Un viaje que no es más que la prolongación de su propia vida, mejor dicho, de su propia mirada, porque lo que se trata es de indagar en una situación, no insólita sino habitual, y de descubrir los entresijos del alma humana no tanto desde la realidad como desde la imaginación y la fantasía.

 

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Verosimilitud y mundos posibles en Viaje Sentimental de Laurence Sterne

por Juan Carlos Rojas Runsiman

 

El presente trabajo busca plantear una reflexión en torno a los temas de la teoría literaria como son lo verosímil y el narrador en relación a su lector modelo, caso especial de la novela que nos ocupa, Viaje sentimental, de Laurence Sterne.

Los temas que de tomarán como punto de partida son fuentes de referencia que nos permitirán reflexionar acerca de otros temas de la teoría literaria, para lo cual nos basaremos principalmente en textos de Culler, Barthes y Urello.

No pretendemos, entonces, hacer una interpretación de la novela, ni señalar las líneas principales de la obra de Sterne, ya que la delimitación misma del trabajo no nos lo permite; lo que buscamos es valernos del texto para hacer las aplicaciones teóricas que nos parezcan convenientes.

 

Marco diegético-analítico

El viaje sentimental de Sterne nos da la pauta de un viaje singular, que se inicia casi al azar, o mejor dicho como consecuencia de la frase que abre este libro “Este asunto lo arreglan mejor en Francia, dije”. Así, Laurence Sterne se fue de viaje. Un viaje en el que aparentemente no pretende encontrar su autor nada que se escape al cotidiano devenir de la vida, de tal modo que no ha previsto ni la forma de hacerlo ni el itinerario, ni siquiera ha tenido en cuenta que uno de los países que pretendía visitar estaba en guerra con el suyo.

Un viaje que no es más que la prolongación de su propia vida, mejor dicho, de su propia mirada, porque lo que se trata es de indagar en una situación, no insólita sino habitual, y de descubrir los entresijos del alma humana no tanto desde la realidad como desde la imaginación y la fantasía: la comprensión del carácter del criado que encontró también al azar, los encuentros con las damas, las conversaciones con los posaderos, la propia forma de presentar las dificultades, el sentimiento, la emoción y lo que haya en el alma que las provoque y alimente. Este es su único objetivo, indagar, buscar, comparar en el alma de los hombres, en las situaciones, en el fondo, en el interior de sí mismo.

En pleno siglo XVIII, un siglo de las luces, en un país severo y ceremonioso, un británico dotado de una extraordinaria sensibilidad y de un sentido del humor casi pintoresco, nos cuenta su desplazamiento desde el paso de Calais hasta París y a alguna parte de Italia, sin detenerse en la geografía ni en el arte, sin que lo mueva ningún objetivo especial, simplemente solazándonos con los simples descubrimientos de una mirada cuyo cristal se diría incrustado de una lupa para penetrar y magnificar los nimios detalles de una expresión, de un estado de ánimo, de un deseo o de una simple distracción. Para Sterne lo sustancial no está en lo extraordinario, ni siquiera en lo imprevisto, sino en la imaginación que fluye tras una sombra o un sentimiento sin importancia, y en los rocambolescos cambios de perspectiva con que es capaz de contarnos una pequeña anécdota. Porque, de hecho, nada o casi nada aparece de lo que comúnmente consideramos el tema de un viaje. Se nos habla de París como si lo habitual fuera que el lector viajara allí todos los meses, dándolo todo o casi todo por sabido y sin detenerse jamás en lo que pudiera llamar la atención del viajero o del lector. Del mismo modo trata el camino de Calais a la capital, tal vez lo más detallado del itinerario. En cuanto a Italia, unas breves referencias apenas justifican su presencia en el título, como si lo único importante no fuera el viaje sino la percepción de una sonrisa, o el tino de una voz y sobre todo las reflexiones, siempre cambiantes, de su autor. Entre la ironía y el intento de banalización de sus sentimientos, expresándolo por medio de chanzas apenas dichas o despojándolos de intensidad, Sterne obliga al lector a acabar las historias que él, con extremado talento, deja sueltas por la narración, como si quisiera ocultar la rotundidad de unos sentimientos que lo sitúan ya en pleno romanticismo.

El rostro de Sterne es una viva descripción de su propia forma de pensar y escribir. La mirada profunda pero sonriente, el esbozo de una sonrisa irónica respecto del mundo pero con voluntad de seducción. Aparece sentado apoyando un codo en la mesa sobre unos papeles a los que no parece dar demasiada importancia y sostiene la cabeza con la mano, mostrando extrema despreocupación, pero también delicadeza, y la otra, como colofón de un brazo casi en jarras, tiene algo de desafío, tal vez el mismo desafío que suponía su vida en la sociedad de su tiempo, la de un clérigo que, sin embargo, no ocultaba sus muchas aficiones frívolas, tanto por las mujeres, como por los placeres y por una vida que no debía de gustar demasiado a sus correligionarios. Él mismo era un personaje de sus novelas, tal vez ésta sea la razón del éxito de Viaje sentimental , que lo hizo famoso no por los lances y aventuras, como era habitual en este tipo de libros, sino por su ingenio el expresivo de su literatura que convirtió los encuentros con mujeres, las pequeñas anécdotas, las conversaciones con monjes, criados, posaderos y duques en un viaje singular a través de la movilidad de los sentimientos.

 

Naturalización y verosimilitud

El debate verdad-verosimilitud fue y es una polémica de diversos frutos con respecto a las concepciones del mundo y la representación. Remitamos brevemente a la concepción aristotélica, donde la verosimilitud no es superior a la verdad ni la verdad misma, sino que lo conforma la “opinión general” (Reyes, 1983). Ahora bien, Reisz señala una contradicción en la visión de Aristóteles con respecto a la definición de verosimilitud, por lo cual dentro de la misma cabría señalar dos nociones diferentes: verosimilitud absoluta (lo esperable, según la idea de realidad vigente) y verosimilitud hipotética (lo esperable dentro de un género literario determinado) (Reisz, 1986).

Esta “opinión general”, desdoblada luego en la verosimilitud absoluta e hipotética, es una noción de la que se valen los escritores para la creación de su particular mundo diegético, tomando el “mundo real” como discurso referencial, ya que sirve de soporte a su mundo. Aquello llamado “lo real” presenta un punto de partida a través del cual un escritor, o más bien su obra, se define en contradicción al apoyo discursivo. El primer nivel de verosimilitud propuesto por Culler se basa en el “mundo real”, entendido como un discurso referencial conocido y regido por determinadas reglas. Este “texto dado socialmente” es el más usado entre los escritores y perfectamente reconocible por el lector modelo.

Así, en la novela que nos ocupa Sterne narra un encuentro de Mr. Yorick, personaje principal de la novela, con su criado La Fleur. Su diálogo por lo tanto culminará o seguirá indeterminado hasta el fin de la novela. Si entran a una habitación, tarde o temprano tendrán que salir o quizá quedarse ahí. No creemos que este nivel de verosimilitud merezca muchos más detalles. Por otro lado, tácitamente esta visión presupone la existencia de una realidad que “debería” representarse en el texto para hacerlo verosímil. Antes de esto, presupone la existencia de una realidad invariable con el transcurrir del tiempo. Objetable, ya que la noción de realidad que se tenía en el medioevo es necesariamente diferente a la que tendría un lector del siglo XX, merced a los nuevos avances tecnológicos, descubrimientos y cambios en la idea de mundo que el paso del tiempo trae consigo.

 

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