“Privadle de pan al pueblo, y el pueblo buscará como sustituirlo,
privadle del periódico ¿con qué lo reemplazará?”
El Germinal, 10 de octubre de 1901.
Introducción
La mayor parte de los partidos políticos —a lo largo de la historia republicana— han tenido o han intentado tener de su lado, casi siempre, a los medios de comunicación escritos.
Los diarios terminaron por convertirse en el principal medio informativo por excelencia hasta nuestros tiempos (quizás amenazado en su influencia por los medios visuales y virtuales). Las organizaciones políticas las utilizaban como brazo de apoyo durante la realización de los comicios electorales. Su tarea principal era fulminar la imagen del rival y la de su comunidad política; en forma casi simultánea la prensa escrita se encargaba de loar la figura del candidato de su preferencia; ayudándolo en su defensa cuando la furibunda crítica (de tal vez otro diario, algún volante o el rumor) intentaba derribarlo en su misión por llegar a los cargos burocráticos estatales.
Pero su función no solo habría de limitarse de forma mediática a las elecciones. Los periódicos jugarían un rol vital durante la gestión del grupo, club electoral, caudillo o partido político que se encontraba en las esferas del poder(1). Sea para dar a conocer sus obras mientras permanecían en el oficialismo o para criticar mordazmente sus “errores” si estaban en la oposición. Desde cualquier trinchera (a favor o en contra) su contenido terminaba por conformar la corriente de opinión pública(2) tanto para cimentar como también para desestabilizar la gestión en el poder(3). Entre los casos más famosos de esta relación partido político y prensa escrita a lo largo de la centuria decimonónica destaca por ejemplo: El Comercio y el Partido Civil o La Patria y el Partido Demócrata, entre otras famosas duplas. Sin embargo, ellas, a pesar de las evidentes pruebas de simpatía hacia dichos partidos, no colocaban en sus encabezados un rótulo mostrándose de forma convicta y confesa parte de tal o cual partido, ni siquiera ser su órgano oficial que permitía dedicar la mayor parte de su cuerpo informativo a las actividades de la agrupación(4). Empero, el escenario de la Posguerra del Pacífico lo cambiaría radicalmente.
Finalizado el conflicto bélico contra Chile, un sentimiento de inferioridad y dolor rondaba en el corazón de todos los peruanos a causa de la derrota. Estos habrían de ser esbozados por la pluma de Manuel González Prada, quien en su famoso discurso pronunciado en el Teatro Politeama (1888) estaría causando honda controversia ya que sus palabras se dirigieron a criticar duramente a lo que él llamaba “la trilogía del poder”: el clero, los militares y los políticos. A los pocos meses de estallar la furia griega de este Aquiles peruano, fundaría junto con un grupo de jóvenes intelectuales el Círculo Literario, cuyo fin real era formar los nuevos rostros de la política nacional. Meses después esta agrupación intelectual se transformaría en un partido político llamado la Unión Nacional o el Partido Radical. Además de contar dentro de su verborrea con confrontativos y desafiantes discursos, la joven organización presentaría un aspecto novísimo en la vida política del país; la prensa militante.
Sería El Germinal, órgano de prensa y propaganda del partido Unión Nacional, uno de los primeros en su género durante el siglo XIX y quizás en la historia de la República. Dicho periódico estaría circulando por espacio de tres años. Durante su emisión, con interrumpidos lapsus de tiempo, generaron polémica en el ambiente nacional, atacando leoninamente a sus rivales de turno, así como desenmascarar a los periódicos que servían a las otras canteras políticas de forma mercenaria.
El presente estudio analizará el devenir del Partido Radical, a través de dicho periódico entre los años 1899 y 1902. A lo largo de sus trienio de existencia podemos detectar dos momentos claves internamente: un durante y un después de la salida de González Prada del Partido Radical. Si bien con la presencia de Prada el periódico y la organización política tendrían un discurso acido y belicoso frente a sus rivales, con su salida se adoptaría una posición más conciliadora, lo que gestó una abierta contradicción con los principios elementales del partido lo que conllevó a su desaparición de la escena pública unos años más tarde, sin pena ni gloria.
