“La fiesta es un divertimento que aturde a los que mandan y a los que obedecen y que a los de abajo les hace creer y a los de arriba les crea la ilusión de que aún queda riqueza y poder”
José Antonio Maravall
En este ensayo analizaré varias relaciones de fiestas políticas, llevadas a cabo en Lima en el siglo XVIII para celebrar distintos sucesos vinculados con la vida de la familia real española. Estas fiestas tenían varias secciones: una primera parte, en la que participaban las autoridades del virreinato; una segunda, los distintos gremios de la ciudad; y otra, denominada, “fiestas de naturales” en donde los indios que vivían en la ciudad y sus alrededores. Aquí, específicamente, me volcaré al estudio de las relaciones de estas “fiestas de naturales”. Para dicha labor me he centrado en la lectura de cuatro relaciones de fiestas preservadas en la Biblioteca Nacional de España, con sede en Madrid. La primera de ellas es de Pedro Peralta y Barnuevo titulada Júbilos de Lima y fiestas reales (Lima 1723) (1), que narra las fiestas llevadas a cabo para celebrar una boda real. La segunda, El día de Lima (1748) (2), un texto que incluye la relación de la fiesta celebrada con motivo del asenso al poder de Felipe IV. La tercera, la descripción de una “fiesta naturales” de autoría anónima, titulada precisamente Fiestas de los naturales (Lima, 1760) (3), que celebró el asenso al trono de Carlos III. Y, por último, la Descripción de las reales fiestas (Lima, 1790) (4) escrita por Francisco de Arrese y Layseca, que festejó la coronación de Carlos IV.
1. La fiesta política en el siglo XVIII
Durante el virreinato en América tuvo lugar una serie de fiestas públicas fomentadas por el Estado. Estas fiestas de corte político, casi siempre vinculadas con episodios de la vida de la realeza y sus descendientes, tenían repercusiones profundas en la existencia de la sociedad colonial. En efecto, en aquella época se tenía la idea de que la continuidad histórica de la comunidad estaba unida a la vida del soberano y sus descendientes y que, por lo tanto, dependía de ellos. Por consiguiente, las entradas reales, las coronaciones, los matrimonios, los nacimientos de herederos y las exequias tenían una importancia fundamental en el vivir del virreinato. “En todas ellas la continuidad del linaje era reafirmado solemnemente. Se sacralizaba la historia humana y la historia política” (Ramos 16). Ahora bien, en el Perú este propósito tomó color local de acuerdo a su historia y sus condiciones de vida. La mezcla de culturas así como la aculturación de los indios se materializó en el tipo de manifestaciones festivas que protagonizaron. La mezcla de culturas también se manifestó, por ejemplo, en el idioma que los indios usaban en las fiestas: unas ñustas, por ejemplo, “en su natural idioma entonaban dulcísimos letrillas, que daban a entender en sus afectos, y en las Castellanas voces, de que las mezclaban, los elogios, que dirigían al Rey” (El día de Lima 245).
En estas fiestas políticas participaban todos los estamentos de la sociedad: desde la familia del virrey, las autoridades civiles, pasando por el sector eclesiástico hasta la llamada “nación de naturales” (indios), así como también los mulatos y negros (5). Estas fiestas, además, eran consideradas, por su sociedad, como eventos de profundo simbolismo, en donde se celebraba la ideología del imperio a todo nivel. Así, tanto letrados cultos como quechuas producían, en esencia, el mismo discurso celebratorio, usando incluso los mismos motivos mitológicos para celebrar a la realeza. Por supuesto, la mezcla de culturas se hizo más notoria en “las máscaras” o desfiles indígenas que los criollos. Además, estas fiestas eran momentos de encuentro festivo entre todos esos sectores sociales. En un sentido, en efecto, eran fiestas donde todos los estratos sociales se encontraban en un mismo espacio y eran participes del mismo lenguaje espectacular. En esas fiestas, los sectores altos de de la sociedad compartían plaza con los menos favorecidos, pero guardando un estricto orden que, por lo que se infiere, les prohibía por ejemplo, organizar fiestas conjuntas.
