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Entrevista a Carlos López Degregori

Una visita al futuro. Una charla con Carlos López Degregori

Por Lisandro Solís Gómez

Con más de una docena de títulos publicados, Carlos López Degregori, junto a otros nombres claves, constituye uno de los pilares de la tradición poética peruana contemporánea. El poeta se ha mantenido en actividad efervescente desde la publicación de su primer libro, Un buen día (1978), trazando siempre una ruta de escritura discernible por su complejidad y su marcado tono personal. En su obra, se percibe la asimilación inteligente y original de la poesía gestada por las vanguardias a inicios del siglo XX, no tanto por su carácter rupturista, sino por su conciencia del objeto poético, su diestro manejo de la forma y su continua reflexión sobre la escritura.

Carlos López Degregori – Foto: El Comercio

La suya es una poesía que difícilmente puede confundirse: se halla tejida por una serie de símbolos, atmósferas y motivos que, sin ser redundantes, conforman una estética que se ha consolidado con el paso de los años. Pese a ello, su apuesta por el poema en prosa, y su inquietud por las relaciones entre lo visual y lo escrito constituyen características que, en los últimos años, se han afianzado en su obra.

El martes 20 de septiembre nos reunimos con López Degregori para charlar sobre su nuevo libro Variaciones Victoria, editado este año por Máquina Purísima de Cecilia Podestá, así como sobre sus nuevos proyectos y lo que parece ser el inicio de un periodo diferente de su escritura poética.

¿Cómo surgió la iniciativa de publicar Variaciones Victoria? ¿Desde un principio tenías en mente publicar un poemario con estas características, es decir, visualmente experimental, casi un libro objeto? ¿O el formato surgió a partir de la decisión de publicar con Máquina Purísima? Podrías comentar brevemente la génesis del libro.

Yo tengo en mi casa un cráneo (“Victoria”) que me alcanzó un amigo hace más o menos treinta años como un recuerdo de mi antigua vocación por la medicina. Cuando estaba trabajando A mano umbría (2019), surgieron algunos apuntes sobre este cráneo. Al comienzo, pensé incorporarlos en tal libro, pero me di cuenta de que en realidad esos fragmentos pertenecían a un proyecto que necesitaba un desarrollo mayor. Por ello, guardé esos textos y los retomé recién el 2020. Ese año, con el tiempo que dejaba la pandemia, incluso, con el temor que suponían el encierro y el desasosiego permanentes, ese pequeño apocalipsis que la enfermedad había provocado en la vida de todos, reaparecieron esos textos en dos momentos y, así, se fue perfilando Variaciones Victoria.

Como estaba encerrado, lo que hacía en ese entonces —todavía no tenía el nombre del libro exactamente—, era leer, escribir, escuchar música y en ese momento estaba cautivado por las composiciones de Johann Sebastian Bach y, especialmente, sus “Variaciones Goldberg”, que constituyen una de sus piezas más conocidas e importantes —sublimes incluso dicen algunos. Las “Variaciones Goldberg” son treinta y dos. Es un aria-canon, que es el motivo principal, y treinta variaciones, que en realidad van desarrollando modulaciones y modificaciones de ese canon, que se repite de nuevo al final en un ritmo distinto. Treinta y dos piezas exactamente. Variaciones Victoria es un libro que, de alguna manera, sigue la estructura de las “Variaciones Goldberg”. El canon, la piedra que sostiene todo este edificio, esta catedral —porque creo firmemente que es casi una catedral—, es el cráneo y sobre este surgen las modulaciones que, al final, configuran el libro en su totalidad. Por eso, este volumen se llama Variaciones Victoria.

Por otro lado, yo siempre he tenido una especie de cábala, de superstición, con los números. A mí siempre me ha gustado que mis libros estén conformados por un número impar de poemas. Con excepción del primero, Un buen día (1978), que está integrado solamente por doce, siempre he buscado una cantidad impar de poemas. Quería eso mismo para este poemario, pero solo contaba con treinta y dos variaciones. Por esa razón, tuve que añadir al final una adicional, que funciona como una suerte de coda. De esa forma, conseguí los treinta y tres fragmentos que forman el libro.