Mi generación
Concluida la Guerra del Pacífico, el Perú se encontraba totalmente devastado. El guano y el salitre, principales pilares de la economía nacional, habían sido fulminados de la esfera presupuestaria. Sumémosle a ello los otros cuantiosos daños económicos como destrucción de haciendas, saqueos, sin ahondar en las heridas sociales que forjarían un país en estado de trauma psicológico. En ese escenario haría su aparición Manuel González Prada, quien antes de la guerra exógena tendría un papel tibio en la “República de las Letras”, reduciéndose a ser un simple seguidor de la estética literaria del momento: el romanticismo; tal como mencionaría el literato Luis Alberto Sánchez (1964), o un pequeño burgués si se le quiere tildar de forma material, pero después de la misma cumpliría un rol protagónico al denunciar las verdaderas causas y a los verdaderos responsables de la derrota. Evidentemente este discurso es el más trillado de toda la historia oficial en referencia a este Aquiles peruano (Rosario 2009). Empero, él tendría un plan mucho mejor elaborado en donde pretendía tomar por asalto la administración pública, y por ende poseer la primera magistratura del país utilizando el fresco resentimiento post guerra contra Chile.
El Club Literario, fundado durante la “era del guano” se convertiría en una de las agremiaciones intelectuales más importantes del país, sin embargo esta cerraría sus puertas a raíz del conflicto bélico externo. Su reinauguración con bombos y platillos sería en 1885. La presidencia recaería en esta nueva etapa en el literato Eugenio Larrabure y Unanue, quien en el discurso de reapertura planteaba los objetivos que habría de perseguir la institución, la cual no solo habría de ser el descubrimiento de los nuevos talentos de las letras y ciencias sino también era ayudar a entender la realidad nacional en su conjunto. Según Larrabure sus miembros como representantes de la intelectualidad nacional tendrían la difícil misión de fundamentar las causas principales de la aparatosa derrota que había sufrido el país (Larrabure 1885). El cargo de la Segunda Vicepresidencia sería asumido desde ese año por González Prada, quiere decir que él pertenecía a este grupo que más adelante atacaría ferozmente.
Unos meses después de haberse establecido como segundo al mando del Círculo Literario un séquito de jóvenes le propondrían integrar un nuevo grupo literario, llamado el Club Literario, aceptando su propuesta.
Una de las evaluaciones de por qué Prada optó por abandonar el Círculo Literario se debe a que en dicho lugar, él había calculado que siempre sería el segundo, el vice, el adjunto, pero jamás la cabeza visible y representativa de la organización a la cual pertenecía originalmente. Aunque intelectuales de la talla de Efraín Kristal (1991) y Jorge Basadre (1984) sostienen —erradamente creemos— la hipótesis que la decisión de González Prada en ser parte del Círculo Literario(5) se debe a un debate ideológico sobre la concepción del patriotismo, ya que el Club Literario, conformado por los civilistas de corte aristocrático concebían una forma de nación cerrada y segmentarizada, quiere decir una “nación criolla” tal como señala Manuel Burga (1992); muy distinta al ideal moderno de nación que Prada habría de defender (Rosario 2009).
González Prada no solo aspiraba a constituir otra institución, que fácilmente pasaría hacer una imitación plebeya del Club Literario; su objetivo real y personal no estaba en forjar un nuevo movimiento intelectual, sino dar un paso más adelante, mucho más radical. De esta manera Prada se encargaría de dar un perfil distinto a la nueva agrupación, los cuales debían dejar sus libros y sus plumas e inmediatamente pasar a los estrados de agitación y debate, en donde habrían de luchar en contra de los “partidos tradicionales”, quienes habrían de ser criticados públicamente en su otro célebre discurso realizado en el Teatro Olimpo en 1888:
El Circulo Literario, la pacífica sociedad de poetas i soñadores, tiende a convertirse en centro militante i propagandista ¿de dónde nacen los impulsos del radicalismo en literatura? Aquí llegan ráfagas de los huracanes que azotan las capitales europeas (…) Partido sin jefe no se llama partido (…) Los mil nombrados partidos del Perú son fragmentos orgánicos que se agitan y claman por un cerebro, pedazos de serpiente que palpitan, saltan i quieren unirse con una cabeza que no existe. Hai cráneos, pero no cerebros. Ninguno de nuestros hombres públicos asoma con la actitud vertical que se necesita para reducir i mandar, todos se alejan encorados, llevando en sus espaldas una montaña de ignominias (González Prada 1991: 69).
Creemos que el fin de los discursos gonzalezpradistas no solo pretenderían gestar un pensamiento destructivo hacia los verdaderos responsables de la guerra, desde el lado peruano, sino que estos sectores pierdan categóricamente legitimidad en la escena pública, responsabilizándolos de la crítica situación a la que se había conducido al país.