Aquellas fiestas eran, en esencia, efímeras y su estudio debe realizarse tomando en cuenta dos líneas de investigación. Una es el estudio de actas de cabildo y todo documento legal que permitiera la reconstrucción de la manera en que se organizaron las fiestas, así como la identificación de sus promotores, con el fin de establecer cómo estos, por sus intereses personales, influyeron en el diseño de la misma. Tarea ardua, por lo demás, que está fuera de este estudio. El mejor ejemplo de este método es el estudio de Guillermo Lohmann Villena sobre el arte dramático en Lima durante el virreinato. La otra forma, aunque menos confiable —desde el punto de vista estrictamente histórico, pero sí desde el punto de vista de los estudios culturales— es el examen de las llamadas relaciones o descripciones de fiestas o “textos literarios”, cuyo propósito era reproducir por medio de “bellas letras” lo acaecido en dichos eventos.
2. Las relaciones de fiesta
Se puede definir las relaciones de fiestas como descripciones literarias de los eventos, ceremonias, vestidos y decorados de las fiestas que incluían, con frecuencia, una relación de los participantes de la misma, ya sea autoridades políticas, religiosas o civiles o indios, mulatos y negros. Estas relaciones solían ir acompañadas de otro tipo de textos como reseñas históricas, genealogías, loas e, incluso, documentos legales como la orden real para realizar la fiesta, además de la aprobación del mismo texto por parte del censor. Ahora bien, las descripciones de fiestas en sí incluían elogios a la fiesta misma a sus participantes, así como interpretaciones de los emblemas, símbolos y alegorías usados en la misma. Algunas de estas descripciones contenían algunos de los textos presentes en la iconografía de la fiesta, los cuales casi siempre eran citas de autoridades latinas como Virgilio (6). Su escritura fue una práctica literaria que se originó en el renacimiento y que se extendió mucho más en el barroco. Sin embargo, como todo documento de cultura, ofrecían visiones mediadas por la mentalidad del escritor, por su pericia en las letras y por sus intereses inmediatos dentro su esfera social. Por ello, algunos historiadores advierten del cuidado que se debe tener al estudiarlas (Ramos 1992: 22).
Los autores de estas relaciones no siempre son identificables. De los documentos consultados resaltan dos escritores: Pedro Peralta y Barnuevo (7) y Francisco de Arrese y Layseca (8), ambos intelectuales criollos pertenecientes a los círculos universitarios y de las cortes de Lima. Las otras relaciones vistas, aunque no consignan autoría, pueden haber sido escritas por personajes del mismo ámbito social y académico. De esta manera, se puede apuntar con mucha certeza que estos eran letrados criollos, familiarizados con la política limeña y con la realidad peruana del momento. Sin embargo, no hay que tomar estas relaciones como un producto meramente ideológico y distorsionador de la realidad. Su lectura también ofrece algunos datos objetivos sobre las fiestas políticas virreinales (como su estructura, vestuario y protagonistas), así como ciertas noticias sobre cómo se articuló, en la mentalidad criolla, la función social de los indios en las mismas. Más allá de la intervención de los autores, puede establecerse el sentido social que “los naturales”, como comunidad, se dieron a sí mismos en estas celebraciones, además del contenido conceptual, étnico, político ideológico y espectacular que le otorgaron a la misma.
