La
literatura infantil en el Perú es un tema que
desde hace algunos años está tomando la
atención de muchos escritores, ilustradores y
editores interesados en conocer un campo que se presenta
como nuevo. Historias preparadas para los niños,
ediciones en las que se entrelaza el texto con los dibujos,
dinámicas de lectura entre el padre y el niño
son algunos de los temas que ahora son parte de conversatorios,
congresos y talleres. Sin embargo, la historia de la
literatura infantil en el Perú es mucho más
larga, dado que se origina hace casi cincuenta años,
durante la época de los escritores Francisco
Izquierdo Ríos, Carlota Carvallo de Núñez
y Rosa Cerna. Sus obras, que han inspirado muchos de
los trabajos que se han hecho posteriormente en el Perú,
hasta ahora se mantienen vigentes y alientan a los que
comienzan a ingresar a este rubro. Lamentablemente,
la literatura infantil también se ha visto retrasada
por factores que van desde el didactismo y el moralismo
de la tradicional educación peruana hasta la
indiferencia de los escritores y los estudios literarios,
quienes consideraron la literatura infantil como una
labor menor o de poca importancia, retraso que es el
reflejo de una sociedad que no le da al niño
el espacio ni el reconocimiento debido.
Luego
de una época en la que la literatura infantil
se inspiraba tanto en modelos internacionales como en
la corriente indigenista, durante los años del
período militar de los setenta se impulsó
una literatura infantil de carácter nacionalista
y localista. Según Alessandra Canessa, editora
de libros para niños y jóvenes, en lo
que refiere a la ilustración, quienes trabajaron
en esta época y lograron formar una promoción
interesante fueron Rosario Núñez, Juan
Acevedo, Lorenzo Osores, Tilsa Tsuchiya y Gredna Landolt.
Sin embargo, después de este período surge
otro largo espacio en el que no hay mayor interés
por la literatura infantil, a pesar de que muchos autores
e ilustradores peruanos cosecharon muchos premios fuera
del país. La literatura infantil se leía
solo en los colegios, y los escritores y dibujantes
se veían limitados en sus posibilidades. Posteriormente,
no es sino hasta mediados de los noventa que resurge,
sobre todo gracias a la intervención de editoriales
que comienzan a formar escritores y a impulsar un mercado.
Autores como Jorge Eslava, Hernán Garrido Lecca,
Javier Arévalo y Óscar Colchado son autores
de varios libros infantiles y juveniles que forman esta
última veta creativa que hasta ahora se mantiene.
Pero
si bien se puede decir que ya hay un grupo de autores
y un nuevo mercado de lectores aún se mantienen
muchos de los prejuicios y obstáculos que impiden
el surgimiento de un literatura infantil más
fortalecida. Uno de los principales problemas es ver
en ella una continuación de la educación,
en la que el texto literario es una herramienta más
para enseñar y evaluar contenidos. La lectura
es una de las actividades que el colegio debe impulsar,
pero la lectura obligatoria no siempre es la mejor vía
para mejorar el nivel de lectura (por otra parte, la
“comprensión de textos”, tan perseguida
por los profesores, no mejorará, como se cree,
con la lectura de textos literarios, ya que estos no
buscan explicar o analizar un tema). A esto hay que
sumar el afán moralizante que se le añade
a muchos textos infantiles y que no hacen sino agotar
la riqueza del texto literario y reducir la imaginación
del niño. La actitud “generosa” del
personaje, los adjetivos “ilustrados”, el
final predecible, son elementos que en vez de enseñar
a caminar al niño –ahora sí, a enseñar—
lo confinan a una guardería. La literatura, como
dijo alguna vez Bernard Shaw, siempre enseña.
Si no es el contenido, tan admirado por los profesores,
estará en la estructura, en la forma, en la misma
palabra. Los colegios aún mantienen un carácter
humanista tradicional, dentro del cual es difícil
que se acepten nuevas propuestas o se renueven lecturas.
Se siguen leyendo obligatoriamente libros clásicos
que provocan el rechazo en los alumnos, sin animarse
a buscar los nuevos autores que están bajo el
estigma de ser “juveniles”. ¿Es necesario
que el libro llegue al cine para que sea leído?
Hasta ahora el Quijote es esa cuña que
se encuentra entre los deberes del programa y la apatía
de los alumnos; este año en el que se celebran
los cuatrocientos años de la primera edición
del Quijote debería aprovecharse para
plantear esta problemática.
Otro
aspecto que todavía falta cambiar es la actitud
del mundo de los “grandes” hacia los niños
y jóvenes. El niño, y en muchos casos
el joven, no sirve si no trabaja, y esto deforma toda
idea que busque un reconocimiento completo de la persona
del niño. En un ambiente en el que lo más
importante es que el niño cumpla el “deber
social” de producir (antes de salir del colegio
ya debe saber qué carrera estudiará; antes
de salir del nido ya el padre debe saber a qué
colegio entrará) los espacios para la libertad
y la expresión se acabarán. En cuanto
a los estudios de literatura existe también una
indiferencia, reflejada en la falta de análisis
relacionados con la literatura infantil, lo que impulsaría
una crítica más sólida sobre ellos
y, junto con los escritores, una exploración
de las posibilidades del cuento infantil. Hay mucha
literatura infantil que se apoya en las leyendas y en
los mitos peruanos y esto ha ayudado a conocer mucho
del acervo cultural peruano. Sin embargo, de tanto apoyarse
en la tradición, el Perú se ha convertido
más en un país de contadores de cuentos
que de verdaderos creadores. En un medio donde la tradición
realista es la más arraigada –tradición
que a veces facilita el moralismo antes mencionado—
el humor, la fantasía, la palabra vista como
un objeto podrían ayudar no sólo a los
mismos escritores para niños sino también
impulsar la literatura “seria” o “de
grandes”, que ha mucho falta cambiar.
Hoy en el Perú existen diversos centros de investigación
y de promoción del libro, algunos de ellos enfocados
en la literatura infantil como el CEDILI (Centro de
Documentación e Investigación de Literatura
Infantil) y la APLIJ (Asociación Peruana de Literatura
Infantil y Juvenil). También en estos últimos
meses se han realizado distintos eventos relacionados
con los libros para niños, en las que han participado
importantes invitados como el escritor Rogerio Andrade
y el ilustrador Roger Mello, ambos brasileros. Una de
las novedades, también, fue la participación
de Rosana Reátegui y Warley Goulart, que estuvieron
a cargo del taller Os tapetes contadores de historias,
en el que el soporte del relato ya no es un libro sino
un manto, una alfombra, un mandil. En internet también
hay varias páginas web dedicadas a la investigación
de la literatura infantil, como también bibliotecas
virtuales (con grandes botones virtuales para que el
niño “pase” la página) y museos
del libro infantil.
A
continuación le damos la palabra al escritor
de libros para niños Jorge Eslava, a la editora
de libros para niños de la Editorial Santillana
Alessandra Canessa y a la ilustradora Rosario Carvallo,
cuyas experiencias nos iluminarán un poco más
esta literatura poco conocida.
©
Mario Granda, 2005
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Mario
Granda Rangel
(Londres,
1978)
Estudió Literatura en la Universidad Nacional
Mayor de San Marcos. Fue director de la revista
Cántaro y actualmente forma parte
del comité editorial de El Hablador.
Ha participado en diversos coloquios de literatura
peruana y latinoamericana. |
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Para
citar este documento:
http://www.elhablador.com/reportaje1.htm |
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