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Notas de lectura: Morir en mi ley (2021) de Lenin Heredia

Morir en mi ley de Lenin Heredia

Notas de lectura

Por Lisandro Solís Gómez

Ambientada en Piura después de la caída de la dictadura de Alberto Fujimori, Morir en mi ley (2021), primera novela de Lenin Heredia, narra centralmente las historias de Lidia y Paco, una pareja en el ocaso de su relación, cuya vida familiar se desmorona por la ausencia masculina en el hogar. Ella debe afrontar la crianza de su pequeña hija Rebeca con la ayuda de su casera y luchar por superar un episodio trágico de su niñez que aún la atormenta. Por otro lado, se relata el proceso de deterioro moral y físico de Paco, quien, junto con el Trinchudo y Anselmo, sus secuaces, labora como subordinado de Josecito, la mano oculta detrás de las empresas inmobiliarias que transforman el paisaje de la ciudad usurpando terrenos bajo presión o amenaza, o cobrando la vida de quienes se oponen. Acompañan a ambos protagonistas otros personajes como doña Matilde, la casera de Lidia, que a veces funge como consejera o amiga de ella; Carlos, cuya importancia para el desenlace recién se comprende hacia la mitad del relato; y Hugo, el Lanza, sobrino de Paco.

En principio, la novela emplea un lenguaje siempre funcional para el relato. Predomina la variedad estándar, aunque salpicada de algunas expresiones coloquiales que buscan brindar mayor verosimilitud a una historia inscrita en el código realista y contribuyen a definir la perspectiva predominante en la narración. Morir en mi ley no pretende capturar la “oralidad”, en tanto reproducción del dialecto de la zona, aunque eso no le resta fluidez a los diálogos que se presentan. No obstante, esta funcionalidad del estilo, que siempre pone en primer plano lo relatado, puede interpretarse en sus peores momentos como una falta de expresividad: el uso de un lenguaje que no transmite ni conmueve, que por lo general estilísticamente mantiene distancia con respecto de sus personajes, cuando, por el contrario, en ocasiones la narración exige una mayor proximidad. No queda claro si ese es el efecto que se buscaba al diseñar la novela. Tal vez la apuesta por una estética realista se relacione con esta concepción del lenguaje visto, ante todo, como un medio para transmitir un mensaje.   

Por otro lado, esta obra sobresale por su despliegue técnico. Se emplean diferentes recursos de manera eficaz. Entre ellos, destacan la pluralidad de perspectivas en la narración, el uso del monodiálogo, la ruptura cronológica, el montaje que define la estructura de la novela y la narración paralelística. Esta última estrategia es esencial para desarrollar las dos líneas argumentativas principales relacionadas con la protagonista de la novela, Lidia, quien debe enfrentarse a su entorno, pero también a sus propios temores. No obstante, la diferencia en extensión descompensa la importancia de la segunda. Asimismo, la novela se halla dividida en diez capítulos y un breve epílogo que continúa la narración en Lima. Existen cinco capítulos extensos, que cuentan los sucesos principales de la historia, y cinco breves narrados en primera persona que, por medio del monodiálogo, brindan la atmósfera para que la protagonista se confiese. Salvo estos pasajes, en los que Lidia toma la palabra, predomina un narrador omnisciente que, además de relatar los acontecimientos, siempre dosificando la cantidad de información que comparte, a veces prioriza el mundo interior de los personajes, su estado emocional, sus sueños y preocupaciones.

A nivel de personajes, los femeninos se encuentran mejor configurados. Destaca especialmente Lidia, que sirve como eje de la novela. Las dos historias principales, en efecto, se hayan vinculadas a ella. Uno de los aspectos mejor logrados de Morir en mi ley es la manera cómo se complementan las dos líneas argumentales que se narran en paralelo. Las tensiones, miedos y reacciones aparentemente excesivas de la protagonista en el relato principal se comprenden conforme su testimonio avanza en los capítulos más breves. Así, se consigue explicar su conducta solo sobre la base de la narración misma. De alguna forma, la novela relata cómo ella recupera su palabra y su agencia en un mundo hostil, donde parece que las mujeres se encuentran en peligro a cada instante. Este personaje también articula el tema de la violencia contra la mujer y el de la solidaridad femenina en una sociedad donde campea el machismo (este último motivo uno de los más logrados). Asimismo, la relación que Lidia mantiene con Matilde y Rebeca, con las tensiones cotidianas comunes que no contradicen el afecto y la responsabilidad entre ellas, es otra fortaleza de la novela.