La fiesta por la proclamación de los reyes no solo era una costumbre de la sociedad colonial, sino que en algunas ocasiones podría tratarse de una obligación, pues el mismo rey ordenaba la realización de tales pompas. De esta manera, celebrar la fiesta no solo era un momento de licencia, asueto y felicidad, sino que constituía un acto de obediencia y lealtad al monarca. Aún más, la mismísima relación de sucesos de la fiesta era un texto que debía ser enviado al rey en la mayor brevedad, por cuanto una de las funciones de la relación era servir como prueba jurídico-literaria de lo acaecido en las fiestas. Así lo documenta el autor anónimo de El día de Lima, quien incluyó en su texto una trascripción de la orden del rey, fechada el 31 de julio de 1746. En ella, el monarca ordenó que lo aclamen y “que levanten Pendones” en su real nombre: “Don Fernando EL VI”. Este gobernante mandó, además, “a todas las Ciudades de esos Reinos lo ejecuten en la forma, que se acostumbra, haciendo las demostraciones, que en semejantes una actos se requieren [...] Y de haberse ejecutado, me daréis cuenta en la primera ocasión, que se ofrezca” (El día de Lima, 108). Por lo tanto, la escritura del documento tenía un carácter oficial y tenía como uno de sus lectores oficiales al rey. Así la escritura de la relación revela un sólido compromiso implícito con el poder, compromiso que delimitará su lenguaje y sus medios de expresión.
Elementos de la fiesta
Desde un punto de vista estructural, la fiesta virreinal incluía una serie de manifestaciones artísticas: arquitectura, pintura, escultura, música, teatro, danza, tauromaquia, equitación y oratoria, por mencionar las más sobresalientes. Las fiestas tenían además un soporte arquitectónico, proveído por la ciudad y por construcciones efímeras. Dos elementos resaltaban por sobre todos: los catafalcos y los arcos triunfales. Los primeros eran esculturas funerarias construidas por los funerales de la realeza y la aristocracia civil y religiosa. Los segundos se diseñaron sobre todo para la recepción de virreyes y de los cuales se cuenta con numerosas descripciones literarias. Asimismo, había otro tipo de instalaciones como altares, escenografías, tramoyas, bastidores y escenarios. Víctor Mínguez habla también de “todo tipo de enmascaramientos, que por medio de cortinajes, tapices, lámparas, trofeos y otras soluciones ornamentales, engalanaban todos los edificios notables de la ciudad [...] dando lugar a la deseada metamorfosis urbana” (Mínguez 319). En esta transformación de la ciudad, las iluminaciones artificiales jugaban un importante papel: velas, hachas, arañas, lámparas eran necesarias para dotar de luz a las construcciones efímeras. Según Mínguez, “las luminarias invadían las portadas, fachadas, torres y tejados de los edificios urbanos, provocando en plena noche un amanecer” (Mínguez 320).
Además de la arquitectura, hubo también elementos figurativos acompañados de textos literarios que los comentaban o añadían significado. Había pues pinturas, esculturas, relieves, jeroglíficos, medallones que mezclados con mensajes escritos otorgaban el sentido político deseado por los organizadores y los artistas encargados del diseño de la fiesta. Se empleaba en efecto el lenguaje emblemático y el alegórico como instrumentos de persuasión ideológica. En efecto, según Diez Borque, la función de lo efímero era crear espacios nuevos que alteraban el significado funcional de la calle y añadían a la misma valores narrativos y conceptuales (Diez Borque 21).
Las relaciones estudiadas no ofrecen básicamente las mismas estructuras. Así que, para una mejor comprensión del orden y naturaleza de estas fiestas, transcribo aquí el índice de las fiestas que Peralta y Barnuevo incluye en sus Júbilos de Lima:
Índice de los gremios de Lima que concurrieron y contribuyeron a las fiestas reales
- Mercachifles, tabaqueros y cajoneros
- Pintores
- Escultores
- Panaderos
- Plateros
- Tiradores de oro
- Batihojas
- Doradores
- Cereros
- Mantequeros
- Carpinteros
- Carroceros
- Bodegueros
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- Taberneros
- Sastres
- Sombrereros
- Botoneros
- Coheteros
- Olleros
- Paileros
- Herreros
- Espaderos
- Fundidores de bronce
- Torneros
- Pasteleros
- Zapateros
- Curtidores
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Índice de los fuegos y fiestas
- Fuegos de la primera fiesta. Gremio 1. Primera fiesta. Toros. El ilustre cabildo de esta ciudad.
