Cuando
en las artes plásticas (dentro de las cuales
la pintura retratista desarrollada en las colonias españolas
en América, en los siglos XVI-XIX, es un caso
notorio) se insertan textos narrativos, difícilmente
alguien pensará que ese sector del lienzo es
literatura y no parte de la pintura.
Del
mismo modo, cuando en un texto literario se insertan
dibujos, podemos considerar a estos parte integrante
del texto literario, en especial cuando estas imágenes
no solo ilustran lo escrito, sino que agregan significado
al texto. El texto: imágenes y letras (éstas
últimas otro tipo de imagen al fin), debe ser
analizado sin discriminar las imágenes plásticas,
pues de lo contrario parte importante del significado
textual se pierde y el análisis resulta erróneo
por incompleto. Para ello, es conveniente tener en cuenta
el concepto de texto en sentido amplio que aporta la
semiótica moderna: en base a lo cual podríamos
definir al texto como toda aquella parte internamente
coherente o bien el todo de un segmento estructuralmente
codificado de la semiósfera.
La
primera forma históricamente documentada de transmisión
y conservación del conocimiento más allá
del habla y la memoria fueron las imágenes. Las
encontramos en las cuevas de Altamira, en los Templos
Egipcios, en los hermosos mosaicos de Rávena.
La polémica referente a las imágenes como
transmisoras de significado, es decir como texto, viene
desde principios de la edad media, en que un sector
de la Iglesia Católica propugnaba la utilización
de imágenes mediante lienzos, murales, esculturas
y aún las construcciones arquitectónicas,
para hacer llegar al pueblo analfabeto el mensaje bíblico.
Así se realizaron las grandes pinturas que representaban
las distintas escenas de la vida y pasión de
Jesús y se construyeron las catedrales que intentaban
con su magnificencia transmitir la sensación
que los autores de las Summas Teológicas tenían
de la excelsitud del Reino Celestial. Un sector contrario
del clero, planteaba sin embargo que ello desvirtuaba
el mensaje contenido en la Biblia, pues era imposible
que la imagen ilustrase en todas sus aristas el significado
del texto lingüístico.
Hoy podemos sugerir que el quid de este problema era
un equívoco: no es que la imagen deba copiar
el significado de la letra, sino que tanto imagen como
letra, texto plástico y texto lingüístico,
debían tener como un mismo referente, en este
caso, al mensaje por sus intérpretes aceptado
como divino. Es este el que constituido en signo en
sí mismo debía ser referente de la letra
y de la imagen, productores de un significado que haga
referencia a aquél, aunque sin copiarlo, pues
–y esto es algo que no podían conocer los
teólogos medievales– hoy sabemos que resulta
imposible expresar un signo en todas sus aristas desde
el momento mismo de que lo real entendido como aquello
existente es inaprensible. A lo más, podemos
percibir la realidad, esto es, un constructo mental,
aquello que de un segmento de lo real nos llega luego
de pasar por el filtro de nuestros sentidos y nuestros
códigos culturales de intermediación.
Dicho
lo anterior, resulta notorio y sintomático que
los retratos coloniales ya referidos son en sí
un texto con dos sectores diferenciados, pero que conforman
una unidad, un todo, y ni la imagen ilustra lo que dice
la letra ni la letra describe a la imagen, sino que
ambos hacen referencia –interactúan entre
sí y se complementan– a un signo común:
el personaje en cuestión, la letra proporcionándonos
datos como el lugar de nacimiento, cargos ocupados u
obras realizadas, la imagen mostrándonos su posición
social mediante la postura y la vestimenta, si era miembro
del clero o laico, dejándonos vislumbrar su psiquis
o al menos la percepción que de ella tiene el
artista en la escritura plástica que de la misma
realiza respecto a los ojos y facciones del rostro.
Por otra parte, también en los textos con una
presencia mayor de signos lingüísticos,
el lector de todas las épocas ha estado acostumbrado
a decodificar textos multimodales que deben interpretarse
teniendo en cuenta los diversos modos semióticos
presentes en él. Lo hacían los lectores
de aquellos códices medievales donde las letras
capitales eran acompañadas de hermosas miniaturas,
lo hace quien lee hoy un periódico con su mixtura
de fotos y letras, en que incluso a veces la foto es
la que carga con la mayor cantidad de significado y
es apenas acompañada de escasas líneas
de lengua escrita.
