La riqueza de una antología reside tanto en la calidad intrínseca de sus poetas como en la presentación que de éstos hacen sus antologadores. Frente a fidelidad ideológica tenemos objetividad; frente a improvisación tenemos idoneidad teórica y crítica.

 

 

[ Recomendamos leer ]
  Poética mexicana contemporánea  (por Pedro Granados. El Hablador Nº 5, setiembre de 2004)

 

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Los nuevos caníbales: reciente poesía del Caribe insular hispano

por Pedro Granados

 

Así reza el título del interesante libro que tenemos al frente [1], motivo de esta reseña. Selección internacional a cargo de Alex Pausiles (Cuba), Pedro Antonio Valdez (República Dominicana) y Carlos R. Gómez Beras —junto con Angel Rosa Vélez, también de Puerto Rico— de lo más representativo de los poetas nacidos a partir de los años 50 y adscrita al sueño hostoniano de una identidad caribeña. De entrada, y como es de suponer, debemos reparar que la riqueza de una antología reside tanto en la calidad intrínseca de sus poetas como en la presentación —comentario y selección de textos— que de éstos hacen sus antologadores. De este modo, los mejor presentados —y no porque dos cabezas, a veces, piensen mejor que una— son los poetas puertorriqueños. Básicamente, frente a fidelidad ideológica —al régimen cubano, se entiende— tenemos objetividad; frente a improvisación —la del bien intencionado discurso del narrador dominicano Pedro Antonio Valdez— tenemos idoneidad teórica y crítica. Claro, esto no quita que en los tres casos existan autores que sobren; es decir, que en el criterio antologador también entre en juego cierto espíritu de propaganda. Mas comprendemos que aquello ocurre por el consenso de querer mostrar al lector variedad o, mejor aún, acaso complejidad de propuestas poéticas en sus respectivos países. Finalmente, en especial para el caso de las antologías de poesía, no debemos olvidar que se trata de preparar todo un volumen, una herramienta representativa, un muestrario físico —lo más tangible posible— de la producción espiritual de una comunidad (en este caso, el Caribe hispano), y que esto ha pesado también a la hora de editar el presente libro. Sin embargo, análogo al pasaje bíblico que explica la destrucción de Sodoma y Gomorra, creemos que sólo por un justo —y en Los nuevos caníbales, felizmente, existen algunos otros más— esta ciudad poética se salva con amplitud.

Para empezar, una vez instalados —hasta donde es posible— en la atmósfera encontrada o enrarecida de sentimientos que es Cuba en estos momentos, debemos advertir —tal como por lo demás lo indica el mismo Alex Pausiles, vicepresidente de la Asociación de Escritores de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba; y coordinador general del Festival Internacional de Poesía de La Habana— que nos hallamos en estricto ante la producción poética “de la isla [que] vive uno de sus momentos de mayor esplendor” (11); es decir, no figuran los poetas cubanos que, siendo de la misma época, no viven allí. Sin embargo, a pesar de esta mirada retrógrada —la de considerar el fruto cultural como restringido a una geografía, para no entrar en cuestiones de tipo ideológico—, debemos reconocer también la precisa descripción (atemperada, creemos, en esta muestra) de lo que, según aquel mismo antologador, ha ocurrido en estos años con la producción poética de la patria de José Martí: “Desde una poesía de clara y legítima filiación realista y compromiso con lo cotidiano, hasta la experimentación y la disolución del discurso tradicional. Desde una reescritura de la poesía política hasta las lindes más hondas de la subjetividad y el individuo; de la poesía citadina hasta el rediseño de la naturaleza escrita; del clamor de la épica hasta el ensimismamiento metafísico, la reflexión y lo confesional; del encantamiento a la asepsia; del entusiasmo a la ironía; de la muchedumbre a la soledad” (14). En palabras de Pausiles, “reescritura y rediseño”, entonces, y en diálogo con su rica tradición literaria, parecerían presidir la poesía cubana de ahora mismo; renovación, en suma, pero ya no revolución o apuesta por algo radicalmente distinto. Con estas coordenadas, creemos, es que debemos orientarnos en nuestra lectura de la sección cubana de Los nuevos caníbales.

Gestos cubanos de estilo

Sin embargo, a pesar de este tibio o complaciente formato, y felizmente para nosotros, nos hallamos de entrada ante una extraordinaria poeta como es el caso de Soleida Ríos (1950). Escepticismo aunado —en estos tiempos asaz racionalistas— a una inusual certeza poética es lo que nos queda generosamente entre las manos: “no hay noticia / no tenemos noticia / ninguna luz futura sustituye o aclara / este día ingrávido / estos montones de brillante basura / si abro mi cuerpo para que sea tocado por un ángel / es mentira” (“Martes 13 en el mar de los sargazos”); “ahora mismo presente pasado y porvenir / se juntan en el vano de la puerta / enséñales la punta de tu pie / son solamente víspera compréndelo / traga el veneno a fondo / el mal simula / el bien simula ser el bien” (“Un soplo dispersa los límites del hogar”). Recepción consumada de la poesía de César Vallejo, particularmente Poemas humanos, sumada al brillo y distorsión particular de los versos de aquellos herederos de Lezama, y una auscultación sutil —nada enfática o ingenuamente fundamentalista— de lo femenino es probablemente lo que aquí tenemos. No el discurso pretencioso, al menos en esta muestra, de una coetánea y más famosa, Reina María Rodríguez (1952), cuyo planteamiento —acentuadamente narcisista y de género— se halla más a tono con los temas y motivos del fenómeno continental, típico de los años 80, de una explícita poesía femenina escrita por mujeres.