¿Y Victoria por qué exactamente?

Cuando llegó el cráneo a mi poder, indudablemente carecía de nombre. Yo en realidad no sé si es hombre o mujer. Sin embargo, después de algunos meses, Victoria fue un nombre que prácticamente se impuso, tal vez porque posee la fuerza simbólica del significado de la palabra. Como sabes, el vocablo “victoria” significa vencer. Es la muerte que vence. Es su triunfo o, si es que quieres verlo como el reverso, es la vida que se impone de todas maneras sobre la muerte, ya que al final nos vamos a integrar al universo, que es un poco lo que el libro está sugiriendo. Creo que esto último también es importante en el poemario. Variaciones Victoria es un libro que posee un hilo místico y casi religioso.

Existe en tu obra una preocupación por las artes plásticas en su conjunción con la poesía que se ha expresado, ya sea por el contacto entre palabra e imagen, por ejemplo, en Retratos de un caído resplandor (2002), o por la construcción del libro como un “objeto”, como en Aquí descansa nadie (1998). Incluso, en A mano umbría (2019), existen algunos momentos en los que se evidencia esta línea de indagación, por ejemplo, cuando colocas esa página transparente con el boceto de una mano al inicio del libro. De alguna forma, ¿consideras que Variaciones Victoria (2022) es una suerte de culminación de esta línea maestra de tu poesía?

Efectivamente, existe en mi poesía una preocupación por las imágenes y lo visual, por otros códigos que no sean estrictamente lingüísticos. El primer libro en que exploré estas posibilidades fue Retratos de un caído resplandor. Allí recuperé una serie de fotografías —algunas familiares incluso— y postales antiguas, y las manipulé a fin de transformarlas. Formaron parte del libro no como ilustraciones, sino fundamentalmente como el soporte o el eje que, de alguna manera, lo sostiene. Allí los retratos son los que sostienen los poemas, no meramente imágenes que los acompañan. En A mano umbría, existen también imágenes, incluso algunas personales. De hecho, como mencionas, está mi mano, por ejemplo, que es la que abre el libro en un papel transparente. No obstante, también aparecen algunos collages que yo mismo trabajé en ese momento y que fueron mis primeros experimentos en esa dirección.

Para Variaciones Victoria, debido al confinamiento por la pandemia, disponía de tiempo. Por ello, empecé a trabajar y a experimentar más con las imágenes. Carezco de la facultad o el don para dibujar. Puedo realizar garabatos —me gusta hacerlos— pero no soy capaz, por ejemplo, de dibujar imágenes figurativas. Por ello, empecé a trabajar con el collage, recortando imágenes y escribiendo sobre ellas, fusionando escritura e imagen. Por medio de ese procedimiento, he conseguido crear algunas ilustraciones y las mejores son las que conforman la “galería” que acompaña al libro. Si abres la caja en la que viene Variaciones Victoria, notarás que se trata de un díptico: por un lado, está el libro de color negro, con tapa dura y hojas muy blancas, y, por otro, la “galería” como una unidad autónoma que vincula letra e imagen. Juntos conforman un díptico que es, en realidad, una unidad de dos rostros.

Según te entiendo, tú ya tenías concebida más o menos la idea del formato del libro, la forma en que querías presentar los poemas, y surgió una coincidencia feliz con Máquina Purísima para publicarlo.   

Sí. Yo me pregunté qué editorial podría estar interesada en un libro de esta naturaleza. Entonces, me dije “Cecilia Podestá”, quien además es una amiga que aprecia mi poesía. Ella, inmediatamente, con gran generosidad, acogió el proyecto. Yo al comienzo pensaba simplemente incluir las imágenes al final o intercalarlas dentro del libro, pero fue Cecilia la que me propuso “¿por qué no hacemos un díptico?”. Indudablemente, la idea me entusiasmó. No obstante, en el nacimiento de estas variaciones, sí noté que las imágenes eran un elemento fundamental.