- Fuegos de la segunda fiesta. Gremios 21 y 22. Segunda fiesta. Toros. El ilustre cabildo.
- Fuegos de la tercera fiesta. Gremios 18. Tercera fiesta. Toros. Gremios 4 y 25. Cuarta fiesta. Toros. Los mismos.
- Fuegos de la quinta fiesta. Gremios 5, 6, 7, 9 y 10. Quinta fiesta. Toros. Los mismos.
- Fuegos de la sexta fiesta. Gremios 13 y 14. Sexta fiesta. Toros. Los mismos. Séptima fiesta. Toros. Los mismos. Octava fiesta. Toros. Gremios 2, 3, 8, 11, 12, 15, 16, 17, 19, 20, 23, 24, 26 y 27. Novena Fiesta. Paseo de los Reynos. Gremio 1. Décima. Máscara Real. Undécima. Toros. Comparsa de cuadrillas y alcancías. Duodécima. Real Máscara (Los naturales de este reino, vecinos de esta ciudad y sus contornos). (Énfasis agregado)
- Fuegos de la última fiesta de toros. Los escribanos. Décima tercia. Última fiesta de toros. El cabildo. Décima cuarta. Comedia. Los gremios de la octava fiesta. Décima quinta. Comedia. Gremio 1.
De aquí puede concluirse que estas fiestas fueron espectáculos muy diversos en los que se mezclaban desfiles, arquitectura, fuegos artificiales, teatro y tauromaquia. Los naturales, como lo indica Peralta, eran los encargados de solo una sección de las celebraciones en un día. Llevaron a cabo “reales máscaras” que eran desfiles en los que se caracterizaba a los incas y algunos líderes locales antiguos. Para comprender un poco el significado de estas fiestas de naturales, es preciso ver que rol tenían los indios en las artes escénicas y en la fiesta durante el virreinato en el Perú.
Los “naturales” y los espectáculos virreinales
Guillermo Lohmann Villena, en su ineludible trabajo El arte dramático en Lima durante el virreinato (1945), noticia que desde muy temprano durante la colonia hubo participación de los indios y mestizos en los espectáculos dramáticos. Fueron músicos, danzantes, recitadores, obreros tras bambalinas, espectadores y objetos de enseñanza por medio del arte escénico. El teatro jesuita, por ejemplo, tenía como finalidad “atraer a los naturales a unirse a la religión católica”. En estas obras alentadas por los soldados de Jesús, a veces, intervenían los nativos: “Se presentó en Lima un diálogo cuyo argumento se refería al Santísimo Sacramento, redactado, alternativamente en castellano y en la lengua general del Reino (compuesto, a lo que parece, por un erudito jesuita). Los mancebos que lo personificaron hiciéronlo con mucha gracia y donaire, causando general contento” (Lohmann 23).
Guamán Poma de Ayala, Juan Santa Cruz Pachacuti y el Inca Garcilaso de la Vega también informan en sus crónicas sobre un conjunto de indios dedicados a la actuación, la música y la farsa (Lohmann 24). Curiosamente, los naturales también participaron como utilería del teatro. Por ejemplo, en 1599 los jesuitas representaron en el colegio San Pablo La historia alegórica del anticristo y el Juicio final, las cuales provocaron:
mucho temor y horror en los oyentes. Para representar más a lo propio la resurrección de los muertos, los jesuitas hicieron extraer de las sepulturas gentílicas diseminadas por los alrededores de la ciudad muchas osamentas, y aún cadáveres de indígenas, enteros y secos, lo cual fue causa del consiguiente espanto en quienes se hallaron presentes a dicho paso escénico (Lohmann 73-74).
