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Reseña: No he de volver a escribir (2019) de Lizardo Cruzado

Los días, las horas, los años

Por Cristhian Briceño

Tildar a alguien de genio cuando solo ha publicado un libro es lanzar una moneda al aire. No porque el libro en cuestión no haya tocado en nosotros esas cuerdas de difícil acceso que, una vez pulsadas, hacen imposible el trabajo de contener la melodía de nuestro propio entusiasmo, sino porque esa melodía nos distrae de todo lo demás y perdemos temporalmente cualquier capacidad de reacción, sin olvidarnos, claro está, de que nuestros sentidos no serán los mismos de las personas que vivirán cien, doscientos años después de nosotros. La lectura es una conversación con nuestra edad (física o emocional), con nuestra ignorancia e inocencia, con nuestras expectativas: leer, en definitiva, es un estado de ánimo. Así, los poemas no son especies embalsamadas en estantes a temperaturas conservativas donde su belleza será preservada, con seguridad, hasta después del Apocalipsis, sino más bien son organismos vivos que tienden a encontrarse un día en ambientes hostiles, a deteriorarse, a desaparecer de la memoria. Decir que no he disfrutado con los poemas de Lizardo Cruzado (Trujillo, 1975) sería mentir. Al leerlos sentí, como muchos, el milagro de la poesía obrándose ante mí en esa breve eternidad que permanece con nosotros durante una cantidad finita de versos y luego se vuelve reflexión o mero recuerdo. Cuando hablo de los poemas de Cruzado me refiero a aquellos que leí en un libro de poesía peruana del siglo XX que conseguí en el Centro de Lima, y donde aparecían sus hits: Para M.M., Poema, Papá y Ars. Algo distinto me sucedió cuando tuve acceso a su primer libro, Este es mi cuerpo. La cantidad de poemas en la colección me pareció excesiva, un maremágnum dentro del cual se perdía lo realmente valioso, es decir, ese puñado de poemas excelentes y repetidos hasta el hartazgo en antologías, revistas y publicaciones especializadas. Me pregunté, entonces, por qué esa promesa del gran libro no había tenido efecto en mí, sabiendo que Este es mi cuerpo es ya un poemario de culto, famoso por la precocidad de su autor y que debería absorber, con su solo prestigio, cualquier atisbo de vacilación. Sus temas nos resultan cercanos, es decir, los mecanismos de la convivencia familiar, el amor/desamor adolescente (y, por tanto, auténtico), el erotismo del autodescubrimiento corporal, la reflexión sobre el acto de escribir el poema, etc. Quizá todo se trate de una cuestión de sensibilidad, como si para leer ciertos libros uno debiera calzarse unas gafas, y los cristales de estas gafas tendrían que estar calibrados para adecuarnos al espíritu con el que fueron escritos los poemas. Alguien podría decir que si el poema no logra eso sin ayuda de esas gafas imaginarias, entonces no ha conseguido su propósito; yo quiero creer que fue culpa de mi expectativa, de lo contaminado que estuve o estoy de otras lecturas.

Foto: Editorial Pesopluma

Más de veinte años después, Cruzado ha dado a la imprenta una nueva colección titulada No he de volver a escribir (Pesopluma, 2019). Se trata de un libro dividido en tres secciones, las cuales muy bien podrían haber sido publicadas por separado, ya que se nota la distancia que existe entre una y otra, la evolución de su escritura, el desplazamiento de temáticas, aunque sobrevive en ellas ese tono amateur, desinteresado de la afectación poética -lo dice el autor por boca del personaje de sus poemas: «No soy poeta/ No he estudiado para esto/ No he ido a talleres para esto/ No es mi profesión ni mi oficio» (Ars, pp.107)- ese humor y vocabulario adolescentes, referencial en su escritura. La primera sección, Libro de los días, es la más próxima a Este es mi cuerpo. Muchos de los poemas son evocativos de la infancia, reflexiones sobre el quehacer de los padres y cómo cada gesto, cada acción, va encontrando, en el futuro, una forma de manifestarse y revelar un nuevo sentido. Así, un día feriado, por ejemplo, es un motivo para reflexionar no solo en las batallas de los grandes héroes de la patria, aquellas cuyas pormenores (o anécdotas) son conocidos por todos y pueden hallarse al abrir hasta el más elemental libro de historia, sino también es pretexto para mirar el entorno más cercano y advertir las luchas cotidianas de los padres, sus derrotas silenciosas y el efecto de todo esto en la sensibilidad del hijo. Si en Este es mi cuerpo parecía que la balanza se inclinaba a favor de la madre, es decir, a su estudio, a su indagación, en No he de volver a escribir parece inclinarse a favor de la figura paterna:

