mis pasos/ Y son días de llanto en las quebradas”. El buen talante poético de Varela Tafur la lleva incluso a encontrar formas de su discurso prescindiendo del verso largo y detallado, hasta desembocar, en la sección final del libro, en un conjunto de poemas en arte menor que inciden en la velocidad de las imágenes, como si fuera el cielo reflejándose en las aguas de un río amazónico. Esta es una reedición necesaria para un libro que, en su primera edición, es casi inhallable.

ele (Dendro Ediciones, 2021), de Stuart Flores Herrera

ele es una propedéutica, el rito de iniciación para quien inaugura un camino escabroso y de riesgo comprobado. En este sentido, el poemario es una exploración del ser dentro del tiempo y de sus convicciones, una metáfora de la soledad y la búsqueda de sí mismo a la manera de Jesús en el desierto de Judea, de las empresas incipientes, de las noches oscuras del alma. Hasta aquí tenemos el trasfondo del asunto. En la otra mano, la forma es excesiva en cuanto a su ejecución; Flores construye un personaje que se indaga a discreción y deja constancia de sus averiguaciones: “me canso de esperar te digo/ de imaginarte en el agua/ de no tener noticias tuyas ecos/ me canso de habitar el tiempo de los hombres/ que es el único tiempo que exhausta/ que adolora tanto y cada noche”. La forma, así, se podría interpretar como un erial de sentidos que no llegan a nadie, solo al yo poético, solitario, buscando construir otro a la medida de sus desolaciones. La huella narrativa de Flores, autor de novelas y relatos, se diluye en sus poemas; por el contrario, su discurso se alía a un rigor poético, a una fe en la imagen, en la figura retórica: “el desprecio le colgaba de los dientes/ estalactitas de odios rencor”. Desde su primera edición del 2018, de tiraje limitado, Flores ha ganado algunos premios y distinciones en sus trabajos narrativos; con esta reedición tenemos la oportunidad de acercarnos a una faceta distinta del autor en cuanto a lo literario, enriquecedora, qué duda cabe, y que amplía su registro y nos permite conocer mejor su universo.