Los debates generados en torno al giro cultural, las ciencias sociales y los estudios literarios han posibilitado nuevos enfoques sobre la fragilidad de las democracias, los regímenes populistas y los nuevos nacionalismos para entender la cultura política. Por ello, resulta necesario virar nuestra perspectiva hacia aquellos intelectuales que reivindicaron la especificidad histórica y cultural de América Latina y discutieron la teoría colonizadora para proponer otras más localistas, como José Carlos Mariátegui o Antonio Cândido. Al respecto, conversamos con la Dra. Mabel Moraña, una de las investigadoras que mejor ha indagado en los estudios latinoamericanos dentro de la prestigiosa academia norteamericana, quien acaba de coeditar una compilación de artículos sobre el autor de los 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana.
Mabel Moraña es William H. Gass Professor of Arts and Sciences en Washington University, St. Louis, donde dirige el programa de estudios latinoamericanos. Ha trabajado en varias universidades de USA y América Latina y ha sido profesora visitante en la Universidad de California, Santa Cruz, Harvard, Universidad Andina Simón Bolívar, en Quito, UNAM, etc. Fue durante 12 años directora de publicaciones del Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana. Ha publicado más de veinte libros sobre temas de crítica y teoría literaria y cultural, literatura colonial, poscolonialismo, etc. Entre sus últimas publicaciones se cuentan: Ángel Rama y los estudios latinoamericanos (1997), Nuevas perspectivas desde/sobre América Latina: El desafío de los estudios culturales (2000), Crítica impura (2004), así como las coediciones Colonialidad y crítica en América Latina: Bases para un debate (2007), Coloniality at Large. Latin America and Postcolonial Debate (2008) y José Carlos Mariátegui y los estudios latinoamericanos (2009).
¿Cuál es el aporte de la teoría poscolonial a los estudios latinoamericanos en la actualidad? ¿De qué manera nos ha ayudado a entender nuestra realidad?
La teoría poscolonial constituyó un aporte importante para el estudio de América Latina, sobre todo si entendemos el “pos-” como un prefijo que apunta hacia toda la historia latinoamericana que se inicia con el descubrimiento, la conquista y la colonización y se extiende a partir de entonces como un proceso de dominación por el cual, incluso a partir de la Independencia, la región pasa por diversas etapas neocoloniales, de sujeción política y dependencia económica, que reconocen diversos “centros” de poder internacional, y que llegan hasta nosotros. O sea, el “pos-” indicaría, al menos en algunas de las formas en las que se ha aplicado la teoría poscolonial a nuestras sociedades latinoamericanas, no la superación o cancelación del colonialismo, sino el hecho de que el trauma de la dominación colonialista habría dejado como saldo en la región sociedades marcadas a fuego por la violencia, la marginación y la dependencia: una especie de trauma de nacimiento o de origen a partir del cual se desarrolla el perfil social, cultural y político de nuestras sociedades desde el periodo colonial hasta el presente. La teoría poscolonial no ha permitido descubrir nada nuevo, pero sí colocar el énfasis en procesos como los de dominación y resistencia, en factores como los de la raza, en características como las de la diferencia o diversidad étnico-cultural y la desigualdad social que reconocen su origen y, sobre todo, su forma peculiar de manifestación latinoamericana en la imposición de la dominación colonialista y en todos los procesos y estructuraciones sociales que parten de esta etapa. Se entiende que el sujeto colonial se desarrolla marcado desde el comienzo por la ambigüedad que lo distingue y al mismo tiempo lo aproxima al dominador, que lo distingue y al mismo tiempo lo aproxima a las culturas prehispánicas, que constituyen, al menos en parte, su tradición y antecedente histórico. Por supuesto esa forma de subjetividad es distinta en los sectores criollos, indígenas, afrohispánicos, dependiendo de las variantes étnicas pero también de la ubicación de cada sector y de cada sujeto en la pirámide social. Pero la sociedad colonial en su conjunto existe ya presa de esa tensión entre identidad y otredad, pertenencia y ajenidad, modelos a imitar y acervos ancestrales que vienen del pasado y que constituyen el trasfondo y la densidad histórica del sujeto colonial. La teoría poscolonial ha permitido leer la historia dentro del gran mapa de la historia universal o del sistema-mundo, en palabras de Immanuel Wallerstein, y poner atención a los procesos de resistencia y emancipación tanto como a los de subalternización y asimilación de paradigmas occidentalistas que hoy ya forman parte de la identidad rica, y naturalmente impura, de nuestras sociedades.
¿Cómo puede definirse la descolonización del poder en las sociedades latinoamericanas?