No sucede lo mismo con los personajes masculinos. Por ejemplo, Paco es un personaje menos consistente, por momentos plano y sin profundidad psicológica. Aunque su motivación inicial para involucrarse con Josecito y convertirse en un despiadado operador para captar los terrenos resulta más o menos clara, no sucede lo mismo con su evolución a lo largo del texto. En un momento se enferma, sin ninguna justificación argumentativa, salvo la necesidad de “materializar” su deterioro moral, en una decisión que parece más un capricho del autor y que traiciona la lógica de su narración. Parece, finalmente, que su conducta se explica por el machismo que ha interiorizado como natural y por la falta de control de sus emociones, que lo lleva a actuar de forma violenta en los momentos menos esperados (Cfr. la escena de la última agresión contra Lidia, 155). Una situación semejante ocurre con Carlos, el dueño de las tiendas de ropa donde durante algún tiempo trabaja Lidia, y que resulta ser quien, para asegurar su negocio inmobiliario, contrata los servicios de Josecito, el siniestro patrón de Paco. Se trata de un personaje poco coherente que se contiene de forma extraña ante Lidia, pese a poseer tanto poder para controlar al personaje aparentemente más peligroso de la novela y de carecer de escrúpulos para decidir qué medidas adoptar para proteger sus intereses.   

A pesar de esos inconvenientes, cabe reconocer que una de las virtudes de Heredia es su capacidad para perfilar algunos personajes secundarios con unos pocos trazos. Sucede con Rebeca, una niña inquieta que anhela compartir más tiempo con su padre, o Matilde, mujer conservadora que cuida de Lidia y su hija como si fueran parte de su familia. De la misma forma sucede con el Trinchudo y Anselmo, los camaradas de Paco, que, pese a la brevedad de sus descripciones, son parte fundamental de la historia y ayudan comprender cuál es el mundo que rodea a uno de los protagonistas. Se trata de personajes que, aunque carecen de un desarrollo amplio, le brindan color al relato y cumplen objetivos más específicos en la trama. Tal vez, el personaje masculino mejor definido sea el Lanza, joven enamorado platónicamente de su “tía” Lidia y cuyo desarrollo narrativo se explica en la disyunción entre su lealtad familiar y el embrujo de un amor imposible.

Mención aparte merece la ambientación de la novela en Piura. Se nombran calles y espacios que parecen ser puntos de referencia para los habitantes de la ciudad. No obstante, esta no adquiere protagonismo; ha sido asumida más como el escenario para relatar una historia, una suerte de fondo neutro y, por ende, no resulta determinante para la trama. De hecho, la historia, tal como ha sido narrada, podría haber estado ubicada en otro espacio, pese a que parece referir al proceso de modernización urbana de Piura a inicios de los 2000. Esta última afirmación, evidentemente, merece calibrarse a la luz de la historia de la ciudad y de las pretensiones realistas de la novela.

Incluso, otro aspecto que puede cuestionarse es la relación entre Lima y Piura que parece retomar el esquema que confronta la capital contra la provincia, vista como un espacio donde gobierna la violencia, el abuso y la impunidad, una dicotomía que fácilmente puede remontarse a las dos primeras novelas de Clorinda Matto de Turner. Este hecho resulta más evidente si se tiene en cuenta que ambos protagonistas son limeños, y que Lidia solo consigue superar la adversidad al regresar a la capital y que, además, es el único personaje femenino que se levanta contra la opresión de la que son víctimas las mujeres (Cfr. la escena de “Cleopatra”, 143-146). ¿Una limeña debe enseñarles a las “provincianas” cómo lidiar contra la violencia? Esta suerte de mirada colonialista no opaca, sin duda, la propuesta de la obra, pero tampoco deja de ser intrascendente en un texto donde Piura “es un personaje”, como señala la contratapa.

En términos generales, Morir en mi ley es una novela de lectura amena que posee como principales méritos su despliegue técnico y el desarrollo de los personajes femeninos, así como una narración fluida sobre la base de una estructura inteligente, adecuadamente dispuesta. Aunque adolece de algunas limitaciones comunes en una primera entrega, considero que es una novela que puede leerse con agrado, y que enriquece el panorama la literatura peruana y, especialmente, la regional.

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Datos del libro comentado:

Lenin Heredia Mimbela

Morir en mi ley (2021)

Sietevientos Editores, 237 pp.