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Difícil trabajo

Margarita Saona y las zonas intempestivas

Por Christian Elguera

Las narraciones de Margarita Saona en La ciudad en que no estás nos adentran en un mundo de acontecimientos intempestivos. El primer punto a destacar es esa mirada minuciosa que traza una atmósfera absurda, pero de forma sutil. Con absurdo me refiero aquí a las apariciones de escenas y momentos imposibles que, sin ser fantásticos propiamente, terminan enrareciendo el espacio y la vida de sus personajes. Esto sucede, por ejemplo, en ese cuento donde una niña come relojes (“Comehoras”) o en aquel otro texto donde una pareja aprende a convivir con ranas y un cocodrilo (“Pruebas”). Mencionemos también esa historia donde comienzan a caer del cielo miles de aves, desmembradas, en el invierno (“Los pájaros”). En dichas páginas, se aprecia un control narrativo para jugar con el suspenso, retener información y dejar al lector con una sensación de misterio.

Se percibe también una minuciosidad en la forma de mirar: los personajes y las voces narrativas se centran en lo imperceptible. Esta atención se vuelve en muchos casos ominosa o perturba una presunta tranquilidad. Allí están los peces inquietando a la protagonista de “Acuario”. Allí están los conejos que se multiplican en una casa y, en claro guiño a Julio Cortázar, se vuelven un símbolo de lo perecedero. Vale detenerse en la intertextualidad con el famoso cuento cortazariano “Carta a una señorita en París”. Mientras el escritor argentino nos sumerge en un aire lúdico, donde la amenaza nunca se materializa debido a dosis de humor o exageración, vemos que en “Cartas con conejos” estos animales se convierten en símbolo de la muerte: no son alegorías sino cuerpos que revientan en el granizo del invierno recordando la proximidad de la hora final.

Saona traza su propio bestiario. En cada cuento, el animal no es un adorno, sino que se torna signo de una realidad aciaga. No se llega a una descripción de lo animal en sí, pero las referencias a cocodrilos, pájaros y conejos son avatares de lo desconocido. Su presencia en los cuentos tiene más de extrañamiento poético antes que una lógica narrativa. Los animales se vuelven una especie de borde entre el trasiego cotidiano y el recuerdo de una amenaza siempre presente. Pero, en La ciudad en que no estás, lo amenazante se presiente también dentro de la propia carne. No son pocas las escenas en hospitales, las referencias a cuerpos enfermos, presas de ansiedades y temores en cada resquicio. Y en esa angustia hay un modo de vida que organiza una propia rutina, sin la cual el propio ser podría desaparecer. En “Miedos, III”, la protagonista muere en el momento preciso en que logra liberarse de sus temores.

Y también las mismas palabras pueden volverse en contra de quien escribe. Tenemos ese castillo de palabras que producen laberintos y solo conducen a los abismos. En el relato “En morir del cuento”, las palabras se tornan heridas y desgarros insoportables. Posiblemente, debido a esta concepción de lo escrito, la autora ha buscado experimentar con diversas piezas cortas. La brevedad narrativa significa siempre un riesgo. Aquí solo hay dos alternativas: el cuento breve, aforismo o microrrelato, deja un impacto en la lectoría o queda como una anécdota que luego se olvida. Saona reconoce este riesgo y salpica el libro con narraciones brevísimas que no siempre logran impactar. Sin embargo, en ese trajín, también aparecen textos notables como “La llave”, “Telepatía”, “Insomnio I” y “Otro tren”. Estas piezas breves nos ayudan a percibir el sentido del título de esta colección. Como demuestra Gérard Genette, hay toda una poética en el arte de escoger un título. Elegir un paratexto es una decisión que abre o cierra mundos. La ciudad en que no estás nos permite atisbar el ritmo de los desencuentros. Por un lado, puede percibirse que la autora ha buscado entender el desencuentro a partir de amores distantes o imposibles. Por otro lado, como lector, he percibido el desencuentro en esa retahíla de chascos, frustraciones e impotencias que van surgiendo. Nunca estamos “donde” y “cuando” debemos estar. El cuerpo se pierde a sí mismo, nunca llega a ningún encuentro, se desfragmenta y contradice como sucede en “Recuerda”. Las piezas breves que he indicado nos permiten una posible lectura de este desencontrarse. En “La llave” leemos:

¡Encontré la llave!

