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Reseña: Ales junto a la hoguera (2024) de Jon Fosse

El fiordo de los porqués

Por Sebastián Uribe

¿En qué pensamos cuando hablamos de fantasmas? ¿qué dicen sobre nosotros y qué proyectamos en ellos? Atraídos por la posibilidad de su existencia, no reparamos muchas veces en aquello que genera nuestra fascinación: la capacidad que les otorgamos de anular la muerte y asignarle a la vida una dimensión que vaya más allá de lo corpóreo. Jon Fosse (Haugesund, 1959) explora la inmanencia de las relaciones familiares en una novela tan extraña como fascinante, sostenida por una constante pregunta: ¿por qué?

“Por qué desapareció Asle”, se sigue preguntando Signe, su esposa, veinte años después. ¿Por qué no dijo nada?, ¿por qué se fue así sin más? La novela abre con un torrente de preguntas que se hace la protagonista antes de dar paso a la rememoración de los diálogos que tenía con su marido, su día a día, la cotidianidad que se había formado en la vieja casa, mientras el tiempo no deja de trascurrir. Existe una contradicción que aflige a los personajes de la novela a medida que van apareciendo en escena y se va reflejando en el paisaje que los rodea, sobre todo en el fiordo, escenario principal de la historia.

Fiordo: golfo estrecho y profundo, entre montañas de laderas abruptas, formado por los glaciares durante el periodo cuaternario. Fosse usa este accidente geológico, típico de las regiones nórdicas, como metáfora de los tormentos de sus protagonistas y su vulnerabilidad frente a los cambios que se producen en sus vidas, tan repentinos como una avalancha o una tormenta. La ocurrencia de estos, con furia y vértigo, no deja rastro visible al día siguiente, la mayoría de veces, pero sí grietas inexorables por las que se cuela la desgracia:

“…y está tan oscuro que no se ve nada, y ya pronto tendrá que volver, piensa, y luego este viento, y esta oscuridad, y las olas, la fuerte marea, y qué frío hace, y tan encrespado está el mar que las olas rompen sobre el muelle y sobre ella, hace un tiempo horrible, piensa, y ya pronto tendrá que venir ¿no? piensa ¿y ahí afuera? ¿no se ve una especie de luz? ¿como si luciera una hoguera, ahí afuera en el Fiordo? ¿Y no reluce en morado? no, no puede ser, pero, aun así, piensa ¿y dónde estará él? ¿y su barca? no se ve nada, pero ¿dónde estará? ¿y por qué no viene? ¿no quiere estar con ella? ¿será eso?” (pág. 96)

Asle tenía por costumbre salir con su pequeña embarcación de remos. Una acción que se repite inalterable hasta su desaparición. Esto gatilla las preguntas de Signe sobre ella misma, su relación con Asle y la vida en conjunto que tenía. Por qué se aleja, por qué necesita tanto esa soledad en el medio del agua. La angustia de ella, marcada por una narración sin pausa, que, por momentos, recuerda a la prosa de António Lobo Antunes, se ve continuada por la de Asle quien en medio del agua empieza a desconcertarse por visiones de lo que hasta ese momento residía en él como recuerdo, como pasado inmutable: su tatarabuela Ales y el pequeño hijo de dos años de esta.

A partir de lo anterior, se quiebra la temporalidad y la narración se dirige hacia un caótico flujo de conciencia que Fosse encamina con habilidad a través de una serie de imágenes que dan cuenta de los miedos presentes y pasados que se conectan y explican como signos de una circularidad inevitable: accidentes mortales, regaños y desdichas, una casa de la que nadie quiere (o puede) huir, o un fiordo capaz de dar y quitar la vida. Todo esto, a través de un conjunto de voces que irrumpen y se disputan el protagonismo:

 “y entra en la casa y las viejas paredes de la entrada lo envuelven y le dicen algo, como hacen siempre, piensa, siempre es así, lo note o no lo note, piense o no piense en ello, las paredes están ahí, y es como si unas voces silenciosas le hablaran desde ellas, un gran silencio hay en las paredes y ese silencio dice algo que no se puede decir con palabras, él lo sabe, piensa, y hay algo detrás de esas palabras que se dicen constantemente, que está en el silencio de las paredes, piensa, y se queda quieto mirando las paredes, pero ¿qué es lo que le pasa hoy? ¿por qué está así?” (pág. 54)

