Antonio
Gálvez Ronceros
Cuaderno de agravios y
lamentaciones
Lima: Fondo Editorial de la Universidad Nacional Mayor
de San Marcos, 2003.
________________________________________________
El
oficio de un escritor suele enlazar una prolijidad creativa
con el número de libros publicados a lo largo
de su carrera. Ante ello, pido tomar esta premisa como
aparente, pues como sabemos, en nuestro entorno, el
pobre mercado editorial otorga escasas posibilidades,
pésimas remuneraciones y desalentadores resultados
para el autor. Esto, a pesar de la apertura de nuevos
fondos editoriales y de otras opciones eficaces para
publicar un libro; pero sin asumir hasta ahora que el
problema aquí va más allá de soluciones
inmediatas, requiriéndose en sí, para
el Perú, de una política editorial.
Podemos
conjugar esta breve introducción con el caso
de Antonio Gálvez Ronceros (Chincha, 1932). Si
bien su larga trayectoria como narrador ha dejado el,
para muchos, corto legado de tres libros de cuentos
––Los ermitaños (1962),
Monólogo desde las tinieblas (1975),
Historias para reunir a los hombres (1988)––,
la calidad en su obra se ve reflejada en los distintos
gustos e impresiones de sus lectores. El humor, la oralidad,
el ambiente rural, son solo algunos elementos inmersos
en los relatos de Gálvez, los mismos que implican
la confrontación de dos polos opuestos, enraizados
en distintas jerarquías: ricos y pobres, corruptos
y honestos, explotadores y explotados. Frente a esto,
Cuaderno de agravios y lamentaciones ––su
cuarto libro de cuentos–– desarrolla los
hilos conductores usuales en Gálvez; sin embargo,
la creciente muestra de la experiencia cotidiana en
una sociedad abruptamente descompuesta, se denota en
esta publicación en un contexto netamente urbano-citadino:
algo en cierta manera extraño, refiriéndonos
a la obra del autor.
Once
son los relatos que componen Cuaderno de agravios
y lamentaciones. En ellos, el autor alterna la
participación de narradores homodigéticos
(protagonistas) y heteriodegéticos (tradicionales);
esto dentro del contexto de, como ya adelantamos, la
ciudad. Aquí es donde es conveniente señalar
otro factor de alternado en la obra de Gálvez:
el mismo hecho de situar la narración en un contexto
urbano ha implicado que estos relatos posean un distinto
tipo de lenguaje, en relación al utilizado por
el autor en sus anteriores libros. Así, la cuota
insigne de la tradición oral ha sido ligeramente
desplazada, sin perder las cuotas de humor, los elementos
de cotidianeidad y el carácter didáctico,
usuales en Gálvez. Bajo esta óptica, en
el libro sobresalen notoriamente los relatos “El
homenaje y la brújula”, “Siete y
media”, “El cumpleaños del director”
y “Reyes y mendigos”.
En “El
homenaje y la brújula”, quizá el
cuento más logrado de este libro, aparece el
personaje de Castro Harrington, un ambicioso director
de la Unidad Escolar Bartolomé Mitre quien planea
establecer semanalmente en el colegio un inusual homenaje
a un país determinado. Así, en medio de
la extrañeza latente entre docentes y alumnado
esta serie de homenajes se realiza, consecutivamente,
todos los viernes del año. Aquí es donde
entran a tallar el juego de voces, emanado por los alumnos;
juego que delata características y costumbres
engorrosas dentro del centro educativo: inescrupulosos
profesores, juegos de azar, abusos por doquier. Es decir,
nos encontramos frente a una perspectiva semántica
que se posesiona de sociolectos, y que se adhiere a
la dimensión ideológica moral del lector.
Con esto, el narrador heteriodegético enlaza
las distintas configuraciones de los personajes (director,
profesores y alumnos) para plantear los discursos sociales
de naturaleza ideológica, moral y hasta política.
Así, el nivel fraseológico de cada elemento
encauzado en este relato se predica con el discurso
de cada uno de sus personajes, creándose (por
intervención del narrador) una estrecha relación
entre la distancia de los mismos con la ironía
latente en todas la nociones de polifonía y dialogía.