Resumiendo lo hasta aquí indicado, resumimos:
- Evitamos
denominar ilustraciones a las imágenes plásticas
que acompañan el texto escrito, ya que no ilustran
lo que dice este último si no que dicen ellas
algo que se complementa con lo expresado por la letra.
-
Muy frecuentemente los textos son una conjunción
multimodal de imagen plástica y letra y así
deben ser analizados.
-
No se debe perder de vista que aún la letra
es imagen, y eso lo notamos cuando vemos a alguien
preocupado por el tipo de letra, incluso el espacio
en blanco del texto, en los márgenes y el interlineado,
es imagen generadora de significado, como tan contundentemente
nos lo demostró Mallarmé.
Ahora
bien, tomando lo dicho como punto de partida, entremos
al tema que nos ocupa, la Literatura Infantil. En ella
las imágenes plásticas han estado presentes
desde sus inicios. El primer libro escrito para niños,
Orbis sensualium pictus, del obispo Jan Amos
Komensky, data de 1658 y contenía profusión
de imágenes plásticas acompañadas
de texto escrito en latín y lengua vulgar. Lo
mismo sucede con Histories ou contes du tempes passé,
de Charles Perrault, publicada en 1697 y en el mismo
siglo XVII ya se editaban en Gran Bretaña unos
folletos denominados Chap book antiguos precedentes
de las actuales historietas. A partir de entonces es
casi imposible encontrar un libro para niños
en que imágenes lingüísticas e imágenes
plásticas no interactúen entre ellas y
con el lector. Por supuesto este tipo de lectura multimodal
para un niño es normal e indeliberada. Pasemos
ahora a algunos ejemplos.
En la novela La loca de las bolsas, una magnífica
fábula de terror gótico para niños
escrita por Jorge Eslava y con imágenes plásticas
de Sandro Guerrero, ambos peruanos, en una página
se muestra lo siguiente:
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Las
últimas líneas del texto lingüístico
dicen: “Ella sonrió, lo puso al lado
de su rostro y entre sus abundantes bucles, él
pudo leer...” y luego la imagen donde una
mano con dedos largos y puntiagudas uñas
negras, signos estos nada tranquilizadores sostiene
una botella en la que se aprecia una calavera y
dos huesos cruzados, clara señal de peligro
mortal y en la etiqueta de la botella escrito: “Mantenerse
fuera del alcance de los niños”. Para
el lector que sabe que el contenido de la botella
le va a ser dado a ingerir al protagonista infantil,
está claro que esta imagen como toda parte
de un texto literario, se halla saturada de significados. |
Las
últimas líneas del texto lingüístico
dicen: “Ella sonrió, lo puso al lado de
su rostro y entre sus abundantes bucles, él pudo
leer...” y luego la imagen donde una mano con
dedos largos y puntiagudas uñas negras, signos
estos nada tranquilizadores sostiene una botella en
la que se aprecia una calavera y dos huesos cruzados,
clara señal de peligro mortal, y en la etiqueta
de la botella escrito: “Mantenerse fuera del alcance
de los niños”. Para el lector que sabe
que el contenido de la botella le va a ser dado a ingerir
al protagonista infantil, está claro que esta
imagen como toda parte de un texto literario, se halla
saturada de significados. Se evidencia aquí una
intrincada relación letra-imagen plástica.
Por un lado esta imagen agrega significado a la letra
que la precede en la hoja y a su vez la letra se inserta
en la imagen y le agrega significado a ésta.
El
ejemplo que sigue es tomado de la novela Las aventuras
de Pinocho, de Carlo Lorenzini, más conocido
por el seudónimo de Collodi. Si bien la primera
edición de 1883 posee dibujos de Enrico Mazzanti,
son los dibujos de Atilio Mussino, de la edición
florentina de 1911 los que se harán famosos y
es uno de ellos que citamos aquí.
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En el texto que precede
a la imagen en la página anterior leemos
estas líneas: “Pero la casita blanca
ya no estaba. En su lugar había una lápida
de mármol en la que se leían en letras
mayúsculas estas dolorosas palabras:”De
inmediato apreciamos en el dibujo a Pinocho con
el rostro notoriamente compungido y gestos corporales
de anonadamiento ante una blanca lápida y
dentro del marco de la misma las letras que dicen:
“Aquí yace la niña de cabello
azul muerta de dolor por haberla abandonado su hermano
Pinocho”. |
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