La Unión Nacional
Los discursos vertidos por Manuel González Prada causaron bastante sorpresa en la opinión pública: satisfacción para algunos, molestia para otros. Dichas opiniones serían censuradas por el poder político dominante, el cual veían que el radicalismo combinado con una sazón de corte nacionalista y si a ello le agregamos algo de revanchismo podía terminar jaqueando sus intereses. Ese descontento que brotaba en el ambiente sería canalizado por un nuevo partido político: la Unión Nacional.
En 1891 el Círculo Literario pasaría a convertirse en la Unión Nacional. Este iba a ser un paso importante para la constitución de su objetivo central: “ser los conductores de la patria”, como desde ya González Prada lo había agitado en la década pasada, en donde esos jóvenes debían ir a la obra, mientras los viejos a la tumba.
El mismo año de colocada la primera piedra del novel partido (1891), aparecería la declaración de principios, en cuyas enmiendas resalta
la forma de gobierno federal, viejo principio que ya había sido discutido y desechado a comienzos de la República; pidió la representación de las minorías en el congreso, el sufragio directo y con derecho a ejercerlo aun para los extranjeros; pedía el impuesto directo; reclamaba la devolución de las propiedades de las comunidades indígenas (Miró Quesada 1961: 199).
Al pie de esta declaración de principios aparecerían las firmas de González Prada, como presidente del comité directivo; el catedrático sanmarquino José Gálvez, como primer vicepresidente; Eduardo Laryño, como segundo vicepresidente, el abogado Arturo Arróspide, como secretario, y entre los miembros fundadores figuraba escritores como Germán Leguía y Martínez, Abelardo Gamarra, Carlos Germán Amézaga, Carlos Rey de Castro, Alberto Secada, José Mendiguren, abogados como Víctor Maurtua, Felipe Umeres, Jesús García Maldonado, estudiantes de medicina como Leoncio Mora, ingenieros como Carlos Ismael Lissón, comerciantes como Ismael de Idiaquez; médicos como David Matto, masones como Christian Dem, extranjeros como el escritor alemán Adolfo Vienrich entre otros (Sánchez 1964: 123).
Los lineamientos y rituales de los radicales no se diferenciarían mucho si lo comparamos con sus contrarios; salvo la verborrea radical creada por González Prada. Sin embargo, dichas enseñazas no fueron reproducidas ante la falta de escuelas de formación política o condiciones que permiten a todos o la mayoría de sus simpatizantes por perennizar en su discurso cotidiano el “anti”, generando que estos después de escucharlos y leídos en algunos diarios de poco alcance se pierdan con el correr de las semanas. Se tenía que recrear otra estrategia para seguir impactando en la población, esta sería un diario que llevaría sus discursos de forma permanente.
El imperio de la palabra escrita
Los escritos de González Prada causaron y siguen causando —al ser mencionados en un salón de clases o en algún acto público— bastante revuelta en sus oyentes más aún cuando la coyuntura política, social y económica es crítica. Dejando de lado los explosivos discursos pradistas, me parece que es necesario realizar una revisión no tanto de los escritos adecuándolos a las necesidades del momento sino del objetivo que tenía dichas publicaciones. En la coyuntura en que estas nacieron. La mayoría de sus discursos no fueron escuchados por miles de personas; menos aún existió un ávido público letrado en todo el territorio nacional que habría de consumir las palabras vertidas por el autor; muy por el contrario sus más célebres verborreas fueron difundidas en diarios de corto tiraje como La Luz Eléctrica. Incluso estos periódicos semanales, quincenales o incluso mensuales habrían de recibir fuertes presiones por parte del poder dominante para cercenar de sus tribunas los discursos pradistas. Frente a este tipo de obstáculos que ocasionó la dependencia para difundir las ideas de Prada y la crítica que habrían de hacer los radicales a la clase política; se idea un plan que les permita llegar a los corazones y las mentes de los peruanos, especialmente de los votantes alfabetos. El nuevo reglamento electoral implementado por el régimen pierolista en 1896(6) solo contemplaba la participación en las urnas de quienes sabían leer y escribir recreando la concepción del ciudadano en ejercicio y representación haciéndolo mucho más restringido a la hora de elaborar el padrón electoral. Es así que apareció El Germinal, la primera prensa militante del país como fin para canalizar a esa ciudadanía letrada.
Al poco tiempo de haberse fundado el novel partido González Prada y su esposa, la joven francesa Adriana Venuil, deciden hacer un extenso viaje a Francia(7). En dicho país, el Aquiles llega a tener muchas experiencias personales con grandes referencias intelectuales de la época.
En ese lapso de tiempo en que Prada se encontraba fuera del país la Unión Nacional, sufre diversos resquebrajamientos en su interior.