La concepción
que más cerca está de posicionarse en
torno a una reflexión, dentro de los albores
de la narrativa realista, se circunscribe con “Siete
y media”. En este cuento aparece la figura de
un obrero dentro de un bus copado de hombres, obreros
como él. La angustia del personaje principal
aparece por apresurarse en pagar su pasaje antes de
que el reloj marque las siete y media, hora en que concluye
la vigencia del pasaje obrero ––esta angustia
parte, básicamente, por saber que no posee más
dinero––. Pero no lo consigue. Si asumimos
una perspectiva propia, un foco personal al leer un
texto literario, este no englobaría nuestra visión
a algo semejante al detalle meramente espectral. No,
la carga ideológica que plantea el discurso de
este cuento es, sin lugar a dudas, el eje fundamental
de toda la estructura narrativa: y de esto nos percatamos
en el desenlace, con la rotunda posición solidaria
de los pasajeros frente a la intención del cobrador
por hacer bajar al personaje principal. Así,
esta tipología perspectivista se acopla a nuestra
sola dimensión sensorial e ideológica,
dentro de la focalización y el vínculo
de valoración creado por el narrador. De este
modo, el sentido valorativo se establece como un juicio
frente al fenómeno social –dentro del núcleo
moral y práctico– que plantea este relato.
De igual
forma, los niveles de perspectiva ––para
el lector––, dentro de las amplitudes espacio-temporales,
parecen no restringirse hacia ningún ángulo
de observación limitado. Ese es el caso del relato
“El cumpleaños del director”, que
al igual que “El homenaje y la brújula”
nos presenta la degradación existente en un centro
educativo, y que también tiene su origen en las
radiantes ideas del personaje del director. Si asumimos
un nivel analítico psicológico, este relato
presenta un argumento sencillo: se acerca el cumpleaños
del director y este llama a su asistente para ver cómo
va la junta de dinero de parte del personal del colegio
a fin de comprarle un regalo de cumpleaños. Se
habla de disidentes, de profesores que no están
dispuestos a colaborar, a sabiendas que el director
ya compró el regalo por su cuenta y que solo
espera el reembolso del dinero. Así, retomando
de la idea de los niveles de perspectiva, estos abarcan
tanto el mundo exterior como interior, amparándose
a una percepción sensorial, en amplio sentido,
en todos los personajes. Las nociones objetiva y subjetiva
aparecen como particularidades en el texto, pues el
narrador incorpora a la visión de los profesores
disidentes la convergencia de una reacción a
partir de su propia concepción del mundo ––en
este caso nos referimos a la “medida” impuesta
por el director, a fin de obtener su regalo de cumpleaños––.
Y esto se denota al final del cuento, en la respuesta
que le dan al asistente: “¡Dile a esa basura
que se vaya a la puta que lo parió!” (p.49).
Por otro
lado, todo el transcurrir de un relato, desde cualquier
focalización de parte de la voz narrativa, desde
cualquier tiempo en que se sitúe la enunciación
y hasta la propia diégesis, no supone invariabilidad
en cuestión de estratificación o niveles
de narración: un relato implica la inserción
de diferentes situaciones narrativas y otros muchos
cambios de narración, tanto en las historias
que nacen unas de otras, como en los diferentes narradores
que las enuncian. En “Reyes y mendigos”
somos partícipes de una notable estructuración
de los niveles narrativos, ya antes mencionada. Las
penurias de dos mendigos se reflejan en tres historias
contadas por uno de ellos, a modo de explicar sus existencias,
su mala suerte; historias que se entrelazan y llegan
a formar parte con el hecho vivido, hacía instantes
en la vida de ambos personajes. Así, tenemos
un relato extradiegético, que da paso a uno metadiegético,
o de segundo grado, dependiente exclusivo del acto narrativo
que le da origen (algo que también pudimos observar
en “Los dinosaurios”, primer cuento de este
libro).
Si bien este
libro de relatos implica, en cierta manera, un desligamiento
––por parte de su autor–– de
los ámbitos exclusivos de la narrativa realista
peruana, el sugerente y bienvenido cambio de modelo
se desprende inevitablemente de la propia narración,
en el sentido que la misma privilegia e impone un estilo
indirecto libre. Con ello, lo fundamental radica en
la implicancia de una intertextualidad, en tanto el
narrador asume y distribuye la voz de los personajes,
incorporándola muchas veces a su discurso propio.
Así, esta representación hecha por los
narradores, a lo largo de todos los relatos, aparece
como uno de los artilugios propios de estos, a fin de
penetrar y establecerse dentro del pensamiento de sus
personajes; ello, al igual que el monólogo referido
de los pensamientos, de igual manera verbalizado en
el discurso interior.
Con
una dirección ideológica establecida,
utilizando de manera interesante las figuras del humor
y la ironía, a la vez de las distintas categorías
de jerarquización en una sociedad disímil,
parcializada en eternos paralelismos, Cuaderno de
agravios y lamentaciones aparece como el reencuentro
esperado de Gálvez Ronceros y sus fieles lectores
y detractores. Una vuelta más a la tuerca en
su amplio trajín literario, un nuevo aliento
en pos de mantener un estilo propio, dormido desde hace
mucho, pero aún vigente. 
©
Francisco Izquierdo Quea, 2005 |