Desde comienzos del virreinato, se consideraba a los indios personas rústicas y miserables necesitadas de asistencia legal y política, aunque la legislación expuesta en la Recopilación de Leyes de las Indias los definía como hombres libres. Vivían en reducciones, pagaban tributos, tenían curacas y protectores y prestaban servicios a la corona como la mita. A los curacas se les permitía ostentar sus cargos políticos y se le dio algunos beneficios. No pagaban tributos, por ejemplo, y se les integró mejor a los hábitos españoles. Podían montar a caballo, llevar armas y tener vasallos.
En 1570 Francisco de Toledo dividió la sociedad virreinal peruana en dos repúblicas: la de indios y la de españoles. A la república de indios pertenecían, en primera instancia, los indios nobles, descendientes de las elites cuzqueñas y de las panacas reales, y los descendientes de los grandes señores de la costa y otras regiones andinas. Aunque al principio del virreinato los españoles se negaban a reconocer los derechos de esta “nobleza”, ya en el siglo XVII conformaron un grupo con solvencia económica y política. Esta nobleza indígena, a diferencia de las grandes mayorías, estaba exenta de pagar tributos y de ir a la mita (trabajo forzado en las minas). También era gente educada pues tenía acceso a los colegios para curacas y a una evangelización correcta. Sin embargo, los indios plebeyos estaban sometidos a distintos impuestos y a la temida mita (9). Estos, al principio vivían en las llamadas encomiendas, pero a partir de 1570, lo harían en reducciones donde vivían apartados de los peninsulares.
Los curacas desempeñaban un papel muy importante en la sociedad virreinal. No solo por su peso político dentro de las comarcas donde vivían, sino por su estrecha colaboración con las autoridades reales para asimilar a los indígenas a los patrones culturales de España. En efecto, para ser curaca, se debía cumplir con tres requisitos: hablar español (ser ladino), profesar públicamente el catolicismo y “andar vestido a la española”. “No cabe duda que en esto debieron ser imitados muy de cerca por sus subordinados y en tal virtud su peso específico en la Corona debe ser seriamente considerado” (Lohmann Villena 1994: 116). Es por ello que el protagonismo de los curacas en las fiestas es fundamental. En las fiestas políticas del siglo XVIII, la participación de los indios estaba determinada por el orden social virreinal. La participación de la sociedad en la fiesta se hacía siguiendo un estricto orden en el que las jerarquías políticas y eclesiásticas determinaban la estructura de la celebración. Ante el virrey, por ejemplo, marchaba primero la corte, luego la elite religiosa, los funcionarios, los distintos gremios de la ciudad y, por último, “los naturales”, empezando por sus curacas.
Ahora bien, ¿qué se entiende por naturales? ¿Son acaso los pobladores originales de la Lima antes de la llegada de los españoles? ¿O antes de los incas? Por lo que se desprende del análisis de estas relaciones se denomina naturales a los indios que habitaban la capital y las zonas aledañas; la calificación no tenía mucho que ver con el lugar de origen. María Rostworowski, además, afirma que ya para el siglo XVII y XVIII los curacas de la región estaban “muy aculturados”. El impacto económico de la ciudad de Lima, centro del virreinato, no permitió que aquellos curacazgos conserven sus “tradiciones indígenas” (1978: 50). Los naturales, por consiguiente, referían a todos los indios que vivían en Lima y en sus alrededores y no tenía ninguna connotación al origen geográfico de los indios. Debe tenerse en cuenta que los indios no solo participaban en esta sección de la fiesta. De hecho, también participaban durante las fiestas de los gremios. Pero en las “fiestas de naturales” los participantes eran solo indios. Así lo documenta El día de Lima: “Separados con permiso y aun con influjo de los demás gremios en los que se hallan mezclados, como maestros y oficiales de todos sus ejercicios, formaron un solo cuerpo” (El día de Lima 236).
