La mirada es la principal expresión del estado de ánimo de Perico que el enunciador destaca. Una mirada concentrada en un solo objeto: los merengues que no puede comprar.

 

 

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La blanca suciedad. Análisis de “Los merengues” de Julio Ramón Ribeyro

por Santiago López Maguiña

 

El presente es un análisis exploratorio del relato “Los merengues” de Julio Ramón Ribeyro, que aún se halla en proceso de elaboración; si nos atrevemos a presentarlo ahora es para señalar un hito en el recorrido de su comprensión, que debe llevar a formular una descripción más formalizada y, por tanto, simplificada que, en último término, nos llevará a proponer hipótesis explicativas.

1. “Los merengues”: la venganza de los excluidos

El relato de Ribeyro que mejor representa el deseo de venganza motivado por una decepción es “Los merengues”. Narra la historia de un niño obsesionado por unas golosinas que nunca ha probado. Las había visto disfrutándolas a unos niños que al mascarlas ensuciaban de blanco su corbatines. Como no puede pedir dinero para comprarlos, le roba a su madre veinte soles. Cuando acude a la panadería el dependiente, sin embargo, se niega a venderle. El monto que pedía comprar era excesivo. Adquirir merengues en la cantidad que requería lo iría de seguro a empalagar. Frustrado el niño se deshace de las monedas que ha robado a su madre, convencido de que en sus manos “nada valían” y colérico imagina una venganza: “cortaría la cabeza de todos esos hombres gordos [clientes de la panadería], de todos los mucamos de las pastelerías y hasta de los pelícanos que graznaban indiferentes a su alrededor”.

Greimas, en su celebre estudio sobre la cólera, explica que el deseo de venganza se presenta como un programa por medio del cual un sujeto trata de establecer un equilibrio de sufrimientos, propinando a otro sujeto una “pena” por un dolor que éste le ha provocado al no haber respondido a la confianza depositada en él (1). La confianza no surge, sin embargo, de un contrato efectivo (real), sino de uno imaginario, porque el otro sujeto, del que el primero espera que realice un deseo por él, no está comprometido. Este es un sujeto que no responde afirmativa ni verdaderamente a las demandas planteadas por aquél. A pesar de ello el S1 espera que S2 las acepte y cumpla.

En el momento en que S1 constata la no realización de sus deseos, que se imagina como un deber de S2, padece tanto una insatisfacción propia como un malestar provocado por el comportamiento de éste, “interpretado como no conforme a la espera” (2). La crisis de confianza que allí se produce es una decepción que tiene a su vez dos aspectos: el S1 se ve defraudado por la confianza puesta en el S2 y el S1 se acusa por la confianza mal puesta. Ambos puntos de vista resultan de la “ ‘frustración’ y constituyen según los diccionarios ese ‘vivo descontento’ que conduce a la explosión de la cólera(3).

El descontento es experimentado por S1 como una ofensa: herida que recibe en su dignidad. La ofensa además puede provenir de una acción del S2, pero también originarse en la decepción, que constituye una inacción. Y en los dos casos se activa una respuesta agresiva que termina en el sentimiento de venganza y de venganza efectiva después.

El esquema diseñado:

se despliega nítido en “Los merengues”. Perico, el personaje principal, tras la ofensa recibida al habérsele negado la compra de los merengues, imagina furioso para reparar el daño que se le ha inflingido decapitar no sólo al ofensor sino a otros personajes. La decapitación, dicho sea de paso, es un motivo que remite al universo figurativo de una narrativa que quizás tiene su parangón en la narrativa de la revolución francesa: es el máximo castigo que se da a los reyes y a nobles por las ofensas de distinto orden inferidas al pueblo, o que este cree haber recibido. La figura de la muerte por decapitación mutila el cuerpo del castigado más allá de la muerte y revela una intención ofensiva muy intensa. Resulta de la valorización que el ofendido hace de la ofensa recibida, como un daño de grandes proporciones y de muy fuertes mortificaciones. Un daño que, a su vez, es proporcional a las fuertes intensidades placenteras y a las grandes cantidades del objeto (los “merengues”) que espera obtener, y que es así mismo proporcional a la creencia de que puede lograrlo mediante una compra. El sujeto ofendido confía poder comprar lo que quiera por medio de dinero.