El problema es que ahora no puedo encontrar la puerta.

Por su parte, “Insomnio I” nos presenta estas líneas:

– Haga lo que haga no consigo dormir.

– No es cierto –contestó la lechuza. Si lo fuera, no estarías hablando conmigo.

La ambigüedad de no encontrar salidas a pesar de superar un obstáculo; la incerteza de estar durmiendo o despierto. Estas contradicciones se hacen aún más tangibles en “Distopía I”. Ante una plaga de palomas, los habitantes de una ciudad consideran que la mejor solución es usar halcones para eliminar dicha peste. En adelante, se logra eliminar el problema, pero cada día se vuelve una visión grotesca de palomas desparramadas en las aceras, tanto es así que leemos: “Hay que andar con cuidado para no embarrarse los zapatos o resbalarse, y acostumbrarse a sentir los restos de palomas bajo nuestros pies”.

No siempre el tono romántico es el mejor logrado del libro. No obstante, en “Desequilibrios”, encontramos un ejemplo claro de los desencuentros. En este texto, se entrecruzan ese estilo absurdo que comenté al inicio y un halo de ternura que acrecienta el chasco final. La protagonista se enamora de un equilibrista que vive trajinando entre los edificios, sin nunca tocar el suelo. Cuando ella decide imitar la vida del equilibrista, con tal de seguirlo, este simplemente desaparece. Asimismo, “no estar” es una desazón que también tiene matices violentos, tal como percibimos en “Aprendiz de bruja”. Una mujer ha invocado a un viento que, en un comienzo, es fascinante en su belleza y energía, pero que luego se convierte en una vorágine. En contraste con el texto “Dijo basta”, apreciamos que “Aprendiz de bruja” describe las agonías de la violencia de género mediante alegorías de la naturaleza. Así, en la parte final, leemos: “ He invocado al viento y ahora vive en mi casa. Pero una tormenta espera agazapada en las esquinas”.

Finalmente, no estar en algún lugar es también extraviarse. Al respecto, valga mencionar el cuento “Objetos perdidos”. La protagonista nos confiesa que tiene una colección de utensilios perdidos de toda raigambre: medias, aretes, fotografías. Su labor cotidiana es ordenar ese cúmulo de cosas que a nadie interesa. En el momento final, ella se reconoce a sí misma como alguien que ha perdido su ser o una parte de su cuerpo. Perderse o perder algo es otra forma de no estar en una ciudad. Atendamos así esta declaración: “Solo, de vez en cuando, me pregunto si esa que fui anda tan tranquila con ese vacío en el pecho o si, por lo menos, de vez en cuando, echa de menos su corazón”.

Foto: archivo de la autora

Los desencuentros, los extravíos, las pérdidas no acontecen de manera abrupta. No se trata de un desorden que remece o destruye, pero sí delinea zonas intempestivas que dejan huellas, cicatrices encarnadas en muchos de los personajes. Una mirada, un detalle minúsculo, presencias aparentemente imperceptibles se convierten en fuerzas que aturden, despersonalizan, descolocan a los protagonistas que atraviesan estas páginas. Más allá del espacio familiar, del amor hacia otros amantes, lo intempestivo siempre surge en la propia carne y así dejamos de ser el mismo ser, el mismo cuerpo.

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Datos del libro analizado:

Margarita Saona

La ciudad en que no estás. Cuentos reunidos

Cocodrilo Ediciones, 2021

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Reseñas de libros

El marxismo gótico de Xavier Abril

Por Alex Hurtado

La vanguardia histórica en el Perú es un campo que se configura desde lo conflictivo. La premisa beligerante está en las bases de su concepción, como respuesta a una ofensiva tanto política como letrada. Intelectuales y líderes como José Carlos Mariátegui señalan que «en el mundo contemporáneo coexisten dos almas, la de la revolución y la decadencia»[1], demostrando el carácter conflictivo del mismo; otros como Víctor Raúl Haya de la Torre añaden que «la unión de los trabajadores manuales e intelectuales para esta lucha, en un gran frente de acción contra el imperialismo y contra las clases dominantes […] es indispensable»[2], estableciendo así en el rol protagónico a los artistas en la lucha revolucionaria. El momento histórico de la vanguardia, por tanto, no es un espacio uniforme, estático, sino que se complejiza de acuerdo a las luchas por el poder que se llevan a cabo allí.

En ese sentido, la crítica literaria que se ocupa de este momento ha sido injusta al considerar a Xavier Abril, continuamente, como un poeta monolítico, como el poeta del Alba y el introductor del surrealismo en el Perú. Estos roles configuran una imagen contraria a la fugacidad y beligerancia estética y política que conlleva situarse en la vanguardia y sobre todo a un poeta e intelectual que en Difícil trabajo escribe: «A cualquier esfuerzo y mito que me sea enemigo, opongo mi palabra, puesto que mi vida exígeme tal lucha»[3]. Este inconformismo rebelde, azuzado por la prédica mariateguiana y reflejado en su constante participación en Amauta y otras revistas de la época, moviliza en su ser social los postulados necesarios para encumbrar una obra irreverente, producto de la confluencia de ideologías y estéticas revolucionarias. Ante la inmovilidad de la academia literaria frente a esto, Christian Elguera escribe y publica El marxismo gótico de Xavier Abril: El proceso disolvente y germinal en El autómata (Ediciones MYL, 2020), el primer libro íntegro acerca del autor.

Si entendemos la vanguardia como proceso es imprescindible también comprender a sus autores del mismo modo: como el producto de un incesante proceso de tomas de posición ante determinados hechos. Es en ese mismo sentido que se explica a Xavier Abril en este libro, como un artista ubicado entre coyunturas impactantes y específicas: «Solo de esta manera podremos comprender a El autómata como parte de un conjunto y como resultado de una evolución ideológica-estética» (p. 32), señala el autor. De esta manera, encuentra que en el poeta sucede una convergencia gradual de ambas posiciones: mientras Difícil trabajo se sitúa en la noche surrealista y en Descubrimiento del alba logra mostrar una voz abrileana plena de alba, Elguera propone que en El autómata existe una ósmosis entre el surrealismo y el socialismo sintetizada en el marxismo gótico. Es decir, el libro sobre el que centra su comentario es un tránsito entre el lúdico surrealista y el poeta puro y esteticista.

El investigador propone al marxismo gótico, en diálogo con los postulados de Margaret Cohen y Michael Löwy, como una categoría que cohesiona «un estilo mortuorio (que resalta el lado oscuro de la modernidad capitalista […]) y un estilo vital (que refleja el proyecto surrealista y socialista de un nuevo tipo de humanidad)» (p. 30). Es decir, por un lado, es una crítica al modelo capitalista y sus implicancias sociales a partir de «los mundos etéreos o fantasmáticos» que ofrece el surrealismo y, por otro lado, una propuesta de superación y germinalidad desde el socialismo y la utopía revolucionaria. El trabajo, por tanto, reparará en aquel principio que destaca en la concepción de las vanguardias históricas peruanas: una revolución integral y no esteticista, en el sentido de ser un tipo de arte desligado de su contexto social. En ese sentido, la investigación de Elguera responde a la finalidad de «terrenalizar la crítica literaria, para abandonar: el análisis formal, el dato exacto de dónde caminó o vivió el autor, la búsqueda esteticista de lo poético en clara distancia con materias coyunturales de raíz socio-política» (p. 23).