De otro lado, ya que se trataba de actos de propaganda y apologética del poder, todo elemento “del arte festivo” estaba dispuesto con meticuloso cuidado. Cada natural, en efecto, ocupaba un lugar establecido en la representación. De ese modo, la posición en la fiesta tenía una carga social inherente: la fiesta era un espacio donde los individuos y grupos podían revestirse de autoridad, tanto por su rol dentro de la fiesta (no es lo mismo que un curaca caracterice al débil inca Huáscar que al gran Manco Cápac), así como por la ubicación jerárquica dentro de la misma (quién marchaba primero, quién estaba más cerca del virrey, quién vestía con más pompa, quién se dirigía al virrey).
Ya que la fiesta política solo contaba con una fiesta de naturales, la organización de la misma revelaba no solo los intereses económicos involucrados en la fiesta, sino también la relevancia de cada reducción de indios en la Lima del XVIII. Así puede decirse que las fiestas eran un lugar donde “los naturales” podían ostentar su prestigio social o adquirir nuevos réditos sociales. El análisis de la relación de fiestas permite establecer que las fiestas políticas en Lima del siglo XVIII servían, entre otras cosas, como medio para privilegiar ciertos intereses políticos de las elites indígenas, así como para subrayar el protagonismo de ciertos grupos y celebrar ciertas tradiciones y linajes. Este privilegio no debe entenderse como un acto malintencionado, sino como una manifestación natural del orden de cosas en la “nación de indios”. Las fiestas de naturales no solo permitían esta interacción entre el Estado y la nación de indios, sino que reflejaba tensiones y acomodos dentro de la propia “nación de indios”. Por ello, en estas fiestas, representadas en Lima, destaca la participación de caciques e indios “nobles” básicamente de la costa norte así como la caracterización de un gobernante “originario” (pre inca) de la misma región (el gran Chimo). Por ejemplo, tanto en las relaciones incluidas en El día de Lima como en los Júbilos de Lima de Peralta, los indios crean una representación gloriosa del pasado incaico en el que además incluyen la figura de un gobernante costeño anterior a lo incas, comunicando con ello, no solo la mezcla de dos tradiciones, la española y la cuzqueña, sino también la necesidad de reivindicar un supuesto legado político local. Por su lado, la repartición de los papeles privilegiaba sobre todo a caciques de las regiones costeñas (Lima, Ancash y Lambayeque) más que las de Cuzco, por ejemplo. Sin embargo, el representante del Cuzco es el único de quien se consigna un cargo político destacable (10).
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1 El título completo de la obra es: Júbilos de Lima y fiestas reales, que hizo esta muy noble y leal ciudad, capital y emporio de la América austral, en celebración de los augustos casamientos del serenísimo señor Don Luis Fernando, príncipe de Asturias, N. Señor, con la serenísima señora princesa de Orleans, y del señor rey cristianísimo Luis décimo quinto con la serenísima señora Doña María Anna Victoria, Infanta de España, ordenadas y dirigidas por el Exmo. Sr. Don Fray Diego Morcillo Rubio de Auñon, arzobispo de la Plata, virrey, gobernador y capitán de los reinos del Perú, Tierra Firme y Chile y escritas por el Doctor Don Pedro de Peralta Barnuevo y Rocha, contador de cuentas y particiones de esta real audiencia, y catedrático de Prima Matemáticas en esta real universidad. En Lima, en la imprenta de palacio. Por Ignacio de Luna y bohorques. Año de 1723. El texto contiene los siguientes subtítulos:
- Descripción de las fiestas reales. Noticias de los augustos casamientos y aparato de su celebración.
- Fiestas de plaza (descripción de la ciudad y de la primera a la quinta fiesta).
- Paseos, máscaras, carreras y pompa triunfal (introducción a la fiesta de naturales).
- Compedio del origen y serie de los Incas (resumen de la historia de los incas. La principal fuente de Peralta es el Inca Garcilaso de la Vega, pero también cita a Buenaventura de Salinas, Zárate, Acosta, Calancha y Cieza).
- Primera real máscara (Desfile de Incas y lidias de toros).
