Ésta es la más clara correspondencia con la desintegración social que percibe la clase media en la década de los ochentas, en la que prevalece una tendencia a la entropía, un viaje hacia el caos desarticulador de valores e instituciones integradoras que anula la seguridad y hace de la incertidumbre una forma de vida

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Subjetividad oficial: Exilios, desintegraciones y otros. Una lectura de la crisis social en la narrativa breve limeña de los ochentas

 

Sin embargo, si la representación de la conciencia criolla nos revelaba –en las obras de Ribeyro o Bryce Echenique– constantes como el escepticismo, la resistencia de clase o la desconfianza hacia el otro (los nuevos ricos provincianos que desplazaban a los limeños tradicionales o la nueva elite burguesa que desplazaba a los añejos oligarcas, respectivamente), son otras sensibilidades sumamente hostiles las que los diferencia de los narradores de los 80s. Sin duda, la mayor de todas, es la clausura de la comunicación. En Ribeyro como dice Rondinel, los personajes armados de sus valores tradicionales intentan, pese a sus dificultades y frecuentes fracasos, “la búsqueda de la propia identidad en el otro, el interlocutor” (69). Sus desencuentros no les impide la voluntad de entenderse en un nuevo espacio social. Esto explica, por ejemplo, que autores como el mismo Ribeyro o Enrique Congrains documentaran el cambio que las migraciones estaban produciendo en las periferias limeñas. Por oposición, en los 80s, un periodo en el que la explosión demográfica y el gran rebrote del éxodo andino (20) puso en el debate público esta nueva realidad, el mundo subalterno de las barriadas convertidas en ‘pueblos jóvenes' apenas existe por omisión.

Por lo pronto, ningún escritor oficial se interesa por el contexto de sus extramuros, y su negación resulta sumamente sintomática. Al respecto, la radicalización de la incomunicación con el otro, al punto de negarlo, se corresponde con la subjetividad que ha producido un orden simbólico alterado a través de lo que García Canclini denominó ‘hibridación'. La tensión se traslada a la ciudad de un modo más profundo que el observado en los años cincuentas; las barriadas no son ya sólo espacios ocupados en las periferias sino modos de pensar e interactuar que afectan, progresiva e irreversiblemente, la economía y la cultura del país. En estas tres décadas de transformación, la oposición clásica entre los represent antes del Perú ‘oficial' y el ‘otro Perú' (21), ha dejado de ser alejada y, por lo tanto, cómoda e invisible. Lima se ha convertido, en pocos años, en un “macrocosmos nacional a pequeña escala”, y la tensión generada a partir de la proximidad que han producido la migración y el proceso de hibridación en marcha, se materializa en la subjetividad de las clases altas y medias a través de un sentimiento de rechazo, una resistencia de clase ante la amenaza del otro.

El fenómeno de la insularidad está relacionado directamente no con el reconocimien to de esta alteridad, sino con la compren sión repentina de que, como clase social, ahora son los sectores oficiales quienes se han constituido en una nueva minoría. En el ‘nuevo rostro' que asoma tras la transformación de Lima, el otro no es sólo abstracción –como lo fuera en el Perú oligárquico–, ni es un fenómeno naciente que merecía documentarse –como en la men talidad de la Generación del 50. Es ahora una realidad más compleja que se ha convertido, casi literalmente, en “el monstruo del millón de cabezas” de Enrique Congrains. Este hecho trastoca el concepto de marginalidad, haciendo que sea la clase media quien asuma su propio espacio marginal dentro de la nueva metrópoli. En tiempos de modernidad “los reductos de la vieja dominancia se retraen ocupando un espacio cada vez más disminuido (…) afloran los islotes culturales de la élite, que antes representaron la continuidad de las tradiciones criollas y mestizas coloniales, pero ahora, se rinden a patrones europeos o norte americanos de la sociedad post-industrial” (Matos Mar, 104).

