“La ‘occidentalización' del mito del Pishtaco por su asociación con el Minotauro encubre el lado oscuro de la modernidad: la colonialidad, y deslegitima el pensamiento andino situándolo, implícitamente, por debajo del conocimiento occidental”
1.
Presentación
Para profundizar en el análisis de las tensiones de nuestra modernidad colonial consideramos necesario articular una perspectiva de género al marco teórico postcolonial (1). Esta articulación nos permite comprender que el revés perverso de la modernidad, su carácter colonizador y falocéntrico, se despliega conflictivamente en un espacio poscolonial como el Perú. Los mecanismos de control del sistema de género moderno (los estereotipos y las redes de significación que reproducen el dominio patriarcal) se mezclan violentamente con las narrativas coloniales generando un sistema de género moderno-colonial. Dentro de estas estrategias discursivas, la feminización constituyó una de las principales operaciones político-ideológicas utilizada por los imperios de occidente para subalternizar al colonizado. A continuación, examinaremos como, ante la aguda crisis del Estado durante el conflicto armado interno (1980-2000), reaparece este discurso feminizador para reproducir y consolidar el sistema de género moderno-colonial en el Perú en la polémica novela de Mario Vargas Llosa: Lituma en los Andes ([1993]/2000).
2. El sistema de género moderno-colonial
El cruce entre las teorías postcoloniales y los estudios de género implica un avance epistemológico para evaluar las tensiones de la modernidad colonial en el Perú (Mignolo 2002: 196). Por ello, situaré mis reflexiones a partir de los aportes de Katheleen Newman (1991), Lucía Guerra-Cunningham (1996), Elizabeth Jelin (2002), Walter Mignolo (2002), entre otros.
Para abordar la discusión crítica sobre el género debemos remarcar, en principio, su carácter sociocultural e histórico. En este sentido, antes que algo natural e inherente a los seres humanos, el género es una construcción discursiva que ha sido naturalizada por la sociedad. Este constructo cultural, como todo discurso, se enmarca en una red de relaciones de poder que denominaremos, de acuerdo con los estudios sobre el tema, sistema de género. Entiendo por sistema de género una estructura política de dominio patriarcal que comprende: a) un modelo de división sexual en el ámbito laboral (producción/reproducción); b) la distinción entre esferas y espacios sociales (públicos y privados) anclada en el género; c) estructuras de poder que diferencian jerárquicamente los niveles de legitimidad y prestigio (2); d) relaciones de poder que (re)localizan el género en función de la etnicidad, la clase social, etc. (3); e) la configuración de identidades genéricas en relación a estereotipos diferenciadores (por ejemplo, la imagen de la mujer en el medio doméstico mientras que el hombre es asociado a la administración del poder); y f) la construcción y reproducción de identidades “dominantes” que refuercen las diversas relaciones de dominio y subalternidad (la “primacía” del sujeto heterosexual sobre el homosexual, la del blanco sobre el negro, etc.) (Jelin 2002: 100).
Para complementar esta cartografía del sistema de género debemos subrayar la relación entre la sexualidad y el discurso de expansión de los grandes imperios de occidente para subalternizar eficazmente a las sociedades que estuvieron bajo su dominio. En esta línea, la feminización del Otro colonizado (de su cultura o de su ámbito geopolítico) destaca como una de las principales estrategias de subalternización. Por ejemplo, Walter Mignolo anota que América “nombrada así en honor a Américo Vespucci, toma una a, se feminiza, para coordinarse con Asia y África…” (Mignolo 2002: 45). El Otro hegemónico europeo necesitó crear significantes e imaginarios que consoliden y perpetúen sus sistemas de dominio. Como anota Marcel Velázquez: “Dado que el género expresa relaciones de poder, es una estrategia recurrente que a los grupos sociales subordinados se les atribuya características femeninas para mantener y reforzar su condición de dominados” (Velázquez 2005: 64).
Sin embargo, conviene precisar que este discurso también se reprodujo en América Latina durante su proceso de inserción en la modernidad occidental. La concepción ideológica de los criollos que guiaron el proceso de independencia latinoamericana en las primeras décadas del siglo XIX estuvo marcada por un lugar de enunciación eurocéntrico: la elite criolla no hizo sino reproducir conflictivamente el modelo moderno-colonial europeo en el espacio poscolonial. Al respecto, Marfil Francke (1990) y Lucía Guerra-Cunningham (1996) sostienen que el género, la etnicidad y la clase social configuran un entramado simbólico de dominación falocrático que ha atravesado la conformación de las distintas esferas sociales en la evolución de la sociedad latinoamericana.
3.
La irracionalidad y la homosexualidad andinas
En Lituma en los Andes no solo la práctica del sacrificio humano y el canibalismo (como ha sido señalado ampliamente por la crítica) constituyen los principales atributos negativos para barbarizar (y, por ende, subalternizar) a la sociedad andina. Junto a estos aspectos, las estrategias discursivas utilizadas para feminizar a este grupo sociocultural también reproducen las operaciones simbólicas de dominio falocéntrico, heterosexual y colonial del proyecto de la modernidad. Para demostrarlo basta recordar el elocuente inicio de la novela: “Cuando vio aparecer a la india en la puerta de la choza, Lituma adivinó lo que la mujer iba a decir. Y ella lo dijo, pero en quechua, mascullando y soltando un hilito de saliva por las comisuras de su boca sin dientes” (Vargas Llosa 2000: 11. Énfasis nuestro). Sobre este fragmento, Víctor Vich ha planteado acertadamente: “Si la novela comienza focalizando la boca de una mujer india, su juego argumental terminará aludiendo a una situación similar pero ciertamente más compleja: la confrontación discursiva del cabo Lituma con un supuesto ritual caníbal” (2002: 66). Sin embargo, si Vich hubiese articulado su marco teórico postcolonial con una perspectiva de género, repararía en que es altamente significativo el hecho de que sea una “mujer india” quien prefigure la irracionalidad de la sociedad andina configurada en la novela, ya que, desde su inicio, se establece la asociación entre lo femenino y la “barbarie indígena”. Podemos mencionar cuatro estrategias que apuntan en esta dirección: a) La neutralización del poder subversivo de las imágenes carnavalescas; b) El sometimiento de la sociedad andina a lo corporal; c) La anulación del poder crítico del pensamiento mítico andino; y d) La sodomización de la sociedad andina. Estas operaciones contribuyen a feminizar a la comunidad andina en función de cuatro dicotomías fundamentales del sistema de género moderno: hombre/mujer, razón/pasión, mente/cuerpo y heterosexual/homosexual. Estas oposiciones binarias conforman la base del discurso colonizador del texto ya que se asocian y legitiman las dicotomías que han sido indicadas por la crítica, tales como: civilización/barbarie, colonizador/colonizado, criollo/andino, entre otras.
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(1) Este artículo constituye el complemento de un estudio anterior (cfr. Quiroz 2005).
(2) Siguiendo a Sherry Ortner, Marcel Velázquez anota: “En toda sociedad, los hombres están definidos por categorías de estatus y función social (guerrero, rey, sacerdote, etc.); mientras que las mujeres están definidas por relaciones de parentesco (esposa, madre, hermana)” (2005: 64).
(3) “Los mismos Sujetos están emplazados por otras identidades (clase, raza, nacionalidad, etc.) que pueden complementar o subrayar la identidad de gender [género]” (Newman 1991: 136).
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