- Segunda máscara y pompa triunfal (Máscara de Incas, carros alegóricos, carro con el pabellón real, Cabildo, Comedias).
2 El título completo del texto es: El Día de Lima. Proclamación Real, que de el Nombre Augusto de el Supremo Señor D. Fernando El VI. Rey Católico de las Españas, y Emperador de las Indias. N. S. Q. D. G. Hizo la muy Noble, y muy Leal Ciudad de los Reyes Lima, Cabeza de la América asutral, fervorizda a inflixo del Zelo fiel, del cuydadoso Empeño, y de la amante Lealtad del Excelentísimo Señor Don Joseph Manco de Valasco, Caballero de la Orden de Santiago, Teniente General de los Reales Ejércitos de S. M. C. Virrey, Governador, y Capitán General de estos Reynos del Perú, y Chile & de cuyo orden se imprime. Con la relación de la solemne Pompa de tan fausto feliz aplauso, y de las Reales fiestas, con que se celebró. Año de 1748.
El texto contiene tres partes bien diferenciadas: un texto alegórico en prosa, bastante disparejo y pesado en estilo, que compara a Lima con el sol y con los atributos simbólicos políticos propios de este astro. La segunda parte, que es la que más interesa en este artículo, es la “Relación de la Real Proclamación” en sí, la que cuenta y describe con gran detalle lo acaecido en las fiestas de proclamación del rey Fernando VI en Lima en 1748. La última parte del texto reproduce la loa que se representó en el palacio virreinal el 16 de febrero de 1748, que fue compuesta por el licenciado don Félix de Alarcón Presbítero. Dentro de la llamada “Relación” me importa analizar la sección titulada “Fiestas de naturales” (237-268), en la que se describe la fiesta y se detalla cómo participaron los indios en la mencionada fiesta política. Este libro anónimo data de 1748 y fue encargado por el virrey don José Antonio Manso de Velasco, llamado también conde de Superunda, quien gobernó el Virreinato del Perú desde 1746 hasta 1761.
3 El título completo de la obra es: Fiestas de los naturales de esta ciudad de Lima y sus contornos, en celebridad de la exaltación al trono de S. M. el señor Don Carlos III. Nuestro Señor (que Dios prospere). Año 1760.
4 El título completo del texto es: Descripción de las reales fiestas, que por la feliz exaltación del señor Don Carlos IV al trono de España y de las Indias, celebró la muy noble ciudad de Lima, capital del Perú. En la imprenta de los niños expósitos. Año de 1790. El texto fue encargado por el virrey Croix “por orden verbal”, lo cual muestra la cercanía de Arrese y Layseca a la corte. Este texto contiene dos partes bien diferenciadas: una primera, en la que discute el sentido de la fiesta política y en la que hace una genealogía de los reyes de España; una segunda, en la que describe la fiesta en sí e incluye la orden del rey para llevarla a cabo. Esta relación narra las fiestas con menor detalle, pero sí se empeña en hacer un listado de todos los participantes, especialmente del ámbito cortesano.
5 El poema de Carvajal y Robles incluye cantos que describen la participación de mulatos y negros en una fiesta política virreinal.
6 No he podido determinar si dichos textos estaban escritos en latín o en español. Algunos autores traducen los textos latinos, mas no Pedro Peralta y Barnuevo.
7 Intelectual limeño (1664-1743), especialista en diversas disciplinas como la contabilidad, la ingeniería, el derecho, la poesía y las matemáticas. Fue rector de la Universidad de San Marcos entre 1715 y 1717. Asimismo, fue autor de diversas piezas de teatro cortesano y textos de diversa índole destinados a ser leídos en la corte.
8 Arrese y Layseca se presenta a sí mismo como asesor de la renta de tabacos y catedrático de artes de la Real y Pontificia Universidad de San Marcos de Lima.