Desde tu punto de vista, con el tiempo, ¿cómo ha ido evolucionando esa perspectiva tuya que prioriza la conexión entre palabra e imagen? ¿Crees que aún es posible explotar esta línea de indagación estética? ¿Existe algún otro proyecto en esta dirección?

Mi preocupación por las imágenes es cada vez mayor y en este momento estoy trabajando en esa dirección. Por ejemplo, en Lienzo, la revista de la Universidad de Lima, apareció un texto que se llama “Una tiranía personal” (2021). Es un poema en prosa, una mezcla casi de poema y ensayo sobre la escritura —entendida como los trazos a mano—, la firma y la caligrafía. Para ese libro en progreso, estoy trabajando también una serie de ejercicios (cali)gráficos y también algunos collages. En el texto que apareció en la revista Lienzo, solo dispuse de espacio para dos de esas imágenes, pero van a ser muchas más. Sin embargo, otros textos míos que todavía están en proceso van por otros caminos.

La mayoría de los lectores de poesía peruana reconocen como un rasgo esencial de tu escritura la inquietud por construir una obra cohesionada, que brinde en cada libro una suerte de capítulo o incursión en una serie de preocupaciones u obsesiones comunes, las cuales redirigen al final a la que es, tal vez, tu obra mayor, Lejos de todas partes, reeditada hace poco. ¿De qué forma este nuevo libro se articula en ese proyecto? ¿O acaso inaugura una entrada diferente como A mano umbría, que, desde mi perspectiva, supone un proyecto complementario, pero ligeramente diferente al de tu poesía en general? ¿Consideras que Variaciones Victoria añade un ingrediente novedoso a tu proyecto?

Lejos de todas partes (1978-2018) apareció el 2018. Este volumen reúne todos mis libros escritos hasta ese momento y, con esa nueva edición, cierro definitivamente aquel ciclo. Incluso, el poema “Siempre es al sur”, que aparecía al final de la primera edición, aparece nuevamente y cierra la versión definitiva del libro. Siento que Lejos de todas partes es un libro que ya ha terminado. Creo que durante cuarenta años he escrito un solo libro. Indudablemente, son los lectores los que tienen la última palabra. No obstante, desde que publiqué Las conversiones (1983), me di cuenta de que cada nuevo libro se alimentaba de los poemas y motivos previos; los devoraba prácticamente. De alguna forma, se apoyaba en ellos para continuar el proceso de escritura. Existe ahí un proyecto de libro-vida. Es este un libro que ha crecido conmigo, uno que de alguna manera ha estado fijando y cartografiando mi existencia. Si observas tanto la primera como la segunda edición, el paso del tiempo y, de modo más específico, la edad de la escritura de los poemas aparecen continuamente como una marca importante que sigue la existencia, la vida del hablante, de ese personaje o de la pluralidad de ellos que habitan mis textos. No olvides que uno de los ejes de Lejos de todas partes es casualmente la identidad, así como el tiempo, el vacío, la lejanía, el estar lejos de todo, incluyendo esa lejanía de uno mismo.

Entonces, ¿qué relación existe entre A mano umbría, un libro atípico en tu producción, debido fundamentalmente a todos los riesgos que asume, así como por su envergadura, con ese proyecto de libro-vida que es Lejos de todas partes?

Siento que A mano umbría es el complemento de Lejos de todas partes. Es un libro que, en realidad, es una poética. Recoge algunas escenas testimoniales, personales, fundamentalmente de mi infancia, pero incluye también una serie de textos que reflexionan sobre mi quehacer poético. Es casi una autopoética. Creo que A mano umbría es un libro bisagra, un enlace con mis siguientes proyectos. Creo, asimismo, que Variaciones Victoria forma parte del nuevo libro que probablemente va a ocupar mi trabajo durante los próximos años, si es que tengo tiempo para terminarlo, y conservo mi lucidez y mi capacidad de escribir.

O sea, ¿sientes que estás iniciando una nueva etapa de escritura?