Otro interesante gesto de estilo es el de Rito Ramón Aroche (1961), aunque más como una promesa y una primicia que como algo plenamente logrado. Sintaxis sincopada y riqueza de la fabulación son las coordenadas de esta fresca y cosmopolita escritura: “La hoja desprendo: ese olor en la tarde, y ese vino. / La hoja asumo: Llama en el hueco. / Llama en el centro, así. Tú no escuchas los ruidos. / La marea trabó en cada blusa. En cada funda tramó. / (En la cartulina aparezco. Manejo. Tú sabrás.) / El sol orina amarillo. El sol —como un crustáceo” (“Caérteles”). Sabio manejo de los pronombres para evitar mirarse, la persona poética, innecesariamente ante el espejo. Tendencia al poema en prosa y, no por esto, al hedonismo por cada una de las palabras que lo afilia a la promoción que, en general por los años 90, hicieron suyo en América Latina —y renovándolo— este impagable legado del modernismo.

Otros sugestivos textos pertenecen al poeta Sigfredo Ariel (1962). Citamos: “Habrá quien de estos versos saque una canoa y / entre al mar pues ya he sentido en mi espalda su / callado impulso y siempre habrá quien de estos / versos edifique una tarde incomprensible para mí / entre sus desconocidos en lugares que no veré / rodeado de palabras que serán extrañas y siempre / habrá quien suponga la nada de estos días y trate / de cortar con un cuchillo esta rueda de humo” (“Los peces”). Lo mismo podríamos decir de Omar Pérez (1964), nos referimos a su “Invocación a la albahaca”. Pero creemos que Damaris Calderón (1967) transmite una pincelada acaso más segura que la de los dos casos anteriores; una resolución de estilo no carente de espontaneidad, menos de inventiva: “Cuando a Pep le levantan el vestido / yo puedo oír los ruidos / y las fricciones más amargas / que sobadas de abuela. / Y cuando el vestido se queda solo / yo sé que sufre de cosas / que ni siquiera el viento se atreve a repetir. / Con zumo de naranja / con ramas de albahaca / con miel y cascarilla / con el sagrado corazón de Jesús / se limpian los males / de esta casa” (“El espectáculo sin espectáculo”). Otra vez, Vallejo aclimatado al trópico y a una lúcida voz de mujer, como asimismo en estos otros versos del mismo poema: “Cuando yo me hundo en tierra, / Pep brota. / No somos avestruces / aunque pasamos todo el día con la cabeza metida en la arena. / Hacer agujeros es nuestra forma de avanzar. / Avanza, avanza el pie. / Para que yo escriba / Pep enloquece en círculos. / La verdad no es redonda. / La poesía no comunica. / Las palabras / no comunican. / El lenguaje / es una tercera persona”. Precisaríamos: el autor de Trilce junto a Jorge Luis Borges (vía Alejandra Pizarnik), leídos en auténtico caribeño.

La muestra de poesía cubana presente en esta antología termina con Gerardo Fernández Fé (1971) y no va más lejos; es decir, los otros autores elegidos, los ocho restantes, son solamente personajes de comparsa de este entretenido entremés. Del fino e inteligente poeta Fernández Fé, vale la pena citar: “Viendo áridas (no arias) películas alemanas. / Ella estaba conmigo. / En una escena, un pescador extrae del mar una enorme cabeza de buey, / de donde brotan anguilas de 30 cm. de largo y 2 pulgadas de espesor. / Luego las vende. / En ese momento no recordé haber leído aquella escena en la novela / de Gunter. / Lo importante era que a ella no le diera asco. / Eso: ella nunca tuvo asco” (“Pescados en ceniza”). Mientras permita que la ironía le preceda siempre, aun a costa de la imagen de sí mismo, y jamás se tome en serio —mucho menos a Roland Barthes—, auguramos excelentes frutos de este desenfadado autor cubano, el más joven de su delegación.

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Notas bibliográficas

[1] Alex Pausiles, Pedro Antonio Valdez y Carlos R. Gómez Beras (antólogos). Los nuevos caníbales v. 2. Antología de la más reciente poesía del caribe hispano (Santo Domingo: Ediciones Unión / Editora Búho / Editorial Isla Negra, 2003).

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