La no realización de la compra, descubre al sujeto que el dinero “en sus manos” no tiene ningún valor. Respecto a la expresión “en sus manos” es importante mencionar que refiere una relación de posesión corporal, de acuerdo a la cual el objeto poseído se convierte en cosa, un excedente que no sirve para nada y que no ocupa lugar. Un resto.

2. El desencanto del dinero

El dinero desde el punto de vista de Perico es un valor que permite la adquisición de cualquier objeto. Dota a quienes lo poseen de la capacidad de obtener lo que quieran. Les confiere un poder. Modifica, por ello, su ser. Su identidad subjetiva. Por eso Perico, gracias al dinero, cree pasar de la condición de un actor inepto a la de un actor apto para las adquisiciones. De carente a solvente.

Conviene para los fines del análisis traducir lo dicho a la siguiente fórmula semi–simbólica:

posesión de dinero : solvencia :: falta de dinero : carencia

Observación: El concepto de carencia refiere en esta ecuación una ineptitud, no la carencia de un bien precioso o necesario.

Perico, por tanto, cree que el dinero le procura el poder de adquirir objetos en virtud de su valor de cambio. Cualquier objeto puede cambiarse por dinero y en las cantidades que se quieran. Para él el dinero es sin más un equivalente general. Entiende que a una determinada cantidad de dinero le corresponde una cantidad correspondiente de objetos y que cuanto más dinero pueda ofrecer más objetos deseados estará en condiciones de conseguir.

El punto de vista de Perico es contrario al punto de vista del dependiente de la panadería, encargado de vender. Para él una compra supone no sólo el poder que confiere el dinero. Su valor de cambio. Supone también un saber respecto de las proporciones en que pueden hacerse las compras. En tal perspectiva, no es suficiente proponer la adquisición de una determinada cantidad de objetos gracias a una cantidad equivalente de dinero, sino que es necesario a la vez que la cantidad de objetos que se busca adquirir constituya una proporción conveniente.

Las medidas de lo que es adecuado comprar dependen del valor de uso (4) de los objetos, que es valor que se establece de acuerdo a un coeficiente de placer que estos producen en sus usuarios. Cuando la cantidad es apropiada el objeto es benéfico. Cuenta con un valor de uso. Cuando excede lo apropiado el objeto puede ser nocivo. Y cuando se halla en defecto respecto de la cantidad apropiada el objeto puede ser insatisfactorio. De acuerdo a la lógica que plantea el dependiente de la panadería sólo los objetos con valor de uso, tendrían un valor equivalente en dinero.

En el horizonte perceptivo que funda esa lógica el dinero es un poder, correspondiente a un valor de cambio, que supone un saber sobre los valores de uso de los objetos que quieran adquirirse.

El dependiente de la panadería, que ocupa la posición de un sujeto capaz de decidir si vende o no vende, rechaza entonces el pedido de compra de Perico porque comprueba que éste no sabe cual es el valor de uso del objeto que solicita. Cabe preguntar, sin embargo, si una demanda del mismo objeto por la misma cantidad de dinero por parte de otros actores, por ejemplo de los chicos que visten con corbatines o de los hombres gordos con tirantes, habría sido igualmente rechazada. Tengo la impresión que no. El dependiente habría recibido el pedido con sorpresa. Le habría parecido de todas maneras excesivo, pero no se habría negado a venderles los merengues. El dinero entonces habría funcionado como valor de cambio.