La única diferencia entre los nombres de Ales y su tataranieto Asle es la posición de una letra. Una sutil pero determinante diferencia que, a su vez, da cuenta de lo que permanece y se repite. Así, van apareciendo las cinco generaciones que precedieron a Signe y Asle, incluso un tío homónimo fallecido a temprana edad, para recordarnos que la distancia temporal se puede diluir de un momento a otro para instalarse como presente y que deshacerse de ello no es tan simple. Hay puentes que no desaparecen y relaciones que se instalan de forma irremediable y extraña, como lo muestran algunas líneas que hablan de la relación de Signe y Asle:

desde la primera vez que lo vio venir caminando hacia ella, y la miró, y ella se quedó ahí quieta, y se miraron, se sonrieron, y era como si se conocieran de antes, como si se conocieran de toda la vida, de alguna manera, y simplemente hiciera una eternidad que no se veían, y que por eso la alegría fue tan grande, el reencuentro les produjo tanta alegría a los dos que la alegría tomó el mando, los dirigió, los dirigió el uno hacia el otro, como si hubieran perdido algo, algo que les hubiera faltado toda la vida, pero que ahora estaba ahí, por fin, ahora estaba ahí, así lo sintieron la primera vez que se vieron, por mera casualidad, como fue en realidad, y no les resultó difícil, ni les dio miedo, es que era como una obviedad, como si no se pudiera hacer nada al respecto, como si ya estuviera decidido” (pág. 63).

Los fantasmas familiares se desplazan por esta novela como una respuesta a las cavilaciones de los protagonistas. Estar y no estar, presente y pasado, son categorías que pierden fuelle frente a las emociones que los sobrepasan. Sentimientos de tal hondura, capaces de oponerse a las fuerzas de la naturaleza, asumiendo distintas formas para permanecer y seguir circulando como herencia, como recuerdo, como espectros que se aferran a la existencia a través de los vivos.  Más que cuestionarse por el origen de estos fantasmas, Fosse plantea otro camino: preguntarse cómo vivir con ellos.

Por fortuna, desde que fue galardonado con el Premio Nobel, son cada vez más los títulos del escritor noruego que han sido traducidos al español y se pueden hallar en librerías. Aquí les propongo una buena puerta de entrada a su obra, con esta novela que se instala en el lector como una grata alucinación, una quimera sublime.

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Datos del libro publicado:

Jon Fosse

Ales junto a la hoguera

Random House, 2024, 112 pp.

Traducción de Cristina Gómez-Baggethun y Kirsti Baggethun

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Reseña: Mañana y tarde (2023) de Jon Fosse

La vida de un hombre

Por Omar Guerrero

Mañana y tarde (Nórdica / De Conatus, 2023) de Jon Fosse (Haugesund, 1959), Premio Nobel de Literatura 2023, es el reciente libro traducido al español de este autor noruego que ha despertado el interés de todo el mundo a partir del galardón obtenido por el conjunto de su obra. Esta novela corta cuenta la historia de la vida de un hombre llamado Johannes, cuyo nacimiento se cuenta en la primera parte del libro. Incluso, la narración va más allá, pues se comentan muchas cosas que ocurren dentro de su familia antes de darse este nacimiento. Aquí se llega a saber parte de la historia de su padre Olai, un pescador que vive con su esposa Marta y su pequeña hija Magda. Todo empieza con la labor de parto de Marta con ayuda de una matrona llamada Anna. Y mientras se espera la llegada de este bebé que se llamará igual que su abuelo, se va deduciendo, además de pensar y decir muchas cosas sobre la condición del hombre y la vida: “Pues aquí pasa lo mismo con los hombres, sabes lo que traen ¿no? dice la vieja matrona Anna   Sí, ya, traen desgracias, dice Olai” (p.4). Por otra parte, también se profundiza sobre la presencia de Dios y su designio sobre la vida de los humamos y cómo debe tomarse esto que se destina o que se asume como un regalo divino: “[…] hasta ahora el buen Dios había venido a él, Olai tenía una buena vida, y con lo que él quería a su mujer y a su hija Magda, no tenía derecho a quejarse, claro que no, mientras tuvieran a Magda no podían quejarse de su suerte, más bien debían dar gracias a Dios nuestro Señor por habérsela concedido, así pensaban ellos, tanto Marta como él, pero resulta que un día a Marta empezó a crecerle el vientre y entonces vieron claro que Dios nuestro Señor iba a darles otro hijo y cuando no cabía ninguna duda, dieron gracias a Dios nuestro Señor por bendecirles con otro hijo y esta vez sería un varón, ahora nacería el pequeño Johannes, de eso Olai estaba bastante seguro, y ya habían llegado el día y el momento, solo que la cosa se alargaba y se alargaba, pensaba Olai […]” (p.6). Y, sin embargo, aquello que proviene de la religión o de lo que se considera un ser supremo también se cuestionan o se establecen dudas sin necesidad de caer en una herejía: “[…] ¿qué será? ¿quién puede decirlo? porque tiene que haber un espíritu de Dios que esté en todo y haga que las cosas sean algo más que una nada, que las transforme en sentido y en colores, y por tanto, piensa Olai, también las palabras y el espíritu de Dios deben estar en todo, pues sí, seguro que sí, piensa Olai […] pero que Dios lo decida todo y que todo lo que ocurre tenga un sentido divino, eso no se lo traga, la verdad como que se llama Olai y es pescador y está casado con Marta y es hijo de Johannes y como que ahora, en este mismo instante, va a ser padre de un niño chico que se llama Johannes por su abuelo.” (p.8). En este primer capítulo (como en el resto de la novela) llama la atención una puntuación que no se ciñe a la regla, pues se exceptúa en punto seguido y el punto aparte en casi todas sus líneas o frases, lo que produce una sensación acelerada en la lectura como si no hubiera descanso.