Sí, estoy iniciando una nueva etapa, un nuevo libro, que hasta cuenta con una brújula que juega con Lejos de todas partes: “Nunca tan cerca”. ¿Tan cerca de qué? No lo sé.         

Finalmente, ¿qué debe esperar el lector de Variaciones Victoria? ¿Podrías invitar brevemente a los lectores a leer tu nuevo poemario?

Es un poema en prosa. Siento cada vez más que el formato del poema en prosa es el que mejor se acomoda a mi trabajo, porque me permite incorporar una serie de elementos distintos. Se pueden insertar en el poema en prosa elementos narrativos, reflexivos o testimoniales. Variaciones Victoria es un solo poema dividido en treinta y dos partes, y una coda.

El libro fundamentalmente supone una exploración sobre la muerte, el tiempo y la memoria, así como sobre nuestro lugar en la realidad, el sentido de nuestro estar en el mundo y el lugar hacia el cual nos dirigimos. ¿Podemos aspirar a alguna trascendencia? No lo sé. Este es un libro que gira en torno a estas preocupaciones.

Siento también que es un libro que solo podía ser escrito en un momento de mi vida. No lo hubiera podido escribir a los cincuenta ni a los cuarenta años, sino que ha exigido un tiempo de vida preciso. Yo en este momento tengo 69 años y me acerco ya a los setenta. Considero que esta obra revisa mi existencia y al mismo tiempo es un umbral para lo que viene después. Por ahí va la aventura de este libro.       

(Lima, martes 20 de septiembre de 2022)

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Notas de lectura: La invención novelesca (2008) de Miguel Gutiérrez

A destiempo: La secreta comunión. Sobre La invención novelesca (2008) de Miguel Gutiérrez

Por Lisandro Solís Gómez

La invención novelesca de Miguel Gutiérrez fue publicada el 2008. Como el propio autor indica, esta obra “es el resultado de la reestructuración del libro Celebración de la novela (Peisa, 1996) y La novela en dos textos (Derrama Magisterial, 2002)” (14) más dos ensayos inéditos. Los tres primeros textos exponen la relación entre el autor y el género novelístico. De esa forma, indagan en el origen de su vocación literaria, su concepción de la novela en tanto distinta a la épica y su proceso de formación, al mismo tiempo que Gutiérrez se confiesa un lector empedernido de novelas en varios pasajes. Por otro lado, los tres últimos incursionan en el proceso de producción de tres de las obras más representativas del escritor piurano: La violencia del tiempo (1991); Babel, el paraíso (1993); y El mundo sin Xóchitl (2001).

Si bien es presentado como un conjunto de reflexiones sobre la praxis novelística y como un ejercicio de disección sobre el propio proceso de creación, me llama la atención la forma en la que Gutiérrez sugiere una poética de la escritura novelística que se desmarca de la imagen del genio creador. En su versión, la obra literaria deja de ser el resultado de las decisiones y actos de un “héroe” que, contra la adversidad, despliega los misteriosos poderes de su creatividad y le entrega al mundo una obra maestra. Por el contrario, sus ensayos sugieren que la escritura novelística parece ser la acción de un conjunto de individuos unidos para poner en marcha el proceso creativo. Así, el escritor, que nunca deja de ser un personaje importante, revela la condición precaria que caracteriza a todos los seres humanos y, justamente por ello, requiere del auxilio de los demás para conseguir su ansiado objetivo. Al leer estos ensayos, me quedo con la sensación de que la literatura supone —ha supuesto siempre— una serie de procedimientos que solo pueden realizarse por la conjunción de distintas voluntades, algo así como un milagro que solo puede invocarse por el abrazo cariñoso de quienes nos aman.    