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Por ello, y luego de realizar un estado de la cuestión en el que confronta las lecturas previas de la obra y desarrollar la construcción autorial e intelectual de Xavier Abril desde sus conflictos internos y sociales, propone dos niveles de lectura para la obra: el nivel mortuorio y el nivel vital, que confluyen en estilos narrativos. Estos dos estados, como ya hemos señalado, confluyen en El autómata para sintetizar la propuesta del marxismo gótico. Ambos serán estudiados desde dos perspectivas: por un lado, la sociología de la literatura de Pierre Bourdieu permitirá, desde un punto de vista más amplio, contextualizar la obra en diálogo con la lucha de fuerzas que ocupan el campo literario de inicios del siglo XX. A partir de ella el investigador realizará un análisis de las ideas a nivel estético e ideológico que están en constante confrontación en el imaginario de la época y que posibilitarán la toma de posición de Xavier Abril. Por otro lado, la semiótica tensiva permitirá el análisis específico de la obra en tanto su gradualidad de estilos narrativos. Esta metodología, además, posibilitará establecer cuál de estos dos estilos es el que predominará en el texto y que planteará la propuesta autorial. Asimismo, se vale de determinadas herramientas de la narratología, especialmente del análisis paratextual que, junto a un trabajo de archivo, posibilitará establecer al texto en la categoría de novela poemática con la que se aleja de los postulados novecentistas y entra en consonancia con las propuestas vanguardistas producto de esta crisis epocal.

El estilo mortuorio refiere al predominio de lo gótico entendido, en relación con la tendencia surrealista, como «las descripciones de la enfermedad y la muerte, la construcción de espacios opresivos» (p. 136) sumados a «las isotopías de muerte, oscuridad, cerrazón que ululan esta novela poemática» (p. 135). Todo ello interviene en la construcción de un «autómata abrileano», propuesta alejada del paradigma fantástico pues este «es producto de un contexto socio-político, un símbolo de la deshumanización en el régimen burgués-capitalista» (p. 158). Aquí, Elguera identifica, desde las posibilidades ofrecidas por su metodología, cuál es la toma de posición de Abril en este libro: la configuración de estos espacios opresivos a través de una estética determinada, en este caso la gótica, y de un autómata que se distingue de las creaciones de sus contemporáneos son estructurados de tal manera que incentiven «la acción y la solidaridad revolucionaria de los lectores» (p. 154). Es decir, el libro no se detiene en el goce estético, sino que advierte un problema en la realidad sobre el que es necesario actuar.

De esta manera, Abril postula además un estilo vital construido sobre los preceptos del mito mariateguiano, «a partir de metáforas orientacionales superiores, pero excluyendo la significación religiosa» (p. 247). Así, mientras el estilo mortuorio presenta un esquema decadente, el estilo vital «se caracteriza por la tonicidad de esquemas ascendentes, vinculados con la obtención de valores trascendentales: vida, voz, novedad, etc.» (p. 199). Este segundo estilo se construye como un proceso, un tránsito hacia la posibilidad de la construcción de la utopía socialista que guía los principios ideológicos del autor: El autómata es un germen para la revolución, una posibilidad. Esto se entiende por la cualidad de final abierto que posee la obra, pues el autor e intelectual vanguardista «nos invita a mantener la resistencia frente a los poderes del capitalismo, recordándonos nunca cejar nuestra lucha creativa y política contra la muerte» (p. 258).

Entre los méritos del libro de Elguera destaca la construcción de un marco metodológico que no abandona el texto a analizar ni el espacio contextual en el que se sitúa el autor como figura intelectual. Además, es un trabajo que reconstruye el campo literario de la época y las fuerzas que participan de él. Así, el análisis no se detiene en El autómata, sino que considera las otras obras del autor y las de sus contemporáneos que influyen en la estructura estética e ideológica. Destacamos, también, el significativo aporte que realiza en criterios bibliográficos, pues es el primer trabajo orgánico acerca de la obra de Abril. En ese sentido, celebramos el acierto de Ediciones MYL que, junto a otros proyectos editoriales, amplía el corpus crítico de nuestra literatura con la inclusión de jóvenes investigadores y lecturas novedosas.


[1] Mariátegui, José Carlos (1986). El artista y la época, p. 16.
[2] Bergel, Martín (2019). La desmesura revolucionaria. Cultura y política en los orígenes del APRA, p. 80.
[3] Abril, Xavier (1935). Difícil trabajo. Antología, p. 60.