De ser así el valor de uso no determina el valor de cambio. Pero tampoco lo determina el propio valor del dinero como lo cree Perico. Debe suponerse por eso otras condiciones. ¿Qué establece para el dependiente de la panadería que alguien sea capaz o no de comprar algo en las cantidades que lo solicite? Lo que funda el juicio de tal actor es el parecer que presenta Perico. Este se muestra a lo largo del relato como un actor carente, no apto para adquirir lo que quiere, lo que se manifiesta en sus actitudes gestuales, que muestran a los actores pudientes que es un actor que sufre privaciones: “sólo se contentaba con mirar. El dependiente ya lo conocía y siempre que lo veía entrar, lo consentía un momento para luego darle un coscorrón y decirle: —Quita de aquí muchacho, que molestas a los clientes”. “Un señor, al percatarse un día de la ansiedad de su mirada, le preguntó su nombre, su edad, si estaba en el colegio, si tenía papá y por último le obsequió una rosquita”. “También, un día, la hija del pastelero le regaló un pan de yema que estaba un poco duro”.

La presencia de Perico en la panadería, ansiosa y reiterada, que descubre su condición carente, es por eso una presencia que estorba, que molesta. Es a la vez una presencia insignificante. Los clientes que acuden no lo distinguen ni lo reconocen: “los clientes, que eran hombres gordos con tirantes o mujeres viejas con bolsas, lo aplastaban, lo pisaban y desmantelaban bulliciosamente la tienda”.

La mirada es la principal expresión del estado de ánimo de Perico que el enunciador destaca. Una mirada concentrada en un solo objeto: los merengues que no puede comprar. Pero ella es también índice de la contracción y rigidez corporal que tanto hacia el exterior como hacia el interior presenta Perico, rigidez corporal que contrasta con los movimientos y la flexibilidad de los clientes de la panadería, que vacían las vitrinas y los estantes. Contrasta también con la suave elasticidad que los chicos que visten corbatines ofrecen a la vista de Perico mientras se deleitan comiendo merengues.

Puede a partir de lo dicho plantearse la siguiente equivalencia semi–simbólica:

mirada ansiosa : carencia :: mirada tranquila : satisfacción

La presencia de los corbatines es índice de vestimenta escolar, que caracteriza a los estudiantes de colegios privados. La ausencia puede ser índice de una vestimenta no escolar o que se relaciona con la asistencia a una escuela pública. De acuerdo a como es presentado el punto de vista de Perico, los chicos que visten corbatines, aparecen ante él como presencias extrañas. El rasgo que los distingue: los corbatines, es una marca que diferencia por su carácter alterno, que remite a una serie de lo que no es familiar.

Desde el punto de vista del enunciador, ubicado en un punto de mira y de captación que comparte con el dependiente, con los clientes y con la hija del pastelero, los niños llevan signos vestimentarios que identifican a niños pudientes. Son signos que conoce y reconoce.

Puede plantearse otra correlación semi – simbólica:

presencia de corbatines : pudiente :: ausencia de corbatines : carente

La ausencia de corbatines y la rigidez corporal serían entonces los signos que designan ineptitud consumista. Insolvencia y desconocimiento de los códigos del intercambio mercantil.

Por otro lado, en el mundo de “Los merengues” el uso dinero parece también asociarse con los perfiles de sus poseedores, sobre todo robustos y vigorosos (manifiestos en algunos clientes de la panadería, “los hombres gordos con tirantes” y los chicos con corbatines), que corresponderían a consistencias dúctiles y blandas (en cuanto frecuentan también objetos que transmiten esas cualidades), y la capacidad de realizar elecciones múltiples. La falta de dinero, en cambio, por vía de oposición, marca perfiles enclenques, que se corresponden con consistencias duras y rígidas, y la imposibilidad de realizar elecciones. Se entiende que los sujetos amoldados al uso de dinero son los ricos, los no amoldados son los pobres.

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(1) Greimas, A.J. (1973), En torno al sentido. Ensayos semióticos. Madrid, Fragua. p. 274.
(2) Ibid:265.
(3) Loc. Cit.
(4) La categoría valor de uso no se emplea aquí en el sentido que toma en la obra de Greimas

 

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