Luego de siete largos años el Aquiles volvería a tierras patrias. Una multitud muy entusiasta lo recibiría en el puerto del Callo, ya que al parecer el partido después del éxodo de cientos de militantes resurgiría cual ave fénix en la escena política. A la cabeza de este grupo de recepción se encontraba uno de sus discípulos y amigos más íntimos, Abelardo Gamarra “El Tunante” quien habría de informarle detalladamente de todos los acontecimientos acaecidos en el Perú durante su ausencia.
La presencia de su líder natural generó mucha expectativa al interior de la Unión Nacional de hecho se comenzaría a engrosar la fila de adeptos y gestar nuevos planes de restructuración partidaria.
A pesar de la diáspora de muchos de sus militantes deciden sacar a la luz pública un medio que les permita expresar su devenir como organización que sirva como punta de lanza para herir mortalmente a sus compulsos enemigos. Con ello ya no habría de recurrir a tribunas ajenas, panfletos anónimos y discursos de un alcance corto.
Ellos habían entendido que se necesitaba ganar la opinión pública, importante en la elección y en la gestión, además de realizar un permanente ataque al rival con el fin de desgastarlo.
Es en esta coyuntura que nace El Germinal cuya primera entrega sería el 1 de enero de 1899. Según sus creadores idearon dicho nombre ya que esto habría de representar un nuevo nacimiento para el país el cual contaría con una “prensa seria e independiente”. Sus editoriales tendrían una similar semántica a la expresada en el discurso en la Politeama no era de extrañarnos ya que los artículos habrían de ser redactados por el propio Prada o por lo menos tener su visto bueno. El Germinal apuntaría sus tenaces y pasionales críticas hacia el mandatario saliente: Nicolás de Piérola. Su principal acusación giraría en torno a desenmascarar el doble discurso que el Califa expondría frente a la opinión pública con respecto a la situación económica del Perú; ya que mientras en los estrados Piérola señalaba un crecimiento arrollador en los documentos se demostraba un déficit apocalíptico que fulminaba toda esperanza de avance al país o mínima recuperación post guerra. Lo curioso de esa primera editorial emitida por los radicales fue una alabanza para el propio presidente constitucional, después de tan lapidarias palabras ya que era el primero que concluida la Guerra del Pacífico asumiría la responsabilidad del país frente a las viudas de los soldados caídos en combate, otorgándole una pensión(8) situación que habrían esquivado sus antecesores, Miguel Iglesias, Andrés Avelino Cáceres y Remigio Morales Bermúdez.
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1 “La prensa es un intermediario letrado hacia el pueblo, especialmente en Estados donde aún la soberanía popular no se encarna políticamente. Su circulación, pequeña en número por las carencias en educación, era amplia en repercusiones nacionales e internacionales” (Stuven 2007).
2 Una explicación como era concebida la opinión pública a fines del siglo XIX es presentada por el sociólogo Joaquín Capello: “constituye los grandes comportamientos del organismo social, y según el estado de las ideas dominantes, tiene libre entrada o son cegados completamente, los campos de acción propios a cada ramo de la actividad humana. La práctica de la virtud y del bien, el trabajo y el estudio no pueden desarrollarse una vez que la opinión pública pone su visto en tal o cual sentido” (Capello 1897: 9).
3 Un estudio sobre el impacto de los diarios a fines del siglo XIX, aunque no compartamos sus ideas es: Nils Jacobsen 2006.
4 Quizás lo más cercano que tenemos es El Progreso, órgano de prensa del Club Electoral, comandado por Domingo Elías, pero por su propia naturaleza este no era un partido político ni dicho periódico era una cantera militante.
5 Entre sus miembros se encuentran Carlos G. Amézaga, Germán Leguía y Martínez, Víctor Mantilla, Elías Alzamora, Hernán Velarde, Luis Márquez, Luis Ulloa, Carlos Rey de Castro, Alberto Químper, Alberto Secada, Manuel Moncloa Covarrubias, Luis Márquez, Ernesto Rivas, Abelardo Gamarra, Pablo Patrón, Carlos Alberto Romero y Adolfo Vienrich, entre otros.
6 Para mayor información sobre el reglamento de elecciones de 1896 consultar: Aguilar 2002.
7 La propia Adriana Vernuil de González Prada argumentaría “Manuel por el contrario, iba a realizar la ilusión de su vida, conocer los centros de estudio donde había vivido mentalmente, codearse con los grandes escritores contemporáneos a quienes tanto admiraban, respirar en fin, en ese ambiente de civilización del que se quería saturar y a la que pertenecía espiritualmente” (Vernuil 1947: 177).
8 “Editorial”. El Germinal, 1 de enero de 1899.
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