Carlos Eduardo Zavaleta (Caraz, 1928)

Escritor, ensayista, traductor y periodista cultural. Miembro notable de la Generación del 50, es profesor de la Facultad de Literatura de la Universidad de San Marcos. Ha tenido además una prolífica carrera diplomática, y es autor de numerosos libros. Entre los más conocidos están: Los Ingar; El Cristo Villenas; Un joven, una sombra; Pálido, pero sereno, entre otros, por los cuales ha ganado significativos premios.

 

 

 

 

 

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Cinco cuentos brevísimos (inéditos)

por Carlos Eduardo Zavaleta
 
 

Los cuentos que presentamos a continuación son cuentos inéditos del escritor peruano Carlos Eduardo Zavaleta. Fueron seleccionados del total de 25 que conforman el libro, próximo a editarse, Relatos brevísimos.

La envidia
El abrazo del oso
Amor paralelo
Mesas sucesivas
El montañista


EL ABRAZO DEL OSO
(Tiempo estimado de lectura: 3')

Vi el más tremendo y cruel abrazo de oso en una civilizada calle de Miraflores, y no se trataba de un circo, ni tampoco había un oso.

El más alto de los alumnos del próspero colegio Champagnat tenia por costumbre, a la hora de salida, el llevarse del cuello a otro alumno. Iba como a la cabeza de un desfile alegre, ruidoso, de otros alumnos que le aplaudían por la presa que llevaba consigo. La presa podía ir más o menos colgada, tratando de respirar, pero sin negarse jamás al estrecho y peligroso abrazo de quien en verdad era el amo del colegio. La presa podía enrojecer por el camino, dar de grititos menudos, patalear un poco por el temor a la asfixia, pero de ningún modo podía zafarse de aquella muestra de extraña y honorable intimidad.

Al llegar a la Diagonal, el oso y su presa eran saludados por otro grupo de curiosos, y así, con un cortejo más poblado aún, el desfile avanzaba hacia el Malecón Balta.

La presa, en sus pataleos, lograba de vez en cuando pisar el suelo y dar de saltitos; era su modo de aflojar un poco la fuerza del abrazo y sentir una bocanada de aire; sin embargo, pese a su buena voluntad, no evitaba que su cara empalideciera cada vez más, y así mostraba luego los primeros signos de incomodidad. Pero seguía en su prisión, digna y sufrida, contribuyendo con sus pataleos al éxito del desfile.

Hasta que en la esquina de Berlín, el muchacho colgado emitió un largo graznido, movió varias veces la cabeza y gruñó para librarse de la asfixia mortal.

Molesto, ofendido, el enorme alumno de los desfiles lo tiró al suelo y le puso un pie encima, triunfante.

—¿Qué te pasa, idiota? —le increpó—. ¡Te estoy haciendo un favor al pasearte por lo alto! ¿Crees que me faltan candidatos? ¡A ver, a ver! ¿Quién quiere colgarse de mí?

—¡Yo, yo, y yo! —varios alumnos menores que él daban de saltos y pedían prenderse del oso.

© Carlos Eduardo Zavaleta, 2003 descargar pdf

 

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