9 Según Lohmann Villena, la mita se impuso por la necesidad de integrar a los indios a la vida económica del virreinato. Primero se pensó en la convocatoria voluntaria, pero ante la “abstención del indio” se instauró la mita, que ya tenía precedentes en las culturas pre hispánicas. Desde un punto de vista doctrinal, la mita fue justificada por José de Acosta, Miguel de Agia y Solórzano Pereira. Para estos letrados, cada persona debía aportar a la sociedad aquello que “es capaz” de aportar según su oficio. Reconocieron en la mita un “mal necesario”, pero beneficioso para el bien común. Otro de los argumentos para hacer la mita obligatoria fue que “la sobriedad” y humildad del indígena que, según este historiador, no tenía mayores ambiciones de acumular riqueza. La mita se valía de un sorteo para seleccionar los indios que acudirían a ella. El trabajo duraba un año, intercalando una semana de descanso y dos “para quehaceres” particulares. Las actividades que se realizaban en las mitas eran de interés público: explotación de minas, construcción de infraestrucura, cultivo, pastoreo, suministro de mano de obra y servicios axiliares en tambos. El trabajo era obligatorio para los varones entre los 18 y 50 años. Sin embargo, podían evitarlo pagando el equivalente al jornal de un mitayo. Como el sistema solo era válido para los originarios de cada comarca, este sistema alentó los movimientos humanos para evitarlo. En 1732, se derogó esta medida y se obligó a todos los residentes de una comarca a ir a la mita. En cuanto a las muertes atribuidas a la mita, Lohmann Villena apunta que se trata de un espejismo producido por ciertas prácticas que los indios emplearon para evitar la mita. Como normalmente huían de sus poblados naturales, el número de mitayos convocados en sus comarcas se reducía. Y como tampoco se inscribían en los nuevos pueblos como nuevos habitantes, tampoco eran convocados. Esto generó el espejismo de la reducción de la población. “Además, la existencia de los voluntarios –los mingas- que se radicaban en el punto de su trabajo y dejaban de regresar a sus comarcas de origen, coadyuvaban a crear esta falsa creencia denunciada por escritores no muy fieles a la verdad” (Lohmann 1994: 125).
Más recientemente el demógrafo Massimo Livi Macci, destaca que la mita generó un tremendo flujo migratorio hacia Potosí así como la consagración de rutas comerciales y un m ercado en dicha ciudad. Livi Macci estima que la mortandad de indios en las minas de Potosí fue de un 3 o 4% al año, una cifra no muy elevada para mermar drásticamente a la población. “Los indios huían de la mita, de los peligros relacionados por el trabajo, no compemsado por el trabajo asalariado”. Sin embargo, evitaron la mina, abandonando sus pueblos de origen, bautizando a sus hijos como niñas y se fingieron forasteros (Livi Bacci 2006: 89-113).
10 A Huáscar Inca, lo representó el cacique del pueblo de Pachacamac del corregimiento del Cercado. A Huayna Capac, el del pueblo de Magdalena, ubicado en la costa de Lima. A su antecesor, Túpac Yupanqui, un natural de la provincia de Huarochirí en la sierra de Lima. A Pachacútec, un niño proveniente de Huaylas, la sierra norte del Perú. Su colla provenía de Chancay y la infanta que los acompañaba de Chilca, ambos pueblos costeños de Lima. A Viracocha, Don Valentín de la Rosa Mino-Lluli, “descendiente de los primeros caciques y pobladores del Pueblo de Lambayeque” (El día de Lima 255). A Yahuar Huaca lo representó un natural del Cercado de Lima; a Inca Roca, uno de Huarochirí; a Cápac Yupanqui, a Mayta Cápac y a Lloque Yupanqui, tres de Lambayeque. A Sinchi Roca, un natural del Cercado de Lima. Al “último de tan magnífica serie era Manco Capac, que fue el Inca primero, y el origen de su Imperio” lo copió Don Felipe Huamán Navarro, “Principal de la Ciudad del Cuzco, y Ministro del Tribunal de Santa Cruz” (El día de Lima 258).
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