La descolonización es un proceso y un proyecto, más que un momento definido de la historia. Tiene, en ese sentido, cierto carácter utópico: constituye un horizonte de expectativas, una forma del deseo poscolonial. Creo que el proceso de descolonización, que puede reconocer hitos importantes en ciertas instancias históricas de independización político-administrativa, o en ciertos hechos históricos o en ciertos personajes icónicos, se refiere más bien a un proceso interior de emancipación progresiva, por el cual sociedades, individuos, comunidades, grupos humanos, van encontrando su lugar en la historia, redefiniendo su función social y su posición en el gran diseño global (en el espacio transnacional, en el contexto occidental, etc.). Según las sociedades o grupos a los que nos estemos refiriendo, esa descolonización puede pasar por la eliminación de la discriminación racial, por la conquista de la igualdad de género, por la defensa de valores nacionales, locales o regionales, por la definición de agendas transnacionales, como puede ser, por ejemplo, la articulación de movimientos sociales a través de fronteras, etc. Es un proceso que más allá de la independencia formal de tal o cual metrópolis por parte de tal o cual colonial, pasa por la liberación de los imaginarios, por el desarrollo de formas de conciencia y de (auto)reconocimiento social que permiten a ciertos grupos humanos o formaciones sociales relacionarse con otros sobre la base de la igualdad, la democracia, la capacidad de autogestión, la defensa de valores y derechos propios, etc. Es un proceso de conquista de la dignidad y la autoestima y de maduración de las formas en las que se organizan y dirigen los procesos sociales. Esto, sin reproducir formas de dominación, hegemonía o control social que al haber sido sufridas en carne propia pueden hacer fácil su reproducción sobre otros grupos, como es el caso del colonialismo interno, que aplica a sectores sociales, en territorio nacional, formas de dominación antes impuestas por naciones más poderosas, replicando así los efectos de la colonización en nuevos escenarios. Por todo esto, la descolonización constituye, como la democracia, un horizonte utópico, hacia el cual dirigir los esfuerzos colectivos, pero cuyas bases ideológicas y cuyos términos de aplicación deben estar siempre sometidos a revisión, sospecha y escrutinio, para evitar demagogias, desviaciones o esclerosamiento que tuerzan su sentido.
¿Puede afirmarse que el sujeto popular latinoamericano rompió definitivamente con el pasado colonial bien entrado el siglo XX?
El gran sociólogo peruano Aníbal Quijano nos enseñó hace tiempo que las estructuras coloniales se perpetúan, bajo múltiples y variadas formas, en la plena modernidad, y para mencionar este fenómeno acuñó la palabra “colonialidad” y la expresión “colonialidad del poder”, que nombra estas continuidades. Desde muchos puntos de vista, sobre todo en regiones que tuvieron un papel muy fuerte durante el período colonial y que fueron asiento de fuertes sociedades prehispánicas, el pasado colonial ha persistido de diversas maneras, hasta el presente, ya sea manteniendo en los imaginarios prejuicios raciales, formas patriarcalistas, jerarquías de clase, que remiten a estructuras coloniales de dominación y que incluso muchas veces invocan explícitamente esos antecedentes. La expresión “sujeto popular” resulta, por lo mismo, excesivamente niveladora, ya que da a entender que esta categoría engloba conjuntos sociales homogéneos, que se relacionan de la misma manera con el poder, con el status quo, con las instituciones y que tienen las mismas oportunidades y derechos dentro del proyecto nacional, lo cual, como sabemos, no es así. Creo que en sociedades poscoloniales el pasado colonial goza todavía de buena salud aún en tiempos de globalización, donde vemos resurgir formas arcaicas (el sicariato, por ejemplo, o la piratería, o los fundamentalismos religiosos, son buenos ejemplos) aunque algunos sectores privilegiados pueden darse el lujo de imaginar un presente o un futuro desprendido de los orígenes coloniales. No creo que esa sería la impresión de sectores desaventajados en nuestras sociedades, sobre todo de los sectores indígenas, que perdieron sus territorios y en gran medida sus culturas, o afrohispánicos, que fueron alienados de sus tradiciones, derechos, etc. por la esclavitud y luego por formas de división del trabajo y de estructuración social que los siguieron manteniendo en condiciones de fuerte marginación y privación de derechos hasta nuestros días. Como se sabe, estos sectores pasaron de la dominación colonialista a la dominación criolla y no vieron gran cambio en sus condiciones de vida durante siglos. Aunque su situación ha ido mejorando con los siglos, queda todavía mucho por hacer en este sentido.
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