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Reseña: Silencio administrativo. La pobreza en el laberinto burocrático (2019) de Sara Mesa

Una historia de horror

Por Sebastián Uribe

Toda historia de pobreza es una historia de horror. Una caracterizada por la incertidumbre persistente de si se logrará llegar al final del día con al menos un plato de comida, un sorbo de agua limpia o un lugar para el aseo. En la olla del pobre todo es condimento, como dijo João Guimarães Rosa. Un infierno sin escape que se habita a diario y por la cual, quien lo padece se convierte en objeto de juicio. Conlleva la condena social, el rechazo y la fobia. Una conjunción de miedos (¿a ser uno de ellos?) en su contra que se aúnan en actitudes agresivas (insultos, pedidos de expulsión, violencia física), o pasivas y silenciosas, igual o más peligrosas al tomar como único rumbo la indiferencia, disfrazada bajo caridad. Las personas pobres reciben una negación de la justicia por ser consideradas responsables de su propia situación. La deshumanización se convierte en la única vía para evitar la incomodidad que supone tomar conciencia de que, en efecto, la pobreza existe.

Sara Mesa (Madrid, 1976) escribe la historia de Carmen y su relación con Beatriz, con quien, tras cruzarse varias veces, realiza un acto extraordinario para la sociedad en la que vive: se fija en ella. Ya no es solo un escollo a evitar en la calle, o la causa para acelerar el paso tras darle unas monedas. Es una persona: con historias, con emociones, con necesidades. Tiene un nombre. Es alguien que requiere ayuda y espera. Espera y espera. ¿Qué espera? ¿En qué nivel y condiciones? Beatriz empieza a actuar. Se involucra en la desesperante situación de Carmen, la escucha y la acompaña. No como una salvadora ni para aliviar su propia culpa, sino para intentar que Carmen salga del pozo al que la han empujado una serie de trabas y la desidia social. Un pozo cuya profundidad aumenta con la infinita burocracia de los programas sociales destinados a ayudarla. Un pozo del que la misma Beatriz no está libre.

Si hay un elemento que vertebra el laberinto burocrático al cual se refiere la autora en el subtítulo es la desconfianza. La presunción inicial es de culpabilidad y la solución institucionalizada para ello es la demostración constante de lo contrario. Validar que alguien es confiable mediante papeleo: documentos, constancias, autorizaciones, recibos, avales. Una constante búsqueda de que la palabra de uno sea considerada cierta por los demás. Pero, ¿cuáles son los límites de esta exigencia? ¿Qué efectos puede causar?

“(…) ¿cómo es posible exigir a quien vive en la calle, sin recursos de comunicación -teléfono, internet- ni de transporte, que haga su peregrinaje a través de oficinas, ventanillas y colas como si nada”. (p. 50)

Como bien se señala, un problema neurálgico es la indefensión de las personas empobrecidas ante la exigencia de precisión documentaria sin un acceso adecuado a la información. A estas personas –sumidas en su propios laberintos­– se les exige recorrer otro más, para chocar con la indiferencia de funcionarios con una agotada capacidad para la empatía. Además, son personas que, en la mayoría de casos, están formadas en un sistema diseñado para rechazar al solicitante, proteger el estatus quo y evitar que quienes conforman el sector más precario de la sociedad adquieran un rostro o una voz propia.  

La autora, asimismo, le da énfasis a cómo el género resulta ser un factor determinante para la experiencia de la pobreza. La misma estructura socioeconómica es la que que lleva a muchas mujeres a ocuparse en exclusiva de la familia y el hogar o a trabajar en puestos escasamente remunerados y/o sin contratos. Esto deviene en su incapacidad para generar ingresos considerables por cuenta propia y en la dependencia económica plena de su cónyuge.

