Así
reza el título del interesante libro que tenemos
al frente [1],
motivo de esta reseña. Selección internacional
a cargo de Alex Pausiles (Cuba), Pedro Antonio Valdez
(República Dominicana) y Carlos R. Gómez
Beras —junto con Angel Rosa Vélez, también
de Puerto Rico— de lo más representativo
de los poetas nacidos a partir de los años 50
y adscrita al sueño hostoniano de una identidad
caribeña. De entrada, y como es de suponer, debemos
reparar que la riqueza de una antología reside
tanto en la calidad intrínseca de sus poetas
como en la presentación —comentario y selección
de textos— que de éstos hacen sus antologadores.
De este modo, los mejor presentados —y no porque
dos cabezas, a veces, piensen mejor que una— son
los poetas puertorriqueños. Básicamente,
frente a fidelidad ideológica —al régimen
cubano, se entiende— tenemos objetividad; frente
a improvisación —la del bien intencionado
discurso del narrador dominicano Pedro Antonio Valdez—
tenemos idoneidad teórica y crítica. Claro,
esto no quita que en los tres casos existan autores
que sobren; es decir, que en el criterio antologador
también entre en juego cierto espíritu
de propaganda. Mas comprendemos que aquello ocurre por
el consenso de querer mostrar al lector variedad o,
mejor aún, acaso complejidad de propuestas poéticas
en sus respectivos países. Finalmente, en especial
para el caso de las antologías de poesía,
no debemos olvidar que se trata de preparar todo un
volumen, una herramienta representativa, un muestrario
físico —lo más tangible posible—
de la producción espiritual de una comunidad
(en este caso, el Caribe hispano), y que esto ha pesado
también a la hora de editar el presente libro.
Sin embargo, análogo al pasaje bíblico
que explica la destrucción de Sodoma y Gomorra,
creemos que sólo por un justo —y en Los
nuevos caníbales, felizmente, existen algunos
otros más— esta ciudad poética se
salva con amplitud.
Para
empezar, una vez instalados —hasta donde es posible—
en la atmósfera encontrada o enrarecida de sentimientos
que es Cuba en estos momentos, debemos advertir —tal
como por lo demás lo indica el mismo Alex Pausiles,
vicepresidente de la Asociación de Escritores
de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba;
y coordinador general del Festival Internacional de
Poesía de La Habana— que nos hallamos en
estricto ante la producción poética “de
la isla [que] vive uno de sus momentos de mayor esplendor”
(11); es decir, no figuran los poetas cubanos que, siendo
de la misma época, no viven allí. Sin
embargo, a pesar de esta mirada retrógrada —la
de considerar el fruto cultural como restringido a una
geografía, para no entrar en cuestiones de tipo
ideológico—, debemos reconocer también
la precisa descripción (atemperada, creemos,
en esta muestra) de lo que, según aquel mismo
antologador, ha ocurrido en estos años con la
producción poética de la patria de José
Martí: “Desde una poesía de clara
y legítima filiación realista y compromiso
con lo cotidiano, hasta la experimentación y
la disolución del discurso tradicional. Desde
una reescritura de la poesía política
hasta las lindes más hondas de la subjetividad
y el individuo; de la poesía citadina hasta el
rediseño de la naturaleza escrita; del clamor
de la épica hasta el ensimismamiento metafísico,
la reflexión y lo confesional; del encantamiento
a la asepsia; del entusiasmo a la ironía; de
la muchedumbre a la soledad” (14). En palabras
de Pausiles, “reescritura y rediseño”,
entonces, y en diálogo con su rica tradición
literaria, parecerían presidir la poesía
cubana de ahora mismo; renovación, en suma, pero
ya no revolución o apuesta por algo radicalmente
distinto. Con estas coordenadas, creemos, es que debemos
orientarnos en nuestra lectura de la sección
cubana de Los nuevos caníbales.
Gestos
cubanos de estilo
Sin
embargo, a pesar de este tibio o complaciente formato,
y felizmente para nosotros, nos hallamos de entrada
ante una extraordinaria poeta como es el caso de Soleida
Ríos (1950). Escepticismo aunado —en estos
tiempos asaz racionalistas— a una inusual certeza
poética es lo que nos queda generosamente entre
las manos: “no hay noticia / no tenemos noticia
/ ninguna luz futura sustituye o aclara / este día
ingrávido / estos montones de brillante basura
/ si abro mi cuerpo para que sea tocado por un ángel
/ es mentira” (“Martes 13 en el mar de los
sargazos”); “ahora mismo presente pasado
y porvenir / se juntan en el vano de la puerta / enséñales
la punta de tu pie / son solamente víspera compréndelo
/ traga el veneno a fondo / el mal simula / el bien
simula ser el bien” (“Un soplo dispersa
los límites del hogar”). Recepción
consumada de la poesía de César Vallejo,
particularmente Poemas humanos, sumada al brillo
y distorsión particular de los versos de aquellos
herederos de Lezama, y una auscultación sutil
—nada enfática o ingenuamente fundamentalista—
de lo femenino es probablemente lo que aquí tenemos.