En el segundo capítulo, que es el más extenso y dónde se desarrolla gran parte de esta historia, se cuenta la vida de Johannes desde que es joven hasta su vejez, momento previo a su muerte, cuyo momento seguirá siendo consciente como cada hecho que ocurre en su vida. Todo este transcurrir de tiempo se agiliza y se abrevia a partir de la ausencia de puntuación (por lo menos así se percibe). En este segundo capítulo surgen otros personajes como Peter, el amigo de Johannes, quien tiene la característica de siempre llevar el pelo largo, y a quien Johannes promete cortárselo reiteradas veces, y con ello se deduce el transcurrir del tiempo. También aparecen más personajes como la numerosa familia que forma Johannes y otras personas allegadas con las que comparte distintos puntos de vista. Entonces vuelve a surgir el cuestionamiento de Dios y la religión como algo que puede resultar a favor o contra de las personas según sus creencias: “[…] Jakop el Zapatero era un buen hombre y además era muy creyente, un hombre de fe firme, desde luego, solo que él creía en lo suyo y dejaba que los demás creyeran en lo que les diera la gana, el Dios en que creía él estaba muy lejos de este mundo cruel, decía Jakop el Zapatero, porque ¿quién podía creerse que hubiera un dios bueno, omnipotente y omnisciente que gobernara este mundo? decía, no, su Dios de este mundo, aunque Él también estuviera aquí, eran otros dioses, otro dios, el que gobernaba esto, decía Jakop el Zapatero, y en eso debía de tener razón, piensa Johannes […]” (p.31). Se añade que Johannes es consciente de su envejecimiento, y con ello, de la experiencia que ha adquirido como sucede con cualquier hombre común y corriente, no importa que se trate de un simple pescador como lo fue su padre Olai. Y cada frase de este capítulo, incluido los diálogos, que tampoco están señalizados con guiones como parte de su excepción en la puntuación por parte del autor, se pueden conocer otros hechos o situaciones en la vida de Johannes como su cercanía con la vieja señorita Pettersen y la comercialización de los cangrejos que consigue en su labor de pescador. Se conoce también su fascinación por el cigarro: “Llevo sesenta años fumando, así que tendré que fumar los años que me quedan, dice Johannes” (p.73).  Un personaje que se vuelve trascendental en el final de esta historia (y también en la vida de Johannes) es su hija Signe, con quien tiene una situación que sobrepasa lo real (también podría determinarse como fantástico) para así determinar la cercanía de la muerte o su pronta llegada: “Y Signe avanza derecho hacia él y luego entra en él y Signe lo atravesó como si nada y él notó su calor, pero ella lo atravesó como si nada, como si nada, piensa Johannes, y Signe piensa que esto, esto, pero había algo avanzado hacia ella, lo vio perfectamente e intentó esquivarlo, apartarse, pero es que no se podía, vino derecho hacia ella y entonces, pues entonces no le quedó más remedio que seguir andando y resulta que lo atravesó como si nada y estaba muy frío, aunque tampoco es que doliera, simplemente estaba frío y desamparado, y qué horror, esto no puede contárselo a nadie, porque si lo cuenta creerán que se ha vuelto loca, piensa Signe ¿y qué le pasará a su padre? ¿no se habrá echado a morir también?” (p. 75). Y con la llegada de lo inevitable, del fin de la vida, Signe, la hija de Johannes, menciona, a través de su lamento, la bondad de su padre tan igual como podría suceder con cualquier hombre: “[…] y Signe piensa que ahora tiene que correr la cortina y mirar adentro, y seguro que ahí yace su padre, y estará muerto, padre Johannes, piensa Signe, ay qué lástima le da, su padre ha sido un bicho raro toda la vida, pero tan bueno y amable, y se ha dejado la piel en los suyos ¿y ahora se habrá marchado él también? Piensa Signe, ay qué pena, piensa Signe” (p.79). Y con este final previsto se entiende la analogía del título Mañana y tarde contenida en estos dos capítulos como si se tratase de una representación efímera de la vida misma que consiste en nacer, crecer, vivir, amar, envejecer y morir. Como punto final, no se puede dejar de mencionar la simpleza del lenguaje que, a pesar de su puntuación exceptuada, estimula a más de una reflexión.   

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Datos del libro reseñado:

Jon Fosse

Mañana y tarde

Nórdica / De Conatus, 2023