De regreso al relato de Valenzuela, no es extraño por eso que Marion rompa cualquier nexo con el exterior y se refugie en el pasado que representa la casa familiar en ruinas. Fuera, lo exógeno, lo ajeno, la hace sentir vulnerable y “desprotegida, completamente sola en un mundo que la atemoriza” (44). Al transgredir los valores tradicionales con el incesto, fuerza un simulacro de realidad y se condena voluntariamente a un aislamiento definitivo, alejada de los ojos censuradores de la sociedad. Esta relación endogámica puede leerse, así, a través del elitismo propio de la época que propició una evasión en la clase dominante, con un explícito rechazo hacia lo popular. “Cambiar a veces resulta más difícil que aprender a vivir” (43), afirma la protagonista. Y esta certeza, en el fondo, parece fortalecer su decisión final lejos de propiciar una reacción objetiva que la haga abrirse al mundo. Vivir en el autoengaño (vestida con el viejo traje de su madre y convertida por lo tanto en su burda imitación), o mejor, insertarse en la burbuja exclusiva de una ciudad que ya no es la misma, pero en la que pretenden –en términos de Bourdieu– seguir viviendo, es mucho más fácil que cambiar mentalidades y promover aperturas inclusivas. Después de todo, aun el circuito literario en que estas obras circulan durante el periodo (vigente y mucho más afianzado en la actualidad) expresa visiblemente esta suerte de endogamia autárquica. Replicado entonces simétricamente el concepto de homogeneidad con que Cornejo Polar describiera la literatura de la Generación del 50 –en la que “todas las instancias del proceso literario”, es decir, su producción, el texto resultante, su referente y su sistema de distribución y consumo, se movilizan y confluyen “dentro de un mismo orden sociocultural” (1982: 72)– se trata también de una literatura producida por y para un mismo sector urbano, y por lo tanto de un monólogo que habla de referentes y horizontes de expectativas comunes.

Pero estas evasiones, como vimos en el capítulo anterior, no otorgan la estabilidad deseada en el mundo ficticio. La sensación de vulnerabilidad que manifiestan en su exposición al exterior, muchas veces sobrepasa las barreras de su aislamiento conformista, tal y como podemos interpretar las venganzas que alteran el orden del burgués en los cuentos de Cueto. Si en “La venganza de Gerd” la perturbación se genera por el silencio impersonal que la joven viajera entrega a su padre negado, en “La otra” es dada por una carta, un mensaje que interpela de manera unilateral e irreversible, pues se trata del mensaje de una persona muerta. De este modo, las venganzas que alteran y paralizan la comodidad del personaje burgués nacen de la incomunicación misma, de un diálogo clausurado, imposible entre personajes que callan lo que deberían decir y que dicen cuando ya no hay posibilidad de respuesta. Que el ‘otro' venga con un mensaje para el que no hay contestación –resaltemos aquí el hecho de que Cueto ‘culpe' o ‘vengue' las deslealtades, la falta de moral por encima de la traición, a través de mujeres extranjeras, es decir, a través de una otredad implícita, y que el narrador (desde su posición central en la diégesis) sea castigado, paralizado precisamente cuando su falta de moralidad lo ha posicionado en una situación de prosperidad que no le produce conflictos, revela mucho más de lo que dice. Esta incomunicación, desde luego, se corresponde con la relación claramente no dialógica que existió en la sociedad limeña de los años ochenta. En el clima de desconfianza al que contribuye la violencia, pero que se genera sobre todo porque el Perú oficial no tiene intenciones de integrar al otro. En un estado en que la migración se constituye en un mensaje unilateral, gente que ha llegado a las periferias, acortando las distancias de la indiferencia, para hacerse oír en igualdad de condiciones o por lo menos en una situación de cercanía que vengue la exclusión con su presencia, ahora incómoda, antes permanentemente negada.

Hay algo inevitable en la formación de los niños, algo que beben de nosotros y que es la suma de nuestros defectos. Algo que intuitivamente los atrae y condena: una reproducción de aquello que los padres más odiamos (133).

Estas palabras del narrador de “Después de mi padre” (1991) (22) reproducen plenamente otra característica de la relación “parental” corroída por la crisis, planteada ahora desde una insularidad de tipo existencialista. La introversión que clausura definitivamente cualquier relación con lo exterior, con cualquier vínculo afectivo y que eleva, hasta un punto máximo, el escepticismo con un nihilismo que sólo puede ser resuelto con la autodestrucción. En estos casos específicos, seres incapaces de interactuar, comunicarse y resolver conflictos, optan por el suicidio como única solución posible. Esta representación máxima de la desintegración social, a través de la auto-desintegración, revela el espíritu deshumanizador que se halla tras este falso arropamiento social y representa la incomunicación más extrema posible que es, finalmente, la muerte. Así, perdida la fe en las instituciones –como vimos en el capítulo anterior– e incluso en el ser humano, la fatalidad brota a tal punto que termina por configurar el fracaso como un estigma. Por eso el padre de este relato decide suicidarse (y con él, ‘suicidar' también a su hijo) abriendo la llave del gas: busca una muerte “silenciosa” que se corresponde con el deseo de la no-comunicación, en tanto la realización de ésta, tras el abandono de la madre, sólo puede condenar al hijo a repetir el destino paterno; la comunicación es el medio por el cual se traspasa este mal hereditario, razón de sufrimiento y miseria, un círculo vicioso sin posibilidad de remedio excepto por la disolución de la estirpe maldita.

