El arte de leer a Gabriel Garcia Marquez (Gloria Macedo)

Luna llena, de Miguel Almeyda (Miguel Ángel Vallejo)

Kafka en el jardin, de Murakami (Jack Farfán)

Lo propio y lo ajeno (Rafael Ojeda)

Bonitas palabras (Alberto Villar)

Punto de fuga (Cynthia Campos)

El huevo de la iguana (Giancarlo Stagnaro)

Seres Millonarios. Eva Perón: melodrama, cuerpo y simulacro (Augusto Carhuayo)

Pelando la cebolla (Claudia Salazar)

 

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Primeras Palabras

por Alberto Villar Campos

 

Francisco Izquierdo Quea
Bonitas Palabras
Lima, 2007. Mundo Ajeno Editores. 101 páginas.

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“¿Cómo puede cambiar de pronto lo que uno se propone para sí? ¿Cómo entablar juicios de valor cuando todo carece de rumbo, cuando nada parece tener valor?”. Desde el primer párrafo de “Zapatos”, el relato inicial de “Bonitas palabras”, Francisco Izquierdo Quea (Lima, 1980) dibuja en el lector una idea simple pero a la vez categórica que enmarca como quizá ninguna otra el espíritu de su primer libro. Tanto aquí como en sus otros cuentos, la idea de lo desangelado, del destino que ha sido producto de un crecimiento infausto, aciago, de un presente forjado a partir de las ausencias y las derrotas, es la razón de ser de sus personajes-víctimas, aquellos seres creados a la medida de una ciudad y un tiempo en el que nada parece tener ni el brillo ni la consistencia de antaño.

Debido a ello, el conjunto de narraciones que presenta el autor intenta aproximarnos al pasado desde ángulos distintos y sugerentes. A través de, por ejemplo, la mirada álgida de un hombre que ha llegado a un punto muerto en su vida y que empieza, casi por inercia, como si estuviera frente a un gran espejo y no tuviera otra salida, a preguntarse cómo fue que eso sucedió; o de los pensamientos de un tipo que habla y parece concluir que un partido de fútbol, la política y las mujeres son casi la misma cosa después de todo (“Yo creía. Creía mucho. Pero todo empezó a quedar allí”, pp. 44); de una fantástica elegía al padre ido a través de un viaje que resulta oscuro y al mismo tiempo deliciosamente cinematográfico; o del complejo universo y la confrontación con los sinsabores de las ideologías de siglos pasados: esta es la materia prima sobre la cual Izquierdo Quea estructura pequeños pero contundentes homenajes al extraño vacío que significa, en muchas ocasiones, el presente.

La irreparable sensación de no poder o querer hacer nada para remediar lo que ahora somos es una de las claves más sugerentes de Bonitas palabras. El azar, tan insípido como entrañable, es el arma escondida de estos cuentos que, sin embargo y felizmente, no llegan a compararse a esas tibias personificaciones del limeñísimo ‘beat’ al que tantos escritores nos tenían malacostumbrados hace sólo algunos años.

Tal vez porque lo que hay detrás de ellos es un narrador de metas claras: exigente en cuanto a lograr un estilo diferenciado para cada uno de sus relatos y metódico en cuanto a establecer estructuras acordes con sus temas (presentes en las milimétricas y, por ello mismo, eficaces descripciones en los cuentos donde se retrata la fragilidad de la niñez o el desencanto de la adolescencia; la agilidad y la gracia verbal en aquellos que hablan de hombres buenos pero perdidos: “La guapa” es un ejemplo perfecto; o el tono acronicado de los textos que nos recuerdan ciertos episodios significativos de la historia del país).

Otro aspecto que no debe perderse de vista en Bonitas palabras es la prosa. Izquierdo Quea ha creado un libro cuyo valor pasa también por la buena escritura, por esa perceptible ausencia de metáforas y simbolismos (salvo en “Los cuervos”) que hubieran podido fácilmente restarle eficacia al fondo y, de igual modo, a la forma de los textos. Sin embargo, es en dicha virtud donde también reside una de las flaquezas del libro. “El niño en casa” (pp. 55), por ejemplo, es un relato prescindible escrito en tercera persona, donde el descubrimiento y la abrupta pérdida del primer amor de infancia es tratado con demasiada relevancia y haciendo uso de un lenguaje nutrido pese a no llevar, ciertamente, a ningún lugar, como esos recuerdos que bien podrían seguir viviendo solo en nuestras cabezas pues son episodios tan insignificantes que el mundo entero podría también contártelo y nada pasaría.

No obstante ello, y pese a su brevedad, el libro debut de Izquierdo Quea destaca por su planteamiento coherente en cuanto a la estructura y el estilo, por el trabajo armonioso tanto del autor como del editor que se respira en sus páginas, y por ese turbio pero sublime sentimiento de empatía que queda luego de experimentar por un instante con las vidas de unos personajes tan atractivos por lo que no terminan de decirnos. En los vacíos que estos dejan en los relatos –o sería mejor decir en los secretos que el narrador omite con buen tino– es en donde cada uno de ellos se ve especialmente potenciado, al igual que una pregunta que jamás acabará de responderse. He allí la literatura.

 

 

© Alberto Villar Campos, 2008

 

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