En esta dirección, aunque parece un detalle banal, la reiterada (y a veces cansina) mención a sus amigos es una pieza importante de la propuesta de Gutiérrez. En efecto, en las primeras páginas del libro, el escritor piurano señala que ha sido bendecido con la amistad de “dos o tres amigos, hombres cultos y refinados que sin ser escritores son felices lectores de novelas de toda la vida” (17), a quienes ha llamado “en las horas más inapropiadas” (17) para compartirles el hallazgo de una novela admirable que lo ha fascinado. Los amigos a los que alude Gutiérrez comparten sus lecturas, pero también velan por su bienestar y el desarrollo de su oficio: “Un amigo muy solidario, también escritor, me ofreció su casa de Canta para que continuara con mi trabajo” (160). En consecuencia, esas personas son aquellas que de manera directa o indirecta rodean y conforman también el proceso de creación.

Aunque resulta una obviedad, Gutiérrez posee una concepción “materialista” de la producción novelística. Entiende, así, el proceso creativo como una tarea que involucra al escritor de forma absoluta, pero que solo es posible a partir de la solidaridad y la colaboración de quienes están a su alrededor. En efecto, lejos de presentar al novelista como un titán enfrentado contra el mundo —una imagen empleada por Mario Vargas Llosa hasta el hastío—, Gutiérrez parece recordar que, finalmente, el escritor es solo un hombre más sobre la Tierra, que ignora varios temas y que a veces ni siquiera es capaz de resolver solo los aspectos más triviales de su vida cotidiana, como buscar cobijo (Cfr. 109). Es más los amigos de Gutiérrez intervienen en el mismo proceso de escritura, a veces brindando pistas sobre las rutas que sigue una obra en desarrollo: “¿De qué trata mi novela? Un buen amigo, inteligente y sensible, a quien le di a leer el manuscrito recién concluido, me hizo este resumen espléndido: «Es la historia de un agravio que es familiar y nacional»” (155).

En otras ocasiones, su participación es oportuna al brindar información valiosa para construir la trama. Por ejemplo, Gutiérrez revela que mientras realizaba los preparativos iniciales para comenzar a escribir El mundo sin Xóchitl descubrió que su historia se encontraba estrechamente vinculada a la ópera, expresión artística desconocida para él. Además de buscar fuentes por sí mismo, el escritor piurano confiesa que “molesté a mucha gente, menos mal que tengo buenos y pacientes, casi estoicos, amigos. Un amigo profesor del Conservatorio Nacional, excelente fagotista, que me inició en el conocimiento del piano como instrumento […], pero que sobre todo me puso en contacto con un antiguo comentarista de óperas y zarzuelas, ya anciano y retirado” (304). De esa manera, se afirma una poética que concibe el proceso creativo como un esfuerzo comunitario que desmonta el mito del genio creador.

Esta concepción me parece que es una reinterpretación o realización alternativa de aquel anhelo vallejiano que demandaba traspasar la barrera que separa el arte de la vida. En los ensayos de este volumen, el escritor nunca está solo. No solamente lo acompañan su familia y sus amigos, sino que los lugares que lo resguardan e incluso algunos animales (Cfr. 167) tienen algo que decirle, un consejo, una palabra de aliento o una señal de esperanza. La novela surge de ese diálogo que supone una apertura total y la necesidad de apoyarse en los hombros de alguien más.  

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Datos del libro comentado:

Miguel Gutiérrez

La invención novelesca

Universidad de Ciencias y Humanidades, 2008, 357 pp.

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Notas de lectura: Morir en mi ley (2021) de Lenin Heredia

Morir en mi ley de Lenin Heredia

Notas de lectura

Por Lisandro Solís Gómez

Ambientada en Piura después de la caída de la dictadura de Alberto Fujimori, Morir en mi ley (2021), primera novela de Lenin Heredia, narra centralmente las historias de Lidia y Paco, una pareja en el ocaso de su relación, cuya vida familiar se desmorona por la ausencia masculina en el hogar. Ella debe afrontar la crianza de su pequeña hija Rebeca con la ayuda de su casera y luchar por superar un episodio trágico de su niñez que aún la atormenta. Por otro lado, se relata el proceso de deterioro moral y físico de Paco, quien, junto con el Trinchudo y Anselmo, sus secuaces, labora como subordinado de Josecito, la mano oculta detrás de las empresas inmobiliarias que transforman el paisaje de la ciudad usurpando terrenos bajo presión o amenaza, o cobrando la vida de quienes se oponen. Acompañan a ambos protagonistas otros personajes como doña Matilde, la casera de Lidia, que a veces funge como consejera o amiga de ella; Carlos, cuya importancia para el desenlace recién se comprende hacia la mitad del relato; y Hugo, el Lanza, sobrino de Paco.

