El
comienzo de una revista siempre implica planteamientos,
proyectos y entusiasmos. El Hablador
nace, de este modo, como una apertura hacia la producción
textual, la creatividad y la discusión de temas
fundamentales para el quehacer literario contemporáneo.
Esta
pretensión, aunque pueda parecer un lugar común,
surge de un interés que a nuestro juicio resulta
imperativo en la actualidad: la difusión de
las poéticas; esto es, los modos particulares
de concebir lo literario y sus manifestaciones. La
búsqueda de este goce textual implica también
un afán por imaginar modos alternativos de
hacer literatura, de escribirla y también de
pensarla a partir de ella.
Los
complejos intercambios entre la explosión mediática
y las tradiciones locales, aunque han creado distorsiones
considerables, deben ser leídos desde una perspectiva
crítica que no puede soslayarse. Una actividad
solitaria y, a la vez, fructífera como la escritura
necesita de esparcimiento, como usualmente se entiende
esta palabra en sus dos acepciones: tanto de dispersión
de significantes, pesquisa de sentidos a través
de la travesía interpretativa y comunicacional;
como de placer textual, distracción y ejercicio
de la imaginación gracias a la urdimbre de
la ficción.
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