Categories
Comentario sobre textos Reflexión Reseñas de libros

Reseña: 1821. El año de la esperanza del Perú (2022) de Alejandro Neyra

El año de la independencia

Por Omar Guerrero

1821. El año de la esperanza del Perú (Ediciones B, 2022) del escritor peruano y diplomático Alejandro Neyra (Lima, 1974) es un libro de temática histórica que se conjuga con la novela debido a la recreación de diálogos -a modo de ficción, pero muy cercano a lo que en realidad se pudo haber dicho-, además de incluir las deducciones o pensamientos -también cercanos a la realidad- de los principales protagonistas de la gesta de la independencia del Perú. El libro transcurre durante un periodo de tiempo de un año, precisamente el año 1821. Aunque, para ser más exactos, empieza con un capítulo titulado «1820, año 0», donde se presenta a su personaje principal: José Bernardo de Tagle y Portocarrero, conocido también con su título nobiliario de marqués de Torre Tagle, cuya imagen corresponde a la portada del libro en mención. En 1820 Torre Tagle regresa a Lima después de haber vivido en España realizando diversas labores, primero en las Cortes de Cádiz, y luego realizando negocios personales que afianzaron su fortuna, reafirmando -a la vez- su título familiar de marquesado iniciado por su abuelo desde 1732.  

El 8 de agosto de 1820, Torre Tagle sale de Lima rumbo a la costa norte como nuevo intendente de Trujillo. En el camino intenta reconocer ciertos poblados y personas como parte de este territorio llamado Perú que seguía siendo colonia de España. Sus deducciones son como las de cualquier criollo noble de buena posición. El 24 de setiembre de ese mismo año, Torre Tagle juró fidelidad a la Constitución de Cádiz de 1812 como una forma de obediencia al virrey Pezuela. Por esa misma fecha, le confirman la noticia de que ya hacía tres semanas que el general don José de San Martín, el libertador, había desembarcado en la bahía de Paracas con varios soldados argentinos y chilenos como parte de su tropa, a los que luego se sumaron varios esclavos negros peruanos con la idea de lograr la tan ansiada libertad. Es a partir de ese momento que los rumores de la independencia empiezan a sonar cada vez más fuerte. Estos rumores se confirman el 27 de noviembre de 1820 cuando San Martín juró la independencia desde el balcón de una casa en Huaura. 

Después de los acontecimientos en Huaura, empiezan las correspondencias entre San Martín y Torre Tagle con el único fin de llegar a un acuerdo ante la necesidad de una independencia. En una carta fechada el 2 de diciembre de 1820, Torre Tagle acepta la invitación de San Martín de apoyar la causa libertadora, por lo que realiza un par de maniobras políticas que terminan por confirmar su decisión. De esta manera se desenvuelven los primeros pasos de la independencia del Perú. El autor así lo testifica:

La independencia de Trujillo, así como en tantos otros casos, literalmente se escribió primero en una correspondencia entre hombres de palabra que poco a poco iban decidiendo el destino de la libertad para los peruanos… (p. 27)

La independencia de la ciudad de Trujillo se llevó a cabo el 29 de diciembre de 1820 con Torre Tagle a la cabeza y con el apoyo de una parte de las tropas de San Martín que llegaron un día antes a Huanchaco para darle su respaldo. Ese día se declaró a Trujillo como la primera ciudad dentro de territorio peruano en obtener la independencia. Así es como se especifica:

En Huanchaco, a donde el 28 de diciembre había llegado la goleta Constanza con parte de las tropas de San Martín, aquel mismo 29 muy temprano habían partido al exilio el exobispo y una decena de españoles; mientras, la ciudad se preparaba para escuchar las palabras de Torre Tagle y ver un hecho sin precedentes en territorio peruano. Por primera vez, se arrió la bandera realista y fue reemplazada por aquella de paños triangulares rojiblancos, ideada por San Martín y bordada por las delicadas manos de damas trujillanas. (p. 33)

Una situación similar se vivió en Piura el 4 de enero de 1821 sin la presencia de Torre Tagle ni mucho menos de San Martín. Igual se celebró durante dos días y sus noches con mucha chicha, aguardiente y pisco. Ese era el inicio del año 1821 cuando ya se escuchaba el grito contundente de libertad.  