En principio, la novela emplea un lenguaje siempre funcional para el relato. Predomina la variedad estándar, aunque salpicada de algunas expresiones coloquiales que buscan brindar mayor verosimilitud a una historia inscrita en el código realista y contribuyen a definir la perspectiva predominante en la narración. Morir en mi ley no pretende capturar la “oralidad”, en tanto reproducción del dialecto de la zona, aunque eso no le resta fluidez a los diálogos que se presentan. No obstante, esta funcionalidad del estilo, que siempre pone en primer plano lo relatado, puede interpretarse en sus peores momentos como una falta de expresividad: el uso de un lenguaje que no transmite ni conmueve, que por lo general estilísticamente mantiene distancia con respecto de sus personajes, cuando, por el contrario, en ocasiones la narración exige una mayor proximidad. No queda claro si ese es el efecto que se buscaba al diseñar la novela. Tal vez la apuesta por una estética realista se relacione con esta concepción del lenguaje visto, ante todo, como un medio para transmitir un mensaje.   

Por otro lado, esta obra sobresale por su despliegue técnico. Se emplean diferentes recursos de manera eficaz. Entre ellos, destacan la pluralidad de perspectivas en la narración, el uso del monodiálogo, la ruptura cronológica, el montaje que define la estructura de la novela y la narración paralelística. Esta última estrategia es esencial para desarrollar las dos líneas argumentativas principales relacionadas con la protagonista de la novela, Lidia, quien debe enfrentarse a su entorno, pero también a sus propios temores. No obstante, la diferencia en extensión descompensa la importancia de la segunda. Asimismo, la novela se halla dividida en diez capítulos y un breve epílogo que continúa la narración en Lima. Existen cinco capítulos extensos, que cuentan los sucesos principales de la historia, y cinco breves narrados en primera persona que, por medio del monodiálogo, brindan la atmósfera para que la protagonista se confiese. Salvo estos pasajes, en los que Lidia toma la palabra, predomina un narrador omnisciente que, además de relatar los acontecimientos, siempre dosificando la cantidad de información que comparte, a veces prioriza el mundo interior de los personajes, su estado emocional, sus sueños y preocupaciones.

A nivel de personajes, los femeninos se encuentran mejor configurados. Destaca especialmente Lidia, que sirve como eje de la novela. Las dos historias principales, en efecto, se hayan vinculadas a ella. Uno de los aspectos mejor logrados de Morir en mi ley es la manera cómo se complementan las dos líneas argumentales que se narran en paralelo. Las tensiones, miedos y reacciones aparentemente excesivas de la protagonista en el relato principal se comprenden conforme su testimonio avanza en los capítulos más breves. Así, se consigue explicar su conducta solo sobre la base de la narración misma. De alguna forma, la novela relata cómo ella recupera su palabra y su agencia en un mundo hostil, donde parece que las mujeres se encuentran en peligro a cada instante. Este personaje también articula el tema de la violencia contra la mujer y el de la solidaridad femenina en una sociedad donde campea el machismo (este último motivo uno de los más logrados). Asimismo, la relación que Lidia mantiene con Matilde y Rebeca, con las tensiones cotidianas comunes que no contradicen el afecto y la responsabilidad entre ellas, es otra fortaleza de la novela.