No el discurso pretencioso, al menos en esta muestra,
de una coetánea y más famosa, Reina María
Rodríguez (1952), cuyo planteamiento —acentuadamente
narcisista y de género— se halla más
a tono con los temas y motivos del fenómeno continental,
típico de los años 80, de una explícita
poesía femenina escrita por mujeres.
Otro
interesante gesto de estilo es el de Rito Ramón
Aroche (1961), aunque más como una promesa y
una primicia que como algo plenamente logrado. Sintaxis
sincopada y riqueza de la fabulación son las
coordenadas de esta fresca y cosmopolita escritura:
“La hoja desprendo: ese olor en la tarde, y ese
vino. / La hoja asumo: Llama en el hueco. / Llama en
el centro, así. Tú no escuchas los ruidos.
/ La marea trabó en cada blusa. En cada funda
tramó. / (En la cartulina aparezco. Manejo. Tú
sabrás.) / El sol orina amarillo. El sol —como
un crustáceo” (“Caérteles”).
Sabio manejo de los pronombres para evitar mirarse,
la persona poética, innecesariamente ante el
espejo. Tendencia al poema en prosa y, no por esto,
al hedonismo por cada una de las palabras que lo afilia
a la promoción que, en general por los años
90, hicieron suyo en América Latina —y
renovándolo— este impagable legado del
modernismo.
Otros
sugestivos textos pertenecen al poeta Sigfredo Ariel
(1962). Citamos: “Habrá quien de estos
versos saque una canoa y / entre al mar pues ya he sentido
en mi espalda su / callado impulso y siempre habrá
quien de estos / versos edifique una tarde incomprensible
para mí / entre sus desconocidos en lugares que
no veré / rodeado de palabras que serán
extrañas y siempre / habrá quien suponga
la nada de estos días y trate / de cortar con
un cuchillo esta rueda de humo” (“Los peces”).
Lo mismo podríamos decir de Omar Pérez
(1964), nos referimos a su “Invocación
a la albahaca”. Pero creemos que Damaris Calderón
(1967) transmite una pincelada acaso más segura
que la de los dos casos anteriores; una resolución
de estilo no carente de espontaneidad, menos de inventiva:
“Cuando a Pep le levantan el vestido / yo puedo
oír los ruidos / y las fricciones más
amargas / que sobadas de abuela. / Y cuando el vestido
se queda solo / yo sé que sufre de cosas / que
ni siquiera el viento se atreve a repetir. / Con zumo
de naranja / con ramas de albahaca / con miel y cascarilla
/ con el sagrado corazón de Jesús / se
limpian los males / de esta casa” (“El espectáculo
sin espectáculo”). Otra vez, Vallejo aclimatado
al trópico y a una lúcida voz de mujer,
como asimismo en estos otros versos del mismo poema:
“Cuando yo me hundo en tierra, / Pep brota. /
No somos avestruces / aunque pasamos todo el día
con la cabeza metida en la arena. / Hacer agujeros es
nuestra forma de avanzar. / Avanza, avanza el pie.
/ Para que yo escriba / Pep enloquece en círculos.
/ La verdad no es redonda. / La poesía no comunica.
/ Las palabras / no comunican. / El lenguaje / es una
tercera persona”. Precisaríamos: el autor
de Trilce junto a Jorge Luis Borges (vía
Alejandra Pizarnik), leídos en auténtico
caribeño.
La
muestra de poesía cubana presente en esta antología
termina con Gerardo Fernández Fé (1971)
y no va más lejos; es decir, los otros autores
elegidos, los ocho restantes, son solamente personajes
de comparsa de este entretenido entremés. Del
fino e inteligente poeta Fernández Fé,
vale la pena citar: “Viendo áridas (no
arias) películas alemanas. / Ella estaba conmigo.
/ En una escena, un pescador extrae del mar una enorme
cabeza de buey, / de donde brotan anguilas de 30 cm.
de largo y 2 pulgadas de espesor. / Luego las vende.
/ En ese momento no recordé haber leído
aquella escena en la novela / de Gunter. / Lo importante
era que a ella no le diera asco. / Eso: ella nunca tuvo
asco” (“Pescados en ceniza”). Mientras
permita que la ironía le preceda siempre, aun
a costa de la imagen de sí mismo, y jamás
se tome en serio —mucho menos a Roland Barthes—,
auguramos excelentes frutos de este desenfadado autor
cubano, el más joven de su delegación.
_______________________
Notas
bibliográficas
[1]
Alex Pausiles, Pedro Antonio Valdez y Carlos R. Gómez
Beras (antólogos). Los nuevos caníbales
v. 2. Antología de la más reciente poesía
del caribe hispano (Santo Domingo: Ediciones Unión
/ Editora Búho / Editorial Isla Negra, 2003).
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