Una ruptura sentimental o la muerte de los padres, por ejemplo, puede conducir a una mujer joven directamente a la pobreza más absoluta. Muchas se agarran a la supuesta protección que le ofrecen otros hombres, se prostituyen o son extorsionadas. (p. 46)

A ello se suman las situaciones de acoso –como las que sufre Carmen– que se presentan a diario en las residencias de personas indigentes. Mesa trasciende la frialdad de las cifras y recoge los testimonios que reflejan esta vulnerabilidad y su influencia en la historia de vida de cada persona. Con cada testimonio, Mesa elude el paternalismo habitual en este tipo de textos, así como su condescendencia deshumanizante. Ella emprende, ante todo, una batalla por la dignidad, reflejada en el acto de escritura. Y es que la elección del lenguaje es otro elemento clave en esta historia. Con este texto, Mesa denuncia la impenetrabilidad de la documentación de asistencia social, escrita en forma críptica e inaccesible. A ello, Mesa contrapone la estructura y el tono del libro, con el fin de demoler la concepción de la pobreza como una serie de números que suben y bajan. A través de una mirada profundamente humanizante, el texto nos muestra un retrato de Carmen que dista del melodrama periodístico:

“Carmen muestra una gran dignidad cuando relata su vida, no cae jamás en el victimismo, es capaz incluso de reírse, con un oscuro y franco sentido del humor. Es agradecida, pero nunca carga las tintas. Frases como “qué buena eres” o “¿qué haría yo si ti?”  jamás salen de su boca. Da las gracias porque es educada, pero lo hace siempre con discreción, en términos de igualdad”. (p.  41)

¿Qué queda cuando se ha perdido, aparentemente, todo? ¿Acaso no es la historia propia aquello que no nos puede ser arrebatado? Sara Mesa denuncia la aporofobia de las instituciones llamadas a resolver la pobreza. En la recuperación de la historia de Carmen, Mesa escribe lo ilegible para las estadísticas oficiales. Recoge lo que conforma a una persona cuando todo lo demás se ha socavado, que no es –ni jamás podría remitirse a– una cifra. Allí están los gestos, sus aficiones y vicios, tan reales como los de las personas que conforman ese elefantiásico laberinto que Carmen y otros tantos tienen que recorrer a diario.

Ese laberinto que, como Mesa advierte, no es anónimo. Tiene nombres y apellidos al frente: autoridades y funcionarios que alimentan el infierno de la pobreza con lo que hacen o dejan de hacer cuando se olvidan de su vocación de servicio.  Que mueven los engranajes de una maquinaria orientada a señalar el error, maximizar la falla y encontrar aquel detalle que le dé la razón de desconfiar de las personas que requieren la ayuda. De lograr que la desesperanza prevalezca entre estas como sentido común. Si bien la historia de Carmen se sitúa en Andalucía, España, es posible extrapolar y maximizar lo que el libro denuncia, pues aplica a cualquier región latinoamericana, con instituciones más endebles y Estados con menor presencia. Con oligopolios obsesionados con precarizar más a sus trabajadores, una distribución económica cada vez más desigual y demandas de justicia social que no hacen más que crecer año tras año, por más que el culto a las cifras deseen minimizarlas. En este contexto de precarización normalizada, cualquier escenario alternativo se vuelve utópico, y cualquier intento de solución cae en una postergación indefinida:  ¿Renta básica universal? ¿Impuestos a quienes más ganan? “No, para después” se suele decir. Que va a tomar años. Muchos años con muchos días en los que mucha gente como Carmen se despertarán con un mismo fin: sobrevivir.

Foto: Sonia Fraga

La lectura de este libro confirma el logro de su propósito: estamos frente a una crónica cuya perspectiva, no exenta de subjetividad, aborda una realidad social que casi nunca es el centro del debate político. Una crónica que fastidia e interpela, sobre todo si uno se dedica a la gestión pública –como quien escribe–, y se encuentra, en teoría, llamado a contrarrestar esta realidad. Una realidad insoslayable que no se resolverá invisibilizándola mediante juicios preconcebidos o la sola atención a sus síntomas a distancia, en silencio cómplice. En un perverso y diabólico silencio administrativo que, con su libro, Mesa quiebra. Y, como lectores, nos encontramos llamados a oír.

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Datos del libro reseñado:

Sara Mesa

Silencio administrativo. La pobreza en el laberinto burocrático

Anagrama, 2019, 122 pp.

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