Una
palabra bastará para sanarse. Patafísica.
No está incluida en el diccionario de los mortales
ni es un tecnicismo enrevesado. Patafísica. Memorice
el término. Incorpórelo a su respiración.
Hágalo parte de sí. Es lo más loco
y genial que haya parido la literatura.
Alfred
Jarry fue un francés nada convencional que satirizó
la sociedad de su tiempo —esa misma sociedad que
Proust caricaturizaría posteriormente—
a través de la figura del padre (pére)
Ubú, emblema de la monstruosidad y la ignorancia.
Ubú, como muchos ya lo han señalado,
puede ser uno de nosotros y esconder su amplia panza
(¡cuernoempanza!) debajo de la nuestra.
Pero, después de
un siglo de constatar su amena existencia, ¿qué
más se puede glosar sobre la patafísica?
¿Qué otra perspectiva se puede añadir
a lo ya escrito, dicho, visualizado o gritado?
“La
patafísica es la ciencia de las soluciones imaginarias
que simbólicamente confiere al lineamiento las
propiedades de los objetos descritos en su virtualidad”.
La patafísica está en Ubú e incluso
antes que fuera enunciado. Para muestra un botón:
ya en tierras americanas había patafísicos,
como el autor del himno nacional uruguayo, Francisco
Acuña de Figueroa, que a comienzos del siglo
XIX compuso el poema experimental “Salve multiforme”,
dirigido a la Virgen María. Dicho poema admite
95 mil 464 x 1057 lecturas posibles. Mucho antes de
la disposición de la página en blanco
de Mallarmé y los caligramas de Apollinaire.
Rostros
trinos
Así nos va. La patafísica
es creación a partir de otra creación,
lenguaje hecho de reminiscencias; e impregnada en el
resto de la obra literaria de Jarry y sus sucesores,
lo que a su vez le devuelve aristas de distintas reverberaciones
significativas. Jarry, Ubú y Faustroll son el
rostro de una trinidad que invoca a la disonancia, la
etimología, lo lúdico y la risa como únicas
devociones que deben ser tomadas seriamente. Porque,
como diría Julio Cortázar, citando a Man
Ray, “lo serio y lo no serio son lo mismo”.
Esto es la suprema aspiración
poética de Jarry: llegar a un punto en que lo
uno y lo otro son efectivamente correspondientes, y
se reconcilian. “Mierdra” —la primera
frase profesada por Ubu— y absoluto, lo profano
y lo sagrado, el amor y la obscenidad, la vida y la
obra se separan y se fusionan por principios de atracción
y negación. Hacia la búsqueda de estos
principios se orienta los buenos oficios de la patafísica,
hecho de excepciones que constituyen “la”
ciencia. Descabellado, puede ser, por lo que ello implica:
una constante subversión de los fundamentos simbólicos
e ideológicos de la tan mentada “realidad”,
de ese compuesto proteínico que los periódicos
y la televisión recomiendan para el fin de semana.
La desmitificación del arte —de la literatura,
en particular— y la entrega total a los poderes
de la imaginación y la voluntad lúdica
son los indestructibles baluartes de la patafísica.
Muchas
tendencias literarias y artísticas actuales no
se hubieran podido desarrollar en nuestra época
sin el valioso aporte de Jarry y sus sucedáneos:
dadaístas, surrealistas, el denominado “teatro
del absurdo”, la transvanguardia. El Colegio
de Patafísica se fundó en 1950 gracias
un grupo de sátrapas trascendentales y eximios
curadores que prosiguieron el legado ubuesco, como Louis
Irinée Sandomir, el barón Mollet, Jacques
Prévert, Raymond Queneau, Georges Perec, Max
Ernst, Noël Arnaud, Boris Vian, Eugène Ionesco,
Alphonse Allais, Henri Salvador e Italo Calvino. Muchos
de ellos formarían también el Oulipo.
Hasta la “ciencia de lo particular” influye
en algunos postulados del psicoanálisis lacaniano.
Por otro lado, es precursor de los discursos anarquistas
que inspiraron la movida punk a fines de la década
de 1970. Incluso el padre Ubú fue tomado para
bautizar grupo
new wave estadounidense del mismo nombre.
En
un valioso artículo, Michel
Arrivé ha explicado mejor que nadie los orígenes
de aquella intuición que Jarry, en Gestos
y opiniones del doctor Faustroll, denomina “la
ciencia de las soluciones imaginarias”. En ese
sentido, uno puede realmente valorar la verdadera trascendencia
de una corriente fundamental de la literatura contemporánea.
No nos engañemos: durante muchos años
se le pidió a la literatura, sobre todo a la
latinoamericana, ejercer una función eminentemente
política: mostrar un mundo de ficción
que abordara los problemas reales y concretos de nuestro
continente. Sin embargo, aplicar este imperativo a toda
la literatura escrita —y ejercer juicios de valor
a partir de este criterio— se nos antoja como
un precepto estalinista. Pues bien, la patafísica
nos muestra que otra literatura, sin necesariamente
romper palitos con la anterior, sino simplemente invirtiendo
los paradigmas en sana simbiosis, es posible y, más
aún, necesaria. En una época en que los
escritores cerraban filas en torno a una ideología
determinada, derecha o izquierda (la violación
que no cesa, siguiendo a José
Adolph), las combinaciones poemáticas o narrativas
se asemejan a las dosis de aire o luz requeridas para
un claustrofóbico.
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