Papá andaba

Enfrascado en interminables y

Solitarias batallas

Tambaleándose por las noches

Desde mi lecho lo oía tropezar y

Arrojar exhausto sus armas

Pero nunca me atreví a saltar

A su encuentro para

Preguntarle si

Había

Triunfado (Los Héroes, p. 35)

Por lo menos una decena de poemas incluidos en esta sección tienen el encanto y ese inexplicable virtuosismo con el que Cruzado sabe conmover al lector, a la manera de los poemas más celebrados de su primer libro. En efecto, no es poco lo alcanzado, y el lector que esté esperando retomar la emoción adolescente de Este es mi cuerpo, ese buen pulso para dibujar una escena cómica por ingenua, encontrara acá un buen lugar donde cebarse con aquel estilo ligero pero de una profundidad desoladora. En eso podría radicar el impacto de Cruzado en las nuevas generaciones de lectores, en su capacidad para crear un personaje que emplea un lenguaje prosaico para construir la belleza de sus revelaciones, una actitud que también podemos reconocer en la prosa de juventud de Martín Adán o de Reynoso, en la poesía de Luis Hernández, con la diferencia de que Cruzado hizo suyo un lenguaje, una entonación deudora de la década de los noventa y puede decirse que incluso ahora sobrevive parcialmente, no como una reliquia sino más bien como testimonio:

De mi adolescencia

Recordaré tan sólo

Un objeto que cambiaba de tamaño

En mi mano:

Un lápiz o mi falo

Y una puerta que jamás crucé

En el piso unos poemas arrugados

Y en el pecho

Un corazón

Que se extendía

Y volvía a arrugar

Después de escribir (El adolescente, p. 59)

En otros poemas encontraremos una estrategia similar a la empleada por Watanabe en cuanto a la estructura; se inserta una anécdota de juventud, plagada de detalles que hacen destacar una historia, es decir, hay una intención narrativa, de representación de la realidad, luego de la cual se da paso a una metáfora que funciona como remate, como enseñanza que alcanza su forma final en el presente y se revela a través del poema; muestras de esto son Los colores o Las muertes:

Yo ahora me estoy agarrando

Fuerte hermanita bien fuerte

Sin caerme

Como tú desde pequeña decías

Que hay que hacer (Las muertes, p. 81)

Por último tenemos los poemas que remiten al acto de la escritura, un tema que, al parecer, está asociado a la fase primigenia de Cruzado:

Una rosa que sangra

Puede diluir la poesía

En el mar

De una gota

Puede apagar el

Incendio del mundo antes

Que llegue a encenderse

Y hasta

Con infinita ternura puede

Ahogar a la Muerte

Pero no puede

Dejar de sangrar (Rosa para un suicida, p. 102)

La segunda sección, Libro de las horas, presenta los primeros cambios significativos. Los poemas ganan en extensión de versos (algunos, incluso, se convierten en una suerte de prosa) y se introduce el tema de la paternidad, algo que en la sección anterior ya podía vislumbrarse, por ejemplo, en Lira (dedicado a la hija del poeta y que emplea una configuración semejante a «*» o a «Poema escrito en una máquina de escribir», ambos incluidos en Este es mi cuerpo):

Mi hijo me lleva de la mano a la salida de

Su escuela y me conduce hasta la casa

Para que el sol no nos derrita compramos cual

Talismán unos helados que se van haciendo agua

Mientras él me informa de sus guerras mundiales

En el patio de recreo hoy por la mañana (Dos de la tarde, p. 135)

Es posible que al lector le quede claro el simbolismo de presentarse esta sección como un recuento de cada hora del día. Aquí, el insomnio y la vigilia son dos estados de hiperconsciencia en los cuales se echa a andar una máquina introspectiva que hace un recuento del presente, con algunas escalas en el pasado y algunas suposiciones del futuro. Ya no estamos ante la mirada juvenil de la sección anterior, sino se nos muestra lo tortuoso del mundo adulto y sus complicaciones, sus responsabilidades, padecimientos y deudas. Son numerosas las alusiones al paso del tiempo y la imposibilidad de asirlo sin resultar vencido; por eso, el discurso intenta advertir (prácticamente en cada uno de los poemas) sobre lo valioso del ahora, sobre su inmediata caducidad:

Disfruta un instante

Este instante inaudito (Seis de la mañana, p. 126)

Como si un reloj loco

Gobernase el tiempo (Nueve de la mañana, p. 130)

Como todas las tarde yo

Recogeré las sombras y

Me alcanzará para seguir

Viviendo

Cada noche (Tres de la tarde, p. 137)

Y resta solamente una hora

Para este cotidiano

Fin (Once de la noche, p. 149)

El tiempo, además de ser una abstracción relativizada por la percepción y materializada por el mecanismo de un reloj, es también desperfecto corporal, aviso de una degeneración parcial y síntoma de la adultez. En los poemas de esta sección el cuerpo es el aviso del transcurrir; las funciones fisiológicas, alteradas, marcan un horario alterado, muy diferente a la sincronización de la juventud. En «Dos de la mañana» es la hipertrofia de la próstata lo que ocasiona el desorden y da cuenta de una perdida vitalidad sexual, imagen reveladora que marca distancia, otra vez, con la imagen adolescente y despreocupada. El último poema de esta sección reafirma la progresiva derrota del cuerpo, aunque la tristeza se intercambia por humor para que el poema no naufrague en el patetismo:

Ya no es mérito controlar

El esfínter

Aún a medianoche

En la oscuridad más

Absoluta

Acabo de defecar y

Estoy

Solo (Medianoche, p. 150)

El tiempo y su consumición es también el tema central de Libro de los años. Un par de peculiaridades la distancian de la sección anterior. La primera sería formal, pues aquí se aprecia una fluidez en cuanto a la sucesión de versos, organizados en largas estrofas que parecen contener una retórica interrogación sobre la palabra y como ésta es una forma de defensa contra lo efímero. La segunda sería una visión menos oscura del paso del tiempo, al cual se antepone el poema como producto del transcurrir, así como se inserta la imagen del agua corriente y su tradicional vínculo con el cambio, con la velocidad, con la renovación:

El agua es como el tiempo

Lo que discurre sin sosiego y también se encharca

El hervor que enciende y la frialdad más lóbrega

El océano o la tempestad o la gota

Fluido que no cesa hasta que se evapora (II, p. 156)

Es posible que en estos poemas se nos revele un Cruzado con un dominio más nítido de esa extraña capacidad que tiene para descubrirnos las mismas cosas con diferentes recuerdos y ejemplos, con evocaciones de su siempre latente estado de juventud, el cual parece una fuente inagotable de metáforas, invenciones quizá de su talento como poeta. Es notable, nuevamente, ese estilo desprolijo en apariencia, el flujo de un lirismo desbocado, en este caso, al punto de hacerse más notoria la ausencia de puntuación, por ejemplo, la inapelable continuidad de ideas que parecen ser, por sí, una imagen desprendida del concepto del agua y su decurso. Es entonces, según veo, cuando el poema alcanza una pureza ya distinta a sus poemas clásicos, algo equivalente a un nuevo orden en su poética, como si la intuición del adolescente que fue encontrara un pulso desconocido, menos sensiblero, que prescinde de lo vacío de los juegos de palabras o la jerga accesoria, para centrarse en trasmutar una emoción en versos de justa cadencia y fraseo:

Aquí estoy

Como un sonso

Me preparé para todo

No para el tiempo

Ni para el agua

Que trajo y se llevó cosas

Sumergió algunas y sacó otras al sol

De charco en charco

Un charco ha emergido a la superficie de otro

Y como ave de corral

Bebe hipnotizado del borde del poema (VI, 164)

Foto: Editorial Pesopluma

El brillo, la resolución de esta sección es un aviso también del paso del tiempo y propone un ejercicio de contraste. A pesar de la autorreferencialidad en todos los poemas de Cruzado, creo que la del tramo final de No he de volver a escribir contiene a las anteriores y también a Este es mi cuerpo, de una forma que solo la vida vivida y experimentada consigue hacer incontestable. Es posible que otros valoren más el llamativo brillo de sus primeros poemas, evidencia de su precocidad e instinto poético; ello que tiene que ver mucho con el mito del poeta joven como promesa, como especulación afrodisíaca. Tal cual dije al principio, la sensibilidad orienta las lecturas y divide las opiniones, nos imanta de manera selectiva, predisponiendo nuestro gusto hacia ciertas propuestas. Yo me decanto por este último libro, por su última sección.

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Datos del libro reseñado:

Lizardo Cruzado

No he de volver a escribir

Editorial Pesopluma, 2019

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