No sucede lo mismo con los personajes masculinos. Por ejemplo, Paco es un personaje menos consistente, por momentos plano y sin profundidad psicológica. Aunque su motivación inicial para involucrarse con Josecito y convertirse en un despiadado operador para captar los terrenos resulta más o menos clara, no sucede lo mismo con su evolución a lo largo del texto. En un momento se enferma, sin ninguna justificación argumentativa, salvo la necesidad de “materializar” su deterioro moral, en una decisión que parece más un capricho del autor y que traiciona la lógica de su narración. Parece, finalmente, que su conducta se explica por el machismo que ha interiorizado como natural y por la falta de control de sus emociones, que lo lleva a actuar de forma violenta en los momentos menos esperados (Cfr. la escena de la última agresión contra Lidia, 155). Una situación semejante ocurre con Carlos, el dueño de las tiendas de ropa donde durante algún tiempo trabaja Lidia, y que resulta ser quien, para asegurar su negocio inmobiliario, contrata los servicios de Josecito, el siniestro patrón de Paco. Se trata de un personaje poco coherente que se contiene de forma extraña ante Lidia, pese a poseer tanto poder para controlar al personaje aparentemente más peligroso de la novela y de carecer de escrúpulos para decidir qué medidas adoptar para proteger sus intereses.   

A pesar de esos inconvenientes, cabe reconocer que una de las virtudes de Heredia es su capacidad para perfilar algunos personajes secundarios con unos pocos trazos. Sucede con Rebeca, una niña inquieta que anhela compartir más tiempo con su padre, o Matilde, mujer conservadora que cuida de Lidia y su hija como si fueran parte de su familia. De la misma forma sucede con el Trinchudo y Anselmo, los camaradas de Paco, que, pese a la brevedad de sus descripciones, son parte fundamental de la historia y ayudan comprender cuál es el mundo que rodea a uno de los protagonistas. Se trata de personajes que, aunque carecen de un desarrollo amplio, le brindan color al relato y cumplen objetivos más específicos en la trama. Tal vez, el personaje masculino mejor definido sea el Lanza, joven enamorado platónicamente de su “tía” Lidia y cuyo desarrollo narrativo se explica en la disyunción entre su lealtad familiar y el embrujo de un amor imposible.

Mención aparte merece la ambientación de la novela en Piura. Se nombran calles y espacios que parecen ser puntos de referencia para los habitantes de la ciudad. No obstante, esta no adquiere protagonismo; ha sido asumida más como el escenario para relatar una historia, una suerte de fondo neutro y, por ende, no resulta determinante para la trama. De hecho, la historia, tal como ha sido narrada, podría haber estado ubicada en otro espacio, pese a que parece referir al proceso de modernización urbana de Piura a inicios de los 2000. Esta última afirmación, evidentemente, merece calibrarse a la luz de la historia de la ciudad y de las pretensiones realistas de la novela.

Incluso, otro aspecto que puede cuestionarse es la relación entre Lima y Piura que parece retomar el esquema que confronta la capital contra la provincia, vista como un espacio donde gobierna la violencia, el abuso y la impunidad, una dicotomía que fácilmente puede remontarse a las dos primeras novelas de Clorinda Matto de Turner. Este hecho resulta más evidente si se tiene en cuenta que ambos protagonistas son limeños, y que Lidia solo consigue superar la adversidad al regresar a la capital y que, además, es el único personaje femenino que se levanta contra la opresión de la que son víctimas las mujeres (Cfr. la escena de “Cleopatra”, 143-146). ¿Una limeña debe enseñarles a las “provincianas” cómo lidiar contra la violencia? Esta suerte de mirada colonialista no opaca, sin duda, la propuesta de la obra, pero tampoco deja de ser intrascendente en un texto donde Piura “es un personaje”, como señala la contratapa.

En términos generales, Morir en mi ley es una novela de lectura amena que posee como principales méritos su despliegue técnico y el desarrollo de los personajes femeninos, así como una narración fluida sobre la base de una estructura inteligente, adecuadamente dispuesta. Aunque adolece de algunas limitaciones comunes en una primera entrega, considero que es una novela que puede leerse con agrado, y que enriquece el panorama la literatura peruana y, especialmente, la regional.

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Datos del libro comentado:

Lenin Heredia Mimbela

Morir en mi ley (2021)

Sietevientos Editores, 237 pp.