“Caballos de medianoche” (23) se anticipa en algunos años a esta anécdota, pero en su caso el suicidio del padre no se justifica; la evasiva de los motivos, elípticos, sigue a pies juntillas la teoría del iceberg de Hemingway (a quien Niño de Guzmán toma como una influencia casi tutelar) y hace de los lectores partícipes de la misma clausura de la comunicación que, bajo la apariencia de inofensiva charla, poco antes ha acontecido entre padre e hija. El escamoteo o el abierto silencio que expresan esta comunicación fracturada queda claramente enunciada así, no sólo en el estilo sino también en la poética misma del autor. El abandono físico y moral que se manifiesta en el padre, perturbado por el abandono conyugal, no se refleja en las escenas que se reproducen en el penthouse que lo cobija; por el contrario, la calculada, progresiva preparación que lo llevará al suicidio (y al asesinato de su hija) narra desde la objetividad de los diálogos y la mirada distante del narrador una crisis velada, apenas sugerida, pero cuyas causas están negadas en definitiva tanto para la niña condenada a muerte como para los lectores que lo descubren en las últimas líneas. La casa aquí funciona como un refugio final pero en un sentido inverso: este ámbito privado le permite la ejecución de su crimen, lejos también de los códigos éticos o legales de una sociedad en la cual ha dejado de creerse.

IV. Coda

Dada la brevedad de esta exposición frente a la complejidad y extensión del tema, he procurado plantear grosso modo un acercamiento comprensivo al trabajo de algunos de los principales autores oficiales de los 80s (Alonso Cueto, Jorge Valenzuela y Guillermo Niño de Guzmán) (24), así como a las estructuras significativas en las que dichos representantes de la clase media tradicional insertan, como sujeto colectivo, su nueva subjetividad social. Mien tras el orden simbólico no se recompone (es decir, tentativamente, hasta 1992, cuando el Perú ingresa abiertamente a la economía de mercado), todos ellos están inscritos en un pe riodo de aislamiento, transitorio y ‘enfermizo', que nos recuerda en lo esencial a la etapa decimonónica del decadentismo francés. Como afirma Calinesce (1991), frente a los periodos de crisis se produce siempre un necesario ejercicio de autoconcienciación que lleva al pleno entendimiento de lo que se percibe como un periodo de decadencia. Este cuestionamiento también, a través de la literatura, puede servir para explicar procesos de estructuración, moti vados por la supervivencia colectiva de una clase dominante. A mi entender, es lo que documentan estos escritores, y el conjunto de su obra puede leerse, como afirmaba Goldmann, no como un reflejo mecánico de lo acontecido en esa larga década, sino como un instrumento de toma de conciencia que ha terminado por ‘perfeccionar', a través de sus poéticas, la sensibilidad de toda una conciencia colectiva criolla alterada por el escepticismo, el aislamiento y la incomunicación. Esperamos que estos esbozos preliminares alienten, como señalé al iniciar este ensayo, un debate que incorpore el periodo de los ochentas a las agendas de discusión contemporáneas, y que esta dialéctica nos permita entender mejor lo que esta etapa de transición significa aún para nuestro futuro.

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Notas

(20) En 1940 el 17% de la población peruana vivía en áreas urbanas y el 65% lo hacía en zonas rurales de la sierra. Estas cifras se permutan de una manera excepcional y ya para 1984 es el 65% de la población la que habita en zonas urbanas. Para este mismo periodo, asimismo, la población peruana se había triplicado. Matos Mar, 1984: 43-46.

(21) Sin duda alguna, la obra de Matos Mar, Desborde popular y crisis del Estado (1984), fue la más influyente entre las publicadas en dicha década. El nuevo escenario urbano, entendido a partir de un dualismo estanco, enfrenta una dicotomía cultural entre lo ‘oficial' (la cultura criolla dominante) y lo ‘popular' (los ‘nuevos limeños' de origen andino). Estos últimos, en un pronóstico más emotivo que objetivo, estaban llamados a ‘regenerar' la ciudad, desbordando leyes e instituciones inoperantes, a la manera en que los bárbaros europeos absorbieron a la exhausta y decadente Roma imperial.

(22) Publicado por primera vez en La soledad de los magos (1994). La cita proviene de la versión incluida en La sombra interior (2006).

(23) Niño de Guzmán, Guillermo. Hueso húmero N.º8 (1981: 38-45).

(24) Por motivos de extensión, lamentablemente tuve que dejar de lado los interesantes trabajos de Carlos Schwalb, Mariella Sala y Pilar Dughi, los que sin duda complejizan y por lo mismo enriquecen la explicación de este periodo.

 

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