Lo que sucedió ese año ya es conocido en buena parte por muchos, sobre todo en el Perú: el virrey Pezuela huye de Lima por Chorrillos en dirección a España; La Serna asume el mando realista y se refugia en la sierra, precisamente en Cusco; San Martín llega a Lima y declara la independencia del Perú el 28 de julio, a su vez, también declara el día siguiente de este acontecimiento como día festivo patriótico; al mismo tiempo, el libertador se asume como protector del Perú hasta que se determine su futuro político o sus nuevos gobernantes. San Martín también funda la Biblioteca Nacional del Perú porque estaba totalmente convencido de que para forjar una nueva nación era necesario tener como referencias los hechos escritos del pasado, que, a su vez, propusieran ideas para establecer un futuro. Parte de esta fundación fue donar sus propios libros. Y mientras todo esto ocurría, entran a tallar otros participantes (o personajes) que la historia oficial no los ha tomado en cuenta. La presencia de estos nombres sí es un punto a favor en el libro de Neyra, pues aquí aparecen o se les hace mención, sobre todo a las mujeres, cuyo apoyo fue fundamental para la independencia, incluso desde antes como es el caso de Maria Valdizán, quien murió valientemente en Pasco en 1820 ejecutada por las tropas realistas. Otros nombres femeninos que se pueden citar son los de Rosa Campusano o Mariana Echevarría de Santiago y Ulloa, esposa de Torre Tagle. Por otro lado, el capítulo dedicado al himno nacional y el protagonismo de Rosa Merino resulta magnífico. También se citan personajes transgresores y, a la vez, tradicionales que existieron en esa época, pero que quedaron fuera de la historia oficial como es el caso de Juan José Cabezudo (aquí Neyra comete un pequeño error al llamarlo con el nombre de José Luis)[1]:

De entre los que se colocaban en el portal de Escribanos, a pocos metros del palacio virreinal, había un jovencísimo vendedor de tamales de nombre José Luis Cabezudo -quien poco a poco se venía haciendo el maricón más famoso de Lima-, que vendía las mejores viandas envueltas en cubiertas de maíz, al tiempo que prodigaba en zalamerías a los hombres que se acercaban y de chanzas hirientes a las mujeres que se atrevían a reclamarle algo. (p. 61)

Otros personajes sobresalientes en esta historia real son Bernardo de Monteagudo, quien siempre acompañó a San Martín en su expedición libertadora y que, incluso, fue parte de las decisiones políticas de los días que siguieron a la independencia. Este personaje también tomó relevancia en nuestra historia por haberse convertido en la primera víctima de un asesinato que nunca se esclareció y que bien podría adjudicarse a un asesinato político pero que terminó mezclándose con las indagaciones de un asesinato pasional (1825).[2]

Otro punto resaltante del libro es la constante mención de Lima como una ciudad donde sus habitantes pueden mostrar una completa hipocresía y hasta una total hostilidad sin dejar de lado su conservadurismo. Así es como se detalla:

-[…] Los limeños somos veletas que seguimos los vientos de la novedad, pero, en el fondo, preferiríamos que todo siga igual mientras pudiésemos conservar nuestros privilegios.

-Eso puede ser cierto. No he encontrado en Lima la convicción de los chilenos, por ejemplo.

-Ha llegado usted al centro conservador de lo que alguna vez fue un gran imperio. Vivimos anclados en el pasado. Las tradiciones peruanas son más fuertes que los deseos de quienes queremos la verdadera libertad para nuestros ciudadanos… (p. 84).

El autor le dedica luego un capítulo que titula «Hipocresía», sobre todo al describir al comportamiento de la prensa limeña, la élite académica y de la aristocracia de esos años:

El frío agosto estuvo lleno de manifestaciones de cariño auténticas, y muchas otras que dejaron en San Martín el sabor agridulce de saber que todo aquello que veía y vivía en el Perú no era más que una pantomima por parte de quienes pocas semanas antes lo trataban de monstruo infernal o terror de dios en las páginas de El Depositario, el más procaz de todos los medios de prensa en el Perú, dirigido por Gaspar Rico y Angulo; era aquel un comerciante devenido en periodista, pero principalmente en difamador y especialista en manchar honras de cualquier peruano siempre que sus ideas se opusieran a lo que quería su amo de turno -en este caso, La Serna, a quien acompañó con su propia imprenta en su huida de la capital-.

[…] Estaba seguro de que no podría confiar por mucho tiempo en aquellos miembros de la élite académica o en los aristócratas que, tras denostar por meses a la escuadra libertadora, habían corrido raudos a firmar el acta de independencia del cabildo, y, finalmente, lo perseguían llenándolo de lisonjas y solicitudes. Lima era una ciudad hipócrita, se lo habían advertido, pero nunca pensó que pudiese serlo de tal modo. (pp. 95-96). 

Finalmente, llama bastante la atención la forma de pensar y hablar del mismo Torre Tagle al referirse a sus compatriotas ya liberados, quienes «supuestamente» deberían tener los mismos derechos que cualquier peruano. Su título nobiliario y sus antecedentes sociales y familiares, como se mencionó al inicio de este texto, lo hacen caer un prejuicio que poco a poco se va haciendo evidente:

[…] Lo cierto es que aquello siempre le había llamado la atención, la cantidad de pueblos de indios tan diferentes entre sí que se agrupaban en el virreinato, con nombres y costumbres distintos, con vestidos y usos diversos. ¿Todos ellos conformaban también el Perú? ¿Todos esos indios podrían llamarse alguna vez peruanos como pregonaban quienes querían verlos -y reconocerlos- como hombres libres? (p. 20).

Este prejuicio sale más a la luz en las conversaciones que tiene con el mismo San Martín:

-Cuando hablamos de libertad no podemos limitarla, marqués, espero que se entienda bien eso. Yo no vine a darle la libertad solo a ustedes, los que manejan los hilos del país. El verdadero cambio es el que involucra la libertad para todos los hombres y mujeres nacidos en estas tierras. Si no llega a comprender eso, estaremos muy lejos de la independencia real del Perú.

-Los cambios seguramente son justos y necesarios, protector, pero creo que nadie está dispuesto tampoco a hacer que se den de la noche a la mañana.

-¿Cree usted que los indios o los negros no quisieran cultivar sus propias tierras, y dejar de sufrir el castigo de crueles látigos y de las broncas cadenas que le imponen sus dueños? ¿Qué no quisieran hablar sin reparos como lo hacemos aquí, nosotros, al aire libre, y no tener que cuchichear sigilosos en sus barracas y en las cocinas, en los potreros y en las chacras?

-Por supuesto que eso quisieran. Libertad tras la revolución, y la tierra para sus hijos. Y quién sabe qué podrían hablar si tuvieran el suficiente seso para hacerlo…, pero creo también que un cambio radical en este momento podría quitarle a usted el favor de los comerciantes y de los nobles que esperan mantener sus privilegios.

-¿Eso piensa usted también, marqués? ¿Que los indios y los negros son incapaces de pensar y de merecer el goce de una vida que nosotros, los blancos y criollos, sí podemos? (pp. 99-100)

Este prejuicio trasciende al final en un innato racismo por parte de Torre Tagle al darse sus últimas conversaciones con el libertador:

-Es la tiranía del mérito, don Bernardo. ¿No lo cree así? Tiene miedo de que los negros, indios y mestizos, elijan por su propio destino. Pues le digo que llegará el día en que incluso ellos puedan tener ese derecho…

-Creo que falta mucho para ese entonces… y, en cualquier caso, prefiero no llegar a ver un día como ese. Imagínense que estos esclavos -dijo refiriéndose a dos negros que estaban un poco más allá, esperando una orden de los señores- pudieran sentarse a la mesa con nosotros y discutir aquí sobre qué es lo mejor para ellos. Eso es contrario a las leyes naturales. Recuerden Haití… (p. 122)

Alejandro Neyra – Foto: El Comercio

No es tan descabellado pensar que ante estas muestras de execrable racismo junto a la hipocresía de los limeños haya uno de los tantos motivos para que San Martín tomara la firme decisión de irse cuanto antes del Perú sin concretar la independencia en todo el sentido de la palabra. Lo que sucedió después también es conocido, aunque valdría la pena recordarlo en más de una ocasión, ya sea a través de la extraordinaria pluma de Neyra o de otros autores. En cuanto a Torre Tagle, no hay duda de que, como personaje histórico, su loable actuar por la independencia quedó ensombrecido por sus taras y prejuicios. Quizá por eso terminó falleciendo de la manera como sucedió su muerte, lejos de su título nobiliario y de su fortuna familiar. 

Conclusión: este libro es una lectura necesaria para todos los peruanos, especialmente para nuestros escolares y/o estudiantes, sobre todo para sentir orgullo por nuestros verdaderos héroes de la independencia, sean nacionales o extranjeros, y para no repetir los mismos errores ni arrastrar las mismas taras ni prejuicios.

*****

Datos del libro reseñado:

Alejandro Neyra

1821. El año de la esperanza del Perú

Ediciones B, 2022

Puntaje: 4.5/5


[1] El nombre correcto de Juan José Cabezudo es mencionado en el libro La Mariscala de Claudia Núñez: «De todos los personajes maricas de la plaza central, el más concurrido será el puesto de Juan José Cabezudo, un cocinero negro que será la estrella más brillante de la escena travestida limeña. Cabezudo es descrito con un cuerpo amplio, de barriga prominente y beneficiado por la genética de no poseer pelo en la cara» (p. 88).  

[2] Este asesinato fue motivo para que Ricardo Palma escribiera la tradición «María Abascal» donde presenta a Bernardo de Monteagudo como un hombre con una fuerte debilidad por las mujeres.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *